(¡Gracias, Destouches!)
La fuente es "insospechable", y contiene muchos conceptos valiosos. Que lo disfruten.
Paraná, 16 de septiembre de 2005.
Por Julio Daniel Vallana
Durante agosto el destacado escritor, periodista e investigador argentino, Horacio Vázquez Rial –radicado en Barcelona– presentó en Argentina su nuevo libro Perón, tal vez la historia, con una crítica unánime en cuanto a la calidad y profundidad de esta nueva biografía del líder y ex presidente. Su paso por Paraná fue propicio para la charla que rehusó los lugares comunes, los estereotipos y prejuicios de la historia oficial de seguidores y detractores. Lo que sigue es una visita guiada por su historia, a 50 años de su derrocamiento.
“El país de Perón”
–¿Cómo fue tu apreciación sobre Perón en distintas etapas de tu vida: cuando militabas políticamente y cuando comenzaste a observar la política argentina con la visión que da la distancia? –Mi militancia en los últimos años 60 y primeros 70 fue en la izquierda, primero en el Partido Comunista y después en el trotskismo. En ambas zonas de pensamiento había mucha gente convencida de que había que estar donde están las masas, que, como decía Brecht, era mejor equivocarse con el pueblo que equivocarse solo o en minoría. Y, como el pueblo era mayoritariamente peronista, había que estar con el peronismo, hacer entrismo, disfrazarse. Por otro lado, los comunistas hablaban de un “giro a la izquierda” del peronismo. Un maestro, Raúl Sciarretta, con quien yo había estudiado Hegel, me dijo un día, cerrando ese círculo: “Perón, a pesar de él, es peronista”. No me convencieron. Perón era un militar argentino, formal y católico, un hombre de orden, que poco o nada tenía que ver con la izquierda. Tampoco eran izquierda los sectores “revolucionarios” del peronismo. Los montoneros venían no sólo de la derecha, sino de la derecha extrema y muchos de ellos estaban ligados a los servicios de inteligencia. En 1974, un gran amigo, hijo de un militar de alta graduación, me citó en un café y me dijo que tenía que irme inmediatamente del país. Le hice caso y una semana después de haber salido de la Argentina, un grupo con identificación institucional que actuaba como parte de la Triple A fue a buscarme a un domicilio que no era el mío desde hacía mucho tiempo. Si hubiera creído realmente en mi militancia, hubiese desatendido la indicación y me hubiese quedado. Pero yo ya no creía. No creía que la izquierda real existiese. Estaba convencido de que todo lo que pudiera hacer lo haría cumpliendo designios de origen espurio. La distancia no hizo más que darme la razón en todo eso. Están vivos todos los que organizaron la operación retorno, una operación de pesca de arrastre de militantes que aún creían. Perón ya estaba muerto, ya había echado a los imberbes de la plaza, ya había pedido que se tomaran los datos de esa chica, periodista de El Mundo, diario del ERP, en el que yo había trabajado un tiempo. Con el tiempo, más que con la distancia, empecé a comprender algunas de las motivaciones de Perón. Él era un hombre de Estado. Se equivocó al confiar la preservación del Estado a grupos paraestatales, que lo desbordaron, entre otras cosas, porque ya no tenía el poder que había tenido, ni la fuerza que había tenido, ni las lealtades que había concitado en otra época y que había malversado. Pero era un hombre de Estado y tenía un proyecto nacional, discutible, pero un proyecto, lo que nadie después de él tuvo.
Universidad Obrera Nacional (U.O.N.) - Actual UTN Regional Buenos Aires.
–¿Representó algo especial ser exiliado de un país donde Perón significaba tanto para bien y para mal? –Perón determinó que el exilio argentino fuese una cosa rara. Los exiliados chilenos, por ejemplo, eran comunistas o socialistas, y encontraban fuera de Chile a sus iguales, a sus compañeros, cosa que les permitió organizarse mejor, integrarse con más facilidad. Los exiliados argentinos pertenecían a corrientes de pensamiento que no tenían par en el resto del mundo. Allá por el año 70, en mi primer viaje a Europa, tuve una conversación con uno de los porteros del Museo del Louvre. El hombre me preguntó de dónde era. Le dije que argentino. “¡Ah!”, dijo, “¡El país de Perón!” Y con eso creyó entenderlo todo. Llevo treinta años recorriendo el mundo y no hay sitio donde no me pregunten qué es el peronismo. He escrito unos cuantos libros en los que se toca el tema, incluido este Perón, tal vez la historia de ahora y sigo sin poder responder.
–¿Cuál fue tu verdadera motivación para investigar en torno a su personalidad? –Mis padres eran antiperonistas, de modo que no me mandaron a la escuela pública, sino que buscaron una en la que no se adoctrinara. Fue una escuela alemana, la Cangallo Schule, en el barrio del Once. Eso solo ya marcó mi vida, mis amistades, mi visión de la política. Tenía muchos compañeros judíos, de familias antiperonistas por antifascistas y ahí empecé a simpatizar con Israel, otro amor que mantengo. Años después, López Rega decidió mi instalación en Europa. ¿Cómo no me iba a ocupar de averiguar quién era ese hombre, qué pasaba por su cabeza y por su alma, cuando todo mi destino estaba pautado por su presencia, por su ausencia, por sus fortalezas y por sus debilidades?
–Me dijiste que hay varios Perón aunque no compartís el criterio de otros autores: ¿cuál es el tuyo? –Perón recibió a todo el mundo, repartió palmadas en la espalda, guiños y medias palabras. El que lo visitaba, salía convencido de que había llegado a un acuerdo, de que Perón pensaba lo mismo que él acerca de lo que fuera. Se iba con un Perón propio. Funcionaba como Zelig, adaptándose al otro. El mío es ése, el proteico, el infinito, el que no es. Para cada situación política hay al menos dos frases de Perón, mutuamente contradictorias, todas razonables. De derecha, de izquierda, de centro, de Martín Fierro o de Vizcacha, oportunista o magnánima, siempre sensatas. Pero no hay una norma moral excluyente que invalide una o la otra. Perón, lo reitero, era un hombre de Estado, y la suya fue siempre la razón de Estado, que no conoce de ética, sino de intereses permanentes, de objetivos permanentes.
El destino de un niño desgraciado
–¿Cómo fue su infancia? –Desgraciada. Una infancia de niño solo que presagiaba su destino de hombre solo. No bastaron las mujeres, ni los amigos, ni las masas, porque nunca confió plenamente en nadie.
–¿Fue totalitario o ambicionaba serlo? –Todo hombre de poder aspira al poder absoluto. Todo hombre con un proyecto de reforma desea realizarlo con las manos totalmente libres. Perón era un hombre de poder y tenía un proyecto de reforma. Empleó todos los medios a su alcance para llegar y para permanecer en el poder. Nada de eso convierte a Perón en un totalitario ni al peronismo en un totalitarismo. El suyo fue el siglo del nazismo, del estalinismo, del castrismo en el ámbito local. Sería ridículo hablar de totalitarismo en un régimen en el que el control era extremo, pero distaba mucho de ser absoluto, en el que se mantenían las formas parlamentarias y malvivían, pero vivían, partidos políticos. El sistema de representación reducía mucho la presencia de esos partidos en el parlamento, pero las dos elecciones que Perón ganó, las ganó limpiamente, cosa que nadie pone en duda y por un número de votos enorme. Creo que el peronismo fue una democracia autoritaria, eso sí, o un régimen autoritario respaldado por la mayoría. Por otra parte, Perón no tuvo jamás todo el poder. Delegaba demasiado y pese a ser muy desconfiado, a veces conseguían engañarlo o retacearle información.
–¿En qué creía realmente? –En Dios, en el Dios de los católicos. En la posibilidad de transformar las sociedades y llevar a la realidad modelos políticos, cosa en la que creo que se equivocaba. En las debilidades humanas, que conocía a fondo. Y, sobre todo, creía en Perón. En los últimos años, esa fe en sí mismo tiene que haber flaqueado, cuando se convirtió en un hombre dependiente, que necesitaba unos cuidados que no tenía y cuando vio, porque estoy seguro de que lo vio, que el país se le iba de las manos, que su retorno no había puesto remedio a los males que devoraban a los argentinos, males excesivos y de los que no tuvo idea clara, sospecho, hasta el momento en que se impidió llegar a Ezeiza, darse el baño de masas con el que había soñado durante dieciocho años.
–¿Alguna vez manifestó temerle a algo? ¿Odiaba a alguien? –No. Era desconfiado, pero no cobarde. Y sí, odiaba a unos cuantos. Odiaba a Aramburu, aunque no descartó pactar con él. Con Rojas ni siquiera hubiera considerado la posibilidad de hablar. Estoy convencido de que, al final de su vida, odiaba a su mujer y a su secretario. Y desconfiaba de todos. Salvo de Balbín.
–¿Qué significó Eva en su vida? –Fue el gran amor, la pasión de un cincuentón en inmejorables condiciones físicas y psíquicas por una jovencita de poco más de 20 años. Siempre le gustaron las mujeres muy jóvenes.
–¿Quién fue la persona que más influyó en su vida? –Su abuela Dominga Dutey. Ella trazó su destino, hizo casar a sus padres, lo hizo entrar en el Colegio Militar.
Un administrador de su historia
–¿Cuál era el fundamento íntimo de su paradigma político? –La comunidad organizada y el desarrollo industrial. La comunidad organizada a la manera corporativa, lo que no dejaba de ser una utopía como cualquier otra, irrealizable y un tanto ingenua. Que nadie se llame a engaño pensando que Perón ansiaba el socialismo ni que era nazi. Era un argentino con entusiasmos y con una fe en la Argentina que muy pocos de sus paisanos tienen. Era un hombre corriente, con ideales corrientes: quería autopistas, aviones, energía nuclear, todo nacional; quería calles limpias, seguridad y orden. Quería hacerlo y que se lo agradecieran. Quería ser querido.
Pulqui I. Argentina fue el primer país del Tercer Mundo (el séptimo de todo el planeta) en desarrollar un avión a reacción.
Pulqui II.
–¿Fue un gran estratega, un estadista o un político con características sobresalientes? –Pienso que no existen los grandes hombres sino las circunstancias excepcionales. A veces aparece alguno que, en ese momento, da la talla y administra el pedazo de historia que le toca vivir como es debido. No hay que ir muy lejos para comprobar lo que digo: la Argentina ha vivido en los últimos años, y vive aún, circunstancias excepcionales, hubo una violación flagrante del derecho de propiedad, los argentinos fueron robados por los bancos con el apoyo del Estado. Y no hay un hombre capaz de reparar el daño. Kirchner está dilapidando en peleítas un enorme capital político. El 25 de mayo de 2003 podía haber ganado una nueva elección por el ochenta por ciento. Malversa el apoyo real, popular, en nombre del apoyo del aparato de su partido. Alfonsín, en otra circunstancia excepcional, malversó la ocasión de dar una vuelta completa a la historia del país. Me refiero a los sucesos de Semana Santa, cuando todo el mundo sabía que la casa distaba mucho de estar en orden. ¿Lo hubiesen matado? Probablemente. Pero eso forma parte de los deberes del oficio de presidente, que no es para cobardes, aunque la mayor parte de las veces lo desempeñen cobardes, en todas partes, no sólo en nuestro país. Perón se fue en 1955, cansado en parte de su propia gente, de los miembros de su propio gobierno, un grupo de traidores que ponía los pelos de punta, encabezado por el vicepresidente Teisaire. Y cansado en parte de un Ejército al que no podía controlar, unos uniformados que habían vivido siempre como niños, jugando al poder y convencidos de ser adultos. Perón no era un héroe, pero su decisión de exiliarse no lo deshonró, no malversó en ese gesto su capital político, sino que, por el contrario, lo preservó y hasta lo acrecentó. Y en las circunstancias excepcionales de hoy, hubiese actuado de otra manera, interviniendo el sistema bancario, revisando contratos, sincerando la deuda. No es una suposición: demostró esa capacidad en más de una ocasión, enfrentándose incluso con gobernadores peronistas, interviniendo sus provincias y con diplomáticos extranjeros demasiado exigentes. Para eso no se requiere un estratega. Sí un hombre de Estado, identificado con los intereses del Estado y con bastante coraje: Perón era así. Administró bien su pedazo de historia mientras la edad, la conciencia y su entorno se lo permitieron.
Locomotora Justicialista.
Coche motor Justicialista.
Vos señalás la importancia del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI), ¿creés que fue una verdadera modificación de las bases del sistema económico? –Por supuesto. Era un intermediario estatal entre los productores agrícolas y los exportadores. El mecanismo era, en principio, sencillo y beneficioso para los productores y para el Estado: fijaba el precio y compraba la producción. Simultáneamente, la mercancía era vendida a quien ofrecía un mejor pago. El Estado se quedaba con la diferencia: mucho mejor que cobrar impuestos, de compleja recaudación y ajeno a las variaciones del mercado. No obstante, el IAPI debía darle al comprador determinadas garantías de calidad y comprometer una fecha de entrega. Si el producto, que se adquiría a ciegas pero con una precisa descripción cuantitativa y cualitativa a la que debía adecuarse en última instancia, no cumplía con todos los requisitos, el IAPI estaba obligado a compensar económicamente al comprador por las diferencias. Y lo mismo sucedía con las fechas acordadas. De modo que el mejor precio podía convertirse fácilmente en el peor, una vez descontadas del pago todas las compensaciones y las multas, y los beneficios del Estado podían desaparecer y hasta resultar en pérdidas. Finalmente, el IAPI no funcionó, minado por la corrupción. Jorge Antonio, Tricerri y otros empresarios se dedicaron a comprar al IAPI y revender, haciendo una enorme fortuna. En cualquier caso, se trataba de una tentativa de sustitución de la burguesía comercial porteña, con el IAPI como instrumento expropiador de su mercado, por una nueva clase, creada ex nihilo desde el gobierno peronista, lo que bastaría para explicar el golpe de 1955.
–Analizando toda su historia (la de Perón), ¿hay algún acontecimiento o decisión que signifique hasta hoy un salto cualitativo en términos de evolución política y social? –Por supuesto. En la Argentina no hay hijos ilegítimos, por poner sólo un ejemplo. La sanidad, la escolarización, las vacunaciones masivas se hicieron norma, deber del Estado, lo ocupe quien lo ocupe. Hasta Menem. Ramón Carrillo, el mejor ministro de Salud que ha tenido la Argentina, había elaborado y hecho aprobar una ley por la que se aseguraba la gratuidad de los medicamentos para el tratamiento de la tuberculosis. Con eso consiguió erradicar la enfermedad, con un coste reducido para el Estado y una garantía de compra para los laboratorios, que hacían mejor negocio que en el mercado libre. Menem, no se sabe por qué, derogó esa ley y consiguió que la tuberculosis volviera a aparecer. Entre 1945 y 1955 el país se normalizó en todos esos aspectos, se eliminaron enfermedades endémicas y epidémicas, se alfabetizó, se facilitó el acceso a la propiedad. Sólo una profunda perversión, que incluye a todos los partidos políticos y al ejército que gobernó durante años, puede explicar el retroceso posterior. Cuando Perón cayó, había un hospital infantil en construcción en Buenos Aires, de grandes dimensiones. Nadie continuó la obra. El edificio a medio hacer se convirtió en refugio de protoocupas, delincuentes y otras especies, y pasó a ser conocido como “albergue” Warnes, por la calle en la que se encontraba. Finalmente, fue demolido. Ya no se trata de que el golpe de Aramburu haya sido más o menos represivo para el peronismo: se trata de que abrió una etapa de abandono y, en consecuencia, de retroceso. Pero no se puede responsabilizar a los gobiernos y exculpar al conjunto de la sociedad, que en primer lugar permitió esos gobiernos y, en segundo, permaneció inerte. La cárcel de Caseros, en Buenos Aires, sigue en pie por voluntad de los vecinos, que pusieron todos los obstáculos posibles a la demolición. Por no hablar del corralito, una suspensión del derecho de propiedad. Sólo una vez en la historia se había suspendido el derecho de propiedad: en los Estados Unidos, al declarar la libertad de los esclavos, considerados como bienes de producción por los hacendados del sur. Y eso dio lugar a la mayor guerra civil de la historia, y la mayor de todas las guerras anteriores a 1914. En la Argentina no pasó nada. Claro que Perón tomó medidas revolucionarias, en el buen sentido de la palabra. Pero sus efectos se fueron diluyendo.
Hogar de Ancianos Coronel Perón.
Hogar de la Empleada. Avda. de Mayo 869, Capital.
–¿Mantuvo una línea de continuidad o coherencia su relación con Estados Unidos? –Sí, claramente antinorteamericana. Lo que no le impidió avanzar en los contratos con la Standard Oil para explotar el petróleo argentino, porque era un hombre pragmático. Que me expliquen los antiimperialistas, los chavistas, de qué otra manera se podía desarrollar la industria petrolera como no fuera con inversiones extranjeras. La clase dominante en la Argentina, los terratenientes ganaderos y cerealeros, y la burguesía comercial porteña, jamás estuvieron dispuestos a invertir en el país. Por eso no fueron capaces de convertirse en burguesía industrial y fueron sustituidos por una mafia política.
–¿Protegió a jerarcas nazis? –Sí y a plena conciencia. Y cuando cayó Perón, los mismos jerarcas nazis siguieron viviendo en el país sin inconvenientes. Todos los gobiernos argentinos posteriores a 1945 han protegido a los nazis.
–¿Cómo fue su relación con Franco mientras vivió en España? –No tuvieron ninguna relación. Franco lo toleró porque tenía una deuda de honor con Perón por los alimentos enviados en los años 40, pero estaba en busca de la normalización internacional de España y Perón era un factor irritante.
–¿Fue masón? —No. Rotundamente no. Y eso que la masonería, con sus internas secretas, pudo tener en sus filas, simultáneamente, a Salvador Allende y Augusto Pinochet.
–¿Qué importancia le atribuís a los nexos con la logia Propaganda 2 y particularmente con Licio Gelli? –Es imposible conocer el alcance de las actividades de la P2, una organización ligada simultáneamente a la masonería y a la mafia siciliana. Quien mejor ha contado esa asociación ha sido Coppola, en El Padrino III. Los capitales italianos, radicados en la Argentina en tiempos de Perón y siempre muy influyentes en la vida política del país, tuvieron interés en su regreso. Creo que Gelli fue el representante nada diplomático de un cruce de intereses: no en vano el cadáver de Evita descansó años en territorio italiano, y bajo la protección de una orden católica. Gian Carlo Elia Valori, el hombre que los relacionó, hizo rápidamente mutis por el foro y actualmente, tengo entendido, es funcionario del gobierno de Berlusconi. Gelli, por otra parte, conoció a Massera antes que a Perón. De Perón recibió la Gran Cruz de la Orden del Libertador y de la dictadura de Videla un puesto de ministro plenipotenciario para asuntos culturales en la Embajada argentina en Italia, que le proporcionaba inmunidad diplomática en su propio país. En su villa de Arezzo eran habituales Suárez Mason y Massera, así como, en su día, López Rega, que era sólo una pieza de un engranaje represivo y un proyecto político, digamos que el hombre en el campo de una gran organización. En esa gran organización, estaba por debajo de Osinde, por ejemplo. Lo que cabría llamar “proyecto Massera”, que abarcaba lo peor de los servicios de inteligencia, en especial de la Marina, pero sin excluir agentes de otros, y también a una parte sustancial de la dirección de Montoneros y a la propia Isabel Martínez, fue exitoso. Los lazos de poder tejidos en aquellos años siguen en pie, aunque Massera no haya llegado a ser, como pretendía, presidente. Sus socios andan por ahí, a la vista de todo el desmemoriado mundo, y hasta ocupan cargos públicos y electivos.
Un delirante, los servicios y los Montoneros
–¿Porqué López Rega logró una dimensión inusitada? –Sólo porque estaba adentro y contaba con la complicidad y la protección de Isabel. No era un Rasputín, no tenía nada de brujo, en materias espirituales era un delirante de los que llenan los manicomios. Eso sí, era capaz de todo.
–¿Hay testimonios o documentos que esclarezcan la relación de Perón y de López Rega con la comandancia de Montoneros? –Perón no tuvo con la comandancia de Montoneros más relación que la que ellos inventaron al construir su propia mitología. Ni siquiera les creyó –porque no tenía un pelo de tonto– la historia del asesinato de Aramburu. En cuanto a López Rega, nunca estuvo en contacto con los Montoneros, que tenían sus propios canales en los servicios de inteligencia. El único que realmente debe haber tenido el conjunto de la información sobre Aramburu, los Montoneros, el aparato represivo de Osinde y López Rega y la P2, es Massera. Y se llevará el secreto a la tumba. Creo que no hay que perder tiempo en ese tipo de investigación. Tal vez dentro de 50 ó 100 años, alguien reconstruya la trama. Pero ahora no tiene importancia. Lo importante en ese terreno es que se vayan todos, pero, como ves, no parecen dispuestos.
–¿Crees que hay algún trauma generado por el paso de Perón por la historia argentina que permanezca en el inconsciente colectivo sin resolución? –No. Creo que hay traumas anteriores, que condicionaron también la trayectoria de Perón. Fue traumática la interrupción del proyecto del Ochenta, que continuaba el gran intento liberal de 1816 a partir de la segunda fundación de la Nación, en Caseros. Pero el proyecto del Ochenta no se interrumpió por el golpe de 1930, que sólo representó el tiro de gracia a un casi cadáver que había iniciado su decadencia en 1905. Y es que los dos grandes movimientos nacionales del siglo XX, el radicalismo y el peronismo, continúan, cada uno a su modo, el partido federal.
Un mito más y una profecía de Bolívar
El escritor descarta que los avatares políticos de la Argentina –de los cuales Perón fue un protagonista insoslayable– constituyan un caso singular.
–¿Argentina tiene realmente un carácter de excepcionalidad o es otro mito vernáculo? –No es sólo un mito, aunque tenga elementos míticos. Realmente, en torno a 1900, la Argentina podía haber llegado a ser una potencia. Hasta dio la impresión de serlo, cosa que no había ocurrido con ningún otro país sudamericano, ni siquiera Brasil. Sólo en Argentina hubo liberales que lo fueron más que de nombre, sólo la Argentina alcanzó un desarrollo cultural de país central. Pero fueron más poderosas las fuerzas de la reacción, del caudillaje bárbaro, que sigue vivo y gobierna en buen número de provincias y, por lo tanto, está presente en el parlamento, en las dos cámaras. El caso de Misiones es ejemplar, tanto por la familia feudal que domina en el territorio como por la imposibilidad de la nación de destronarlos: cuando mandan un interventor, resulta ser casi peor. Perón había echado a Saadi de su provincia, pero tuvo que aceptar en el exilio su presencia en el partido porque no podía controlar nada en la zona sin él. Te regalo un texto de Bolívar que lo dice todo sobre el destino del continente, una profecía que anuncia todo esto, incluido Chávez. Un destino del que la Argentina aún podría escapar, pero no va a escapar por la ineptitud y la corrupción de sus dirigentes.
–Con mucho gusto. Muchas gracias. –Bolívar, en 1830, escribió: “He mandado veinte años, y de ellos no he sacado sino pocos resultados ciertos: 1. La América (latina) es ingobernable para nosotros. 2. El que sirve una revolución ara en el mar. 3. La única cosa que se puede hacer en la América (latina) es emigrar. 4. Este país (la Gran Colombia, luego dividida en Colombia, Venezuela y Ecuador) caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas; devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6. Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América (latina)”.
Simón Bolívar. Mujeriego, católico y sencillo
El exhaustivo trabajo de Vázquez Rial permitió precisar algunos aspectos siempre olvidados o minimizados del histórico líder.
–Al adentrarte en la intimidad del personaje, ¿qué aspectos descubriste que eran impensados? –Lo primero: sus relaciones con las mujeres, más apasionadas y múltiples de lo que cabía pensar. Parece una obviedad, porque cuando un hombre gusta a las mujeres, como era su caso, necesariamente gusta de las mujeres. Pero se construyó un personaje a partir de 1955, por deseo o necesidad de los golpistas de entonces, en el que Perón fue sucesiva y simultáneamente homosexual, paidófilo, impotente y estéril. No era ninguna de esas cosas y la respuesta del imaginario peronista ante tanta habladuría fue desexualizarlo. Pero se enamoró y más de una vez. De Evita, por cierto, aunque se pretenda presentar su matrimonio como una sociedad para el poder. Y vivió con mujeres a las que no amaba porque no podía vivir sin compañía femenina. Lo segundo: su catolicismo profundo, no necesariamente clerical, de hombre corriente. Tercero: su sencillez en algunos órdenes. Por ejemplo, él no hubiese querido ser embalsamado, ni que lo fuera Evita. De hecho, el embalsamamiento de Evita fue una imposición de la CGT. Él pensaba que había que volver a la tierra, sin más.
Fuente: Uno Fotos: Perón... vence al tiempo y Proferay.
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6 comentarios:
Don Occam, de blogs se poco y nada, este es un comentario tecnico, en mi agregador de novedades por RSS no aparecen sus actualizaciones porque no le pone titulo.
Despues mas tranquilo lo leo el contenido
Gracias, hegeliano, por su aporte. Como podrá apreciar, yo de blogs sé aun menos que Usted. En efecto, el título lo pongo al comienzo del texto y no en la ventana que corresponde. Pensé que no habría diferencia al hacerlo así, pero por lo visto, me equivoqué, así que voy a corregir ese defecto.
Muchas gracias, y lo espero de vuelta por acá.
Occam
Ahora si esta perfecto.
Con respecto al contenido, mas de lo mismo, pero con otro punto de vista.
El dr. Grondona, tiene en el cable un programa que se llama "Clases", en donde toco en dos oportunidades la figura de Peron, ahí oí por primera vez la referencia al Peron en el exilio que tenia empatia y a nadie defraudaba, acá lo nombra como Zelig, pero ambos coinciden, todos se fueron de Puerta de Hierro con lo que iban a buscar.
Vi los dos programas de Grondona sobre Perón. Quedé impresionada del nivel de las preguntas del panel (impresionada para mal, aclaro).
Me quedó grabada un pregunta. Un estudiante universitario muy serio le preguntó: Cómo fue la derroca de Perón, haciendo alusión al derrocamiento.
La pucha, después de eso me costó concentrarme en lo que decía Grondona.
Pero sigo intrigada: Cómo va a hacer Occam para mantener este nivel???
Felicitaciones
Salute
Occam: lo suyo me pareció interesantísimo y sobre todo ágil para leer. Simón Bolívar: visionario o brujo???????
Gracias a todos por sus comentarios. La clave ya la adivinaron: Mi Gefe se fue 12 días de vacaciones. Y mi trabajo se fue acumulando de a poquito sobre el escritorio. Mañana a las 7 estoy en pie. Me empezó a agarrar la ansiedad galopante.
Pero voy a tratar de no defraudar. Lo prometo.
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