martes, 29 de septiembre de 2009

Qué porquería es el latín

[Y sí: Crecemos a tazas chinas...]


El maestro sanducero José María Firpo me hizo reír hace años con las ocurrencias (ingeniosas e ingenuas a la vez) de sus pequeños alumnos de escuela primaria cuasi rural del interior uruguayo, a los que él estimulaba proponiéndoles definiciones y redacciones con temas que podían dar para el churrasco, como por ejemplo, la interpretación del refrán “El ojo del amo engorda al caballo”. De él he leído con delectación –y ternura también, debo confesarlo- Qué porquería es el glóbulo, La mosca es un incesto y Humor en la escuela 1 y 2.

Para que se tenga una idea de su obra, pego a continuación algunos de los extractos, a manera de ejemplo:

SOBRE LOS VERTEBRADOS:

- Los animales se llaman quebrados si tienen güesos como ser el caballo, la vaca y el perro. Los caballos cuando son chicos maman como cuando nosotros eramos chicos. Yo no me acuerdo cuando era chico y mamaba, yo se por mi hermanito. Las aves no sacan crias como los gatos y las mujeres pero en cambio pueden tener muchos hijos si tienen muchos huevos en el nido. El lugar que las aves tienen hijos se llama nido, y donde tienen hijos las mujeres se llama cama, los perros en la cucha, y las vacas en el galpon. Los animales que se llaman interquebrados no tienen güesos, por ejemplo el caracol y los gusanos.

- Los animales mamiferos son los que maman, corren, toman agua, comen pasto y tiran carros.

- Si se pisa un caracol, la cascara lo mata.

- Los peces se pueden morir en dos lados, en el agua si son viejos, y en la costa, porque el hombre los saca para hacer el alimento de la persona.

- La rana cuando es chica se llama reina cuajo, y cuando es grande, se le cae la colilla, y sale del agua y anda por ahi.

- El pez es un animal que no es ni batracio, ni mamifero, ni nada; es pez. Los peces salen de los güevos que las madres ponen en unas ramitas o plantitas abajo del agua. Ellos para doblar no tienen patas sino que doblan con la cola.

- Me gustaria ser pescado para explorar los barcos hundidos y contemplar algunos pescados raros que hay.

SOBRE LAS MOSCAS:

- Es el primer bicho que le tengo rabia porque es asqueroso. A mi no me gusta ser mosca porque me perseguirian. En mi casa cuando me levanto de mañana hay como cincuenta moscas por todos lados.

- La mosca camina por arriba de los muertos del cementerio; es asquerosa, sucia y es una porqueria y anda en los basureros y en los cuartos de baño.

- A veces andan solas y a veces andan en barras. No son amigas de ningun otro animal. Algunos niños de esta clase se entretienen cazando moscas y mirando la luna. Es un molusco que siempre anda por el cielorraso.

- Dicen los sabios que la mosca es el bicho mas sucio.

- Cuando hace frio andan como idiotas o abombadas, y no van para ningun lado. A veces se suben a los cables de la luz y lo van dejando todo negro. Despues andan por la olla de la leche, y despues uno la tiene que tirar, porque si la toma, quien sabe que enfermedad barbara se agarra.

- Las moscas recorren tranquilamente todo el Uruguay.

- Camina ligero y hace un zumbido raro al volar. Cuando se para arriba de una persona le hace cosquillas. Parece que tiene alas de nacar. Es livianita y caga en cualquier lado.

- Tienen patas chiquitas, son flaquitas, vuelan mucho y es muy dificil atraparlas. Corren lo mismo que nosotros. Las moscas pasan por al lado de la cara haciendo un ruido barbaro; se pelean muchas veces, pero no se caen. Son blanditas y se pueden cortar en muchos pedazos.

- La mosca cada vez que pone huevos pone 150. El que mata una mosca, mata 150 moscas.

SOBRE EL SOL:

- El sol es muy grande y tiene muchos rayos alrededor. Cuando sale, tenemos luz. El sol alumbra de día. Yo nunca vi salir al sol de noche. El sol tiene más luz que la luna porque de día podemos jugar a la pelota y de noche, no.

- Si no fuera por el sol, no habría sombra para descansar cuando hace calor.

- El sol es un astro poderosísimo, eso se puede comprobar porque si nosotros tenemos calor en la tierra, qué no será si tomamos un avión y subimos 10 o 20 kilómetros.

- La tierra es un poroto al lado del sol.

Claro que hay muchos más. Si el lector no puede dar con los libros mencionados, puede seguir divirtiéndose acá.

También recuerdo un correo-e que circulaba por todos lados, y que me ha llegado más de una vez, en que había una serie de disparates de alumnos secundarios españoles, muy divertidos también.

Precisamente, la educación española es de la fuente de la que abrevamos casi hasta el plagio al crear nuestra bien progresista ley de fomento de la ignorancia, la anarquía y la irrespetuosidad, que creara el Polimodal y otras joyas semejantes, y que ahora felizmente, luego de varias promociones perdidas y condenadas al retraso cultural, la Provincia de Buenos Aires anunció que planea derogar para volver, más o menos, al régimen educativo anterior, y hasta restablecer (¡horror!) las amonestaciones.

En definitiva, esta transversalidad tan progresista se demuestra bastante conservadora a la hora de pensar (¿pensar?) soluciones a los mismos aquelarres que antes promoviera. Me refiero a que el sistema educativo afronta un desafío que requiere de una revisión total, y de un salto cualitativo hacia delante, estableciendo un sistema flexible que trabaje en función de los méritos y capacidades de los educandos, en lugar de hacerlo estandarizando las exigencias y los grupos de estudios, nivelando hacia las capacidades de una mayoría idealizada por un funcionario que redacta los contenidos, lo que termina siendo frustrante para los más capaces y frustrante para los menos capaces también. La mediocracia (no me refiero al gobierno de los medios, sino a la búsqueda teleológica de la medianía, que en buen Castilla se dice mediocridad) termina por dejar, como todo parámetro ideal igualitario, a todos, o bien retrasados, o bien en off side.

La educación secundaria está concebida para preparar alumnos para la Universidad que tenemos, y no otorga alternativas viables para la inmensa mayoría que no va a pisar nunca una Universidad. Para todo ese mundo, que luego es el que requiere de capacitación laboral para insertarse en un universo globalizado cambiante y cada vez más exigente, no hay nada de nada. Y obviamente, para el selecto público que puede llegar a la Universidad, lo que le da el secundario le resulta harto insuficiente, disminuyendo el nivel de excelencia (la estatura) de las Casas de “Altos” Estudios.

Pero en fin, no fustiguemos tanto esta iniciativa. Algo es algo. Por lo menos, salimos del desastre actual, del que podríamos hablar muchas horas y lamentarnos seguramente muchas décadas.

Antes bien, para no cambiar el tenor cómico del principio, referiré dos casos anecdóticos que vi ayer en los exámenes que estaba corrigiendo un amigo que es docente de Derecho Tributario de la Casa de Estudios Retacones, antes una de las más prestigiosas del mundo entero, conocida como UBA, y que correspondían, obviamente, a alumnos muy avanzados, en el umbral de la titulación, ya prontos a salir a servir, como abogados, a la sociedad que los espera y confiará en ellos en algún momento los patrimonios, honras, amarguras, desvelos, y hasta la libertad de algunos de sus socios.

1) A la consigna que pedía la definición de tasa, uno de estos inminentes doctores respondió refiriéndose al tributo como “taza” (no, tranquilos, por lo menos, no se le ocurrió definir ese cuenco que sirve para tomar líquidos, por lo general tibios o calientes, y que suele tener una o dos asas). Lo bueno es que fue consecuente: seguramente pensando en que la forma en que estaba escrita la consigna era errónea, insistió en eso de la “taza” en todas las muchas ocasiones en que empleó el término.

2) Hablando de todo un poco, como suele hacer el hombre sometido a la exigencia de llenar espacio, presuntamente respondiendo a una pregunta en un examen de la que no tiene más que una somera y vaga idea, o tal vez ni siquiera eso, otro de los próximo licenciados en leyes se puso a discurrir acerca de las facultades del Poder Ejecutivo, de las que el Jefe de Gabinete de Ministros resulta su titular. Interesante reflejo de una presidencia acéfala, con su “cabeza” vagabundeando por el mundo cual embajadora itinerante, y de los intentos por llenar también espacio a las preguntas que el gobierno no puede contestar, de un licenciado en Todología que, será por su bigote, por su voz de locutor o por su impostada versación que, a la luz de lo expuesto, cómodamente puede ser tildada de “académica”.

Interesante porque se trata de un universitario a punto de recibirse de abogado. Si la ficción liberal que parte de presumir que la ley es conocida por todos hace rato que está en crisis, ¿qué se puede decir de alguien de quien, más que presumir, se debería tener la certeza de que conoce la Constitución Nacional?

En fin, un ejemplo más de cómo se dio el proceso de berretización de la “marca argentina”. Si siempre fuimos demasiado atorrantes o demasiado incompetentes para hacer productos de calidad (y de ahí que “Industria Argentina” fue sinónimo, en el inconsciente colectivo, de berretada), por lo menos nos quedaba ese prestigio acerca de nuestra capacidad intelectual. Al menos podíamos vender al mundo servicios de tenor intelectual, de ésos que hablan de “experticia”, “cualificado”, “implementación integrada”, “sinergia de recursos”, etc.

No sabemos qué nos pasó. Pero por los resultados, parece que fuimos arrollados por una motoniveladora (la famosa nivelación al ras de la Tierra; si antes éramos unos presumidos que queríamos parecernos a los europeos, ahora nos parecemos cada vez más a los latinoamericanos más latinoamericanizados, dándole a ese término la más cruel y despectiva connotación que proviene de los países del hemisferio Norte, que ya ni siquiera aceptan nuestra fuga de cerebros).

No podemos echarle la culpa al imperialismo, a no ser que consideremos, por una vez en la vida, la existencia de un imperialismo cultural, que se solaza vendiéndonos sus subproductos ideológicos fallidos, y en ver cómo los compramos y los reproducimos a través de una intelligentzia retardada y patética, que a su vez después los reproduce en experimentos de reformismo institucional, siempre hacia el deterioro y la degradación, con la profunda mueca de disgusto, de asco sartreano, por todo tipo de orden establecido. Como niños con sus primeras rebeldías, probando a ver dónde están los límites, qué pasa si metemos los dedos en el enchufe o nos tiramos la olla con agua hirviendo encima.

Seguramente, la culpa será de otros. Siempre es de otros. Cuando la otrosidad no la podemos trasladar al exterior, la trasladamos al pasado, que siempre es negro, terrible, nefasto, para no perder la memoria… Pero lo lamentable es que este pasado está bien cerquita, acá nomás, en esta década que no termina de terminarse.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Progresistas, a las cosas

Fuente: http://colorescorrosivos.blogspot.com/2008_07_01_archive.html


La más interesante enseñanza que nos aporta la anécdota de la jueza prepotente y maleducada que trató de menospreciar (luego de chapear infructuosamente) a las empleadas que la conminaban a comportarse como todo hijo de vecino, es la garantía que aporta la tecnología en contra del abuso y el autoritarismo.

Un fenómeno, la tecnología, que nuestros progresistas legisladores, jueces colegisladores a través de jurisprudencia imaginativa, y periodistas y opinólogos presionadores de legisladores y jueces, todos muy progresistas también ellos, ignoran del progreso. Y que es quizás su aspecto más valioso. Repito: la tecnología.

La tecnología permite desde hace ya muchos años evitar los abusos de autoridad en lugares cerrados. Permite auditar en tiempo real los ámbitos institucionales antes cerrados, y que por pactos de silencio, complicidades y lógicas internas, se consideraban corporaciones peligrosamente tendientes a la extralimitación o la ilegalidad manifiesta.

Decía: “La tecnología permite desde hace muchos años”. Más años ciertamente que los que tiene el nefasto Código de Convivencia que vino a arruinar la convivencia, la armonía y la paz ciudadanas en Buenos Aires.

Sin embargo, con bríos progresistas y “democratizadores” irrefrenables, los primeros legisladores de la ficción autonómica, se apresuraron por desmantelar todo el sistema de control social preventivo, sin poner nada rescatable en reemplazo. Al punto que, aun en 2004, se reprobaba hipócritamente la tipificación de la figura del merodeo por considerar que era penar la “portación de cara”. En fin, lo cierto es que la policía no puede ya no sólo detener a las personas en actitud sospechosa o con evidentes malas intenciones (por ejemplo, aquél que anda cubriéndose la cara con la visera, que no habita en la zona ni va a visitar a nadie, y que camina dos cuadras para un lado, vuelve sobre sus pasos, se esconde entre los autos estacionados, cuando ve a un policía se da la vuelta y se esconde, etc.), sino que tampoco puede siquiera requisarlas (averiguar si están armadas).

Así es como nació el concepto de prevención a través de “espantapájaros” (traducido del inglés scarecrow, que es la forma despectiva con la que se caratuló esa infeliz metodología en los EE.UU. vigente por ejemplo cuando Nueva York se transformó en la ciudad más peligrosa del mundo). Los agentes de policía comenzaron entonces a vestir los famosos chalecos naranjas. Y no fue para dirigir el tránsito. Fue simplemente para permitir que el delincuente los viera a la distancia, y ejercer así una disuasión sobre su zona de influencia, que en general, se prolonga una cuadra para cada lado, respecto de la esquina donde está parado vigilando. El mensaje es claro: “No se te ocurra robar por acá, que estoy yo, andá y fijate a la vuelta, o a dos manzanas”. Así se cuadriculaba la zona, posicionando espantapájaros de forma tal que trataran de cubrir el área a custodiar como un damero. Cuando la cantidad de agentes no fue suficiente, agregaron la triste (por ingenua, por absurda) solución de estacionar patrulleros vacíos en diversas esquinas. La concepción es la misma: “Si el delincuente ve el patrullero estacionado, imagina que el policía está rondando por ahí cerca, y se va a robar a otra parte”.

Por supuesto que un sistema tan estático e ingenuo, tan pasivo y expectante, sólo podía dar lugar a un crecimiento exponencial de la inseguridad, ya que los malhechores (no es ninguna novedad) aprovechan las fisuras que permiten las “progresías” legales para correr la frontera, tanto espacial como actitudinalmente. Así comenzaron a proliferar los merodeadores desembozados, entremezclados con otros rubros que también proliferaron con la crisis socioeconómica, y que llegaron para quedarse, como cartoneros, cirujas, y con la crisis cultural, como barritas de barrio que toman cerveza en la esquina, travestis y sus clientes, prostitutas y sus proxenetas, rotos que manguean a los peatones, vendedores y cirqueros de los semáforos, etc.

Al no permitirse a la policía realizar la tarea de prevención primaria elemental, que no es otra que la de poder establecer con algún nivel de precisión quién es quién en cada espacio urbano: Si se trata de un vecino del barrio, de un visitante, de un paseante que anda de compras, de un laburante que está ganándose el pan, de un loco lindo que se está mamando para festejar que ganó Atlanta, de un grupo de pibes que se juntaron para comentar el partido de fútbol que acaban de jugar, de un violador serial, de un adicto al paco desesperadísimo y con una sevillana en el bolsillo, de un choro mayor con un chumbo a punto de entrar a una pizzería, etc.

Al no permitirse a la policía hacer ese mínimo trabajo, decía, la calle se fue poblando de personajes variopintos, deambulando sin destino y sin domicilio conocido por zonas de las que son evidentes extraños, entrando y saliendo a/de las áreas de cacería, aprovechando las brechas de vigilancia que producen las barreras urbanas (vías de tren y estaciones, puentes y pasos bajo autopistas, plazas y parques, zonas baldías o pobladas con villas de emergencia, edificios tomados, etc.), aprovechando las brechas legales que impiden a la policía la prevención activa, aprovechando el miedo ya generado en la población a través de un terrorismo sistemático generado por la violencia sin sentido, por la más arbitraria forma de encarar el delito en el nuevo fenómeno criminal: matar por unas zapatillas, matar porque estaba muy “loco”, matar porque sí.

Como la tecnología está y está hace tiempo, la ciudad se fue poblando de cámaras. Hay cámaras para custodiar el tránsito y hay cámaras también al servicio de la seguridad pública. Hay cámaras también en muchos negocios y en los bancos y en el subte. Cámaras que dejan valiosos testimonios de la saña de los delincuentes y del desamparo de sus víctimas. Que aportan valiosos testimonios para el remoto caso de que se detenga en algún momento a algún victimario. Pero que también son, a su manera, espantapájaros. Cámaras que filman a los cuervos comiéndose el maíz.

En fin, estando la ciudad más progresista del tercer mundo, la ciudad de los ciudadanos y ciudadanas, en la cual al sexo se le dice “género”, en la que estamos receptivos y amplios a cualquier ingeniosidad que venga de Ámsterdam o de Estocolmo, y estamos muy ingeniosos todos para explicar cualquier cosa y encontrar motivos sociales en los hechos más aberrantes (¿será la famosa “socialización” de los medios de producción malograda en los ’70, y transformada en la “socialización” de los espíritus?), en esta ciudad de los Nuevos Aires, pregunto: ¿A nadie se le ocurrió recurrir a la tecnología para auditar y supervisar el accionar policial, en lugar de privar a la policía de sus facultades intrínsecas, sin las cuales no sirve absolutamente para nada?

Lamento tener que decirlo, porque a mí también me gustaría ser muy ingenioso para las masturbaciones intelectuales, y muy progresista para hacer en la vereda lo que siempre pude hacer dentro de mi casa: La policía es un hecho inevitable.

Por más que es uno de los pocos puntos de coincidencia en todo el espectro de disconformes sociales, desde la extrema izquierda a la extrema derecha (desde Gente que no de Todos Tus Muertos a Yuta de Comando Suicida, pasando obviamente por las más recientes fulminaciones melodiosas que a “la gorra” hace la cumbia villera), lo cierto es que, como bien sostenía Max Weber, las tres instituciones fundamentales, sin las cuales el Estado moderno no puede funcionar –y todas no casualmente muy cuestionadas- son la burocracia, la policía y los impuestos.

Y cabe recordar, porque a menudo nos olvidamos, que en una sociedad democrática, pacífica y de Derecho, el monopolio de la coerción lo tiene el Estado. Y cuando hablo de “monopolio”, no me refiero a un monopolio como el de los medios que tan de moda está últimamente, y que de últimas, se tratará de un oligopolio concertado, o de una posición dominante en el mercado. No. Sin eufemismos. Monopolio quiere decir la exclusividad sin excepciones (en realidad, hay poquísimas excepciones: la legítima defensa para repeler una violencia ilegítima –muy restringida- y el arresto ciudadano –muy discutido-).

Cuando uno vive en una república, y en una democracia, sólo es demócrata y republicano si le reconoce al Estado ese monopolio y legitimidad de su accionar coercitivo. Y si sólo se lo reconoce al Estado. Si renuncia a hacer justicia por mano propia, a ejercer una violencia ilegal o paralegal, etc.

Para que ese reconocimiento se haga efectivo, la premisa teórica de la que se debe partir es que los agentes del Estado propenden con su accionar al cumplimiento de objetivos lícitos y por tanto justos. No se puede, en una república normal, vivir recelando de los agentes del Estado. Pensando mal, marginándolos, prohibiéndoles cumplir con sus funciones, por miedo a que obren mal.

Lo que hay que hacer es, antes bien, conminar al agente del Estado a que cumpla con su deber (en la Argentina siempre se juzga y se sanciona al que actúa; nunca al que omite actuar, al que se borra, al que se hace el distraído, pero eso es tema para desarrollar en extenso en otra parte). Y controlarlo. Y sancionarlo cuando hace mal su trabajo y cuando no hace su trabajo. Y premiarlo cuando hace su trabajo demasiado bien.

Para esa labor de control aparece ante nuestros ojos la fiel amiga olvidada por el progresismo. La gran herramienta que nos provee el progreso: La tecnología.

Piénsese por un minuto (y lamento advertirle: no va a ser un pensamiento muy original, sino que se utiliza asiduamente en todas partes del mundo normal) en la posibilidad enorme que significaría el empleo en comisarías de un sistema de cámaras que filmen en tiempo real, las 24 hs., que lo hagan comunicadas a un puesto de control externo y no perteneciente a la fuerza sino al Poder Judicial, que estén precintadas y dispuestas de forma tal que sean de imposible manipulación. A partir de allí, se abren gigantescas posibilidades. Basta recordar alguna película o alguna serie norteamericana, o francesa, o alemana. La policía interrogando en el momento inmediatamente posterior a la detención, mediante los métodos idóneos para sonsacar la verdad que son producto de su entrenamiento. Con la cámara encendida y registrando todo el procedimiento. Suena mucho más plausible que la hipótesis de un funcionario de fiscalía con la experiencia criminalística que aporta la Facultad de Derecho (nula) preguntando a un tipo ya sobradamente entrenado por su abogado, una semana o diez días después de su detención.

Y se trata sólo de un ejemplo. No puede ser que para detener a alguien, para proceder en una toma de rehenes a mitad de la noche, haya que esperar a que el juez o fiscal salgan de la cama, se duchen, se laven los dientes y lleguen con cara de dormidos al lugar del hecho.

En fin, a todos dejaría la introducción de dispositivos tecnológicos de este tipo, más tranquilos. Se evitarían los abusos, las palizas clandestinas, pero también las triquiñuelas tan características de los profesionales del delito, demasiado habituados a ellas, con demasiado entrenamiento en entrar y salir de dependencias policiales y/o judiciales, y que uno puede ver por ejemplo, en Policías en Acción: la de golpearse la cabeza contra cualquier cosa dura para después argumentar que los golpearon, las mecheras y otras delincuentes mujeres que sólo pueden ser custodiadas, arrestadas, requisadas, etc. por personal femenino porque si no argumentan abuso sexual…

Como el progreso es tecnología y la tecnología son cosas. Como parece que el progreso es materia excluyente de los progresistas, podría decir, parafraseando cierto lema radical: Progresistas, ¡a las cosas!

jueves, 24 de septiembre de 2009

Duartismo

El 18 de septiembre de 2008, en www.todosgronchos.blogspot.com apareció un artículo impecable titulado "Evita vs. Perón", y que entre otras cosas decía:

"Por mi parte, siempre desconfié de la admiración fanática en Evita de quienes de chicos nunca les faltó nada. Querer más a Evita que a Perón demuestra fehacientemente el resentimiento gorila y antiperonista. Consiste en negar el carácter histórico del peronismo y de su conductor. Disimulado con su "amor a Evita". Buenos ejemplos de esta fauna son el actorzuelo Morgado o el cantante del Pueblo, Ignacio Copani.

"Nadie que se precie de peronista de verdad puede insinuar que Evita es una figura más importante que la de Perón. Filósofo, líder, conductor político, hombre de paz, protagonista de la historia del Siglo XXI en la Colonia y en el mundo de la Guerra Fría y los No Alineados, y el único que cambió a su manera las condiciones de producción, desarrollo y manejo del Poder en el país.


"Salvo los resentidos que creyeron que podían adueñarse del movimiento sólo por un acto de voluntarismo infantil, iluminado y suicida pueden dimensionar a Evita de esa manera para ensombrecer a Perón. La Señora fue una figura fuerte pero decorativa de los primeros años del gobierno peronista. Si bien fue una decidida impulsora de la reparación histórica para con millones de argentinos postergados y sumergidos por la explotación, la falta de leyes de amparo a la niñez, ancianidad, a la salud y los derechos sociales, era parte del Mito y la anécdota.

"No fue una figura revolucionaria como pretenden los neoperonistas. Su accionar reivindicativo, paternalista y reparador pudo haberlo hecho hasta la Chiche Duhalde. La única revolución peronista la condujo Perón. Y eso a muchos que entraron al peronismo por licitación les duele".

Y no. No es una foto del Partido Obrero. Son los camaradas evitistas, nomás...

Leyendo Comediantes y Mártires. Ensayo contra los mitos, de Juan José Sebreli (Col. Debate, Ed. Sudamericana, Bs. As., 2008, p. 82) recordé esa tan atinada -y oportuna- prosa de Mr. Groncho, sobre una tendencia deliberadamente distorsiva, extemporáneamente entrista (cuando ya no queda espacio alguno al que entrar, a no ser, a las nóminas de empleados públicos o subsidiados sociales, para las que tanta paparruchada no es más que un artificio ornamental).

En particular, el citado libro en el señalado lugar dice: "Esta teoría sobre una Evita de izquierdas opuesta a un Perón de derechas, propedéutica de la invención de una Evita revolucionaria en los años setenta, no se ajustaba a la realidad. La diferencia entre ambos miembros de la pareja no estaba en la ideología sino en la personalidad: Evita era una fanática -una 'sectaria' decía el propio Perón-, en tanto que él era un político realista y pragmático, frío y escéptico.

"Esta versión del evitismo antiperonista fue repudiada por los peronistas históricos y, en especial, por las mujeres; Juanita Larrauri, presidenta de la rama femenina, decía: 'El que hace evitismo no es ni más ni menos que un antipatria. Es un cretino'".


Juanita Larrauri (barrio de Floresta, 1910-1990) fue una talentosa cantante de tangos. Según Néstor Pinsón, tenía todas las condiciones para ser una estrella. “Era afinada, tenía buen gusto y una voz aterciopelada y por instantes brillante, que nos recuerda el estilo de las grandes cantantes que la precedieron”.

Sin embargo, con la llegada de Perón al poder, ella adhiere fervorosamente a la causa justicialista, y una creciente actividad política la obliga a abandonar su carrera artística.

Eva Perón la designa para organizar la rama femenina del Partido Justicialista a nivel nacional, de la que pasa a ostentar el cargo de presidenta. Muerta su mentora, también es designada presidenta de la comisión Pro-Monumento a Eva Perón. En 1947, la Ley 13.010 instaura el voto femenino, y en 1952 es elegida Senadora por la Provincia de Entre Ríos, con mandato hasta 1958, interrumpido por el golpe de 1955.

En 1972 vuelve fugazmente al canto cuando graba, en homenaje de su amiga Eva Perón, el tema partidario “Evita Capitana”, pero aprovecha también la ocasión para lanzar un LP titulado “Canto para mi pueblo”, con 12 tangos, entre los que se cuentan “La Comparsita”, “Nueve de Julio”, “El ciruja”, “La piba de mano a mano” (de su autoría junto a Tití Rossi), “Anoche” y “Julián”.

En fin, los que quieren a Eva como ser humano, los que valoran lo que fue, lo que pensó y lo que quiso, han sostenido frente a la indiferencia y el ostracismo a que los ha condenado la comparsa "reescribidora de la memoria", un recuerdo auténtico de lo que ella en verdad quiso, fue y significó. Resaltan su papel profundamente femenino para la mujer de su tiempo, expresado en sus propias palabras:

"Y lo natural de la mujer es darse, entregarse por amor, que en esa entrega está su gloria, su salvación y su eternidad. ¿El mejor movimiento feminista no será tal vez entonces el que se entregue por amor a la causa y a la doctrina de un hombre que ha mostrado serlo en toda la extensión de la palabra?" (en La razón de mi vida).

Quienes la emplean para sus fines de resentimiento y ruptura, de odio y combate, jamás la quisieron, jamás la pretendieron comprender sinceramente, jamás la valoraron. Hacen de su imagen una bandera de discordia a medida. Porque en el mundo de las imágenes (hasta del "Che" lo único que ha quedado es la foto de Korda de 1960), ya no importa el ser humano retratado, no importa su acción y pensamiento, sino las intenciones que guarda quien emplea la imagen.


Rojo y negro los colores elegidos por la JP Evita: "Vamos a hacer la patria liberada por Eva Duarte y por el Che Guevara". Hasta el apellido de soltera emplean... Además de la incongruencia de asociarla con un feroz antiperonista.


Evita fue luego de muerta perversamente condenada al manoseo. Su cadáver momificado paseó por el mundo, fue enterrado en Milán bajo otro nombre, luego desenterrado, devuelto, trasladado, y vuelto a trasladar, enterrado lejos del de su marido (también luego de muerto manoseado, mutilado, auscultado, filmado...). Su imagen y su nombre fueron empleados de la manera más capciosa y ridícula, y su voz y sus gestos imitados por un sinnúmero de actrices, modelos y politicuelas, hasta la caricaturización.

Tal vez sea hora de que a la pobre de Eva, con toda su humanidad y su imagen y su voz y su recuerdo, con toda su argentinidad, sus aciertos y sus errores, la dejemos todos descansar en paz.



viernes, 18 de septiembre de 2009

Moral revolucionaria y cuestión de gustos

Existe una moral burguesa y una moral revolucionaria. La moral revolucionaria desconoce a la moral burguesa, porque aquélla no es, como ésta, una moral de conducta, de ordenamiento metódico del comportamiento humano, sino que obedece a una lógica del fin perseguido. Será acorde con la moral revolucionaria aquella conducta que conduzca a facilitar el camino hacia la revolución, o a perpetuarla una vez ésta acontecida. La moral revolucionaria, al ser una moral de los fines, descree de los pruritos burgueses en relación con la conducta, y los emplea a su favor, también con un propósito revolucionario.

Lenin decía al respecto algo así como que el sistema liberal, al que el comunismo combatía, hila la soga con la que será ahorcado. Es decir, que vale emplear los presupuestos jurídicos y morales del sistema liberal en su propio detrimento, para combatirlo y aniquilarlo. Abusar de sus libertades y de los derechos que él consagra, estirar los límites, manipular los códigos en beneficio del objetivo revolucionario. Y reclamar para sí aquellos derechos que la moral revolucionaria no está dispuesta a conceder en reciprocidad.

Esa forma de planteo también es coherente, puesto que la moral revolucionaria, de comportarse conforme el enemigo espera, aplicando sus mismos parámetros éticos, dejaría de ser una moral revolucionaria para convertirse en una moral burguesa.

Pero no por ello podemos sostener que la moral revolucionaria es, digamos, una inmoralidad, sino más bien todo lo contrario. En lugar de ser un parámetro pero sobre todo un límite para la conducta, una suerte de inhibidor coactivo de los impulsos humanos, la moral revolucionaria es activa. En lugar de disuadir de ciertos actos, la moral revolucionaria obliga a actuar. Obliga al hombre a perseguir la revolución, y sobre todo, a desarrollar todo lo que se encuentre a su alcance para conseguir los objetivos directrices emanados del partido del proletariado.

Una moral revolucionaria no sólo descree de la inhibición de la mentira, por ejemplo, sino que conmina al revolucionario a mentir, si ese acto resulta necesario o pertinente a los fines de la revolución –o por lo menos, a los objetivos planteados por el partido.

Con respecto al arte, ese estilo, esa moral de la acción y de los fines, ha tenido consecuencias bastante empobrecedoras, si se considera al arte desde la perspectiva estética. La poesía de uno de los poetas más geniales, Miguel Hernández, ha padecido un notable deterioro cuando, obedeciendo a la moral revolucionaria, ha debido escribir como militante antes que como poeta.

Veamos:

De Rusia:

“Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente”.
(4ª estrofa)

Y en la misma poesía, surge más adelante una ingenua égloga bastante hilarante, una mirada bucólica y romántica sobre la contaminación, la industrialización despiadada, la ancianidad perseguida y el trabajo forzado (Estrofas 8ª a 11ª):

“Ayer iban sus ríos derritiendo los hielos,
quemados por la sangre de los trabajadores.
Hoy descubren industrias, maquinarias, anhelos,
y cantan rodeados de fábricas y flores.


“Y los ancianos lentos que llevan una huella
de zar sobre sus hombros, interrumpen el paso,
por desplumar alegres su alta barba de estrella
ante el fulgor que remoza su ocaso.


“Las chozas se convierten en casas de granito.
El corazón se queda desnudo entre verdades.
Y como una visión real de lo inaudito,
brotan sobre la nada bandadas de ciudades.


“La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta
como un arma afilada por los rinocerontes.
La metalurgia suena dichosa de garganta,
y vibran los martillos de pie sobre los montes
”.

Y trayendo tanta emoción pastoril a la perspectiva política en su tierra natal, cierra la composición con estas dos últimas estrofas:

“Se arrojará, me advierte desde su tumba viva
Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto,
mientras contempla inmóvil el agua constructiva
que fluye en forma humana detrás de su esqueleto.


“Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas,
fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.
Y sólo se verá tractores y manzanas,
panes y juventud sobre la tierra”.


Miguel Hernández comienza a torcer su obra hacia el compromiso revolucionario con el bolchevismo luego del viaje iniciático que realiza a la Madre Rusia en septiembre de 1937, representando a la II República, con motivo del V Festival de Teatro Soviético en Moscú. Puede uno imaginarse un lógico candor y entusiasmo para con la “causa de la libertad y la igualdad” que propone –enuncia, publicita- el bolchevismo, sobre todo si nuestro poeta tuvo la suerte (como resulta más que probable) de gozar de la asistencia de uno o más guías turísticos que lo fueran llevando por aquellos paisajes que el régimen consideraba prudente y beneficioso mostrar a los extranjeros.

Pero así como el compromiso revolucionario tiene consecuencias discutiblemente estéticas cuando es el artista quien debe ponerse el traje de fajina del militante, mucho más triste es el destino que ese compromiso le depara a la verdad. Y ello dicho, sin entrar a considerar si el arte es vehículo de acceso a la verdad, o bien si por el contrario, es una gran impostura, un ejercicio extremado del simulacro o del engaño.

Sea cual fuere la naturaleza del arte, lo cierto es que es difícil de digerir el ejercicio argumental deliberadamente contrario a la verdad y a la buena fe que, década y media luego, en los años ’50, cuando ya (casi) nadie podía sostener a Stalin como el prohombre de la libertad, como el “padrecito” bonachón y dulce con su pueblo que la propaganda soviética había propulsado en entreguerras y durante la guerra, que hace Pablo Neruda, el poeta-militante que fuera en 1945 senador en su Chile natal por el Partido Comunista y en 1971 fuera galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Antes de ello, en 1953, el bardo trasandino recibió el Premio Stalin de la Paz (todo un oxímoron). Veamos por qué:

“Stalinianos. Llevamos este nombre con orgullo.
Stalinianos. Es esta la jerarquía de nuestro tiempo.
En sus últimos años la paloma
La Paz, la errante rosa perseguida, se detuvo en sus hombros
y Stalin, el gigante, la levantó a la altura de su frente.
Así vieron la paz pueblos distantes
”.

[Pablo Neruda, Oda a Stalin, el más grande de los hombre sencillos, en Las uvas y el viento, 1954.]


“Stalin alza, limpia, construye, fortifica
preserva, mira, protege, alimenta,
pero también castiga.
Y esto es cuanto quería deciros, camaradas:
hace falta el castigo


[Pablo Neruda, en Canto General, 1950.]


“Unión Soviética, si juntáramos
toda la sangre derramada en tu lucha,
todo lo que diste como una madre al mundo
para que la libertad agonizante viviera,
tendríamos un nuevo océano
grande como ninguno”.

“En este mar hunde tu mano
hombre de todas las tierras,
y levántala después para ahogar en él
al que olvidó, al que ultrajó,
al que mintió y al que manchó,
al que unió con cien pequeños canes
del basural de Occidente
para insultar tu sangre” ...


[Pablo Neruda, en Canto General, 1950.]


En fin, para terminar la semana con un poco de poesía. Como el arte es cuestión de gustos, y sobre gustos no hay nada escrito, supongo que habrá quienes puedan disfrutar con estas piezas más que otros. La política, cada vez creo más en ello, también es una cuestión de gustos. La verdad y la mentira tal vez también lo sean…

martes, 15 de septiembre de 2009

Esclavos de Salamina

Crítica literaria.


En un fragmento publicado de forma póstuma, titulado El Estado Griego. Prólogo a un libro que no se ha escrito (1871) Friedrich Nietzsche sostenía:

“Los modernos tenemos respecto de los griegos dos prejuicios que son como recursos de consolación de un mundo que ha nacido esclavo y, que por lo mismo, oye la palabra esclavo con angustia: me refiero a esas dos frases la dignidad del hombre y la dignidad del trabajo. Todo se conjura para perpetuar una vida de miseria, esta terrible necesidad nos fuerza a un trabajo aniquilador, que el hombre (o mejor dicho, el intelecto humano), seducido por la Voluntad, considera como algo sagrado. Pero para que el trabajo pudiera ostentar legítimamente este carácter sagrado, sería ante todo necesario que la vida misma, de cuyo sostenimiento es un penoso medio, tuviera alguna mayor dignidad y algún valor más que el que las religiones y las graves filosofías le atribuyen”.

He decidido transcribir todo el extracto, para no restarle significado. Pero lo que aquí nos interesa, evidentemente, es la visión nietzscheana que luego será la clave del conocimiento y el pensamiento más brillantes del siglo XX, a saber: Los desvelos de una civilización, su preocupación por un determinado o varios determinados tópicos, señalan, en definitivas, la situación opuesta. El hombre moderno “oye la palabra esclavo con angustia” porque “ha nacido en un mundo esclavo”.

En la misma línea, Jean Baudrillard, en Olvidar a Foucault (Galilée, 1977) ha hecho de esta concepción epistemológica un auténtico método exegético: Cuando se refiere al análisis “microfísico” del poder que hace Foucault, dice que el mismo “es también un discurso de poder” (p. 8 de la edición española, Ed. Pre-Textos, Madrid, 1994). “En una palabra, el discurso de Foucault es el espejo de los poderes que describe. Ésa es su fuerza de seducción, y no su ‘índice de verdad’…” (p. 9).

Yendo un poco más lejos, Baudrillard aplica ese mismo método para juzgar las “conquistas” de la modernidad con esa misma lucidez implacable que conduce hacia su evidente reversibilidad: Así como lo que nos aterra es aquello que tan bien conocemos, aquello que respiramos cotidianamente, aquello con base en lo cual nos comportamos, sentimos, vivimos y pensamos; lo que hemos puesto bajo la lupa del entomólogo, en la mesa de disección para estudiarlo, descomponerlo en mil fragmentos, volverlo a armar, comprenderlo, apropiárnoslo, es lo que irremisiblemente se nos está escurriendo entre los dedos, como una fina arena de un reloj que, como todo medidor del tiempo, nos señala el tránsito hacia la muerte.

La reflexión de Baudrillard es concluyente: “¿Y si Foucault sólo nos hablara tan bien de la sexualidad … porque esta figura de la sexualidad, esta gran producción (también ella) de nuestra cultura estuviera, como la otra [la del poder], en vías de desaparecer? El sexo, como el hombre, o como lo social, puede no tener más que un tiempo. ¿Y si el efecto de realidad del sexo, que está en el horizonte del discurso de la sexualidad, viniese también él a esfumarse radicalmente dejando sitio a otros simulacros y arrastrando en su caída los grandes referentes del deseo, del cuerpo, y del inconsciente – toda esa letanía tan poderosa hoy? La hipótesis misma de Foucault se abre sobre la mortalidad del sexo a más o menos largo plazo”.

[Menos que más, acoto yo, y aplaudo la clarividencia de una conjetura formulada antes del enseñoramiento de la virtualidad como productora de significado en lugar de la realidad, y de la sublimación del cuerpo por su proyección virtual, es decir, por su imagen descarnada].

“El psicoanálisis, que parece inaugurar el milenium del sexo y del deseo, es quizás quien lo saca a relucir antes de que ya no sea nada. En cierta manera, el psicoanálisis pone fin al inconsciente y al deseo, como el marxismo pone fin a la lucha de clases, hipostasiándolos y enterrándolos en su empresa teórica (Ibídem, pp. 14-15).

Jean Baudrillard (1929-2007)


Sexual es la metáfora que adopta Javier Cercas en Soldados de Salamina (Tusquets, 2001; 1ª edición argentina en col. Maxi: 2009) para referirse a su propia consciencia. La coloca en el sugestivo regazo de Conchi, una novia algo casual, avenida luego de la terminación de un matrimonio que también es la terminación de una etapa y de una forma de pensar y de escribir del autor. A Conchi la caracteriza como una pitonisa de la televisión de Gerona, que usa de nombre artístico el no menos sugestivo de Jasmine, que no usa bombacha y completa su caracterización física como: “pelo oxigenado, minifalda de cuero, tops ceñidos y zapatos de aguja” (p. 43 de la edición argentina mencionada). La determinación directa y concreta de la sexualidad de Conchi también se prolonga, en la caracterización que el autor hace de la faceta intelectual, al empleo de un elemental sentido común, arraigado solamente en lo intuitivo, y desprovisto de cualquier atisbo de intelectualidad y/o de rigor en el pensamiento. La siguiente anécdota que emplea es por lo demás ejemplificadora: Cuestiona que a una calle le hubieran puesto el nombre y cargo académico de un prehistoriador, argumentando que “Podrían haberle puesto a la calle el nombre de alguien que por lo menos hubiera terminado la carrera, ¿no?” (p. 44).

En fin, cada uno tiene la consciencia que puede, pero no deja de ser plausible la imagen empleada, puesto que, más allá de las proclamas altisonantes, toda consciencia tiene algo de prostituta, y mucho más de visceral, de intuitiva, de… ¿ignorante? Porque después de todo, la conciencia es un compendio de preconceptos inculcados desde la cuna, y reafirmados en el confronte con los preconceptos de los demás.

Para completar la descripción de esta Conchi-consciencia, el autor le atribuye el don de la idolatría, que se presenta en un doble envase: Por un lado, una estatuilla de la Virgen de Guadalupe, que preside el comedor de la casa de la señorita, y flanqueándola, por el otro lado, los dos libros previos del propio autor, que constituyen su confesado desvelo y la sombra bajo la cual se plantea la obra que está escribiendo. Una sombra oscura, casi siniestra. La sombra del fracaso editorial, del anonimato. La sombra de su matrimonio fracasado, y sustituido por este resplandeciente nuevo estilo. El Conchi-estilo.

No es casual que en boca de Conchi (muy ignorante ella, pero no tanto como para ignorar a un tipo al que sólo los aficionados a la literatura ardua, o a la historia también ardua, conocen) aparezca, con el particular escozor de la consciencia que no deja de picar, la gran objeción a la obra que Cercas se propone: “Tiene miga –comentó en efecto Conchi, con un rictus de asco-. ¡Mira que ponerse a escribir sobre un facha, con la cantidad de buenísimos escritores rojos que debe de haber por ahí! García Lorca, por ejemplo. Era rojo, ¿no? Uyyyy –dijo sin esperar respuesta, metiendo la mano por debajo de la mesa: alarmado levanté el mantel y miré-. Chico, qué manera de picarme el chocho” (p. 67).

El libro Soldados de Salamina está compuesto de tres partes. La primera de ellas, llamada Los amigos del bosque, narra las peripecias que ocuparon al autor, metido a periodista y pesquisador, en la búsqueda de los testigos octogenarios y la documentación que pusieran luz al episodio del fusilamiento de Rafael Sánchez Mazas cuando la guerra civil española estaba terminando, el 30 de enero de 1939. En ella aparecen los reparos de la consciencia de Cercas, indefectiblemente “atrapado” por la historia y por el personaje: “Añadiré que, por extraño que parezca, yo creo que sin esa estancia en Cancún nunca me hubiera decidido a escribir un libro sobre Sánchez Mazas, porque durante esos días tuve tiempo de poner en orden mis ideas acerca de él y de comprender que el personaje y su historia se habían convertido con el tiempo en una de esas obsesiones que constituyen el combustible indispensable de la escritura” (p. 48).

Rafael Sánchez Mazas (1894-1966)


La segunda parte, titulada propiamente Soldados de Salamina, es la que relata el episodio, respaldándose en esa prolífica colecta documental y testimonial, que incluye el facsímile de una hoja de una libretita de anotaciones personales que llevó Sánchez Mazas durante todo el período de su cautiverio (que empezó mucho antes que la guerra civil) y las peripecias que ocurrieron en medio (una huida desde Madrid a Barcelona en un carro bajo un colchón de frutas podridas, la salvación milagrosa en el fusilamiento y la cacería humana que le siguió a través de un bosque, la pérdida de sus gafas en una caída dejándole prácticamente ciego, etc.).

En realidad, en esas dos primeras partes está el libro. Y en esas dos primeras partes el libro es muy meritorio. Más allá de los pruritos ideológicos acerca del personaje (Sánchez Mazas, que era abogado titulado pero jamás ejerció, poeta y novelista de talento, fue también uno de los fundadores de Falange Española, y el único que sobrevivió a las persecuciones y los fusilamientos depuradores de los rojos, al cabo de la guerra), puede bien vislumbrarse, apenas solapada por adjetivos de salvaguarda, una leal convicción por la verdad, que no es otra que la que se desprende de la artesanal tarea de hilván propia de un historiador acometida por Cercas, y profusamente respaldada por pruebas concretas y expresas.

En cambio, la última parte, como bien me apuntara ya hace tiempo un amigo cuyo nombre casualmente coincide con el del patrono de España, resulta absolutamente inverosímil (“traída de los pelos” fue el fortuito concepto empleado) y ridícula, tanto por lo sesgada como por lo acomodaticia. En esa última parte, evidentemente agregada mucho después, y tal vez siguiendo un consejo editorial, y sobre todo, la infalible voz de su consciencia, que le recordaba sus anteriores fracasos, abundan las lagunas, las inconsistencias, las fantasías y la falta de rigor histórico. Como si de una obra testimonial, histórico-periodística, interesante por sí misma y por su método de investigación (“Es un relato real. (…) Será como una novela. Sólo que, en vez de ser todo mentira, todo es verdad”; p. 66), se pasara sin solución de continuidad, sin siquiera el mismo estilo literario, a una aventura de cómic al estilo de Aquí la legión, pero además con moraleja, con bajada de línea ideológica que, de tan burda y repetitiva, resulta de veras ominosa.

Lo cierto es que el 30 de enero de 1939, habiendo sido quebrada la línea defensiva del Ejército del Ebro, el General Líster y su V Cuerpo se retiraron con rumbo a los Pirineos para refugiarse en Francia. En esa retirada, se llevaron a todos los presos políticos que tenían cautivos, custodiados por los parapoliciales del SIM, hasta el antiguo santuario de Santa María del Collell; y luego de unos días de espera, cuando los nacionales se aproximaban victoriosos, decidieron llevar a los presos a un claro en el bosque, con la excusa de la comisión de indeterminados trabajos, y sin mediar palabra, los ametrallaron. En el maremagno de cuerpos que caían destrozados por la metralla, quizás Sánchez Mazas encontró fortuito escudo en el cuerpo de otro desdichado, y pudo saltar el cerco, tropezar y caer por el lodo (estaba lloviendo), correr entre la enramada y ocultarse en un hueco formado por las raíces de un árbol, junto a un charco, jadeante y embadurnado de barro para hacerse invisible. Se organizó una batida de búsqueda, y un soldado anónimo dio con él, lo miró a los ojos, y cuando le preguntaron por novedades, levantó la mirada y contestó: “Aquí no hay nadie”. Ese notable episodio, que le pone una pizca de humanidad –y tal vez de reencuentro entre hermanos en la penuria- a una guerra fratricida e implacable, fue el gran motor del libro, y su verosimilitud fue rigurosamente comprobada por el autor en las dos primeras partes.

Fotograma de la película homónima.

La tercera, en cambio, titulada Cita en Stockton, está burdamente novelada, con lo que se aparta de la intención inicial y del compromiso con la verdad histórica, la más dura exigencia que puede enfrentar el ser humano; tan dura que Odín sacrificó un ojo –la mitad de la verdad que cargamos en nuestra estructura de convicciones- para conocerla. Cercas, por supuesto, no se atrevió a tanto, y entonces, evidentemente a las apuradas, y urgido antes por los condicionantes del bienpensantismo y del éxito editorial que por la vocación o el entusiasmo, se puso a urdir una trama ficcional bastante pobre. Para ello, se sostiene en un único informador: el poeta chileno y militante trotskista (“Si Don Quijote hubiera escrito un solo libro de caballería nunca hubiera sido Don Quijote, y si yo no hubiese aprendido a escribir ahora estaría pegando tiros con las FARC”, p. 149) Roberto Bolaño (radicado en Cataluña, y… ¿quizás sugerido al autor por la misma editorial?), que demuestra una paquidérmica memoria al narrar con pelos y señales las casuales conversaciones etílicas que mantuviera, más de 20 años antes de la entrevista con Cercas, con un tal Miralles, un catalán exiliado en Francia que, militante también del comunismo, había combatido en la guerra civil española, bajo las órdenes de Líster, y había huido a principios de febrero de 1939 (p. 154): “Sin embargo, [Miralles] apenas llegó al frente se hizo comunista: el hecho de que lo fueran sus compañeros y sus mandos y de que también lo fuera Líster sin duda influyó en su decisión” (p. 153).

En fin, la peripecia luego enlaza, a la manera de las aventuras de Forrest Gump, todos los episodios relevantes de la resistencia francesa en la segunda guerra mundial (en los cuales, obviamente participa este tal Miralles, que se va convirtiendo en el epónimo de la resistencia de la humanidad contra la tiranía): cautiverio en un campo de concentración en Argelès (¡en la Francia libre!), conchabo en la Legión Extranjera, luego se pliega a la columna Leclerc (curioso: porque Miralles teóricamente estaba en el Magreb, y Leclerc en Camerún, pero ya lo dije: salimos del mundo de la historia para entrar en el más complaciente de las historietas), hostiga a los italianos en Libia, ingresa triunfante en París en el ’44 y termina herido en Austria (pp. 154-158). Un auténtico tractor de la causa de la libertad: más de ocho años combatiendo sin respiro.

Claro que, ya encaramados en otra lógica, la ficcional, toda esta epopeya cuasi-solitaria tiene un único asidero: los dichos de terceros. A la manera de otras epopeyas ius-ficcionales, en ningún momento aparece en toda esta tercera parte improvisada un solo dicho de testigos directos, una sola prueba documental, siquiera una foto. Todo se reduce a la memoria entibiada por el alcohol en un encuentro casual en un camping, más de dos décadas atrás, entre el supuesto protagonista de la saga y el exiliado trotskista chileno.

Porque en teoría Cercas logra dar con el protagonista, al que, ya el lector habrá adivinado, Cercas le atribuye el papel en la novela que le corresponde al soldado anónimo perdonavidas; pero en su entrevista con éste, en un geriátrico de la ciudad borgoñona de Dijon, a ninguno de los dos se les ocurre siquiera por un instante evocar alguno de esos notorios sucesos. Y cuando nuestro autor le pregunta al héroe de la libertad acerca del episodio del fusilamiento del Collell, y su presunta piadosa actuación, éste le responde siempre con evasivas y con una sonrisa pícara: “Era usted, ¿no? Tras un instante de vacilación, Miralles sonrió ampliamente, afectuosamente, mostrando apenas su doble hilera de dientes desvencijados. Su respuesta fue: -No” (p. 202).

En fin, hasta la puesta en escena del episodio que le da nombre a la tercera parte, y que alude a una también ficticia ciudad de los olvidados, la Stockton del film Fat City, resulta increíble: “Yo aprovechaba mis pocos días libres [cuenta Bolaño] para ir a Barcelona, pero una vez me lo encontré en el paseo de Castelldefells, nos tomamos una horchata juntos y luego me propuso acompañarle al cine; como no tenía nada que hacer, le acompañé. Ahora puede parecer mentira que en un pueblo de veraneo pusieran una película de Huston, pero entonces pasaban esas cosas” (p. 176).

En definitivas, cada concepto vertido en esta tercera parte es inverosímil. Y lo grave, es que es inverosímil también para el autor, que se ve obligado a repetir cada cosa varias veces, como intentando que la repetición le otorgue convicción a lo que escribe. Pero un escritor que no cree en lo que escribe tiende a fracasar. Dos ejemplos concretos:

1) La imagen de Miralles junto a cuatro moros y un negro, tan visual como la foto de Iwo Jima, enarbolando “la bandera tricolor de la libertad”. Y como Cercas no es ningún ignorante, y supongo sabe que la bandera tricolor de Leclerc era la misma que la tricolor de Vichy, lo que no muy sutilmente desliza, es que la bandera de la libertad es la bandera de la República: roja, amarilla y morada. Cuando no puede más con la metáfora, directamente lo dice, a centímetros del final: “…llevando la bandera de un país que no es su país, de un país que es todos los países y que sólo existe porque ese soldado levanta su bandera abolida…” (p. 207).

2) La idea de que, en definitiva, Sánchez Mazas merecía morir ametrallado clandestinamente en el bosque ese 30 de enero de 1939: “Porque por culpa de Sánchez Mazas y por la de cuatro o cinco tipos como él había pasado lo que había pasado… Porque si alguien mereció que lo fusilaran ése fue Sánchez Mazas (p. 200 y tb. p. 190). Una idea que legitima el delito de opinión como el más atroz de los delitos, como aquél que primeramente debe ser castigado con la pena más severa, la muerte. Porque Sánchez Mazas jamás disparó un tiro en su vida, era un intelectual refractario a la violencia física (siempre según el libro comentado) que pasó toda la guerra, y desde varios meses antes de que ésta comenzara, en prisión.

Pero esa idea tremenda ya se atisba con mayor profundidad en otra parte del libro: “No sé quien dijo que, gane quien gane las guerras, las pierden siempre los poetas; sé que poco antes de mis vacaciones en Cancún yo había leído que, el 29 de octubre de 1933, en el primer acto público de Falange Española, en el Teatro de la Comedia de Madrid, José Antonio Primo de Rivera, que siempre andaba rodeado de poetas, había dicho que ‘a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas’. La primera afirmación es una estupidez; la segunda no: es verdad que las guerras se hacen por dinero, que es poder, pero los jóvenes parten al frente y matan y se hacen matar por palabras, que son poesía, y por eso son los poetas los que siempre ganan las guerras, y por eso Sánchez Mazas, que estuvo siempre al lado de José Antonio y desde ese lugar de privilegio supo urdir una violenta poesía patriótica de sacrificio y yugos y flechas y gritos de rigor que inflamó la imaginación de centenares de miles de jóvenes y acabó mandándolos al matadero, es más responsable de la victoria de las armas franquistas que todas las ineptas maniobras militares de aquel general decimonónico que fue Francisco Franco” (p. 49). No se puede ser más claro. Merece morir por opinar, porque las opiniones (y más si su vehículo es la poesía) son eminentemente peligrosas.


Pero, luego de esta poco exitosa síntesis, no crea el lector que nos hemos olvidado de la consciencia de Cercas, que se manifiesta en esta parte en toda su magnitud y sinceridad. Así Conchi-consciencia nuevamente, infalible, omnipresente, luego de las muy recomendables dos primeras partes, lo devuelve a nuestro autor a la realidad, lo posiciona nuevamente en la senda del logro de sus objetivos editoriales, y por qué no, lo reconcilia, en un diálogo imperdible, que paga la obra como quien dice, con su propia Conchi-Consciencia (p. 166):

“-Si no fuera porque sé que eres un intelectual, diría que eres tonto. ¿No te dije desde el principio que lo que tenías que hacer era escribir sobre un comunista?

“-Conchi, me parece que no has entendido bien lo que…

“-¡Claro que he entendido bien! –me interrumpió-. ¡La de disgustos que nos hubiéramos ahorrado si me llegas a hacer caso desde el principio!”.

En fin, volviendo al principio, la palabra tiene una sórdida y sugestiva implicancia, más allá de su denotación, por su propia existencia. Edgar Allan Poe le otorga un sentido mágico, inaugural, a aquello del Génesis de que “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios./Él estaba al principio en Dios./Todas las cosas fueron hechas por él (por el verbo)/…”. Y ese mismo sentido mágico lo seguimos atribuyendo a las palabras cuando nos inhibimos de pronunciar alguna que trae mala suerte, o cuya mera mención puede provocar la ocurrencia de alguna fatalidad; y si la decimos, al instante nos cruzamos los dedos, o tocamos fierro, o alguna parte ubicada a la izquierda del cuerpo…

Para Nietzsche, las palabras que más nos atormentan son las que definen a nuestro mundo, más allá del velo interpuesto sobre nuestros ojos que mansamente se limitan a interpretar de la forma en que les indica la razón.

Para Baudrillard, las palabras que más nos motivan, que mueven nuestro deseo, son aquéllas que en realidad denotan la muerte del deseo, y la paradoja existencial. No ha habido en la historia asesina más cruel e implacable que la causa de la libertad, y nunca se han puesto tantas cadenas, tantas cortinas de hierro, tantas persecuciones, tantos gulags y koljoses compulsivos, como en aquellos regímenes que han hecho de la proclama de libertad una bandera para silenciar y asfixiar a esclavos igualados en la miseria.

Javier Cercas se autocritica en la voz de Conchi y con ello critica a la frustrada obra literaria que con este libro pretende dejar atrás: “Es sólo que, en fin, querido, me parece que la imaginación no es tu fuerte” (p. 66). Se lo dice la misma mujer enamorada que pone en un pedestal, envueltos en papel celofán, los dos libros anteriores flanqueando la imagen de la Virgen.

Sin embargo, ha debido él también claudicar a los imperativos de su tiempo y de su mundo, y volver a embarrarse en el fango de la ficción, como Sánchez Mazas evitando la metralla.

Así ha vuelto a ser esclavo de aquello de lo que huía. Por más que su libro termine con un “siempre que sea hacia delante, hacia delante, hacia delante, siempre hacia delante”. Pero huir es una forma de acercarse, y no ha tardado mucho, no más de 138 páginas (las de las dos primeras partes) en reencontrarse con el punto de partida. Ayudado por la consciencia. Para “ahorrarse disgustos”.

El resultado es muy alentador. Dice un cartelito impreso en la portada: “Más de 1.000.000 de ejemplares VENDIDOS”.