martes, 17 de marzo de 2009

Auto-Cita

El jueves 22 de enero de 2009 escribí, en un post titulado "Descenso vertiginoso a (de) la isla socialista", que puede consultar aquí abajo nomás, entre otras cosillas sin importancia, las siguientes palabras:

"Desde que lo único importante en toda la politiquería barata del ámbito local es el diseño de estrategias electorales para ganar los próximos comicios, sinceramente se me ocurre que sería una interesante idea de parte del gobierno adelantar las elecciones legislativas para el próximo domingo. Esta idea de apostar a que la gente se olvide de todos los desastres cometidos en el año que pasó, y poder levantar la imagen ajada con un par de sabias cátedras sobre química y economía política en las consabidas jornadas de perfeccionamiento docente en que se transformaron las comunicaciones presidenciales, sucumbirá inexorablemente ante el avance de una realidad aplastante. No hay demagogia, ni clientelismo, ni fraude electoral que resista los embates de la adversidad económica, de la mishiadura social que ya llegó para quedarse".

No podía entonces ahora perderme la oportunidad de auto-citarme, costumbre tan benemérita como poco reconocida. En realidad, no se adelantaron las elecciones para el próximo domingo, pero casi, teniendo en cuenta que había que dejar al menos 90 días en el medio para permitir a esa deshilachada conjunción de personajes medianitos -por ser indulgente- llamada pomposamente "oposición" hacer aunque sea un poco de campaña.

¿Cuáles son los efectos esperados con la medida? Yo no me fiaría mucho de los que esgrime el incisivo y jugado beneficiario de contratos oficiales y conductor de A Dos Sobres Bonelli. Vale decir: Que como cerca del 28 de junio se van a estar liquidando exportaciones (porque el mundo está más dispuesto que nunca a comprarnos todo lo que le querramos vender al precio que le pidamos), el dólar va a estar volando bien bajito, y la caja gubernamental va a rebosar de divisas retencionistas / distribucionistas como para poder abastecer a caciques, punteros y demás adláteres de la nueva Argentina-país en serio.

En realidad, para mí, el adelanto persigue este doble propósito:
a) Evitar un éxodo mayor en las propias filas.
b) Paralelamente, evitar también el armado de un frente opositor sólido y serio.

Lo que me parece que cae de maduro, desde el más elemental sentido común, es que el ajuste que se va a venir luego de las elecciones, y que resulta a estas alturas inevitable y demasiado urgente como para esperar a noviembre, va a ser como para alquilar balcones. Alguien va a tener que pagar la fiesta sojera de estos 5 años de despilfarro, fantasía e improvisación.

Y ya sabemos quién es el único que siempre siempre, cuando llega la cuenta, permanece sentado a la mesa.

miércoles, 11 de marzo de 2009

De muertes inoportunas y oportunos poetas

Enfrascado en mis propios combates navales cotidianos, nada épicos y siempre olvidables, he omitido considerar aquí el recuerdo de mi tocayo Brown, quien merece encontrarse en la sección más dorada y alta de nuestro panteón de los héroes. El pasado 3 de marzo se cumplieron 152 años de su muerte.

Tal como a Belgrano, al pobre almirante le tocó morirse en fecha desafortunada para la Patria. Me imagino lo doloroso que debe ser para un hombre que dejó todo por un ideal, que arriesgó su vida, se llenó de estigmas de combate y vio morir a cientos de compañeros fraternos, morir él mismo en circunstancias tan aciagas como las que atravesaba el país luego de la tragedia nacional que fue Caseros. Con dos Estados independientes e ignorantes el uno del otro (salvo para pelearse, claro está), con la estela de claudicaciones ensombreciéndolo todo, con la Banda Oriental definitivamente perdida y bajo el determinante influjo –de ahí en más y para siempre-, junto con el Paraguay y el Alto Perú, del Imperio del Brasil, contra el que tanta sangre argentina se hubo derramado.

En tal sentido, cobra relevancia el panteón de los hombres del Norte, el Walhalla, al que sólo podían acceder aquéllos que murieran combatiendo (los que morían en la cama, por una suerte de conjuro simbólico que consistía en marcar su pecho con una lanza, podían también subir a beber hidromiel con las valquirias). En definitiva, lo importante de ese símbolo era que la muerte en combate era una muerte feliz, sobre todo porque el afortunado no tendría que padecer las consecuencias del tiempo, y enterarse de lo estériles que suelen ser las grandes gestas ante el impío viento arrasador de los cobardes, los lábiles, los que negocian.


Para seguir con las imágenes marineras, en este barco que tiene sus bodegas llenas de agua salada, donde lavarropas y bicicletas chinas se oxidan mientras flotan colchones y cajas PAN, las ratas ya no saben cómo hacer para pasar unas sobre otras y para pasarse, paralelamente, para el otro lado, no importa si hay un madero, un peñón inhabitado, un bajel enclenque o el helado océano. Cualquier cosa parece mejor que quedarse en el pluralista y transversal crucero de la abundancia, que como un ataúd de hierro, amenaza con llevarlos a todos a las profundidades abisales. Porque vamos a decir la verdad: los argentinos somos exagerados para todo. Para el exitismo, para el derroche, para la desmesura y para las cagadas más chapuceras. Pero también para el derrotismo, para el temor amarrete, para el empequeñecimiento espiritual y para el desprecio, y hasta para el odio. Para odiar y defenestrar firmemente a aquellos truhanes a los que antes llenamos de elogios y complacencia, a los que para cada conducta demencial encontrábamos alguna explicación o justificación esotérica.

En fin, las interpretaciones son variadas, como los ropajes de toda la claque que vivió de prestado, con aplausos y apoyos explícitos mientras por la espalda les sacaban el cuero. Los peronistas que traicionaron a su movimiento para migrar a esa entelequia meramente crematística dirán que se dieron cuenta, en medio del hundimiento, de que estos muchachos no eran peronistas de Perón. Los antiperonistas de izquierda, que empezaron a leer arduamente a Jauretche mientras trataban de insertar, con fórceps pero al revés, en una suerte de refrito cambalacheano que denominaban “campo popular” a tipos inmensamente gorilas como Walsh, Paco Urondo y hasta al mismo Santucho; los que seleccionaban, para no defraudar tanto sus conceptos, el “combatiendo al capital” de la marchita; los que decían a dos voces que nunca habían votado a ningún peronista, pero que estos tipos eran distintos, y tenían un “proyecto de país” más justo y distribucionista, más próximo a los ideales de la entente mágica cuya delantera inolvidable formaban Guevara, Evita, Sartre, Hernández Arregui y Jesucristo; esos muchachitos se irán con la frente bien alta, con la dignidad de siempre, defraudados al comprobar que, al final, estos pingüinos eran una peronistas chorros de mierda como todo el resto. En fin, no sé por qué hablo en futuro si esto ya está pasando. Ahora Cogote Bonasso, una de las columnas teóricas del kirchnerismo original, se alejó, llevándose consigo a otras joyitas de la intelectualidad más granada, como es el caso de Victoria Donda.

De más está decir que esas actitudes resultan absolutamente innobles. Porque si les gustó el durazno, ahora tienen que aguantarse la pelusa, como se la aguantaron tantos que fueron mucho más gente que todo ellos juntos en el exilio o la clandestinidad, en la resistencia o muriéndose de hambre, despedidos de sus trabajos y en listas negras. Porque los K a los que tan apasionada, vehemente, hasta agresivamente, acompañaron, no han cambiado un ápice en su manera de ser y de comportarse. Es más, diría que hoy día son más de manual que nunca. Sin embargo, cuatro o cinco años atrás convencían a los escépticos de que ellos eran el camino, y resulta que ahora, con las mismas bravatas e imposturas, aprietes de barricada y demonizaciones de siempre, “defraudan” a los ilusionados compañeros de ruta.

Un par de posts atrás dije que todos los argentinos de bien debemos vigilar que ninguno de todos estos facinerosos y advenedizos saque los pies del plato. Sin embargo, en un rapto de generosidad, admirando ese dominio olímpico de la garrocha, como diría Asís, voy a evocar a continuación algunos de los casos curiosos que nos brinda nuestra historia patria, que a lo mejor sirven de referencia para futuras argumentaciones.

Aurora Venturini nos proporciona, en un valioso artículo titulado “Literatura Rojiceleste durante la Santa Federación (Rev. I.I.H.J.M.R., Nº 39, abril/junio 1995, pp.72-85), algunos ejemplos de oportunismo político que, por su apasionamiento, merecen ser rescatados del prudente manto de silencio con que los cubrió nuestra farsa que llamamos historia.


Rivera Indarte.

El Oscar evidentemente se lo lleva José Rivera Indarte, cordobés y eufórico rosista en su juventud, desde enero de 1835 publicó el “Diario de Anuncios y Publicaciones Oficiales, para Apoyar a Rosas”, y es autor también del “Himno a los Restauradores”. Unos versos en rojo punzó servirán para ilustrar tan apasionado partido:

¡Oh! gran Rosas tu pueblo quisiera

Mil laureles poner a tus pies;

Mas el gozo no puede avenirse

Con el luto y tristeza que ves.

¡Aguilar y Latorre no existen!

Villafañe, el invicto, murió…

Y a tu vida tal vez amenaza

De un malvado el cuchillo feroz.

En palabras de la citada autora, podemos decir de Rivera Indarte que “durante más de un año rindió homenaje en verso al Restaurador, hasta el paroxismo politiquero que los propios federales denunciaban excesivo”.

Luego un lamentable episodio truncó su carrera de adulador: fue sorprendido cometiendo robo sacrílego en una iglesia, y exiliado en Montevideo. De él Pedro De Ángelis escribió: “Fue ladrón de bibliotecas públicas, ladrón de bolsillos y falsario de yapa. Tan acostumbrado está al crímen que le parece cosa muy llana, eso de limpiar los bolsillos agenos; arrebatar alhajas del tesoro de una reina, llevarse una pacotilla de encerados y seguir robando libros y manuscritos de los archivos y de los Ministerios de Gobierno”.

En fin, ya en Montevideo, y sin poder adquirir jamás inspiración ni numen poético, como diría el Dr. Saldías, encontró la oportunidad de congraciarse con los unitarios: Dedica entonces “Al Tirano Juan Manuel de Rosas” unas estrofas decididamente celestes e iracundas: “tiene dentro de su alma / Aposentado el infierno”.

Más tarde, a pedido de Londres, confeccionará la macabra lista de muertos por culpa del Tirano Sangriento, que se titulará “Tablas de Sangre”. (Los ingleses, en guerra con la Argentina, ya por entonces habían visto las ventajas de la propaganda difamatoria contra el enemigo, que luego replicarían hasta el absurdo, si es que hubiera lugar para el absurdo en la cándida entelequia llamada “opinión pública”). Como la casa editorial de Londres le pagaba un chelín a razón de cada muerto, Rivera Indarte se fue en vicio: anotó entre las víctimas hasta a los propios soldados federales y partidarios de Rosas fallecidos en la guerra civil contra los unitarios y en las batallas contra peruano-bolivianos, ingleses y franceses. El argumento fue precursor: el Tirano, en su infinita maldad, había decidido presentar batalla a sus enemigos, y entonces era responsable directo por la vida de sus soldados que murieron por esa decisión.


Pedro Lacasa

Ayudante de campo del General Juan Galo Lavalle desde fines de 1839, acompañó los restos del caudillo unitario hasta la catedral de Potosí. A su regreso, a fines de los años 1840, Rosas le dio un empleo.

La gratitud hacia el caudillo federal, ahora, le inspiró sonetos y canciones rosistas que publicó en la Gaceta Mercantil y en el mentado Diario de Avisos. En agosto de 1851 estrenó en el Teatro Argentino su obra dramática “El Entierro del Loco Traidor, Salvage Unitario Urquiza.

Luego de Caseros, operó un prudente cambio de musas, y recordó su pasado junto a Lavalle, que le inspiró su “Vida Militar y Política del General Don Juan Lavalle” y también una biografía de Miguel Estanislao Soler.

De su etapa punzó queda para el recuerdo el “Soneto al 5 de Octubre de 1820”, de dudosa calidad poética y factura bastante forzada:

El suelo de la Patria conmovido

Sobre débiles bases bamboleaba

Y del Plata en la orilla se escuchaba

De un Pueblo grande, el infeliz gemido:

De la discordia el monstruo embravecido

A los porteños todos devoraba

Y en sus sangrientas garras nos mostraba

Sus entrañas y pecho dividido.

Al sud de la República, un valiente

Viendo el estado de la Patria amada,

Cortóle la cabeza a la serpiente,

Blandiendo entonces, la fulgurante espada.

Desde entonces, ¡oh patria! Independiente

A Rosas debes la quietud preciada.

Claro que a los pusilánimes del presente no se les cae una estrofa, ni siquiera alguna frase medianamente inspirada. Pero por lo menos, abrigando la esperanza de salvar a nuestro idioma de un sustantivo tan patético como “borocotazo, esperamos que estos fecundos ejemplos sirvan de inspiración a próximos tránsfugas más literarios.