martes, 22 de marzo de 2011

¡Taxi!


Fueron los antiguos romanos (cuándo no) los que inventaron el taxi. Carros de dos ejes trasladaban a los clientes y medían, mediante un sistema de ruedas dentadas (una vertical y otra horizontal), que a su vez determinaba que cada un kilómetro girara una criba con bolitas de metal y dejara caer una de las esferas en un cuenco, la distancia recorrida. Terminado el viaje el cochero contaba la cantidad de bolitas acumuladas en el cuenco, y establecía entonces la cantidad de kilómetros transitados, que era el parámetro tarifario regulado por el Estado. No había regateo ni había consideración a la cantidad de pasajeros (siempre dentro de la capacidad del vehículo, claro).

Un mito urbano de la modernidad porteña, pero que ya tiene muchos años, tantos como los relojes digitales, señala la existencia de un “piripipí legal”, es decir, de una forma de engañar al reloj para conseguir que él incremente el valor del viaje con mayor frecuencia que los 200 metros recorridos o el minuto de espera. Un viejo portero de edificio que conocí en la residencia donde estudiaba, hace ya como veinte años, y que había sido tachero por muchos años, me afirmó que el mito era cierto, y que se traducía en una forma generalizada de conducir el taxi.

La maniobra es la siguiente: se acelera el auto más de lo necesario con antelación a una detención segura (por ejemplo, un semáforo en rojo a 50 metros, o un embotellamiento), y luego se lo frena bruscamente. El reloj viene contando los metros en función de los giros de su mecanismo, que ante la interrupción repentina, por inercia, siguen un poquito más, y cuentan más metros recorridos que los realmente realizados. Sencillo. Cualquier usuario puede constatarlo en cualquier momento. Una vez detenido el vehículo bruscamente, pasados unos segundos en el semáforo, cae la siguiente ficha, sin que la espera o cualquier otra causa manifiesta lo justifiquen.

Es una maniobra trivial, una picardía, un pecado de niños. El robo de metros no implica, para tranquilidad de los usuarios, una diferencia significativa, de 2, 3 pesos, 4 tal vez si el viaje es un poco más largo. Por ejemplo, para un viaje de 6.000 metros exactos que realizo a diario, el costo debería ser de $ 23,20. Con esperas en semáforos, sube a $ 26,10 en la peor hipótesis, más probablemente, a $ 24,94, $ 25 redonditos. Sin embargo, y fuera del horario pico, con buena fluidez en el tránsito, en esos 15 a 20 minutos de viaje uno gasta unos $ 27,84, que por supuesto, son $ 28 redondos, $ 30 si uno tiene la costumbre de dejar propina. Como digo, el resultado de tanta frenada son $ 2 ó $ 3 de diferencia.

Lo incómodo, que a mí ya me tiene bastante molesto, es la forma generalizada de conducir de la que hablaba más arriba. Ver al chofer estirar la tercera y poner la cuarta a metros de decenas de luces rojas de frenado que indican que indefectiblemente habremos de detenernos, soportar el saludo con la cabeza que la frenada brusca provoca y rogar porque ninguno nos choque de atrás, son todos aspectos de una antipatía que va creciendo con la repetición de los episodios. Ya instalados en el tráfago, las aceleradas para avanzar 20 metros y las subsiguientes frenadas intempestivas, fuera de lugar y de oportunidad, terminan por dibujar un gigantesco culo en mi cara, que es difícil pueda retirarse de ella hasta que no pongo la llave en la cerradura de la puerta de casa.

Insisto, la picardía de rapiñar unos centavos con el asunto ése del mito del “piripipí legal” me tiene sin cuidado. El usuario de taxi debe calcular elásticamente el costo de su viaje, porque está sometido a un sinnúmero de imponderables. Lo que es realmente exasperante es cómo una suposición casi supersticiosa, pero en todo caso, sin un resultado económico sensible, puede dar lugar a una forma de conducir tan pelotuda, incómoda para el pasajero y supongo que también incluso para las pastillas de freno. Y ello es todavía más grave cuando tal conducta se uniformiza como una religión sometida a compulsivos rituales. Cualquier pibe que agarra el taxi las primeras semanas conduce normal, pero al mes o a los dos meses está haciendo las mismas gansadas que el resto.



Otras cosas que me molestan del servicio:

1) El conductor maleducado, que ni saluda cuando uno sube al taxi, o responde al saludo con una interjección gutural, pero que tres cuadras antes de llegar a destino hace algún comentario amistoso, generalmente vinculado con el clima, o con el culo de “esa mina”, para ganarse la propina.

2) La falta sistemática de cambio. La última que padecí, respectó a un pago con un billete de $ 50 para un viaje de $ 32 en el que le dije que cobrara $ 35. Obviamente, kiosco de por medio, le terminé dejando $ 30 ¿Hice mal?

Un billete de $ 100, que la obtusidad oficial considera todavía un papel fuerte, y que como alguien apreció, hoy día está más equiparado a los viejos $ 10 que a los viejos $ 20, sigue siendo para ellos algo así como un violeta pero de € 500, por más que todos los viajes que uno pueda realizar en Capital se ubican en una franja de entre $ 30 y $ 80, y ni hablar si son después de las 22 hs.



3) El conductor que recién empieza. Debería ser a estas alturas un artículo de museo. Sin embargo, cada vez abunda más. Debe el cliente decirle exactamente todas las calles del itinerario, pero por las dudas, no distraerse un segundo leyendo el diario, porque seguro que se pasa de largo, y luego hay que dar una vuelta, entre disculpas y redondeos, que siempre terminan beneficiándolo.

A un amigo y a mí intentaron hacérnosla en Montevideo, delante de la Municipalidad, en la 18 de Julio. Íbamos para Pocitos por la Costanera. Un viaje idóneo hasta para un ciego. Sin embargo, apenas nos subió, encaró para el lado opuesto. Advertido por nosotros de su falla, explicó que recién empezaba en un taxi, que se había pasado 14 años trabajando en una oficina, a lo que le respondimos si además de trabajar vivía y dormía adentro de la oficina, porque no hay que ser taxista para saber cómo andar por la Costanera (siempre derecho, con el río a un costado, ¿no?).

A un amigo de ese amigo de la anécdota anterior lo intentó pasear un taxista el sábado pasado. El pibe le dijo minuciosamente todo el camino, pero sin embargo, donde tenía que doblar se distrajo y siguió. Su excusa fue que era chileno, a lo que el otro le replicó que lo cierto era que no conocía las calles, y que entonces no podía conducir un taxi (estamos hablando de las calles y avenidas más conocidas de Buenos Aires, zona de turistas y postales), a lo que el conductor a su vez contestó, con algún desequilibrio de entendimiento o de susceptibilidad también frecuente en la profesión, que no lo tratara de analfabeto, que él era maestro. Bueno, para hacerla corta, el resultado fue que el taxista se bajó, el pibe también, el taxista le tiró una piña, y el pibe, que la esquivó, le rompió la cara. Los dos en la comisaría hasta las 2 de la madrugada.

Para información del lector, probable usuario, aunque sea esporádico, del servicio de taxis (la calle no está para andar esperando el bondi a las 2 de la mañana en Santiago del Estero al 1.400): Los choferes de taxi tienen la obligación de hacer un curso especial tanto de civismo e idoneidad conductiva, cuanto de calles y planos de Buenos Aires, con examen incluido. Claro está, la crisis, blablá, la necesidad, blablá, perdí el laburo, blablá, no tuve tiempo de hacerlo, blablá, mientras estudio ya comienzo a trabajar porque blablá… La cantinela de siempre. Total, el que se jode, es el usuario. Como decía Nirvana, serve the servants. Innovador concepto de “servicio”. Muy a la socialista. O sea, agua y ajo.



4) El que no lleva niños. Ocho treinta de la mañana. Garúa finito, que cala los huesos, no pasa ni el loro por la calle. Esperando para llevar al párvulo al cole. De pronto aparece el techo amarillo, allá en el fondo. Uno deja al pibe en la vereda y baja al asfalto a sacar la mano como un poseído, porque media docena de oportunistas, al verlo esperando en la esquina, caminaron media cuadra hacia delante para ganarle de mano y robarle el taxi. El taxi se detiene junto a uno. Uno se da vuelta para agarrar la mano del pequeño, y el taxi, al ver que viaja un niño, arranca de golpe y velozmente se pierde en la espesa mañana de Buenos Aires. Uno putea. A uno le pasó ya varias veces, así que tiene que entender que se trata de una nueva costumbre instalada. Ignoro cómo se portarán los demás chicos arriba de un taxi. El mío se porta bien. Pero más allá de ello, lo interesante sería que no lo ignorara el INADI. No son cantitos xenófobos de hinchadas de fútbol, ni negritos que se bañan con agua caliente. Es la privación de un servicio público irregular (porque le falta la característica de regularidad horaria y de uniformidad territorial) por una discriminación etaria. Un servicio que el Estado debe garantizar en sus otras características: continuidad, libre acceso, universalidad, no discriminación.

5) El perverso y el psicópata. Algo de todo ello ya lo trató Scorsese en Taxi Driver, así que no nos detendremos mucho en ello. Primero, porque la película es demasiado buena y es imperdonable que algún lector no la haya visto. Segundo, porque el tema es tan desagradable como los exponentes. De los dos tipos, me quedo con el psicópata (más a la manera de Taxi Driver). El perverso me resulta repulsivo. Si continuamente está buscando el compinchismo, y que todos los temas desemboquen en sus fantasías retorcidas cuando viaja con un varón, no me alcanzan las palabras para describir mi repudio cuando viaja con una mujer. Recomiendo a las mujeres bajarse de inmediato ante la menor insinuación (por ejemplo conocido y directo, comentarle a la pasajera qué buenas tetas tiene una chica que pasa caminando), en la primera esquina, sin pagarle, y caminar hacia algún lugar habitado, sea negocio, parada de colectivos, etc. Siempre el celular debe estar en la mano, y siempre también deben tomarse los datos del auto, y cuando es posible porque tiene el cartelito en el respaldo, los del chofer.



6) El que anda con las ventanillas bajas en pleno infernal verano. Es una variante del “piripipí legal”. Un ahorro ínfimo en combustible que resulta tan inexplicable como incómodo, metidos dentro de una lata con vidrios como lupas bajo un sol inclemente.

7) El que tiene el auto sucio. ¿Cuánto cuesta una buena funda impermeable de asientos?

8) Un largo etcétera, que espero completen los lectores con los comentarios.

viernes, 18 de marzo de 2011

I-nada-guración

Ruta 18 de Entre Ríos.

Prendo la tele hoy a la tarde y veo que muchos canales, casi todos los canales de noticias y algunos de aire (América 24, Canal 26, Crónica TV, C5N, Canal 9, ATC-Televisión Pública), en una nueva y mala costumbre, parecida a los "comunicados" en cadena nacional de un gobierno militar o de un gobierno civil pero con monopolio de los medios de comunicación, estaban pasando exactamente la misma imagen con el mismo audio, sin que fuera por supuesto Cadena Nacional, simplemente como obedientes repetidoras.

Teniendo en cuenta todas las tantas cosas que pasan en la Argentina y en el mundo (Libia, Yemen, Bahrein, Arabia Saudí, Japón, etc.), interrumpir la programación del 50% de la grilla con más audiencia, durante aproximadamente una hora y en horario central, supone una motivación verdaderamente trascendente. De modo que me dispuse a ver por un rato de qué se trataba, pese a que la pantalla me devolvía el ya gastado cuadro de folletín agotado por el hartazgo, de la viuda llorosa, heredera de una pasión, continuadora de una lucha humilde, tesonera y venerable, contra los molinos de viento de insondables poderes malos, sucios y feos que conspiran para empañar tanta grandeza.

Como de costumbre, un importante marco de pobres y miserables movilizados por la necesidad y las zanahorias organizativas del aparato (ese aparato que tanto denostamos cuando no está en nuestras manos, y del que hacemos abuso exasperante, hasta el absurdo, una vez que disponemos de la caja y de las mieles de la prebenda): aunque se empeñen los periodistas en cotizarlo en una determinada cantidad de pesos, conviene advertir a los pobres deshilachados que la limosna está condicionada por el carómetro. A uno le pueden dar un fernet de segunda marca, a otro dos marquillas de cigarrillos, a otro un par de porros, a otros $ 70, o $ 40, o $ 20 más dos boletos de colectivo, etc.

En fin, lo cierto es que el marco de otro discurso igual a tantos y tantos con que nos bombardean cotidianamente (¿nadie calculó el costo del desgaste? ¿acaso el cansancio y el aburrimiento no son factores a considerar en toda campaña, aun contando con los millones que nos expolian de impuestos?), engalanado por cientos de banderas faroleras, gordos enfundados en camisetas de regalo de la ANSES, el PAMI, Aerolíneas, morochas desdentadas gritando en una histeria similar a la que genera una estrella pop, llevando las manos hacia adelante para intentar alcanzar al ícono que se alzaba, a considerable distancia para evitar tanto calor popular, con el consabido vestuario negro que nunca se repite, y que la revista Noticias calculó, en estos 150 días de luto, en no menos de 42 metros cuadrados (un funcional de los grandes, o un 2 ambientes como el que me abrigó durante 10 años)... Lo cierto es que con ese marco, uno no podía menos que prepararse para un gran acontecimiento. Lo que se estaba por comunicar nos cambiaría la vida a todos.

Siempre fue uno de los clichés de la política la inauguración de obras. Esa vertiente de la gestión siempre, por su carácter empírico y concreto, implicó grandes organizaciones, discursos, concentraciones de muchedumbre, banderas, trompetas, cintas que se cortan con tijeras de oro, más discursos triunfales, con pases de factura, con eslóganes de mejor hacer que decir, etc.

El texto que aparecía al pie de pantalla decía lacónico "Autopista Paraná-Concordia", mientran con la voz quebrada la oradora no paraba de hablar de cualquier otra cosa, en general, de autobombo y politiquería de corte netamente electoral. Por un momento me embargó el entusiasmo. Sumé 2 + 2, y me dije: "¡Zas! Está inaugurando una autopista".

Sin embargo, a poco de andar, y de no ver que la muchedumbre se apoyaba sobre los pilotes de la flamante autopista, saludaba desde los impolutos puentes de concreto, arrojaba los cascos amarillos al cielo en algarabía por la tarea terminada, nuevamente la desazón me volvió a la realidad, que no sé si supera a la ficción en impacto, pero sí en ridículo.

Conmovedor anuncio del avance de un trámite. Para la próxima, se agregan: acto para anunciar la puesta a la venta de los pliegos licitatorios; acto para cada circular aclaratoria; acto para la precalificación de oferentes; acto para la apertura de los sobres Nº 1; acto para la apertura de los sobres Nº 2... Siempre se puede mejorar. Nunca menos...

La oradora estaba discurseando y bajando línea en esa colorida concentración para... anunciar que le adjudicó, al grupo de amigos contratistas, una obra que con suerte demorará 3 años... una vez puesta en marcha, claro, circunstancia que, de la mano de la elaboración y aprobación del proyecto ejecutivo, plan de impacto ambiental y otras cositas no menores, suele consumirse otro año preliminar. De modo que la oradora doliente y enlutada con prendas que usará una sola vez, probablemente no vaya a inaugurar la obra terminada ni siquiera en el transcurso de su hipotético e improbable segundo mandato.

Seguramente inspirada por esa certeza, decidió cortar por lo sano, e inaugurar la adjudicación. Probablemente la encontremos el mes que viene por los mismos sufridos pagos inaugurando la firma del contrato de obra pública, y tal vez seis meses después inaugurando el acta de inicio de obras...

Pero tampoco hay que extrañarse. Haciendo un poco de memoria (y recurriendo al machete de google), nos encontramos con que "en septiembre pasado el ex presidente Néstor Kirchner llegó al mismo lugar para, junto con el gobernador Urribarri, presidir la apertura de sobres de la licitación de la autovía Paraná-Concordia". Y que tal evento también contó con el multitudinario y variopinto marco.

Uno no puede evitar siempre volver a la autorreferencia: ¿Qué me llevaría a mí, vecino de determinada ciudad, a acudir a una inauguración? La respuesta, sin dudas, está vinculada en primer lugar con la novedad de ver una obra nueva terminada, apreciarla, estudiarla, disfrutarla con la vista o estrenarla si ello fuere posible.

¿Qué piensan los pobres vecinos que van una y otra vez a escuchar las jaculatorias y catilinarias de multimillonarios de cómoda situación y absoluta ajenidad, que vienen hasta este lugar alejado de la mano de Dios, una vez cada tanto a hablarles con soberbia de cosas que no hicieron, y demandar por ello que les besen los pies? No puedo concebirlo. Lo único que se me ocurre como respuesta es la resignación del absoluto derrotado. Un par de besos al fernet tibio y puro, un par de pitadas profundas al cigarrillo infrecuente, el crujir de un billete con la cara de Sarmiento en el bolsillo... Se ve que tan sólo con ello basta.

Guadafaunas accidentados en Ruta 18 de Entre Ríos en 2009. ¿Alguien supone algún cambio para los próximos cuatro años?


Datos técnicos:
- Extensión: 262 km.

- Tiempo estimado de construcción: 36 meses (la experiencia arroja al menos un 33% más).

- Presupuesto: $ 1.997 millones
(cuando fue NK, a la anterior inauguración 6 meses atrás, el presupuesto era de $ 1.745 millones... hay que ver en cuánto termina la epopeya).

- Costo por kilómetro: $ 7.622.137 (US$ 1,87 millones).

Referencia comparativa (RP 55 / RN 148, entre Villa Mercedes y Arizona, San Luis):
- Extensión: 256 km.
- Tiempo efectivo de construcción: 12 meses (tal vez uno o dos más, por temas de señalización).
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Presupuesto: $ 512,6 millones.
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Costo por kilómetro: $ 2.002.344 (US$ 0,5 millones).

Colectivo volcado en Ruta 18, a 55 km de Paraná, en enero de 2010. Un muerto y 20 heridos.

jueves, 17 de marzo de 2011

Todo Negativo


En realidad, el idóneo para opinar sobre esta materia es Mensajero, y de él espero el atildado e ingenioso comentario a que nos tiene bien acostumbrados. Sin embargo, algo tengo que decir de ese eslogan jocosamente ridículo y de ingenua pretensión efectista.

La explicación es evidente: un juego de palabras con el Nunca Más, ese libro reaccionario y funcional a los genocidas que encontraba unos ocho mil y pico de muertos en donde deben hallarse indudables treinta mil. Pero claro, así como la sociedad aplaudiera el “nunca más” de aquello, también debería aplaudir (porque parece que hay una lógica inefable en ello) el “nunca menos” de esto.

Ocurre que las construcciones compuestas suelen divergir en sus implicancias semánticas. Así como el “más” es más polisémico que el “menos”, el “nunca más” contiene significaciones que en el caso del “nunca menos” no le son oponibles como antinómicas, porque las primeras pueden referir a una apreciación temporal (como es precisamente el caso en el deseo hecho libro del Nunca Más), mientras que las segundas siempre se limitarán a denotaciones cuantitativas, o incluso cualitativas.

Entonces, cualquiera mínimamente avispado puede simplemente continuar la frase con alguno de los tantos sustantivos con connotación negativa que ornan los aciagos tiempos que siguieron a la crisis y fueron signados por ella hasta la actualidad, y hacerse un picnic de panfletos y afiches, siempre y cuando, claro está, cuente con el presupuesto que ese empapelado urbano requiere. Algunos ejemplos: “Nunca menos inflación”; “nunca menos inseguridad”; “nunca menos pobrerismo”; “nunca menos inoperancia”; “nunca menos impunidad”; “nunca menos corrupción”; “nunca menos soberbia”; “nunca menos narcotráfico”; “nunca menos impostura”; “nunca menos vagos”; “nunca menos subsidios”; “nunca menos deterioro”; “nunca menos falta de respeto”; “nunca menos mala educación”… y así podríamos seguir largo rato.

Vamos a sustraernos de esa tentación, y dejarle el privilegio a los más dotados para las artes gráficas. Solamente limitémonos a consignar el asunto conceptual. El “menos” es un adverbio comparativo, que clama por un adjetivo o un sustantivo que lo acompañe. Esa necesidad se forma espontáneamente bajo la mollera del observador, y es muy difícil que desemboque en un resultado positivo para reafirmar la intención postulada.

Después de todo, “nunca” y “menos” son dos adverbios negativos.

Y se sabe: a diferencia de las matemáticas (intrínsecamente unívocas), en la lengua (siempre equívoca), no siempre negativo y negativo resulta en positivo.


miércoles, 9 de marzo de 2011

Notebooks


Desde Edipo de Tebas, el tabú del incesto roto por circunstancias trágicas que exceden a los protagonistas, ha repicado periódicamente en la literatura. Un punto sin dudas relevante lo marca Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello, aunque con algunas moderaciones que, cualquier avispado, puede bien enderezar hacia el concepto con sólo omitir el sufijo -stra. Otro caso interesante lo presenta uno de los cuentos de Hierba del Cielo, de Marco Denevi, aunque en clave homosexual, y con la circunstancia de que el padre pretende reencontrarse con su hijo, sabe que es su hijo, mientras que el otro, transformado en un gigoló de hombres, piensa que se trata de un viejo lascivo de ésos que acostumbran pasearse por el bar en el que sirve tragos para levantárselo. Un caso menor en ese repiqueteo, ciertamente olvidable, lo representa la película de Fito Páez Vidas Privadas, cuyo guión fuera escrito en colaboración con Alan Pauls, y que cuenta una sórdida relación masturbatoria entre una mujer de mediana edad, ex detenida-desaparecida, y su hijo, gigoló de mujeres, en la que ambas partes desconocen la identidad de la otra.



Saliendo de la más visitada línea del tabú, a saber, la de los ascendientes y descendientes, también se ha oteado en la línea de los hermanos. Sugerida frecuentemente como amenaza que se cierne entre los enamorados protagonistas en esos culebrones de televisión en que la larga e intrincada trama sucede puertas adentro de la imponente mansión, en un marco endogámico, pletórico de engaños y relaciones paralelas, y que para el alivio de las amas de casa, no resulta en otra cosa que un opresivo malentendido; ha encontrado una más perturbadora alternativa en una película como Ángeles e Insectos, situada en la Inglaterra victoriana y que presenta una relación incestuosa entre dos hermanos rubios, que a espaldas del guampudo entomólogo morocho, hacen niñitos rubios, casi albinos, a razón de no menos de uno por año. Se me ocurre también, aunque en ésta no concurre la circunstancia del desconocimiento del vínculo, la estupenda El Castillo de la Pureza, del gran Arturo Ripstein.



Claude Lévi-Strauss ha detectado en el tabú del incesto el umbral de transición entre Natura y Cultura (entendiendo que una vez ésta enseñoreada en la vida humana, la otra cae definitivamente en el crepúsculo). Esto allí, porque el tabú del incesto, presente en la totalidad de las etnias humanas, aun en aquéllas más aisladas y distantes, representa por ello mismo una regulación de carácter natural. Pero asimismo, en atención a su carácter eminentemente variable en cada formulación particular, tiene una nota típicamente cultural. Se trataría entonces de una norma natural con un contenido cultural. En efecto, así como en algunas culturas solamente concierne a las relaciones entre ascendientes y descendientes, y hermanos, en otras se proyecta hasta los tíos y primos, o incluso se proyecta hasta el más lejano parentesco por línea paterna y admite en cambio grandes cercanías por línea materna, o viceversa, como ocurre en diferentes culturas de la Polinesia y Melanesia.

Dejaremos fuera de la enunciación, en cambio, el caso de las nupcias entre hermanos de carácter sagrado, tales como las que se verificaban en Egipto o en la familia Inca, puesto que éstas sólo conducían a reafirmar en lo simbólico el carácter supra-humano del soberano y de su sangre, emparentado con el sol o con el plano superior de lo divino, y por tanto, insusceptible, en su investidura, de contraer matrimonio con una mortal. Es tan claro que Tutankamón no era hijo de Akenatón y Nefertiti, sino del faraón y de una manceba; como que Cleopatra VII (de 18 años) no tenía relaciones con su hermano y esposo Ptolomeo XIII (de 12 años de edad); y como la función que cumplían las vírgenes del Sol en la dinámica sucesoria del Inca.



En fin, el fin expreso y primordial que perseguía la institución romana del matrimonio era evitar la turbatio sanguinis.

Y a ello vamos con todo este introito. Después de todo, como consigna el título, la idea de este post está en esbozar algunos trazos de cuentos más o menos circulares más o menos entretenidos, a la par que actualizados a la realidad que nos circunda y condiciona. Borges y Bioy, en sus Cuentos Breves y Extraordinarios, realizan una compilación de estructuras argumentales sintéticas, y a través de muchas de ellas, rescatan el valor literario de las notebooks, género que resulta entonces en la simple y directa belleza de una gema desnuda de ornamentos.

Se va la primera:

Un matrimonio de hombres entabla una amistad con un matrimonio de mujeres, en el seno de una comunidad subcultural de ésas que suelen establecerse en algunos círculos urbanos modernos. Si bien ambos matrimonios puede adoptar, optan por reproducirse con sus propios genes, como también es costumbre en esos círculos de marras, muy a pesar de la teatral proclama de Pepito Cibrián en el Congreso de la Nación con su inmortal “¡Marica!”.

Así los hombres vierten en un recipiente sus simientes mezcladas, en un acto de comunión propio de su sacrosanto amor, y la mezcla va a parar a sendas jeringuillas, para ser aplicada, en porciones aproximadamente iguales, en la matriz de cada una de las mujeres, que como suele acontecer en las parejas de mujeres, tienen sus ciclos sincronizados y se encuentran ovulando.

Ambas mujeres resultan fertilizadas, y tras nueve meses, entregan una criatura a los hombres (un varón) y se quedan con el otro bebé (que resulta ser una nena).

Con el tiempo los matrimonios se separan. Los varones se dirigen a Ámsterdam, en donde uno de ellos consiguió un atractivo empleo, y las mujeres permanecen en Buenos Aires. Pasan los años, los chicos crecen, y se vienen a encontrar ya jóvenes adultos, en Madrid, en donde se enamoran, copulan y engendran.



Comentario:

La literatura, para ser tan fecunda al menos como estas tres parejas, a fecunda en premios internacionales me refiero, debe contener un mensaje, manifestar un compromiso. Como sabemos, la cultura occidental es siempre antes sartreana (Premio Nóbel, 1964; con rechazo magnánimo incluido) que borgeana (eterno campeón moral en esas lides vinculadas con el reconocimiento académico). Es por ello que en esta ocasión rescataremos como relevante el mensaje positivo, que viene a enervar el argumento retrógrado y cavernícola de los reaccionarios de siempre, que conducía a sugerir que los niños criados por homosexuales también resultan homosexuales.

Variante:

Empero, para evitar cualquier ataque o susceptibilidad, y poder entonces sí dar rienda suelta a la libertad creativa, se puede plantear la siguiente variación:

Un matrimonio heterosexual que no puede tener hijos luego de años de intentarlo, decide consultar a médicos expertos en infertilidad. Allí los convencen, a cambio de una abultada suma de dinero, de someterse a una fecundación in vitro: se extrae un óvulo de la mujer y se toma una muestra de semen del marido, y se produce la fecundación fuera de los cuerpos, para luego depositar un par de embriones en el útero. Otro par se congela, ya que destruirlos está legalmente prohibido. La mujer queda embarazada y da a luz a un niño. Los otros embriones congelados son luego utilizados de forma espuria por el personal que custodiaba su depósito, y colocados en una segunda mujer. Una ingenua pareja, que en verdad era estéril sin remedio, se come el sapo y tiene y cría a una nena que asume como propia. Pasados unos cuantos años, ambos jóvenes, ya adultos, se encuentran, se enamoran, y no sólo copulan, sino que incluso se casan. Y encima, no tienen la mala suerte de sus respectivos padres y enseguida les regalan un nietito. Los cuatro abuelos comentan alborozados en el mismo sanatorio ese viraje providencial en la suerte reproductiva de la familia.



Comentario:

Nuevamente se impone la necesidad del mensaje positivo, del compromiso intelectual del autor con su tiempo y con el progreso de la sociedad. Aquí lo que se puede rescatar es la crítica solapada al dogma de la existencia de la persona desde la concepción. Si en efecto, los embriones no utilizados se hubieran destruido de inmediato, se hubiera evitado el ulterior incesto. De paso, esa línea de razonamiento abre las puertas a un nuevo avance de la sociedad en su carrera de progreso indetenible, hacia la felicidad completa del ser humano mediante la consagración como derechos de todos sus caprichos. Nos referimos, claro está, a la legalización del aborto, que sólo puede prosperar en tanto se modifique el concepto de persona que, con prejuicios inaceptables y preconceptos religiosos, estampara el Torquemada de Vélez Sársfield en nuestro vetusto e indignante Código Civil.