viernes, 25 de febrero de 2011

¿Cuál será la bandera en el año 1432 de la Hégira?

Vista de la ciudad de Trípoli. Antes de los hechos presentes, Libia era el país con esperanza de vida más alta de todo el continente africano (74 años), el que ocupaba el primer puesto en el ínidice de desarrollo humano y el del PBI nominal per cápita más alto.

Luego de otorgarle su independencia bajo la forma de una monarquía federativa, las potencias aliadas ganadoras de la Segunda Guerra (que se habían hecho cargo de la administración del inmenso territorio situado en el Magreb luego de la derrota italiana), especialmente el Reino Unido de Gran Bretaña y la República Francesa, se lamentaron eternamente de su "generosa" decisión.

En último lugar, porque ese gesto desencadenó una reacción de proporciones totales en África, y aceleró el proceso de descolonización (del cual la Francia se habría de lamentar más que su piratesca aliada, al perder con sangre y con dolor su joya mediterránea, la provincia vecina de Argelia, en donde habitaba más de un millón de franceses, que además de retornar a la tierra de los francos con el rabo entre las patas, abrieron el camino para una intensísima migración de argelinos, tan entusiastas ellos para independizarse, como para terminar disfrutando de las delicias primermundistas en la metrópli al Norte del Mare Nostrum -¿o Mare Suum?).

En primer lugar, porque Europa perdió la oportunidad de hacer pie efectivo y permanente, de generar un enclave duradero y estabilizador, en una región ampliamente orientalizada. Si hoy los EE.UU. valoran la existencia del Estado de Israel como un bastión inestimable de la avanzada de la "civilización occidental" (bueno, en esto los yanquis suelen ser bastante simplistas), ¿qué podrían haber dicho en su caso los europeos, para justificar ante la historia el abandono de un territorio que creían yermo y bárbaro (los italianos debieron conformarse con él, porque el resto del África ya estaba colonizado), con menos de un millón de habitantes disperso entre tribus nómades del desierto, y que terminó revelándose como noveno reservorio mundial del codiciado petróleo y como poseedor de una riqueza de aguas subterráneas que en un futuro será invaluable (un gigantesco lago de agua dulce en medio y debajo del Sahara, de la superficie de toda Alemania)? Una ocupación europea de un territorio desocupado que hubiera sido prácticamente gratuita, puesto que había imperiosa necesidad de dar un lugar a los nutridos contingentes de italianos que huían de la miseria de posguerra, y muchos de los cuales llegaron entonces a la Argentina de Perón.

Pero en fin, lo hecho hecho estuvo, y a partir de allí las relaciones entre esa árida tierra de paradójica bandera verde y el Viejo Continente conocieron avatares diversos y fluctuantes, cuyas manifestaciones más recientes recuperaban la utilidad estratégica de la vieja colonia tempranamente beneficiada con la independencia. En efecto, Silvio Berlusconi había obtenido de su par Khadaffi un tratado muy beneficioso para la estabilidad de la región, cambiando inversiones italianas en infraestructura por control migratorio (sobre todo, y obviamente, de las masas provenientes del África Subsahariana).

Pero el tema de este post es la bandera.

En función de una reciente conversación con El Isáurico, me ha despertado nuevamente el bichito vexilológico, y he decidido entonces compartir con ustedes la rica historia de las banderas libias.

Luego de una pesquisa de rigor por los lugares acostumbrados, debe uno abocarse a una depuración coherente de un sinnúmero de versiones y confusiones que en su momento despertaron polémicas… Antes de la consolidación de los Estados nacionales luego del proceso de descolonización (que justamente se inició con Libia en África), las personas y los Estados no eran tan rigurosos en punto a una homogeneización racionalista de sus símbolos, y se limitaban a ellos con los dos preeminentes propósitos de la identificación y la motivación de las tropas. De modo tal, que para el primero, alcanzaba muchas veces con el empleo de colores distintivos; y para el segundo, se incurría frecuentemente en la superposición de símbolos y estandartes en una concepción antes bien favorable a la suma, que a la síntesis.

1710 / 1727

Trípoli fue conquistada por los turcos de Solimán el Magnífico en 1551. Hacia 1710, el gobernador Ahmed el Karamanli reunió las tres provincias de Tripolitania, Cirenaica y Fezzan y creó un principado hereditario (Regencia de Trípoli), garantizado por Constantinopla en 1727. El 1º de junio de 1835, el Imperio Otomano destronó a los Karamanlis y sometió el área a su administración directa, a través de la designación de un gobernador (pachá).

Durante el período de la dinastía de los Karamanlis, se emplearon divisas con diferente número de barras horizontales, alternadas rojas y amarillas; que flamearon en las fortalezas costeras de Trípoli, Bengasi y Derna.

Dos versiones bastante consolidadas de esas banderas son la de 11 y la de 5 barras:



Siglo XIX

Bajo dominación turca, Trípoli adoptó variados diseños de barras horizontales verdes, blancas y rojas, de los cuales aquél que ha obtenido mayor consenso a partir de información consolidada y coincidente de observadores de la época, es la que sigue:


1947-1951

La primera bandera utilizada en Libia en el siglo XX fue la correspondiente al Emirato de Cirenaica (en árabe, Barqah, cuya ciudad principal es Bengasi). Idris el Senoussi fue entronizado como Emir por los italianos, el 25 de octubre de 1919 (la autonomía fue decretada una semana después). El Emir tuvo desde entonces autoridad solamente sobre las regiones de Koufrah, Djarabouh, Audjila y Djalo, con Adjedabia (Agedabia) como capital.


1951-1969

Proclamada la independencia, y ascendido el Emir de Cirenaica (líder de la dinastía Sanussiyya) al trono del Reino Unido de Libia, el 24 de diciembre de 1951 como Rey Idris I, su estandarte se transformó en enseña real, agregándose una corona blanca en el cantón:


Rey Idris I

En el mismo período, se dispuso que la bandera nacional fuera aquella integrada por la enseña del Emirato de Cirenaica, flanqueada por dos franjas horizontales. La superior, de color rojo, representaba a la región de Fezzen o Fazzen, y la inferior, de color verde, a la región de Tripolitania. De tal forma, quedaba gráficamente expresado el Reino Unido de Libia. La organización federal fue finalmente abolida el 27 de abril de 1963.


1969-1972

Con la revolución de los jóvenes oficiales, entre los que estaban Khadaffi y Jallud, el 7 de septiembre de 1969 se depuso al rey y se proclamó una república enmarcada en el proyecto panarábe. De tal forma, primero informalmente, y luego de forma oficial, se proclamó como bandera aquélla del movimiento supranacional, compuesta de tres franjas horizontales iguales roja-blanca-negra.


1972-1977

Entre el 1º de julio de 1972 y marzo de 1977 rigió la Federación de Repúblicas Árabes (Egipto, Siria y Libia), que adoptó la bandera tribanda roja, blanca y negra, con el halcón de Quraish en dorado hacia el asta, sobre la franja blanca, y con una pequeña inscripción debajo con el nombre del país de que se tratara. Posteriormente, Libia la abandonaría en 1977 con la “Revolución Verde”, Siria adoptaría tres estrellas verdes para reemplazar al halcón en 1980 (símbolo de la unidad perdida, y manifiesto hacia el futuro) y Egipto mudaría al pequeño halcón por la más imperial águila en 1986.

1977-2011

La bandera uniforme verde fue adoptada a partir de la “Revolución Verde” (Jamahiriyya: el Estado de las Masas) y la salida, de parte de Libia, de la Federación de Repúblicas Árabes. Su simbolismo expreso está vinculado con la devoción por el Islam (un texto del Profeta en un hadiz sostiene que “el agua, el verdor y una cara hermosa” son tres cosas universalmente buenas; las almas de los mártires ingresan en el Paraíso bajo la forma de aves de color verde). Actualmente el 97% de la población es devota del Islam, y se registra también una importante minoría católica. Curiosamente, el verde simboliza al catolicismo en la bandera de Eire.


Si bien el árabe es el idioma oficial, es muy hablado el bereber; y el italiano es ampliamente comprendido en todo el inmenso territorio. La bandera italiana tiene los colores de la provincia turca de Trípoli.


miércoles, 9 de febrero de 2011

Descarrilando

Cuando al caer la tardecita aquel niño vadea la puerta de la casa de adentro hacia fuera es que ya ha llegao a adulto. Llegar a muchacho era para uno la no tan aliviada época de ganarse el puchero en serio. Sin embargo hoy pienso que, casi casi, uno ya se ganaba la sopa, y tal vez un poco más, mucho antes de saber por qué. Hacer una changuita a los 7 u 8 años era cosa que no asustaba a nadie. Cortar yuyos, acompañar al turco vendedor de ropa por las estancias, juntar el ramerío de la poda y mil tareas más, eran la forma más sencilla de arrimarle fideos a la olla.

Testimonia José Larralde en la hermosa milonga Galpón de Ayer, que pinta las imágenes de la orilla de un tiempo pasado, “que de tan hace poco, no son historias todavía”.



Yo tuve un tío al que quise mucho, de origen calabrés, nacido en Pompeya y criado en Villa del Parque cuando casi no era Buenos Aires, pasando los andurriales del Maldonado, y bastante más también. Su padre, Don Pepe, iba y volvía todos los días a y de La Boca, en donde trabajaba como jornalero, caminando para ahorrarse el tranvía. Su madre lavaba para afuera. Él ya de muy chico empezó con las changuitas, casi sin darse cuenta. Como mandadero del carnicero de la cuadra, llevaba a su casa algún churrasco de vez en cuando. Y por las noches acompañaba a su hermano un poco mayor, que cantaba tangos por los bares mientras él pasaba la gorra.

Yo tuve un abuelo al que quise mucho, de origen calabrés, nacido en un pueblo pequeño que todavía hoy es un pueblo pequeño, a orillas del Paraná, y huérfano de madre desde los 8 años. El padre se mataba trabajando de sol a sol para criar a sus nueve hijos. No había demasiado tiempo ni para el amor, ni para la contención, ni para el apoyo escolar. Con uno de sus hermanos, a veces con dos, cargaban el trabuco naranjero con carozos y le tiraban a las copas de los árboles, luego de disponer una red atada entre dos o más troncos en el monte. Caían pajaritos que luego ellos vendían en la estación ferroviaria, para amenizar la polenta. Todos ellos no sólo resultaron gente de trabajo, sino que prosperaron con sus respectivos oficios y alcanzaron un módico pero aún hoy recordado reconocimiento, cada uno con lo suyo. Hace muy poquito falleció el último, el benjamín, y ya sus vidas parecen más cercanas a la leyenda que a la realidad. Sin embargo, todos fueron habitantes del mismo siglo en el que nací y viví la mayor parte de mi vida.



Hace un par de día, en La Plata, una banda de chicos de entre 7 y 9 años asaltó a una señora que atendía en un kiosco. No sólo la desvalijaron, sino que también la golpearon e insultaron. Al día siguiente (creo que fue anteayer) un chico de 8 años atacó a una joven que atendía en una pañalera de barrio, también en La Plata. La amenazó con un cuchillo, la golpeó sádicamente en la cara y la cabeza, y protestó porque ella no tenía en la caja billetes grandes. Sospechaba que le estaba mezquinando el botín, y eso lo cebaba para pegarle un poco más.

Hace un par de días también, unos marginales provenientes de la villa De La Cárcova (que no es un accidente geográfico, como suponen casi todos los burros periodistas, sino el apellido del pintor de Sin pan y sin trabajo) hicieron descarrilar un tren (hay quienes sostienen que el tren descarriló solo, por el mal estado de las vías, lo que no extrañaría considerando que el concesionario es TBA –ver el historial de TBA en materia de descarrilamientos por falta de mantenimiento y renovación de vías-; pero lo cierto es que es el cuarto descarrilamiento en un mes y medio, y sugestivamente, siempre en el mismo lugar), y saquearon uno de los contenedores que componían el convoy. El tren venía casi por completo cargado de golosinas. ¿Qué cosa gusta más a los pibes que las golosinas? Sin embargo, el único contenedor que saquearon traía autopartes.



El año pasado nomás, en la villa De La Cárcova se encontraron 250 carrocerías de autos robados.

La policía se tiroteó con algunos malvivientes que los recibieron a los tiros, para cubrir la operación de saqueo, y de resultas de ese enfrentamiento resultaron dos víctimas fatales. No se sabe aún si las víctimas estaban armadas y participaron del tiroteo, pero sí se sabe que estaban allí, en el desmadre colectivo. Sus familiares sostienen que estaban mirando, como quien mira un partido de fútbol. Por ahora debemos conformarnos con escuchar cada 10 minutos en la televisión que “quedaron atrapados en el fuego cruzado”.

Primeramente, la cantinela estúpidamente ideologizada insinuó que se trató de “la masacre de José León Suárez”, estableciendo un paralelismo de mal gusto con los fusilamientos de 1956 que describiera Rodolfo Walsh al año siguiente en Operación Masacre. Pero bueno, esta Argentina berreta de la Biblia y el calefón, y esas usinas de repetidores y comiqueros animosos del monopolio del discurso, nos tiene acostumbrados. Todavía recuerdo esos mosaicos de imágenes icónicas del “campo nacional y popular” en que convivían Ernesto Guevara con Eva Perón, Santucho con Juan Manuel de Rosas, Rosa Luxemburgo con el gaucho Martín Fierro...

Luego se comprobó, por un video que empezó a circular, que del lado de los asaltantes, hubo al menos tres que dispararon sus armas de fuego. También se aprecia claramente en ese video, que un pibe chiquito junta los casquillos que salen expulsados de la pistola de uno de los delincuentes al mismo tiempo que éste tira, para limpiar toda evidencia.

El 15 de diciembre del año pasado, escribí un artículo en el que hablaba claramente de la situación, de la mano de obra que los narcos emplean para crecer y desafiar al Estado. Ahora ya estamos escuchando, sin voces disonantes (lo que para este caso es todo un milagro), de los mismos habitantes de la villa, que se trata de una banda de narcos llamada “los transas”, que se dedican adicionalmente al robo de autos, su desarme y venta de autopartes, y que tienen a sus vecinos amenazados y coaccionados permanentemente.

En un mundo así, ya no hay lugar para changuitas. Ni para golosinas.


lunes, 7 de febrero de 2011

Horizontes y paisajes




He encontrado un pasaje que quiero compartir con los lectores, pues expresa el pensamiento nominalista que defiende este blog. Resulta por lo demás complementario con la concepción historiográfica tantas veces enarbolada en este espacio, y por tanto la refuerza y actualiza. Como es difícil encontrar el libro, me permitiré transcribirlo.

Autor: José Ortega y Gasset

Libro: Las Atlántidas, Ed. Sudamericana, 3ra. edición, Buenos Aires, julio de 1951, págs. 22-25.

Texto: El horizonte histórico.

«La vida es siempre ecuménica, universal. Cada gesto que hacemos, cada movimiento de nuestra persona, va hacia el universo, y nace ya conformado por la idea que de él tengamos. El poderoso impulso con que el buitre enjaulado hace su magnífico despliegue de alas no corresponde a la angostura de su prisión, sino que nace inspirado por la idea vulturina del mundo –una idea amplísima, vasta, de enormes espacios libres. Hecho a volar sobre continentes, no sabe reprimir su ímpetu, y las fuertes plumas remeras se le despeinan una y otra vez, heridas por los barrotes confinantes. Siempre acontece así: en la formación de nuestras ideas más elementales, de nuestras acciones, empresas, usos, ha intervenido como un factor primario la fisonomía que al universo atribuíamos. El equilibrio casi imperturbable que caracteriza a la historia egipcia y que da forma a sus instituciones, creencias, costumbres, es incomprensible si no se advierte que el horizonte del pueblo egipcio era muy reducido, y de configuración tal, que pudo prácticamente creerse solo en el mundo. Se debiera haber observado que la profunda inquietud de las instituciones sucede siempre a épocas muy viajeras: la ampliación del círculo vital, el hallazgo de otros pueblos fuertes, distintos del propio, obran como un fermento en la sociedad que hasta entonces había permanecido encerrada dentro de sí misma. Como dice el adagio alemán, “cuando se hace un largo viaje, se trae algo que contar”. El retorno de los cruzados suscita en la Europa del siglo XIII una transformación tan honda, que acaso sea la mayor de toda su historia. La convivencia de los feudales emigrantes con los pueblos de Oriente quiebra la ingenuidad del horizonte medieval, perfora en él inquietadoras brechas hacia un trasmundo exótico, y deja para siempre instalado en las razas germanolatinas un fecundo desequilibrio. Los judíos son, dondequiera, un ingrediente de desasosiego –a mi juicio, benéfico-, porque han rodado mucho por el planeta, se sienten más cosmopolitas que ningún otro pueblo, y la circunferencia de su horizonte no coincide nunca con la del país donde se hospedan, siempre más reducida. Cuando dos hombres entran en relación, perciben al punto, más o menos claramente, la diferencia o igualdad de sus radios cósmicos. La distinción que suele hacerse entre el “espíritu provinciano” y el “espíritu de capitalidad” se reduce a una cuestión de dimensiones horizontales.



La vida es, esencialmente, un diálogo con el contorno; lo es en sus funciones fisiológicas más sencillas, como en sus funciones psíquicas más sublimes. Vivir es convivir, y el otro que con nosotros convive es el mundo en derredor. No entendemos, pues, un acto vital, cualquiera que él sea, si no lo ponemos en conexión con el contorno hacia el cual se dirige, en función del cual ha nacido. Si creyésemos que los buitres han nacido para vivir en jaulas, su gesto de hercúleos voladores nos parecería superlativo, frenético, absurdo. Y es que, naturalmente, para entender un diálogo hay que interpretar en reciprocidad los dos monólogos que lo componen. El ala del buitre responde al libre espacio de los cielos como la pinza de la hormiga a la cintura del grano cereal. A toda hora cometemos injusticias con nuestros prójimos juzgando mal sus actos, por olvidar que acaso se dirigen a elementos de su contorno que no existen en el nuestro. Cada ser posee su paisaje propio, en relación con el cual se comporta. Ese paisaje coincide unas veces más, otras menos, con el nuestro. La suposición de que existe un medio vital único, donde se hallan inmersos todos los sujetos vivientes, es caprichosa e infecunda. En cambio, la nueva biología reconoce que para estudiar al animal es preciso reconstituir antes su paisaje, definir qué elementos del mundo existen vitalmente para él; en suma, hacer el inventario de los objetos que percibe. Cada especie tiene su escenario natural, dentro del cual cada individuo, o grupo de individuos, se recorta un escenario más reducido. Así el paisaje humano es el resultado de una selección entre las infinitas realidades del universo, y comprende sólo una pequeña parte de éstas. Pero ningún hombre ha vivido íntegro el paisaje de la especie. Cada pueblo, cada época, operan nuevas selecciones en el repertorio general de objetos “humanos”, y dentro de cada época y cada pueblo el individuo ejecuta una última disminución. Sería preciso yuxtaponer lo que cada uno de nosotros ve del mundo a lo que ven, han visto y verán los demás individuos para obtener el escenario total de nuestra especie. Por esto decía genialmente Goethe que “sólo todos los hombres viven lo humano”.

Evitemos, pues, suplantar con “nuestro mundo” el de los demás.»



***

«Por supuesto, toda concepción antiigualitaria del mundo es fundamentalmente nominalista; afirma como postulado que las diferencias entre las cosas, entre los seres vivos, entre los hombres, no son sumables, y que sólo por pura convención puede extraerse un concepto universal, una categoría general, de una serie de observaciones particulares. Para el nominalismo no hay "existencia en sí": toda existencia es particular, e incluso el Ser es indisociable de un ser o estar ahí (el Dasein heideggeriano). No hay un hombre en general, una "humanidad"; sólo existen hombres particulares. Como tampoco el concepto de perro muerde, ni la noción de árbol florece nunca.» [A. de Benoist, Fundamentos nominalistas de una actividad ante la vida, Nouvelle École, junio de 1979].


martes, 1 de febrero de 2011

De autopistas y caminos sin salida


Regreso al país del estraperlo.



Durante unos cuantos y necesarios días de restauración, estuve recuperando la esperanza en nuestra aquí discutible (o ya ni siquiera eso) capacidad de auto-organizarnos y gobernarnos, de generarnos las condiciones de bienestar, de unidad y de seguridad mínimamente dignas de la palabra civilización.

Debo aclarar que no me fui de la Argentina, no recalé en los parajes balsámicos primermundistas, aunque a veces parecía que no estaba en este país. El lector ya habrá adivinado, porque los testimonios de viajeros proliferan al respecto: Estuve veraneando en el Estado Libre Asociado de San Luis.

Ingresar por el sur de la Provincia, esperando empalmar, desde la RN 188 con una RP 55 estrecha y de doble mano, que discurre por "los llanos" (un inmenso desierto plano y despoblado) casi sin sentido (el tráfico principal se da por las RRNN 7 y 8), y encontrame en lugar de ello con una flamante autopista de factura impresionante, recién inaugurada, que hace 256 km entre Villa Mercedes y Arizona (nombre más que significativo para describir ese sur de San Luis), fue ya para mí una iluminación.

Autopista 55, Tramo 2 (Buena Esperanza - Nueva Galia), vista de uno de los puntos de retome.


Esperaba de antemano, naturalmente, transitar por las ya tan mentadas autopistas con alumbrado público, canteros con flores, forestación con paisajismo y monumentos embellecedores cada 5 km, una vez que empalmara con la RN 7 (que en San Luis, obviamente, también es autopista), para vincularme con todos los puntos turísticos principales de la Provincia: Potrero de los Funes, Estancia Grande, El Trapiche, La Punta, Villa de Merlo... Pero jamás me imaginé que el sistema vial puntano había alcanzado tal nivel de desarrollo, como para no ya aspirar a cubrir las necesidades presentes e inmediatas, sino como para ser vector de desarrollo a futuro, para fomentar el poblamiento y la inversión en zonas ahora poco habitadas, para bajar los costos logísticos de la producción agropecuaria sureña y hacerla más competitiva, para asegurar el crecimiento equitativo y la igualdad de oportunidades a todas las regiones del territorio.


La sorpresa fue mayor cuando, informándome un poco, me enteré de que la inversión total por esa obra ascendió a $ 512,6 millones, es decir, a $ 2 millones (US$ 0,5 millones) por kilómetro, una sexta y hasta una décima parte de lo que le sale al inoperante Estado Nacional hacer rutas, que encima inaugura muchas veces y nunca termina (de paso, hay que decir que, pese a la última inauguración, con clase magistral y engoladas manifestaciones de soberbia que hizo la presidenta de la Autopista Rosario - Córdoba en diciembre pasado, ésta sigue sin estar terminada, y hay que desviarse por Bell Ville, en un engorroso tramo de 35 km lleno de pozos, semáforos y camiones, pese a que DOS años atrás faltaban nada más que 60 km para su finalización).


También uno cae en la cuenta de que esa inversión representa más de un 6% del Producto Bruto Geográfico de la Provincia, y que anualmente se destina a ese tipo de obras casi un 10% del PBG. Sin embargo, ese volumen, que desde la cantinela envidiosa de los inútiles, puede ser tildado como derroche, no impide que el Estado provincial haya construido 55.000 viviendas, lo que implica que el 50% de la población sanluiseña vive en casas construidas por su Estado (las que son siempre pagadas, en cuotas dispuestas de acuerdo con los ingresos de sus habitantes), y que por ende no existan las villas miseria, ni los okupas. Como tampoco existe la desocupación, y ello se plasma en la ausencia de graffiti ensuciando los puentes y paredones, en la escrupulosa pintura de cada obra pública, en el cuidado del césped y los canteros de todos los espacios públicos, en la higiene urbana, etc. Tampoco le impide al Estado provincial hacer colosales monumentos, edificios, estadios, circuito internacional de Fórmula 1 con hospital de alta complejidad incluido, complejos de canchas de polo para el próximo mundial a desarrollarse en Estancia Grande este mismo año, aeropuertos internacionales, experimentación con vegetación resistente al fuego, o nutrida por hidrogel, energías alternativas, etc.



Saliendo de las taras impuestas, de esas "verdades" que de tan repetidas y machacadas nadie ya cuestiona en su origen, la evidencia es diametralmente opuesta a los perversos caminos de la resignación, avalados aquí tanto por el discurso oficial, como por el discurso opositor y el discurso mediático... por el discurso único: Siempre hay trabajo, nadie es descartable, siempre hay cosas por hacer.

La mejor excusa de los inútiles y de los venales homúnculos que conforman nuestro establishment radica siempre en una suerte de imposibilidad impuesta, superior, endógena e indomeñable. Una suerte de condena divina, o un acto macabro del colonialismo, o una falla estructural del sistema mundial, o la patraña que convenga al discurso... Siempre discurso, siempre cháchara, siempre incompetencia ornada de exquisita palabrería de intelectual universitario de café.

Bueno, en fin, me explayé demasiado. (Seguramente lo seguiré haciendo en otras entregas, más emparentadas con las crónicas de viaje, y por lo tanto más entretenidas).

Ahora, vuelto al fárrago siniestro de nuestra realidad (local, aunque ingenuamente pensemos que es global) de lobos y corderos, me encuentro con los temas calientes de siempre, que se empeñan en sacarme de cualquier burbuja de ilusión y en golpearme bien fuerte los dientes contra los muros de nuestro destino clausurado.

He debido hurgar bastante para hallar algo de novedoso e interesante en las columnas políticas de la blogósfera. Finalmente, he dado con un artículo de Desierto de Ideas, en el cual el autor aborda la cuestión de la edad de imputabilidad para el pibechorrismo asesino y descontrolado, que parece ser el latiguillo sobre el que se ha montado el gobernador bonaerense para pasarse este año electoral más o menos tranquilo, lamentándose para las cámaras de que los legisladores no le den pelota, y consolando a las viudas y los huérfanos cotidianos con (¿qué otra cosa puede ser?)... la imposibilidad impuesta, superior, endógena e indomeñable...

En fin, allí he dejado un comentario que aquí reproduzco, porque creo que permitirá algún módico debate acerca de una cuestión enorme, cada vez más grande, que creciendo y creciendo, al ignorarla, no demuestra en nosotros otra cosa que el tamaño de nuestra pequeñez. Aquí va:

1. Inimputabilidad de los menores.

Si consideramos al menor un inimputable, es decir, una persona incapaz de discernir y de dirigir su vida en consecuencia, y si encima a eso le adunamos una segunda condición de inimputabilidad, signada por circunstancias socio-vitales deterministas, no podemos luego abandonar el papel rector y director sobre el curso de la vida de ese menor. En otras palabras, si ese menor es poco menos que un idiota en términos de capacidad de dirigir su conducta, preso de circunstancias que no le son disponibles (edad, condición social, etc.), el problema y desafío para el Estado conduce a atender y apuntar a esas circunstancias.

Flaco favor se le hace al sentido común y al papel regulador social del Estado lavándose las manos, diciendo simplemente que delinque porque es chico y no comprende y devolviéndoselo a la familia que es parte del problema. El delito desnuda dos alternativas: a) O bien delinque por la familia que tiene, y entonces esa familia es responsable por lo que hace el polluelo (como lo considera desde siempre el Código Civil); o b) delinque pese a su familia, y entonces esa familia se demuestra automáticamente incapaz de contener y educar a su vástago.

Ambas situaciones conducen al mismo punto: la necesidad de sacar al menor del entorno nocivo y asumir su tutela con carácter responsable y eficiente, sea en granjas de tratamiento contra la drogadicción, sea enseñándole a trabajar en un medio rural no contaminado, mediante la imposición (recordemos que estamos ante un inimputable, o sea, de nada sirve su opinión al respecto porque no tiene voluntad valedera), o educándolo de prepo, en una férrea disciplina (acotación ídem la anterior).

Ésa sería la consecuencia buena leche de la aplicación del actual paradigma. A mí no me disgusta, pero a los gobernantes que se esconden en el "progresismo" de pacotilla careta y dañino para no hacer una mierda, parece que les alcanza con abrazar el postulado, pero no hacerse cargo de las impuestas consecuencias del mismo. El problema entonces, para variar, no es tanto ideológico como práctico. Una inimputabilidad como la legalmente consagrada transfiere la imputabilidad directamente al Órgano Administrativo, antes aun que al Judicial, ciertamente.

2. Imputabilidad de los menores.

La otra opción, ahora tan en boga, la de bajar la edad de imputabilidad, implica asumir que el menor es responsable por sus actos, y de inmediato institucionalizarlo en el sistema penitenciario actual. Pero ya no para aislarlo del entorno nocivo y buscarle uno nuevo mejor, educarlo y hacerlo trabajar de prepo, hacerse cargo de su destino en definitivas, sino tan sólo para "hacer la penitencia", que sabemos, actualmente es más bien un curso de posgrado acelerado en la carrera criminal.

Tal vez la solución, como siempre, tenga un poco de ambas cosas. Coincido en que hay pibes chorros tan manifiestamente podridos y sumergidos en la maldad que no pueden entrar ya en ningún esquema de esos que almibaran los sueños escapistas del progresismo, y a los que habrá que aislar definitivamente, mientras que hay muchos otros recuperables, si se hacen las cosas bien, con responsabilidad, disciplina y firmeza. Es decir, si se hace algo realmente efectivo, digno y serio, por incluirlos.

3. La paja, el trigo, el sentido común y la justicia pretoriana.

Pero para eso debe primar el sentido común y la responsabilidad individual de los funcionarios y magistrados (muy propensos a lavarse las manos, cobardes y omisos). Salir de las férreas y siempre arbitrarias estipulaciones legalistas, e ir hacia un sistema más pretoriano, que distinga las situaciones en virtud de cada caso particular, como en el Derecho anglosajón. Los romanos llamaban testis a los testigos porque para que su palabra fuera tenida en cuenta debían acreditar la pubertad. Es decir, ante el magistrado debían levantarse la toga y mostrar sus testículos (testis-culus, pequeños testigos: acreditan la virilidad, es decir, la adultez y la credibilidad del que testimonia). No ocurría eso a los 10, ni a los 12, ni a los 14. Ocurría cuando ocurría. Así de simple. Así es la naturaleza. Así somos cada uno de nosotros de diferentes, como diferentes son nuestras acciones, como diferentes deben ser sus consecuencias.