jueves, 27 de mayo de 2010

Los infiltrados

T.R. me mandó recién este artículo, que apareció en Tábano Informa, y que suscribe Nicolás Kasanzew. Resulta realmente esclarecedor para todos los que nos sorprendimos gratamente el pasado 22 de mayo, al ver desfilar a los veteranos de Malvinas, y pensamos que algunas cosas estaban cambiando (para bien, extraño giro) en la Argentina.

Pero no. Iniciativa criolla nada más. Como de costumbre. Contra viento y marea.

Como, después de todo, quizás deba ser...


VETERANOS DE MALVINAS DESFILARON (DE PREPO)


Los capitostes del régimen K quisieron dejar fuera de la celebración del
Bicentenario a los combatientes de Malvinas. Pero no lo lograron.

El sábado 22 de mayo, durante el desfile militar, un par de veteranos se
metieron en el recorrido y desde adentro abrieron un hueco en las vallas.
Entonces, una veintena de combatientes de la Gesta Austral, llevando una
gigantesca bandera argentina con la inscripción "Gloria a los 649 héroes de
Malvinas" irrumpieron en el desfile y se integraron a él.

Al llegar al palco oficial, los combatientes se detuvieron mostrando en
plano inclinado la bandera de 20 metros de largo, mientras señalaban a viva
voz que este gobierno no los quiere y que no fueron invitados al desfile.
Las caras de Aníbal Fernández y Nilda Garré se contraían en una mezcla de
estupor y bronca. Como cuenta uno de los participantes de esta insólita
demostración, la única descolgada que no entendía nada era Karina Rabolini.
Las caras de los demás, que sabían "de qué se trataba", parecían decir
"tragáme tierra".

Mientras tanto, la gente vivaba a los combatientes con pasión y lágrimas en
los ojos, les cantaba la Marcha de las Malvinas y les gritaba "¡Fuerza
muchachos!"

En verdad, fue una tremenda emoción y un gran orgullo ver a estos
combatientes, discriminados por el gobierno y admirados por el pueblo,
marchar frente al Obelisco. Habría que registrar todos sus nombres, porque
indudablemente esta demostración quedará entre las imágenes perennes de la
Argentina. Yo pude identificar entre quienes marchaban a Esteban Tríes, al
"Tigre Rojas", a César González Trejo, al "Negro" Villagra y a Sergio López.

Al decir de este último, "el pueblo calentó todo el hielo que era el palco
oficial".

Espontáneamente, sin organización alguna, este grupo de veteranos probó que
se puede perforar la muralla de ocultamiento que, aviesa e
inexplicablemente, rodea a los protagonistas de una de las páginas más
gloriosas de la historia nacional.

Los combatientes mostraron que están vivos y que conservan intactas sus
agallas.

Y la población demostró que su corazón está con nuestros guerreros, siempre
y cuando la dejen entrar en contacto con ellos.

Las autoridades militares aclararon que los veteranos no fueron invitados a
marchar, pero afortunadamente no hicieron nada para impedir que irrumpieran
entre medio de los regimientos con su estandarte.

Ojala este desfile de veinte veteranos sea el prolegómeno de aquel desfile
multitudinario de combatientes de Malvinas, que la sociedad argentina les
adeuda desde 1982. Para así poner las cosas de una buena vez en su lugar,
reivindicando y exaltando a quienes dieron todo por la Patria sin pedir nada
a cambio.


miércoles, 19 de mayo de 2010

Iconoclastia

Wikipedia define la iconoclasia (o inconoclastia) como: "expresión que en griego significa «ruptura de imágenes», es la deliberada destrucción dentro de una cultura de los iconos religiosos de la propia cultura y otros símbolos o monumentos, normalmente por motivos religiosos o políticos. La Real Academia Española la define como la «doctrina de los iconoclastas» y a su vez señala que «iconoclasta» proviene de εικονοκλάστης, rompedor de imágenes, y se define como tal en particular al «hereje del siglo VIII que negaba el culto debido a las sagradas imágenes, las destruía y perseguía a quienes las veneraban». La iconoclasia es un componente frecuente de los principales cambios políticos o religiosos que ocurren en el interior de una sociedad. Es por lo tanto algo que se distingue normalmente de la destrucción por parte de una cultura de las imágenes de otra..."

Podríamos agregar que la inconoclastia resulta un componente casi esencial de nuestro ser nacional, en perpetua mutación, confrontación y crisis con sus propia historia. Se dice por lo general, quizás con simplismo, que la iconoclastia es el opuesto de la idolatría. Pero yo considero antes bien que resulta ser una de sus manifestaciones extremas. En efecto, sólo puede odiar las imágenes hasta el punto de destruirlas (máxime cuando esas imágenes forman parte "de la propia cultura") aquél que atribuye a las imágenes un significado sacro, que merece, en lugar de la ignorancia o el desprecio, ese encarnizado tratamiento. Asimismo, la historia arroja contundentes demostraciones de que los actos de inconoclastia siempre estuvieron acompañados por una idolatría de reemplazo.


Como ejemplo, vaya el caserón de Palermo de San Benito. Construido por Rosas en 1834, fue su residencia y sede del gobierno de la Confederación Argentina durante 18 años, lo que de por sí ubica a la edificación entre las más importantes de la historia de Buenos Aires. Luego fue sede de la Primera Exposición Agrícola, de la Escuela de Artes, Oficios y Arquitectura, del Colegio Militar, y finalmente perteneció a la Escuela Naval. En 1875 se inauguró en su predio el Parque 3 de Febrero, bautizado así en homenaje a la victoria de Caseros y el derrocamiento del "tirano". Sin embargo, tal situación no resultó suficiente, y el Intendente Adolfo Bullrich en 1899, entendiendo que la sola presencia de la edificación significaba una oscura sombra omnipresente para el discurso dominante, dispuso su demolición, pretextando que un edificio tan antiguo obstruía la imagen de progreso que el gobierno liberal quería imprimir a la ciudad. El caserón fue dinamitado, con toda su vajilla y demás enseres dentro, y luego los escombros enterrados para que ni rastros ni memoria quedaran del edificio, del cual pequeños fragmentos volvieron a ver la luz recién con las excavaciones arqueológicas efectuadas casi un siglo después, y expuestas en el Teatro San Martín, en el homenaje de los 200 años del nacimiento de Rosas, el 30 de marzo de 1993.


Más allá de una excusa tan trivial, casi risible, que no explica por qué el alcalde de entonces no dinamitó el cabildo (aunque sevicias varias al pobre también le han hecho... por algo será), la Manzana de las Luces o la iglesia de los dominicos, el lector ya habrá adivinado a estas alturas cuál fue la fecha elegida para la destrucción. Sí, en efecto, fue un 3 de febrero.

***

En fin, de la vigente, siempre moderna, constante, persistente y pasional iconoclastia vamos a hablar un poco en esta ocasión, recordando la injusticia que los iconoclastas le hicieron recientemente a Gustavo Adolfo Martínez Zubiría (conocido por su nombre de pluma como Hugo Wast, laureado y prolífico escritor, director de la Biblioteca Nacional durante un cuarto de siglo, incluidos los dos primeros gobiernos de Perón, y destituido de ese cargo por el golpe del '55), y de la que La Nueva Provincia ha dado cuenta en el siguiente editorial del 5 de mayo de 2010:

La "caza de brujas" continúa. Ahora la Biblioteca Nacional, en un acto del que participaron, entre otros, las Madres de Plaza de Mayo y Horacio Verbitsky -devenido en un virtual comisario político del gobierno- ha eliminado el nombre de Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast) con el que se denominaba el salón de la hemeroteca. La medida se basó en el antisemitismo del prolífico escritor que sobre sus más de sesenta obras dedicó dos al tema judío.

Director de la Biblioteca Nacional durante 24 años (hasta la caída de Perón en 1955), Premio Nacional de Literatura y católico militante, nada pesó a la hora de su defenestración. Algo así como si se negara el aporte de Aristóteles a la historia del pensamiento por su defensa de la esclavitud o si se repudiara a Sarmiento por su declarado antisemitismo o su desprecio por el gaucho. Reconocer lo rescatable de cada pensador en lugar de destacar sus errores implica una grandeza de alma que parece haber desaparecido entre los que quieren re-escribir la historia partiendo de sus propias mezquindades.


Con una calidad y valentía insuperables, también Jorge Asís ha dedicado a semejante acto de mediocre condena al ostracismo final y definitivo de una figura de nuestras letras, este imprescindible artículo.

En línea con la iniciativa que hemos propuesto un par de posts atrás, relativa a salvar del olvido a tantos grandes escritores y pensadores deliberadamente obliterados por el colonialismo pusilánime en su versión disfrazada y aggiornada, dejo a continuación una poesía del cura Leonardo Castellani (que fue amigo de él), y que le saca el cuero con esa picardía e inocencia impagables que caracterizaban otra pluma de fuste condenada, y que merece en esta ocasión desempolvarse, aunque sea por un rato, del olvido:

Martínez Zuviría
dijo que él nunca ha escrito una novela

que no pueda leer "una hija mía";

de él (entre comillas... ¡entendela!),

sin la menor cautela...

y sin permiso de la Jerarquía.

Yo no las puedo leer.

¿Qué le vamos a hacer?

Pero la hermana Blanca Echeverría

tampoco puede leer una poesía

o prosa que yo escriba.

Porque ya no está viva,

que si no fuera muerta, bien podría,

"tuta conciencia",

sin mengua de su fe y de su inocencia...

Y que la Santa Penitenciaría

tenga paciencia...



Finalmente, para combatir la iconoclastia (que siempre es sectaria, maniquea y perniciosa para toda cultura en todo tiempo) con el valor y la claridad que un auténtico pensamiento nacional puede evidenciar como antídoto y remedio para los males de la desmemoria y la eterna discordia, también compartiré con todos los argentinos unos fragmentos de Américo Rial que leí el pasado 15 de mayo:

Los viejos que ya no están nos narraban la magnificencia de los festejos del centenario. Aquella Buenos Aires, que lucía radiante como "Sol de América Latina", estrenaba el segundo subterráneo del mundo, construido a pico y pala en menos tiempo que el que ahora, con un arsenal tecnológico, se utiliza para hacer un tramo entre dos estaciones.

Nosotros llegamos a ver la celebración de otro gran aniversario: el Año del Libertador General San Martín. Fue una amplia y verdadera congregación de patriotismo, que se manifestó en todos los niveles y las formas posibles en la época, con auténtica participación popular, con un gobierno claramente involucrado en el esfuerzo por revalorizar a nuestra máxima figura histórica y su proyección en la política nacional.

Hoy, a pocos dias de cumplirse el bicentenario de la revolución que dio origen a la Argentina, no se palpa en el ambiente otro interés que en aprovechar los feriados. Peor aún: desde los medios -concentrados o desconcentrados- comenzó una campañita para minimizar el hecho recordado o ridiculizar a sus protagonistas.

Hace unos dias en la audición del médico Nelson Castro escuché cómo los participantes aprovechaban el comienzo de las obras para instalar escenarios en la avenida 9 de julio -una mala elección, por cierto- para mofarse de los denuestos que "seguramente" iban a lanzar los molestos automovilistas contra los próceres recordados. La burla torpe siguió con el nombre Cornelio, el apellido Larrea y el de Moreno, éste en relación con el secretario de Comercio. Por último hasta un ignoto movilero se permitió "descalificar" a Saavedra, diciendo que "era boliviano" (nacionalidad que entonces no existía) en un tono casi como para mover el INADI.

Sin duda el gran patriota Cornelio Saavedra, general de hombres libres, auténtico jefe de la Revolución de Mayo, será el gran "ninguneado" de esta celebración, si así se la puede llamar. El asunto viene de lejos y basta con citar que en Buenos Aires -el escenario de sus hazañas- sólo lo recuerda una perdida calle de Balvanera Sur.


Saavedra casi sólo existe en la historia oficial para presentarlo como un milico conservador enfrentado con un abogado más liberal, Moreno, en una vulgar "internita". Una dialéctica falsa porque ambos actuaban con igual espíritu patriótico. Hay que poner las cosas en claro: no se está en contra de un prócer u otro. Lo que se busca es descalificar el origen de la Argentina misma con argumentos colonialistas disfrazados de historiográficos.

Desde la izquierda troska neonacional se acusará a los hombres de Mayo de burgueses, porteñistas -no tenían celular para hablar con La Quiaca-, milicos y representantes del contrabando. Desde la derecha hispanista y clerical se los llamará masonetes, jacobinos y sirvientes de Inglaterra.

Otros con ingenuidad dirán que fue más importante el 9 de julio. Pero... ¿cómo se podía haber llegado a la declaración de 1816 sin mayo y las campañas libertadoras a las que dio origen? Es como creer que pudo existir el 17 de octubre sin el 4 de junio de 1943.

Por si esto no alcanza mandan a la cancha al chimentero Felipe Pigna para cuestionar la existencia de los paraguas, el color de las las cintas de French y Beruti o la sexualidad de algún participante en la gesta. Intrusos en el Espectáculo. La verdad es que se cuestiona la existencia misma de la Argentina como Nación. El metamensaje que mandan es claro: somos malnacidos y de ahí vienen todos nuestros problemas, con este origen no merecemos existir, mejor que "este país" vaya a manos de otros más dignos que nosotros, que somos unos verdaderos hijos de...mayo.

Algunos que presumen de nacionalistas son esencialmente cipayos. El revisionismo hizo su gran aporte revalorizando figuras históricas, como Rosas, Dorrego o Quiroga, pero no en su versión destructiva y atacaestatuas. Sólo cabe defender a los padres de la Patria con la misma energía con la que defendemos el honor de nuestros progenitores o abuelos. Seguro que tenían defectos y contradicciones pero son los nuestros. Los únicos que tenemos. Para nosotros la Patria es como la madre: hay una sola.

martes, 18 de mayo de 2010

Definiciones y mutaciones


Un todavía fresco intercambio de correos-e (que es una de las formas de diálogo más interesantes que ha propiciado la tecnología), y que tiene por última misiva-e un envío de hace apenas 15 minutos, fue entablado entre algunos peronistas tan inorgánicos como consecuentes y persistentes, y como se trata de buenos amigos y agudos observadores, merece ser rescatado (¡y sin permiso de los autores!) por este editor en este caprichoso instante. Una suerte de instantánea, o mejor, de cuadro impresionista, a la diáfana luz de esta mañana que se está transformando en mediodía.


L.F.D.: En un artículo en que se describe la trayectoria de Florencia Peña hasta su actual situación de ferviente defensora del "modelo" K, se dice sugestivamente:

"Ciertos aires trotkistas provenientes de la familia de su marido, el músico Mariano Otero, inflamaron las contradicciones que ya la sacudían por dentro, para colmo nacida en el seno de una familia radical y antiperonista y, como si eso fuera poco, con un abuelo periodista que escribía en el diario La Vanguardia que, ya fallecido, se evitó el mal rato de ver a su célebre nieta retozando en las antípodas de su ideología."

Es curioso comprobar cómo este ADN político puede detectarse en la mayoría de los más encarnizados partidarios de los K. Cabría preguntarse si hubo efectivamente una mutación de ideología, como ingenuamente supone el articulista.


O.: La política argentina parece un yin-yang. La primera juventud iluminada que se infiltró provenía de familias profundamente antiperonistas, llenas de comandos civiles del '55 o de militares gorilas. Lo cuenta muy bien Marco Denevi en Manuel de Historia con Guillermo, el hijo adónico de Deledda (aristócratas antiperonistas venidos a menos, nieto él, hija ella, de un protagonista de la Libertadora), que pasa a militar en la tendencia para luego hacerse terrorista (así se lo califica en el libro), y terminar ametrallado por los mismos militares en los que Deledda depositaba tantas expectativas de vuelta al orden al derrocar a los fascinerosos peronachos de siempre.

Esa mancha antiperonista creció y creció en la mitad del círculo peronista hasta cambiarlo todo de color (a base de guita, de poder y de maniqueísmos y reducciones), y muchos peronistas excluidos por "ortodoxos", "contrarrevolucionarios", etc., migraron a la otra mitad del círculo para asimismo operar una "peronización" del antiperonismo. Es una simplificación, claro está, pero viendo el "relato" y los grandes defensores de los actuales imberbes, es claro que todo lo que hoy día se solaza de estar "en el campo popular" pertenece a la más rancia oligarquía cipaya de minutos atrás.



T.R.: Absolutamente exacto y muy bien planteado. Una conocida mía cripto-monta era tan gorila que nunca pudo decir "peronista": ¡decía "peroncho" y cantaba la marchita!

C.H.:
Sí. Los términos aceptados son "peroncho" y "peruca", y para referirse al General (lo menos posible; siempre es mejor hablar de Evita), "el viejo". De la marchita, a viva voz solamente la frase "combatiendo al capital".


L.F.D.: Es muy precisa esta observación. En algunos círculos de jóvenes progres, siempre muy pendientes de la moda política del momento, caracterizarse como "peruca" está bien. El matiz semántico alude a una concepción un tanto romántica y sentimental del peronismo, como un grupo de gente con preocupaciones y sensibilidad social que claramente debe situarse a la izquierda del espectro político (lógicamente uno de los caracteres más visibles de nuestro analfabetismo político radica en asumir que la cuestión social sólo interesa a la izquierda).

Pero lo que yo encuentro significativo es esta visión del peronismo desde lo políticamente correcto, como una suerte de difusa ideología que sólo se define por su declamada preocupación por los pobres y que, lógicamente, como condición de aceptación social entre tanto joven altruista, debe ser reivindicada.



miércoles, 12 de mayo de 2010

Asistencia e inclusión


Haciéndome eco de una determinada actitud de Mensajero, que ha decidido copiar en su blog las opiniones que vierte en otros espacios (porque después de todo, en este vagabundear por la blogósfera, uno va dejando un poco de sí aquí y allá, y pareciera que desatiende su propio kiosco), voy a consignar a continuación los dos últimos comentarios en los que me he esforzado, y que corresponden a sendos y recomendables artículos publicados en Desierto de Ideas por el amigo Luciano. Obviamente, recomiendo también su lectura, para tener una comprensión más acabada de la cuestión que nos ocupa, que es mucho más atractiva, patente, inmediata, directa y profunda, que tantas peroratas e imposturas ideológicas y museográficas que ocupan las primeras planas de todos los tabloides día a día, en este pan y circo copado un día por La Nelly, otra por Nicolle, otra por Amalia, y otra por la carne de cerdo o la secretaría general de alguna entelequia ungida de los grandes propósitos y las buenas intenciones, que como bien sabemos, casi siempre son el camino al infierno.

El tema está vinculado a la asignación universal por hijo, que quienes conocen en su aplicación concreta cuestionan en su adjetivación, pero es un asunto en el que no voy a meterme, porque no me resulta crucial. De lo que sí se va a hablar a continuación es de los alcances y carácter que debe guardar la asistencia estatal, al menos para mí.

Martes 11 de mayo de 2010:

Nadie puede negar la utilidad que tiene la plata. El dinero mueve al mundo, y bla bla. Obvio que la asignación universal por hijo significará una mejora en las paupérrimas condiciones de vida de los pobres, como lo es cualquier limosna. Pero coincido con Luciano, no modifica la realidad de nadie, y sobre todo, la realidad del pueblo, que es el entramado de relaciones, más o menos conflictivo pero siempre dinámico, que estrecha o disuelve los lazos de la sociedad.

Si no se empieza a materializar una real meritocracia, toda dádiva de fomento deja las cosas exactamente en el mismo lugar donde estaban. Y en una sociedad, que es como un río, estar siempre en el mismo lugar, es estar cada vez más atrás. Y una meritocracia, un sistema de méritos, no puede considerar por igual las situaciones del que durante estos duros años se levantó todos los días para ir a laburar o a buscar trabajo, que la del que no lo hizo. La situación de una madre que con lo poco que tiene compra jabón, lleva a vacunar a sus hijos, lava y tiene limpio el hogar, de otra que se la pasa chupando y cogiendo en la pieza de atrás.

Los pibes tienen todos los mismos derechos. Lo que no tienen los pibles es la misma suerte, como ningún ser humano la tiene. Podés nacer en cuna de oro y morir de cáncer a los 21 años. O sea que los pibes no tienen todos la suerte de nacer en una familia como Dios manda (perdón a los ateos militantes: si hablo de Dios, seguro que me contestan con algo de la pedofilia), y los que no tienen esa suerte deben encontrar algo -o mejor,
alguien- en el umbral de la puerta que los ampare, sin llegar a la situación marginal de la calle. Y los que están en la calle deben encontrar mucho más que la tolerancia progre, que no es otra cosa que omisión culposa, producto de tantas taras intelectuales masturbatorias e inhibitorias de lo que hay que hacer.

Y también tiene que haber, si se habla de meritocracia, diferenciación en el trato, en las consecuencias de las acciones, entre los que aprovechan su suerte, y más aun, los que sin suerte igual perseveran en un camino de honestidad, o aquéllos que se cagan en su suerte o resultan productos estructurales de familias de mierda.


Al final, somos todos más liberales que los ultra-neo-liberales, si confiamos en la iniciativa individual del interés, el que los chicos se comporten como queremos que lo hagan, o que vayan tomando conciencia a través de nuestra gestualidad (encima, fría y aséptica) y nuestra buena predisposición a abrir la billetera y darle un par de mangos. No podemos conformarnos con decir que con tanta guita, o con tal otra suma, podemos darnos vuelta y seguir durmiendo. Acá la cuestión, como también dijo claramente Luciano, es recuperar el territorio, y no seguir abandonando los territorios infames o peligrosos o mugrientos, a su suerte, con la conciencia tranquila.



Miércoles 12 de mayo de 2010:

Creo que la contraprestación a la que nos referimos a cambio del subsidio no es material sino
moral. Si recibís del Estado, tenés que adherir a los valores del Estado. Claro que los valores del Estado no están muy claros últimamente, como sí lo estuvieron en otros tiempos. Una cosa es permitir situaciones irregulares y disfuncionales transitoriamente, y otra es permitirlas definitivamente, o incluso propiciarlas.

Si lo que se pretende es ayudar a los chicos, un presupuesto como el destinado a la asignación universal por hijo debería ser más que suficiente para tenerlos bien vestidos y alimentados. Dele usted un tercio de ese dinero mensual per cápita a una de esas abnegadas mujeres que sostienen comedores comunitarios en el Conurbano, y va a ver cómo a cada pibe le llega el nivel calórico y vitamínico necesario para desarrollar una inteligencia normal y un físico promedio.



Pero además de ello el pibe tiene que tener un soporte familiar medianamente responsable. Traer un chico al mundo siempre conlleva una enorme responsabilidad, que encima es de por vida o al menos hasta la mayoría de edad. Que cada familia se haga cargo de su responsabilidad, en lugar de hacerla cargar sobre el niño, sea haciéndolo salir a hacer plata como sea, sea viviendo de lo que el niño "produce" desde el asistencialismo, sea abandonándolo a su suerte porque sobra, porque molesta. Acá el foco debe estar en el beneficiario, y no en todos los que pueden a llegar a vivir de él.

En el programa de familias sustitutas, aplicado en la PBA para contener a los niños sin hogar que antes eran institucionalizados, se buscaba a familias voluntarias y se les daba por cada chico un aporte mucho mayor que la actual AUH, algo así como $ 250 de 2003 ó 2004. Había familias que tenían vocación y los tenían bárbaro a los chicos. Pero había otras que mientras no les compraban zapatillas, los hacían dormir a todos en una pieza y les daban fideos todos los días, cambiaban el televisor y los "padres" sustitutos compraban pilcha nueva para ellos. Ocurre que ese programa, que era cuantitativamente más acotado y controlable porque sólo se refería a los chicos sin familia (los huérfanos que antes estaban en patronatos de la infancia), incluía la visita mensual sin previo aviso de los supervisores del área de minoridad y familia, lo que provocaba que muchas de esas familias sustitutas fueran borradas de las listas y los chicos relocalizados, cuando se comprobaban tales irregularidades.


El tema no era difícil de controlar, puesto que al estar en un programa estatal, debían los responsables franquear el acceso a los agentes del Estado, y someterse a las pesquisas, que incluían hasta la revisión de cuadernos y boletines.



La guita, sea mucha o poca, siempre es guita, y sale del trabajo de otros argentinos que pagan impuestos o aportan para sus jubilaciones futuras. Se trata de una responsabilización general de la sociedad, partiendo de un eje central: poner la mirada centrada en los chicos, que son el futuro y los verdaderos sujetos inocentes y vulnerables a ser asistidos.

No creo que cueste tanto hacer capacitación in situ, bajar al territorio y enseñar a la gente a vivir. A administrar la basura, en lugar de tirarla en el baldío de al lado o al costado de la ruta, a sostener una huerta comunitaria, enseñar conductas sanitarias y de civilidad, y verificar cotidianamente la situación de los chicos, si estudian o no, si están vacunados, si se bañan periódicamente, dónde duermen y con quién, etc.


Los hombres son buenos, pero si se los controla son mejores, citaba hace poco el Ministro Aníbal Fernández a Perón. Y al control, cuando toda una comunidad depende de ciertas pautas de funcionamiento, se llega con el hábito y la internalización de conductas, a realizar horizontalmente, los vecinos se organizan y todos colaboran con la función del Estado.



Al Estado las personas en situación de marginación lo miran con recelo. Paradójicamente, el interlocutor y mediador de los conflictos sociales termina siendo el policía que de vez en cuando anda por ahí, o ni siquiera... Pero ocurre que el Estado es el que da, y si da, debe exigir. Una nueva función del Estado implica necesariamente involucrarse en forma directa y palpable, ayudar a la gente a organizarse, crear las sociedades de fomento y ese tejido intermedio de solidaridad y contención que está faltando. Pero no seamos demagógicos: Todo ello sólo se puede lograr con disciplina, y con el establecimiento de metas a cumplir y de sistemas objetivos de valoración de las conductas de cada uno.

Siempre se dice que el asistencialismo
desmercantiliza, y eso es bien cierto. A la larga, elimina incentivos para el trabajo y el progreso, para la iniciativa de los beneficiados, que poco a poco van haciéndose exclusivamente dependientes de la asistencia. Deben tomarse en cuenta esas observaciones surgidas de la experiencia, para jerarquizar y valorizar esas relaciones de asistencia en función de un objetivo claro de organización y de cultura ciudadana.

Como alguna vez se dijo, se trata de integrar, e integrar implica transferir al excluido las reglas generales del juego social, reproducir los términos de la competencia y de la valoración del mérito. Que no toda acción humana implique siempre lo mismo. Que no todo se juzgue por el resultado inmediato: si hacés en una hora más plata que el otro en tres años.


Antes bien, hay que dar vuelta la tortilla, y que "el gil" que sale a laburar, que se preocupa por sus hijos, que vuelve a su casa a cenar en lugar de estar mamado o drogado por ahí, sea el primero en la escala de valoración siempre.
Una cosa se propuso el primer peronismo, en tiempos parecidos a los actuales en términos de exclusión y miseria: nacionalizar a las masas, integrarlas a la sociedad a través de la comunidad organizada. Nosotros nos quedamos con la gestualidad del dar y omitimos el imprescindible correlato del hacer. Hacer, en este caso, es organizar, y organizar demanda presencia, custodia, evaluación y valoración.

Ésa es mi opinión, que en general, me parece resulta coincidente con la que se expone en este post. La desatención del tema inseguridad me parece que va de la mano de la desatención del tema inclusión, pero no desde la miope perspectiva materialista de "roban porque son pobres", que de paso es profundamente prejuiciosa e injusta.

Exlusión es exlusión económica
también, pero sobre todo es exclusión de los valores de la sociedad de consenso, hasta el punto de generar un abismo profundo y un "lado de acá" y otro "lado de allá".


Acá me parece que hasta ahora no se ha incluido a casi nadie, a no ser en listas de asistencia económica. Incluir implica hacer participar a los excluidos de las reglas de juego generales, lo que necesariamente quiere decir, de la díada conceptualmente inescindible derecho/responsabilidad.

La mirada asistencial actual es la del colonizador a las tribus colonizadas: de superioridad, de ajenidad, de condescendencia, de tremenda indulgencia por su salvajismo, indulgencia que en el fondo oculta indiferencia. Siempre como pobrecitos, como distintos. Esa exclusión, marcada por la
otrosidad en el trato, está reñida con cualquier proclama de nosotrosidad más o menos enfática. No nos comportemos con los otros de la forma en que nunca lo haríamos con nuestros seres queridos, con nuestros próximos (prójimos). Uno exige todo el tiempo de los padres, de los hijos, de los hermanos, de los amigos, de los compañeros de trabajo, de los vecinos. Exige porque espera algo de ellos. ¿Esperamos nosotros algo de toda esta asistencia? ¿Algo más que conciencia tranquila, o que simpatías transitorias? ¿Queremos realmente integrar a nuestros hermanos en la miseria?

¿Realmente?

Programa "No más limosnas en la calle", Secretaría de Desarrollo Social
de la Municipalidad de Armenia, Colombia.

martes, 4 de mayo de 2010

Obliteración por el olvido



Hay más de un par de grandes escritores argentinos a los que poco a poco, en este implacable proceso de aculturación y olvido que experimenta nuestro país, los va cubriendo el polvo de la segunda muerte. Escritores que en vida han gozado del reconocimiento y la popularidad merecidos, cuyos libros casi todos los que leían han leído, pero que no sostuvieron un compromiso político nítido y específico que les permitiera ser adoptados luego como bandera por los monopolios de la cultura, son condenados primero a las bateas de las librerías de saldos, y luego a los recónditos escaparates de las librerías de viejo, donde los que buscan saben a qué van, y donde las cosas son revalorizadas como parte de un acervo secreto, sólo accesible para el esotérico grupo de iniciados que se transforma siempre en una minoría silenciosa en resistencia, en una resistencia que a veces se limita a la intimidad de la bóveda del cráneo (que no por nada los normandos asociaban con la bóveda del universo).
Silvia Corvalán [fotografíacorvalan.blogspot.com]

Paradojas. No los nombro porque temo olvidarme yo también de unos cuantos (son demasiados). Me centraré en uno de ellos, fallecido hace menos de 12 años, algunas de cuyas obras han sido traducidas a muchos idiomas, alguna de ellas filmada en Hollywood, otra acá en Argentina, en la época de oro de nuestro cine, con un inolvidable Juan Verdaguer en el aclamado papel de Camilo Canegato.



Marco Denevi, que de él se trata, tiene una prolífica bibliografía, que excede por mucho sus célebres Rosaura a las diez, Ceremonia secreta, Asesinos de los días de fiesta o Falsificaciones. De entre sus novelas, en Manuel de Historia (Corregidor, Buenos Aires, 1985), encontré este extracto que quizás le pertenece, o tal vez a su alter ego monstruoso y anagrámico Ramón Civedé, o quizás a su otro alter ego Sebastián Hondio, o incluso, por qué no, al becario estadounidense que en la ficción futurista se llama Sidney Gallagher.


Habla de la Argentina de aquellos años de la edición, más explícitamente, de 1984 (año propicio para ensayar distopías, ciertamente), pero la tesis general del libro es que la Argentina no cambia, y que sustancialmente se hunde en la insignificancia hasta su desaparición como nación soberana (y como nación al fin, enmarañada en la despersonalización, la prostitución espiritual y el arginglés). Veamos, antes de pasar al extracto citado, algunas precisiones que al respecto hace Civedé a su curioso interlocutor extranjero:

"Sí, es imposible comprendernos si no se parte de la triple premisa que postula el manuelisma: un pasado mítico, un futuro utópico y, entre ambos, la cancelación del presente. No necesito aclararle que el manuelisma no es el nombre de ninguna enfermedad mental sino un mero recurso literario" (p. 56).

"Hay algo que nadie puede negar. Los políticos dirán lo que quieran, podrán descargar toda la artillería de la retórica, pero la realidad es esta: si en un país riquísimo la mayoría de los habitantes vive en la pobreza y muchos niños se mueren de hambre, es porque allí reinan la maldad y la estupidez" (p. 58).

"Quizá seamos buenos e inteligentes en la vida privada, pero la vida privada no hace la Historia. (...) La Historia no pasa por la intimidad de los hogares sino por los foros y las ágoras. La maldad y la estupidez argentinas no han proliferado en la vida íntima sino en la vida pública. Pero como por desgracia desde la vida pública, desde el gobierno, desde el Estado, el Poder domina cada día más la vida privada, también en la vida privada se infiltran cada día más la maldad y la estupidez. Lord Acton creía que el Poder corrompe a quienes lo ejercen, y no se equivocaba. Ahora corrompe incluso a quienes lo soportan" (p. 59).

Y no podemos entonces dejar de recordar la observación acerca de la Microfísica del Poder que hiciera Michel Foucault (justamente fallecido en ese año 1984), de su permear desde el plano de los palacios y las cortes a cada una de las actividades sociales humanas, como una laguna formada sobre arena, que se escurre por los intersticios. El agua no desaparece, lo que desaparece es la laguna.


Ahora sí, en este ejercicio de memoria, permitamos que el olvidado Denevi nos permita recordar, que en este bendito terruño, no es otra cosa que superponer perturbadoramente las vivencias (pp. 74-75):

"Presenció, por casualidad, dos mitines políticos. Aunque de distintos partidos, los dos lo impresionaron de la misma manera. Oyó arengas exultantes de petulancia, de infatuación y de una retórica ampulosa y hueca. La multitud invocaba los nombres de líderes muertos hacía muchos años o coreaba estribillos monótonos, repetitivos como ideas fijas, que siempre amenazaban a alguien. Grupos de muchachones percutían tamtames tribales, otros grupos pintaban en las paredes, con alquitrán, sentencias de muerte. ¿Qué había, detrás de esas ceremonias al mismo tiempo belicosas y fúnebres? ¿Odio o terror? ¿Los argentinos se odiaban entre sí o estaban aterrados? ¿Desahogaban el odio o querían exorcizar el terror que los dominaba?


"Frente a un teatro, dos bandos de jóvenes se habían trenzado en una batalla furiosa. Preguntó por qué peleaban y alguien le informó que el motivo de la discordia era la representación de una obra de un autor marxista. A pocos metros de esa gresca, una manifestación de mujeres enarbolaba pancartas que decían: 'Viva el clítoris, muera el falo', 'Sí al placer, no a la maternidad'. Todo era grotesco, anacrónico y ridículo.

"En bancarrota, endeudada hasta los ojos, Argentina no tenía ni la humildad ni la dignidad de su pobreza. Fanfarroneaba, se dedicaba a los negocios sucios, a las tramoyas y a las ilusiones del azar y, en cuanto podía, tiraba la casa por la ventana. Leyendo los periódicos o gracias a la televisión Sidney aprendió que los gobernantes y en general todos los políticos se entretenían en fórmulas recitadas como conjuros mágicos, redoblaban pases magnéticos de una pasmosa puerilidad y mientras tanto el país seguía empeorando día a día, pero ellos persistían, sin desarmar el falso rostro de reyes magos, en sus alquimias medievales".

En un país tan desmemoriado y con pasado mítico, al olvido automático y compulsivo se lo rellena con construcciones más o menos arbitrarias, siempre sesgadas, de reemplazo. El texto recién transcripto proviene de la época alfonsinista. Alfonsín ya ha sido entronizado en el panteón mítico, y no es nuestra intención sacarlo de allí para llevarlo a la ominosa revisión necrófila/necrófoba de siempre. Porque además la intención de Denevi no fue nunca el trivial cuestionamiento de la coyuntura cotidiana, sino la profundización sobre las taras constantes que nos detienen y nos sumergen como colectivo imposible: la maldad y la estupidez.

"Olvido" proviene del sustantivo latino "oblitus", y éste del verbo también latino "oblitare", que vuelto al castellano es "obliterar": anular, tachar, borrar. Eliminar todo vestigio escrito para impedir el recuerdo. Y la mejor manera de eliminar lo escrito, claro está, es olvidando...