lunes, 27 de junio de 2011

La paradoja de Myrdal

Almafuerte hizo un comentario muy perspicaz en el post anterior, Los pueblos mercaderes, que encuentra curiosa sintonía con mis propias cuitas, suscitadas ante el texto allí transcripto. En efecto, la cordial y siempre inteligente comentarista ha apuntado al respecto: "¡Pero si ni siquiera somos un pueblo de mercaderes! Somos un pueblo de notarios, empleados públicos y coleccionistas de papel. Un sello y archívese. Un pueblo con culpa y envidia, que condena la prosperidad empresaria y aplaude la del vivo y el atorrante".

Cómo no coincidir con esa reflexión. Empero, debemos apuntar que “pueblos de mercaderes” es una categorización que abarca más o menos pacíficamente, en el mundo moderno, a todas las naciones civilizadas. Se trata de un modelo, el burgués, surgido con pretensiones no sólo hegemónicas, sino sobre todo, uniformizantes. La entronización del tercer estado, en detrimento del clero y la nobleza a fines del siglo XVIII (y fundamentalmente a partir de la caída de los últimos cuatro grandes imperios después de la Primera Guerra Mundial), no significó una mera recomposición del mosaico social, sino antes bien, la supresión de los otros estados, y la postulación de un modelo único de vida y de civilización, arquetipificado el hombre en el homo œconomicus –un “buen hombre de negocios”, frío, calculador, interesado, egoísta, eficiente, conocedor de cada vericueto y estratagema-, y el mundo en el mercado.

Asimismo, mercader es toda “persona que trata o comercia con géneros vendibles” (DRAE, 1ª acep.), que en la degradación a que nos somete un mundo únicamente materialista, sustancialmente compete a todos los géneros, aun a aquellos que en la enunciación ética o principista no deberían serlo. Se trata de una circunstancia empírica, fáctica, y no de un postulado axiomático.

La interpenetración del mercado en la esfera que apriorísticamente debería ser desmercantilizada (la esfera pública) de una forma no anecdótica, ni siquiera consuetudinaria, sino funcional y sistémica, es un fenómeno también hijo de esa mercantilización general del mundo devenida del triunfo arrollador y absoluto de la burguesía. ¿Qué es el Estado hoy si no un instrumento (un objeto y ya no un sujeto) del mercado? Y más aun: Traspasando las cortinas de humo que impone la esloganización de la política mediática y de la subversión semántica, resulta evidente que esa mercantilización del Estado es más acentuada en los regímenes proteccionistas e intervencionistas que en aquellos que precisamente otorgan al mercado un espacio de acción independiente de la gestión política. Bien ha dicho Claus Offe que el Estado intervencionista, de corte socialdemócrata, desmercantiliza a la sociedad civil, le resta incentivos a la inversión y creatividad a las estrategias privadas. El correlato de ese fenómeno es la mercantilización del propio Estado.

El premio Nóbel de Economía Gunnar Myrdal propuso una paradoja en referencia a los países subdesarrollados: según ella, el sector privado es allí estatista porque pide protección y subsidios al Estado, y el sector público es privatista porque a los funcionarios los anima el espíritu de lucro individual. Los privados operan entonces en el ámbito de la esfera pública, trajinando pasillos y haciendo banco en las salas de espera de los despachos; y asimismo la esfera pública opera bajo el influjo del lucro privado, sistema que por otra parte se acentúa cuando el gobierno descarta cualquier requisito de mérito y calificación para el funcionariato (así como cualquier mínima auditoría de gestión), y éste pasa a ser vector de los favores políticos y de un sistema piramidal de recaudación paralela –v.gr., se “compra” la silla, o se “paga alquiler” por el cargo al superior que lo cobija, o se “recuperan los costos” de la militancia, etc.

Bertrand de Jouvenel ha advertido, ya en tiempos tan tempranos como 1949 (y tan alejados del ominoso colapso ulterior del Estado de bienestar) que el resultado profundo y gravitante, principalísimo, de la política resdistribucionista está señalado por el decisivo impulso que impele al temible proceso de centralización. Con la confiscación progresiva de crecientes porciones del ingreso privado, y las tasas de tributación punitivas, se reduce considerablemente la capacidad de ahorro e inversión, y el Estado asume entonces actividades que los particulares ya no pueden emprender. Si debido a esa presión tributaria hay actividades sociales y culturales trascendentes que ya no pueden ser sostenidas por los particulares (fondos para la alta cultura, la ópera, el cine, las artes… ¡o incluso para el fútbol!), el Estado asumirá también la responsabilidad por tales actividades a través de programas de subsidios, e inevitablemente pasará entonces a ejercer un grado creciente de control sobre los contenidos. Así entonces, un resultado empíricamente comprobable de las políticas redistributivas (y no meramente declamatorio, presuntamente ético o efectista y sensiblero) es la detracción de la iniciativa privada en múltiples esferas de la vida social, la destrucción de los emprendimientos de expresión independientes y el debilitamiento marcado de la sociedad civil (La ética de la redistribución, Katz, Madrid, 2010).

De tal forma, el pensador francés, un auténtico visionario en más de un campo del estudio de la sociedad, anticipa los hallazgos recientes de los teóricos de la Nueva Clase. En efecto, su percepción conduce a invertir el proceso causal: la política redistribucionista pasaría a ser incidental, un emergente visible, de un más profundo y general proceso de centralización que ha adquirido una energía propia. La obra de James Buchanan, la más profunda de la Virginia School of Public Choice, ha comprobado cómo los orígenes del Estado expansionista se radican en los intereses económicos de las burocracias gubernamentales (Los límites de la libertad: Entre la anarquía y el Leviatán, Katz, Madrid, 2010 -ed. en inglés: University of Chicago Press, 1975).

En la relación entre redistribución y centralización tenemos entonces caracteres más propios de un fenómeno político que de un fenómeno social. Ese fenómeno político consiste, nada menos, que en la demolición de la clase de los propietarios privados y la acumulación de medios en manos de administradores; es decir, en la transferencia de poder de los individuos a los funcionarios, los cuales propenden a constituir una nueva clase dominante. Y en el curso de ese proceso, ya puede percibirse la correlativa tendencia a conceder inmunidad a la nueva clase frente a las medidas fiscales que afectan a la anterior (V. John Gray, en la Introducción a Jouvenel, op. cit., quien apunta con claridad: “La investigación empírica revela que los programas de transferencia de pagos… son caóticos y carecen de reglas. En la medida en que es creación de la ideología redistribucionista, el moderno Estado de bienestar no se puede defender con referencia a ningún conjunto coherente de principios o de propósitos. No se ha aliviado la pobreza en ninguna medida significativa, sino que más bien se la ha institucionalizado sustancialmente).

Deberemos seguir observando para establecer si la nueva clase dominante conserva en su conducta el patrón mercantil burgués, o bien pretende imponer a la sociedad un nuevo signo de uniformidad. Los casos hasta ahora comprobados señalan antes bien que se trata, como dijimos arriba, de una tendencia política y no social. Socialmente, la clase de los funcionarios se comporta como la clase de los propietarios que pretende destruir: persigue los mismos bienes y signos de estatus, invierte en campos, participa de empresas privadas al amparo y subsidiadas por el Estado al que direccionan, y que propende al establecimiento de monopolios protegidos (el juego y la obra pública son dos ejemplos paradigmáticos), reside territorialmente segregada (Puerto Madero Este, El Calafate), etc.

No hay que olvidar que el desvelo de Adam Smith por la preservación de un mercado puro de competencia perfecta, atomizado en pequeños productores, estaba justificado en la certeza de la que la actividad mercantil siempre tiende al monopolio. Lo que habrá de develarse con el decurso del tiempo (ya que lamentablemente no hay indicios de que esta tendencia vaya a revertirse) es si los monopolios establecidos por la clase burocrática habrán de preservar las formas mercantiles aunque sea en lo gestual. Pero si ambos términos se implican de una manera tan estrecha, es de suponer que así seguirá siendo. Después de todo, la funcionariocracia moderna, hija boba de la tecnocracia pergeñada por la burguesía para rellenar el vacío social aparecido con la destrucción por la misma burguesía de los tejidos sociales intermedios, está imbuida de los valores y de los afanes de los mercaderes (aunque ciertamente, no de su método y paciencia; v. Max Weber, Historia Económica General, FCE, no recuerdo el año).

sábado, 25 de junio de 2011

Los pueblos mercaderes

Querés escribir, murmuró, ¿pero para qué? Bueno, supongamos que quiero ser famoso. ¡Famoso!, un argentino y provinciano por añadidura; ¿pero crees de veras que el mundo está mirando ansioso hacia nuestras playas para descubrir un genio desconocido? Un argentino tiene que ser hacendado, chacarero, corredor de automóviles o jugador de fútbol, pero el mundo no necesita para nada escritores argentinos. Mire, don Benito, diga usted lo que diga, hay escritores argentinos traducidos al francés, al inglés... hay algunos que pasan las fronteras y quedarán en las letras universales. Sí... sí... murmuró don Benito con ojos perdidos. Hubo un silencio y luego gritó: ¡Infeliz! Sí, dije: ¡infeliz! ¿No se te ocurrió nunca que sin duda en Cartago había dos imbéciles como vos o como yo? ¿Y qué hay con eso? ¿Cómo se llamaban esos imbéciles? No sé. Claro que no lo sabés y yo tampoco y nadie lo sabe. Porque de Cartago no quedó nada. De los pueblos mercaderes no queda nada. Y de tu obra por buena que sea no quedará nada. Y ahora andate que tengo que sentarme y terminar mi libro... pero vos que todavía estás a tiempo...


Silvina Bullrich
, Triunfo Literario, en Historias inmorales, Sudamericana, Buenos Aires, 3ª ed., 1966, pp. 14-15.

jueves, 16 de junio de 2011

Bloomsday (insatisfacción y engaño)


En un principio, lo divino estaba en cada uno, y cada uno podía todo comprenderlo, todo realizarlo, con la absoluta naturalidad y destreza. En un principio, el principio fundamental e irrenunciable fue el fuego de la verdad.



En el Ulises de James Joyce, publicado en 1922, se narran las aventuras de un pequeño burgués irlandés por la ciudad de Dublín, transcurridas durante el día 16 de junio de 1904. El protagonista se llama Leopold Bloom, lo que ha motivado que los admiradores de Joyce celebraran en lo sucesivo esa fecha como "El día de Bloom" o Bloomsday, en un juego de palabras con la expresión inglesa Doomsday, "Día del Juicio".
   
Dietrich Schwanitz nos presenta una tan prieta como ilustrativa interpretación del libro (La Cultura. Todo lo que hay que saber, Punto de Lectura, Madrid, 2006, p. 37): 

"El protagonista de la novela es judío, pero los episodios de aquel día siguen el modelo de la Odisea. De este modo Joyce quiere recordarnos que nuestra cultura es un país atravesado y bañado por dos ríos: uno de ellos nace en Israel, el otro en Grecia. Y los ríos son dos textos fundamentales que alimentan nuestra cultura con ricas historias.

"Pues, al fin y al cabo, una cultura es el conjunto de historias que da cohesión a una sociedad. Entre ellas están también los relatos sobre los propios orígenes, esto es, la biografía de una sociedad (la descripción de su vida), que le dice lo que es.

"Los dos textos fundamentales de la cultura europea son:
- la Biblia hebrea;
- la doble epopeya griega de la invasión de Troya -la Ilíada (en griego, Troya se dice Ilión)- y la Odisea, el viaje del astuto Ulises desde la destruida Troya hasta su casa, al encuentro de su esposa Penélope.

"El autor de estos dos poemas épicos es Homero; el de la Biblia, Dios. Ambos autores tienen rasgos mitológicos: Homero no podía ver; Dios no podía ser visto -estaba prohibido hacerse una imagen de él-".     

La Grecia actual, que nada conserva ya de la Hélade que con el tiempo y la desacralización del mundo va absorbiéndose (saludablemente) en el mito, saliendo de la Historia, atraviesa una crisis típicamente moderna, con un impacto moral muy significativo sobre el resto de Europa.

El mundo hebreo conoció una crisis en el período comprendido entre los siglos VII y VI a.C., conmoción que afectó a tantas civilizaciones en esa época y que dio lugar a que Gore Vidal situara por entonces su imprescindible Creación, novela en la cual concurren cronológicamente grandes creadores de religiones (el Buda, como principio de reacción de la nobleza respecto de las tendencias panteístas del sustrato de los asura, un Zarathustra reformador, que reafirma el principio tradicional del Irán, aunque probablemente Zarathustra sea una figura antes que un personaje real, y puede atisbarse el primero de ellos como procedente de la boreal Ayrianem-vaejo, bajo el tipo del atharvan, "señor del fuego sagrado", "hombre de la ley primordial", Lao TseConfucio en China, ambos contemporáneos también en el siglo VI, etc.). La crisis referida está vinculada al decaimiento de la suerte militar de Israel, y en la interpretación de las derrotas y la decadencia como el castigo divino por un "pecado", lo que motivó una vocación de expiación que permitiera que Jehová (YHVH) volviese a asistir a su pueblo y devolverle la potencia (Jeremías y el segundo Isaías). Como nada de ello aconteció, al "profetismo" de los nebbin -que ya por entonces había reemplazado en un giro involutivo a la figura de un tipo más elevado del "vidente", roeh (Samuel, IX, 9)- le sucedió el mito apocalíptico-mesiánico en la visión fantástica de un Salvador que rescatará a Israel. 



Iniciado entonces un proceso de disgregación, donde vino a menos el elemento viril del antiguo culto a Jehová y el ideal guerrero del Mesías (tomado de la figura heroica irania de Saoshianc, manifestación del "Dios de los Ejércitos"), todo aquello que provenía del componente tradicional se convirtió en un formalismo ritualista y se hizo más abstracto y desapegado de la vida. A todo ello, además, se agregan las ciencias sacerdotales del culto caldeo, lo que abona sucesivamente el pensamiento abstracto y también matemático en el hebraísmo, y sobre todo, en su aspecto esotérico. 

La composición entre ese desapego, esa ritualización y ese proceso de progresiva abstracción, de ajenidad frente a realidades ya inasibles, da lugar a un tipo espiritual -profundamente arraigado en Occidente, como pone de resalto Joyce- que "para mantener firmes valores que no sabe realizar y que toman pues un carácter abstracto y utópico, se siente impaciente e insatisfecho frente a cualquier orden positivo existente y a cualquier forma de autoridad, de modo de ser un permanente fermento de agitación y de revolución" (G. Evola, Rivolta, II, VIII, b), característica que desde los primeros trasplantes en la Roma antigua es atisbada con sorpresa por Celso, luego con alarma por Juliano, y finalmente con dolor, salvando milagrosamente la cabeza, por Quinto Aurelio Símaco.  




En cuanto a la línea helénica del acervo, debe ponerse de resalto que la Guerra de Troya significa nada menos que el final del Ciclo Heroico (aquél que Hesíodo interpoló entre el Ciclo de Bronce y la Edad Oscura o Ciclo de Hierro, que acontece luego del oscurecimiento de los dioses, como última reacción uránico-solar frente a la declinación que se aceleraba). Como final, puede entenderse tal vez también como culminación, como el día con mayor luz del sol es también el que señala que en adelante cada día será más corto. En el Ciclo Heroico, resaltan Heracles, Gilgamesh, Teseo, Belerofonte, Aquiles, Ajax, Rostam... Según Hesíodo, Zeus creó, entre razas cuyo destino era ya el de "apagarse sin gloria en el Hades", una estirpe mejor, la de los "héroes" que, al examinar el conjunto de los mitos helénicos y los de otras tradiciones, tiene profunda afinidad con la de los titanes: "son los audaces de una misma aventura trascendente, que a pesar de todo puede lograrse o abortar" (ibíd., II, VII). Después de todo, Prometeo es liberado por Heracles, en alianza con el propio Zeus, y en retribución señala al héroe la vía para alcanzar el fruto de la inmortalidad (el jardín de las Hespérides). Una vez que el héroe pretende llevarse el fruto para el beneficio de todos los humanos, Atenea -la sabiduría olímpica- lo obliga a volverlo a su lugar, evidenciando que aquella conquista está reservada a la estirpe a la cual corresponde y no debe ser profanada en servicio del ser humano, como pretendió antaño hacer Prometeo.



Es nuestro mundo entonces el resultado cruzado de una alienación (espíritu y materia, cuerpo y alma, poder y sacerdocio, etc.) que genera frustración en lo imperfecto, insatisfacción y angustia por lo inalcanzable por un lado, y el límite final puesto a los héroes, como última posibilidad de trascendencia, por el otro, que deja entonces como única alternativa la del engaño: Troya es conquistada con el engaño, Ulises sale de múltiples aprietos (y Penélope también) con el engaño...

Es claro, la insatisfacción, la consciencia de la propia impotencia, son vectores del mecanismo del engaño, pero del propio engaño. 


viernes, 10 de junio de 2011

Errando por el mundo


Nombres ligeramente errados.


Dos países tienen en castellano nombres equivocados, por una mala transcripción fonética, que dan lugar a lecturas diversas de su designación en el idioma original.


Islandia.

Uno de ellos es Islandia, transcripción casi literal en las cartas de navegación portuguesas y españolas del norrés Island, tierra del hielo (donde “Is” es hielo, y su runa es similar a la letra latina “i” mayúscula). En efecto, el nombre castellano parecería indicar “país de la isla”, lo que aparece como una tautología. Debería entonces reemplazarse por “Hielandia” o “Glacilandia” (más correctamente, Glacieilandia, si se toma el genitivo de la raíz latina). Para mí Hielandia resulta lo más aconsejable.



Como intentando seguir a los divinos Tuatha dé Danann en su retiro a la isla de Avallon (la isla de los hiperbóreos, donde reina la inmortalidad), los monjes irlandeses se destacan como descubridores de islas septentrionales, al menos en la etapa histórica o Edad Oscura del mundo. Así como arribaron a las Feroe cerca del año 700 (un siglo antes que los viquingos), también fueron los primeros en llegar a Islandia, si nos atenemos al Liber de Mensura Orbis Terræ (825) del monje irlandés Dicuil, que allí la designa como “Thule” (nombre aparecido en el siglo III a.C., mencionado por el explorador y escritor griego Pytheas, que partió con una flota de Marsella y luego de sortear las columnas de Hércules, navegó hacia el Norte hasta Escocia, en donde se anotició de esa isla boreal) , y dice de ella que apenas el sol se escondía en el horizonte en el verano (en particular, señala que los monjes podían sacarse los piojos de su vestimenta aun a medianoche). Según su relato, algunos papar –monjes ermitaños- habían llegado a la isla alrededor del año 795, y partir de entonces volvieron a ella todos los veranos durante 30 años.



Ignorantes de esa aventura, los viquingos comenzaron las propias. En el siglo IX el noruego Naddodd exploró sus costas, aunque no desembarcó. Luego el sueco Gardar Svavarsson, atendiendo al relato de su predecesor, navegó rodeando la isla y descubrió que, además de su gran tamaño, había en ella lugares aptos para la vida humana. Claro está, quien habla de vida humana no tiene por qué indicar con ello que los lugares fueran confortables. Gardar soportó un durísimo invierno en la isla, y debió construir sólidos refugios de madera y turba para no morir de frío.

Floki Vilgerdarson (apodado el Cuervo Floki) fue un viquingo noruego, que a partir de la expedición de Svavarsson, decidió navegar con toda su familia y criados para establecerse en ella definitivamente. Él se acompañaba siempre de tres cuervos (uno más que Odín), a los que lanzaba sucesivamente a volar como aves exploradoras. En un momento uno de ellos no regresó, con lo que Floki supo que en la dirección en la que había volado debía estar la tierra buscada. Desembarcó en el verano, con lo que disfrutó de la hospitalidad del lugar hasta que llegó el invierno, y el frío mató a todos sus animales. Vivió allí pocos años, y regresó a Escandinavia muy amargado, hablando muy mal de la isla, aunque otros tripulantes de su expedición divulgaron que ella era un lugar hermoso, con buena pesca y lleno de productos para el comercio.



A mí siempre me llamó particularmente la atención la geografía de la isla. Sobre todo, la silueta, que tiene forma de dragón, o de barco-dragón (drakkar), con la cabeza enhiesta en el Noroeste, abriendo sus fauces hacia el Occidente. Si a ello le sumamos su intensa actividad volcánica y de géiseres, la imagen de la isla-dragón no puede ser más elocuente. Para la cándida mirada de un niño (que fue de bien pequeño cuando descubrí mi pasión por la geografía), hay conexiones y relaciones que poco tienen de casuales, y el mundo se abre a sus ojos con toda su impronta poética. Luego la mirada tiende a endurecerse, a mirar pero sin ver. Pero Hielandia siempre conservará para mí ese misterio de la isla-dragón, la última vértebra de la dorsal atlántica que alguna vez quizás albergara la tierra de los atlántides.


Austria.

El otro equívoco es el de Austria. Siendo el país alemán ubicado más al Sur (junto a Baden y Baviera), aquella mención a su condición austral tampoco deja de ser medianamente ajustada. Ahora bien, la corrupción de la palabra deriva de su nombre en alemán, que es Österreich, “Reino del Este”. Dicho nombre, a su vez proviene del más antiguo Ost Reich, y éste de Ostarrichi, según surge del diploma imperial del 1º de noviembre de 996, primera referencia escrita. Inicialmente, su nombre fue dado por Carlomagno, como Ostmark, es decir, la “Marca del Este”, confín fronterizo del Sacro Imperio con el cometido del detener a los eslavos, a los magiares, y posteriormente a los turcos. Es curioso que su destino de marca se conservara aun en el siglo XX, puesto que justo al Este de Austria comenzaba la Cortina de Hierro. Teniendo en cuenta que antes fue Panonia (la romana Vindobona es la actual Viena), provincia fronteriza intensamente atacada por tribus bárbaras, al punto que su nutrida guarnición fue la que permitió a su gobernador Septimio Severo acceder al trono del mundo, habría que plantearse si los destinos de los países no están signados por tendencias que exceden la módica y contingente voluntad humana…



Para este país, las soluciones tienen que contemplar que en verdad la designación original es anticuada, puesto que Austria es actualmente una República. Sin embargo, en el sufijo “-ria” poco queda, a más de un resabio fonético, de alusión a un reino, con lo que tal vez, para no desviarnos demasiado de la tradición, podríamos llamarlo “Estria”.



Fuentes: Más allá de otras tantas, la fuente principal de estas reflexiones es El origen de los nombres de los países, de Edgardo D. Otero (Gárgola, 4ª edición, Bs. As., 2009, ISBN 978-987-613-070-7).

miércoles, 8 de junio de 2011

Jugar callado




Uno recibe cotidianamente mucha información. También escucha y lee opiniones, algunas que le son simpáticas, otras antipáticas, y elige qué lugar darle a cada una, cuánta atención prestarle, y en fin, intenta procesar todo aquello en su mente con la mayor sinceridad e imparcialidad posibles. Porque uno sabe que a quien primeramente no puede engañar es a uno mismo. Luego, elige la forma de comunicar sus conclusiones, y el tenor de aquéllas. Decide qué decir, cómo decir, cuánto decir, de acuerdo a los objetivos que se hubo propuesto desde el principio, y a veces, si el contexto es litigioso, los objetivos que se va planteando sobre la marcha, a medida que discute.

También puede decidir callar, que es una conducta cada vez más generalizada en la sociedad de la hiperactividad comunicativa. Uno decide callar porque en la sociedad que ha hecho un uso promiscuo de la palabra libertad, la libertad se restringe a ciertos cauces dogmáticos, casi obviedades, que repetimos como loritos para convencernos y experimentar la sensación de pertenecer, de formar parte de un consenso que no lo es tal desde que no surge de la espontánea voluntad concurrente de los socios, sino que es impuesto desde el poder que dice, el poder que nombra, el poder que designa, el poder que ordena. Dentro del cauce de esa “libertad”, libremente podemos abrogar cada vez más las maneras, los modales, las formas, mientras ello sirva para enfatizar el escueto contenido permitido. Podemos putear con cada vez mayores licencias, decir las barbaridades más escatológicas, escupir, mear, grafitear… pero siempre en el mismo sentido, dirigido hacia los mismos objetos odiados. Abucheamos y silbamos a Emmanuel Goldstein. Insultamos, perseguimos, escrachamos, intentamos linchar a Snowball



Por ahora, nadie puede leer nuestras mentes. Dentro de ellas todavía somos soberanos. Callar es entonces una forma de resistencia.

Pero también callamos porque el solo hecho de tener que poner en palabras, de ordenar los recuerdos para comunicar, demanda el tortuoso sacrificio de regresar a nuestra consciencia los estigmas de tanta desgarradura, como diría Cioran, cuando los aciagos tiempos que vivimos antes bien nos imponen (y no es casualidad que justo ahora aparezca) la pastilla azul para regresar al vientre confortable de la Matrix, o la pastilla canadiense del Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos.

Así que, con fundados motivos, elegimos callar. Pero sin abstenernos por ello de comunicar. Y vamos entonces a comunicar algunas informaciones y opiniones recientes, que cada cual procesará como mejor le guste. Y seguramente proseguiremos todos callados. Nos miraremos los unos a los otros, con los labios apretados, pero con esa complicidad en el destello de las pupilas que nos hace saber, también a todos, que todos lo sabemos…



1) En este artículo la amiga S.G. aborda de una manera muy completa y desgarradora la cuestión que mayor vergüenza debería causarnos como pueblo, la del hambre y la desnutrición de nuestros niños. En él también se podrán encontrar valiosos links a información detallada de esa realidad. Entre ellos se puede mencionar para graficar el tenor de lo expuesto, el artículo Muertes por desnutrición, similares a cifras de 1980, de Edgardo Trivisonno, aparecido en Ámbito Financiero el 10 de marzo de 2011. En él se dice, por ejemplo: “Para citar sólo algunos ejemplos: en 1980 murieron por esta causa 1.202 argentinos; en 1986, 1.135, en 2007, 1.311 y en 2009, 1.112, según los registros de los certificados de defunción. Sin embargo, no se incluyen las omisiones o subregistros como tampoco las defunciones por otras causas de muerte, como las infecciones respiratorias o del aparato digestivo o patologías asociadas que sufre el 30% de los 11.000 niños menores de cinco años que mueren al año”.


Fuente: Ámbito Financiero


Declaración Universal de los Derechos Humanos, Artículo 25: 1) Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad. 2) La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social.



2) Tábano Consultora (de Carlos Manuel Acuña) nos ha informado ayer que: Impiden la operación de la columna vertebral de Luis Patti, lo devuelven a Marcos Paz y se ignora si fue atendido y cuál es su paradero. En el texto de la noticia puede leerse que “Durante las últimas horas, mientras Abelardo Patti estaba por ser operado en una clínica de Escobar con motivo del grave estado en que se encontraba por su columna vertebral, ya operada (en el pasado), por orden del Juzgado fue remitido, atado a una tabla, al penal de Marcos Paz. Allí se descompuso por lo que nuevamente fue enviado a la clínica donde no pudo ser atendido por haber perdido el turno y no encontrar cama disponible. En consecuencia, se lo envió a clínicas de la Capital Federal donde tampoco fue atendido por las mismas razones. Siempre atado a una tabla para evitar su caída en el piso del medio de transporte en que se lo trasladaba, fue devuelto a Marcos Paz donde la gravedad de su estado determinó que se lo regresara a un establecimiento en la Capital Federal. A esta hora se ignora dónde se encuentra y si fue operado”.

También nos enteramos en la misma fuente de una curiosa circunstancia vinculada con nuestro Poder Judicial: Que la Dra. Lucila Larrandart, miembro del CELS y presidenta del Tribunal Oral Nº 1 de San Martín que condenó a Patti, fue la abogada defensora de Schoklender en el juicio que se le siguió por el homicidio de sus padres.

Lo interesante de la Argentina, es que todos los sucesos y actores están imbricados de maneras tan curiosas que no pueden dejar de escribirse novelas, cuentos de suspenso y obras de teatro, ni de filmar thrillers ingeniosos… aunque tanto ingenio, la sorpresa como elemento sistemático, también conduzcan a la obviedad y finalmente al aburrimiento. Será por eso que en la Argentina no se escriben tantas novelas, ni cuentos de suspenso, ni obras de teatro, ni thrillers ingeniosos, como podría pensarse en un principio.



Declaración Universal de los Derechos Humanos, Artículo 5º: Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes. Artículo 10: Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra ella en materia penal.




3) Y ya que hablamos de Schoklender, Jorge Asís escribe hoy en su Portal un artículo impecable, titulado Cenizas del Volcán Schoklender, al que, a más de remitirnos para su lectura íntegra necesaria, le vamos a aprovechar un fragmento, amparándonos en la expresa autorización de su autor, que con sorna y resignación emplea como fórmula, aceptando incluso que se le robe “sin citación de fuente”.

El Volcán Schoklender, a través de erupciones de corruptelas, desvíos de capitales públicos, y ostentosas Ferraris, amenaza con oscurecer el epílogo del ciclo póstumo del kirchnerismo. Con una virulencia superior, incluso, que las inofensivas erupciones del volcán Puyehue, que atormentan, desde Chile, la rutina respiratoria de los patagónicos, y mortifican la aviación.

Las cenizas del Volcán Schoklender cubren de mugre la pátina moral del humanitarismo pontificado.

Se pasa de “las pelotudeces”, para la señora Hebe, o de las “pavadas”, del cocinero ministro Boudou, hacia el forzado recital de las explicaciones improvisadas.
El comienzo de junio anticipa -para el kirchnerismo póstumo- el invierno más cruel. Ironías, del destino o simplemente de la realidad, que se ocultaba por un conjunto de insolvencias.

Justo cuando Cristina se encuentra en su dominante momento político. Con el duelo redituablemente asimilado. Con el peronismo, casi entero, colgado de su “Vestidito Negro”, en competencia por sus atenciones, con los fondos de olla del frepasismo tardío. Con la sociedad, aún fascinada, por las producciones con espejitos de colores de Fuerza Bruta.

Pero de pronto surgen, con las cenizas de la devastación, las pruebas, al menos, de su ineptitud.

En el mejor de los casos, y con el pensamiento más inocente, brotan las pruebas fatales de tanta incapacidad para la improvisación.

De la imposibilidad para controlar el impresionante dispendio de los fondos públicos. Del erario puesto al servicio de una organización éticamente incuestionable, pero conducida por un Madoff local. En versión grotesca.



Y para no perder la circularidad, nos aprovecharemos también de este otro extracto, también del mismo artículo, bajo el subtítulo Tragedia de una Era anterior:

Al cierre del despacho, aún no se registró, que se sepa, ninguna renuncia. De los tantos irresponsables que fueron cómplices conscientes de la construcción artesanal del Guitaducto. De la distribución de fondos para los manejos de la Fundación Madres de Plaza de Mayo.

Intercambio que garantizaba la exhibición permanente de ancianas, con los clásicos pañuelitos blancos, para el aplauso fácil en cualquier acto kirchnerista.
Viejitas de adorno, que suministran la certificación que se asiste, ante todo, a las demostraciones rutinarias de un gobierno progresista. Que mantiene, como apotegma básico, la impostura de defender los derechos humanos. Con la prenda, casi testimonial, de los mil militares presos.

Son los protagonistas, a menudo tangenciales, de la tragedia de los setenta. De las violentas carnicerías registradas antes de la invención del fax. Cuando no había celulares ni Internet, y ni siquiera televisión en colores.

Tragedia, la de los setenta, de una Era anterior. Que Argentina creyó, acaso ilusoriamente, haber resuelto en los noventa. Para volver a manosearla en los dos mil, hasta hacerla inacabable. Con la justicia, y el humanitarismo, al servicio de una noción divisoria de venganza.



4) Y ya que se menciona lo que se menciona, creo que es de lectura necesaria, para quien tiene paciencia y ganas de profundizar, el último post del amigo Aquiles M., en su blog Corrupción y Crimen.



Así nomás, jugando callados, tiramos estos naipes sobre el paño.

martes, 7 de junio de 2011

Pensar en romano


“Pensamos palabras”

Unamuno


Nelly Dora Louzan de Solimano, pese a que para muchos puede sonar a una gentil vecina de barrio que nos cruzamos en la cola del mercadito o cuando sale a baldear la vereda, es una jurista experta consagrada en Derecho Romano. Profesora titular de esa materia en las Universidades de Buenos Aires (UBA), Belgrano (UB) y del Salvador (USAL), también ha tenido a su cargo las cátedras de Derecho Civil y de Obligaciones en la primera de esa Casas de Altos Estudios; y también es o ha sido miembro titular de la Sociedad Argentina de Derecho Romano; presidente del Centro de Investigación, Difusión y Documentación de Derecho Romano de Buenos Aires; directora del Instituto de Derecho Romano de la USAL y discípula de los Dres. Eduardo Elguera y José Manuel Caramés Ferro.

Tuve la suerte de conocer su estupendo libro Curso de historia e instituciones del Derecho Romano (Ed. Belgrano, Bs. As., 1994, 5ª edic., ISBN 987-577-164-9) a través del querido profesor (lamentablemente fallecido aún joven) León Carlos Rosenfeld, uno de esos tipos que honraron la docencia como pocos. Y perdón: en su caso, como en el del profesor (Doctor Honoris Causa) Eugenio Bulligyn, debo escribir Profesor y Docencia con mayúscula capital, y ponerme de pie, aunque por este medio no se note.

Ellos, que daban sus clases de pie de punta a punta, que no faltaban a una sola, que envolvían con la magia de sus voces atipladas y sus erudiciones y elocuencias envidiables, transmitieron a un joven que iba en franco camino al escepticismo y la apatía la fuerza de la más pura y violenta pasión, que corría manifiestamente por las venas de esos “viejos” como un torrente de eterna juventud… una juventud que el joven del que hablo iba perdiendo, y que ellos ayudaron a que la recuperara, cuando cerca estuvo la decrepitud de achaparrar su alma definitivamente.

No voy a detenerme en la sublimidad del Derecho Romano, una de las creaciones humanas más fantásticas, y nunca superada. Tal vez sirva mejor una cita del gran Rudolf Von Ihering (Geist des romischen Rechts, 1891-1899): “Si la poesía no está reñida con el derecho, ningún otro como el pueblo romano nos muestra lo que es poesía de orden y regularidad”.

Dice Louzan de Solimano (op. cit., pp. 118-119): “El derecho romano vino a nosotros (a los pueblos románicos) por una doble vía: El verbo de nuestra lengua y la escritura del Corpus Iuris. La primera recepción es verbal, nuestra cultura es cultura latina, nuestra lengua romance surge del latín coloquial, del idioma de cada día en el imperio, y hoy pensamos en romano aunque no nos demos cuenta de ello”.

Hemos visto días atrás que las Siete Partidas que Alfonso X encargó a una comisión de jurisconsultos españoles, y que han formado parte de nuestra vida como argentinos hasta tiempos relativamente recientes (en algunos casos, reiteradas por normas constitucionales y por el Código Civil actualmente vigentes), no son más que la traducción al romance de las disposiciones de Corpus Iuris Civilis.

Esa legislación romanista, que ha regido uniformemente los destinos de todos los latinoamericanos, es la que luego servirá de sustrato para la creación de los derechos nacionales, pero sobre todo, pervive como esperanza para la recuperación de la unidad perdida. Dice al respecto del Derecho Romano Fernando Betancourt (Universidad Externado de Colombia): “Es la realidad de una identidad socio-política unitaria del continente americano; la res publica latinoamericana es el fruto de abogados que encarnaron en la práctica el Derecho Romano profundamente latinoamericanizado, como Bello, Vélez Sársfield, Teixeira de Freitas, etc.”. Y precisa Díaz Bialet: “Por esto en el Derecho Romano están las bases de la protección de los débiles, la regulación jurídica de los ‘potentiore’, las normas legales que autorizan la rescisión del contrato si hubo lesión; el concepto del justo precio, la acción casi popular en instituciones del derecho privado como la tutela; la limitación de las facultades de disposición del dueño de las cosas, como la interdicción del pródigo; la reparación del daño que amenaza por razones de humanidad”.[Op. cit., p. 122].

Por eso, nos ocuparemos ahora de dar una somera idea de por qué se dice que pensamos en romano, con toda la terrible trascendencia espiritual, más como responsabilidad que como privilegio, que ello apareja.

Vamos a presentar entonces, y sin más preámbulo, un glosario referido a la procedencia latina de algunos cuantos vocablos castellanos (de la “a” a la “e”, que es lo que ha permitido nuestro tiempo y constancia) que empleamos diariamente, que encierran alguna curiosidad o atractivo., y en varios casos, una impronta poética casi surreal. Entre paréntesis, su significado cuando éste no fuere literal. La fuente es la mencionada también aquí.

Palabra castellana

Latín clásico / Latín vulgar (l.v.) / Latín tardío (l.t.)

abarcar

(l.v.) abbracchicare (abrazar)

abogado

advocatus (convocado)

abortar

abortare (aboriri, perecer/ oriri, nacer)

abrevar

(l.v.) abbiberare (l.c., bibere, beber)

abrigar

apricare (calentar con el calor del sol)

abrojo

aperi oculos (abre los ojos, advertencia acerca del terreno)

absolver

absolvere (solvere, desatar, soltar)

abstemio

abstemius (no viene de abstinencia sino de temulentus, borracho)

abuela

(l.v.) aviola (abuelita, dim. de avia, abuela)

aburrir

abhorrere (tener aversión a algo)

accidente

accidens, accidentis (accidere, “caer encima”, suceder)

acechar

assectari (seguir constantemente, perseguir)

acero

(l.t.) aciarium (deriv. de acies, filo)

ácido

acetum (vinagre)

acontecer

contingere (lo que le toca a cada uno)

acordar

(l.v.) accordare (poner de acuerdo)

acordar

cordatus (deriv. de cor, cordis, corazón)

acosar

deriv. de cursus, curso (deriv. de currere, correr)

acribillar

cribellare (de cribellum, criba)

acusar

accusare (deriv. de causa, causa)

adepto

adeptus (adquirido)

adminículo

adminiculum (tutor para mantener un árbol derecho)

adolescente

adolescens, adolescentis (hombre jovenadolescere, crecer)

aducir

adducere (conducir a alguna parte)

adusto

adustus (chamuscado, tostado por el fuego)

afable

affabilis (a quien se puede hablar)

afeitar

affectare (dedicarse, adornarse, hermosearse)

afligir

affligere (golpear contra algo)

aglomerar

agglomerare (juntar, deriv. de glomus, ovillo)

agobiar

(l.v.) gubbus (variante del l.c., gibbus, giba, cargado de espaldas)

ajeno

alienus (deriv. de alius, otro)

alabar

(l.t.) alapari (jactarse)

alambre

(l.t.) aeramen (bronce, objeto de bronce)

albedrío

arbitrium

alborotar

volutare (agitar)

alcanzar

calx, calcis (talónpisar los talones)

alentar

(l.v.) alenitare (metátesis de anhelitare, respirar, alentar)

álgido

algidus (deriv. de algere, tener frío)

alguno

aliquis (algún, alguien) unus (uno)

aliar

alligare (atar a algo)

almuerzo

(l.v.) admordium (deriv. de admordere, morder ligeramente)

alumno

alumnus (persona criada por otra, a su vez de alere, alimentar)

allá

illac (por allá) / allí viene de illinc (de allá)

amarillo

amarellus (amarillento, pálido; de amarus, amargo, por la ictericia)

ambages

ambages (rodeos, sinuosidades)

ambiente

ambiens, ambientis (lo que rodea)

ambiguo

ambigere (estar en discusión)

amenaza

(l.v.) minacia, deriv de mina, ídem.

ampolla

ampulla (botellita)

amputar

amputare (podar)

anciano

De ante (antes)

anegar

enecare (matar por asfixia)

antena

antemna (palo de navío)

apagar

pacare (pacificar)

apoyar

podium (sostén en una pared)

apremiar

premere (oprimir, apretar)

apretar

(l.t.) appectorare (estrechar contra el pecho)

araña

aranea (telaraña)

arañar

(l.t.) aranea (sarna)

archivo

(l.t.) archivum (residencia de los magistrados)

argamasa

argilla (arcilla) y massa (masa)

ariete

aries, arietis (carnero padre, que embiste con la frente)

arista

arista (filo de la espiga, espina de pescado)

arrear

(l.v.) arredare (proveer)

arrepentirse

(l.t.) repaenitere (del clásico pænitere, hacer penitencia)

arrojar

(l.v.) rotulare (echar a rodar, lanzar rodando)

arroyo

arrugia (galería de mina, por la que usualmente corría agua)

asco

(l.v.) osicare (odiar, deriv. del lat. odi, ídem)

asesor

assessor, assessoris (el que se sienta al lado). Lo mismo para asiduo.

asestar

sextus (sexta parte del círculo del blanco, donde se hacía puntería)

atolondrar

tonitrus (trueno) → atónito: attonitus (herido por un rayo)

atreverse

tribuere sibi (atribuirse a sí mismo la capacidad de hacer algo)

atroz

atrox, atrocis (deriv. de ater, negro)

atuendo

attonare (tronar, aplicado a la pompa estruendosa de los reyes)

avestruz

struthio, struthionis (abrev. del gr. struthiokámelos, camello-pájaro)

barullo

involucrum (envoltorio, atado)

basura

(l.v.) versura (acción de barrer, deriv. de verrere, del que viene barrer)

berrear, berrinche

verres (verraco, por gritar como un chancho)

bicho

(l.v.) bestius (del lat. bestia, animal)

bisiesto

bisextus (por ir el día adicional detrás del sexto antes de las calendas de marzo)

bobo

balbus (tartamudo)

bola

bulla (burbuja) → bullir, hervir, hacer burbujas

bonanza

bonus (bueno) y malacia (calma chicha)

bosta

bostar (establo de bueyes)

brújula

(l.v.) buxida (cajita)

bujarrón

bulgarus (utilizado como insulto para referirse a los herejes ortodoxos griegos)

cadete

capitellum (cabecita)

calamar

calamus (pluma de escribir, ya que al calamar se lo llamaba también “tintero”)

cancelar

cancellare (tachar, trazar un enrejado sobre lo escrito)

cansar

campsare (desviarse de un camino)

caramelo

calamellus (dimin. de calamus, caña)

cementerio

(l.t.) cœmeterium, del gr. koimeterion, dormitorio.

cena

cenare (comer a las tres de la tarde)

centinela

sentire (oír, sentir)

cerrar

(l.v.) sera (cerrojo, cerradura)

colmillo

columellus (deriv. de columella, columnita)

comisario, comisión

committere (confiar algo a alguno)

compañero

compania (deriv. de panis, pan → acción de comer de un mismo pan)

compungido

compungere (atravesar de lado a lado, de pungere, punzar)

conciso

concisus (cortado en pedazos)

conchabarse

conclavari (acomodarse en una habitación)

connivencia

coniventia (guiño de los ojos, deriv. de conivere, cerrar los ojos)

considerar

considerare (examinar los astros en busca de agüeros)

cuidar

cogitare (pensar, de donde pasó a prestar atención)

cuñado

cognatus (pariente consanguíneo, más tarde, pariente de cualquier clase)

cuota

De quota pars (qué parte, cuánta parte)

deporte

deportare (trasladar, transportar → distraer la mente)

deseo

(l.v.) desidium (deseo erótico, deriv. de desidia, indolencia, pereza)

destello

destillare (deriv. de stilla, gota)

diarrea

(l.t.) diarrhœa (deriv. del gr. Diarrhéo, yo fluyo por todas partes)

difunto

defunctus (el que cumplió con algo, el que pagó una deuda vita defungi)

digerir

digerere (distribuir, repartir → repartir por el cuerpo)

doctor

doctor, doctoris (maestro, el que enseña, deriv. de docere, enseñar)

edición

editio, editionis (parto, publicación, deriv. de edere, dar a luzeducar)

enfermo

infirmus (débil, enclenque, lo contrario de firme)

envidia

invidia (de invidere, mirar con malos ojos)

escarapela

carpere (arrancar, lacerar, antiguamente, “escarapelarse”=reñir arañándose)

esposo

sponsus (prometido)

estímulo

stimulus (aguijón)

estirpe

stirps, stirpis (base del tronco de un árbol)

estrenar

strena (regalo que se hace con ocasión de alguna solemnidad)