lunes, 27 de junio de 2011

La paradoja de Myrdal

Almafuerte hizo un comentario muy perspicaz en el post anterior, Los pueblos mercaderes, que encuentra curiosa sintonía con mis propias cuitas, suscitadas ante el texto allí transcripto. En efecto, la cordial y siempre inteligente comentarista ha apuntado al respecto: "¡Pero si ni siquiera somos un pueblo de mercaderes! Somos un pueblo de notarios, empleados públicos y coleccionistas de papel. Un sello y archívese. Un pueblo con culpa y envidia, que condena la prosperidad empresaria y aplaude la del vivo y el atorrante".

Cómo no coincidir con esa reflexión. Empero, debemos apuntar que “pueblos de mercaderes” es una categorización que abarca más o menos pacíficamente, en el mundo moderno, a todas las naciones civilizadas. Se trata de un modelo, el burgués, surgido con pretensiones no sólo hegemónicas, sino sobre todo, uniformizantes. La entronización del tercer estado, en detrimento del clero y la nobleza a fines del siglo XVIII (y fundamentalmente a partir de la caída de los últimos cuatro grandes imperios después de la Primera Guerra Mundial), no significó una mera recomposición del mosaico social, sino antes bien, la supresión de los otros estados, y la postulación de un modelo único de vida y de civilización, arquetipificado el hombre en el homo œconomicus –un “buen hombre de negocios”, frío, calculador, interesado, egoísta, eficiente, conocedor de cada vericueto y estratagema-, y el mundo en el mercado.

Asimismo, mercader es toda “persona que trata o comercia con géneros vendibles” (DRAE, 1ª acep.), que en la degradación a que nos somete un mundo únicamente materialista, sustancialmente compete a todos los géneros, aun a aquellos que en la enunciación ética o principista no deberían serlo. Se trata de una circunstancia empírica, fáctica, y no de un postulado axiomático.

La interpenetración del mercado en la esfera que apriorísticamente debería ser desmercantilizada (la esfera pública) de una forma no anecdótica, ni siquiera consuetudinaria, sino funcional y sistémica, es un fenómeno también hijo de esa mercantilización general del mundo devenida del triunfo arrollador y absoluto de la burguesía. ¿Qué es el Estado hoy si no un instrumento (un objeto y ya no un sujeto) del mercado? Y más aun: Traspasando las cortinas de humo que impone la esloganización de la política mediática y de la subversión semántica, resulta evidente que esa mercantilización del Estado es más acentuada en los regímenes proteccionistas e intervencionistas que en aquellos que precisamente otorgan al mercado un espacio de acción independiente de la gestión política. Bien ha dicho Claus Offe que el Estado intervencionista, de corte socialdemócrata, desmercantiliza a la sociedad civil, le resta incentivos a la inversión y creatividad a las estrategias privadas. El correlato de ese fenómeno es la mercantilización del propio Estado.

El premio Nóbel de Economía Gunnar Myrdal propuso una paradoja en referencia a los países subdesarrollados: según ella, el sector privado es allí estatista porque pide protección y subsidios al Estado, y el sector público es privatista porque a los funcionarios los anima el espíritu de lucro individual. Los privados operan entonces en el ámbito de la esfera pública, trajinando pasillos y haciendo banco en las salas de espera de los despachos; y asimismo la esfera pública opera bajo el influjo del lucro privado, sistema que por otra parte se acentúa cuando el gobierno descarta cualquier requisito de mérito y calificación para el funcionariato (así como cualquier mínima auditoría de gestión), y éste pasa a ser vector de los favores políticos y de un sistema piramidal de recaudación paralela –v.gr., se “compra” la silla, o se “paga alquiler” por el cargo al superior que lo cobija, o se “recuperan los costos” de la militancia, etc.

Bertrand de Jouvenel ha advertido, ya en tiempos tan tempranos como 1949 (y tan alejados del ominoso colapso ulterior del Estado de bienestar) que el resultado profundo y gravitante, principalísimo, de la política resdistribucionista está señalado por el decisivo impulso que impele al temible proceso de centralización. Con la confiscación progresiva de crecientes porciones del ingreso privado, y las tasas de tributación punitivas, se reduce considerablemente la capacidad de ahorro e inversión, y el Estado asume entonces actividades que los particulares ya no pueden emprender. Si debido a esa presión tributaria hay actividades sociales y culturales trascendentes que ya no pueden ser sostenidas por los particulares (fondos para la alta cultura, la ópera, el cine, las artes… ¡o incluso para el fútbol!), el Estado asumirá también la responsabilidad por tales actividades a través de programas de subsidios, e inevitablemente pasará entonces a ejercer un grado creciente de control sobre los contenidos. Así entonces, un resultado empíricamente comprobable de las políticas redistributivas (y no meramente declamatorio, presuntamente ético o efectista y sensiblero) es la detracción de la iniciativa privada en múltiples esferas de la vida social, la destrucción de los emprendimientos de expresión independientes y el debilitamiento marcado de la sociedad civil (La ética de la redistribución, Katz, Madrid, 2010).

De tal forma, el pensador francés, un auténtico visionario en más de un campo del estudio de la sociedad, anticipa los hallazgos recientes de los teóricos de la Nueva Clase. En efecto, su percepción conduce a invertir el proceso causal: la política redistribucionista pasaría a ser incidental, un emergente visible, de un más profundo y general proceso de centralización que ha adquirido una energía propia. La obra de James Buchanan, la más profunda de la Virginia School of Public Choice, ha comprobado cómo los orígenes del Estado expansionista se radican en los intereses económicos de las burocracias gubernamentales (Los límites de la libertad: Entre la anarquía y el Leviatán, Katz, Madrid, 2010 -ed. en inglés: University of Chicago Press, 1975).

En la relación entre redistribución y centralización tenemos entonces caracteres más propios de un fenómeno político que de un fenómeno social. Ese fenómeno político consiste, nada menos, que en la demolición de la clase de los propietarios privados y la acumulación de medios en manos de administradores; es decir, en la transferencia de poder de los individuos a los funcionarios, los cuales propenden a constituir una nueva clase dominante. Y en el curso de ese proceso, ya puede percibirse la correlativa tendencia a conceder inmunidad a la nueva clase frente a las medidas fiscales que afectan a la anterior (V. John Gray, en la Introducción a Jouvenel, op. cit., quien apunta con claridad: “La investigación empírica revela que los programas de transferencia de pagos… son caóticos y carecen de reglas. En la medida en que es creación de la ideología redistribucionista, el moderno Estado de bienestar no se puede defender con referencia a ningún conjunto coherente de principios o de propósitos. No se ha aliviado la pobreza en ninguna medida significativa, sino que más bien se la ha institucionalizado sustancialmente).

Deberemos seguir observando para establecer si la nueva clase dominante conserva en su conducta el patrón mercantil burgués, o bien pretende imponer a la sociedad un nuevo signo de uniformidad. Los casos hasta ahora comprobados señalan antes bien que se trata, como dijimos arriba, de una tendencia política y no social. Socialmente, la clase de los funcionarios se comporta como la clase de los propietarios que pretende destruir: persigue los mismos bienes y signos de estatus, invierte en campos, participa de empresas privadas al amparo y subsidiadas por el Estado al que direccionan, y que propende al establecimiento de monopolios protegidos (el juego y la obra pública son dos ejemplos paradigmáticos), reside territorialmente segregada (Puerto Madero Este, El Calafate), etc.

No hay que olvidar que el desvelo de Adam Smith por la preservación de un mercado puro de competencia perfecta, atomizado en pequeños productores, estaba justificado en la certeza de la que la actividad mercantil siempre tiende al monopolio. Lo que habrá de develarse con el decurso del tiempo (ya que lamentablemente no hay indicios de que esta tendencia vaya a revertirse) es si los monopolios establecidos por la clase burocrática habrán de preservar las formas mercantiles aunque sea en lo gestual. Pero si ambos términos se implican de una manera tan estrecha, es de suponer que así seguirá siendo. Después de todo, la funcionariocracia moderna, hija boba de la tecnocracia pergeñada por la burguesía para rellenar el vacío social aparecido con la destrucción por la misma burguesía de los tejidos sociales intermedios, está imbuida de los valores y de los afanes de los mercaderes (aunque ciertamente, no de su método y paciencia; v. Max Weber, Historia Económica General, FCE, no recuerdo el año).

19 comentarios:

Leandro dijo...

Occam, impecable el texto, muchas gracias.

Personalmente, a mi lo que me preocupa más del tema es que, desmercantilizada la sociedad civil y mercantilizado el Estado, el individuo es mercader y se transa a si mismo como principal mercancia.

Si esto le sonaba grave a los teóricos del comunismo, que contemplaban al Estado como el instrumento necesario para la dictadura liberadora, tanto peor es para uno que, como yo, conceptualizo al mismo como el mecanismo pactado por los hombres para defenderse los unos de los otros, a través de la creación de sinergias productivas y coerciones físicas.

De todos modos, uno no puede dejar de admirarse por el modo en que la burguesía rentista se sobrepuso a la productiva utilizando el discurso de las libertades que necesitaba ver anuladas para desarrollarse al extremo.

Almafuerte dijo...

Somos el catálogo ilustrado de las perversiones socioeconómicas.

Estas perversiones nos conducen a fracasos cíclicos, sin embargo parecería que no se termina nunca de entender qué falló, y vuelta a reiniciar la rueda. Aparentemente, nuestra sociedad no quiere renunciar a construcciones mentales profundamente enraizadas, que ubican el Mal en la economía privada y la libertad individual.

Estas formas económicas perversas solo son posibles en una sociedad completamente traumatizada y adolescente. Si no cambian las cabezas a fondo no será posible salir del ciclo del fracaso, independientemente de quien gobierne.

Este es un post fantástico. Se lo mandaría a más de uno que conozco si tuviera alguna esperanza de perforar la coraza mental. Quien sabe...?

Un saludo, y muchísimas gracias por su amabilidad.

Mensajero dijo...

Hablábamos hace poco de la privatización de la asistencia social en su novedoso formato...
Me encuentro con su post cuando me disponía a escribir que, los modos verticales y autoritarios de Néstor Kirchner sumado a su voracidad económica, hubiesen sido muy valorados si se hubiera dedicado a la actividad privada.
Al menos, en algunos círculos.

Occam dijo...

Leandro: Su preocupación no es nada más ni nada menos que la primera verdad hermética: el principio y reflejo del cosmos es el propio cuerpo. Si el cosmos es mercado, el individuo es mercancía y mercader al mismo tiempo.

La gran contradicción de los socialismos, es que apuntan por un lado, a la generación de un "hombre nuevo" que no sea codicioso, que recupere los valores de la fraternidad y solidaridad; pero por el otro, sostienen la idea progresista del crecimiento, de la sociedad desarrollándose tecnológicamente, produciendo cada vez mayores cantidades de bienes materiales, apropiándose y dominando a la naturaleza. Lo que le reprochan al individuo, lo esperan de la sociedad. Es mentira que no hayan existido en la experiencia socialismos exitosos. Los monasterios medievales lo fueron. Pero en ellos los individuos tenían un desapego absoluto por los bienes materiales, y una referencia que los hermanaba en el Padre (idea que se lleva muy mal con la aspiración igualitaria y antiautoritaria).
El socialismo siempre creyó que lo que genera discordia entre los individuos es la propiedad privada, y por eso hay que suprimirla. Suprimida la propiedad privada, ya no hay discordia, todos viven pacíficamente, y por tanto se suprime también cualquier función de policía del Estado. Pero ocurre que en las experiencias en las cuales se suprimió la propiedad privada, a la par que se pasaba la codicia desde el individuo a la sociedad del crecimiento y el progreso, la actividad policial del Estado creció a niveles inauditos. Entonces, parece ser que la propiedad privada no es la clave de bóveda ni de la discordia ni del egoísmo entre los hombres.

Su concepción del Estado es asimilable a la de Locke: el juez que resuelve los conflictos, el tercero imparcial, el vehículo de la justicia. Ese Estado, esa idea de Estado, lamentablemente está en retroceso en los aciagos tiempos que corren. El Estado, por el contrario, parecería tener la obligación de tomar partido por unos en detrimento de otros.

Un cordial saludo, y muchas gracias por su comentario.

Occam dijo...

Almafuerte: Los efectos del colonialismo efectivo (y no retórico) son insospechados...

Agradecería la difusión que usted propone del presente, aunque más no sea, para molestar un poco a tantas buenas conciencias en mentes que residen confortablemente en los latiguillos irreflexivos.

Un muy cordial saludo, y gracias por inspirar este post.

Occam dijo...

Mensajero: Yo tendía a pensar algo parecido a lo que usted resumió. Pero luego dejé de estar seguro de ello. En verdad, verticalismo, autoridad y ambición son atributos valorables en todo liderazgo, sea éste público o privado. Sin embargo, como mencioné en la última frase de este post, hay divergencias en punto al método y a la paciencia. Max Weber señalaba, en el libro allí citado, que la codicia y el afán de lucro no son caracteres diferenciales del capitalismo, sino que ellos han existido en toda sociedad y en todo tiempo. Lo que ocurre es que antes eran atributos justificatorios de la aventura, eran patrimonio de conquistadores, aventureros, "caballeros de fortuna" y mercenarios.
El carácter diferencial del capitalismo está en el método y en la perseverancia. En la búsqueda tesonera de la oportunidad, en su explotación racional, en la administración meditada y prudente de los recursos obtenidos, en su reinversión, en el ahorro...
Yo creo que el personaje que usted menciona tenía más de los afanosos del viejo estilo, y ciertamente me resulta más que dificultoso encontrar en su tipo algo de método, de prudencia, de racionalidad, de paciencia, de cautela y actitud serena, segura y austera en búsqueda de un objetivo. El único objetivo que siempre guió sus pasos fue el del aventurero: afán de lucro rápido, y luego ver cómo salir del embrollo y escapar airoso.

Pero, claro, está, sólo es un punto de vista.

Un cordial saludo.

Hegeliano dijo...

Enrico Udenio en el ensayo "La Hipocresía Argentina", avanza sobre la idea de que la religión católica perjudico a América Latina en forma severa al condenar a los comerciantes a una especie de exilio interno por lucrar.

Es corto apenas 160 paginas y ademas barato en su edición on line, 5 dolares, lo recomiendo

http://www.librosenred.com/libros/lahipocresiaargentina.html

Un extracto:
Con algunas excepciones, la doctrina eclesiástica cerraba la puerta a la redención del hombre de negocios acusándolo de avaricia y fraude. Posteriormente, Santo Tomás suavizó la condena cuando planteó la cuestión: “¿en el comercio es legítimo vender algo por más de lo que se pagó por ello?”. Estableció que la utilidad en sí misma no era reprensible ni motivo de elogio, sino moralmente neutra. Se hacía legítima, si se realizaba con una utilidad moderada y si el comerciante perseguía un propósito necesario y honorable, tal como la manutención propia, la caridad o el servicio público. Calvino elaboró la doctrina de la predestinación (algunas personas han sido elegidas por Dios para salvarse, mientras que otras son rechazadas por Él y están destinadas sin remedio a sufrir la condenación eterna), abarcando el ejercicio del comercio como una actividad honorable y, por tanto, su éxito era premiado con la gracia divina. Estas teorías ayudaron a crear un clima muy apropiado para el comercio.


Explica bastante el catalogo de la amiga Almafuerte.

Leandro dijo...

Estimado, ante todo es una enorme satisfacción la interacción, muestra cabal de su modo de pensar, lejano a la imposición de verdades desde la cobarde posición de la negación de la réplica.

Siguiendo, dos notas con respecto a su atenta respuesta.

En primer lugar, en lo relativo a la experiencia socialista exitosa de los monasterios medievales. Es mi concepción que los mismos no terminaban de estar aislados de su entorno social, donde los tres estratos sociales ("los que trabajan, los que rezan y los que pelean", cantaban mis profesores años ha) estaban inscriptos en la piedra de la inmovilidad. En ese contexto, alrededor de un monasterio existía siempre un pequeño conjunto de casas de gente que trabajaba para el monasterio. Salvando las enormes distancias, en ese punto era mas similar la estructura social monacal a la concepción platónica de la ciudad ideal de "República", con una nomenklatura, o una intelligentsia, (asumiendo tanto el rol de elite dirigente como el de faro intelectual-tradicional)encarnada en los religiosos y una clase trabajadora bien diferenciada.

El punto a ver en esto es la noción de orden. Bien cierto es que el estado policial de los que podemos llamar "socialismos reales"
en Cuba, la ex-URSS, Corea del Norte, etc., es un aparato digno de un orden totalitario de características similares al fascismo, aunque con discurso de fines diferente. Pero no es menos cierto que, en la cosmovisión medieval, la idea de un dios vigilante y al acecho para castigar a los pecadores resulta ser un aparato de control social tanto o mas fuerte, en tanto es internalizado por los sujetos con enorme eficacia, con vértice en el miedo a lo desconocido y misterioso, que suele ser mayor al miedo físico, palpable, material.

Al negar la existencia de entidades superiores al hombre, e incluso al criticar y bregar por la desaparición de las iglesias (instituciones) y las religiones mismas, los socialismos tomaron del viejo régimen y de las democracias liberales que lo heredaron el concepto de la policía, adosándole un rol de guardianes de la revolución y el progreso que vendría a justificar la aplicación de violencia entre iguales. Muy curiosamente, el concepto de la gens d'arms que precede al de policía surge, precisamente, de soldados con asignaciones de guardia de frontera, patrulla de caminos o mantenimiento del orden, que no provenían de las capas acomodadas sino que eran de familias empobrecidas de la aristocracia o hijos de mercaderes de las ciudades en la edad media tardía. O sea, no eran "iguales" ni pertenecían, pero estaban mas cerca de ello que el hombre de a pie.

Por otro lado, una pequeña nota al pie sobre mi concepción del Estado. Su identificación de mi idea con la de Locke es en buena medida correcta, aunque yo le agregué en forma nada inocente la "creación de sinergias productivas". Esa óptica excede la del juez imparcial y vehículo de justicia; el Estado para mi no sólo debe generar las condiciones físicas (llámese infraestructura) y legal-jurídicas para la vida en común. Además, debería ser un agente activo promotor del encuentro entre aquellos que, en forma mancomunada, tienen un potencial mucho mayor que por separado. Esto no significa un dirigismo ni mucho menos una planificación económica, los agentes privados siguen siendo para mi quienes con su iniciativa crean riqueza legítima. Pero si el Estado facilitara e incentivara la investigación y desarrollo, la incorporación tecnológica, la formación de la masa laboral, etc., el potencial creativo alcanzaría el acto productivo con mucha mayor frecuencia que en la actualidad.

Un saludo muy cordial y sepa disculpar la extensión.

Occam dijo...

Hegeliano: No creo que nuestras perversiones seriales enraícen en pasados tan profundos como los dogmas católicos (que de hecho, como usted bien señala, habían sido fuertemente atenuados tiempo antes del descubrimiento de América). Sí coincido con Max Weber (su conocidísima La ética protestante y el espíritu del capitalismo, y fundamentalmente el ensayo Las sectas protestantes) en que los protestantismos de raigambre calvinista, como el metodismo, el pietismo, presbiterianismo, las sectas bautismales, etc., han estructurado el espíritu del capitalismo. Como usted bien señala en su comentario, la doctrina de la predestinación, y la ausencia del instituto de la Gracia, tuvieron notable injerencia en el asunto. 1) Porque la predestinación impone naturalmente una conducta circunspecta y ordenada, ya que la vida al irse viviendo revela quiénes son por su conducta los que estaban predestinados y quiénes no. 2) Por ello, es innecesario el instituto de la Gracia, no hay lugar para arrepentirse de algo que se parece más a una tara genética que a un pecado. Si alguien peca, se equivoca, simplemente está evidenciando que no está predestinado a ir al Cielo, y punto. Con esos condicionantes, la vida de los protestantes es muy metódica y ordenada, austera, sobria y piadosa.
Asimismo, como Dios opera en cada ámbito de la vida humana, cualquier oportunidad de negocios que se presente es una oferta divina que no puede ser despreciada. Toda oportunidad es un don, y el buen cristiano debe estar atento a esas señales y explotarlas convenientemente.

Occam dijo...

Con un modelo de vida así, con unos creyentes devotos que juntaban plata en pala, tesoneramente pero también perspicazmente, y que no la gastaban por su vida metódica y ordenada, se produjo la acumulación capitalista originaria en los EE.UU.
El catolicismo, por el contrario, no debe ser medido tanto por su recelo hacia el mercadeo, o por su rechazo a la usura, sino porque no goza de institutos tan implacables y terribles en la meritocracia salvacionista. Para el catolicismo cualquiera puede ascender al Cielo, si se convierte sinceramente aun en el lecho de muerte, y si sinceramente se arrepiente de sus pecados, por más aberrante pecador que haya sido en vida. Asimismo, aun cuando no hubiera podido arrepentirse convenientemente, sus deudos conservan la llave para "empujarlo" mediante la oración, desde el Purgatorio al Paraíso.

Un modelo normativo tan liberal, evidentemente no implicará en el hombre una disciplina marcial hacia el éxito económico, hacia el triunfo material, siquiera mínimamente equiparable a la que implica en el protestantismo derivado de Calvino.

En fin, como comprenderá, el tema da para largo. Hemos visto teorías más o menos mecanicistas enarbolarse para explicar nuestra realidad desde pedestales variados: que la inmigración fue mayoritariamente latina y católica, que la herencia hispánica es la de los aventureros que venían a América a hacerse ricos rápido, que el sustrato aborigen de los latinoamericanos no es dado a la producción y la disciplina, como pudieron comprobar los jesuitas... Sin embargo, en EE.UU. los llamados "latinos" son el segmento étnico que más prospera año a año, que más trabaja y que logra cada vez un papel más destacado en el gobierno, las finanzas, el arte, la industria.

Occam dijo...

Tal vez haya que prestar mayor atención a la organización (o a su falta) que a esos sustratos preconscientes, raciales, religiosos o históricos -sin que ellos dejen de interesar, naturalmente-. Nietzsche se lamentaba del espíritu alemán, de la propensión del Volk a la vagancia y a la cerveza, y nosotros vemos a los alemanes como un relojito de orden, progreso, voluntad férrea y talento creativo. Ciertamente, Alemania es un país dividido religiosamente entre protestantes y católicos, más o menos en porciones iguales. Los Ländermás prósperos en una tierra de prosperidad, son los del Sur (Baviera, Baden-Würtenberg...), cuya población es muy mayoritariamente católica. También es muy próspera Austria, que es alemana y católica. Tal vez todos ellos abonen entonces una teoría acerca del sustrato racial alpino. Lo ignoro, pero tiendo a pensar que no son tan necios como para internarse en esas honduras.
Bertrand de Jouvenel sostenía (y creo que comprobaba con bastante solidez también) que es el Estado el que forma a la sociedad y no a la inversa. De modo que la sociedad organizada pasa entonces a ser una decisión política y no una casualidad determinada por ciertos patrones mecanicistas. Los escandinavos, hoy día tan organizados y productivos, fueron durante milenios unos feroces piratas, unos inspirados poetas y unos temibles guerreros. Y también fueron (sobre todo los varegos) unos talentosos comerciantes, de ámbar y de otros productos, con centralidad en Constantinopla. Uno de los objetos más nutridos y repetidos en las tumbas de los jefes son las monedas árabes. Mercaderes que, ni católicos ni protestantes, hacían sus fortunas en el marco de su cosmovisión tradicional, con Óthinn, Thórr, Tyr, Njord, Freyja, Frey, los gigantes, las walkirias, y todo eso.

Todos los pueblos, a la luz de lo que de ellos han dicho sus respectivos pensadores y observadores en cada época, tienden a renguear de las mismas patas, y a la anarquía, el afán de lucro, el interés, el pisar la cabeza al prójimo... Y es en el marco de un orden político y de un orden espiritual (que en los tiempos primordiales eran conceptos imbricados, y luego se fueron divorciando en las querellas entre castas sacerdotales y noblezas, hasta los Güelfos y Gibelinos, y aún en tiempos recientes, como puede apreciarse en ciertos modernos Estados) que los pueblos se elevan y alcanzan los mayores niveles de su potencialidad, que construyen cosas perdurables, que se reconcilian con el mundo (al que dejan de echarle la culpa de sus taras) y consigo mismos.

Un cordial saludo, y muchas gracias por su recomendación, la cita y su comentario.

Occam dijo...

Leandro: No tengo más que coincidir con su concepción del Estado. Si lee la respuesta a Hegeliano, verá que, antes de leer su comentario, ya estaba dirigiéndome con mi razonamiento en ese mismo sentido. En fin, el tema es apasionante y amerita ulteriores extensiones y discriminaciones, pero estamos en la misma línea conceptual. De hecho, tiempo atrás, hube de puntualizar que al intervencionismo económico de la política redistribucionista le corresponde -llamativamente- un ultraliberalismo social: te doy plata sólo porque sos pobre, pero no me interesa qué hacés con ella, y en líneas generales, qué circunstancias estructurales hacen que tu pobreza y la de tus hijos y nietos se perpetúen en la eternidad. No me interesa si te drogás, si te machás, si sos chorro, si tenés media docena de hijos antes de cumplir los 20 años, si no te bañás ni llevás los pibes a vacunar... Tolero cualquier desastre en tu vida porque sos pobre, y porque sos pobre te doy dinero para que sigas haciendo con tu vida la que te plazca.
"Pobreza" es la primera palabra que en un plan político serio y real debe ser suprimida del vocabulario. El problema de la pobreza no es filosófico, sino social. El problema de la pobreza son los problemas que la pobreza conlleva, y no las limitaciones en el acceso a determinados bienes materiales. Los tópicos que deberían interesar son: hambre, falta de vivienda, falta de viabilidad de un proyecto de vida en determinada zona, falta de un plan de vida, falta de un compromiso y de responsabilidad con la vida propia y con la de aquellos que de uno dependen, falta de educación, falta de valores, falta de familia como institución (porque tener hijos no es formar una familia estrictamente, salvo que digamos que la familia es un fenómeno animal y no una institución cultural).

Un cordial saludo, y muchas gracias también por sus demás conceptos.

Occam dijo...

Digamos, de paso, que la familia, aspecto que acentué en el último comentario, es el principal obstáculo que detecta Bertrand de Jouvenel en el libro mencionado en el post, frente a la aspiración redistribucionista igualitaria. Es señalada como la primera institución a la que apuntará una política redistribucionista para su desmantelamiento. De hecho, obsérvese cómo la consideración de la dádiva por individuo y no por núcleo familiar, pretende soslayar cualquier realidad y trascendencia de esa unidad celular.

Tiempo atrás escribí sobre la Constitución de 1949, y el papel principal que se daba a la familia en la política previsional y asistencial, dejando a las instituciones intermedias (obras sociales, iglesias, mutuales, etc.) el lugar subsidiario, al que el Estado apoyaba pero no se subrogaba en ellas.

Victor dijo...

Que buen y original punto de vista, la codicia y el individualismo del salvaje "neoliberal" adaptado a la realidad política.

Relacionado con este post, si me repito con la anécdota sepan disculpar (estoy pre-senil) Hace poco participé de una charla con JJ Llach, uno de los participantes le preguntó si pensaba que el Gobierno iba a avanzar con mas controles y estatizaciones. La audiencia esperaba una respuesta política/ ideológica, supongo. Llach le respondió sin dudar que el gobierno hará todo lo necesario para crear mas puestos de trabajo, no de mano de obra "masiva", puestos jerárquicos muy bien remunerados, con presupuestos importantes y buenos viáticos. Ésto, que obviamente ocurre y que uno lo lee a diario, dicho por una persona mesurada como JJ Llach, me cayó como una revelación muy impresionante. No se, me pareció.

Saludos

aquiles m dijo...

Mi estimado Maestro!
Qué difícil es digerir todo esto, cuando sólo sería posible desde un buen "baño de ética"!!!
Mis respetos y afecto!

destouches dijo...

Veo que le ha sabido extraer muy buen rédito a ese tomito de Jouvenel. Es realmente iluminador el modo cómo desenmascara lo que hay detrás del Estado redistribucionista. La teoría de Jouvenel tiene una confirmación categórica en la realidad de nuestro país. También es importante la distinción entre el modelo distribucionista tipo chestertoniano y el redistribucionismo promovido por el Estado de Bienestar. El primero pretendió restablecer la clase de los pequeños propietarios en el convencimiento de que la propiedad privada es un presupuesto de la libertad (presupuesto negado en la práctica por quienes lo defendían en la teoría). El redistribucionismo estatal funciona en el plano de los ingresos y se relaciona directamente con un robustecimiento del poder del Estado (en realidad, de la clase de los funcionarios) y su ingerencia en los destinos individuales (cada vez más condicionados).
Finalmente, su reflexión de que la mercantilización del mundo conduce a considerar al cuerpo / hombre como mercancía, es sencillamente magistral. Demuestra que la salida de este entuerto no puede provenir de los marcos teóricos que produjeron el capitalismo (es decir, la ideología progresista). Un ejemplo de esto es el ecologismo con todos sus equívocos: el progresismo denuncia aquéllo que es precisamente la consecuencia natural del triunfo de la ideología del progreso.
Es necesario retomar el camino de la sacralización del mundo (Maffesoli), redescubrir al hombre como partícipe y portador del Ser. El mundo no es un conjunto de materias primas para ser explotadas por el hombre. Es un cosmos, en el sentido de una totalidad ordenada, articulada, que "habla" al hombre y le revela el Ser. Y el hombre, en tanto es la "morada del Ser" (Heidegger), es un ente correspondiente con el mundo, y no un sujeto que representa y domina a un objeto. Lo que plantea la siguiente pregunta esencial: ¿se podrá restablecer un sentido "religioso" a la existencia humana? Quizá la filosofía heideggeriana y su concepto de "olvido del ser" sea un primer y truncado intento en ese sentido.

Occam dijo...

Víctor: La mercantilización general del mundo determina una política signada por las leyes del mercado. No sólo ante la constatación empírica, que ya tiene más de medio siglo, de que la política se ha acotado a alernativas más o menos descafeinadas de economía política, entre socialdemocracia y neoliberalismo, ambos con sus atenuantes, con sus limitaciones en orden a principios de estabilidad netamente conservadores, pero sin profundizar más allá de la gestión de los ciclos por las tecnocracias (cuánto más importantes suelen ser los Ministros de Economía, o los Primeros Ministros en los parlamentarismos, que los jefes de Estado). No sólo, repito, ante el fenómeno de la economización -y sus hondas implicancias en los espíritus de los pueblos, reducidos de cualquier dimensión sociocultural, a un mero aglomerado de consumidores indeterminados y manipulables-.

Es bien trascendente, sobre todo a efectos instrumentales y de selección de las elites, la mercantilización de las relaciones políticas estrictamente. Nos sorprendemos (o hacemos que nos sorprendemos) con la travestización de un modelo estrictamente mercantil en el museológico concepto de "militancia" (que, como bien se ha señalado, permite disfrazar el aventurerismo, el interés de carácter económico y el clientelismo, en una terminología de maquillaje romántico), pero ya nuestras cabezas no pueden concebir que al "militante" no le quepa algún tipo de beneficio concreto, de parte de su principal político, una vez obtenido un triunfo por la vía electoral. De no ser así, resulta increíble que pasivamente la sociedad haya asistido a nombramientos en cargos trascendentes de complejas empresas u organismos a favor de "militantes" de La Cámpora, o hijos de abogados de sindicatos, etc. Siquiera, que la cantidad de empleados públicos haya crecido exponencialmente para retribuir y "contener" a la masa de seguidores.
Incluso, que la designación de un compañero de fórmula presidencial (más allá de la verosimilitud del relato) sea justificada en conceptos de militancia (lealtad, articulación con la militancia juvenil) antes que en consideraciones realmente políticas: capacidad de liderazgo, formación política (que no quiere decir pegar afiches, tocar un bombo o cantar consignas rimadas), aptitud de estadista.

En fin, la mercantilización de las relaciones políticas rompe con la estructura político-administrativa tradicional, que es jerárquica y militar (resabio de las funciones ejercidas en el Renacimiento por la nobleza), para tallar en consideraciones de poderío mecantil. No todos los secretarios de Estado son iguales. Los que gravitan sobre actividades de "alta productividad" tienen mayor peso político, incluso que la mayor parte de los ministros. Un secretario de obras públicas es mucho más importante que un ministro de educación, o de ciencia y tecnología, porque tiene mayor caja y mayor capacidad recaudadora. Tabién seguramente será una persona con mayor "militancia" en la estructura de poder relevante, en la "mesa chica", en el entorno estrecho de un líder político. Entonces el área a regular probablemente tenga que soportar a un condottiero sin idoneidad específica ni conocimiento técnico algunos, pero con una misión recaudatoria que cumplir, que a su vez lo fortalece en la propia estructura política.
(Se aprecia la dualidad entre la estructura del Estado y la estructur paralela de poder y organización de la facción que asalta el poder, o sea, el gobierno.)
Ello explica el notable deterioro que en materia de planificación y desarrollo de las áreas fundamentales se ha evidenciado en todos estos años, gestionadas desde criterios lejanos a un fin político (público, no mercantil), y en cambio orientados a un fin mercantil privado.


Un cordial saludo.

Occam dijo...

Aquiles M.: Estimado, muchas gracias por pasar y por dejar su huella. No creo que todo esto pueda digerirse. Antes bien, como ante la ingesta de cualquier cosa podrida, lo aonsejable sería meter los deditos hasta la campanilla, y provocarse el vómito.

Saludos cordiales, y perdón por la rotundidad de la respuesta.

Occam dijo...

Amigo Destouches: Corresponde que le agradezca profundamente la recomendación de ese librito de Jouvenel, que resulta a estas alturas de lectura imprescindible.
Usted sabe que coincido desde hace años fuertemente con el Chesterloc, esa bestia mitológica que ha visto el sustrato del problema de la modernidad (y que obviamente, es metafísico, como también usted ha sintetizado magistralmente). La justicia está relacionada íntimamente con la proporcionalidad, y no con la igualdad. Justo es que el que se esfuerza más reciba mejor provecho de su mayor esfuerzo, y también es justo que el que no hace lo que debe hacer, quien no va en busca de su destino, quien todo lo espera de la suerte o de la providencia, poco y nada reciba de su pasividad y comodidad.
Chesterton, advertido de ese imperativo ético, el de propender a una equiparación de oportunidades para el desarrollo de los individuos, y de la trascendencia que la propiedad tiene como dorso del mismo cuerpo que integra también la libertad, ha enfatizado la necesidad de propender a una redistribución del capital, es decir, a garantizar a cada familia (no a cada individuo) una parcela de tierra igual a la de su vecino. Todo ello resulta de difícil aplicación, cierto, y reñido con la dinámica progresista, pero no por ello deja de resultar un parámetro referencial imprescindible a la hora de ingeniar soluciones pácticas, como ya lo hemos esbozado con anterioridad en este blog.
Pero, como usted bien resalta, ello debe ir acompañado de un salto cualitativo en el plano espiritual, en la reconstitución del pueblo a partir del vulgo.
Para ello, supongo que hay que reconstituir un plexo de relaciones destruido entre los elementos primordiales destruidos, que incluye: la tierra-el pueblo-el cuerpo, pero también el agua-la potencialidad-el devenir, el fuego-el alma-la trascendencia, y el aire-el espíritu-la cultura.

Un abrazo, y bienvenido nuevamente a este humilde espacio de resistencia.