martes, 30 de junio de 2009

Tampoco es para tanto

Por deporte.


Hace tiempo que me acostumbré a no hacer alharaca de los resultados competitivos. Ni de los deportivos, ni mucho menos de los políticos, área de la vida social de tanta susceptibilidad, que los franceses aconsejan –junto con la religión- excluirlos de las charlas en la mesa.

Y conste que, para andar pavoneándome por ahí, motivos no me faltaron. Más en lo deportivo, ciertamente, que en lo político. Pero, a diferencia de Mr. Groncho, en mi relativamente corta experiencia democrática, ésta es la tercera vez que mis preferencias coinciden con los resultados finales de la contienda electoral. Cuarta, podríamos incluso considerarla, si tenemos en cuenta que uno tiene preferencias aun cuando no vota, a los dieciséis años, por ejemplo.

En fin, menos debemos incluso solazarnos, si consideramos que, en primer lugar, el voto masivo que se impuso por sobre la inmensa y bien aceitada maquinaria del oficialismo (que ni siquiera hesitó ante la veda electoral, y siguió haciendo campaña con la excusa de “la AFIP que informa lo que se hizo” –en llamativa consonancia con el lema de campaña “Nosotros hacemos”-), es un voto negativo. En efecto, la gente optó por acompañar a aquel contendiente que tuviera mejores chances de ganarle al oficialismo. En una estricta lógica deportiva.

Porque deportivamente (y no me refiero a la caballerosidad, ciertamente, sino a la forma de competición más desapasionada y artera que por ejemplo tiñó la relación entre Olimpíadas y regímenes políticos, sobre todo, durante la Guerra Fría, pero aún hoy incluso) planteó el oficialismo, y sobre todo, su líder y máximo estratega, la contienda electoral que se desató el domingo.

Nada debe leerse superficialmente en el análisis de las conductas de cierto tipo de personas, cuya conformación mental obliga a comportarse de acuerdo con patrones de comportamiento bastante rígidos y predeterminados, que ofician de estructuradores de una personalidad en crisis, de una mente desnuda de los límites de lo corporal, y por tanto, invadida por lo real. Entonces, para detener esa invasión del mundo, esa objetivación del individuo; para contener a la locura, el individuo debe recurrir a la conformación de una topología alternativa, constituida por un cuerpo “artificial”: un cuerpo de normas de conducta, de rutinas, de patrones de comportamiento.

Entre los patrones de lo deportivo, entonces, no puede leerse de forma casual el emparentamiento (más que infrecuente, rarísimo) entre la campaña política y la campaña deportiva de cierto club de fútbol, que épicamente salió de una situación difícil, y que fue premiado con unos cuantos televisores por la hazaña.

Esa “deportivación” de la política, entonces, conducía rectamente a un mensaje muy claro: Esta vez no estamos para campeones. Pero nuestro triunfo va a ser otro: saldremos de la promoción. Dejaremos a los demás en esa angustiante situación.

Tan paralelo es el paralelismo, que incluso para evitar la promoción pugnaban por ese entonces tres equipos: Rácing, Gimnasia y Central, como pugnaban tres fuerzas por obtener la primera minoría en provincia de Buenos Aires: FPV, PRO, ACyS.

El campeonato quedaba muy lejos. Era utópico concebir que el oficialismo, luego de los “desastres seriales” (copyright: Jorge Asís) sucedidos desde el affaire 125, pudiera siquiera asomarse a los míticos 45 puntos que le hubieran permitido mantener el quórum propio en Diputados y en Senadores.

Era hilarante incluso la hipótesis que le permitiera al oficialismo conservar algunas cuantas posiciones a nivel provincial en provincias que fueran vejadas durante 2008, o algunas posiciones a nivel municipal en ciudades cuya clase media se encuentra en oposición casi personal frente a tantas agresiones y menosprecios.


En fin, ya que hablamos de conservar lo que va quedando, como la arena que se escurre entre los dedos, no podemos dejar de referirnos al mensaje que el más testimonial de los testimoniales, el actual gobernador-que-aún-no-se-decide (aunque su jefe aparentemente ya decidió por él, o al menos así se preocupó porque todos lo supiéramos), nos hizo llegar machaconamente, todos los días, durante el último mes de la campaña: “elija seguro; elija lo conocido”. En otras palabras, elija los que están, los que vienen estando desde hace tiempo. El paroxismo del mensaje conservador.

Es que al oficialismo se lo comió en gran medida su propio discurso. Si llegó y se quedó a través de la novedad (el gran desconocido, “el viento fresco que venía del Sur”, como lo apodó quien lo apadrinó, y que luego debió soportar que la entonces primera dama lo llamara “El Padrino”, pero por la obra de Mario Puzzo); si fue reelecto a través de un cambio de carucha por careta (y de una falsa promesa de retirarse a descansar como león en invierno); ahora le faltó piolín, porque aparecieron de nuevo las mismas caras, caretas y caruchas.

Y en la sociedad del espectáculo, la sociedad que se espectaculariza sin fundamento y sin profundidad, se cansa también muy rápido. Máxime cuando esa ausencia de novedad va acompañada de una persistencia de viejos vicios (la desinformación, la intimidación, la vocinglería, la tilinguería ideológica rancia). Era hora de que apareciera la renovación, el trasvasamiento generacional. De que los viejos gladiadores, tracios y reciarios, pasaran sus redes y tridentes, sus espadas cortas y sus escudos palangana a los jóvenes militantes de base. Esos abnegados y desinteresados seguidores que bailaron cumbia hasta la madrugada del lunes.

Si la investidura del poder providencial supo pasar de marido a mujer, era el momento de que la misma se prorrogara de madre a hijos. No de que volviera al marido. De que la llama que envuelve a las seriales Evitas (como a los seriales Chaplines y los seriales Elvis) pasara de Virginia Inocenti a Dolores Fonzi. No que volviera hasta la ajada Nacha Guevara. Porque, entérense. La parte más encantadora (en el sentido lato) del mito está en la muerte joven, no en el pelo rubio con rodete.

Entonces sí, tal vez, quizás al menos desde lo especulativo, se entiende: en 1974, “si Evita viviera, sería montonera”. Pero si en ese momento Evita hubiera estado viva, habría tenido 55 años. Y quién sabe cómo hubiera pensado Evita a los 55 años. Tanta validez tiene ese axioma contrafáctico como aquel otro que pudiera mentar en 2009: “si Evita viviera sería kirchnerista”. Con 90 años, y las arterias del cerebro un poco endurecidas, tan vez hasta eso pudiera ser cierto. Como irónicamente decían en los ’70 los Guardianes, “si Jesús viviera, sería jesuita”…

Pero la única verdad es la realidad, y ninguno de esos axiomas pasa de la categoría de falacia, como no se sostiene el “peronismo” del oficialismo más allá del vuelo de una gallina.


Pero bueno, nos hemos ido un poco de tema. Retomemos con la cuestión del deporte (aunque el deporte también es bastante necrófilo, por cierto).

Entonces, astutamente, el gran estratega y conductor, se abroqueló allí donde se sabía fuerte. En los cantones de miseria organizada que constituyen casi todo el conurbano bonaerense. Poniendo como mascarón de proa de esa módica gesta a partidos determinados artificialmente como José C. Paz, un lugar donde no hay industrias, donde prácticamente no hay actividad económica, y cuyos habitantes tienen dos grandes áreas de ocupación: el empleo público y los planes sociales.

Y la contienda se planteó bien deportivamente: ante una derrota generalizada en términos de capacidad de generar voluntad legislativa propia, y por tanto de prescindir de la negociación y del control de los actos del Ejecutivo, el estratega (muy astuto y eficaz a la hora de plantear los términos de la discusión y elegir napoleónicamente el escenario de sus batallas) planteó las elecciones 2009 con un solo objetivo, el de ganar en Buenos Aires La Provincia. Ganar deportivamente, se entiende. Aunque sea por un voto. No importaba si ese triunfo en la práctica, en términos de cantidad de diputados al Congreso, en realidad fuera una derrota. Porque la auténtica batalla que da todo oficialismo en el mundo, en verdad, es contra sí mismo. Contra su sombra. Contra la performance histórica. Es la batalla que determina cuál es la evaluación que hace la gente de su gobierno.


Pero claro, volviendo a los patrones de conducta y de pensamiento, la humildad y la autocrítica no forman parte de la estructura del comportamiento de cierto tipo de personas. Entonces el triunfo y la derrota sólo pueden ser medidos en forma relativa, dialéctica, en relación con un enemigo carnal y determinado. No hay autosuperación, y ése es quizás el más ostensible de los defectos de este “modelo”: todos sabemos que llegó a nosotros por la decisión desatinada de otro “gran estratega”, y que alcanzó el segundo lugar por aparato y por casualidad; que –como dijimos- se determinó como la alternativa excluyente en una sociedad ávida de novedades, que optó entonces por el ilustre desconocido.

Sabemos todos también que “el modelo” fue la continuación de las políticas aplicadas por el mismo equipo económico desde junio de 2002, y que consistió básicamente en la depauperación de los sectores asalariados (sobre todo, los correspondientes al sector público, con lo que en realidad significó un inmenso ajuste; como he leído por ahí alguna vez, la sociedad argentina es adicta a la inflación: no tolera un recorte salarial del 10% en un contexto de estabilidad, pero aplaude una devaluación que reduce su capacidad adquisitiva en un 60% de un plumazo) y en aprovechar el creciente precio de los commodities a nivel mundial, acompañado por una restricción natural (por el tipo de cambio elevado) a las importaciones. De tal forma, se restringió la inversión en bienes de capital, se detuvo el proceso de modernización tecnológica, pero se puso en marcha todo el stock industrial ocioso, aun en contra del natural proceso de obsolescencia-renovación que debe regir en toda economía competitiva. Ése es el modelo. Un modelo que puede resumirse en dos etapas: 1) Dólar alto/muy alto; 2) Exportación (en dólares, con fuertes retenciones) de soja y petróleo.

También la sociedad hace tiempo que está esperando la renovación, la novedad, la iniciativa, la creatividad, al nivel de “el modelo”. Que no todo se agote en una obra pública que, encima, es “testimonial”. Que se termine con los planes sociales y que haya una verdadera política de contención social, lo que implica, necesariamente, mayor control, educación, cultura de trabajo, supervisión y disciplina. Cuestiones incómodas y “antipopulares”, pero necesarias, puesto que la autoridad, entiéndase de una vez, nunca puede residir en dar buenas noticias y ocultar las malas, hasta distorsionando mediciones científicas para ello.

Por el contrario, la autoridad –a diferencia de la prepotencia vociferadora- se sostiene en la legitimidad para obrar sobre la inercia de la realidad, cuestión que siempre genera conflictos. Y la autoridad, que es el factor supremo que un pueblo debe sostener para evitar la anarquía, es la capacidad de desanudar los conflictos de la forma más armónica posible, a la par que avanzar en la transformación de los procesos sociales.

Un “modelo” que se sostiene en:

1) Aumentar las dádivas conocidas como planes sociales establecidas ya en épocas de De La Rúa.

2) Permitir que la marginalidad le maneje la estrategia de crecimiento territorial, a través de la tolerancia a todo tipo de asentamiento, ocupación ilegal y precariedad urbana.

3) Abandonar toda función de monitoreo de qué es lo que hacen los beneficiarios de “planes” con el dinero que se les da, de prevención sanitaria a través del ingreso a los hogares desfavorecidos, a efectos de constatar condiciones higiénicas, alimentarias, educativas, sobre todo de los menores.

4) Abandonar las funciones exclusivas y excluyentes de garantizar la seguridad de los bienes y de las personas (monopolio de la coerción legítima), conteniendo a los agentes estatales en su auténtica función prevencional (activa, con iniciativa, atacando al delito en lugar de protegiéndose de las balas de los delincuentes) por los pruritos setentistas absurdos.

5) Tolerar y hasta promover la informalidad organizada, y por tanto, el surgimiento de tantas mafias, que estructuran ya un principio de organización social paralela (ferias de productos truchos o robados, en todo caso, al margen de cualquier regulación y pago de impuestos; vehículos de transporte de pasajeros destartalados e ilegales; tolerancia al bandolerismo, a los diversos tráficos ilegales, a la opacidad en el origen del dinero).

Etcétera, etcétera. Todo ello, antes bien, parecen ser cuestiones producto de la inacción que de la iniciativa transformadora. Productos de una inercia bastante predecible. Cualquier persona, situada en el año 2001, hubiera pronosticado una realidad social futura, a 2009, similar a la que en verdad se dio. La política, precisamente, existe para obrar contra la inercia. Salvo que la inercia tenga un sentido positivo, claro está. La política que obra contra la inercia positiva es nefasta por acción. Y la política que no obra contra la inercia negativa es nefasta por omisión.


Conclusiones.

1) Como primera conclusión, entonces, bastante evidente (aunque no tanto para un oficialismo que sostiene la lógica de culpabilizar al enemigo), podemos decir que el gobierno fue derrotado por sí mismo. Por su incapacidad para operar sobre la realidad, para frenar la inercia negativa hacia la marginalidad, la depauperación, la concentración económica, la delincuencia creciente, la violencia social. Por su incapacidad de hacer Política.

Nunca estuvo tan clara, máxime ante un innegable talento táctico para la gambeta electoralista, la manipulación y la estratagema como el del gran líder y conductor, la diferencia entre Política y politiquería de puntero de barrio. Es más. Más que diferencia, a estas alturas sería conveniente hablar del divorcio entre una cosa y la otra.

Tal vez porque la sociedad esperaba ese divorcio, al menos político, en una fantasía que representaba a la Presidente como un ser que se desembarazaba de las viejas prácticas, de los viejos estilos, hasta de las viejas deformaciones ideológicas, para conducir hacia un destino radiante de racionalidad, sentido común, civilidad y convivencia.

Es claro, lo que ampara a los “buenos por conocer” es la ignorancia general acerca de sus historiales. Es que La Elegida (otro copyright para J.Asís) había tenido desde siempre una actitud protagónica en las confrontaciones, las operaciones y los “armados” de su marido. No hay que olvidar que ella, según cuenta el libro Kirchner, el amo del feudo de Daniel Osvaldo Gatti, Parte 4ª, fue quien condujo la investigación legislativa (recolección-generación de pruebas, año 1990) previa a la destitución de entonces gobernador santacruceño justicialista Jaime Del Val, que finalmente fue depuesto tras juicio político por siete cargos, entre los que, curiosamente, el 4º consistía en “Extracción de fondos depositados a plazo fijo en violación a las normas vigentes y en función de hacer valer la influencia que el cargo le confiere, en el Banco de la Provincia”. Curiosa similitud con otros fondos provinciales que han seguido el derrotero mágico de Houdini.

2) Como segunda conclusión, el electorado se manifestó por una opción negativa: evitar que cierto personaje, a quien se quiere pasar a retiro, se saliera con la suya y ganara. El mayor mérito del candidato que le ganó, entonces, estuvo en posicionarse como el mejor rival, como el único capaz de destronarlo, concentrando así las preferencias mayoritarias de ese voto negativo. En su eterna funcionalidad involuntaria y paradojal al gobierno, la señora Carrió, desvelada por la pérdida del cetro de “líder de la oposición” que nunca fue, se pasó la campaña obrando en contra del otro opositor más que en contra del oficialismo, que era el discurso que, en estas legislativas de 2009, evidentemente mejor cerraba. De tal forma, también contribuyó a posicionar al opositor más convocante en el lugar privilegiado y único de challenger, como hizo el mismo gobierno, a través de la orquestación machacante y sistemática de una campaña de afiches, declaraciones y citaciones judiciales trasnochadas y poco serias, solamente en contra de un único candidato. A ese candidato, entonces, le hicieron la campaña tanto el gobierno como el Acuerdo Cívico y Radical.

Para quienes aún no están convencidos del cariz negativo que tuvo el voto, transcribo la opinión de un peronista como Domingo Arcomano, que representa la opinión de gran parte de los peronistas que votaron el pasado domingo 28 en provincia “en contra de”, y que hizo pública en un texto del 25 de junio titulado ¡Argentinos! Un esfuerzo más… (El Escarmiento, Vol. 13): “Nuestro voto responsable en los distritos debe restarle votos y cerrarle el paso a los candidatos del ‘kirchnerismo’, pero sin falsas expectativas. Se trata solamente del primer paso. A partir del día 29, hay que ir por la mugre política, aunque tengamos que empaparnos de ella el día 28: Los De Narváez, los Solá, los Sabatella, los ‘felpudos’ provinciales y municipales. No se trata de mucha meditación, se trata de dejar de fumar y combatir el cáncer. O perder la batalla de Ayacucho”.

3) Como tercera conclusión, tenemos que decir que, después de todo, no fue para tanto, y así ratificar el título de este post. No hay que esforzar la memoria demasiado para darse cuenta de que Néstor Kirchner distaba años luz de ser un rival electoral invencible.

De hecho, por el contrario, Néstor Kirchner jamás ganó, como candidato, ninguna elección para cargos nacionales.

En marzo de 2003, gozando del apoyo del aceitado aparato del conurbano bonaerense, perdió y salió segundo por casi la misma diferencia que el pasado domingo. Con una decena menos. Pero respecto de todo el país: 24,45 del Frente por la Lealtad de Menem-Romero a 22,24 del FPV encabezado por el mismo dúo dinámico de estas últimas legislativas. 2,21 puntos porcentuales. 428.390 votos de diferencia.

También perdió, entonces, por poquito. Lástima que en estas legislativa no hubiera ballotage. Otra vez Néstor se quedó con las ganas de la revancha. Aunque claro, esta vez, el resultado adverso lo hubiera expuesto irremisiblemente. Porque el 70% del electorado bonaerense no lo quiere. Eso creo que quedó bien claro.

La que sí rendía bien era Cristina. Ganó en 2005, ganó en 2007. Tal vez ella debió haber ido, encabezando en la provincia, como candidata a diputada testimonial.

Hoy recordamos: Deportivo Testimonial. Ese año salió segundo. Perdió el campeonato por muy poquito. Jugaba un 2-3-5. Muy agresivo. Muy años '40.


En fin, que todo testimonio es la Prueba, justificación y comprobación de la certeza o verdad de algo” (DRAE, 3ª acep.). Y estas elecciones que acaban de suceder acaban también de testimoniar el fin de algo, y el principio de otra cosa. De nosotros dependerá la atribución de contenido, la conformación programática y cualitativa de un nuevo escenario. Verdaderamente nacional. Verdaderamente argentino. Verdaderamente nuestro.

viernes, 26 de junio de 2009

Artículo

Les paso a continuación un artículo, aparecido en el diario bahiense La Nueva Provincia, el pasado 22 de junio (como ven, luego de un viajecito que me insumió varios días, me estoy tratando de actualizar con distintos textos que me recomiendan mis amigos por mail), que me parece altamente recomendable, sobre todo porque transcribe una opinión que es el reflejo de lo que piensan muchos otros que lucharon en esa época, y cuya experiencia ha quedado opacada por el cúmulo de cobardes, de oportunistas y de traidores que, bajo el abrigo del tiempo y del Estado, salen hoy a cobrar su pequeña venganza personal contra su propia frustración espiritual.

Que lo disfruten.




El coraje de un ex montonero


Días atrás se presentó en el Centro de Ingenieros de la Capital Federal el último libro de Juan Bautista Yofre, Volver a matar.

Por sus antecedentes ideológicos y su militancia en las organizaciones armadas revolucionarias de los años '70, el disertante que más llamó la atención ese día fue Luis Labraña.


Licenciado en Lingüística de la Universidad de Amsterdam, autor de diversos libros y docente universitario, Labraña habló sobre la obra de Yofre y sobre la guerra civil en la cual él participó como miembro de Montoneros, con una claridad y un coraje poco usuales.
A continuación, el notable texto de su disertación.

"Buenas tardes señoras y señores. En primer lugar quiero agradecer muy especialmente al Tata Yofre por concederme el honor de estar participando en esta mesa.


"Me imagino que me miran con curiosidad y desconfianza... ¡Es lógico! Días atrás, leyendo una crónica sobre
Volver a matar , el periodista caracteriza a los dos guerrilleros entrevistados como personas que hablan desde el arrepentimiento.

"¡Pensar que alguien me encuadra en la figura de un arrepentido me causa pavor! Me imagino a una persona destruida, con un dedo enorme marcando a sus compañeros por la calle... Me imagino el mismo dedo indicándole a sus captores quién de la lista debía morir y quién debía vivir... Y me lo imagino, al inicio de la democracia, con ese mismo dedo, señalándole a los medios quiénes fueron los que le perdonaron la vida...

"Asocio la imagen de un arrepentido más a la de un ingrato que a la de un traidor. La traición es circunstancial. La ingratitud es una de las peores mañas humanas. Por eso me veo obligado a aclarar que yo no soy un arrepentido. Yo no estuve cautivo. No sufrí apremios. No delaté a nadie. Y si hoy, por primera vez, aparezco en público o estoy aquí, en esta mesa frente a ustedes, es por convicción. Por pura convicción.

"Al leer el libro de Yofre, se activaron los vericuetos de mi memoria. Memoria es una hermosa palabra manoseada hasta la degradación. Recordé a Dixis , la quinta donde fui detenido aquel 14 de febrero de 1973. Recordé algunos momentos, algunos rostros, algunas situaciones: los días inciertos de incomunicación e interrogatorios, la certidumbre de muchos años de cárcel. Y sobre todo la actitud del juez que se instaló a dormir en la misma dependencia en la que estábamos detenidos para garantizar nuestras vidas: estaba en manos de la Cámara Federal en lo Penal.

"Pasaron 36 años y recién, gracias a Volver a matar , comprendo el inmenso valor político de esa instancia constitucional, creada por un gobierno de facto. Era evidente, para todos, menos para nosotros, que el gobierno del general Alejandro Agustín Lanusse intentaba combatirnos con la ley en la mano, y eso abría una brecha democrática en el accionar de su gobierno. Pero nosotros no entendíamos nada de política real. La ideología se imponía al raciocinio y a la realidad. Eramos ciegos.

"Bueno... Todos ya sabemos cómo continuó la historia. Este libro me conduce a la reflexión. Pienso que a muchos de ustedes también. Volver a matar es la obra de un historiador y no, como el Tata humildemente se denominó en un programa radial: un cronista.

"En contraposición a las publicaciones de snobs contrafácticos que suelen pulular en los medios, éste es un libro científico. Cada palabra está respaldada por una meticulosa documentación. Es la obra, repito, de un investigador que sabe de estrategias. La riqueza de este libro va más allá de la rigurosidad histórica: abre nuevos caminos a la actualidad.

"Y ahora reflexiono en voz alta: Queda claro a través de la documentación el importante rol de Cuba en el desarrollo y crecimiento de la guerrilla. Había y hay intereses que van más lejos de la simple solidaridad revolucionaria. Hablo de los intereses geoestratégicos que tenía el bloque soviético y de los cuales Cuba era su más fiel aliado en América.


"Cabe determinar si la guerrilla operó por espontaneidad y rebeldía. De lo contrario, estamos frente a una libre interpretación jurídica: el accionar de la guerrilla dentro de los delitos de lesa humanidad, por responder a las órdenes o intereses de un Estado (extranjero).

"Todos sabemos que las declaraciones del Tribunal de Roma son meras palabras, jurisprudencia para utilizar acorde a las necesidades e intereses del momento porque la guerra --en sí misma-- es un delito de lesa humanidad.

"Y no hay tribunal en el mundo que pueda evitar una guerra. El antónimo de guerra es el vocablo política. La palabra paz es sólo un lindo momento que se goza entre la guerra y la política.

"No nos hagamos más los pacifistas a conveniencia. Aquí hubo una guerra. Pese a lo que digan los vendedores de memoria. Y quienes lo niegan faltan a la verdad y ofenden la convicción y la valentía de quienes murieron en ambas trincheras. Negar la guerra, a la cual nos referíamos continuamente en nuestros documentos como `guerra revolucionaria, popular y prolongada', es hacernos quedar como niñitos estúpidos de un jardín de infantes. Es desmerecernos en provecho de algunos bolsillos.

"Nosotros fuimos héroes en tiempos de guerra. Y en la otra trinchera también. Nadie debe apropiarse de la sangre y del dolor de los que escribieron la historia de los '70.

"Alguien, no sabemos quién ni cuándo, abrió la Caja de Pandora y dejó encerrado el Código Penal. Fue el comienzo del fin. En una guerra, al fragor del combate, no hay tregua, piedad ni perdón porque está en juego la vida.

"No me imagino a las tropas norteamericanas en Irak ni a las soviéticas en Afganistán ni a los franceses en Argelia ni a los occidentales en los Balcanes con combatientes vestidos con plumas blancas, globos de colores y caramelos para los enemigos.

"La guerra libera al depredador más grande del reino animal: al hombre. Y en los '70 el ser argentino mutó en fiera. Y pasó lo que pasó. Mucha muerte, dolor, exilio, cárcel.


"Vino esta democracia como pudo y con lo que pudo e intentó poner paños fríos: aministía, indulto. Y comenzamos a caminar mirándonos de reojo, pero caminábamos. Lentamente nos acostumbrábamos los unos con los otros...


"Y de pronto otra vez el hombre muta... ¡Pero no en la bestia guerrera! En un cretino, mediocre e insaciable que generó esta Argentina desprotegida. Esta Argentina sin justicia, sin Fuerzas Armadas, sin contrato social, sin salud, sin trabajo, sin educación... sin seguridad.

"El libro del Tata me llevó a reflexionar que necesitamos una Argentina libre del pasado, sin mezquindades, sin recuento de los muertos, con un monumento único para los que cayeron y con un indulto amplio que nos permita la paz interna.

"Porque aquí no hay salida: ¡o quedamos todos libres o vamos todos presos!


"Muchas gracias".

jueves, 25 de junio de 2009

Bandera de la Patria

AZUL Y BLANCA

En este artículo, aparecido en La Nación el pasado Sábado 20 de junio, y que, para quienes quieren abreviar el viaje al vínculo, versa sobre la bandera hallada en 1885 en la Iglesia del pueblo de Macha (actual República de Bolivia), atrás de un cuadro; bandera que habría pertenecido a la fuerza argentina del Gral. Manuel Belgrano que en 1812 incursionó en el Alto Perú (considerada la primera bandera belgraniana), y que actualmente está en proceso de restauración en el Museo Histórico Nacional, se menciona como al pasar, a la hora de abordar la siempre álgida -para el cúmulo de desencuentros que resulta ser nuestra Patria- cuestión del color de la bandera:

"Esta misma fragilidad hizo que no fuese posible recuperar el tinte original, que era un azul índigo y un blanco marfil, por lo cual la restauración se realiza a partir de la coloración actual".

Claro que, durante todo el artículo, se describe a esa bandera como "celeste y blanca"; por ejemplo, en el siguiente párrafo:

"La bandera que en este momento se restaura por primera vez en su historia, de dos franjas celestes y una blanca, fue donada por el gobierno de Bolivia en 1896, con destino al Museo Histórico Nacional, ante el pedido del primer director de la institución, Adolfo P. Carranza".

Es que, como le ha pasado a la Patria toda, la bandera que hoy enarbolamos, que cada año que pasa está más desleída en su coloración, está tan ajada e irreconocible como el país que simboliza.

En fin, si aceptamos que esta bandera en restauración es la primera enseña patria, como aceptamos que fue Belgrano su creador, debemos recurrir a las definiciones del Azul Índigo que arrojan los especialistas.

La RAE nos dice que el índigo es el añil (famoso entre todos los escolarizados porque hemos sabido alguna vez que es uno de los colores del arco iris), y define a tal color como un "azul osculo con reflejos cobrizos": "Pasta de color azul oscuro, con visos cobrizos, que se saca de los tallos y hojas de esta planta".

"Esa planta", naturalmente, es el añil. Y por tanto, la otra definición del caso nos dice que el añil es el
"color de esta pasta".

En el código RGB, que es el aplicable a los monitores de las computadoras, sería el #4B0082. De tal forma, la primera bandera patria debió guardar la siguiente apariencia:

Bandera de Belgrano. Primera bandera patria (1812).

Curiosamente, se trata de la misma coloración que el azul turquí utilizado por la Confederación Argentina (y por el Partido Federal) desde la década del '20 hasta el triunfo de Mitre en Pavón, y que siguió coexistiendo hasta bien entrado el siglo XX con la bandera celeste unitaria que comenzó a emplearse desde la definitiva derrota federal de 1860.

Bandera de la Confederación Argentina empleada en la Marina por el Almirante Brown.

Del azul turquí, la RAE nos dice: "Azul más oscuro. Es el sexto color del espectro solar".
¿Hace falta decirlo? El sexto color del espectro solar es el añil (o azul índigo, o azul turquí).

Como pasó con los mármoles atenienses, que la "posteridad" (ese conglomerado berreta de empleadores de grecismos con una tendencia casi implacable al equívoco semántico; ejemplo, "aristocracia" y comenzando... ¡ya!) creyó siempre blancos cuando estaban pintados de vivaces colores, nuestra bandera desde hace un tiempo, y cada vez con un énfasis más exagerado, es tenuemente celeste, casi blanca-blanca-blanca, como una bandera de rendición (¿por qué será, digo?).

Nuestro símbolo mayor es tan sólo a su pasado una osamenta. Blanca y todo, como una brillante osamenta descarnada por los buitres y pulida por el sol y por el viento, en medio de la pampa que hace tiempo, los argentinos, llamábamos "desierto".


martes, 16 de junio de 2009

447

Un avión ha pasado a ser un robot autosuficiente y complejo. Despega y aterriza no sólo en forma autónoma, sino que lo hace a pesar de la voluntad del piloto. En la era de la liberación del hombre por la tecnología, lo que quedó claro es que libertad es prescindencia. Sólo es libre el obrero en la calle (o en el paro, como dicen los españoles). El trabajador deprimido ocupando las horas de ocio en ideas pesimistas, embebiendo en mate y bizcochos de grasa el tiempo vacío, haciendo de vez en cuando alguna changa casi improductiva, es el único ser libre en la sociedad de la libertad. Para el resto, la libertad sólo ha arrojado la paradójica conclusión de que su presencia excluye al individuo del cuerpo social. El avión recela del piloto. Ni siquiera subsisten los comandos manuales en las modernas aeronaves. No hay manera de torcer la voluntad de la máquina, y los controles frente al error de la computadora de a bordo los ejerce… la otra computadora de a bordo. Y a ésta la controla una tercera. Hasta ahora la suma llega a tres, pero seguramente seguirá creciendo luego del desastre del vuelo 447. El error hasta entonces, a fines de los ’80, cuando las profecías del cyberpunk empezaban a ser una realidad demasiado evidente, era 99% del piloto, y el 1% restante se dividía asimismo entre actos terroristas, extrañísimas condiciones climáticas, como la tromba vertical descendente, o, en ultimísimo caso, la fatiga de materiales, quedando el defecto de diseño postergado casi hasta la porción infinitesimal, en la inversa proporción a la capacidad de influir en las regulaciones de las indemnizaciones por accidentes de cada uno de los actores de una tragedia.

Fuente: La razón.es

El avión ya no guía al piloto; ni siquiera le ordena. Directamente lo ignora. La computadora sólo obedece a los extremos de su programación. Si la computadora es reprogramada inexactamente, el piloto tratará en vano de modificar el rumbo, de tomar medidas de emergencia, las que serán sistemáticamente desoídas, desde que esas actitudes humanas son leídas como erróneas. Un sistema de seguridad basado en el error humano, es un sistema que excluye al humano. Toda la maquinaria de la libertad se sustenta en el temor al error humano. O a su discrecionalidad o a su capricho. Parecería que la única sujeción realmente intolerable es la del humano por otro humano. Entonces la libertad es sinónimo de neutralidad. El sometimiento, aun el más absoluto e inhumano, será tolerado entonces si no es ejercido sino por un medio racional y aséptico. Por una máquina. Ya desde los primeros liberales, como John Locke, la gran espiración conducía a la creación de sistemas sociales en los cuales las funciones reguladoras, gubernamentales, estuvieran disminuidas a una mínima expresión, tolerable como el mal menor: la autoridad como juez de los conflictos. Sobre esa judiciocracia, luego el positivismo avanzaría a efectos de generar esquemas legales lo más autosuficientes posibles, que excluyeran la jurisprudencia en la mayor parte de los casos. Que excluyeran el error humano, o la arbitrariedad humana. La tendencia indica que puede llegarse al día en que una máquina interprete todos los extremos del caso y dicte la sentencia con base en los numerosísimos datos y antecedentes cargados y los criterios de respuesta preprogramados. Después de todo, algo de todo ello es lo que hace el mal llamado garantismo judicial: llevar hasta un extremo mecánico diversos principios de laxitud sustentados en la mayor benignidad y aplicando la presunción de inocencia antes bien como un dogma que como un presupuesto procesal.

Las distopías del siglo pasado se ocuparon con preocupación casi febril de las posibles implicancias de un Estado absoluto, que todo lo regulara, que estuviera informado al instante de todo detalle, que censurara incluso el pensamiento. Y más allá: algunos atisbaron que la tendencia al positivismo podía llegar a establecer culpabilidades tendenciales en función del ADN o de conceptos antropométricos: Minority Report, Gattaca… La libertad del hombre, la insólitamente mínima posibilidad de obrar en contra de su destino, esa libertad conceptual inicial que lo hacía merecedor de un alma como de un DNI, se encontraba entonces ante el peor de sus demonios. En realidad, como ocurre frecuentemente con las distopías, lo efectivamente provocado fue lo inverso: el desvelo hacia la posibilidad de un totalitarismo del prejuicio (en su sentido lato) condujo hacia un totalitarismo de la pérdida de juicio.



Hoy día, en cambio, el temor mayor no está en el prejuzgamiento efectuado por una máquina diabólica, sino en la posibilidad de que se lancen a la calle, luego de condenas simbólicas (al menos, en su aplicación), cientos de seres de espíritu retorcido y vicios patológicos de certera reincidencia. La máquina ha sesgado tanto el error humano, que el panorama se ha teñido del error de la máquina. En este caso, hablo de la máquina garantista, y sobre su existencia, no es necesario alegar el carácter humano de los jueces. Hay que ir más allá. Hay que ver cuál es el sistema conceptual-doctrinario que está escrito en códigos de fondo y sobre todo de forma, el sistema académico que forma cerebros en las facultades de derecho, el sistema político que designa a los jueces penales (¡y a los fiscales!), el sistema dogmático que corona la actuación de los ministros con competencia sobre la policía y el servicio penitenciario… Un sistema compuesto de sistemas es una máquina, sin importar la materia de la que está fabricada. El ser humano ya no tiene influencia sobre una lectura automática y aséptica. A la larga, toda contradicción a un bloque monolítico y consistente, es error humano y será ignorada… o sancionada (porque me olvidaba del sistema de control y de sanción de los jueces, claro).

En fin, algo ya dijimos: el error humano es sustituido por el error de la máquina. La máquina también calcula mal, o sobre todo, calcula bien, pero sobre un archivo de datos de la realidad que muchas veces pueden ser inexactos. O cuya certidumbre puede perderse con las circunstancias cambiantes del entorno.



Después de todo, la clave de bóveda siempre ha estado en la cuestión de la percepción del mundo, antes que en la acción que se toma en consecuencia. La percepción del mundo suele ser humana, a no ser en algunas cosmovisiones en las cuales la misma es aportada por los dioses. O por los titanes. ¿Qué pasa cuando la percepción del mundo es tamizada por el efecto determinante de la máquina; o sea, cuando toda la lectura de la realidad está condicionada por elementos de medición que utilizan bases preconcebidas? ¿Y quién ha cargado esas bases? ¿Y hace cuánto? ¿Y en qué condiciones? El volumen de información y el crecimiento de la red de colaboraciones entre organizaciones y sistemas, así como el ritmo de alimentación de esas bases, llevan a que las percepciones originales no puedan ser sometidas a revisión. Y entonces ocurren bochornos como el de la máquina-fabricadora-de-big-bangs

En fin, lo cierto es que la percepción del mundo ya ha salido del período ovo-gallináceo (o “del huevo y la gallina”, en buen Castilla), en donde podíamos discursear sobre la interacción dialéctica entre la máquina y el hombre. En gran medida, incluso ha de superar la inversión hegeliana del Señor y el Siervo que tanto ha caracterizado a las distopías futuristas. Yo creo, antes bien, que a estas alturas del ciclo de la neutralidad y de la asepsia, el ser humano ya ha sido declarado prescindible por obsolescencia, sin derecho a indemnización (por lo visto, sin siquiera derecho a preaviso). La percepción del mundo que se forman las máquinas la obtienen de las mismas máquinas, que componen entonces, entre todas, un sistema irresponsable –siempre que se acuerde que la responsabilidad es indelegablemente humana-.


Autor: Christopher Conte


La única libertad pendiente que aún se conserva (y habrá que verse por cuánto tiempo) es la de desconectarlas. Y de un futurismo, entonces, pasamos a otro: Fight Club, de Chuck Palahniuk. Un renacer desde la oscuridad del mundo, una demolición masiva de todos los elementos acumulados de información y de comunicaciones, que por su complejidad, hace rato han excedido la voluntad humana, que se sirve del fenómeno solamente en función de escuetos intereses que nunca involucran más de una millonésima parte de los archivos acumulados. (¿A quién beneficia tanta información residual? Todos sabemos que, salvo el hardware, en informática nada se descarta en forma definitiva).

Un sistema que permite tomar decisiones, solamente dentro del espectro planteado por las máquinas. Qué curioso: el mismo sistema procesal penal liberal prohíbe en interrogatorios las preguntas sugestivas que sólo pueden ser respondidas por sí o por no (a la inversa de lo que ocurre en el derecho civil o en la oralidad norteamericana). Sin embargo, todo el sistema de diálogo con una máquina es por sí o por no: aceptar-cancelar; siguiente-anterior; finalizar-volver al cuadro anterior; de acuerdo-no de acuerdo, etc. Y aun así, cuando existen correctivos de seguridad motivados en la posibilidad de error humano, ni siquiera el ejercicio de esa opción será gravitante. Se tratará tan sólo de una cómoda formalidad, para dejarnos a todos tranquilos.

Ése es el margen de libertad que nos va quedando como especie. La libertad que otorga la prescindencia. Ernst Jünger preludió que, así como el siglo XX había sido el siglo de los dioses, el siglo XXI sería el de los titanes. Los titanes transgreden los mandatos de los dioses, que siempre son límites naturales, axiomas conservacionistas diríamos en la nueva jerga. Para darle confort a los hombres. En general, como pasó con Prometeo, luego todo ello desencadena en un zafarrancho mayúsculo, y el titán resulta condenado para toda la eternidad a que un halcón coma de su hígado. Pero nadie ha podido hasta ahora apagar el fuego. En fin, la mayor parte de los grupos libertarios son prometeicos. Confían en la capacidad de la técnica de llevarnos a nuevos desafíos.




El problema no radica en la tecnología en sí misma (necios habríamos de ser si juzgáramos moralmente un fenómeno neutro) sino en los presupuestos de que se parte en su empleo. Si esos presupuestos se sostienen en el recelo hacia las posibilidades del ser humano, en la búsqueda afanosa de una libertad a través de la sustitución de amos (en realidad, a estas alturas, debería ser ya una materia aceptada la que señala la física política, a partir de la observación de las funciones antes que de los nombres con que designar a las estructuras de poder: el poder es un fenómeno ontológico; su renunciamiento sólo somete al individuo a poderes más abrumadores o pesados), en la libertad como prescindencia de la obligación del hombre en el mundo en tanto última especie, la tecnología puede dejarnos tan pero tan libres, que nuestra libertad sería opresivamente asfixiante. No hay nada más peligroso que la inversión de todos los conceptos sobre los que nos sostenemos (¿o no? Nietzsche en ello cabalgaba al tigre…). Ya sobre el asunto han tenido oportunidad de explayarse tanto Foucault como Baudrillard (en Olvidar a Foucault, precisamente).

En ese caso, que alguien apague la luz…