jueves, 30 de abril de 2009

Casualidades

¿Existe realmente un vínculo entre lo que pensamos, entre lo que decimos, entre los que nombramos, y el futuro inmediato? ¿Será un ejercicio inconsciente de adivinación o se establecerá a partir de la palabra (o del pensamiento puesto en palabra) una suerte de lazo invisible, o de fuerza inevitable, entre uno mismo, y el sujeto, el objeto o el suceso nombrado?

Por qué la cultura popular, con su sabiduría práctica, nos dice a cada rato: "Callate, no lo nombres", o "ni se te ocurra decirlo", o "no lo digas ni en joda"; o, cuando el suceso ya aconteció, se habla de que "lo quemé" o "lo quemaste", o "lo lechuceaste", etc.

Cuántas veces uno habla con algún interlocutor habitual u ocasional de una tercera persona a la que hacía años no nombraba ni estaba siquiera al tanto de su existencia, y a las horas, o al día siguiente, suena el teléfono y de esa persona se trata, o aparece algo relacionado en las noticias, o alguien en alguna reunión inocentemente hace un comentario vinculado a ella.

En fin, voy a referir dos de esas relaciones ("coincidencias") que me sucedieron hoy. Porque no puedo dejarlas pasar otra vez, sin compartirlas:

1- El lunes me vino a la cabeza imprevistamente, mientras miraba televisión y trataba de no pensar en nada, el término "Arcadia". Pensé entonces en su denotación, como un lugar ideal, de paz, felicidad y armonía, una Utopía, tal como ha sido considerada por los poetas románticos.

Pero también se me ocurrió pensar en la raíz griega arkaios, que quiere decir "viejo", "antiguo" (de allí viene el vocablo "arqueología", por ejemplo). De hecho, Arcadia era una provincia de la Grecia clásica, con lo que probablemente significase "la antigua". Los poetas románticos, y también algunos renacentistas, ponen en esa idea una carga de nostalgia por el paraíso perdido, la sostienen como un camino diverso de la civilización, el producto de un decurso natural y espontáneo, ajeno a la voluntad del hombre (y agrego yo: por ello, no humana).

Arcadia - Thomas Eakins 1883

Bueno, lo cierto es que el lunes empecé a pensar en el término "Arcadia", sin ningún motivo, y sin que ningún devaneo previo, lineal, circular o caracolesco, me llevara hacia allí. Simplemente surgió de golpe en mi cabeza.

Hoy salí hacia mi trabajo con tiempo de sobra y con cambio de dinero en falta, con lo que decidí afrontar el recorrido caminando, por más que 6 km distancian mi casa de mi oficina. Los días otoñales, pero otoñales en serio, frescos a la sombra y soleados, son los más propicios para mí. A unas 20 cuadras de mi origen, me encontré con una librería de usados que años atrás frecuentaba, y que por esas cosas, había olvidado. Entré, miré por un rato los estantes de Filosofía, Antropología e Historia, y di, al cabo de unos 15 minutos, con un libro de Bertrand de Jouvenel llamado... Arcadia, que es una colección de ensayos de Economía Política editada por Monte Ávila en Caracas en 1969.

En la página 219 está el ensayo titulado "Introducción al problema de la Arcadia", que se inicia con este párrafo:

El poder del hombre es grande y la tierra pequeña; eso es lo que tenemos que decirnos hoy en día. Y yo admito que se diga, con el orgullo del advenedizo, que, partiendo hace menos de cien siglos de una condición miserable, ha podido elevarse a la posesión de tan bella conquista; pero yo desearía que se dijese también, con otro tono, maravillado, grave y tierno: que esta dulce presa que se nos ha entregado, toca a nuestro corazón y compromete nuestra respondabilidad, debe ser tratada como un jardín cerrado, delicioso y frágil, con solicitud, como es necesario para que la
pianta uomo alcance ahí todo su brillo.



2- Hablaba ayer a la tardecita con una persona acerca del problema de la injuria, arma artera y miserable que ha colmado nuestro espacio político, y hasta cualquier ámbito de convivencia (que usualmente, también es de competencia) humana. ¿Qué debe hacer un injuriado, un calumniado, frente al atroz crimen de que ha sido víctima? Las modernas estrategias comunicacionales conducen al silencio, a apostar a que todo se aplaque y todo se olvide. En las sociedades de la excitación fugaz, de la novedad, la gente tiende a olvidar las cosas con tremenda prontitud. Es una ventaja de la aldea global, frente a las aldeas reales (en las cuales, por cierto, ese tipo de atentados contra el honor eran muy infrecuentes, pues el proferidor se arriesgaba a una pronta y efectiva condena, o a vérselas con el indignado objeto de sus maledicencias, florete o pistola de por medio).

El derecho penal provee de una tenue (casi utópica, o arcádica) herramienta de justicia, a través de la tipificación de un delito que no sólo es dependiente de instancia privada (como los delitos sexuales, que dependen de la denuncia de la víctima), sino que es directamente de acción privada: la víctima debe incoarlo y proseguirlo, sin contar con ayuda alguna del Estado a través de sus fiscales.

Empero, en la instancia propiamente judicial, la valoración acerca de la ofensa dependerá exclusivamente de la subjetividad del juez, al que puede, por ejemplo, parecerle poca cosa, o cosa no ofensiva, que se diga que uno es tal o cual cosa, o que piensa de tal o cual modo, o que le gustan o no le gustan determinadas cosas o personas, por más que se encuentre acreditado que todo ello es una mentira.

Con las calumnias el asunto se pone aún más difícil. La víctima no sólo debe encarar por sus propios medios todas las instancias del proceso, sino que encima debe probar, sin lugar a duda razonable, su absoluta inocencia respecto del crimen que temerariamente se le ha atribuido.

El lector comprenderá rápidamente lo diabólico de ese esfuerzo reclamado para limpiar el buen nombre y honor. Además de invertirse la carga de la prueba: quien denuncia es quien debe probar; y aquí el denunciante es el calumniador, que se quedará de brazos cruzados viendo cómo el calumniado se esfuerza por desmentir la especie que le han endilgado.

En efecto, ¿cómo puede probarse que nunca ocurrió algo que efectivamente no tuvo lugar jamás? Por ejemplo, si A acusa a B de drogarse todas las mañanas durante los últimos 2 años, B no podrá condenar a A por calumnias solamente con probar que ahora no lo hace... En tal caso, B sólo agradecerá al Cielo su buena fortuna si A lo hubiera calumniado con el consumo de cocaína, pues éste puede acreditarse mediante la famosa (y por algo tan vigente) rinoscopía. Sin embargo, aun así, si B se hace la rinoscopía, y resulta que aparecen lesiones nasales que prueban que alguna vez consumió cocaína, hace 10 ó 15 años atrás, igualmente la calumnia terminará impune, por más que resulte una total mentira que B haya consumido ese narcótico en los últimos 2 años.

¿Y si A acusa a B de haber vendido drogas? ¿Cómo puede B desenvolverse en un proceso de este tipo? ¿Aportando testigos que digan que nunca lo vieron vender? A todas luces, todo ello es insuficiente.

Entonces, la calumnia y la injuria, así amparadas por nuestro ordenamiento, dan lugar a un nuevo sistema de criminalización social, de estigmatización: alguien con llegada a los medios, con la posibilidad de espetar calificativos ante un micrófono, o teniendo un tabloide que recoja falsedades atenuándolas con el uso del verbo en potencial, puede causar daños irreparables en la valía y en el honor de enemigos personales, profesionales o políticos.

Y si cuenta con un poco de estructura, por ejemplo, con el apoyo de uno de esos partidos políticos que son un sello de goma y una veintena de agitadores, el calumniador saldrá absolutamente impune en virtud de la "duda" que lo ampara, tras volcar en el estrado media docena de falsos testimonios que, aunque absolutamente enervados por la contraparte, den lugar a que el juez sostenga que todos pudieron estar razonablemente equivocados acerca de la culpabilidad de B... Sobre todo, si la veintena de agitadores, al grito de "asesino", "torturador", "violador", "ladrón" o lo que sea, presionan al juez para que se acurruque en su sillón demasiado grande... Porque la calumnia, encima de todo, sólo se configura como delito cuando es dolosa, o sea, cuando a sabiendas de que B no delinquió, se lo acusa. Pero si el calumniador pensaba equivocadamente que B había delinquido, todo bien y a su casa, absuelto.

Hoy, 12 horas después de mi conversación recién resumida, al hacer la Claringrilla (compro Clarín a veces por el Atlas de la Argentina, que por suerte ya está en sus últimos tomos), me encuentro con la siguiente frase de Mateo Alemán:
El mejor remedio en las injurias es despreciarlas.

Es claro, Mateo Alemán, conocido sobre todo por la novela picaresca Guzmán de Alfarache, nació en Sevilla en 1547 y murió en México en 1615. Su reflexión acerca de las injurias, en su contexto temporal, habla de un ejercicio de magnificencia, de altura ante las bajezas de los demás. Pero ciertamente, ayudado por la ausencia de Internet, de los periódicos, la TV, la radio y los celulares.

También pertenece a ese curioso escritor esta otra frase, que tal vez se acomode mejor a los tiempos que corren:

Todos vivimos en asechanza los unos de los otros, como el gato para el ratón y la araña para la culebra.

martes, 28 de abril de 2009

Colonización e Indigenismo

Hojeando la revista de viajes Marcopolo en la peluquería, me encontré con un artículo sobre la zona maya de México, en el cual había una sección que hablaba de los indios lacandones.

En el paraje de Yaxchilán (Estado de Chiapas), al Sudeste de las ruinas de Palenque, se encuentra la aldea de Lacanjá, poblada por los lacandones, que forman parte de la familia maya. Los rasgos físicos son innegables. El perfil aguileño coincide milimétricamente con aquél que caracteriza los frisos y bajorrelieves realizados por sus ancestros. La pureza racial originaria persiste, al igual que gran parte del idioma primitivo, y ambos factores fueron tenidos en cuenta en el cásting realizado con población nativa para la película de Mel Gibson, Apocalypto.

La aldea de los lacandones se encuentra enclavada en la Reserva de la Biosfera Montes Azules, de 300.000 hectáreas. Hace tiempo que, según confiesan, los indígenas se han conformado con proseguir con sus primitivas actividades de caza y recolección selvática, ya que finalmente han comprendido que el desmonte no deja tierras fértiles para el cultivo, actividad que, confiesan, nos los seduce demasiado ni practican con idoneidad.

Sin embargo, a la hora de caracterizar a la selva de la que viven, prefieren atribuirle las características de serpiente, antes que las de madre, por ejemplo. Dicen que la selva es una serpiente que rodea con firmeza todo lo humano que emerja entre su musculoso cuerpo. La metáfora es válida, incluso poéticamente bella, pero no deja por ello de resultar inquietante.

Para los lacandones la selva es hija de Chaac, el dios maya de la lluvia, que aparece absolutamente todos los días, y origina abundantes torrentes, en la superficie y subterráneos. Los arroyos que surcan prolíficamente su geografía forman los Sk’inael Toljá (“montañas de agua”), que son los rápidos que se generan al golpear el agua contra las rocas.

El joven Chankayun Kin (“pájaro sol”), junto a la cascada Yatoch Kusam —que los indios atribuyen su formación al acarreo de hojas, ramas y barro por parte del río—, explica los efectos que los numerosos trabajadores sociales, las ayudas humanitarias y la proliferación de misioneros cristianos que, con la excusa de la asistencia a la pobreza, han generado en las poblaciones originales de Chiapas:

“Antes nosotros adorábamos ídolos de barro. Mi abuelo los tenía en su casa, era K’abiran, el dios sol. Ahora somos presbiterianos”.

Lo que no logró el tremendo castellano con su frenesí evangelizador, lo consiguen ahora los misioneros protestantes, en silencio y sin que ninguna de las tantas asociaciones y ONGs indigenistas levante una sola queja. Parece que la aculturación sólo es censurable si viene acompañada de alguna imposición, por más que ése fuera el rasgo cultural unánime en la época colonial, sea de parte de españoles, como de parte de ingleses, franceses, portugueses, rusos, turcos, holandeses y árabes.

El rasgo político-cultural moderno impone la supresión de las fronteras, el libre acceso de todo tipo de sistemas de colonización espiritual y cultural a las zonas en el pasado protegidas, antes por el aislamiento que por cualquier cuestión política o identitaria.

Presbiterianos fueron los pasajeros del Mayflower, que colonizaron los EE.UU. desde Inglaterra y Escocia y trajeron al nuevo mundo las ideas jacobinas. Aquéllos cuyos descendientes festejan con el pavo horneado con salsa de arándanos cada Día de Acción de Gracias.

La nueva ecuación conduce a una nueva relación de poder, que no deja por sus maneras más refinadas de ser colonial. Lo que ocurre es que hoy día ese colonialismo se emite y propaga desde un núcleo único y absolutamente etnocéntrico.

Mientras se socava la unicidad espiritual de las naciones latinoamericanas promoviendo conflictos y reivindicaciones que tienen más que ver con la arqueología que con las tolerantes y progresistas prácticas republicanas de los últimos 5 lustros, la colonización irradiada desde polos cultural y tecnológicamente preponderantes termina llevándose los espíritus para su verde páramo, y todo el discurso de “recuperaciones” y “conquistas”, de restauración de la identidad amenazada, etc., se traduce solamente en artesanías regionales, folklore for export y adquisición de tierras para la tribu.

Cerraré entonces esta breve reflexión transcribiendo las conclusiones del entrevistador de Chankayun Kin en la revista de turismo, que hablando de su tribu es de por sí más que elocuente:

“Desde que les pusieron electricidad, los lacandones perdieron su lugar de contacto y socialización. Antes se bañaban en el río y aprovechaban la ocasión para intercambiar ideas. Ahora se encierran en sus casas a ver la TV”.

Indio de cotillón sólo ve televisión...

sábado, 25 de abril de 2009

Fábula


Revolviendo entre cosas viejas encontré un libro infantil titulado Fábulas, editado en 1977 en Buenos Aires por Editorial Sigmar. Los textos están adaptados por Julia Daroqui, y las ilustraciones son de Raúl Stévano. Después de hojearlo con el alborozo que suele posarse sobre las cosas cubiertas por un espeso manto de tiempo, no pude evitar comprobar que una sonrisa se había dibujado en mi rostro. Ella obedecía, sin duda, a los tan diferentes criterios pedagógicos que regían 30 años atrás en este tipo de publicaciones para niños; pero también, por qué no, al abismo que se fue pronunciando entre la literatura y la tradición oral clásicas, frente a las modernas ópticas y concepciones acerca de la formación infantil.

No es mi intención formular juicio alguna ante esa constatación empírica (que eliminó de la oferta de juguetes a pistolas, revólveres y ametralladoras, aunque paralelamente incrementó hasta niveles insospechados la violencia explícita y el sadismo en los videojuegos). Sólo voy a compartir con ustedes una de esas fábulas, que pertenece al escritor romano de origen macedonio Gayo Julio Fedro (15 a.C. - 55 d.C.), y se encuentra en las páginas 56 y 57 del libro de referencia. Naturalmente, espero sus comentarios:



EL ÁGUILA, LA GATA Y LA JABALINA

Crecía en el bosque un gran árbol, fuerte, de abundante follaje, y en lo alto de su copa construyó el águila su nido. Allí cobijó a sus hijitos y los aguiluchos se sentían seguros.

El mismo árbol presentaba hacia la mitad del tronco, una cavidad, un hueco profundo, que permitió a la gata instalarse en él para tener a sus hijitos. En ese lugar se quedó a vivir con los gatitos.

Por su parte, la jabalina -una cerda salvaje- halló también refugio para su hogar al pie de aquel árbol tan generoso, y sus jabatos crecían felices bajo su protección.

Durante un tiempo las tres familias vivieron dichosas, cada una en su casa, ocupándose las tres mamás de alimentar a sus crías. Pero la ambiciosa gata trajo la discordia. Todo sucedió así:

Un día trepó por el tronco hasta el hogar del águila y le dijo:

-Ten cuidado, ¿sabes? Me he enterado (de) que la jabalina nos quiere mal. ¿No la ves cómo se pasa el día cavando al pie del árbol? Pues lo que quiere es derribarlo, y cuando lo consiga devorará a tus hijos y a los míos.

El águila se sintió aterrorizada y extendió sus alas enormes para cubrir a los aguiluchos.

-Mientras yo esté aquí -respondió- que no se le ocurra a esa maligna cerda acercarse, porque la destrozaré a picotazos.

La gata sonrió para sus adentros, y ni lerda ni perezosa, bajó a la casa de la jabalina.

-¿A que no imaginas a qué vengo? -le dijo-. Pues nada menos que a avisarte que tengas cuidado con el águila. Es mala y poderosa. Todo cuanto espera es que tú salgas de tu refugio para poder robarte a los pobres jabatos y comérselos. ¡Ten cuidado!

-Pues ya puede esperar -respondió la jabalina muy asustada-. No dejaré mi casa, ni solos a mis hijitos.

Así, una vez que consiguió atemorizar a las dos familias, la gata se divirtió enormemente observando que ni el águila ni la jabalina se movían de sus refugios.

Las dos tenían miedo. Se odiaban y temían, y a causa de ello, dejaron de traer alimentos para sus crías.

Aguiluchos y jabatos se fueron poniendo flaquitos, flaquitos, hasta que al fin murieron de hambre.

Al poco tiempo, también el águila y la jabalina se murieron. Entonces la astuta gata quedó dueña del campo y ella y sus gatitos comieron hasta hartarse.

Moraleja: Dar oído a las habladurías es labrar nuestro propio mal.





jueves, 16 de abril de 2009

Delito, conflicto, innovación (homenaje a Durkheim)


El sociólogo francés Émile Durkheim, cuyo aniversario de natalicio se cumpliera ayer (15 de abril de 1858-15 de noviembre de 1917), fue considerado por unos cuantos, no sólo el padre de la Sociología moderna, sino el padre del funcionalismo dentro de esa disciplina. Ello así, a partir de la lectura que se hace de una de sus obras fundamentales, El Suicidio, en lo concerniente a la necesidad que tiene toda sociedad de contar con elementos antisociales, y sobre todo, con un volumen funcional de conductas contrarias al consenso social.

La precisión acerca de qué es una sociedad de consenso no es muy clara. Es sabido que el entorno legal presenta, en toda sociedad y en todo tiempo, un nivel de coincidencia con el consenso social bastante alto, pero nunca completo. Es así como las normas evolucionan (o mejor dicho, mutan con el tiempo), en general, varios años luego de que se verifiquen los cambios sociales.

Max Weber situaba ese consenso en el concepto de Einverständnis, es decir, que la sociedad funciona en virtud de un cúmulo de sobreentendidos que cada individuo se forma respecto de las actitudes y procederes naturalmente esperables de sus semejantes. Cuando alguien se sale de la línea, se pasa de rosca, opera sobre sus semejantes de una manera no social (usualmente considerada ilógica, o injusta, o cruel, o demente), se quiebra esa mínima relación de confianza a priori que los individuos establecen entre sí como tibios lazos funcionales, y nos encontramos en presencia del fenómeno del delito.

Es decir, la explicación sociológica weberiana del fenómeno delictual se sitúa un paso antes que la previsión jurídico penal. El Derecho objetivo vendría a respaldar con su accionar punitivo el tramado de relaciones sociales nacidas de ese común sobreentendido sobre cuestiones básicas y elementales de la convivencia.

Es así cómo, las numerosas lagunas penales generadas por la garantía liberal de prohibición de analogía, son completadas en el ideario colectivo de una forma espontánea. Todos recuerdan que, años atrás, la figura penal de la violación protegía tan sólo a la “mujer honesta”, y que el tipo sólo se hallaba configurado por el acceso carnal. De tal forma, una parte importante de la doctrina (nunca menor de la mitad) consideraba que la fellatio forzada era un mero abuso deshonesto, similar a alguna manito desubicada aplicada furtivamente en un colectivo lleno. Sólo cuando esa conducta, abusiva o violatoria, según se la mirara, propasó por su reiteración los límites de tolerancia social, se reflejó en una modificación del Código Penal que receptó el supuesto dentro de la hipótesis de violación, a la par de eliminar la ambigua distinción entre mujer honesta y la que no lo es tanto, que lo único que conseguía era pesquisar a la víctima.

Es claro: todo esto ocurrió en 1998, cuando todavía formaba parte del sobreentendido social una equiparación cualitativa entre una cosa y la otra. Antes de que se pusiera de moda intercambiar entre adolescentes algunos favores sexuales a cambio de $ 5, o de una birra… Ciertamente, debe aclararse que este último cambio social también fue amparado por la previsión penal en su última modificación a los delitos contra la integridad/libertad sexual, al considerar que el sexo entre adolescentes, mientras ninguno de ellos sobrepasara los 21 años de edad (hay que recordar al lector que hay hoy día adolescentes de cerca de 40), ni tuviera menos de 12 de edad mínima, y siempre que mediara consentimiento, no constituía ningún caso pasible de represión penal.

Pero no nos desviemos del meollo de la cuestión. Aludimos al principio al funcionalismo de Durkheim, y de ello es de lo que hemos de hablar.

Ocurre que el sociólogo francés consideraba que el delito es intrínsecamente natural al cuerpo social, que no hay sociedad sin delito. Por lo tanto, el delito es un hecho social espontáneo y, por su permanencia y difusión sin excepciones, constituye un caso eminentemente social y no asocial, o antisocial, como se lo consideraba tradicionalmente. El asunto, a partir de esa constatación, pasa a ser una cuestión de grados (exceso: anomia; carencia: entropía).

Todo hecho social, como queda prístinamente establecido en la otra obra fundamental del autor, Las reglas del método sociológico, es funcional, es decir, sirve para algo. Cuando deja de servir para algo, desaparece, o permanece en una forma meramente ritualizada o formal. Ejemplo: La venia militar, que resulta un rito nacido del saludo de los caballeros andantes en época medieval, que levantaban la visera del yelmo para mostrar la cara y la mirada a fin de identificarse frente a un par que apareciera en su camino. Otro: El brindis que se efectúa chocando las copas, también nacido en época medieval, en medio de conspiraciones palaciegas. Como en esa época las copas eran de metal, y el veneno abundaba, los comensales las golpeaban fuertemente entre sí para que sus contenidos se mezclaran.

¿Para qué sirve el delito como hecho social? Durkheim le asigna una doble perspectiva: en primer lugar, para afirmar con la sanción general, el consenso primitivo, es decir, para cohesionar a los miembros conformes del cuerpo social, ante la presencia de una amenaza hacia su pacto de vida.

En tal sentido, esa concepción se enlaza con las características definitorias de los cuerpos sociales a través de los opuestos (mejor dicho, de los oponentes) y la amenaza o presencia de conflicto con ellos. Ya hemos citado, en un post reciente titulado 2 de abril, la concepción de Ernst Nolte acerca de la identidad de las naciones, que sigue rigurosamente la línea conceptual de Carl Schmitt y su teoría de la relación amigo-enemigo en el plano del Derecho internacional (hostis). En el caso de Durkheim, la relación germinal de la identidad y la cohesión también se da para el interior de cada sociedad, en una relación socio-delincuente, que puede ser calificada, por el término latino como inmicus (enemigo íntimo, interior).

En definitiva, Durkheim no escapa en esta percepción a la posición filosófica que en el siglo XVII sostuvieran tanto Thomas Hobbes como Baruch Spinoza, acerca de la necesidad que existía de que el estado de naturaleza, la guerra de todos contra todos, permaneciera vigente en el plano internacional, para garantizar la paz en el interior de las sociedades. Es decir, la existencia de una relación reversible entre los conceptos de hostis y de inmicus.

Ciertamente, esa reversibilidad luego fue progresivamente desapareciendo, con la introducción de elementos mercantilistas transnacionales en la evolución de Occidente. Ya al finalizar la Primera Gran Guerra, se dio en Alemania una profunda y unánime condena social hacia los especuladores internos que durante la contienda acaparaban productos y hasta las raciones de comida que repartía el Estado, especulando con la segura alza futura por escasez. Asimismo, importantes intereses norteamericanos, ingleses y franceses promovieron, por cuestiones económicas, el rearme alemán de 1935.

Todo esto Durkheim no lo pudo ver, ya que a su muerte el tablero de Europa estaba todavía en tablas, con una guerra de trincheras absolutamente estática que amenazaba con perpetuarse, y un único ganador hasta el momento: la Alemania de los Hohenzollern, que habiendo firmado por separado la paz con Rusia, se había anexionado numerosos territorios al Este, entre ellos, los tres países bálticos. Sin el polémico ingreso de los EE.UU. del presidente Woodrow Wilson en esa contienda (1917), la solución más posible era la diplomática, a través de una paz westfaliana, y no mediante una imposición unilateral y abusiva de parte de los ganadores en Versalles, que daría lugar a futuras tragedias mayores.

Lo que sí es cierto es que, mientras en las economías occidentales abiertas, de corte capitalista, se propagaba una tendencia hacia la conflictividad simultánea, interior y exterior, y el fenómeno del crecimiento delictual para la guerra (atentados contra diplomáticos extranjeros, tolerancia de abusos contra extranjeros, por ejemplo) o a propósito de ella, en el resto del mundo se estaba estableciendo una tendencia opuesta, que numerosos y talentosos analistas de la época consideraron que iba a imperar unánimemente durante todo el siglo XX en todo el mundo: la idea de la unanimidad social a través del fortalecimiento de los Estados totales, respaldados –o directamente estructurados- por los partidos únicos (v.gr., Mihail Manoilescu, El Partido único, 1937).

A esa tendencia le acompañó, en el campo comunista, un resurgimiento de los presupuestos hobbesianos de la reversibilidad, pero adoptándolos precisamente revertidos: Las naciones resultan en una ficción burguesa, y por tanto la guerra entre naciones también lo es. La única forma de guerra válida será la interior, la guerra civil, entre clases sociales, o mejor dicho, entre una vanguardia revolucionaria que intentaría guiar al proletariado en el camino de la redención y unas fuerzas de seguridad burguesas que intentarían proteger los intereses de la clase dominante. De tal manera, la paz internacional, tan publicitada por el partido bolchevique en 1918, estaría asegurada por la conflictividad interna, promocionada por el mismo partido a través de las sucesivas Internacionales.

Ahora bien, debemos aclarar que esa visión se torna sinuosa a partir de la doctrina del socialismo en un solo país, que se hace patente con el fracaso del proyecto de expansión del comunismo hacia Occidente en el período de entreguerras, y más aún, con la férrea dictadura impuesta por Josef Stalin en los años ’30 (y durante todo su reinado), y la consecuente revalorización de los componentes nacionales (burgueses) como incentivo para que el pueblo ruso hiciera suya la contienda ideológica que se desarrollara durante la Segunda Guerra Mundial. Ya para entonces, los panfletos proletarios fueron reemplazados por La Madre Rusia te necesita”.

La posición hacia la guerra interior renace luego de finalizada la contienda, con el inicio de la Guerra Fría, y se acentúa a partir de las revalorizaciones de la IV Internacional (de la revolución permanente), con la teoría centro-periferia, que ubica al Tercer Mundo como el nuevo sujeto oprimido (y nuevo motor de la historia, en lugar del proletariado), e impulsa la guerra de guerrillas en Latinoamérica, África y Asia.

De modo tal, que la teoría de la reversibilidad sigue vigente, con sus claroscuros propios de una etapa histórica tan dinámica, pero se perpetúa pese a la caída del comunismo a partir de ciertos tópicos estratégicos rápidamente pergeñados por los EE.UU. en 1991 con la enunciación del New World Order durante la presidencia George Bush (p). A partir de entonces, toda guerra en el mundo será guerra interior, con un propósito punitivo, policial, de parte del Orden Internacional contra algunos renuentes identificados en forma individual. Las feroces guerras de agresión llevadas adelante por la OTAN contra Yugoeslavia en 1991 y contra Servia en Kosovo después, contra Irak en 1992 y otra vez contra el país mesopotámico en 2003, pero esta vez, a través de la entente anglo-norteamericana, al igual que contra Afganistán, la agresión contra El Líbano, etc., son pretextadas en cuestiones “humanitarias” y en la necesidad de establecer la democracia y asegurar los derechos de ciertas minorías internas del enemigo. Los organismos internacionales, en primer lugar la ONU, pero también el Tribunal de Justicia Internacional de La Haya, han acompañado todas esas acciones, convalidándolas ex post y criminalizando tan sólo los actos de los vencidos pero ya no, como en el Juicio de Núremberg, a la guerra de agresión en sí misma, como “el más atroz de los delitos”, padre de todas las calamidades subsecuentes de la guerra (véase el estupendo libro de Danilo Zolo, La justicia de los vencedores, Ed. Trotta, Madrid, 2007).

En definitiva, la paz internacional se encuentra garantizada con estas expediciones de caza, de carácter policial, al interior de los Estados considerados criminales. De tal forma, la posición de la reversibilidad del conflicto intra-extra social, conserva, luego de un siglo turbulento desde su íntegra formulación durkheiminiana, su más pura validez.

La segunda utilidad que Durkheim le encuentra al delito como hecho social funcional, es su carácter innovador. En efecto, una sociedad sin delito es una sociedad anquilosada, en camino de la entropía (no olvidemos la influencia que la segunda ley de la Termodinámica tuvo en la estructura del planteamiento finisecular de nuestro sociólogo). Esa misma preocupación fue manifestada, muchos años después, por el criminólogo abolicionista noruego Nils Christie (Los límites del dolor), al constatar con preocupación el bajísimo nivel de hechos delictivos verificado en los países escandinavos.

El delito, siempre dentro de ciertos niveles funcionales, guarda entonces un eminente carácter de dinamizador del cambio social, y en tal sentido, se encuadra en las teorías aristotélicas del conflicto natural y necesario. Podemos citar como ejemplos de ese influjo innovador, las transgresiones que dieron lugar a que progresivamente se despenalizara la homosexualidad o el adulterio.

Hoy, a ciento cincuenta años, más un año, más un día, del nacimiento de Durkheim, nos debemos situar frente al fenómeno del delito desde esa doble perspectiva. La corrupción estructural ha sido socialmente aceptada, desplazada por la consideración positiva hacia el éxito económico solamente, que desde siempre (nuevamente caemos en Max Weber, Historia Económica General: antes fueron los piratas, los mercenarios y los aventureros; ahora son los hombres de negocios y sus satélites) ha prescindido de toda consideración etiológica sobre el origen de las fortunas.

Asimismo, otra conducta innovadora, aunque si bien, atípica, es decir, no delictual, pero que por su picardía implica un desafío al Einverständnis, al sobreentendido en que se fundamenta el consenso social, es aquélla que se está propagando desde el mismo gobierno general, ampliando hasta el absurdo los límites de tolerancia normativos a los presupuestos de la representación democrática: compra de representantes recién elegidos para representar a la oposición; compra de senadores opositores para que reviertan la posición partidaria, en contra de determinada ley; engaño al electorado con la postulación de candidatos que nunca habrán de asumir el cargo electivo; extorsiones a autoridades locales con el manejo discrecional de la “caja”; presiones a jueces con el manejo discrecional del Consejo de la Magistratura; etc.

Todas esas acciones se encuentran amparadas por la imprevisión o ambigüedad de la ley, cuando no, por leyes ad hoc de carácter dudosamente constitucional, pero rebasan los límites del consenso social. Es decir, ¿en verdad los rebasan? De la certidumbre de la respuesta, dependerá que esta lamentable experiencia presente constituya, o bien, un fecundo punto de partida hacia el saneamiento institucional, o bien, el antecedente o la confirmación de un cambio social hacia un modelo de escasa representatividad pero altísimo poder de manipulación. De la sociedad depende. También puede ser que la sociedad ya se encuentre en un nivel de anomia, de crisis absoluta de sus sistemas normativos y sancionatorios (que no necesariamente son jurídicos). Es claro: anomia es parecida a anemia, y no sé por qué, a mí me suena también pariente de abulia

martes, 7 de abril de 2009

Verde un ala...

De la ópera patria llamada Aurora, se conserva en la memoria colectiva el aria Canción a la Bandera, sobre todo gracias a las imposiciones de la educación pública. Dicha aria, que por comodidad es conocida por el nombre de toda la ópera, ha sufrido una traducción forzada del italiano al castellano, repleta de soluciones jocosas. Algunos ejemplos nos los provee Juan Sasturain, en estos términos:

"En el original italiano, no hay “aurora irradial” (no existe en castellano) sino “aureola irradiale”, es decir: la aureola de rayos del amanecer que, como la que ilumina la cabeza de los santos, ilumina al águila (...) se traduce el verso “il rostro d’or punta de freccia appare” como “punta de flecha el áureo rostro imita”, cuando “rostro” es “pico” en italiano: es decir que el pico del águila, iluminado, parece una punta de flecha, el extremo metálico del asta. (...) el verso “Y forma estela al purpurado cuello” [...] por “porpora il teso collo e forma stello”, que quiere decir (...) que enrojecen (los rayos del sol) el tenso, alargado cuello (del águila) y forman el tallo (“stelo”, no es “estela”), el asta de la bandera".

En fin, más allá de esos disparates de adaptación libre, lo cierto es que en la parte descriptiva de la enseña patria, Aurora nos dice: Azul un ala, del color del cielo; azul un ala, del color del mar.
Si bien es cierto que el cielo aparece omnipresente en nuestra simbología, tanto por el color como por el sol, y que todos recordamos esa imagen bucólica de Belgrano mirando al cielo para inspirarse, y aplicando una gran imaginación para estampar un sol sobre una nube, etc., no es tan cierto que el mar haya tenido una importancia semejante.

Claro que vexilológicamente, por el inequívoco origen de la bandera argentina en el escudo de la Muy Noble y Leal Ciudad de la Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires que ideara el Maestre de Campo don Jacinto de Láriz, Caballero del Hábito de Santiago y Gobernador y Capitán General de la Provincia del Río de la Plata en 1646, la franja azul inferior de nuestro emblema corresponde, justamente, al Río de la Plata. Pero no podemos negar que, más allá de las hazañas de corsarios y marinos en la guerra contra el Brasil o en los bloqueos ingleses y franceses, los argentinos no somos precisamente un pueblo marino. Es más, salvo en el próximo Viernes Santo, ni siquiera somos demasiado afines al pescado.



Así las cosas, la actual vexilología argentina, de la mano de algunas imaginativas banderas provinciales, ha comenzado a establecer como el "tercer color" argentino, ya no el rojo del federalismo (que sin embargo está presente en banderas históricas como las de Entre Ríos, Santa Fe y Misiones, o modernas creaciones también fieles a esa tradición, como las de La Rioja y Santiago del Estero), ni siquiera el amarillo ya presente en el pabellón nacional en el sol; sino antes bien, y en marcada paridad jerárquica, el verde.

Este dato constituye sin dudas toda una innovación en nuestra simbología, que puede indicar un rumbo inexorable hacia una nueva identidad. Si el siglo XIX fue mitad rojo punzó, mitad celeste, y el siglo XX fue celeste por completo, el siglo XXI quizás termine por ser verde... esperanza, que es lo único que nos queda.

Quedará entonces para futuros exegetas, de los prácticos o de los poéticos, el atribuir a ese verde que se eleva decidido e impertinente en las astas provinciales más recientes, el cariz romántico de la llanura pampeana o el cariz más práctico de la denostada soja.

De hecho, la productivista, algo bantustanesca, bandera de Buenos Aires La Provincia, ha hecho consideración expresa a ese factor paisajístico (me refiero a la llanura, no a la soja) para justificar que la mitad inferior del paño fuera de color verde. Pero esa lectura no resulta tan aplicable al Chaco, a no ser por la introducción, justamente, del elemento soja, y mucho menos tiene que ver con el paisaje rionegrino, cuya bandera provincial se acaba de estrenar. En todo caso, lo más verde que puede verse en Río Negro, son las manzanas.

En realidad, esta introducción novedosa y cada vez más difundida obedece al tenaz criterio del hombre fuerte de La Provincia por ese entonces, luego hombre fuerte de la Nación toda. A La Provincia, la ha cubierto de verde esperanza, y a la Nación toda, del "viento fresco del Sur".

Los objetivos planteados por el gobierno bonaerense el 29 de diciembre de 1995, a través de la Resolución Nº 6592 de la Dirección General de Cultura y Educación, fueron:
  1. El diseño de la bandera bonaerense será el símbolo identificatorio de la provincia.
  2. Será síntesis de lo historico, lo estetico y lo comunicacional.
  3. Operará como soporte físico y tangible para valorizar y profundizar el sentimiento de identidad.
  4. Contribuirá a afianzar el orgullo de ser bonaerenses.
  5. El nuevo símbolo apuntará a ser distintivo y unificador.
Asimismo, las indicaciones que los alumnos secundarios nacidos entre 1978 y 1984 (los únicos habilitados a presentar propuestas) debían respetar eran:
  1. La bandera bonaerense compartirá en muchas oportunidades el lugar con la bandera nacional, aspecto que obliga a su clara diferenciación.
  2. La bandera de la provincia no deberá parecerse a la nacional. La provincia es una parcialidad de la nación y por ello se recomienda evitar la combinación celeste y blanca.
  3. Se busca que los participantes logren una síntesis formal en sus imágenes, trazos y colores.
  4. Los colores rojo, amarillo, azul, verde y blanco son recomendados como de uso preferente y fundamental por su vinculación con la historia de la provincia.
  5. Franjas verticales y horizontales, en diagonal, cruzadas, círculos, triángulos, rectángulos y la unión de estas figuras son sugeridos como módelos a tener a cuenta en el momento de crear el nuevo símbolo.
  6. Sobre la base de fondo de las franjas se recomienda fortalecer el diseño con imágenes.
  7. Se sugiere que se tenga en cuenta la tendencia moderna en cuanto a la creación de banderas de forma vertical.
Como puede apreciarse, el verde surge prístinamente de la indicación 4ª. Sin embargo, las he transcripto todas, porque me parecen algunas demasiado risueñas. Los alumnos secundarios no son, lógicamente, ni expertos historiadores, ni expertos vexilólogos. Pero yo creo que contra ellos se han cargado injustamente las tintas a la hora de fustigar contra el adefesio que La Provincia tiene como bandera. Como dice el refrán, la culpa no es del chancho sino del que le da de comer...

Lo que no me queda para nada claro es en qué momento el verde formó parte de la historia bonaerense, a no ser que se entienda comprendida en ella cierta línea interna del justicialismo provincial de ese entonces.

En fin, de todo el paquete de instrucciones, incluyendo las que hablan de figuras geométricas, podría haber surgido, cómodamente, la bandera brasilera.

A continuación, constan las reproducciones de algunos de los 32 proyectos finalistas presentados por los educandos, y seleccionados de entre 81.525 -ni imaginarse cómo era el resto- que por suerte no resultaron ganadores:

Lo que decía, el peligro brasilero...


Demasiado oligarca



África mía


Productivismo al palo


Sin comentarios...

Un poco checoeslovaca

Y más oligarquía...

Y ésta puede estar cómodamente en Medio Oriente

[Fuente de todas las reproducciones precedentes: Jaume Ollé]

En 27 de los 32 proyectos finalistas, y en los cuatro (4) finalistas hasta el final, el verde estaba presente como color dominante, lo que demuestra un inequívoco gusto por ese color, de parte de las autoridades evaluantes.

El resultado de toda esa gigantesca operación de selección fue esto:

[Fuente: Francisco Gregoric]

En tanto, la provincia del Chaco ha seguido un derrotero tortuoso para arribar a su actual bandera provincial. En 1995, un diseñador gráfico creó una bandera provincial que, si bien fue legalmente adoptada (Decreto Nº 707/95), primó la sensatez, o bien, nadie tuvo el coraje de enarbolarla:

Un amigo ingenioso la llama "la bandera de la invasión de los platos voladores"

Lo cierto, es que poco de lo que recomienda la FIAV (Federación Internacional de Vexilología) puede apreciarse, ni en éste ni en el de la provincia de Buenos Aires: En lo posible, no más de tres colores, que se deben distinguir bien entre ellos a la distancia (cosa que no ocurre, por ejemplo, ni entre el verde y el azul; ni entre el blanco y el celeste cuando es muy claro); diseño sencillo y de líneas marcadas, que sea capaz de dibujarse por un niño, que pueda memorizarse y dibujarse luego de una sola mirada...

En 2007 el entonces gobernador Roy Nikisch comisionó a un jurado la selección de la nueva bandera chaqueña, que está bastante bien (a la luz de todo lo que hemos visto), aunque peca por exceso de jeroglíficos. O el sol o el arado. Los dos, son demasiados:

[Fuente: Francisco Gregorich]

Si bien, claro está, y en tanto la bandera, antes que las tradiciones, según la tendencia moderna, simbolice la actualidad, está estudiándose su sustitución por esta otra, también excesiva en jeroglíficos:

Puede notarse, más allá de todo, que en el caso del Chaco el verde ya no es igual a los otros colores, sino que resulta preeminente, porque está junto al asta, lo que le da una mayor importancia relativa y una relevancia superior, ya que permanece siempre visible cuando la bandera ondea con el viento y, por un efecto óptico, la franja contigua al asta siempre parece más ancha que las demás, tema que ha abordado la República Francesa, que ha propendido a desigualar las franjas de su bandera, haciendo a la azul más estrecha que la blanca, y a ésta más estrecha que la roja, que se sitúa sobre le batiente, a efectos de que, a la distancia, luzcan las tres iguales.

Finalmente, la recién estrenada (26 de marzo de 2009) bandera de la provincia de Río Negro es, de las tres, la más feliz de todas, aunque, reitero, habría que averiguar qué quiere decir, o qué representa, el verde en este caso.





viernes, 3 de abril de 2009

2 de abril


"Reconocer con quién tenemos cuentas pendientes, aunque se trate de un enemigo, constituye siempre un elemento de claridad. Si, por el contrario, ya no se distingue entre el amigo y el enemigo, inevitablemente surge una confusión y uno termina por preguntarse: 'quién soy yo?' Esta es la situación actual"

Ernst Nolte
, Intervista sulla questione tedesca, Roma, Laterza, 1993, p. 22.