martes, 21 de diciembre de 2010

Centinela de lo que queda...



Reza la ley de creación de la Gendarmería Nacional (Nº 12.367, del 28 de julio de 1938), que la misión de ese cuerpo sería la de "contribuir decididamente a mantener la identidad nacional en áreas limítrofes, a preservar el territorio nacional y la intagibilidad del límite internacional".

La razón de ser de su creación estuvo vinculada a una necesidad pública: la de garantizar la seguridad de los colonos y pobladores de las regiones alejadas, lo que llevó a que el cuerpo se asentara en los territorios nacionales de entonces, como resguardo fronterizo.

Por esos tiempos, el Estado Nacional tenía una política migratoria. Tanto respecto de las migraciones internas como de las inmigraciones de ultramar y limítrofes. La consigna pretendía poblar el extenso territorio de la República, generar colonias agrícolas, fomentar el establecimiento, crecimiento y consolidación de nuevas ciudades, propender a la descentralización y distribución demográfica, y aprovechar el trabajo de los recién llegados para enriquecer las tierras que se les confiaban para su cultura.

Ayer debimos presenciar la reasignación de tareas a 6.000 gendarmes, que pasarán a reforzar al ya nutrido número que está patrullando en el Gran Buenos Aires, intentando dar un poco de seguridad a una tierra de nadie, asolada por la droga y la delincuencia violenta y sin códigos, con facilidades para la movilidad, una población aterrorizada y paralizada, y numerosos eficaces refugios en las siempre crecientes e impenetrables villas.


Ya en el pasado reciente asistimos a la conformación de un cordón de control de parte de los gendarmes sobre el complejo conocido como Fuerte Apache, y también a las agresiones de que fueron objeto de parte de los grupos de criminales que allí se aguantan, con balaceras todas las noches y el saldo de un gendarme muerto (29 Octubre 2008), y su presunto asesino, un delincuente de 18 años que integraba una de las 30 bandas armadas que habitan el complejo.

Cabo Omar Roberto Centeno, salteño, 28 años, casado, dos hijos (de un año y de un mes al momento de ser asesinado). Fuente: Gendarmería Nacional.

Que no hay voluntad de ir hasta el hueso es una situación demasiado conocida para todos, y toda una fracción de la sociedad que vive de negocios paralelos y clandestinos, como los talleres textiles, las ferias textiles, los desarmaderos de autos, las cocinas de drogas, los prostíbulos y la trata de esclavas, el juego, tanto el ilegal como el crecientemente legalizado, vehículo favorito del sistema para el blanqueo de dinero, etc., está demasiado imbricada en los intereses del poder (véase cómo se financian las campañas electorales de los actuales gobernantes, y los compromisos que condicionan las ulteriores gestiones), como para que nos quedemos seguros de que el estado de cosas delincuencial y marginal va a seguir su cáustico decurso a expensas de una sociedad desarmada y corderil, sitiada desde los hechos por la delincuencia y desde el discurso oficial por un lavado de cerebros machacón y perverso que conduce a la resignación y la auto-mortificación.

Los gendarmes reasignados tienen ahora una misión edulcorada y casi simbólica: la de generar una ilusión de control sobre un territorio cada día más perdido. En definitivas, la de establecerse sobre las nuevas fronteras. No hay ni intenciones ni determinación como para penetrar los territorios sustraídos del control estatal, y ello evidencia que la labor de la Gendarmería será la misma que primitivamente tenía en las zonas de frontera.

Origen de la foto: Aquí

De tal forma, creo que queda claro que lo único que aquí ha ocurrido es que las fronteras se han corrido. Un país indefenso, por el obrar destructivo de la misma ministra que ahora pasa a cumplir su propia e inconfesable misión de destrucción en el área de las fuerzas de seguridad, sin política migratoria y unilateralmente claudicante, que no aplica siquiera el más elemental principio de reciprocidad en el trato inmigratorio, sin política en ningún sentido en definitivas, ha cedido su soberanía (que no es otra cosa que el ejercicio efectivo de una potestad exclusiva y excluyente en el ámbito territorial) a un vacío que pronto va a ser llenado. Después de todo, ya empieza cualquiera a animarse, principiando, naturalmente, por las bandas armadas de los caciquejos militares que, desde la época de L'homme à cheval del genial Pierre Drieu La Rochelle, conforman ese complejo mosaico de warlords que es el Ejército Boliviano, y que comenzaron con sus incursiones clandestinas sobre nuestro Noroeste, cual fieles discípulos del más grande Mariscal Santa Cruz, y por qué no, de los Carabineros corre-mojones de nuestra peculiar guerra fría por los límites de los Andes del Sud, Laguna del Desierto y los Hielos Continentales en las décadas pasadas.



De tal forma, entiendo yo, la misión que he transcripto al principio continúa invariable. Lo que cambió, claramente, es el contexto político argentino, sumido en la más atroz declinación y claudicación, que en su expresión territorial, se plasma en esta nueva frontera, que enmarca un exiguo terruño, el hinterland saturado y contaminado de la ciudad de Buenos Aires.

Dos asuntos para dejar enunciados:

- La reversibilidad de la conflictividad social. Hobbes, que no era ningún sonso, ya había visto la cuestión hace 359 años: para segurar la paz interior es importante que los Estados tengan una clara política exterior, con objetivos y estrategia. Que se comporten entre sí como los Leviathanes que esencialmente son (mal que les pese a los pacifistas). La claudicación en la política exterior, o mejor aun, su lisa y llana ausencia, conduce a una reconducción de la conflictividad hacia el interior de las sociedades. Por eso es que gente más preclara manifestaba la necesidad para las naciones de tener empresas colectivas que superen las pequeñas diferencias de facción. En nuestro contexto contemporáneo, huelga decirlo, ahondar las diferencias de facción y fomentar la conflictividad interna son las formas perversas de realizar política que han signado toda la etapa. Lo difícil es la paz, lo difícil es la unidad. Lo fácil es atizar cualquier rencor, cualquier odio, cualquier resentimiento. Lo venimos presenciando.

Otras colonias como la que está en decidido rumbo de consolidarse la Argentina, de las que pueden mencionarse Panamá o Costa Rica, también han desarmado sus fuerzas armadas, considerándolas un gasto fútil, para conservar solamente fuerzas de seguridad y gendarmerías, que más allá de resultar expresión de la reversibilidad de los conflictos al interior de sus respectivas fronteras, terminan trabajando el doble o el triple que antes, enfrentando maras y narcos, afrontando el desafío de las nuevas fronteras interiores...

- Un poco de geopolítica. Todo el proceso de independencia de América, incluido el de América del Norte, estuvo marcado por la influencia de las diferentes ciudades sobre extensas áreas, que dieron lugar luego a la fragmentación en naciones. La independencia de las colonias americanas estuvo signada por intereses de las respectivas burguesías, o sea, intereses urbanos. La fuerza hegemónica de las grandes ciudades sobre sus territorios inmediatos determinó la conformación de las actuales repúblicas: el Virreinato de Nueva Granada, que Bolívar soñaba con mantener unido, se desmembró de acuerdo con las influencias respectivas de Caracas, Bogotá y Quito (esta última, luego sometida a una no siempre sana competencia interna con Guayaquil). Buenos Aires se expandió lo más que pudo, y aportó lo más grueso de las tropas al efecto, mientras que Asunción por ejemplo, pudo mantenerse independiente, sobre todo, a partir de Caseros y la entronización del proyecto unitario, que buscaba desprenderse de eventuales ciudades competidoras (a las que hay que incluir Montevideo, explícitamente excluida de las Provincias Unidas ya en 1813). San Pablo y Río de Janeiro representaron otro caso similar, cuya fragmentación pudo evitarse por la continuidad del poder imperial, y en épocas republicanas, por la solución intermedia, la creación de un tercero incluido, a la manera de Montreal y Toronto, de Sidney y Melbourne, etc.

En fin, el tránsito del Estado-nación hacia las ciudades-Estado ha sido pronosticado por diversos autores, de los cuales recuerdo a Robert Kaplan y su El retorno de la antigüedad. En ese proceso, no existiendo otras grandes ciudades que puedan ejercer influencia en el área que ocupa la Argentina, y asistiendo al claro proceso de detracción evidenciado, es probable que Buenos Aires y el país que encabeza pase todo a orbitar, en un futuro no muy lejano, de centros de poder más consolidados y eficaces. El que claramente surge con voluntad hegemónica sobre la región, y se manifiesta con creciente imperio (en el más puro sentido del término, véase El Imperio Romano de Pierre Grimal) sobre el Oriente boliviano, el Paraguay y el Uruguay, es el paulista. Aunque tampoco hay que despreciar la consolidación de Santiago, por ahora limitado naturalmente por la cordillera, y culturalmente, por cierto aislacionismo continental.

Dejemos los temas así planteados, y recordemos, una vez más, porque es demasiado explicativo, el texto de la ley de creación de la Gendarmería Nacional en cuanto hace a su misión y razón de ser:

"Contribuir decididamente a mantener la identidad nacional en áreas limítrofes, a preservar el territorio nacional y la intagibilidad del límite internacional"

viernes, 17 de diciembre de 2010

De abuelos, bisabuelos, tatarabuelos...

"Mateando al sol", foto de Gustavo Depaoli


El mito del progreso nos permite escapar hacia adelante. Recuerdo todavía el largo chiste del chaqueño Landriscina en que un turista norteamericano, con espíritu emprendedor, aborda a un colla que está durmiendo bajo un árbol a la vera de un huellón de tierra en el Norte argentino, mientras pastan sus cabras entre los yuyos duros, y sin comprender su pachorra, le propone vender algunas cabras, con el producido comprar una camioneta, luego una granja, producir carne de cabra congelada para exportación, productos lácteos de cabra para colocar como delicatessen en diversas ciudades, etc. Y el colla a cada nuevo progreso productivo le pregunta: "y para qué". Y al final de la larga perorata, que lo coloca en el sitial de un poderoso empresario, el yanqui le dice: "porque así usted podrá finalmente dedicarse a descansar", a lo que el otro responde: "¿y qué estoy haciendo?".

Algo parecido ocurre con los mitos de la modernidad. Mientras que los griegos comprendieron nuestra tragedia como humanos, seres dotados de la increíble bendición de la previsión, de la capacidad de anticiparse (que los científicos coinciden en que es el rasgo humano distintivo), que paralelamente -como es natural- es una maldición, la de ser los únicos seres de la existencia que conocemos el final de la película, que sabemos que nuestro destino es la muerte, que la vida es una permanente y segura derrota, y que en esa lucha con final trágico inevitable, en la forma en que se lleva adelante, en la dignidad con que se batalla para perder con estilo, está la clave de todas las cosas (y sólo así uno se explica la gesta de las Termópilas, por ejemplo); los modernos prefieren hacer de cuenta que la muerte no existe, o que ella es evitable y se conjura con el progreso.

Ya desde Condorcet, en los albores del pensamiento moderno, nuestra utopía verdadera, sincera y última pasó a ser la de suprimir la muerte, en sucesivos avances que siempre son postergaciones: la idea de que progresivamente vamos a vivir más, hasta llegar a una instancia en que seremos eternos... De todo esto ya he hablado (cliquear) en otra parte (cliquear), así que no me extenderé.

La confianza ciega en nuestras propias capacidades (y sobre todo, en nuestras reales posibilidades) ha llevado a sostener el mito del progreso. La idea de que cualquier cosa es solucionable, y de que absolutamente todos los detalles que componen nuestra circunstancia están sometidos a la ley de la causa y el efecto. Eso por otro lado conlleva a una nueva obligación ineludible y apremiante: debemos estar híper informados. Debemos conocer todas las causas para potenciar o conjurar los efectos.

Ningún deicidio es gratuito. Es más: suele tener consecuencias catastróficas para cualquier civilización. Los romanos lo pagaron con su desaparición de la faz de la Tierra, y el único que se demostró auténticamente preocupado por nuestro destino cuando el Dios-que-ha-muerto ya empezaba a despedir mal olor, fue Nietzsche.

La secularización que plantea nuestra modernidad compendia los peores males del dogmatismo monoteísta, que la liturgia y los sucesivos parches doctrinales eclesiásticos habían aplacado, a la par que laiciza conceptos escatológicos y soteriológicos. Los últimos, a través de la redención grupal materializada en condiciones de bienestar y confort. Los primeros, implicando el establecimiento de un sistema de castigos y merecimientos. Si la vida después de la vida se diluyó como esperanza con la muerte de Dios, la redención individual se da en la "vida más larga". El que se muere es porque se lo merece, porque pecó. "¿Sabés que Fulano tuvo un ACV?" "Y claro, también con la vida que llevaba..."

Seres súper-informados, cuidándose obsesivamente de pecar, a cada paso, viviendo con una constante presión, un desvelo casi histérico, su vida y la de los suyos. Miles de análisis, de diagnósticos, informaciones nutricionales, vitaminas (pero sin abusar), hipocondrías...

Yo digo, aunque es probable que me equivoque (igual, no más ni menos que otros oráculos mediáticamente sostenidos), que la generación más longeva es y será la que se está muriendo ahora. Los abuelos octogenarios, las abuelas nonagenarias. Aquéllos que nacieron en la primera y segunda décadas del siglo XX, tal vez en la tercera. Antes de la urbanización masiva, de la mecanización total, de las ciudades del automóvil, de los cálculos impositivos, de la bancarización, de los plásticos y la vida apurada. Aquéllos que se pelaban las rodillas jugando en calles de tierra, que no echaban llave a la puerta de calle, que tomaban mate en la vereda, y conocían a todos sus vecinos. Que no tenían miedo a todo, recelo, desconfianza, pánico, terror. Ellos disfrutaron de las bondades de un gran salto en la medicina. De los antibióticos, los rayos X, la salud pública y los protocolos antisépticos. Pero antes del colesterol, los oligominerales, los radicales libres, la dieta macrobiótica, los alimentos transgénicos, la masificación de los productos, los supermercados...

A continuación, les presento una canción de unos quebecoises brillantes, Mes Aïeux, que grafica perturbadoramente las consecuencias del mito del progreso. Que la disfruten.




"Es el espectáculo y la compañía de las cosas vivientes en nuestra infancia lo que nos predispone a gozar de la vida, mientras que unas calles antipáticas, cuyo único atractivo son los escaparates comerciales, predisponen a concentrar la atención en el poder de compra, predisposición que postula, como su complemento natural, una educación orientada hacia las condiciones de adquisición del poder de compra: entonces la mejor educación será aquella que permita comenzar con los salarios más elevados, con las mejores perspectivas de hacer carrera. Los placeres ofrecidos por la naturaleza son gratuitos, y en la existencia rural no había necesidad de preservar «espacios verdes» constantemente amenazados por usos del suelo más rentables. También eran gratuitos, en la existencia urbana los placeres de la calle, en tanto podía ser lugar de conversaciones, barridas ahora por el rodar y el trepidar de los automóviles. Son éstas unas pérdidas cuyo índice de crecimiento no puede, al ser índice de desarrollo, llevar signo negativo", y "vienen a acentuar la desigualdad, pierden placeres que estaban al alcance del pobre (...) y posiblemente, de estos placeres los pobres sabían disfrutar mejor que los ricos".

Bertrand de Jouvenel, La civilización de la potencia.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Poder y territorio




En este imprescindible artículo del amigo Torrero se aborda la cuestión estructural que subyace a la contingencia, tan livianamente sublimada a un problema de viviendas, que ha ocupado la atención y los desvelos de millones de ciudadanos en la última semana, y que ha servido para resaltar un núcleo de coincidencias conceptuales, ideológicas y sociológicas en la gran mayoría de los argentinos, que para ser optimistas, sirve para cimentar un futuro, desde la comprobación que, más allá de tantas perversiones propaladas desde los discursos gulag del retro-progresismo autista, seguimos apostando al trabajo, a la lealtad en el respeto de las reglas de juego y al repudio a las invasiones criminales.

Pero sobre todo, esa coincidencia fue lo suficientemente fuerte como para romper el aislamiento con el que la oligarquía gobernante intenta tabicar a un pueblo al que ha dividido y vulgarizado, y al que considera convenientemente "inmaduro", "reaccionario" o "conservador" como para escuchar o consultar ante cuestiones que la democracia impondría fueran respondidas en forma directa por el demos. La mejor evidencia de la oligarquía está en ese elitismo acendrado que sistemáticamente niega el presupuesto político basal acerca de que la legitimidad y la verdad emanan, precisamente, del pueblo. No de sus representantes, aferrados a una concepción práctica emanada del siglo de las carretas y de las distancias siderales, en el que un diputado por Salta tardaba meses en ir a Buenos Aires y otros meses en volver a rendir cuentas.

Asistimos en la práctica a poderes alternativos que desafían el monopolio del Estado en esa cuestión tan crucial de la paz interior y la soberanía, sobre todo, en lo que respecta a Estados débiles por naturaleza, o bien debilitados progresivamente por descomposición interna, como es nuestro caso, padecientes de las mismas calamidades que han invocado para administrar consensos transitorios (siempre electorales, gestualidades banales de folletín), y que les impiden actuar con un mínimo de solvencia ante los atropellos violentos de los challengers privados... los privateers que se llevaron puesto en dos siglos al Imperio Español, ahora ya no al servicio de una reina, sino de organizaciones productoras y mercantes de droga.

Los privateers, como antes los bandeirantes, administran mesnadas de esclavos que sirven de cobertura, de peones y de soldados a las crecientes organizaciones con asentamiento y expansión territorial. La excusa de la marginalidad, esencialmente manipulable y por poca plata, sumergida en la ignorancia y en la necesidad básica cotidiana insatisfecha, amén de la desprotección y la inseguridad, genera un colchón protector para las organizaciones criminales que han convertido a la Argentina, en los últimos 8 años y de la mano de las drogas de diseño o del reciclado de químicos basura, de un país de tránsito, en un país eminentemente productor.

El caso de las favelas de Río de Janeiro, y de los terribles incidentes provocados por el PCC en San Pablo (Brasil), así como la angustiante realidad que se vive en Sinaloa o en Ciudad Juárez (México), con decapitados por los zetas, políticos condicionados y hasta maestros de escuela intimidados con ametralladoras para que paguen tributo y permitan la distribución de drogas, revela una triste amalgama, que se está transformando en una asociación natural, entre la marginalidad y el narcotráfico con toda su lista de crímenes asociados.

Soldados brasileros plantan la bandera nacional (y la del Estado de Río de Janeiro) en la cima del morro Alemão, simbolizando claramente la reconquista por parte del Estado (la entidad política que encarna y le da destino a un pueblo) de un territorio perdido.

La clave de ese crecimiento siempre está en el asentamiento, consolidación y control territorial, en la generación de zonas en donde el Estado está excluido, y donde la clientela pertenece a las organizaciones militarizadas del narcotráfico. La gente, en situación de esclavitud, como tan brillantemente lo explica el artículo referido, es fungible, sacrificable, daños colaterales. Una organización que naturalmente se hace fuerte y lucra con la muerte, a la vida humana le da un valor asiático. La esclavitud cosifica a las personas, que valen en cuanto a su utilidad, y se cambian o se tiran cuando no sirven o cuando sirven más muertas que vivas.

El Estado ha asumido un compromiso cada vez más humanista y universal para con todos los hombres del mundo. Ha cedido a la extraterritorialidad del Derecho, y ha cedido el Derecho a los derechos subjetivos (los derechos a tener derechos), en los cuales la necesidad individual esgrimida en contra del Derecho objetivo (o sea, legal y colectivo) comienza a prevalecer. Al Estado es al único que le interesa preservar la vida de aquellos que los narco sacrifican de un tiro en la nuca, o mandan al frente descalzos y con una hondera, y eso retroalimenta un círculo terrible. Como petrificados por la mirada de Odín, los agentes estatales súper equipados deben permanecer inmóviles ante las hordas más desarrapadas y humildes, porque una vida del adversario puede ocasionarle una lesión infinitamente mayor que la pérdida de mil soldados propios.

La clave está en llegar al epicentro de tan macabra organización, en hacer jaque mate al rey sin matar un solo peón. Pero el rey suele esconderse en lo más recóndito de un entramado caótico de pasillos y exclusas, vinculado por pasajes alternativos, muchas veces subterráneos, y amparado en una protección humana masiva y jerarquizada, en donde hasta los purretes que venden cuadernos en los semáforos hacen de campanas levantando barriletes o hasta llamando por teléfonos internos.


Para que uno de esos territorios crezca, hasta hacerse materialmente inexpugnable, también la materia prima necesaria es... otra vez... la gente. Si no hay suficientes necesitados en la más miserable pobreza que emplear, entonces habrá que traer más. Cosificados como están, habrá que importarlos. Las grandes organizaciones, trasnacionales desde hace décadas y crecientemente fortalecidas y vinculadas, administran grandes masas de población que llevan y traen según la conveniencia.

No es novedad que La Matanza, el distrito bonaerense imposible, inviable, es el principal hervidero de "cocinas" de toda esta ciudad-cloaca (como se les dice en la jerga a las megalópolis engangrenadas de miseria y anomia, como Lagos, Jakarta, Mumbay, México DF, etc.). La matancera Ciudad Madero queda a pasitos de la villa de Ciudad Oculta en Mataderos (que creció muy fuertemente en los últimos cinco años, a despecho de la multitudinaria construcción y entrega de viviendas para los villeros anteriores... ¿o los mismos?). A partir de allí, puede trazarse prístino el llamado Corredor Narco de Buenos Aires, que se está consolidando hacia una continuidad territorial que lo sitúe, en un futuro, como un actor político (o sea, siempre demográfico y territorial) definitivamente relevante en la mismísima Reina del Plata.


Como un tumor creciendo amparado en un tejido vital y muy sensible que lo protege de la extracción quirúrgica, no es necesario para ello tener una fuerza equiparable a las estatales, sino tan sólo el manejo (por extorsión, seducción o clientelismo, da igual) de una considerable masa humana que oponer a cualquier intento de recuperación de los territorios detraídos del control estatal y de su monopolio de la coerción legítima. Asimismo, esa continuidad garantiza el acceso a todo el territorio comercialmente apetecible, al target, a la sociedad civil, la rápida llegada y el rápido escape hacia la protección de la colonia laberíntica. Una considerable economía logística, una expansión decidida, un mayor predicamento en los estamentos sociales de primer contacto (policías, líderes barriales).

En la imagen siguiente (picar sobre ella para ampliar) se aprecia la progresión del Corredor Narco de Buenos Aires. En amarillo están consignadas las villas de emergencia (de emergencia eterna, como la propia emergencia que amparó los discrecionales manejos del gobierno durante 9 años); en rojo los territorios recientemente atacados, cuya evidente disposición geográfica no deja lugar a mayores comentarios; y en verde los territorios pasibles de una próxima ocupación, por estar vacíos, mal vigilados (y aunque estuvieran bien vigilados, ¿quién puede contra 200 familias con niños en brazos que avanzan y avanzan decididos a poner el pecho?), y/o por resultar predios ferroviarios, con espacios ociosos, y fundamentalmente, de administración estatal, es decir, naturalmente condenados.


Ante el natural beneplácito con que la población recibió la noticia de un acuerdo sobre un asunto elemental y sencillo, que sin embargo demandó nada menos que una semana, y ciertas medidas paliativas de menor impacto (unos pretendidos "castigos" a aplicar sobre los futuros intrusos, quitando planes sociales, etc.), los argentinos siempre estamos propensos a olvidar rápido y dar vuelta la página. Sociedad del impacto, de la novedad, del chisme, de hablar del clima, no tenemos tiempo que otorgar a una reflexión profunda sobre los asuntos que nos conciernen de forma vital e inminente. Vamos "zafando" nomás, y mejor ni pensar demasiado, que pensar es hacerse mala sangre y ahora vienen las fiestas...

Convendría que empezáramos a tomarnos las cosas más en serio.

jueves, 9 de diciembre de 2010

El parque de los lexanos

Difícil resulta mantenerse actualizado respecto del modelo de acumulación con intrusión social. Hace apenas 50 días consignábamos el geométrico crecimiento territorial de las villas miseria en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, verificado entre los años 2004 y 2009.

Ayer y hoy nos encontramos ante un hecho significativo de la tendencia, que agrega al intrusaje ilegal la altiva y violenta defensa de la situación irregular, frente a las fuerzas estatales que ostentan (sólo en los papeles, por cierto) el poder de policía y el monopolio de la coerción, y que fueron recibidas con piedras, palos, armas de fuego, cuchillos, o lo que se tuviera a mano y pudiese ser idóneo a los fines de dañar al prójimo.

Lo único auspicioso, porque siempre tratamos de mirar la mitad del vaso lleno, es que todavía algo de pudor les queda a los intrusos, que argumentan una suerte de adquisición de buena fe. En efecto, asimilando las cosas inmuebles a las cosas muebles, invocan la aplicación del célebre artículo 2.412 del Código Civil ("La posesión de buena fe de una cosa mueble, crea a favor del poseedor la presunción de tener la propiedad de ella, y el poder de repeler cualquier acción de reivindicación, si la cosa no hubiese sido robada o perdida").

Ignoran al efecto, y uno no puede, aunque trate, evitar pensar que lo hacen a propósito, que de lo que aquí se trata es de una cosa inmueble, de acuerdo con la definición del artículo 2.314 del mismo cuerpo legal: "Son inmuebles por su naturaleza las cosas que se encuentran por sí mismas inmovilizadas, como el suelo y todas las partes sólidas o fluidas que forman su superficie y profundidad".

En cambio el artículo 2.318 describe qué son las cosas muebles, es decir, aquéllas susceptibles de que se les aplique aquello de "la posesión vale título": "Son cosas muebles las que pueden transportarse de un lugar a otro, sea moviéndose por sí mismas, sea que sólo se muevan por una fuerza externa, con excepción de las que sean accesorias a los inmuebles".

Pero en este caso, que yo sepa, nadie puso en duda que los palos, las piedras, cartones, chapas y polietilenos que plantaron en el intrusaje ilegal no vayan a ser propiedad de los indignados turistas (como bien los llamó Todos Gronchos, en un excelente artículo) que, acabados de venir de países limítrofes en los que sus gobiernos no los ayudan, sino que fomentan estas invasiones a la Argentina como forma de sacarse a los miserables de encima, arrogantes imponen al inerme país receptor sus reglas de conquista y apropiación, apañados en la complicidad vergonzosa de los entreguistas colonizados y cipayos de la intelligenzia progresista vernácula, perversos entusiastas de la autoflagelación, la claudicación y la dañinada a los conciudadanos.

En tanto, no puede argumentarse seriamente, aun mediando buena fe (cosa más que dudosa en estos intrusos violentos), que un inmueble que ha pasado de las manos de un dueño (en este caso, el Estado, o sea, todos los ciudadanos que estamos siendo robados) es legítimamente del adquirente, aun no mediando en el caso violencia (aunque claro que ello no concurre en el presente suceso). No, no alcanza con ello. Los derechos reales son todo forma, y el cumplimiento de las formas legales es requisito sine qua non para la adquisición del derecho de propiedad sobre el inmueble (artículo 2.378 del Código Civil). Por empezar, para apropiarse de una cosa, esa cosa tiene que estar en el comercio, cosa difícil de imaginar cuando uno piensa en un espacio verde, en un lago o en un cementerio municipal.

Lo otro, el argumento de que pagaron tantos o cuantos pesos a un Fulano, simplemente, tiene el mismo valor que el gringo que se indignaba al comprobar que le habían vendido un buzón o un tranvía. Y ser boludo, hasta donde se sabe, en el país de los vivos, no tiene premio... Lo que sí garpa es ser el más vivillo y pícaro de todos. Un país que se ensoberbece de los pistolas bárbaros, no puede admitir que los dormidos se lleven algo de arriba. Esa evidencia respalda la idea de que estos intrusos no pagaron una moneda a nadie por un pedazo de parque.

Pero, como venía diciendo, es auspicioso comprobar que al menos esgrimen un argumento con apariencia de racionalidad, con pretensiones de derecho, de razón. Peor, y mucho peor, estaremos el día en que ya no se tomen ese trabajo, y el único argumento sea la prepotencia, la violencia descarnada de argumento y los sinsentidos de una hipocresía igualitarista y pobrerista que vive dañando al prójimo (que es el próximo, no hay que olvidar que México es Méjico) para beneficiar siempre al lexano...

En fin, vamos a dejar las demás reflexiones del caso para otra oportunidad, y tan sólo las enunciaremos:

- Una modificación, desde el campo anacrónico (¿o no tanto?) de la revolución violenta en la dialéctica de la lucha de clases, del toda propiedad es robo y la tierra es de quien la trabaja, al todo espacio público es robo y la tierra es de quien la ocupa y la defiende por la violencia como único argumento (¿suena a anarquía, no?).

- Una llamativa coincidencia entre la izquierda progresista y el más ultra de los ultraliberalismos, el anarco-liberalismo, reactivo hasta la abominación frente a la organización del Mundo en Estados, y que siempre ha atribuido a los movimientos migratorios por motivos económicos un carácter natural y venerable, y a los desgraciados países receptores, que contingentemente están económicamente un poco mejor, un deber moral hacia los desposeídos que van llegando, y en el ciclo, una vez que la miseria inunde al país próspero y todos se caguen de hambre, mirarán los receptores y los recién llegados para otro horizonte, y hacia allí vamos todos, como nómades trashumantes, o mejor, como parásitos depredatorios que migran una vez que destruyen el ecosistema huésped.

- Una vocación absolutamente extralimitada de ciertos jueces por la demagogia barata y el ejercicio de funciones ejecutivas que no les corresponden. El caótico entramado de pactos internacionales hipócrita y negligentemente yuxtapuesto a la Constitución Nacional a partir de 1994, fomenta la emersión de estos personalejos que, sin haber sido votados por nadie, terminan por hacer y deshacer como les place, saliendo de los circunspectos laberintos reflexivos del Derecho para entrar en el plató de la figuración y la adulación mediática.

Me he explayado más de la cuenta. Tan sólo debía en este caso actualizar la información gráfica acerca del fenómeno creciente de la usurpación de los siempre insuficientes espacios verdes de la decadente reina del Plata.

Si en el post del 19 de octubre habíamos mostrado el crecimiento de la Villa 20:

(Picar en la imagen para ampliar)


Y teniendo en cuenta que este nuevo atropello se inscribe parcialmente como un crecimiento de esa Villa 20 por excedentes de población recién llegada, acá aportamos una referencia gráfica circunstanciada del asunto (del Google Earth en este caso):

lunes, 6 de diciembre de 2010

Y cambió, cambió tanto...


...tanto cambió
que llegó un día en que se enteró
de que ya no era.


Claramente, la óptica meramente histórica, la aplicación al presente de la experiencia del pasado, no alcanza para la comprensión, ni mucho menos para la solución, de los problemas que ya son del presente y signarán gran parte del rumbo mundial para el futuro... cercano.

Así como la primera gran revolución mundial la provocó la emersión de un fenómeno radicalmente nuevo y desconocido, cual lo fue el monoteísmo ecuménico con su natural intolerancia (menos de un siglo pasó entre el reconocimiento del cristianismo en Roma y la prohibición absoluta del paganismo por ese mismo cristianismo hecho religión oficial del Estado, bajo el principado de Teodosio); así como la segunda gran revolución mundial la produjo la expansión del Islam a través de las guerras de conquista; ninguna de esas referencias puede ser aplicada en sentido estricto al nuevo problema que se plantea en la actualidad, con el etnocidio europeo ya irreversible y el nuevo avance musulmán de conquista a través de la invasión demográfica.

La inmigración es un fenómeno que ha existido desde siempre, si bien que limitado a pueblos cercanos y culturalmente afines. Lo que el mundo recién en los últimos 50 años ha empezado a conocer es la inmigración masiva, como sistema casi inconsciente, indetenible, de sustitución de la población nativa por otra alógena, fortalecida por las desfallecientes tasas de natalidad de las comunidades receptoras, y una aceptación pacífica, casi culposa (efectos no deseados del colonialismo, derecho de los pueblos pobres a vivir mejor en nuestra tierra, etc.), de una fatalidad trágica, en forma de melting pot optimista, hacia los futuros Eloi, irenistas, ingenuos y ambiguos.

Que la inmigración es un fenómeno interesante, oxigenante y beneficioso en las comunidades modernas es algo que los argentinos conocemos bien, y lo conocemos incluso respecto de culturas notablemente diferentes a nuestro sustrato cultural básico. Lo conocemos respecto de árabes, de japoneses, de esclavos brasileños que encontraban en esta tierra amparo bajo la legislación de Rosas, que garantizaba la libertad una vez pisado este territorio... Todos fueron asimilados y conformaron y enriquecieron nuestra argentinidad (si es que tal cosa existe, pero en algún plano ciertamente existe), porque sus contribuciones cuantitativas fueron ínfimas en lo proporcional, y porque el pueblo receptor estaba fuerte y pariendo...

El siguiente documental pone el acento donde debe, salvo al final, en que llama ingenuamente a la "evangelización" como forma de encarar el problema, desconociendo que esa acción es patrimonio siempre de los fuertes, que tiene por principal estandarte el de la natalidad (la religión se hereda), y como segundo estandarte el de la convicción (que es mucho más fuerte en el joven Islam que en un cristianismo exánime de iglesias vacías, monumentos museísticos para el turismo y nada más).

Cae en la superstición de la religión, diría Marx, y más que nunca ha razón en ello... La infraestructura es y será el pueblo. Sobre el sustrato étnico es sobre lo único que se construye. ¿O vamos a sostener todavía que es lo mismo un comunismo en Inglaterra o en Alemania, como soñaba Lenin, que un "comunismo tártaro" como el que vio Thomas Mann en Rusia soviética, o que un "comunismo dinástico" como el de los Kim Jong en Corea del Norte?



La religión es superstición, la economía también. El hombre no lo es. Salvo, claro está, el "concepto de hombre", el hombre universal. Pero el hombre de carne y hueso es parte de una comunidad, que no es otra cosa que un sistema orgánico de familias. Ese hombre, el hombre negado por el humanismo, en pos de una humanidad de átomos autistas, egoístas y desangelados, es la única respuesta.

La única evangelización posible es la del orgullo por lo que nos ha sido dado y por lo que somos. Volver a ser-ahí.