viernes, 25 de septiembre de 2009

Progresistas, a las cosas

Fuente: http://colorescorrosivos.blogspot.com/2008_07_01_archive.html


La más interesante enseñanza que nos aporta la anécdota de la jueza prepotente y maleducada que trató de menospreciar (luego de chapear infructuosamente) a las empleadas que la conminaban a comportarse como todo hijo de vecino, es la garantía que aporta la tecnología en contra del abuso y el autoritarismo.

Un fenómeno, la tecnología, que nuestros progresistas legisladores, jueces colegisladores a través de jurisprudencia imaginativa, y periodistas y opinólogos presionadores de legisladores y jueces, todos muy progresistas también ellos, ignoran del progreso. Y que es quizás su aspecto más valioso. Repito: la tecnología.

La tecnología permite desde hace ya muchos años evitar los abusos de autoridad en lugares cerrados. Permite auditar en tiempo real los ámbitos institucionales antes cerrados, y que por pactos de silencio, complicidades y lógicas internas, se consideraban corporaciones peligrosamente tendientes a la extralimitación o la ilegalidad manifiesta.

Decía: “La tecnología permite desde hace muchos años”. Más años ciertamente que los que tiene el nefasto Código de Convivencia que vino a arruinar la convivencia, la armonía y la paz ciudadanas en Buenos Aires.

Sin embargo, con bríos progresistas y “democratizadores” irrefrenables, los primeros legisladores de la ficción autonómica, se apresuraron por desmantelar todo el sistema de control social preventivo, sin poner nada rescatable en reemplazo. Al punto que, aun en 2004, se reprobaba hipócritamente la tipificación de la figura del merodeo por considerar que era penar la “portación de cara”. En fin, lo cierto es que la policía no puede ya no sólo detener a las personas en actitud sospechosa o con evidentes malas intenciones (por ejemplo, aquél que anda cubriéndose la cara con la visera, que no habita en la zona ni va a visitar a nadie, y que camina dos cuadras para un lado, vuelve sobre sus pasos, se esconde entre los autos estacionados, cuando ve a un policía se da la vuelta y se esconde, etc.), sino que tampoco puede siquiera requisarlas (averiguar si están armadas).

Así es como nació el concepto de prevención a través de “espantapájaros” (traducido del inglés scarecrow, que es la forma despectiva con la que se caratuló esa infeliz metodología en los EE.UU. vigente por ejemplo cuando Nueva York se transformó en la ciudad más peligrosa del mundo). Los agentes de policía comenzaron entonces a vestir los famosos chalecos naranjas. Y no fue para dirigir el tránsito. Fue simplemente para permitir que el delincuente los viera a la distancia, y ejercer así una disuasión sobre su zona de influencia, que en general, se prolonga una cuadra para cada lado, respecto de la esquina donde está parado vigilando. El mensaje es claro: “No se te ocurra robar por acá, que estoy yo, andá y fijate a la vuelta, o a dos manzanas”. Así se cuadriculaba la zona, posicionando espantapájaros de forma tal que trataran de cubrir el área a custodiar como un damero. Cuando la cantidad de agentes no fue suficiente, agregaron la triste (por ingenua, por absurda) solución de estacionar patrulleros vacíos en diversas esquinas. La concepción es la misma: “Si el delincuente ve el patrullero estacionado, imagina que el policía está rondando por ahí cerca, y se va a robar a otra parte”.

Por supuesto que un sistema tan estático e ingenuo, tan pasivo y expectante, sólo podía dar lugar a un crecimiento exponencial de la inseguridad, ya que los malhechores (no es ninguna novedad) aprovechan las fisuras que permiten las “progresías” legales para correr la frontera, tanto espacial como actitudinalmente. Así comenzaron a proliferar los merodeadores desembozados, entremezclados con otros rubros que también proliferaron con la crisis socioeconómica, y que llegaron para quedarse, como cartoneros, cirujas, y con la crisis cultural, como barritas de barrio que toman cerveza en la esquina, travestis y sus clientes, prostitutas y sus proxenetas, rotos que manguean a los peatones, vendedores y cirqueros de los semáforos, etc.

Al no permitirse a la policía realizar la tarea de prevención primaria elemental, que no es otra que la de poder establecer con algún nivel de precisión quién es quién en cada espacio urbano: Si se trata de un vecino del barrio, de un visitante, de un paseante que anda de compras, de un laburante que está ganándose el pan, de un loco lindo que se está mamando para festejar que ganó Atlanta, de un grupo de pibes que se juntaron para comentar el partido de fútbol que acaban de jugar, de un violador serial, de un adicto al paco desesperadísimo y con una sevillana en el bolsillo, de un choro mayor con un chumbo a punto de entrar a una pizzería, etc.

Al no permitirse a la policía hacer ese mínimo trabajo, decía, la calle se fue poblando de personajes variopintos, deambulando sin destino y sin domicilio conocido por zonas de las que son evidentes extraños, entrando y saliendo a/de las áreas de cacería, aprovechando las brechas de vigilancia que producen las barreras urbanas (vías de tren y estaciones, puentes y pasos bajo autopistas, plazas y parques, zonas baldías o pobladas con villas de emergencia, edificios tomados, etc.), aprovechando las brechas legales que impiden a la policía la prevención activa, aprovechando el miedo ya generado en la población a través de un terrorismo sistemático generado por la violencia sin sentido, por la más arbitraria forma de encarar el delito en el nuevo fenómeno criminal: matar por unas zapatillas, matar porque estaba muy “loco”, matar porque sí.

Como la tecnología está y está hace tiempo, la ciudad se fue poblando de cámaras. Hay cámaras para custodiar el tránsito y hay cámaras también al servicio de la seguridad pública. Hay cámaras también en muchos negocios y en los bancos y en el subte. Cámaras que dejan valiosos testimonios de la saña de los delincuentes y del desamparo de sus víctimas. Que aportan valiosos testimonios para el remoto caso de que se detenga en algún momento a algún victimario. Pero que también son, a su manera, espantapájaros. Cámaras que filman a los cuervos comiéndose el maíz.

En fin, estando la ciudad más progresista del tercer mundo, la ciudad de los ciudadanos y ciudadanas, en la cual al sexo se le dice “género”, en la que estamos receptivos y amplios a cualquier ingeniosidad que venga de Ámsterdam o de Estocolmo, y estamos muy ingeniosos todos para explicar cualquier cosa y encontrar motivos sociales en los hechos más aberrantes (¿será la famosa “socialización” de los medios de producción malograda en los ’70, y transformada en la “socialización” de los espíritus?), en esta ciudad de los Nuevos Aires, pregunto: ¿A nadie se le ocurrió recurrir a la tecnología para auditar y supervisar el accionar policial, en lugar de privar a la policía de sus facultades intrínsecas, sin las cuales no sirve absolutamente para nada?

Lamento tener que decirlo, porque a mí también me gustaría ser muy ingenioso para las masturbaciones intelectuales, y muy progresista para hacer en la vereda lo que siempre pude hacer dentro de mi casa: La policía es un hecho inevitable.

Por más que es uno de los pocos puntos de coincidencia en todo el espectro de disconformes sociales, desde la extrema izquierda a la extrema derecha (desde Gente que no de Todos Tus Muertos a Yuta de Comando Suicida, pasando obviamente por las más recientes fulminaciones melodiosas que a “la gorra” hace la cumbia villera), lo cierto es que, como bien sostenía Max Weber, las tres instituciones fundamentales, sin las cuales el Estado moderno no puede funcionar –y todas no casualmente muy cuestionadas- son la burocracia, la policía y los impuestos.

Y cabe recordar, porque a menudo nos olvidamos, que en una sociedad democrática, pacífica y de Derecho, el monopolio de la coerción lo tiene el Estado. Y cuando hablo de “monopolio”, no me refiero a un monopolio como el de los medios que tan de moda está últimamente, y que de últimas, se tratará de un oligopolio concertado, o de una posición dominante en el mercado. No. Sin eufemismos. Monopolio quiere decir la exclusividad sin excepciones (en realidad, hay poquísimas excepciones: la legítima defensa para repeler una violencia ilegítima –muy restringida- y el arresto ciudadano –muy discutido-).

Cuando uno vive en una república, y en una democracia, sólo es demócrata y republicano si le reconoce al Estado ese monopolio y legitimidad de su accionar coercitivo. Y si sólo se lo reconoce al Estado. Si renuncia a hacer justicia por mano propia, a ejercer una violencia ilegal o paralegal, etc.

Para que ese reconocimiento se haga efectivo, la premisa teórica de la que se debe partir es que los agentes del Estado propenden con su accionar al cumplimiento de objetivos lícitos y por tanto justos. No se puede, en una república normal, vivir recelando de los agentes del Estado. Pensando mal, marginándolos, prohibiéndoles cumplir con sus funciones, por miedo a que obren mal.

Lo que hay que hacer es, antes bien, conminar al agente del Estado a que cumpla con su deber (en la Argentina siempre se juzga y se sanciona al que actúa; nunca al que omite actuar, al que se borra, al que se hace el distraído, pero eso es tema para desarrollar en extenso en otra parte). Y controlarlo. Y sancionarlo cuando hace mal su trabajo y cuando no hace su trabajo. Y premiarlo cuando hace su trabajo demasiado bien.

Para esa labor de control aparece ante nuestros ojos la fiel amiga olvidada por el progresismo. La gran herramienta que nos provee el progreso: La tecnología.

Piénsese por un minuto (y lamento advertirle: no va a ser un pensamiento muy original, sino que se utiliza asiduamente en todas partes del mundo normal) en la posibilidad enorme que significaría el empleo en comisarías de un sistema de cámaras que filmen en tiempo real, las 24 hs., que lo hagan comunicadas a un puesto de control externo y no perteneciente a la fuerza sino al Poder Judicial, que estén precintadas y dispuestas de forma tal que sean de imposible manipulación. A partir de allí, se abren gigantescas posibilidades. Basta recordar alguna película o alguna serie norteamericana, o francesa, o alemana. La policía interrogando en el momento inmediatamente posterior a la detención, mediante los métodos idóneos para sonsacar la verdad que son producto de su entrenamiento. Con la cámara encendida y registrando todo el procedimiento. Suena mucho más plausible que la hipótesis de un funcionario de fiscalía con la experiencia criminalística que aporta la Facultad de Derecho (nula) preguntando a un tipo ya sobradamente entrenado por su abogado, una semana o diez días después de su detención.

Y se trata sólo de un ejemplo. No puede ser que para detener a alguien, para proceder en una toma de rehenes a mitad de la noche, haya que esperar a que el juez o fiscal salgan de la cama, se duchen, se laven los dientes y lleguen con cara de dormidos al lugar del hecho.

En fin, a todos dejaría la introducción de dispositivos tecnológicos de este tipo, más tranquilos. Se evitarían los abusos, las palizas clandestinas, pero también las triquiñuelas tan características de los profesionales del delito, demasiado habituados a ellas, con demasiado entrenamiento en entrar y salir de dependencias policiales y/o judiciales, y que uno puede ver por ejemplo, en Policías en Acción: la de golpearse la cabeza contra cualquier cosa dura para después argumentar que los golpearon, las mecheras y otras delincuentes mujeres que sólo pueden ser custodiadas, arrestadas, requisadas, etc. por personal femenino porque si no argumentan abuso sexual…

Como el progreso es tecnología y la tecnología son cosas. Como parece que el progreso es materia excluyente de los progresistas, podría decir, parafraseando cierto lema radical: Progresistas, ¡a las cosas!

10 comentarios:

Mensajero dijo...

Occam:
Creo haber leído hace pocos meses que alguna intendencia del conurbano estaba implementando algo parecido. Trataré de recordar dónde.
Y ya que estamos, que la FIFA incorpore de una buena vez la heramienta tecnológica para penales dudosos y jugadas decisivas.

Victor dijo...

Estimado Occam: estas confundido, los progresistas, en general, prefieren ponerse del lado del delincuente, inocente victima del sistema. (creo que yo lo hablamos...) Y no disimulan admiración pensándolo como un mini-revolucionario.

¿Cámaras en lugares públicos con un sistema judicial diligente y eficaz? Demasiada buena idea para que prospere en ARG.

Saludos

S.G dijo...

Estimado Occam, Ud está atentando contra la laboriosa tarea de abogados sacapresos y pseudos defensores de los DDHH. ja
Un abrazo

Destouches dijo...

Occam:
Es una buena idea, pero no se olvide que en Argentina las buenas ideas son vistas con desconfianza. La mediocracia (de mediocridad, no estoy hablando de los medios que ya me hartaron) que nos gobierna podría sentirse amenazada. Imagínese lo que sería si prosperaran las buenas ideas y la gente inteligente, ¿de qué se disfrazarían nuestros legisladores y políticos en general? Tendrían que trabajar, lo que supone superar un obstáculo severo: que no sirven para nada. Ortega había observado hace más de 70 años que, en general, las clases políticas se nutren de los elementos más inútiles de la sociedad, porque la gente útil en general se dedica a trabajar. Sólo excepcionalmente aparece un estadista entre ellos, pero ese fortuito acontecimiento es debido fundamentalmente al azar.

Occam dijo...

Mensajero:
El asunto es tecnológico pero también conceptual. Tiene que ver con las capacidades de prevención activa y de indagación y pesquisa que tienen que estar en manos de la fuerza o fuerzas especializadas en la represión del delito. Para, por lo demás, evitar abusos y arbitrariedades, desvíos y cualquier tipo de irregularidad, se controla minuciosamente todo el procedimiento a través de cámaras. Pero es claro que el control no puede nunca conspirar contra la eficacia. Si no, nos encontramos con un sistema paquidérmico, pagado con impuestos, y que no sirve para nada.
Yo creo que además, las comisarías y la policía son a veces la única presencia del Estado en zonas de alta peligrosidad y/o abandono. Por eso es que la policía tiene que terminar ocupándose (mal) de cuestiones domésticas o asistenciales.
Pero como la policía es la única que puede penetrar en zonas muy cerradas del tejido urbano, entiendo que en su ámbito es donde deberían a empezar a emplazarse directamente muchas tareas civiles de asistencia social, médica, de menores y violencia familiar, etc.
Hay que dejar de ver a las instituciones como compartimentos estancos, y el Estado debe redisponer su batería de recursos en función de sus prioridades. No puede ser que haya subsecretarías o direcciones que se ocupan de temas poco trascendentes para la sociedad que tienen 500 ó 600 agentes, entre contratados, planta permanentes, pinches y ñoquis. A esa gente habría que redireccionarla hacia tareas que conciernan en forma directa al bienestar general.

Con respecto a la tecnología en el fútbol, completamente de acuerdo. Por lo menos, debería haber una suerte de videorev, como en el rugby, que permita chequear por el sistema de cámaras cierto número restringido (por su gravedad, para evitar que se corte mucho el juego) de jugadas polémicas.

Mis cordiales saludos.

Almafuerte dijo...

Como sabe cualquier fan de las series inglesas como Prime Suspect, los interrogatorios de la policía británica son rutinariamente filmados.
Al principio se grababa el audio y el funcionario policial anunciaba cada entrada y salida del lugar ("son las 15.30, la Inspectora Tennison entra al salón") y después le agregaron el video (así en el último capítulo advierten que la Inspectora se está excediendo con el bourbon, pero este es otro tema).

Además, los policías que están en la calle llevan un intercomunicador al hombro con el que hablan en todo momento con la central para informar su posición o cualquier incidente.

Todas las penitenciarías podrían contar con un sistema similar de monitoreo. Cualquier área sospechada de corrupción grave o que trate temas sensibles debería contar con monitoreo.

Ahora recuerdo que en una época, Telerman hacía lo propio en su despacho con la webcam, aunque no tenía ningún sentido más allá de la pose.

Occam dijo...

Víctor:
Es cierto. La lectura mediocre de la izquierda local tiende a ver en el derecho penal un instrumento de dominación de clase, en el cual la dominante tipifica y crea las herramientas para controlar a la dominada. Como discurso, está bastante atractivo, sobre todo para todo aquél que tienda a ver el mundo con resentimiento.
Pero puestos a pensar, salvo algunos delitos penal-económicos (único rubro en el cual nunca van a procesar a un lumpen, y sí puede llegar a perder la libertad un empresario), no veo en qué casos la tipificación penal responde a algún "interés de clase". Me refiero a que, axiológicamente, ¿acaso alguien puede estar de acuerdo con penar al asesino, al violador, al que emplea la violencia para intimidar? Claro, todo el planteo está vinculado con la negación de la propiedad privada. Aunque parezca mentira, ésa es la lógica que subyace (demostrando un atraso ideológico de al menos un siglo) en los "pensadores" del progresismo del delincuente romántico.
Un abrazo.

Occam dijo...

S.G.: Los abogados sacapresos, por más antipático que pueda resultarnos su trabajo (y por más desagradables que en general son) lo único que hacen es aprovechar las fisuras legales que otorga el bienpensantismo y los pruritos ideológicos de la gente que pergeña las leyes. En el fondo, sólo hacen su trabajo. La culpa no es del chancho.
En cuanto a los defensores de los DD.HH., yo me considero ampliamente comprendido en esas filas. Lástima que el carnet de exclusividad lo tengan aquéllos que promueven y apologizan sobre la violencia, política y penal también (¿o no lo vio acaso a ese tal Parrilli, apoderado del PST y del PC, diciendo que en realidad le extrañaba que fueran tan pocos los muertos por la delincuencia, cuando en realidad, en el fondo nos merecemos morir casi todos, por ser unos privilegiados h d p que no viven en la villa?).

Un beso.

Occam dijo...

Destouches: Muy cierto. Lastimeramente cierto. Esa meritocracia al revés se aprecia con mayor patetismo cuanto mayor es el ámbito de nombramientos (favores políticos) que puede hacer un gobierno, respecto de la planta administrativa.
Recuerdo un gobierno cuya memoria es sistemáticamente fustigada, que había reducido esa discrecionalidad hasta el nivel de Subsecretarías. Los Directores Nacionales y todos los cargos subordinados sólo podían ser nombrados por concurso, y tenían estabilidad en el cargo, con independencia de la variabilidad política. Pero el que le siguió (y que terminó muy mal, por cierto) consideró que esa norma restringía la libertad de cada gobierno de designar a quien mejor le pareciera, así que volvió al actual sistema, que premia la militancia y el amiguismo.
Los siguientes, estos últimos 2 sobre todo, ya llegaron al paroxismo de la incongruencia. Prácticamente, para asegurarse una obediencia ciega a la verticalidad, la premisa para acceder a un cargo en determinada área de Estado es no saber absolutamente nada de la materia que se habrá de regular.
Mírese nada más el nivel de los secretarios de Estado y de los ministros, y tendrá usted un panorama claro de lo que digo. El deterioro abrupto, notorio, imperdonable, de la seguridad en Argentina se produjo bajo la gestión de un tipo al que no han dejado de premiar y de ascender.

Un abrazo.

Occam dijo...

Almafuerte: Muy buena la idea de ampliar la cobertura a penitenciarías y otras áreas sensibles a los desvíos y abusos de poder.
Lo que usted evoca es justamente lo mismo que estaba pensando yo, y que como pudimos ver en el caso ése de la jueza gritona, se logra a través de tecnología hoy día barata y fácilmente accesible y emplazable en cualquier repartición.
Mis cordiales saludos.