martes, 16 de febrero de 2010

Kant y el liberalismo



Emanuel Kant

Se ha discutido en el post más reciente –que no por ello deja de ser remoto, por cierto- la validez o no de la filiación (si bien que claramente heterodoxa) de Kant al liberalismo. Como puede apreciarse, esa discusión poco tenía que ver con el motivo del post, pero así suelen ser las cosas por estos lares, y mejor que así sea, así nos divertimos un poco hablando de lo que nos venga en gana (menuda costumbre argentina que veneramos por no tener –y no querer- otra a que acogernos), y ahuyentamos los fantasmas de la solemnidad y la rigurosidad, que quedarán entonces reservados para la meditación individual y el intento verdaderamente liberador que cada uno pueda ejercer al margen de los prejuicios y los condicionantes que emergen de defender una camiseta (menuda costumbre también muy argentina que debemos de aguantar) en un coloquio público.

En fin, que para romper el hielo de tanto ostracismo, se me ha ocurrido consignar algunas reflexiones más autorizadas que las mías acerca de la cuestión comentada al inicio.

El profesor argentino de Filosofía Política Jorge E. Dotti se ha tomado la molestia de escribir un meduloso artículo sobre esa cuestión, que como suele ser la moda intelectual de estos tiempos, es un poco árido a la lectura, si bien que claro en sus conceptos. Rescato algunos párrafos elocuentes (Observaciones sobre Kant y el Liberalismo, Rev. Araucaria, Año 6, Nº 13, Universidad de Sevilla, España, 2005):

“Si bien sería absurdo no reconocer los motivos y las aspiraciones liberales compartidos por Kant en el plexo filosófico del clima espiritual moderno, nuestra interpretación es que el filósofo por excelencia del apriorismo trascendental no teoriza una visión liberal de lo político; más aún, que en algunos aspectos decisivos se opone a ella, a partir de la flexión personal que sabe darle al significado de los conceptos básicos en juego. A nuestro entender, Kant eleva la soberanía a condición trascendental de la convivencia ética de los humanos”.

Por contradicción, en cambio, más arriba se había explicado al respecto que el liberalismo “más que constituir una teoría del poder político, es una variante dentro de una más general visión antipolítica de la convivencia humana, en el sentido de que su eje doctrinario pasa por la justificación para- o filo-anárquica del acotamiento y limitación del poder soberano. Toda teoría específicamente liberal legitima el debilitamiento –cuanto más riguroso, mejor- de la soberanía, la cual debe quedar paulatinamente neutralizada, hasta devenir administrativismo tecnocrático, neutral o post-político. (…) Para el liberalismo, la estatalidad queda reducida a simple función finalizada a (intentar) garantizar el respeto de las relaciones conmutativas entre sujetos utilitarios”.

En cambio, “A diferencia del esquema básico de toda teoría liberal, el Estado kantiano encuentra su propia justificación y legitimidad en la idea misma de razón práctica y, consecuentemente, representa la condición de posibilidad trascendental, el a priori racional y la condición trascendental de la realización efectiva de la libertad humana. Ante todo, como sometimiento de las acciones a leyes: el ciudadano es siempre e indubitablemente libre porque obedece al soberano; y luego, pero a partir y en virtud de tal obediencia, estableciendo una interrelación utilitaria con los demás en una dimensión sometida a la racionalidad instrumental propia de la felicidad, no de la ética”.

Como apreciamos, la diferencia es sutil, más filosófica (casi metafísica) que instrumental. En tanto, las similitudes también son señaladas:

“Uno de los motivos comunes al liberalismo y a Kant es –para una primera consideración formal- el rechazo del eudemonismo; concretamente: la negativa kantiana a reconocerle a la autoridad civil razones legítimas para intervenir, con su poder coactivo, en la determinación particular de la felicidad de los ciudadanos. Qué hace feliz a los humanos es privativo de cada uno de ellos”.

Pero, oponiendo la gallina al huevo, la fuente de legitimidad para Kant habrá de ser general, y no individual: “Mientras que el liberalismo legitima desde lo natural extra-político, Kant lo hace desde la soberanía, esto es: siguiendo una dirección descendente o distributiva. De aquí, entonces, que la posesión individual aparezca como una autorización o concesión que el sujeto de tal reconocimiento recíproco, la voluntad universal o colectiva y única, hace a cada uno de sus componentes, legitimando así la posesión personal de algo exterior, como expresión de la libertad humana”.

Tomás Hobbes

Así, continúa Dotti, “lo horizontal depende hobbesianamente de lo vertical”. No es éste el único punto en el que, para el autor que venimos glosando, Kant coincide con Hobbes, en contra del liberalismo dominante (que en su exaltación protoanárquica, legitima el derecho de resistencia): “…como Hobbes, y a diferencia de Locke, Kant no concede espacio a la conciencia privada o fuero interno como instancia legitimadora de resistencia a la norma imperante en el fuero externo. En línea de máxima, la única tarea admisible y necesaria es la de ejercer el uso público de la razón en la Öffentlichkeit, pero esa misma razón no justifica ningún momento, dimensión o instancia extra-estatales que operen como referente alternativo al orden que la conciencia privada juzga despótico y contra el cual se cree justificada a rebelarse. ‘¡Razonad cuánto y sobre lo que queráis; sólo que obedeced!’, está escrito sobre el pórtico del espacio público kantiano”.

Y a continuación: “Más aún, Kant también comparte con Hobbes, entonces, la idea central de que la enseñanza de la lex naturalis es someterse a la lex civilis”.

Sucede que precisamente en esto reside el meollo de la discusión generada. En la capacidad de adscribir o no a determinado pensador en el liberalismo. Y ello procede, precisamente, de la conceptualización más o menos restrictiva del liberalismo. Si nos atenemos a la opinión de Dotti, acerca de ese liberalismo enemigo de la estatalidad, refractario a la idea de soberanía, es decir, al liberalismo más extendido, aquél que proviene de Locke y se ha actualizado modernamente en autores anarcolibertarios como Rawls, es claro que Kant no puede enmarcarse claramente en esa posición.

Juan Rawls

Empero, John Gray, en Las dos caras del liberalismo (Paidós, Barcelona, 2001), hace un meritorio intento por ampliar los estrechos límites que al concepto de liberalismo le ha impuesto, precisamente, esa tendencia dominante e intolerante que ha pretendido adueñarse de todo el panorama y su –discutible- prestigio.

“Los liberales legalistas aspiran a evitar el conflicto sobre la buena vida recurriendo a las ideas de justicia y los derechos. En eso se declaran pertenecientes a un linaje que se remonta a Kant, quien intentó desarrollar una filosofía política basada únicamente en el derecho. Sea ésta o no una interpretación correcta de Kant, una filosofía pura del derecho es una empresa quijotesca. El derecho no puede ser nunca anterior al bien. Sin el contenido que puede dársele sólo con una concepción del bien, el derecho está vacío”. (Página 29)

Entroncando más directamente con los presupuestos del artículo de Dotti (que lo saca a Kant del cuadro de honor liberal al pretender emparentarlo en algunos aspectos a Hobbes), transcribo: “Un Estado hobbesiano extiende a las creencias privadas la tolerancia radical de la indiferencia. Hobbes es por ello el progenitor de una tradición de pensamiento liberal en la que el modus vivendi es central. La idea de que Hobbes sea uno de los autores del liberalismo puede resultar poco familiar a los filósofos políticos cuya educación no ha incluido un estudio de la historia de la materia. Pero el pensamiento liberal no empezó hace una generación. Sólo la ignorancia más larga de la historia del pensamiento liberal apoya la creencia en una tradición liberal única y continua”. (Página 36)

Y más adelante: “Al hacer depender la autoridad del gobierno de su éxito en la protección de los intereses vitales de sus súbditos, Hobbes pertenece más claramente que Locke al pensamiento liberal posterior. En verdad, si uno de los proyectos centrales del liberalismo es una forma de coexistencia pacífica que no se mantiene unida por las creencias comunes, Hobbes es, en el fondo, un pensador liberal. Hobbes entendió mejor que la mayoría de los pensadores liberales que le siguieron cuál era el problema de la coexistencia y en qué medida podía resolverse”. (Página 38)

“Para Hobbes, la ‘vida cómoda’ significa básicamente la misma cosa dondequiera que se pueda obtener. Para Hume, la ‘civilización’ ha estado siempre animada por los mismos valores. Para ambos la política era la persecución de acomodos pacíficos entre intereses humanos en competencia y, para ambos, los intereses de los seres humanos eran básicamente los mismos en todas partes. En esta última creencia Hobbes y Hume se identificaban con Locke y Kant, los principales exponentes de la filosofía liberal rival del consenso racional (Página 40).

Vemos claramente cómo las afinidades y discrepancias se dan en distintos aspectos del pensamiento de los diversos filósofos liberales: mientras que Kant y Hobbes coinciden en que la horizontalidad deviene de la verticalidad, y que la conciencia individual nunca puede ser fundamento de resistencia al orden político, difieren en cambio en cuanto el pensador koenigsberguiense tiene una concepción unívoca, natural y homogénea de la felicidad humana, mientras que el pensador malmesburiense acepta la pluralidad de objetivos y modos de vida, de comprensión diversa del bien, y postula la necesidad de proceder a composiciones transitorias y compromisorias: “Ninguno de estos pensadores (Locke y Kant) dudaba de que la buena vida es algo singular, unívoco y universal, aun cuando reconocían, como era desde luego el caso de Kant, que sus ingredientes entran a menudo en conflicto” (Ibídem).

La cuestión pasa, comme d’habitude, en cuál es la posición de partida a la hora de aplicar conceptos como motes que importan atribuciones de valor, en función de la posición o afinidad personales de cada proferidor… El asunto dicho al principio: la cuestión de las camisetas. El siguiente párrafo es bastante ejemplificativo, y reafirma mi reiterada protesta contra el uso promiscuo de los –ismos:

Hayek

“Contrariamente a Hayek, no tiene ninguna utilidad intentar distinguir entre liberalismo ‘falso’ y ‘verdadero’. Aun así, podemos identificar claramente a algunos pensadores como liberales y a otros como críticos del liberalismo. (Y a algunos –como Adam Smith y Michael Oakeshott- como ambas cosas). Si está claro que Constant y De Tocqueville eran liberales, resulta igualmente evidente que Rousseau y De Maistre no lo eran. Si Kant es el paradigma de cierto pensador liberal, Nietzsche no es un crítico del liberalismo menos ejemplar.

“Igual que hacemos con los regímenes liberales y los no liberales, reconocemos a estos pensadores como pertenecientes a una tradición liberal no en virtud de que exhibieran un conjunto de rasgos bien definidos sino por su parecido familiar” (Página 38).


En fin, tal parece que las dificultades en cuanto a definición y contenido (para todos aquéllos que poco han avanzado en la ardua cuestión de la denotación y la connotación, y sobre todo para quienes esconden una filosa animadversión gorilista), no son privativas del peronismo…


Perdón: era este Hayek

6 comentarios:

Escabeche dijo...

En el mismo sentido, opina Felipe Giménez Pérez, Filósofo madrileño:
"Kant coqueteó con el liberalismo, suministrándole una base más sólida que el utilitarismo y el empirismo y superando asimismo el iusnaturalismo, iniciando así la escuela del positivismo jurídico al separar derecho y moral. Como dice John Gray (1986): "Kant evita el iusnaturalismo, esto es, el radicar los derechos del hombre en su naturaleza. Kant argumenta que conceptualizar a los seres humanos como portadores naturales de derechos de libertad y justicia es una presunción de nuestra concepción de ellos como fines en sí mismos y no como simples medios para los fines de otros." p. 83 Según esta interpretación liberal de Kant, "Una sociedad liberal es, en efecto, el único orden social aceptable para las personas que se conciben a sí mismas como agentes racionales autónomos y fines en sí mismas". De todos modos se puede observar la contradicción kantiana entre las consecuencias lógicas objetivas e inexorables de sus premisas prácticas no necesariamente liberales, sino más bien democráticas y las consecuencias subjetivas que él extrae de ellas que son claramente liberales".

Salute, escabio y Jauretche.

Destouches dijo...

Muy buen post que trata de arrojar luz sobre cierta polémica que se planteó en el blog acerca de la procedencia o no de adscribir a Kant al pensamiento liberal. Me veo obligado a comentar por cuanto fui uno de los que fogonearon, quizá inncesariamente, la mentada disputa.

Admito que puede ser visto como una enormidad identificar el pensamiento de Kant con la doctrina liberal, fundamentalmente porque aquél fue uno de los filósofos más importantes de la historia y su metafísica de la subjetividad y la representación ha constituido un hito para el pensamiento frente al cual la doctrina liberal (política o económica) no puede ni siquiera empezar a compararse. Desde este punto de vista, constituye casi una falta de respeto calificar a Kant como un pensador liberal, como también lo sería definir a Nietzsche como un pensador antiliberal.

Lo que yo traté de señalar es que existe un sustrato común entre el pensamiento kantiano y el liberal, que claramente habilitan afirmaciones como las que usted cita de Gray. Este sustrato común proviene fundamentalmente de la concepción iluminista del progreso humano inexorable e indetenible, que ambos sostienen sin ambages. También, como observa con acierto John Gray, ambos comparten una idea universalista, racionalista y única del bien humano, que, en el fondo, no es más que el resultado de ese progreso al que inevitablemente tiende el espíritu del hombre. Esta idea de progreso, como atributo del hombre y de la historia, es una de las más caras al liberalismo, compartida -por lo demás- por su hijo no reconocido, el marxismo. Se trata de una concepción fundamentalmente moderna, pues el pensamiento antiguo se caracterizó por su reactividad a la idea de progreso.

Es esa idea "progresista" (si se me permite la expresión) la que dio paso a la modernidad y a sus principales producciones históricas: revolución industrial, material, científica y técnica, capitalismo, marxismo; y no a la inversa.

Ambos, Kant y el liberalismo, sólo pueden ser comprendidos en y desde la modernidad; son verdaderos sostenes ideológicos de la concepción racionalista y positivista que ha caracterizado a esta época histórica. Lo que establece -cabe señalarlo- otra afinidad indudable.

Victor dijo...

Estimado Occam: recibí el aviso de respuesta al comentario anterior enseguida pero no encontraba el momento de leerlo, aproveché este insomnio para hacerlo. Muy interesante.

Veo que hay algunos puntos de contacto y coincidencias, y admito que hay gente mas bien de la "Ilustración" que se dicen liberales. O peor aun, positivistas que se dicen liberales. Pero no quiero (ni puedo) ponerme a argumentar dentro de un tema tan complejo y que toco de oído.

Evitando el camino mas largo, solo quiero hacer notar que muchos pensadores liberales posteriores a Kant se encargaron de marcar las diferencias. Y digo también que uno de los conceptos fundamentales del liberalismo es la falibilidad de la razón humana, no parece ser muy kantiano ese fundamento.

Ojo, no quiero que parezca que apenas quisiera sugerir algún menosprecio a Kant, indudablemente su aporte fue enorme.

Saludos

Desde Mompracem dijo...

¿Estamos discutiendo si Manolo Kant fue afiliado a la Ucedé? Desde ese punto de vista, claro que no. Es cierto, como señala el siempre perspicuo Dotti, que Kant, en lo político, coloca en posición
central la soberanía como condición de la convivencia ética. Pero, me permito agregar, mediante el truco de identificar la soberanía y mi vountad, la libertad y la ley (cosa que jamás se le habría ocurrido al liberal Hobbes). El hombre, en el Estado, no perdió la libertad,según Manolo, porque su voluntad y la voluntad de la ley son coincidentes. La posibilidad de injusticia queda de este modo desterrada, porque nadie puede cometer injusticia contra sí mismo (volenti non fit iniuria. Incluso, esta concordia entre lo que mi voluntad quiere y lo que la ley manda no necesita, siquiera, que la ley sea votadefctivamente. Una ley es injusta cuando es imposible pensar que el pueblo entero pueda votarla. Una ley (o un DNU) es justa sólo si es posible pensar que todo un pueblo pueda unánimente votarla. Nuestra CSJN, in re Peralta, al justificar el Plan Bonex por decreto durante el receso legislativo, dijo que si el Congreso hubiera estado reunido habría, ante la emergencia, establecido lo mismo: kantianos sin saberlo. Yo creo, más bien, que el deontólogo furioso de Konosberg le puso la coronita al nihilismo que, luego, Fritz Nietzsche dibujó como el fino fondo de la modernidad crepuscular. Pero no siglo porque la visión de tanto color boquense ofusca mi ecuanimidad habitual.

Desde Mompracem dijo...

"Konisberg" y "sigo", claro

choripanboy dijo...

El primer retrato de Hayek,tiene "dos razones" superiores para hacerse fanático del liberalismo que el segundo...
Vuestro furcio,me lo confirma...
Slds