jueves, 25 de febrero de 2010

Hombres de Honor y de Orden






Un día como hoy, pero de 1778, nacía en Yapeyú, provincia de Corrientes, José Francisco de San Martín, Libertador de Argentina, Chile y Perú, exiliado en Francia en 1823 huyendo de los sicarios enviados por Rivadavia a darle muerte, y en donde finalmente moriría el 17 de agosto de 1850, sin haber podido volver a pisar el suelo de su amada patria.

Fieles a nuestra costumbre, hemos decidido conmemorar hoy su nacimiento, que en la necrofilia imperante, es un hecho menor, casi olvidado. Y lo haremos a través de algunas buenas, y otras imprescindibles, citas.

Descripción de San Martín por Alberdi (14-IX-1843):



Entró por fin con su sombrero en la mano, con la modestia y el apocamiento de un hombre común. ¡Qué diferente lo hallé del tipo que yo me había formado oyendo las descripciones hiperbólicas que me habían hecho de él sus admiradores en América!
Por ejemplo: Yo le esperaba más alto, y no es sino un poco más alto que los hombres de mediana
estatura. Yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado, y no es más que un hombre de color moreno, de los temperamentos biliosos. Yo le suponía grueso, y, sin embargo de que lo está más que cuando hacía la guerra en América, me ha parecido más bien delgado; yo creía que su aspecto y porte debían tener algo de grave y solemne, pero le hallé vivo y fácil en sus ademanes, y su marcha, aunque grave, desnuda de todo viso de afectación. Me llamó la atención su metal de su voz, notablemente gruesa y varonil. Habla sin la menor afectación, con toda la llanura de un hombre común. Al ver el modo de como se considera él mismo, se diría que este hombre no había hecho nada de notable en el mundo, porque parece que él es el primero en creerlo así. Yo había oído que su salud padecía mucho; pero quedé sorprendido al verle más joven y más ágil que todos cuantos generales he conocido de la guerra de nuestra independencia, sin excluir al general Alvear, el más joven de todos. El general San Martín padece en su salud cuando está en inacción, y se cura con solo ponerse en movimiento. De aquí puede inferirse la fiebre de acción de que este hombre extraordinario debió estar poseído en los años de su tempestuosa juventud. Su bonita y bien proporcionada cabeza, que no es grande, conserva todos sus cabellos, blancos hoy casi totalmente; no usa patilla ni bigote, a pesar que hoy lo llevan por moda hasta los más pacíficos ancianos. Su frente, que no anuncia un gran pensador, promete, sin embargo, una inteligencia clara y despejada, un espíritu deliberado y audaz. Sus grandes cejas negras suben hacia el medio de la frente cada vez que se abren sus ojos, llenos aun del fuego de la juventud. La nariz es larga y aguileña; la boca pequeña ricamente dentada, es graciosa cuando sonríe; la barba es aguda. No obstante su larga residencia en España, su acento es el mismo de nuestros hombre de América, coetáneos suyos. En su casa habla alternativamente el español y francés, y muchas veces mezcla palabras de los dos idiomas, lo que le hace decir con mucha gracia que llegará un día en que se verá privado de uno y otro o tendrá que hablar un patois de su propia invención.
Rara vez o nunca habla de política -jamás trae a la conversación con personas indiferentes sus
campañas de Sudamérica-; sin embargo, en general le gusta hablar de empresas militares.



El pensamiento de San Martín a través de su pluma:

Carta a Tomás Guido del 6 de abril de 1830:

...noto con placer que la marcha del gobierno es firme... En mi opinión el Gobierno en las circunstancias difíciles en que se ha encontrado, debe si la ocasión se presenta, ser inexorable con el individuo que trate de alterar el orden, pues si no se hace respetar por una justicia firme e imparcial, se lo merendarán como si fuera una empanada, y lo peor del caso es que el país volverá a envolverse en nuevos males... Aunque no sea fácil juzgar a la distancia, me atrevo a extender mi juicio apoyándome solamente en la experiencia de nuestra revolución y en la moral que se caracteriza a nuestro bajo pueblo, para opinar que jamás se ha hallado la provincia en situación más ventajosa para hacer su prosperidad que la presente. Me explicaré en pocas palabras. Todos los movimientos acaecidos en Buenos Aires desde el principio de la revolución han sido hechos contando con que su dilatada campaña seguiría la impulsión que le daba la capital, como ha sucedido hasta la revolución, digo que el gobernador y sus ministros no tienen perdón; no crea Ud. por esto que soy de emplear medios violentos para mantener el orden, no mi amigo, estoy distante de dar tal consejo, lo que deseo es el gobierno siguiendo una línea de justicia severa haga respetar las leyes de un miedo inexorable; sin más que esto yo estoy seguro que el orden se mantendrá. Yo no conozco al señor Rosas pero según tengo entendido tiene un carácter firme y buenos deseos; esto basta, pues la falta la experiencia en el mando adquirirá (que no es mala escuela la de mandar ese pueblo) bajo la dirección de sus ministros.”



Carta a Tomás Guido de noviembre de 1831:

“El foco de las revoluciones, no sólo en Buenos Aires sino en las provincias, ha salido de esa capital; en ellas se encuentra la crema de la anarquía de los hombres inquietos y viciosos, de los que no viven más que de los trastornos porque no teniendo nada que perder todo lo esperan ganar en el desorden: porque el lujo excesivo multiplicando las necesidades, se procuran satisfacer sin reparar en los medios; ahí es donde un gran número no quiere vivir sino a costa del estado, y no trabajar, etc. etc.

Estos medios de desorden que encierra la capital deben desaparecer en lo sucesivo. Que sepan los díscolos y aun los cívicos y las demás fuerzas aradas de la ciudad, que un par de regimientos de milicias de campaña, impidan la entrada de ganado por días, y yo estoy bien seguro que el pueblo mismo será el más interesado en evitar todo trastorno, so pena de no comer, y esto es muy normal.

A esto se me dirá que el que tiene más ascendiente en la campaña será el verdadero jefe de estado; y en este caso no existirá el orden legal.

Sin duda señor Don Tomás, ésta es mi opinión, por el principio bien simple que el título de un gobierno no está asignado a más o menos liberalidad de sus principios, pero sí a la influencia que tiene en el bienestar de los que obedecen...

Ya es tiempo de dejarnos de teorías, que 24 años de experiencia no han producido más que calamidades. Los hombres no viven de ilusiones, sino de hechos: ¿qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país de libertad si por el contrario se me oprime?... ¡Libertad! désela usted a un niño de tres años para que se entretenga por vía de diversión con un estuche de navajas de afeitar, y usted me contará los resultados. ¡Libertad! Para que un hombre de honor se vea atacado por una prensa licenciosa, sin que haya leyes que lo protejan y si existen se hagan ilusorias. ¡Libertad! Para que si me dedico a cualquier género de la industria, venga una revolución que me destruya el trabajo de muchos años y la esperanza de dejar un par de bocados a mis hijos. ¡Libertad! Para que se me cargue de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos originados porque a cuatro ambiciosos se les antoja por vía de la especulación, hacer una revolución y quedar impunes. ¡Libertad! ¡Libertad!...Maldita sea la libertad, ni será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona, hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llamen tirano y me proteja contra los bienes que me brinda la actual libertad.

Tal vez usted dirá que esta carta está escrita por un humor bien soldadesco. Usted tendrá razón, pero convenga usted que a los 53 años no puede uno admitir de buena fe el que le quieran dar gato por liebre.

No hay una sola vez que escriba sobre nuestro país, que no sufra una irritación. Dejemos este asunto y concluyo que el hombre que establezca el orden de nuestra patria, sea cuales sean los medios para que para ello emplee, es el solo que mereciera el noble título de su libertador”


Carta a Tomás Guido del 17 de diciembre de 1835:

Mi querido amigo...hace cerca de dos años escribí a Ud. que yo no encontraba otro arbitrio para cortar los males que por tanto tiempo han afligido a nuestra desgraciada tierra, que el establecimiento de un gobierno fuerte, o más claro, Absoluto, que enseñase a nuestros compatriotas a obedecer... 25 años en busca de una libertad que no sólo no ha existido, sino que en este largo período, la opresión, la inseguridad individual, destrucción de fortunas, desenfreno, venalidad, corrupción y guerra civil ha sido el fruto que la Patria ha recogido después de tantos sacrificios. Ya era tiempo de poner término a tantos males de tal tamaño y para conseguir tan loable objetivo, yo miro como bueno y legal todo gobierno que establezca el orden de un modo sólido y estable, y no dudo que su opinión y la de todos los hombres que amen a su país pensarán como yo...”
.

Carta a Juan Manuel de Rosas del 10 de junio de 1839:

...esta conducta (la agresión francesa) puede atribuirse a un orgullo nacional, cuando puede ejercerse impunemente contra un estado débil... pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española: una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer...”


Las cartas finales:


Boulogne sur Mer, 2 de noviembre de 1848.

Excmo. Sr. Capitán general D, Juan Manuel de Rosas.

Mi respetable general y amigo:


A pesar de la distancia que me separa de nuestra patria, usted me hará la justicia de creer que sus triunfos son un gran consuelo a mi achacosa vejez.


Así es que he tenido una verdadera satisfacción al saber el levantamiento del injusto bloqueo con que nos hostilizaban las dos primeras naciones de Europa; esta satisfacción es tanto más completa cuanto el honor del país, no ha tenido nada que sufrir, y por el contrario presenta á todos los nuevos Estados Americanos, un modelo que seguir y más cuando éste está apoyado

en la justicia. No vaya usted a creer por lo que dejo expuesto, el que jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted a sus destinos; por el contrario, más bien he creído no tirase usted demasiado la cuerda de las negociaciones seguidas cuando se trataba del honor nacional. Esta opinión demostrará a usted, mi apreciable general, que al escribirle, lo hago con la franqueza de mi carácter y la que merece el que yo he formado del de usted. Por tales acontecimientos reciba usted y nuestra patria mis más sinceras enhorabuenas.


Para evitar el que mi familia volviese á presenciar las trágicas escenas que desde la revolución de febrero se han sucedido en París, resolví transportarla á este punto, y esperar en él, no el término de una revolución cuyas consecuencias y duración no hay precisión humana capaz de calcular sus resultados, no sólo en Francia, sino en el resto de la, Europa; en su consecuencia, mi resolución es el de ver si el gobierno que va á establecerse según la nueva constitución de este país ofrece algunas garantías de orden para regresar á mi retiro campestre, y en el caso contrario, es decir, el de una guerra civil (que es lo más probable), pasar á Inglaterra, y desde este punto tomar un partido definitivo.


En cuanto á la situación de este viejo continente, es menester no hacerse la menor ilusión: la verdadera contienda que divide su población es puramente social; en una palabra, la del que nada tiene, tratar de despojar al que le posee; calcule lo que arroja de sí un tal principio, infiltrado en la gran masa del bajo pueblo, por las predicaciones diarias de los clubs y la lectura de miles de panfletos; si á estas ideas se agrega la miseria espantosa de millones de proletarios, agravada en el día con la paralización de la industria, él retiro de los capitales en vista de un porvenir incierto, la probabilidad de una guerra civil por el choque de las ideas y partidos, y, en conclusión, la de una, bancarrota nacional visto el déficit de cerca de 400 millones en este año, y otros tantos en el entrante: éste es el verdadero estado de la Francia y casi del resto de la Europa, con la excepción de Inglaterra, Rusia y Suecia, que hasta el ,día siguen manteniendo su orden interior.


Un millar de agradecimientos, mi apreciable general, par la honrosa memoria que hace usted de este viejo patriota en su mensaje último á la Legislatura de la provincia; mi filosofía no llega al grado de ser indiferente á la aprobación de mi conducta por los hombres de bien.

Esta es la última carta que será escrita de mi mano; atacado después de tres años de cataratas, en el día apenas puedo ver lo que escribo, y lo hago con indecible trabajo; me resta la esperanza de recuperar mi vista en el próximo verano en que pienso hacerme hacer la operación á los ojos, Si los resultados no corresponden á mis esperanzas, aun me resta el cuerpo de reserva, la resignación y los cuidados y esmeros de mi familia.


Que goce usted la mejor salud, que el acierto presida en todo lo que emprenda, son los votos de este su apasionado amigo y compatriota.


JOSÉ DE SAN MARTÍN.


Buenos Aires, marzo de 1849.

Exmo. Sr. D. José de San Martín.

Mi querido general y amigo:


Tengo sumo placer en contestar su muy estimada carta fecha 2 de noviembre último. Aprecio intensamente las benévolas expresiones en cuanto á mi conducta administrativa sobre el país en la intervención anglo-francesa, en los asuntos de esta República. La noble franqueza con que usted me emite sus opiniones da un gran realce á la justicia que usted hace á mis sentimientos y procederes públicos.


Nada he tenido más á pecho en este grave y delicado asunto de la intervención, que salvar el honor y dignidad de las Repúblicas del Plata, y cuanto más fuertes eran los enemigos que se presentaban á combatirlas, mayor ha sido mi decisión y constancia para preservar ilesos aquellos queridos ídolos de todo americano. Usted nos ha dejado el ejemplo de lo que vale esa decisión y no he hecho más que imitarlo.


Todos mis esfuerzos siempre serán dirigidos á sellar las diferencias existentes con los poderes interventores de un modo tal, que nuestra honra y la independencia de estos países, como de la América toda queden enteramente salvos é incólumes.


Agradezco sobremanera las apreciables felicitaciones que me dirige por el levantamiento del bloqueo de estos puertos, por las fuerzas de los poderes interventores. Este hecho, que ha tenido lugar por la presencia sola de nuestra decidida constancia y por la abnegación con que todos nos hemos consagrado en la defensa del país tan injustamente agredido, será perpetuamente glorioso. Ha tenido lugar sin que por nuestra parte hayamos cedido un palmo de terreno. Acepto complacido, pues, sus felicitaciones, y al retornárselas con encarecimiento, me es satisfactorio persuadirme que usted se regocijará de un resultado tan altamente honorífico para la República.


Siento que los últimos acontecimientos de que ha sido teatro la Francia hayan turbado su sosiego doméstico y obligándolo á dejar su residencia de París por otra más lejana, removiendo allí su apreciable familia, á esperar su desenlace. Es verdad que éste no se presenta muy claro: tal es la magnitud de ellos y tales las pasiones é intereses encontrados que compromete. Difícil es lo pueda alcanzar la previsión más reflexiva. En una revolución en que, como usted dice muy bien, la contienda que se debate es sólo del que nada tiene contra el que posee bienes de fortuna, donde los clubs, las logias y todo lo que ellas saben crear de pernicioso y malo, tienen todo predominio, no es posible atinar qué resultados traigan, y si la parte sensata y juiciosa triunfará al fin de sus rapaces enemigos y cimentará el orden en medio de tanto elemento de desorden.


Quedo instruido de su determinación de pasar á Inglaterra, si se enciende una guerra civil (muy probable) en Francia, para desde ese punto tomar, un partido definitivo, deseo vivamente que ella le proporcione todo bien, seguridad y tranquilidad personal.


Soy muy sensible á los agradecimientos que usted me dirige en su carta por la memoria que he hecho de usted en el último mensaje á la Legislatura de la Provincia; ¿cómo quiere usted que no lo hiciera, cuando aún vive en nosotros sus hechos heroicos, y cuando usted no ha cesado de engrandecerlos con sus virtudes cívicas? Este acto, de justicia ningún patriota puede negarlo (y mengua fuera hacerlo) al ínclito vencedor de Chacabuco y Maipú. Buenos Aires y su Legislatura misma me harían responsable de tan perjudicial olvido, si lo hubiera tenido. En esta honrosa memoria sólo he llenado un deber que nada tiene usted que agradecerme.


Mucha pena siento al saber que la apreciable carta que contesto, será la última que usted me escribirá, por causa de su desgraciado estado de la vista; ¡ojalá que sus esperanzas de recuperarla por medio de la operación que se propone, tenga por feliz resultado su entero restablecimiento! Fervientemente ruego al Todopoderoso que así sea y que recompense sus virtudes con este don especial. Al menos, mi apreciable general, es consolante para mí saber que, en caso desgraciado, no le faltara resignación. Ella y los cuidados, de su digna familia harán más soportables los desagrados de una posición mucho más penosa para cualquier otro que no tenga la fortaleza de espíritu de usted.


Deseándole, pues, un pronto y seguro restablecimiento y todas las felicidades posibles, tengo el mayor gusto, suscribiéndome, como siempre, su apasionado amigo y compatriota.


JUAN MANUEL DE ROSAS.


Bandera creada por San Martín para el Perú

6 comentarios:

pau dijo...

Apenas empiezo a leer su extenso post y ya me empiezo a poner cargoso!

Me disculpará usted o no, pero San Martín no nació en la provincia de Corrientes sino en la Provincia Guaranítica de Misiones. Yapeyú no perteneció a Corrientes sino hasta mucho tiempo (y muchos acontecimientos gravísimos) después.

Decir que San Martín era correntino es equivocado no sólo porque no nació en Corrientes, sino porque no pertenecía ni un poco a lo que era ser correntino en aquel entonces.

Tampoco era misionero, claro debería estar -excepto que se acepte la hipótesis de que es hijo de Rosa Guarú-, ya que, además de haber nacido en una cuna española, sólo a los dos años partió a Buenos Aires, donde sólo permaneció otros tres. ¿Cómo podría haberse empapado de la cultura misionera para que tenga algún sentido la afirmación de que San Martín pertenecía a dicha singularísima "nacionalidad"?.

Ojo al piojo mi querido Occam, las cosas no son tan simples como querría uno que fueran.

pau dijo...

Garibaldi no era francés por más que haya nacido en Niza!

Occam dijo...

Pau: Sí, claro, cuando nació San Martín, en 1778, ni siquiera existía la provincia de Corrientes. Las Misiones tampoco eran provincia, sino una gobernación militar creada en 1768 (luego de la expulsión de los jesuitas) y dependiente del Virreinato a partir de 1776. Yapeyú era uno de los tres departamentos en que esa gobernación se hallaba subdividida. En 1778, justamente, se le quitan a la gobernación las facultades administrativas sobre la real Hacienda, que pasan a depender de Buenos Aires.
Recién en 1882, cuando el futuro Libertador tenía 3 años y 11 meses, la Real Ordenanza de Intendentes, creó la provincia subordinada de los Treinta Pueblos de las Misiones Guaraníes, aunque en los aspectos políticos y administrativos y de policía los departamentos de Yapeyú, San Miguel y Concepción siguieron dependiendo de Buenos Aires y los de Santiago y Candelaria pasaron a depender de la Intendencia del Paraguay con sede en Asunción. El gobernador y los tenientes de gobernador quedaron a partir de entonces con competencia en materia de guerra y justicia únicamente.

En ninguna parte (debería releer, pero estoy casi seguro) afirmé una cosa tal como que San Martín era correntino. Lo único que dije es que nació en Yapeyú, (actual) provincia de Corrientes. Por lo demás, ignoro cuál es el "ser correntino" de "aquel entonces" y de "este ahora", pero estoy seguro que San Martín no era devoto del Gauchito Gil ni bailaba chamamé.

Sí conozco y bien, a gente de La Cruz, que pese a que también fue uno de los pueblos de las Misiones (dependiente justamente de Yapeyú), es tremendamente correntina. Aunque claro, estamos en el siglo XXI.

Y por lo demás ¿alguna vez ha apreciado usted que yo me tomara las cosas con tanta simpleza? Ciertamente, usted hace ver la circunstancia del nacimiento de San Martín como un accidente. Y así lo ha hecho la mayor parte de la historiografía argentina. Sin desmentirlo, debo hacer notar nomás que si la sangre no es agua, la tierra no es polvo. Tal como señala Alberdi, San Martín no hablaba como gallego sino como un hijo del Plata, y nadie puede explicar sus campañas, sus penurias y sacrificios, sus sufrimientos a la distancia, sus amarguras y desvelos, tan sólo por una oscura adscripción juvenil a una secta masónica liberal e iluminista.

Y otros muchos, argentinos aquí nacidos, se han comportado toda su vida como hijos de otra cosa. Como hijos de la ilustración, de la civilización, de la humanidad, o de cualquier otro universal abstracto.

pau dijo...

Perdón! no dije que usted había dicho que SM era correntino, se entiende mal. Me resultaba más concreto atacar el tema presentando ese extremo ridículo.

Con respecto a mi gratuita advertencia final, no me refería al andamiaje erudito o al compromiso itelectual de la nota sino a las trampas simplistas que urdieron nuestros antiguos.

"Un día como hoy, pero de 1778, nacía en Yapeyú, gobernación de Misiones, José Francisco de San Martín, Libertador de Argentina, Chile y Perú..."

Victor dijo...

Que graciosa la descripción de Alberdi.

Buena recopilación de escritos.

Saludos.

Occam dijo...

Víctor: ¡Muchas gracias! Mis cordiales saludos.