jueves, 29 de abril de 2010

Corporaciones









Hace un rato, en un blog amigo, publiqué la siguiente reflexión, vinculada con la cuestión del título:

En realidad, el término "corporaciones" se aplica hoy día en sentido casi metafórico. Las corporaciones, o cuerpos sociales intermedios, provienen de las formas sociales estamentales propias de las comunidades tradicionales, en las cuales primaban los lazos sociales mecánicos, y la inserción del individuo en la comunidad era plena o absoluta.

Casi podría decirse que el individuo no existía, sino en tanto integrante de los cuerpos sociales intermedios (iglesia, feudo, aldea, gremio profesional), que lo contenían y le otorgaban sentido a su existencia. Claro está, las necesidades mercantilistas devenidas del triunfo de la burguesía (el tercer estado) sobre la nobleza y el clero, "crearon" al individuo aislado y autónomo, él solito sin mayor contención, fundamentalmente desde una dimensión única y mercantilista: como consumidor y como productor de dinero; y consecuentemente atacaron hasta destruir a las corporaciones tradicionales.

De tal forma, surge la sociedad igualitaria, indiferenciada, ya sin estados y sin estamentos, con lazos sociales funcionales, es decir, en la cual los seres humanos interactúan parcialmente entre sí, mostrando una sola faceta de su personalidad y de su dimensión, que es la faceta mercantil.

El hombre comienza a moverse, a migrar continuamente en busca del trabajo que antes estaba garantizado en su posición estamental, y que ahora es su único medio de sustento. Esas migraciones confluyen en la ciudad, modelo hegemónico de desarrollo de la burguesía (que no quiere decir otra cosa que clase social urbana).
Las ciudades crecen a niveles inéditos. Pasan en años de 20.000 a 200.000 habitantes, y en décadas a 2.000.000 y luego a 10.000.000.

En un mundo así todos viven con recelo los unos de los otros, temiendo el mal inminente que cualquier desconocido pueda causar, ya que no hay deberes ni de asistencia ni de solidaridad ni de afecto recíproco, como ocurría en las sociedades estamentales.
Entonces la burguesía fortalece al Estado. Le da un papel rector de casi todos los aspectos de la vida del individuo, que debería suplir la función que antes cumplían las corporaciones: a partir de entonces, es el Estado el que provee de seguridad (y ya no el feudo), de educación (y ya no la iglesia y el gremio), de asistencia ante el desempleo y de previsión social (y ya no el gremio y la solidaridad de los cofrades profesionales), etc.

Lógicamente, ese Estado multiprotector no da abasto, gasta mucho, administra mal las enormes masas de recursos, y surge entonces una clase nueva, la burocracia, destinada exclusivamente a llevar adelante la gestión de todas esas actividades que antes se prestaban espontáneamente desde la misma sociedad a través de las corporaciones.


Ahora bien, nosotros hoy día hablamos de "corporaciones" para referirnos a los grupos más o menos mafiosos que van surgiendo en el seno del mundo burgués por la ineficiencia y detracción del Estado, y que imponen nuevos códigos de conducta y nuevas reglas a sus miembros. En realidad, a esos grupos, que no tienen carácter estamentario sino trasversal, C. Schmitt los llamó "poderes indirectos", y pronosticó que iban a ser los que terminaran por apropiarse del Estado, dirigiéndolo hacia sus objetivos inconfesados, sustentándose en las herramientas de opacidad generadas por el parlamentarismo y la democracia representativa: falta de responsabilidad personal por las decisiones, falta de individualización de los responsables últimos de cada acción pública.

De esos poderes indirectos, el más tradicional y típicamente burgués ha sido la masonería, pero también la mafia, la carbonería, y modernamente, los cárteles y las grandes empresas, así como ciertos armados políticos clientelares y las ya ominosas "organizaciones sociales".

Disculpe mi celo por la precisión terminológica, pero como apreciará, la cuestión no es menor.


Mi cordial saludo.



He encontrado entre mis papeles un resumen que hice muchos años atrás del célebre Prefacio a la Segunda Edición de La División del Trabajo Social, de Émile Durkheim, que ahora procedo a su vez a resumir, para una más adecuada comprensión de la figura de marras:

1. Planteo del problema.

En las sociedades industriales modernas se observa un estado de falta de regulación (anomia) jurídica y moral en la vida económica. En las funciones económicas, la moral sólo está presente en un estado rudimentario. Los abogados, los magistrados, los soldados, los sacerdotes, los médicos, tienen cada cual su moral profesional; pero si se presta atención a las ideas reinantes sobre lo que debe ser la relación entre el patrón y los empleados, del obrero con el jefe de empresa, de los industriales en competencia con otros industriales, o en la relación con el público que consume los productos, sólo obtendremos generalidades sin precisión, como por ej., la fidelidad del asalariado respecto de quien lo emplea, la moderación con que el empleador debe usar su preponderancia económica, una cierta reprobación de los abusos a los consumidores, etc. Pero dichos actos censurables son con frecuencia dejados de lado por el éxito, que absuelve cualquier abuso de culpa y cargo.

Vemos entonces que una moral tan difusa e imprecisa no puede constituir una disciplina, por lo que podemos concluir que toda la esfera económica (la mayor) de la vida colectiva está sustraída de la acción moderadora de la regla.

A este estado de anomia deben atribuirse los conflictos que renacen sin cesar y los desórdenes de todo tipo que afectan la vida económica. Porque como nada contiene a las fuerzas intervinientes, como no tienen límites, tienden a chocar unas con otras para rechazarse y reducirse mutuamente. La ley del más fuerte es la que reina y hay un estado de guerra permanente. Así, el vencido no acata la subordinación, y permanentemente vuelve a la carga, pues la violencia no puede desembocar en un equilibrio estable.

Este estado de anarquía es aún más preocupante cuando caemos en la cuenta de que la función económica es la preponderante de toda la vida social. Hace dos siglos estaba reservada a las clases inferiores, pero eso ha cambiado con la industrialización, y la economía se impone sobre la política, la religión, la nobleza, etc. Sólo aparentemente la ciencia le puede discutir la primacía. Mas si vemos que la ciencia sólo se utiliza para el desarrollo de inventos con utilidad económica, comprobamos que también ella está rendida al imperio de la función económica.



2. Propuesta de solución.

La sociedad política y el Estado se demuestran incapaces de proveer a una regulación eficaz de la vida económica, pues ella se especializa cada día, y de tal forma escapa a la competencia de éstos.

La actividad de una profesión no puede reglamentarse eficazmente sino por un grupo muy próximo a esta profesión. Porque conoce muy bien su funcionamiento y puede seguir todas sus variaciones. El único que responde a esas condiciones es el grupo que formarían todos los agentes de una misma industria reunidos y organizados en un mismo cuerpo. Tal es lo que se llama CORPORACIÓN o grupo profesional.

Ahora bien, en el orden económico el grupo profesional no existe, como no existe la moral profesional. El último siglo (la revolución liberal) ha suprimido las antiguas corporaciones. Sin duda, los individuos que participan de una misma profesión se hallan en relación unos con otros por ser sus ocupaciones similares, pero esas relaciones no están reglamentadas, por ser estrictamente individuales y transitorias.

Los únicos grupos con una cierta permanencia son los sindicatos y las agrupaciones patronales. Es un comienzo de regulación profesional, pero aún muy rudimentario puesto que un sindicato es una asociación privada sin autoridad legal (estamos a fines del siglo XIX), por lo que no tiene poder reglamentario. Como el número de sindicatos es ilimitado, incluso para una misma categoría industrial, y como cada uno de ellos es independiente de los demás, si no se federan y no se unifican, nada hay en los mismos que exprese la unidad de profesión. Además, entre todos los sindicatos y asociaciones patronales no hay contactos regulares, por lo que no pueden elaborar en común su reglamentación. Patronos y obreros se encuentran en estado de guerra permanente. Pueden, sí, formalizar contratos (las convenciones colectivas de trabajo) pero esos contratos no expresan más que el estado respectivo de fuerzas económicas intervinientes. Consagran un estado de hecho, pero nunca un estado de derecho.

Para que una moral y un derecho profesionales puedan ser establecidos en las diferentes profesiones económicas, es preciso que la corporación se convierta en un grupo organizado, definido, es decir, en una INSTITUCIÓN PÚBLICA.


3. Fundamentación.

La propuesta corporativista choca contra gran número de prejuicios. En primer lugar, la corporación tiene en contra suyo el pasado histórico, ligado al antiguo régimen (medieval-feudal). Si el antiguo régimen cayó, y la corporación era una institución que nació con él y que está vinculada estrechamente con él, se entiende que ella también debe caer.

Pero la cuestión está mal encarada. No se trata de revivir las antiguas corporaciones de la Edad Media, de volver atrás en el tiempo; sino de ver si estas instituciones fueron contingentes a una época, o bien si estuvieron presentes en todas las sociedades, y si por lo tanto también son viables de estar en una sociedad moderna, aunque claro, adaptadas a las necesidades actuales.

Si pensamos que las corporaciones son contingentes sólo a la Edad Media, con la caída del antiguo régimen, es lógico que desaparezcan. Pero, si vemos en la Historia, las corporaciones son infinitamente más antiguas. En realidad, aparecen desde que hay oficios, es decir, desde que la sociedad deja de ser exclusivamente agrícola.

En la antigua Grecia no se conoce de la existencia de corporaciones de artesanos, aunque seguramente se debe al desprecio que los griegos tenían a las ocupaciones manuales. Es altamente probable que los artesanos no fueran siquiera considerados ciudadanos. Pero en Roma existen desde los primeros tiempos de la República (hacia el 500 a.C.), y probablemente desde antes. Las leyendas atribuían su origen al rey Numa (segundo rey de Roma, antes del 700 a.C.[1]). Al principio su existencia fue bastante humilde; pero a partir de la época de Cicerón, y sobre todo del Imperio, todos los obreros de Roma estaban colegiados. Lo mismo ocurrió con la gente que vivía del comercio. Su peso administrativo fue creciendo, hasta que llegaron a ser engranaje imprescindible. Esas agrupaciones cumplían funciones oficiales; toda profesión era considerada un servicio público. Pero esa también fue su ruina, porque quedaron cautivas del Estado, que para preservarlas impuso la coacción. Se llegó incluso al reclutamiento forzoso.

Por ello, con la caída del Imperio, se disolvieron (además, porque la industria y el comercio estaban devastados), y los artesanos huyeron de las ciudades al campo. Cualquier teórico, como los de hoy, hubiera dicho que las corporaciones eran parte del pasado, y no volverían ya a constituirse, sin embargo, los hechos desmintieron semejantes profecías.

Alrededor de los siglos XI y XII renacieron, y en el XIII hallaron un nuevo apogeo. Una institución tan persistente no debería depender de una contingencia o un accidente. Si, desde los orígenes de la ciudad hasta el apogeo del Imperio, desde los comienzos de las sociedades cristianas hasta los tiempos modernos, han sido necesarias, es porque responden a necesidades permanentes. Al menos ésa es la respuesta que nos trae el funcionalismo.

Siempre que han sido suprimidas han vuelto a renacer espontáneamente, desde el seno de la comunidad. Hoy mismo, la necesidad que la sociedad manifiesta de que reaparezcan, nos prueba que la reforma de Turgot (s. XVIII, las prohibió en Francia) exigía una reforma posterior, que no podía retrasarse indefinidamente sin generar situaciones de hondo conflicto social.



4. Su función en la sociedad moderna.

Si juzgamos a la corporación indispensable, no es a causa de los servicios económicos que podría proporcionar, sino de la influencia moral que podría tener. Un grupo profesional tiene ante todo un poder moral capaz de contener los egoísmos individuales, de mantener en el corazón de los trabajadores un sentimiento más vivo de su solidaridad común, de impedir que se aplique tan brutalmente la ley del más fuerte en las relaciones industriales y comerciales.

En los últimos tiempos, su influencia tendió tan sólo a asegurar sus privilegios y monopolios, mas sería injusto asimilar un fin tan irregular (y propio de un corto período) a todo el sistema corporativo. Su función ha sido desde siempre moral, y ello queda más patentemente evidenciado en el sistema romano. La corporación romana estaba muy lejos de tener el carácter profesional de la Edad Media: no hay en ella ni reglamentación sobre los métodos, ni aprendizaje impuesto, ni monopolio. Sí servía para defender los intereses comunes, pero ésta tampoco era su función primordial. Ante todo, la corporación era un collegium religioso. Tenía cada una su dios particular, cuyo culto se celebraba en un templo especial. El culto profesional además contaba con fiestas que se celebraban con banquetes. Se hacían muy frecuentemente reuniones alegres y se distribuían fondos de una caja de socorros para los miembros que se hallaban necesitados. Además, las corporaciones eran asociaciones funerarias. Si sus miembros estaban juntos en vida, en la muerte la situación era idéntica, puesto que iban a un panteón de la asociación, o bien, si la corporación no tenía panteón, por lo menos se sufragaban los gastos de sepelio de la caja común.

Un culto común, banquetes comunes, fiestas comunes, cementerio común, son todas características de la sociedad doméstica romana, por lo que se sostiene que la corporación era como una “gran familia”. Los cofrades se trataban como hermanos. La corporación hacía la vida más fácil y agradable para el obrero, puesto que ampliaba los límites de intimidad de la familia, pero a una escala mucho menos extensa que la ciudad.

En la Edad Media, las diferencias radican en que no había ciudades. Sin embargo, también unían moralmente a los miembros de un mismo oficio. Se establecían en una parroquia particular y se ponían bajo la advocación de un santo patrono de la comunidad. Hacían misas solemnes, y después de la jornada se reunían en un gran festín.

Por otra parte, reglas precisas fijaban, para cada oficio, los deberes respectivos de los patrones y de los obreros, así como los deberes de los patrones entre sí. La subordinación del éxito individual a la utilidad común tiene siempre un carácter moral, pues implica necesariamente un cierto espíritu de sacrificio y de abnegación. Toda una profusa reglamentación prohibía despedir al obrero porque sí, debía asegurársele el derecho a trabajar, a impedir que el artesano y el comerciante engañaran al comprador, para obligarles a hacer obra buena y leal.

Es lógico que hombres que comparten profesiones e intereses en común tengan afinidades especiales, diferentes de las de la sociedad general, y que entonces se atraigan unos a otros y se agrupen, y elaboren su código de normas morales, que subordinen su interés individual y mezquino al interés comunitario. Es además fuente de goce para el hombre, puesto que para él es engorroso vivir en estado de guerra (anarquía) frente a sus compañeros, por no haber una regulación que limite el interés individual.


5. Familia y corporación.

Esa unión no se discute cuando es la propia de una familia. Sin embargo, lo que una a la familia no es la consanguinidad (los ejemplos de familias donde la consanguinidad no es relevante son muy numerosos en el curso de la Historia), sino la comunidad de intereses, ideas, sentimientos afines. La consanguinidad por supuesto que ha facilitado la unión; pero hay otros muchos factores de acercamiento, como la vecindad, la solidaridad, la necesidad de unirse para enfrentar un peligro común, etc.

Si la familia ha desempeñado un papel social tan importante en el curso de la Historia, ¿por qué no podemos otorgarle tal función también a la corporación? Es evidente que la familia pone en contacto a sus miembros respecto de la totalidad de su existencia, mientras que los miembros de la corporación comparten sólo afinidades profesionales. Sin embargo, no hay que perder de vista la importancia creciente que tiene la profesión para el individuo con la división del trabajo, de forma tal que el ámbito de la vida de las personas queda cada vez más definido por su ocupación. De tal forma, los ámbitos de afinidad entre los miembros de la familia y los de la corporación no difieren tanto. La familia en su seno ha elaborado la moral doméstica. Ella alcanzaba por sí sola para regular la vida agrícola. Pero cuando los individuos se ven obligados a salir de sus casas a buscar clientes y a competir con sus semejantes, en ciudades inmensas, vemos que la nueva situación ha desbordado la regulación familiar. La corporación sustituyó a la familia en una función inicialmente doméstica: la moral.


6. Evolución.

En Roma nacen siendo extrasociales, puesto que en un principio la organización era militar y agrícola, y las corporaciones tienen un origen profesional. Con el tiempo fueron ganando prestigio, hasta ser absorbidas por el Estado. Pero esta absorción no obedeció a la necesidad social, sino a la política de controlarlas.

En las sociedades cristianas nacen con las profesiones urbanas. Tan inherentes a las ciudades fueron, que la elección de las autoridades municipales se hacía por corporaciones. El esqueleto constitutivo de los municipios, entonces, eran las corporaciones. Y es sabido que los municipios son la base fundamental de las sociedades modernas. He aquí, pues, otra razón para dejar de considerar a las corporaciones como instituciones arcaicas y superadas por las circunstancias.

La aparición de la gran industria no tuvo en cuenta las corporaciones, por lo que ellas se esforzaron, no en innovar, sino en oponerse al progreso industrial. Por no haberse asimilado a la vida que avanza, la vida se fue de ella, y terminaron, en vísperas de la Revolución, como una suerte de sustancia muerta. Por ello fue lógico que se las eliminara. Pero al destruirlas, no se satisficieron las necesidades sociales que ellas no habían podido cubrir. Es por ello que hoy nos encontramos ante esta situación de anomia.




7. La nueva corporación.

La corporación debe también constituirse en la base o una de las bases de la organización política. Así como en el pasado eran órganos electorales de las autoridades municipales, su nueva extensión a nivel nacional debe permitir que los colegios electorales se formen por circunscripciones corporativas y no territoriales, de manera de representar mejor los intereses y relaciones en juego en una sociedad. Decir que un país, para adquirir conciencia de sí mismo, debe agruparse por profesiones, es reconocer que la corporación debería constituir el órgano esencial de la vida pública.

La antigua organización geográfica se ha deshecho. Pero no es normal que una organización interna desaparezca sin nada que la reemplace. Una sociedad compuesta de una multitud de individuos inorganizados, que un Estado hipertrofiado se esfuerza en encerrar y retener, constituye una monstruosidad sociológica. La actividad colectiva es siempre muy compleja para que pueda expresarse por el solo y único órgano del Estado ; además, el Estado está muy lejos de los individuos, tiene con ellos relaciones muy externas e intermitentes para que le sea posible penetrar bien dentro de las conciencias individuales y socializarlas interiormente. Por eso, donde quiera que el Estado sea el único medio de formación de los hombres en la práctica de la vida común, es inevitable que se desprendan de él, se desliguen los unos de los otros, y que, en igual medida, se disgregue la sociedad. Una nación no puede mantenerse si no se intercala, entre el Estado y los particulares, toda una serie de grupos secundarios (asociaciones intermedias) que se encuentren lo bastante próximos de los individuos para atraerlos fuertemente a su esfera de acción y conducirlos así a la vida social. La ausencia actual de las corporaciones afecta toda la sustancia de la vida social, la salud de todo el organismo, más cuando la inmensa mayoría de la población desempeña actividades económicas.



[1] Numa Pompilio, para casi todos los historiadores romanos y post romanos, es una entidad no histórica sino mítica, que cumple la función del Gran Legislador. En tal sentido, George Dumézil coloca su figura en la categoría funcional en que otras culturas indoeuropeas –y por lo tanto, trinitarias- ubican a Mitra (Irán y la India), el Señor de la Luz, de la Ley, de la Justicia, como freno y contracara de la figura de Varuna (la Soberanía, el Poder, la Decisión, la Oscuridad), la que se encuentra emparentada con el caprichoso y también mítico fundador de Roma y primer rey, Rómulo.



3 comentarios:

Destouches dijo...

Interesantísimo artículo. Es cierto que el sistema liberal desmontó todo un orden social preexistente. Este régimen, luego llamado antiguo, se basaba en una estructura estamentaria o corporativa pero también en la consolidación del Estado, como órgano político de la comunidad, árbitro de los conflictos internos y expresión de la soberanía que esa misma comunidad se atribuía. Como observa Thierry Maulnier, no quiere decir que ese Estado no estuviera sometido a la puja de las facciones y clanes por su control, pero cualquiera que hubiera triunfado en la lucha por el poder era a su vez sometido a la lógica del Estado (la razón de Estado, que tanto nos escandaliza hoy día). El liberalismo, ideología a medida de la nueva casta económica que pugnaba por el poder social, liquidó el orden social precedente, liberando a esa clase de toda atadura u obstáculo que pudiera entorpecer su fabuloso crecimiento bajo el sistema capitalista. Eso implicó la entronización de la economía como actividad socialmente preeminente en tanto es la que asegura el acceso más directo al poder social, pero también el vaciamiento del Estado (que permanece como estructura formal y jurídica), transformado únicamente en garante de las libertades económicas de la clase dominante. No es cierto, en este sentido, que la lucha de clases sea un fenómeno permanente de la historia humana como supone el marxismo, sino que se origina del nuevo orden (en rigor, desorden) social impuesto por el capitalismo. La reacción marxista ante esta situación fue la profundización de la anarquía mediante el desencadenamiento de la guerra civil abierta y desembozada. La alternativa propuesta por algunos movimientos nacionales, de los que el peronismo ha sido un ejemplo histórico significativo, fue tratar de reconstruir un nuevo orden social (la expresión "comunidad organizada" es bastante elocuente), reponiendo al Estado su independencia frente a las facciones sociales (ya fuertemente internacionalizadas), reglamentando las relaciones entre las clases en pugna e incentivando la concordia sobre la base de una mística nacional.

Occam dijo...

Destouches: Ello es rigurosamente cierto, y deberíamos agregar algo que también se le pasó al marxismo: la clase proletaria no podía ser, en un planteo materialista de cuño burgués como lo fue el marxista, otra cosa que una expresión económica. Resulta contradictorio entonces el papel providencial y mesiánico que se le asigna en el mismo corpus ideológico, cuestión que, a la luz de la poca iniciativa de combate que expresaron las masas ya a principios del siglo XX (luego de la huelga general de 1905, los ánimos se fueron apaciguando notablemente, y los trabajadores conformándose con la obtención de reformas en su condición laboral), llevó a que los revolucionarios pusieran sus ojos sobre otro orden que tuviera la capacidad de movilización trascendente a la que aspiraban. En particular, ocurrió ello con el sindicalismo revolucionario, que luego de una tan acertada como lapidaria destrucción de la teoría económica marxista (que de raigambre manchesteriana, ya atrasaba más de medio siglo, y era indefendible aun para los más ortodoxos, aunque en realidad no quedaban ortodoxos ni nada que se les pareciera en la Década del 10), dejó vivos e independientes de esa concepción materialista dos componentes teórico-sociales: el corporativismo ínsito en la organización sindical y la lucha de clases. La lucha de clases, como dije más arriba, fue demostrándose ilusoria, y reemplazada progresivamente por un mito más convocante e indudablemente movilizador, que fue la nación, y cuya potencia de exaltación de los espíritus y del compromiso quedó demostrada con la Primera Guerra Mundial.
[Continúa]

Occam dijo...

El acercamiento de los sindicalistas revolucionarios con los nacionalistas en Francia y en Italia dará lugar luego al nacimiento del fascismo.
Por el lado de los revolucionarios que siguieron en el marxismo, el desencanto con la clase proletaria igualmente no fue menor. Allí surgió la idea -muy elitista por cierto- de la vanguardia iluminada, es decir, de un grupo social de extracción burguesa lo suficientemente esclarecido y voluntarioso como para arrastrar del carro de los obreros y no dejar que éstos se tentaran con las comodidades que les proponía el sistema. Ese grupo ilustrado, compuesto sustancialmente por intelectuales, periodistas, artistas y activistas, reconoció su carácter eminentemente selecto al llamarse a sí mismo "los minoritarios", los "bolcheviques", por oposición a los mencheviques, que eran la gruesa columna que, seducidos por las posibilidades del régimen demoliberal burgués, proponían un camino parlamentario y reformista, que dio lugar a lo que luego se conocería como social-democracia.
Los fascismos encontraron una buena tierra para su semilla en los países en donde el mito de la nación estaba más vivo, es decir, los países que luego de siglos de feudalismo y principados locales, habían llegado a la unificación nacional. En tanto el bolchevismo aprovechó las extenuaciones de la guerra en un pueblo ya demasiado castigado como el ruso, e hizo prevalecer entonces la idea de clase por sobre la de nación, al punto de firmar un armisticio con Alemania y ceder gruesas porciones de territorio, entre las que se contaban los países bálticos.
Un cuarto de siglo después, apremiado por una invasión que amenazaba con extinguir el régimen soviético, Stalin hubo de recurrir al poder movilizador de la nación para deterner el avance de las fuerzas del Eje, convocando con afiches tricolores como la vieja bandera rusa, y con consignas tales como "la Madre Rusia te necesita". A partir de entonces, nace en el Este el concepto de "socialismo en una sola nación", y los opuestos comienzan a parecerse, aunque conservando una diferencia sustancial con respecto a la forma social planteada por el corporativismo: ya no habría en la sociedad estamentos intermedios, contenedores del individuo y mediadores con el Estado. El Estado pasaría a ocupar todos los espacios en el totalitarismo marxista, o todos los espacios quedarían "liberados", o sea, ocupados por el mercado y los grupos económicos que dominan el Estado, en las democracias liberales.
Pero creo que ya nos hemos ido demasiado lejos de Durkheim con todo esto. Tan sólo resultaría interesante aislarse un poco de los preconceptos deliberadamente establecidos en la atribución de sentido a las palabras, y llamar a las cosas por su nombre, y proponer una forma de debate menos compuesta de "eslóganes", absolutos, términos a priori negativos o descalificadores, o positivos sólo por cómo suenan, y no por lo que denotan en profundidad.
Un cordial saludo, y gracias por pasar y por su excelente comentario.