Hace tiempo que venimos amagando tibiamente con el asunto de la argentinidad, no sin tomar los previos recaudos a la moda, considerando la posibilidad de que tal cosa efectivamente no exista. La moda señala que la disolución general de los conceptos trascendentes (por oposición a los inmanentes, es decir, a los concretos y palpables, a los aprensibles por los sentidos, a los que nos son dados por nuestra pertenencia al nivel ínfero de la animalidad) debe poner en duda, si no directamente impugnar, con pasión o con escepticismo, la posibilidad de existencia de cualquier ente abstracto y superior a nuestras crismas (y a nuestras vidas consideradas temporalmente), y más aun, como imperativo categórico, si ese ente resulta o amenaza con ser colectivo.
Bien conocida es la máxima de Sartre respecto de la necesidad de suprimir al ser en el contexto del nihilismo que preside la modernidad: "para actuar hay que dejar el terreno del ser y abordar decididamente el del no-ser". La libertad agente (que es una libertad impuesta, una condena que pesa sobre el ser humano, conminado a ejercerla sin libertad para renunciarla en ningún caso) conlleva a la nada. En efecto, si la acción libre se proyecta hacia el futuro, hacia lo que no-es, la libertad se presenta como "una ruptura nihilificante con el mundo y consigo mismos: no ser aquello que es, sino ser aquello que no es".
Ése es en la mayor medida el sustrato del utopismo, de la consecuencia de la libertad como negación del ser. Ahora bien, en la misma formulación está contenida la terrible consecuencia: ser libre para la nada. Sin embargo, siempre dentro de la lógica sartreana, que intenta dar respuesta a la muerte de Dios (del dios-persona, codificado y moral, debemos aclarar a estas alturas), la libertad se impone al hombre como un castigo olímpico. Camus hablaría -y de hecho habló- del terrible destino de Sísifo. La libertad del hombre es un concepto que le resulta indisponible, superior, impuesto desde lo externo (consideraciones todas muy lacerantes al sistema pretendidamente autónomo del existencialismo), y que no puede ser negado. La libertad del hombre encuentra como límite la supresión de esa libertad, por más que la misma lo impela a una acción que niega al ser, es decir, por más que lo conduzca a la nada. Sartre lo dice muy claramente: "Libertad, elección, nihilificación, temporización son una sola y misma cosa".
La libertad que no puede dejar de ser tal, que no puede elegir entre ser o no ser libertad es para Sartre un límite, un dato primordial insuperable y generador de angustia. Se trata de la cárcel sin muros.
Nadie mejor que Julius Evola para sintetizarlo: "El hombre moderno no es libre, sino que se encuentra con que es libre en el mundo en donde Dios ha muerto. Es entregado a su libertad. Y esto él lo sufre. Y cuando es plenamente consciente de ello lo atrapa la angustia y vuelve a asomarse también la sensación, de todos modos absurda, de una responsabilidad".
En fin, resulta indefectible que el curso de una libertad sufrida, impuesta, que en todos los casos conduce hacia la nada, acabará con todos los conceptos trascendentes, de una forma que para el hombre moderno, resulta indisponible: la libertad, la temporización y la nihilificación son una sola y la misma cosa...
La incapacidad intrínseca del hombre moderno de atisbar la trascendencia, de considerar aquello que le es supra- y súper-individual, que está más allá del tiempo y del mero vivir para ubicarse en el plano del Ser, implica que todo intento explicativo de cara a una incapacidad infranqueable de aprehender conceptos abstractos trascendentes chocará contra una barrera abismalmente más infranqueable que la que presentan los jeroglíficos mayas.
Después de todo, la religión no es sino la transposición normativa y simbólica de la metafísica, considerando una moderada perspectiva de comprensión general de parte de los feligreses; y la religión del dios-persona, de la moral dual y de los premios y castigos, es una transposición aun en términos más sencillos (la eliminación de los misterios y de los círculos herméticos transforma a esa última religión en una religión cercenada, que siempre terminará por ser una religión-opio), más democráticos (no por nada, en pleno aceleramiento de la tendencia disolvente, el Cardenal Bertone, en tiempos de Juan Pablo II, se ha visto obligado a declarar que "la Chiesa non è una democrazia"), apta para ser comprendida por un hombre progresivamente más simple y elemental, y con las pérdidas que esa simplificación naturalmente acarrea.
Pero lo que se afirma de la religión también puede ser sostenido respecto de la política, y de la historia, y de la filosofía.
En fin, para ser sinceros, no vamos a exceptuarnos de la regla respecto de la cuestión de marras, y seguiremos amagando tibiamente, como dijimos al principio.
Volviendo a las referencias materiales y sensibles, las únicas que resultan categóricas para el mundo moderno, me llamó la atención la reflexión que Miguel Brascó dejó en su columna habitual de LNR (pág. 50) del último domingo, sobre todo, porque la misma apunta al vino, y resulta por tanto un recuerdo emotivo inmediato y persistente, después de todo lo que hemos descorchado y brindado el 24, el 25, el 26 por las dudas, el 30 para ir entrando en calor, el 31 con parte de la familia, el 1º con el resto de la familia, y el 2 con los amigos...
"Con los vinos argentinos soy, asumido, un tendencioso. Mantengo firme que son los mejores vinos argentinos del mundo. Con la acidez justa, la fruta justa, el alcohol justo, la drinkabilidad perfecta y la amabilidad sensual que mejor se adecua al paladar argentino mayoritario. Una de las tres enologías mundiales -junto a la francesa y la italiana- más sagaces y sofisticadas.
"En consecuencia, cuando un vino argentino es bien argentino yo lo promuevo, lo defiendo, soy su incondicional. Cuando, en cambio, por fashion o cholulismo alguno se concentra a la californiana, se acidifica a la française, o se pone duro penedés, yo lo critico y vilipendio. Fanático, parcial, lucharé siempre para evitar que nuestros tintos desdibujen sus perfiles varietales y su identidad nacional para convertirse en fotocopias o en commodities internacionales".
¡Salud! Y muy feliz año (y feliz nueva década) para todos.
9 comentarios:
Felicitaciones por el post.
Me gusta Brascó, y creo que el emparde está bien hallado.
Me dieron ganas de leer a Sarte (ganitas, bueno) ya que no entendí nada, pero parece sólido.
Chofer: Muchas gracias. Me alegro de que lo haya disfrutado. El artículo analiza en Sartre a un exponente extremo del existencialismo más tristemente contradictorio (libertad = angustia, ser = no-ser, sinsentido de la existencia = compromiso). En verdad, supongo que invertiría mejor su tiempo en Heidegger, o incluso en Jaspers. Del primero recomiendo su última época, definitivamente alejada del existencialismo.
El existencialismo es un intento de respuesta más o menos abstrusa al nihilismo devenido de la muerte de Dios. Como ya lo sabían los Ismaelitas, mucho antes que Dostoievsky, "si nada existe, todo está permitido". La afirmación del Ser sólo puede encontrarse en el Ser mismo, es decir, en todo lo que el Ser representa de trascendencia respecto del Yo. Una vez hallada, siempre en la aspiración hacia lo alto, debe marcarse la unicidad de la existencia con la acción, y luego plantearse la acción desligada del deseo... En fin, es algo ardua la cuestión. Prometo tratarla alguna vez. Pero siempre con el desafío de la afirmación. Más allá del bien y del mal, del teísmo y del ateísmo, uno es un declarado anti-nihilista.
Un cordial saludo.
Muy buena reflexión. Heidegger definía precisamente al nihilismo como el olvido del ser. El derrotero de la "emancipación" del hombre, que Heidegger decodifica a través de la historia de la metafísica -que es la historia de la subjetivización y finalmente del nihilismo-lo termina conduciendo al olvido del ser, cuya indagación da origen y principio al pensar occidental.
El análisis existencial de Heidegger, en oposición al sartreano, busca restituir en el Dasein el carácter de "morada del Ser". Esta interdependencia entre hombre y ser recuerda a la "scintila ánima" del Maister Eckardt y a las intuiciones de los místicos alemanes como Angelus Silesius. El hombre es esa criatura permanentemente amenazada por la nada, que lleva por eso mismo la marca indeleble del ser. La existencia, en el sentido heideggeriano, es el camino que conduce al redescubrimiento del ser.
Un día de estos lo discutimos con unos buenos vinos, que por supuesto serán argentinos.
Destouches: Justamente usted ha planteado una propuesta dionisíaca, saliendo de los burdos prejuicios modernos acerca del término, que conducen a una suerte de hedonismo hueco y a un abandono elemental hacia lo ínfero. Antes bien, el espíritu dionisíaco conduce a la elevación hacia la trascendencia a partir de "un género totalmente especial, lúcido, casi podríamos decir intelectualizado y magnético de embriaguez, completamente opuesto a la que deriva de la apertura extática ante el mundo de las fuerzas elementales, del instinto y de la 'naturaleza'. En esta especialísima embriaguez, sutilizada y clarificada se debe ver el alimento vital necesario para una existencia en estado libre en un mundo caótico, abandonado a sí mismo". (Evola)
Así que, como ya ha sido fructífera experiencia de iluminación tantas veces, no puedo menos que aceptar calurosamente el convite.
Del Meister Eckhart, recuerdo aquello que debe ser una máxima de conducta en los tiempos del último hombre: percibir en sí la dimensión de la trascendencia, y anclarse en ella, "convertirla en la bisagra que permanece inmóvil aun cuando la puerta golpea con fuerza".
Un abrazo.
Hay que enamorarse del maravilloso y trágico destino de ser humano.
Y con el que nos toque, hacer de la vida, obra, arte.
Bah, digo yo, cuando me tienta dar línea.
En general permanezco callado sin fastidiar a nadie y dejando que cada uno haga lo que le plazca.
Aunque, claro, uno tiene sus simpatías.
Brascó por ejemplo, me cae especialmente bien.
Le deseo un próspero 2011.
Mensajero: Correcto. Una encrucijada interesante ésa de la existencia como desafío hacia el ser partiendo de la nada. Por eso el hombre, cuando ha avanzado más en su definición que lo estrictamente biológico (y fracasando siempre, como cada vez que planteara Universales, hay que decirlo), se ha conceptuado desde lo activo en una relación carnal y estrecha entre las dimensiones espiritual y natural: homo faber, zoon politikon... (prescindamos del homo oeconomicus, que de espiritual no tiene otro valor que el de las especulaciones sobre títulos y valores sin respaldo físico...).
A Miguel Brascó lo conocí mucho antes de la moda gourmet-sommelier, de los programas y canales especiales de cable, etc. Revolviendo en una batea de libros de viejo, me encontré ya hace más de 20 años con un ejemplar de "De Criaturas Triviales y Antiguas Guerras", que me atrajo por el título y por las ilustraciones del mismo autor. No sé por qué siento que tiene algo que ver con todo esto...
Un cordial saludo, y los mismos deseos de armonía, prosperidad e iluminación para usted.
Me gustó mucho el enganche con la reflexión de Brascó, pero sobre todo, la maldad de poner a Nathan Pinzón en lugar de Sartre... juaaaaaaaaaaa!!!!
Feliz año para ud., y para todos los que andan por acá.
Almafuerte: Muchas gracias por el comentario, y por advertir la sutileza.
Un cordial y cariñoso saludo para usted.
Si, probablemente lo sea
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