martes, 16 de junio de 2009

447

Un avión ha pasado a ser un robot autosuficiente y complejo. Despega y aterriza no sólo en forma autónoma, sino que lo hace a pesar de la voluntad del piloto. En la era de la liberación del hombre por la tecnología, lo que quedó claro es que libertad es prescindencia. Sólo es libre el obrero en la calle (o en el paro, como dicen los españoles). El trabajador deprimido ocupando las horas de ocio en ideas pesimistas, embebiendo en mate y bizcochos de grasa el tiempo vacío, haciendo de vez en cuando alguna changa casi improductiva, es el único ser libre en la sociedad de la libertad. Para el resto, la libertad sólo ha arrojado la paradójica conclusión de que su presencia excluye al individuo del cuerpo social. El avión recela del piloto. Ni siquiera subsisten los comandos manuales en las modernas aeronaves. No hay manera de torcer la voluntad de la máquina, y los controles frente al error de la computadora de a bordo los ejerce… la otra computadora de a bordo. Y a ésta la controla una tercera. Hasta ahora la suma llega a tres, pero seguramente seguirá creciendo luego del desastre del vuelo 447. El error hasta entonces, a fines de los ’80, cuando las profecías del cyberpunk empezaban a ser una realidad demasiado evidente, era 99% del piloto, y el 1% restante se dividía asimismo entre actos terroristas, extrañísimas condiciones climáticas, como la tromba vertical descendente, o, en ultimísimo caso, la fatiga de materiales, quedando el defecto de diseño postergado casi hasta la porción infinitesimal, en la inversa proporción a la capacidad de influir en las regulaciones de las indemnizaciones por accidentes de cada uno de los actores de una tragedia.

Fuente: La razón.es

El avión ya no guía al piloto; ni siquiera le ordena. Directamente lo ignora. La computadora sólo obedece a los extremos de su programación. Si la computadora es reprogramada inexactamente, el piloto tratará en vano de modificar el rumbo, de tomar medidas de emergencia, las que serán sistemáticamente desoídas, desde que esas actitudes humanas son leídas como erróneas. Un sistema de seguridad basado en el error humano, es un sistema que excluye al humano. Toda la maquinaria de la libertad se sustenta en el temor al error humano. O a su discrecionalidad o a su capricho. Parecería que la única sujeción realmente intolerable es la del humano por otro humano. Entonces la libertad es sinónimo de neutralidad. El sometimiento, aun el más absoluto e inhumano, será tolerado entonces si no es ejercido sino por un medio racional y aséptico. Por una máquina. Ya desde los primeros liberales, como John Locke, la gran espiración conducía a la creación de sistemas sociales en los cuales las funciones reguladoras, gubernamentales, estuvieran disminuidas a una mínima expresión, tolerable como el mal menor: la autoridad como juez de los conflictos. Sobre esa judiciocracia, luego el positivismo avanzaría a efectos de generar esquemas legales lo más autosuficientes posibles, que excluyeran la jurisprudencia en la mayor parte de los casos. Que excluyeran el error humano, o la arbitrariedad humana. La tendencia indica que puede llegarse al día en que una máquina interprete todos los extremos del caso y dicte la sentencia con base en los numerosísimos datos y antecedentes cargados y los criterios de respuesta preprogramados. Después de todo, algo de todo ello es lo que hace el mal llamado garantismo judicial: llevar hasta un extremo mecánico diversos principios de laxitud sustentados en la mayor benignidad y aplicando la presunción de inocencia antes bien como un dogma que como un presupuesto procesal.

Las distopías del siglo pasado se ocuparon con preocupación casi febril de las posibles implicancias de un Estado absoluto, que todo lo regulara, que estuviera informado al instante de todo detalle, que censurara incluso el pensamiento. Y más allá: algunos atisbaron que la tendencia al positivismo podía llegar a establecer culpabilidades tendenciales en función del ADN o de conceptos antropométricos: Minority Report, Gattaca… La libertad del hombre, la insólitamente mínima posibilidad de obrar en contra de su destino, esa libertad conceptual inicial que lo hacía merecedor de un alma como de un DNI, se encontraba entonces ante el peor de sus demonios. En realidad, como ocurre frecuentemente con las distopías, lo efectivamente provocado fue lo inverso: el desvelo hacia la posibilidad de un totalitarismo del prejuicio (en su sentido lato) condujo hacia un totalitarismo de la pérdida de juicio.



Hoy día, en cambio, el temor mayor no está en el prejuzgamiento efectuado por una máquina diabólica, sino en la posibilidad de que se lancen a la calle, luego de condenas simbólicas (al menos, en su aplicación), cientos de seres de espíritu retorcido y vicios patológicos de certera reincidencia. La máquina ha sesgado tanto el error humano, que el panorama se ha teñido del error de la máquina. En este caso, hablo de la máquina garantista, y sobre su existencia, no es necesario alegar el carácter humano de los jueces. Hay que ir más allá. Hay que ver cuál es el sistema conceptual-doctrinario que está escrito en códigos de fondo y sobre todo de forma, el sistema académico que forma cerebros en las facultades de derecho, el sistema político que designa a los jueces penales (¡y a los fiscales!), el sistema dogmático que corona la actuación de los ministros con competencia sobre la policía y el servicio penitenciario… Un sistema compuesto de sistemas es una máquina, sin importar la materia de la que está fabricada. El ser humano ya no tiene influencia sobre una lectura automática y aséptica. A la larga, toda contradicción a un bloque monolítico y consistente, es error humano y será ignorada… o sancionada (porque me olvidaba del sistema de control y de sanción de los jueces, claro).

En fin, algo ya dijimos: el error humano es sustituido por el error de la máquina. La máquina también calcula mal, o sobre todo, calcula bien, pero sobre un archivo de datos de la realidad que muchas veces pueden ser inexactos. O cuya certidumbre puede perderse con las circunstancias cambiantes del entorno.



Después de todo, la clave de bóveda siempre ha estado en la cuestión de la percepción del mundo, antes que en la acción que se toma en consecuencia. La percepción del mundo suele ser humana, a no ser en algunas cosmovisiones en las cuales la misma es aportada por los dioses. O por los titanes. ¿Qué pasa cuando la percepción del mundo es tamizada por el efecto determinante de la máquina; o sea, cuando toda la lectura de la realidad está condicionada por elementos de medición que utilizan bases preconcebidas? ¿Y quién ha cargado esas bases? ¿Y hace cuánto? ¿Y en qué condiciones? El volumen de información y el crecimiento de la red de colaboraciones entre organizaciones y sistemas, así como el ritmo de alimentación de esas bases, llevan a que las percepciones originales no puedan ser sometidas a revisión. Y entonces ocurren bochornos como el de la máquina-fabricadora-de-big-bangs

En fin, lo cierto es que la percepción del mundo ya ha salido del período ovo-gallináceo (o “del huevo y la gallina”, en buen Castilla), en donde podíamos discursear sobre la interacción dialéctica entre la máquina y el hombre. En gran medida, incluso ha de superar la inversión hegeliana del Señor y el Siervo que tanto ha caracterizado a las distopías futuristas. Yo creo, antes bien, que a estas alturas del ciclo de la neutralidad y de la asepsia, el ser humano ya ha sido declarado prescindible por obsolescencia, sin derecho a indemnización (por lo visto, sin siquiera derecho a preaviso). La percepción del mundo que se forman las máquinas la obtienen de las mismas máquinas, que componen entonces, entre todas, un sistema irresponsable –siempre que se acuerde que la responsabilidad es indelegablemente humana-.


Autor: Christopher Conte


La única libertad pendiente que aún se conserva (y habrá que verse por cuánto tiempo) es la de desconectarlas. Y de un futurismo, entonces, pasamos a otro: Fight Club, de Chuck Palahniuk. Un renacer desde la oscuridad del mundo, una demolición masiva de todos los elementos acumulados de información y de comunicaciones, que por su complejidad, hace rato han excedido la voluntad humana, que se sirve del fenómeno solamente en función de escuetos intereses que nunca involucran más de una millonésima parte de los archivos acumulados. (¿A quién beneficia tanta información residual? Todos sabemos que, salvo el hardware, en informática nada se descarta en forma definitiva).

Un sistema que permite tomar decisiones, solamente dentro del espectro planteado por las máquinas. Qué curioso: el mismo sistema procesal penal liberal prohíbe en interrogatorios las preguntas sugestivas que sólo pueden ser respondidas por sí o por no (a la inversa de lo que ocurre en el derecho civil o en la oralidad norteamericana). Sin embargo, todo el sistema de diálogo con una máquina es por sí o por no: aceptar-cancelar; siguiente-anterior; finalizar-volver al cuadro anterior; de acuerdo-no de acuerdo, etc. Y aun así, cuando existen correctivos de seguridad motivados en la posibilidad de error humano, ni siquiera el ejercicio de esa opción será gravitante. Se tratará tan sólo de una cómoda formalidad, para dejarnos a todos tranquilos.

Ése es el margen de libertad que nos va quedando como especie. La libertad que otorga la prescindencia. Ernst Jünger preludió que, así como el siglo XX había sido el siglo de los dioses, el siglo XXI sería el de los titanes. Los titanes transgreden los mandatos de los dioses, que siempre son límites naturales, axiomas conservacionistas diríamos en la nueva jerga. Para darle confort a los hombres. En general, como pasó con Prometeo, luego todo ello desencadena en un zafarrancho mayúsculo, y el titán resulta condenado para toda la eternidad a que un halcón coma de su hígado. Pero nadie ha podido hasta ahora apagar el fuego. En fin, la mayor parte de los grupos libertarios son prometeicos. Confían en la capacidad de la técnica de llevarnos a nuevos desafíos.




El problema no radica en la tecnología en sí misma (necios habríamos de ser si juzgáramos moralmente un fenómeno neutro) sino en los presupuestos de que se parte en su empleo. Si esos presupuestos se sostienen en el recelo hacia las posibilidades del ser humano, en la búsqueda afanosa de una libertad a través de la sustitución de amos (en realidad, a estas alturas, debería ser ya una materia aceptada la que señala la física política, a partir de la observación de las funciones antes que de los nombres con que designar a las estructuras de poder: el poder es un fenómeno ontológico; su renunciamiento sólo somete al individuo a poderes más abrumadores o pesados), en la libertad como prescindencia de la obligación del hombre en el mundo en tanto última especie, la tecnología puede dejarnos tan pero tan libres, que nuestra libertad sería opresivamente asfixiante. No hay nada más peligroso que la inversión de todos los conceptos sobre los que nos sostenemos (¿o no? Nietzsche en ello cabalgaba al tigre…). Ya sobre el asunto han tenido oportunidad de explayarse tanto Foucault como Baudrillard (en Olvidar a Foucault, precisamente).

En ese caso, que alguien apague la luz…

19 comentarios:

OliverX dijo...

Muy profundo.
Un pensamiento filosófico de fines de siglo XX.
Este siglo, el hombre deberá encontrarse con el hombre para resolver lo graves dilemas que no podrán someterse al arbitrio de las máquinas:
Demografía y medio ambiente.

Gran Abrazo, Guillermo.

Mensajero dijo...
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Mensajero dijo...

Occam

Seguramente no soy el único que se alegra con su regreso.
En uno de nuestros últimos intercambios, me ufanaba ingenuamente de una (modesta) tecnología, de un dispositivo (o tal vez, un no-dispositivo) que había implementado en mi trabajo.
Tal vez recuerde que destacaba la autonomía con que operaban mis colaboradores a partir de haberles brindado un espacio de libertad inédito, que apelaba a la responabilidad individual y a la autoregulación del grupo, y que descentralizaba de algún modo la toma de decisiones.
Su post corona notablemente (y explica en gran parte) el período de decadencia que se inició precisamente a partir de aquel comentario.
Lamentables titanes los prrrrrmeteos de nuestra época, adoradores convencidos de artificios.
Un gran saludo.

goolian dijo...

Si entendí bien su escrito, parte de la descripción de los "horrores" de una tecnología que prescinde de nosotros, para desembocar en una crítica de maquinarias no necesariamente tecnológicas, más concretamente la ley y los vericuetos de la justicia argentina y me temo universal.
Ya Heidegger, en su segunda época más; anunciaba los devenires de la "cosificación" del mundo que se nos ha revertido porque para las máquinas las "cosas" que producen errores seríamos nosotros.
Conste que en su momento estudié un postgrado de Inteligencia Artificial en el extranjero, si se quiere el non plus ultra de la dominación de las máquinas.
Pero es innegable que la maquinaria mental puede ser tan tremenda, como en el caso de la implementación de formas y no de fondos de manera aislada de la realidad.
No sólo podría ser el caso de la justicia argentina, tema que desconozco por completo, sino me animaría a arriesgar; es el caso de nuestros patrones de comportamiento, prejuicios e ideas aprendidas tanto desde lo social como desde lo cultural. Y hablo de "programaciones mentales" en cada individuo muchas veces vinculada a la teoría memética que nos habla de ideas infecciosas.

Las máquinas mentales puede ser más peligrosas incluso que un avión autocontrolado que ignora las señales humanas y del sentido común.

Postdata sin importancia, el castigo de Prometeo era el que su hígado fuera devorado por un águila, no un halcón. Este ser fue enviado por el irritado Zeus y era un hijo de los monstruos Tifón y Equidna.
Prometeo fue liberado por Heracles de su castigo eterno, que iba de viaje al jardín de las Hespérides (probablemente Hispania). Prometeo le indicó en agradecimiento el camino.
Prometeo en griego antiguo significa "previsión".

Occam dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Occam dijo...

OliverX: Muchas gracias por su comentario. Emocionado me encuentro con que hay gente que me estaba esperando. Eso me pone muy feliz. Sinceramente, no me imaginé encontrarme siquiera un comentario (¡y en tan poco tiempo desde que posteé!). Del reencuentro del hombre con el hombre es un poco de lo que hablo. Encima, porque no estoy del todo convencido de la posibilidad de "neutralizar" a través de la mediatización -y luego, la gestión- tecnológica los grandes desafíos que usted comenta. Después de todo, toda gran solución depende de la toma de decisiones cruciales, drásticas muchas veces, siempre antipáticas, y el hombre ha perdido casi todo su prestigio para protagonizarlas.

Un gran abrazo.

Claude dijo...

Todas razones para porfiar en mi propósito de lograr y conservar una saludable inadaptación.
Otro cosa horrible como parte del sistema es la educación, especial para inutilizar cerebros y arruinar voluntades. Los que las van de defensores de la educación quieren cualquier cosa menos que esta esté en manos de la gente.

RELATO DEL PRESENTE dijo...

OCCAM:

Gracias por volver a escribir. Y vaya si se te extrañaba, que no pude parar de leer el texto de un tirón!

Para mí la tecnología nos ha dado el enorme placer de dejar de razonar con complejidad, de dejar de contemplar posibilidades, de tener que elegir en base a lo que uno siente o cree y no en base a cuantificaciones de probabilidades.

Pareciera un chiste malo hecho en base a Terminator, pero cada día menos humanos ejercen funciones que antes les eran típicas. Tampoco voy a generalizar y putear porque los autos son construídos por robots, cuando salen perfectos. Pero hay casos extremos, como reemplazar a un ser humano en el cuidado de la vida de otros humanos.

Por más moderna que sea la máquina, no cuenta con ese factor. No es humana, no sabe lo que vale una vida humana.

Saludos, Occam!

Occam dijo...

Más allá de cualquier respuesta épica que justifique mi ausencia virtual o mi silencio de estos tiempos (léase, la mordaza de la censura, la persecución por enemigos implacables, la cárcel o el exilio), hay una realidad sumamente pedestre, que se proyecta en una doble dimensión: a) mucho trabajo y mucho fastidio; b) insólitos problemas con el proveedor de Internet, que determinan que la red funcione 5 minutos sí, 5 minutos no, y para cuando termine de escribir esto, seguramente ya no podré colgarlo en los comentarios.
Si al final lo ven, será el resultado del enésimo intento, luego de copiar el texto y pegarlo innumerables veces, cerrar la página, cerrar internet, resetear la máquina, resetear el servidor, resetear al router, etc.
Así que a todos, anticipadamente (sin perjuicio de que espero poder contestar todos los mensajes, uno por uno) por las dudas les pido discupas y les doy las gracias por la paciencia y la buena onda de siempre.

Un fuerte abrazo.

goolian dijo...

Sabiendo su problemática con la WWW, entiendo y me solidarizo con su perfil luddita.

Occam dijo...

Mensajero:
Lamento mucho enterarme de ese tropiezo. Es realmente un bálsamo (para mí, utópico) llegar a una solución razonable, satisfactoria y bastante autónoma al problema que plantea el trabajo en equipo. La sola idea de su posibilidad, créame, me esperanzaba. Ahora vuelvo al páramo de desolación de saberme solo y descangallado ante la abrumadora pared de responsabilidades que amenaza con caerse y aplastarme, mientras debo escuchar a comedidos y colaboradores mezquinamente obedientes tildarme de "perfeccionista" (mientras a mis espaldas eso claramente torna en "obsesivo").
En fin, a no cejar.
Un abrazo.

Occam dijo...

Goolian:
El post habla de lo que habla: de que la libertad a través de la neutralidad, es la prescindencia del hombre en el horizonte. Que concebir abstracciones universales (después de todo, nadie se ha puesto nunca de acuerdo en qué es, por ejemplo, la libertad) prescindiendo del sujeto activo de la historia, es concebir un monstruo paradojal. Que la seguridad pensada recelando de las posibilidades del hombre (criatura capaz de las mayores bajezas pero también de las más altas gestas y actos heroicos y altruistas inconcebibles para la estructura racional de una máquina), se vuelve contra al hombre. A favor de la seguridad, en contra del hombre... ¿Cuál es el sujeto entonces? ¿La seguridad?
Pero encima no excluye el error. El error humano es reemplazado por el error de la máquina. El destino no puede ser suprimido, en definitiva. La dimensión prohibida, la de Tánatos o la de la Ley, sigue siendo inalcanzable para el bípedo implume.
Con lo que todo ese esfuerzo por deshumanizar nos deja en el punto de partida, pero con una mayor angustia, ya que no estamos preparados al fracaso. Si el hombre tradicional se preparaba para morir, o consideraba la muerte como un acontecimiento fatal e inevitable, un detalle que incluso en su factura, en su realización, podía decorar mejor el frontispicio de su vida; para el hombre moderno la muerte es una tragedia angustiante. Algo falló. A alguien hay que echarle la culpa. Se judicializa la muerte. Siempre tiene que haber un responsable. Lo más importante ante una tragedia es buscar al responsable. Si hay un terremoto y un edificio se viene abajo, se buscará afanosamente y con ánimo de vindicta al arquitecto y a los inspectores municipales y a la oficina que aprobó los planos de la obra. Si la vindicta en el mundo antiguo estaba legitimada a favor de los familiares en contra de quien hubiera asesinado arteramente, ahora se impone aun contra la Naturaleza. Pronto llegaremos a Jerjes castigando al Egeo por hundir su flota, o a Calígula venciendo a Neptuno en la costa de Bretaña arrojando piedras y flechas al mar...
Cómo llegué de allí al sistema judicial (maquinaria judicial para la mayoría y para mí mismo): por un proceso de concatenación absolutamente arbitrario, irracional y caprichoso, que es la forma que elegí de ahora en más para encontrar sosiego.
Lo cierto es que la maquinaria judicial también generó un cúmulo de cortapisas y sistemas sucesivos de control y verificación del error humano, hasta el punto de deshumanizarse, y de hacer propicios los efectos de otra tragedia natural: la que ocasiona el manejo penológico garantista respecto de casos perdidos, de asesinos o violadores seriales, de perversos redomados. La patente realidad de reincidencias seriales ante casos ya hartamente analizados por la psiquiatría y la psicología y también por la neurobiología, dan cuenta de esa consecuencia de una máquina que por velar por la seguridad y descartar el error como única premisa, se olvidó de su objetivo inicial, que era la Justicia.

(Sigo en el próximo comentario, porque la máquina no me deja publicar más de 4.000 caracteres por vez).

Occam dijo...

(Continuación del anterior)

Goolian:
Acertadísimo ha estado trayendo a colación a Heidegger, que en gran medida subyace por debajo de las líneas que he escrito (aunque, créame, yo soy también un prometeico; tal vez he fracasado en la comunicación si en definitiva he de ser conceptuado como un luddita). El pensamiento de "estas" máquinas, y el decurso que ha seguido el progreso de la técnica, no es ni casual ni neutral, sino por el contrario intencionado e ideológicamente condicionado por el racionalismo. La máquina por definición es racional, tiene una estructura y un sistema de respuesta que omite justamente el fuego prometeico, la rebeldía irracional, el heroísmo, el arrojo, el altruismo. El problema espiritual del racionalismo no es su concepción o su existencia en el mundo -que por lo demás es absolutamente justificada y espontánea- sino su preeminencia; y más que ella, su exclusividad, su carácter excluyente, deshumanizador. Por eso es que recelo tanto de los humanistas... Veamos: Una máquina puede ser programada para poseer un "instinto" (de hecho, los instintos son reacciones programadas) de supervivencia. Nada es más sencillo que programar un sistema para que excluya la posibilidad de autosupresión, o que reduzca esa probabilidad lo más posible. Que en cada situación a la que deba responder (con sucesivos sí-no) lo lleve siempre a priorizarse. O sea, un sistema egoísta.
En la navegación aérea, cuando uno sabe que puede caerse, debe dirigir su aparato hasta un descampado para evitar que en su propia tragedia mueran víctimas inocentes (daños a terceros de superficie). En ese intento tal vez, en muchos casos, el piloto descarte algunas opciones desesperadas que pueden salvarlo. La máquina no, porque a la pregunta ¿existe una opción de supervivencia? y a la respuesta "sí", nunca optará por buscar el descampado. Así, podemos seguir con muchos otros ejemplos.

Lo del águila y Prometeo es correcto. Me dejé llevar por una imagen poética de una poesía que tengo en la cabeza desde que la leí. El águila para la tradición aria primitiva es el fuego y es el rayo, el único animal que puede mirar al sol a los ojos, y sostenerle la mirada. De tal forma, que su presencia en el mito representa una suerte de castigo inmanente, muy propicio a los efectos del ejemplo que buscamos.
Sin embargo, como símbolo olímpico, como nexo entre lo eterno y lo mortal, entre los dioses y los hombres, exactamente el mismo papel cumple el halcón para los egipcios.

Mis más cordiales saludos.

Occam dijo...

Buscando la poesía de la que hablé (tarea ciclópea y minuciosa el tratar de encontrar un verso que uno recuerda: "Y un halcón comiendo de su hígado" en dos libros, en 280 páginas, entre 216 piezas), encontré esta otra, que viene muy a propósito de todo lo que estamos conversando:

INVOCACIÓN AL FUEGO

Suspendido en el siglo veintiuno/
Esperando profecías de violencia/
A los bárbaros que agiten la pereza/
A la sangre que cubra los pálidos cerebros/
Al espacio que late bajo toda la piedra/
A la piedra que sangra bajo el miedo tirano./
Cuando han muerto los dioses/
Y emergen los titanes,/
Esperamos el fuego./
Nosotros, los hombres cansados/
Las únicas bestias de la tierra/
Que hemos desafiado el tiempo/
Y abominado de nuestros instintos/
Volvemos vencidos al reino animal:/
No a su apetito sin moral,/
Tan sólo simplemente a las reglas de su muerte.//

Occam dijo...

Claude:
Aplaudo su propósito. Y conserve esas dos raras y buenas costumbres: la de no peinarse nunca y la de coleccionar piedras con forma de papa.

Los que se llenan la boca con "educación, educación", son los mismos que en su momento destrozaron el sistema educativo argentino, a la par que invadían, saturaban, los presupuestos públicos de ñoquis "docentes".
Diferir la solución de las cuestiones a la "educación", por otra parte, siempre es un recurso muy cómodo. La educación es un proceso vital, que acompaña al individuo, y que decanta luego de cómodas dos décadas. Encima, por su morfología difusa y atomizada, un sistema bastante irresponsable por sus resultados (buenos o malos). Una de las mayores falencias (la otra son los docentes, y en tercer lugar pondría a los programas) es la nueva concepción "voluntarista" del educando, que en la etapa formativa es directamente deformante.
La sociedad debería tener una instancia de supervisión de la labor educativa. Sacarla de su halo venerable de compartimento estanco y someterla al mínimo y elemental control de calidad.

Mis más cordiales saludos.

Occam dijo...

Relato:
Gracias por tu sentido comentario. Yo también me alegro de volver a estar con vosotros. De alguna manera este post te está dedicado, porque sos uno de los tipos más humanos que conozco.
Un abrazo.

Destouches dijo...

Un post brillante y profundo. Ha vuelto con todo y me alegro.

Precisamente Heidegger explica bien este proceso que conduce a la preeminencia del racionalismo y de sus sedimentos: la ciencia y la técnica. Proceso que es paralelo y simultáneo al de la decadencia de la filosofía.

Creo que es evidente esta tendencia a sustraer al hombre el dominio de sus instancias vitales más relevantes. La pregunta es: si no ha sido el propio hombre quien buscó deliberadamente esta situación. ¿Aversión a la responsabilidad, al poder, a la decisión? En definitiva, miedo al hombre. La muerte de Dios no iba a ser gratuita. Nietzsche nos lo advirtió y pereció ¿loco?

Estrella dijo...

Vengo de lo de claude y me encuentro con esto, el siglo XXI y la barbarie. Me pregunto si alguna vez el hombre se convertirá en hermano del hombre.
Saludos y bien por el regreso.

Occam dijo...

Estrella:
Los hermanos también se pelean, conspiran entre sí, se matan, como Caín a Abel. Creo que la frase más apropiada nos la provee Witold Gombrowicz: "Por encima de todo, algún día lo humano encontrará de nuevo a lo humano". Es decir, el retorno a uno mismo.
Dominique de Roux, uno de sus mayores exégetas y el más brillante de sus entrevistadores, en la Introducción a "Testamento" (1968) nos dice al respecto:
"El reencuentro de lo humano con lo humano, que debe hacerse por encima de todo, corresponde a este retorno a uno mismo que restituye la piedra a la piedra, la misa a la misa, el campesino al campesino y el señor al señor. Retorno a uno mismo que implica el gran retorno a la sabiduría del paganismo antiguo, a ese instinto de los pueblos primitivos que les hace crear las cosas al nombrarlas... La tensión de su escritura apuntaría, pues, a algo más elevado, más trágico, más remoto también que la propia obra. En definitiva, la sustancia de ésta se desvanece ante la esperanza de una vuelta a la vida". (Ed. Anagrama, Barcelona, 1991, pp. 15-16).

En mi opinión, de lo que se trata, entonces, es de encontrarse el hombre con el hombre, y retomar entonces el camino de la vida. Aunque, como dice el rabí Moshé Loeb, "el fuego se reencuentra con el fuego en las cenizas". Quizás sea ése el destino del hombre.

Mis más cordiales saludos, y perdón por la demora en contestar.