viernes, 17 de septiembre de 2010

El racismo de la ignorancia




"Bendito tú a la entrada y bendito tú a la salida" (inscripción bilingüe en árabe y en hebreo, del capitel de una sinagoga de Toledo, fechada en 1180, bajo dominación musulmana; Museo Sefardí de Toledo, Castilla La Mancha, España).









En plena gansada adolescente, la izquierda acostumbra rescribir la Historia, no como es, sino como le hubiera gustado que fuera. Atribuir conceptos morales, emplear el terrorismo semántico, distorsionar, juzgar y castigar. La izquierda aparece así como una Némesis implacable, coherente con la visión lineal (bíblica) de la Historia, que señala –entre la soberbia, la ingenuidad y el error- una leyenda de progreso indefinido y constante, según la cual, cada generación es un poco mejor que la que la precedió, y cada nueva civilización corrige y perfecciona el pasado.


Evidentemente, opuesta esa idea a la de la decadencia progresiva en ciclos de empequeñecimiento espiritual, que caracteriza a la filosofía india. La visión de izquierda, de cuño dieciochesco, es una visión redentora. Luego de un paraíso primitivo, perdido por la codicia del hombre, la humanidad es conducida en forma determinista hacia su salvación definitiva y el fin de la Historia, por un sujeto colectivo mesiánico que es la clase, elevada moralmente a un rango superior al del resto de la humanidad ciega y mezquina (al que hay que “encarrilar” a como dé lugar, o bien exterminar). De allí que tantos autores, John Gray el último con el reciente y recomendable Misa Negra, hayan identificado el mesianismo monoteísta con los totalitarismos de raíz marxista del siglo XX, y el fervor revolucionario (y el empleo propagandístico del martirologio) con el fervor religioso de las guerras santas llevadas adelante por las religiones nacidas en los desiertos del Levante.


Para las religiones del Libro –y sus libros derivados-, la Historia es un decurso programado y determinado por un factor o una entidad superior, y nada entonces obedece a la casualidad, y no hay forma de evaluar objetiva y descarnadamente ningún acontecimiento. Cada hecho y cada protagonista debe ser enseguida envuelto en una atribución de valor. Las cosas no pasan porque pasan, sino porque Dios, el diablo o el capitalismo, las conducen en un determinado sentido.


Solamente una lectura moralizante de la Historia puede explicar los dislates que año a año se superan en torno al día 12 de Octubre, es decir, el día que conmemora el hecho de que, en 1492, el marinero Rodrigo de Triana avistara tierra (una isla del Caribe) desde una carabela, circunstancia que cambió el mundo de este y del otro lado del charco para siempre, y que nos obliga a considerables esfuerzos de la imaginación para evitar las imágenes de un marino noruego con su pipa, de un chocolate suizo o de unos pierogi de papa polacos en el siglo XV, e incluso también en el XVI. Para evitar las imágenes de indios sin caballo y sin lanza, de civilizaciones sin rueda, sin pan y sin vino.


El 9 de agosto de 2003 la triste Venezuela de Hugo Chávez decidió bautizar el 12 de Octubre como el Día de la Resistencia Indígena. La Venezuela que parió a Bolívar, que mal que le pese habla en castellano, que es un producto del 12 de Octubre, y que, si la resistencia indígena hubiera resultado exitosa, hoy día no existiría, como no existiría el mestizo tiranuelo que la conduce a la ruina y la tragedia, ni la bibliografía “socialista” europea que ha transplantado a su educación pública. El 12 de Octubre de 2004 una horda chavista derribó el Monumento a Colón ubicado en el Golfo Triste, en Caracas, como en Iraq se derribaron las estatuas de Sadam, o en Rusia y los países sojuzgados de Europa del Este las de Stalin y Lenin.



Derribamiento de la estatua de Colón, en Caracas, 12 de octubre de 2004.



Argentina fue el primer país de todo el mundo Iberoamericano en reconocer el 12 de Octubre como Fiesta Nacional, y los demás países de este Gran Espacio no tardaron en emularlo y entronizar así la fecha como Día de la Raza (de la raza americana, se entiende, o sea, de la fusión de dos mundos, uno predominantemente mongoloide y melanesio, y otro caucásico, en un pueblo nuevo, que es el que conocemos como americano, esencialmente mestizo, si no siempre racialmente, porque acá es bastante plural el mosaico étnico, seguramente sí en lo cultural, y por ende, diverso de los componentes que lo originaron y por tanto él mismo original).


En Argentina fue decretado por el presidente Hipólito Yrigoyen en 1917, momento en que su gobierno popular gozaba de la más alta popularidad, y la pionera iniciativa se encuentra reconocida, por ejemplo, en un monumento ubicado en el Parque del Retiro de Madrid, entre las estatuas ecuestres de Alfonso XII y de Alfonso XIII, con una gran placa de bronce que reproduce el texto de la norma comentada, y de cuyo considerandos puede leerse: "1º. El descubrimiento de América es el acontecimiento más trascendental que haya realizado la humanidad a través de los tiempos, pues todas las renovaciones posteriores derivan de este asombroso suceso, que a la par que amplió los límites de la tierra, abrió insospechados horizontes al espíritu. 2º. Que se debió al genio hispano intensificado con la visión suprema de Colón, efemérides tan portentosa, que no queda suscrita al prodigio del descubrimiento, sino que se consolida con la conquista, empresa ésta tan ardua que no tiene término posible de comparación en los anales de todos los pueblos”.



Monumento a Hipólito Yrigoyen por el Día de la Raza en el Parque del Retiro, Madrid.



En 2010 la Argentina ya no es pionera en nada, eso es sabido, y no es un mal reciente. Antes bien, es uno de los vicios estructurales de un país que siempre aspiró a la emulación: la París de Sudamérica, los europeos en América, la Cuba del Cono Sur, o lo que pintara… Ahora, tomando como baluarte y referente al comandantísimo venezolano, finalmente le cambiamos el nombre al Día de la Raza por el de Día de la Diversidad Cultural Americana, por iniciativa del INADI en el Consejo Federal de Políticas Públicas Antidiscriminatorias, con el objeto de transformar el feriado en “una jornada de valorización de las identidades étnicas y culturales y de reflexión histórica”.


O sea, para ser claritos (como hubiera dicho el esposo de mi tía abuela, inmigrante: “para hablar en Castilla”), se deja de “valorizar” un concepto de raza americana como aspiración de unidad, para “valorizar” las identidades “étnicas” (tal vez sea mejor dicho: paleontológicas o arqueológicas) como afirmación de una fragmentación. Es decir, de un Día de la Raza, pasamos a un Día de las Razas… Y sí, nos volvimos racistas, aun en contradicción con nuestras proclamas vacías, como aquélla que sostiene en los fundamentos de la innovación: “Que la utilización del término ‘raza’, predominante en los siglos XVIII y XIX, ha sido abandonada en la actualidad, tanto por su carencia de sustento científico (la biología no ha podido demostrar la existencia de estructuras genéticas de ‘raza’) como por razones políticas y culturales como ser los genocidios y actos discriminatorios en los que ha servido de supuesta justificación o pretexto, debiendo tenerse en cuenta la Ley Nº 23.592 que tipifica los Actos Discriminatorios”.


Violento sofisma, para variar. La acepción del término “raza” desde una perspectiva biologicista es justamente el que se desprende de esos pruritos, para desembocar, finalmente, en un concepto culturalista pero con raíces raciales, que es el de etnia (porque que sepamos, no hay mapuches rubios, pero sí hay argentinos de origen asiático; ésa es la diferencia entre etnia y nación: la una exclusivista y excluyente, la otra abarcadora e inclusiva).


Se soslaya, en cambio, el empleo del vocablo para sintetizar una unidad, una identidad común, como raza argentina, o como ya lo hemos dicho, raza americana; que no tiene un pito que ver con ninguna cuestión genética o de linaje, sino con una teleología ordenadora de las acciones políticas y culturales concretas de cada una de las naciones en que se ha fragmentado nuestra América, hacia su reunión y potenciación como el gran emergente de este siglo que ha empezado hace poco. Fenómeno que justamente el colonialismo, al que se le hace el juego una vez más (como siempre que compramos esos discursos mala leche enlatados en Londres) se esfuerza constantemente por impedir.



Sinagoga de Santa María La Blanca, en Toledo. De arquitectura mozárabe, fue luego transformada en iglesia, aunque conservando todos los ornamentos originales. Una síntesis edilicia de la "impregnación" que menta Lugones.


En fin, no pretendemos agotar aquí y ahora la cuestión, porque no queremos tampoco agotar a los lectores, ya bastante pacientes por cierto para abordar este texto.


Tan sólo agregaremos para ilustrar un poco el aspecto “europeo” del aporte más despreciado en los análisis intencionados, una cita que caracteriza a la raza española conquistadora, y que procede del libro El imperio jesuítico de Leopoldo Lugones, que se trató inicialmente de un informe técnico acerca de las recientemente sacadas a la luz ruinas de la Misiones, elaborado entre 1903 y 1904, tras una fatigosa expedición cuyo fotógrafo fue Horacio Quiroga.



En la foto, Horacio Quiroga es el primero de la izquierda, y Lugones el tercero de pie, también desde la izquierda.


Quiero referirme a la impregnación morisca, que habían efectuado en su pueblo los ocho siglos de dominación sarracena.

Es innecesario demostrar que ningún pueblo sufre en veinte generaciones la conquista, sin resultar poco menos que mestizo del conquistador. Por resistido que éste sea, por mucho que se le aborrezca, a la larga establece relaciones inevitables con el vencido. Ellas son tanto más rápidas, cuanto es en mayor grado superior la civilización de aquél, pues une entonces al hecho consumado por la fuerza, la seducción que ejercen las artes de la paz. Tal sucedió, precisamente, con la conquista mahometana.

Sabido es que, desde la confección y ejercicio de las armas, elementos tan capitales entonces, hasta los principios de las ciencias naturales y las matemáticas introducidas por ellos en Europa, los árabes sobrepujaron decididamente al pueblo avasallado, estableciendo sobre él su dominio con tan decisiva ventaja. El feudalismo facilitó la impregnación, al celebrar los señores frecuentes alianzas con el enemigo común, para desfogar rencores o dirigir querellas de vecindad; y así como las cotas de nudos, que trenzaban con lonjas brutas los guerreros godos, cayeron ante las hojas de Damasco, la rudeza nativa cedió al contacto de la cultura superior.

Rasgos étnicos que todavía duran, con mayor abundancia donde fue más intensa la conquista y donde el ambiente es más propicio a su conservación (y de Cádiz partieron todas las expediciones navales, agregamos nosotros), sin dejar de revivir por esto en las otras regiones con intermitencias suficientemente reveladoras; el idioma, es decir lo último que ceden los pueblos conquistados, como lo demuestran polacos y albaneses, invadido de tal modo, que ni la reacción implícita en la adopción del dialecto aragonés y castellano como lengua nacional, ni la transformación latina de los humanistas, pudieron abolir desinencias, prefijos característicos, y hasta elementos genuinamente nacionales como las expresiones interjectivas, pues nuestro deprecatorio Ojalá es textualmente el “In xa Alá” (¡si Dios quiere!) de los sarracenos. La misma nobleza terciada de sangre judía, según lo propalaba un libelo contemporáneo, el Tizón de la nobleza de Castilla, atribuido al arzobispo Fonseca, que aun exagerado, por algo lo diría, así le hubiera inducido, como se pretende, un resentimiento nobiliario: todos éstos son elementos bastantes para demostrar la impregnación.

La independencia fue un desprendimiento lógico del tronco semita, el eterno fenómeno de la mayoría de edad que se produce en todos los pueblos, mucho más que un conflicto de razas.

…las guerras de independencia nunca son un arranque de aventureros; y en aquel choque, colaboró decididamente el mismo elemento semita, el árabe español, que daba contra su raza por amor a su tierra natal. Tres siglos bastaron para producir el mismo fenómeno en América: ¡cuánto más no alcanzarían ocho en la Península, y mezclándose el factor religioso para precipitar la separación!

El movimiento patriótico es, pues, bien explicable, sin necesidad de recurrir a la guerra de razas, para dilucidar cómo España consiguió su independencia del árabe, siendo sustancialmente arábiga; pero sin profundizar mayormente la tesis, puede sostenerse con verdad que los dos pueblos en su largo contacto (la guerra lo es también, hasta en términos específicos) se impregnaron mutuamente, engendrando un tipo que, sin ser del todo semita, no era tampoco el ario puro de los demás países de Europa.

Como es natural, los rasgos comunes de los antecesores se robustecieron al sumarse, caracterizando fuertemente al nuevo tipo. El proselitismo religioso-militar, que había suscitado en el Occidente las Cruzadas y en el Oriente la inmensa expansión islámica; el espíritu imprevisor y la altanera ociosidad característicos del aventurero; la inclinación bélica que sintetizaba todas las virtudes en el pundonor caballeresco, formaban ese legado. Rasgos semitas más peculiares, fueron el fatalismo, la tendencia fantaseadora que suscitó las novelas caballerescas, parientas tan cercanas de la Mil y Una Noches, y el patriotismo, que es más bien un puro odio al extranjero, tan característico de España entonces como ahora.

Creo oportuno recordar a propósito, que el semitismo español no era puramente arábigo. Los judíos tenían en él buena parte, y sus tendencias se manifestaron dominadoras en algunas peculiaridades, como esa del patriotismo feroz.

Ellos y los árabes, resistieron cuanto les fue posible al destierro, prueba evidente de que se hallaron harto bien en la Península. Vencidos, perseguidos, humillados, sin esperanza de riqueza material siquiera, sólo la atracción de la raza puede explicar su constancia. Consideraban su patria a España, lo soportaban todo por vivir en ella –no digamos años, sino siglos después de la derrota-, sin la más lejana idea de reconquista ya, dejando rastros de esta invencible afección en toda la literatura contemporánea.

Los moros nunca abandonaron sus costumbres del todo, no digamos ya en las Alpujarras donde disfrutaban de una autonomía casi completa, sino en el resto de la Península y bajo su forzada corteza de cristianos; igual sucedía con los hebreos, continuando esto, profundamente, la impregnación que la guerra había abolido en la superficie.

Además España, militarizada en absoluto por aquella secular guerra de independencia, se encontró detenida en su progreso social; y este estado semibárbaro, que luego trataré detalladamente, unido al predominio del espíritu arábigo-medioeval antes mencionado, le dio una capacidad extraordinaria para cualquier empresa, en la que el ímpetu ciego, que es decir, esencialmente militar, fuera condición de la victoria.


Estatuilla de Pedro I de Castilla (que consiguió durante su reinado el vasallaje de Viscaya) en actitud orante.

"Varón colocado en lo alto, ¡sea su Dios con él y lo ensalce! Ha hallado gracia y misericordia a los ojos de la magna águila de enormes alas, hombres de guerra y campeador, el gran monarca nuestro señor y nuestro dueño El Rey Don Pedro" (inscripción laudatoria a R. Samuel Ha-Levy, en hebreo, en la sinagoga de Levy, Toledo, inaugurada en el mes del Tisri, acabadas las fiestas del Seder del año 5117, es decir, en 1357, bajo dominación cristiana).

5 comentarios:

Destouches dijo...

Un artículo brillante. El racismo no ha sido ciertamente una inclinación española y, más bien, parece inspirar subrepticiamente a muchos de sus detractores. Puede consultarse con provecho también la obra "Viva el Rei" del colombiano Corsi Otálora, en la que se da cuenta de las penurias sufridas por los desposeídos de América (negros, indios y mestizos) en el proceso de independencia dirigido en muchos casos por la oligarquía blanca criolla. Por lo tanto, no sorprende que la mayoría haya abrazado la causa española. Por lo demás, el reciente indigenismo -de cuño netamente anglosajón- tiene una innegable veta crematística. Es decir, se funda no sólo en la ignorancia sino también en el interés.

Occam dijo...

Destouches:

Acerca de la guerra civil desatada en América, conocida genéricamente como guerra de independencia, también es valiosa la mención que a la composición abrumadoramente criolla de las tropas realistas hace la Enciclopedia Montaner i Simón (Barcelona, 1887), que algún día transcribiré. Tampoco es menor el hecho del fusilamiento de Liniers, temorosa la revolución de que su ejemplo tuviera adhesión en el interior. Y después aún, el apercibimiento que el Triunvirato hace a Belgrano en 1812, conminándolo a continuar con la "mascarada" de la lealtad a Fernando VII. Es claro que estando en guerra con los realistas, esa mascarada no estaba dirigida a España sino a la mismísima población rioplatense.

Un cordial saludo.

Destouches dijo...

Ratificando lo expresado, anoto la réplica dada por Carlos IV a la plutocracia venezolana de Caracas que protestaba contra la postura antiesclavista de la Corona (según consta en la citada obra de Corsi):

"Y yo, el Rei, no teniendo tiempo ni paciencia para oir los dimes diretes de los vecinos de Caracas sobre condición social de mis vasallas Rosa y Dominga Bejarano, decreto sean tenidas por blancas aunque sean negras".

Destouches dijo...

Completo con una cita del general Joaquín Posada Gutiérrez, muy cercano al Libertador Simón Bolívar (aunque los negros americanos tendrían varios motivos para dudar de ese apelativo):

"He dicho poblaciones hostiles, porque es preciso se sepa que la Independencia fue impopular en la generalidad de los habitantes; que las clases elevadas fueron las que hicieron la revolución; que los ejércitos españoles se companían de 4/5 partes de hijos del país; que los indios en general fueron tenaces defensores del gobierno del Reino, como que presentían que como tributarios eran más felices que lo que serían como ciudadanos de la República".

En Argentina, Rosas también fue un restaurador en lo que concierne a las antiguas relaciones (es decir, vigentes durante el período hispánico) con los negros y los indios civilizados. De ahí el incondicional apoyo y amistad que le proporcionaron esos grupos.

Occam dijo...

Destouches: Buenísimo aporte. Tengo que leer ese libro, y creo que la cuestión amerita un artículo completo, ya que la actual situación tanto de Argentina como de Venezuela (y otras repúblicas latinoamericanas, por cierto) vuelve a poner en tela de juicio los "logros bicentenarios" de nuestra organización derivada de las necesidades de una oligarquía que estructuralmente prosigue, aunque haya cambiado en su composición (encima, parece que para peor).

Un cordial saludo.