lunes, 7 de febrero de 2011

Horizontes y paisajes




He encontrado un pasaje que quiero compartir con los lectores, pues expresa el pensamiento nominalista que defiende este blog. Resulta por lo demás complementario con la concepción historiográfica tantas veces enarbolada en este espacio, y por tanto la refuerza y actualiza. Como es difícil encontrar el libro, me permitiré transcribirlo.

Autor: José Ortega y Gasset

Libro: Las Atlántidas, Ed. Sudamericana, 3ra. edición, Buenos Aires, julio de 1951, págs. 22-25.

Texto: El horizonte histórico.

«La vida es siempre ecuménica, universal. Cada gesto que hacemos, cada movimiento de nuestra persona, va hacia el universo, y nace ya conformado por la idea que de él tengamos. El poderoso impulso con que el buitre enjaulado hace su magnífico despliegue de alas no corresponde a la angostura de su prisión, sino que nace inspirado por la idea vulturina del mundo –una idea amplísima, vasta, de enormes espacios libres. Hecho a volar sobre continentes, no sabe reprimir su ímpetu, y las fuertes plumas remeras se le despeinan una y otra vez, heridas por los barrotes confinantes. Siempre acontece así: en la formación de nuestras ideas más elementales, de nuestras acciones, empresas, usos, ha intervenido como un factor primario la fisonomía que al universo atribuíamos. El equilibrio casi imperturbable que caracteriza a la historia egipcia y que da forma a sus instituciones, creencias, costumbres, es incomprensible si no se advierte que el horizonte del pueblo egipcio era muy reducido, y de configuración tal, que pudo prácticamente creerse solo en el mundo. Se debiera haber observado que la profunda inquietud de las instituciones sucede siempre a épocas muy viajeras: la ampliación del círculo vital, el hallazgo de otros pueblos fuertes, distintos del propio, obran como un fermento en la sociedad que hasta entonces había permanecido encerrada dentro de sí misma. Como dice el adagio alemán, “cuando se hace un largo viaje, se trae algo que contar”. El retorno de los cruzados suscita en la Europa del siglo XIII una transformación tan honda, que acaso sea la mayor de toda su historia. La convivencia de los feudales emigrantes con los pueblos de Oriente quiebra la ingenuidad del horizonte medieval, perfora en él inquietadoras brechas hacia un trasmundo exótico, y deja para siempre instalado en las razas germanolatinas un fecundo desequilibrio. Los judíos son, dondequiera, un ingrediente de desasosiego –a mi juicio, benéfico-, porque han rodado mucho por el planeta, se sienten más cosmopolitas que ningún otro pueblo, y la circunferencia de su horizonte no coincide nunca con la del país donde se hospedan, siempre más reducida. Cuando dos hombres entran en relación, perciben al punto, más o menos claramente, la diferencia o igualdad de sus radios cósmicos. La distinción que suele hacerse entre el “espíritu provinciano” y el “espíritu de capitalidad” se reduce a una cuestión de dimensiones horizontales.



La vida es, esencialmente, un diálogo con el contorno; lo es en sus funciones fisiológicas más sencillas, como en sus funciones psíquicas más sublimes. Vivir es convivir, y el otro que con nosotros convive es el mundo en derredor. No entendemos, pues, un acto vital, cualquiera que él sea, si no lo ponemos en conexión con el contorno hacia el cual se dirige, en función del cual ha nacido. Si creyésemos que los buitres han nacido para vivir en jaulas, su gesto de hercúleos voladores nos parecería superlativo, frenético, absurdo. Y es que, naturalmente, para entender un diálogo hay que interpretar en reciprocidad los dos monólogos que lo componen. El ala del buitre responde al libre espacio de los cielos como la pinza de la hormiga a la cintura del grano cereal. A toda hora cometemos injusticias con nuestros prójimos juzgando mal sus actos, por olvidar que acaso se dirigen a elementos de su contorno que no existen en el nuestro. Cada ser posee su paisaje propio, en relación con el cual se comporta. Ese paisaje coincide unas veces más, otras menos, con el nuestro. La suposición de que existe un medio vital único, donde se hallan inmersos todos los sujetos vivientes, es caprichosa e infecunda. En cambio, la nueva biología reconoce que para estudiar al animal es preciso reconstituir antes su paisaje, definir qué elementos del mundo existen vitalmente para él; en suma, hacer el inventario de los objetos que percibe. Cada especie tiene su escenario natural, dentro del cual cada individuo, o grupo de individuos, se recorta un escenario más reducido. Así el paisaje humano es el resultado de una selección entre las infinitas realidades del universo, y comprende sólo una pequeña parte de éstas. Pero ningún hombre ha vivido íntegro el paisaje de la especie. Cada pueblo, cada época, operan nuevas selecciones en el repertorio general de objetos “humanos”, y dentro de cada época y cada pueblo el individuo ejecuta una última disminución. Sería preciso yuxtaponer lo que cada uno de nosotros ve del mundo a lo que ven, han visto y verán los demás individuos para obtener el escenario total de nuestra especie. Por esto decía genialmente Goethe que “sólo todos los hombres viven lo humano”.

Evitemos, pues, suplantar con “nuestro mundo” el de los demás.»



***

«Por supuesto, toda concepción antiigualitaria del mundo es fundamentalmente nominalista; afirma como postulado que las diferencias entre las cosas, entre los seres vivos, entre los hombres, no son sumables, y que sólo por pura convención puede extraerse un concepto universal, una categoría general, de una serie de observaciones particulares. Para el nominalismo no hay "existencia en sí": toda existencia es particular, e incluso el Ser es indisociable de un ser o estar ahí (el Dasein heideggeriano). No hay un hombre en general, una "humanidad"; sólo existen hombres particulares. Como tampoco el concepto de perro muerde, ni la noción de árbol florece nunca.» [A. de Benoist, Fundamentos nominalistas de una actividad ante la vida, Nouvelle École, junio de 1979].


11 comentarios:

goolian dijo...

Occam, me encantó el texto de Ortega y Gasset. Sería bueno que Sudamericana lo reedite.
Con respecto a la dualidad nominalismo/ universalismo es un tema por lo menos delicado.
Si entendemos el nominalismo como el hecho de que cada individuo humano percibe su propia "fracción" de la realidad y con ese paisaje, como dice Ortega, construye su ser y por ende su accionar, no puedo más que coincidir. Para un ferviente fenomenológico como yo, es una aseveración a la que sólo le faltaría decir que las "porciones de torta" que recorta cada uno para armar el wallpaper de su existencia son siempre distintas.
Pero por otro lado existen algunos universales. Aún a riesgo de padecer una sobredosis kantiana, los valores éticos o morales, existen o deberían existir de forma universal.
Aunque a veces creo que la moral es un función del tiempo y el espacio; devotos cristianos en el siglo XVII no veían nada malo en la esclavitud.
También está el tema de los "qualia", hay una universalidad de las percepciones subjetivas o es una trampa de nuestra conciencia ?
Existe la "rojez" del rojo o sólo son convenciones arbitrarias para coincidir en un rango del espectro electromagnético ?
Bajando a términos políticos, lo universal en términos de derechos y obligaciones debiera poder comprender la máxima cantidad de individualidades posibles.
Pero me temo es una utopìa.

RELATO DEL PRESENTE dijo...

Hace unos años atrás, en un entretiempo laboral, un compañero de trabajo, nos contaba un par de problemas que tenía con sus hijos. Uno era un atorrante y el otro era un tipo muy aplicado. Y sin embargo, el aplicado se quejaba de que al atorrante le daba demasiado, a lo que el padre respondía "mis hijos son todos iguales, todos reciben lo mismo".

En eso, otro compañero nuestro, muy entrado en años, comenta "grave error. La igualdad de los hijos pasa por darle a cada uno lo que se merece".

Siempre me quedó picando esa idea, la cual, me parece aplicable a cualquier escenario.

No somos todos iguales. No somos todos lo mismo.

Abrazo grande.

María dijo...

Muy bueno Occam.

De seguro que lo mío es algo contradictorio.
Es bien interesante esa idea de que los Universales son una especie de consecuencia de la abstracción individual de la mente, es decir, los nombres como conceptos que sólo existen en la mente humana.

Ahora bien – y conforme a la referencia de Goolian sobre la ética formal kantiana-: ¿Una norma moral no debería ser universal y valer para todos los hombres en todas las circunstancias?, ¿No se hace necesaria la condición de universalidad –en aspectos cómo la moral- para erradicar algunas contrariedades contemporáneas?. Simplemente porque sospecho que el “hombre” necesita de algunas estructuras que le brinden cierta entidad.

BTW, imposible no me hagas pensar con tus entradas.

Abrazo grande.

Mensajero dijo...

Occam,
Blogger me jugó una mala pasada y perdí un esmerado comentario.
Decía que el camino del individuo no es para cualquiera.
Más reposado sigue siendo concebir universales.
Y me preguntaba si la muerte, el universal más acabado, no es también una interpretación derivada de nuestra circunstancia.
Nos gusta referirnos a la implosión de una supernova como "la muerte de una estrella".
Pero siguen siendo, también, estados de la materia, o cualquier otra cosa.
Habrá poesías ocultas en recónditos parajes del espaciotiempo que celebren lo amorfo y desprecien los destellos de una humanidad, los cúmulos circunstanciales de la materia, así como nosotros despreciamos el cáncer y todo azar que se interponga con nuestras ilusiones.

Occam dijo...

Goolian: Muy inteligente su comentario. Usted situó acabadamente el meollo del problema (para la Modernidad, claro está; el mundo traidicional no lo tenía ni lo temía). Pero básicamente todo se resume en la intuición de Dostoievsky: "Si Dios no existe, entonces todo está permitido".
Los universales provienen de una premisa apriorística absoluta: que todo concepto que nos es posible imaginar o nombrar proviene de una realidad objetiva, que a su vez corresponde con un "orden natural", reflejo de un proyecto divino inteligente, aprehensible también por la razón, que es parte de ese proyecto y que, teóricamente, se encuentra igualmente presente en todos los hombres.
Un orden aprehensible por la razón, remite necesariamente a un creador, a un "master of puppets", de la misma forma que una mecánica remite a un mecánico (Benoist, cit.).
"A medida que vamos desarrollando nuestros conocimientos acerca de los distintos pueblos de la tierra, comprobamos una relatividad general, tanto en el terreno de la costumbre como en el de la moral, los fundamentos del derecho, los cánones estéticos, las actitudes ante lo sagrado, las concepciones de la divinidad, etc. No hay un hombre en sí, sino tan sólo culturas con sus características y leyes propias. Aquí es donde viene a articularse una concepción positiva de la tolerancia, que no es una permisividad insustancial, sino simplemente el reconocimiento y el deseo de ver perpetuarse la diversidad del mundo" (ibíd.).
Pero ello no implica, por supuesto, sostener un hipersubjetivismo y un relativismo a ultranza. Sino de reencauzar el asunto de los valores desde el Dasein. El hombre viene al mundo ante todo como heredero. El hombre vive hic et nunc, no tiene libertad para provenir de otra parte distinta de la que proviene. El hombre debe desentañar, en este marasmo confuso del fin de los tiempos, en esta Babel de los valores, genealógicamente (como propuso Nietzsche) su propio código cultural de valores, y asimismo, debe ser creador de su propio estilo, debe hacerse a sí mismo, salir de la maleabilidad insustancial y construir sus "redes de hábitos" (Arnold Gehlen), debe volver a ser el "señor de las formas" (Jünger).
La libertad, el máximo valor proclamado por la modernidad, se conquista en torno al imperio interior, que está basado fuertemente sobre un valor hoy día descartado como ingenuo e incomprensible: el del honor, que no es otra cosa que la fidelidad a la norma que uno se ha dado, a la imagen que uno se hace de sí mismo. Sólo siendo siervo y señor de uno mismo se puede ser libre.

Mi cordial saludo, y gracias por su comentario.

Occam dijo...

Relato: Usted ha sintetizado la posición maternalista, esencialmente igualitaria, frente a la posición paternalista, de carácter meritocrático. La coexistencia de ambas en distintas épocas y en distintos pueblos, y hasta a veces en el mismo pueblo, en oscilaciones, idas y vueltas, como pasó en la Grecia de los pelasgos y los jonios, o también en el cristianismo, evidencia claramente lo impugnables que son los universales.

Un cordial saludo.

Occam dijo...

María Soledad: Creo que he contestado gran parte de su pregunta en el comentario a Goolian.
Por supuesto, no considero que toda moral deba ser universal, pero, saliendo del terreno del deseo, estamos seguros de que hay tantas morales como niveles de humanidad posibles, lo que implica un número muy alto, sin dudas. Prefiero, en lugar de la moral, los principios, que se da cada hombre que decide ser señor de sí mismo. Y en tal sentido, creo en la hermandad de todos los hombres que han logrado ese dominio. Con hombres así, seguramente desaparecerían en el mundo las contradicciones que nacen del universalismo, en su propia esencia totalitaria.

Mi cordial saludo.

Occam dijo...

Mensajero: Con su admirable poder de síntesis, usted lo ha dicho todo. El camino planteado al individuo es el más aciago e incómodo. Si todo individuo es capaz de nacer, sólo algunos son capaces de crearse, como postulaba el Meister Eckhart (Selbstschöpfung: "autocreación"): "Fui causa de mí mismo, pues quise ser yo y no fui ninguna otra cosa. Fui lo que quise, y lo que quise, eso fui". El camino por el cual uno se da un alma. Cada uno debe hallar en sí mismo las causas de sí, y los medios para superarse. Nunca estar satisfecho de uno mismo. Querer cambiarse antes de querer cambiar el mundo. Estar más dispuesto a aceptar el mundo tal cual es que a aceptarme como soy.
Evidentemente, considerar que el alma no es un don otorgado indistintamente por un orden superior a todos los humanos, sino una creación honesta, tesonera y difícil de cada uno para cada uno, en función de su autoconocimiento, su victoria interior y el sacrificio, es establecer una justa y fecunda desigualdad para la que los modernos no están preparados.
Algún día hablaré de la muerte, pero efectivamente su concepción dista de ser universal tanto o aun más que la de la vida. Sí han tenido las culturas tradicionales, claramente, el concepto al que usted alude de la reconducción de la energía una vez implosionada la supernova.

Mi más cordial saludo.

Occam dijo...

Agregaré, para mejorar lo dicho, otro pasaje del libro de Ortega y Gasset (p. 10), evidentemente impugnador del racionalismo y del utilitarismo, que son dos hijos del universalismo:

"A la altura en que nos hallamos en el conocimiento del hombre y de la historia no se puede mantener la vana creencia de que las actividades racionales son lo más hondo en nosotros. Por el contrario, todo acto que ejecutamos en virtud de alguna razón es, por lo mismo, superficial, si se compara su mecánica, relativamente simple, con las insondables complicaciones que encierra nuestro organismo. Cuando razonamos, nos parecemos mucho los unos a los otros, lo cual revela que en el razonamiento no intervienen las porciones más profundas e intrincadas de nuestra personalidad. En cambio, lo que aparentemente es caprichoso viene engendrado por las fuerzas más íntimas de nuestra vital economía. El acto de abrir una puerta, que es un acto útil, no se puede ejecutar más que de una manera o, a lo sumo, con ligerísimas variantes; empero, el gesto inútil con que acompañamos la elocución es diferente en cada individuo, y expresa, por lo mismo, con suma delicadeza, su radical peculiaridad".

María dijo...

Entiendo Occam y, en parte, coincido. Mi inquietud sobre la condición de universalidad en algunos aspectos como la moral (entendida en términos formales, no así de contenido) se relaciona justamente con lo que decís sobre el hipersubjetivismo y el relativismo a ultranza.

Recuerdo haber leído hace algunos años atrás un texto de Charles Taylor (La ética de la autenticidad) donde se analizaban ciertos malestares en la modernidad. Uno de ellos era el “relativismo blando”. Relativismo blando como una forma de “individualismo de la autorrealización” que se desliza hacia formas egocéntricas que tienden a recrudecer la elección y realización centradas en el Yo sin tener en cuenta las exigencias externas. Si mi memoria no me falla, aquí entraba una crítica al propio Nietzsche. O mejor dicho, a algunos posmodernos. Taylor veía un crudo antropocentrismo en el desafío Nietzscheano de algunos posmodernos; destrucción del Yo y luego su reconstrucción mediante la apreciación de la sensibilidad, la valoración del instinto y del sujeto artísticamente creador. Esa reconstrucción y posterior exaltación de ese “Yo” conducían- según el- a ciertas formas egocéntricas, narcisistas e individualistas.

Lo paradójico del asunto es que no niego la genialidad Nietzscheana y su propuesta de la superación del hombre. Ese hombre que- frente a la muerte de dios- debe tomar sus atributos y tornarse “absoluto”, siendo que el “ser como todos” es una falsedad. No obstante, mi inquietud radica en la estimulación de ese individualismo que puede estar más cerca de una eventual desintegración que del puente hacia superhombre.

Sepa disculpar mis dudas e incoherencias. Soy una Kantiana desilusionada.

Un gran abrazo.

Occam dijo...

María Soledad:

Efectivamente, ante la evidencia relativista, se dan dos corrientes: la primera, hoy predominante, consiste en recusar toda norma que no tenga carácter absoluto, es decir, en definitivas toda norma, y adoptar un criticismo a ultranza, que no puede tener otro carácter que el de implosivo social. Entonces se cae en el hipersubjetivismo: cualquier cosa vale tanto como otra, nada vale nada.

Otra actitud puede partir de la misma percepción pero conducir al resultado inverso. Partiendo de que toda norma es de carácter "convencional", es decir, no otra cosa que algo creado por el hombre, generar las condiciones en que podrán aparecer nuevas normas. No se trata de crear normas a pesar de que ellas son meras convenciones, sino de crearlas con tanta mayor fuerza precisamente porque son el resultado del esfuerzo humano, y no algo recibido pasivamente de alguna divinidad, deducido de algún "orden natural" o producto de alguna "necesidad histórica".

Más allá del individualismo, se trata del desafío de asumir una cierta subjetividad colectiva con la fuerza suficiente de la certeza propia de las sociedades sanas y jóvenes, seguras de sí mismas.

Por ello, decía, el asunto se proyecta en un doble orden: en el orden del Ser (el dominio y creación de uno mismo) y en el orden del Ser-ahí (la comprensión profunda de la herencia y el ambiente propios, el restablecimiento de los lazos comunitarios en una perspectiva histórica, la actividad fundacional genuinamente creadora, que parte sobre bases consistentes y aspira a la superación a través de la propia identidad).

Muchas gracias por su comentario.