viernes, 15 de abril de 2011

Alguien alguna vez en alguna parte



Complemento del post anterior.

Alguien me ha sugerido la necesidad de complementar y profundizar la línea esbozada en el post anterior. Vamos a ver si esta vez tenemos suerte. Juega de nuestra parte la inminencia del fin de semana, que permite un mayor detenimiento en la lectura. Y nos obliga sobre todo la proximidad, a dos semanas y monedas, del Día del Trabajo. Mucho se dirá al respecto, mucho se moverá con diversos propósitos con ocasión de esa fecha. Ésta es nuestra perturbadora contribución.




Hoy estuve de excursión laboral por una localidad del segundo cordón del Conurbano. Parece mentira cómo todos los centros de esas localidades se parecen tanto, con la calle comercial, angosta y saturada de vehículos circulando a paso de hombre y de vehículos estacionados paragolpe con paragolpe contra ambas aceras. Esas veredas cubiertas por un movimiento constante de hormigas, entorpecido por las columnas de los toldos y por algunos puestos ambulantes montados sobre caballetes, ofreciendo relojes Rolez y anteojos Raiband. Sobre el cielo se recortan, como un mosaico de Mondrian, los carteles que contienen pomposas marcas, franquicias de cadenas de electrodomésticos o marcas ignotas –seguramente, locales- pero con apariencia, tanto fonética como estilística, con pomposas marcas. De esos centros comerciales de frenética actividad las estaciones ferroviarias siempre están cerca. Antes de meterse en el pasaje subterráneo que pasa la vía para el otro lado, una inmensa batea con cientos de títulos en DVD, la música al mango de un extraño aunque se ve que difundido reguetón-cumbia-hip-hop, unos muñecos inflables espantosamente chillones y algo deformados de Backyardigans y héroes de dibujito japoneses. Al lado del vendedor, hablando un poco a los gritos por el estruendo musical, un policía presencia la oferta de productos truchos, y ambos hombres se acompañan para sobrellevar la monotonía de la rutina.

Cada lugar y cada momento se combinan de formas diversas para componer un cuadro que cambia con las horas y con las personas. Hay paisajes de tango, hay paisajes de blues, hay paisajes de bolero, hay paisajes de milonga surera… En este lugar y a la mañana, acercándonos al mediodía, el paisaje era de reguetón-cumbia-hip-hop, con teclados electrónicas y voces distorsionadas hacia los agudos, con otras distorsiones provenientes de parlantes saturados… bien podría ser un paisaje de música de calesita.

En fin, no voy a detenerme en una descripción que supongo bien conocida por la leal concurrencia. Simplemente apuntaré un detalle que, en un paisaje ya conocido, y ciertamente invariable en la variación de colores y de modas, una suerte de coral que siempre es el mismo y siempre es diferente, ha llamado mi atención. No porque no pueda explicarlo, sino más bien por lo contrario. No porque en sí mismo genere sorpresa, sino porque genera desasosiego. En medio de esa calle comercial tan típica, está situada una sucursal del Banco Nación, también más o menos típica. Lo que llama la atención es la cola escalofriantemente multitudinaria que sale de la entidad bancaria y se prolonga, ocupando todo el ancho de la vereda, 50 metros hacia la esquina, y luego cien metros más dando la vuelta por la calle lateral, hasta perderse por la otra esquina. Una cola que es la misma en su densidad y longitud a las 11 de la mañana, a las 12 del mediodía, a la 1 de la tarde… Una cola que es la misma, y sin embargo, siempre es diferente, como el río heraclíteo, porque la clientela se renueva, y el ritmo de atención evidencia incluso alguna celeridad. En esa cola conviven transitoriamente algunas personas mayores, otras ancianas (que son empero el grupo etario minoritario), mucha gente de mediana edad, muchos jóvenes. Los jóvenes, todos con gorrita blanca y pantalones de gimnasia abuchonados, charlan animadamente con las jóvenes, de pantalón de jean ajustado, cinturón de tachas y chaleco o campera corta, estilo “inflado”, de color blanco también. Si uno no supiera de qué se trata, y viniera evolucionando por las terrazas y las nubes en una máquina del tiempo hasta aterrizar en el medio de la calle comercial, diría que se trata de las “blancas palomitas” de Jacinta Pichimahuida, aggiornadas al siglo XXI. Muchas madres, pocos chicos, lo que resulta razonable después de todo, ya que la espera nunca es grata, ni siquiera para entrar al cine. También algunos cuantos señores de treinta-cuarenta y pico. Los hay incluso de saco y corbata, de trajes algo vetustos y mucho más baqueteados, con preponderancia de los tonos marrones. Y de las camisas amarillas. Seguramente gestores…

Es 15 de abril, o sea, la mitad exacta del mes. Para alguien cuya única relación con el Estado es la impositiva, es decir, que pone pero no accede a ningún beneficio de esas arcas, la fecha resulta un día como cualquier otro. Viernes, encima. Tentación de rajarse temprano y comenzar el fin de semana medio día antes, como hacen los europeos. Sin embargo, oculta un significado especial para un conglomerado importantísimo de personas en esa y en tantísimas otras localidades del conurbano. Alguien no lo sabe, pero cae de maduro, es fácil de inferir hasta para un distraído. Alguien invirtió dos horas y media de su mañana para llegarse hasta allí e invertirá otras dos horas y media de su tarde para volverse, luego de haber acometido algunas diligencias impuestas por su trabajo. Ciertamente, para alguien el programa no resultaba grato, ni siquiera cuando se comprometió, una semana atrás (pensando que el haber demorado 7 días la travesía era algo parecido a haber eludido el compromiso… una ilusión tan frecuente y leve como la vida misma). Sobre todo porque alguien, al perderse 5 horas in transitu, se perdía también 5 horas de trabajo. Y, créanme, alguien está lejos de ser un workoholic (al menos, en estos días).

Pero esas 5 horas de trabajo efectivo aportarían sustentabilidad al fin de semana de alguien, como para otros (como alguien ahora comprobaba) esa sustentabilidad la aporta exactamente la actitud contraria: la de perderse las horas de la mañana, y tal vez algunas horas de la tarde, en una cola que reportará a esos otros los mismos beneficios que las horas de trabajo efectivo hubiera aportado a alguien.

En fin, parece complicado, pero es bien sencillo. Lo que a alguien le despierta curiosidad, por su anticuada formación familiar, y hasta educativa, es que ese modelo funcione (y ahora comienza a entenderse el post anterior, espero). Que perder el tiempo funcione, reporte alguna utilidad. Y repito –y también remito al post anterior- que cuando hablo de perder el tiempo no hablo del ocio, al que yo atribuyo innumerables y valiosísimas cualidades. Hablo del no-ocio, y del no-trabajo. De ese limbo de negatividad y de negación que se compone tan sólo de perder el tiempo; o sea, del derroche absurdo del bien más preciado que se le otorga a una criatura mortal al nacer. El único bien auténticamente escaso, irrecuperable, que se pierde desde que se recibe, y que uno debe administrar con sapiencia y responsabilidad, si quiere, simplemente, que la aventura de vivir (esa aventura tan prestigiada por la sensiblería pero tan despreciada por la moderna cosmovisión), al final, haya valido la pena.

Para que perder el tiempo depare alguna utilidad (¡quién no habrá soñado desde chico con que le pagarían por hacer una cola en el banco! La utopía se ha cumplido, y ya sabemos quién va a beneficiarse de su propaganda), alguien debe pagar la fiesta. Es decir, sabemos que la paga el Estado, que lo hace mayormente desde los recursos que la ANSeS “administra” para los jubilados de hoy y de mañana. Pero también sabemos que el Estado no produce nada, salvo déficits y gastos. Y cuando se pone a producir, mejor agarrarse la cabeza, como en el caso del Correo, que pierde centenares de millones de pesos al año mientras la escasa correspondencia que sigue circulando por sus carriles llega siempre abierta y depredada (un poco más de socialismo real para nostálgicos). O como en el caso de Aerolíneas, que le sale a cada argentino que eventualmente usa su servicio alguna vez en toda su vida al menos un millar de pesos al año.

No voy a caer en la perorata del contribuyente, aunque mucha justicia tendría que enfoque la cuestión desde ese lado, sobre todo, no porque el contribuyente pague mucho, sino porque paga siempre de más. No sólo paga fortunas por todo lo que consume, por la aplicación de los impuestos indirectos de naturaleza regresiva (por si no se entiende: anti-redistributivos… no se deje engañar, señora), antipolítica que se beneficia de la inflación. Sino porque paga educación que luego debe procurarse en establecimientos privados porque los públicos están en las más patéticas condiciones de abandono (antes espiritual y académico que edilicio).

Y paga salud que luego debe recobrar a través de sistemas de medicina prepaga, también privados. Y paga transporte público, al que no sólo no puede subirse, sino que justifica que adicionalmente le apliquen “medidas disuasorias” a la movilidad privada, restándole espacio para la circulación, aumentándole los impuestos al combustible, los costos de estacionamiento, las patentes, los seguros.

Y paga deporte que luego tiene que ver con pésima calidad de dirección y precarias coberturas, con patéticos relatores y peores comentaristas baja-línea política, mientras lo saturan con martilleante propaganda estalinista del estilo de 1984 (al libro de Orwell, me refiero), debiendo a cambio privarse de ir a la cancha y llevar a sus pibes como hacía su viejo con él mismo y que fuera la experiencia que evoca cada vez que desempolva del último cajón la camiseta que ya no puede ponerse, si es que valora mínimamente su integridad física. Y de tal forma, no yendo ya a la cancha, y cortando también la cuota social por un espectáculo que ya no disfruta, tampoco contribuye con las arcas del club, que debe depender cada vez más del trajinar mendicante en los pasillos de la política.

Y paga seguridad de la que mejor ni hablar, mientras blinda puertas, enreja ventanas, pone alarmas, paga una garita de vigilancia en la cuadra, cambia el auto por algún cascajo modelo noventa y pico para no llamar la atención…

No voy entonces a caer en la tentación de hablar del contribuyente medio, que es el argentino medio, el que yuga todos los días y se lamenta cuando pierde 5 horas de trabajo que son 5 horas de efectivo, pero se lamenta más cuando los precios dispersos de los supermercados crean una sensación realmente apremiante en su billetera.

Voy a hablar más macro, desde un horizonte sistémico. De dónde viene la plata, el excedente que permite sostener a tanta gente perdiendo el tiempo.

Todos sabemos que proviene, principalmente, de los commodities que produce la Argentina y cuyo precio ha crecido impetuoso por demandas internacionales de alimento. Esas demandas internacionales demandan materias primas. Ni se nos ocurra elaborar algo más que aceite, porque de ello se encargan las industrias de los países compradores, y si no nos gusta, comprarán a Brasil, o a EE.UU. También ha crecido la producción, es evidente. Cuando un producto vale mucho, se lo producirá hasta en las macetas. Ese producto, de cultivo latifundista por su propia naturaleza, demanda el trabajo de una sola persona para atender varios miles de hectáreas (a diferencia de la carne, que ya no deja tanto, y por eso se ha achicado la cabaña, pero que emplea a muchas familias por campo). Y la mayor parte de los millones de hectáreas puestos a producir ese monocultivo está concentrada en pocas manos, mientras los productores menores también siembran del oro verde, para ver si pueden pelecharla.

Pero aun más concentrado está el mercado de la intermediación, el bendito “sector exportador”, que es el verdadero fijador de precios internos. Hablamos de media docena de gigantes, todos de extranjera titularidad.

A ese complejo (y a otros menos importantes, pero con funcionamientos idénticos) el Estado le aplica impuestos, a los que no les dice impuestos, pero ése es otro cantar… Como la base imponible está expresada en moneda extranjera, esos ingresos del Estado son en moneda fuerte, lo que le permite al Estado emitir ingentes cantidades de circulante para el mercado interno, que a su vez deprecian el valor real de la moneda local, con lo que diluyen los beneficios sociales que ostentosamente otorga como generosas dádivas humanitarias. Y así se van pedaleando las degenerativas condiciones de viabilidad a futuro. Alguien lo pagará mañana.

En ningún momento, entre tanto bicicletear, el Estado detuvo su pedaleo para levantar la cabeza y planificar mínimamente los próximos 3 ó 4 kilómetros de viaje. Como si se tratara de un emirato emplazado sobre un gigantesco mar de petróleo.

Si a eso le sumamos el deterioro progresivo de la clase media (en inquietante y acelerado proceso de proletarización, al punto de que hoy la mayoría de los analistas coincide en que “clase media” es antes bien un autoconcepto psicológico-cultural de pertenencia, que una entidad o un estrato socioeconómico), parecería que, efectivamente, se está aplicando a nuestro país, un modelo.

Un modelo en el que el Estado distribuye sobre una masa humana cuantitativa y cualitativamente cada vez más dependiente, aquellos excedentes devenidos de actividades híperconcentradas en las manos de un puñado de poderosos, que exige para la prosecución de sus actividades en el país de una regulación laxa (si es posible, incluso inexistente), de la prescindencia de mano de obra y de un mediano control social, que asegure que esas actividades no son perturbadas. Desde esa dimensión es más fácil atisbar el descalabro medular, la amenaza profunda y estructural, que produjo al modelo el conflicto nacional y social de 2008, y que lo llevó a mesurar los embates que, igualmente, se siguen produciendo con menor tenor, mayor dispersión y planos de actividad menos sensibles.

Todavía ese modelo no ha podido encontrar una forma de concentrar y simplificar la matriz del transporte de cargas. Y ello explica el peso y capacidad obstructiva que conserva esa actividad, la única que tiene todavía entidad de actor sociopolítico trascendente.        

11 comentarios:

aquiles m. dijo...

Mi estimado:
Lo suyo es demasiado meduloso como para un comentario puntual, pero lo voy a hacer.
Me inquieta lo de la proletarización de las clases medias.
Es preocupante.
El submundo de lo "trucho" es un estigma en toda la América India.
Como un pacto secreto para aceptar una infame pobreza, y el crecimiento chino, vía OMC.
Y el pobrerío que se las rebusque, como cuadre.
Me parece que ayer leí de una manifestación de comerciantes de la calle Florida por la invasión de "manteros", que mueven millones de pesos, con el cuento de la "subsistencia".
Son inmensas organizaciones de mafiosos que proveen de baratijas (con algún que otro artesano), preponderantemente a bolivianos y peruanos...
No vaya uno a exagerar...y termina con el cartel de "xenófobo"!!!
Es sorprendente la "ormertá"!!!
El inmenso Palacio de Gobierno mexicano está totalmente rodeado de vendedores de baratijas chinas...
Todos los gobiernos hacen silencio, no vaya ser que los chinos nos emboquen como con el aceite de soja, y no se pueda mantener ni a los pobres.
Conclusión:
En el horizonte de todo argentino, asoma amenazante la del destino de "mantero"...
Usted tiene la desagradable costumbre de ir hasta el hueso...
Abrazos afectuosos!

Chofer fantasma dijo...

Don William:
Temo que esta pregunta me arroje al limbo de los ingenuos.
¿Supo porqué hacen esa gigantesca cola los vecinos que Ud. describe?. Me refiero a que trámite están haciendo: si cobrando algún subsidio, y en ese caso cuál sería. O bien cualquier otra cosa.

Occam dijo...

Chofer: De eso se trata precisamente todo lo que venimos escribiendo. De la clase inactiva-dependiente generada por un sistema que en su propia lógica de desenvolvimiento concentrado, complementado con alto control social, amplifica y multiplica la cantidad de subsidiados. Los nombres de esos subsidios pueden ser muy variados, pero está claro y nadie puede discutirlo (no estamos en un terreno polémico al respecto) que la cantidad de subsidiados ha crecido exponencialmente desde 2002 a la fecha. Ha crecido aun acompañando el crecimiento económico. Y esa es la cuestión. En un modelo económico clásico, el crecimiento económico supone mayor empleo, y por ende menor asistencia estatal. En la Argentina, el crecimiento económico mantuvo invariable la tasa de empleo (a la que crapulosamente se disfraza con argucias tales como: considerar que no es desempleado aquél que no busca trabajo; considerar como empleado aquél que trabaja en cualquier cosa una o dos horas por semana; considerar como empleado a todo aquél que cobra planes sociales, etc.), mientras que crecieron brutalmente los planes sociales. Quiere decir que el crecimiento económico no beneficia al trabajo sino al capital. O sea, evidencia la concentración económica señalada. Contrariamente a lo que pueda suponerse de buena fe, al Estado-dador del modelo, esa situación de clientelización progresiva y general de la población le conviene, porque profundiza las dependencias feudales hacia quienes controlan los recursos del Estado. Le conviene tratar con unos cuantos grandes magnates que se quedan con toda la torta, apropiarse de ellos una renta a través de impuestos y distribuir esa renta entre los millones siempre crecientes de desheredados que componen la nueva "ciudadanía". Ese es el neo-socialismo con capitalismo concentrado a que nos referimos. El ciudadano pierde el derecho al trabajo, luego a la propiedad, y luego por ende también a la libertad.
Se trata de un nuevo modelo mundial de gestión planetaria, aplicado en diversos grados y escalas a las distintas sociedades. El caso más claro, si vamos a clasificaciones académicas del fenómeno, evidentemente es China, que ni siquiera se preocupó por fingir una "liberación" a través de la salida del comunismo. No era necesaria a esas alturas. Ya el planeta estaba preparado para una nueva matriz política a la que la brutalidad subyacente del modelo chino no agrede en su susceptibilidad. A ello se refiere Aquiles.

Un cordial saludo.

Occam dijo...

Amigo Aquiles: Muy incisivo su comentario. Justamente China resulta ser el arquetipo de este modelo híbrido que amalgama las "ventajas" de los dos sistemas que se disputaban la hegemonía en la guerra fría, y que ostensiblemente decidieron pautar una salida negociada que benefició a un nutrido y compacto grupo de plutócratas. No es casual que en los países de la ex URSS y satélites, el dominio económico y político persiste en personeros y testaferros de la nomenklatura, ex KGBs, etc. Con China, por una cuestión cronológica, con el nuevo "modelo" ya instalado y consolidado, no fue siquiera necesaria la "fermosa cobertura" de la liberación del pueblo. Bastó con que los príncipes que controlan las empresas estatales salieran a comportarse como capitalistas al mundo, y que se creara una clase social consumidora de 30 a 50 millones, de costumbres urbanas y occidentalizadas, para cubrir los requerimientos del sector servicios: comercio, consultorías, gastronomía, banking... Pero 800 a 900 millones de personas viven allí en condiciones de esclavitud en el sector industrial (el que fabrica las baratijas que se venden luego en los mercados persas de Latinoamérica) y en condiciones neolíticas en el sector campesino.
El tema es que en cada evolución de la modernidad, el individuo va perdiendo autonomía, verdadera libertad. Al desposeerlo del trabajo libre (que correspondió en la antigüedad al propietario rural y al artesanado) y luego del acceso a la propiedad, ya las porciones de libertad quedaban seriamente acotadas. Ahora se lo desposee hasta del trabajo dependiente, y se lo transforma en un cliente sin trabajo. En China se lo hace trabajar todavía, porque allí se ríen de los DDHH (que parece que no penetran ciertas murallas). Aquí, ni esclavos se necesitan. Los hombres simplemente sobran, y la premisa es mantenerlos descerebrados, aletargados y en condiciones de creciente dependencia.

Un abrazo, y gracias por pasar, leer y comentar.

Chofer fantasma dijo...

Le preguntaba porque las colas nos ponen en escena otro pecado social: la desorganización.

No sólo estamos repartiendo subsidios como si fuera justo y necesario, encima lo hacemos mal.

Con lo fácil y limpio que sería repartir subsidios en tarjetas de debito!

Probablemente a el que hace la cola, a quien lo ve hacerla y hasta al empleado bancario que lo paga se les refuerza la idea de que el estado argentino no sirve ni para organizar un partido de truco.

Eso es, por lo menos, un tiro en el pie para el gobierno.

Saludos

Occam dijo...

Chofer: No creo que, a esta altura, y con estos volúmenes, vaya a evitarse una cola, sino a cambiarse la cola del cajero humano por la del cajero automático. Salvo, que se pongan cajeros automáticos en los suburbios, próximos a las zonas en que más beneficiarios viven, y en gran cantidad. Por otra parte, como decía en el post anterior, parte del asunto es mantener a la gente ocupada, que no trabajando, como también allí dijimos.

Otro cordial saludo.

Anónimo dijo...

Ocam: Para no hablar solo del conurbano, un mes atras mas o menos, estuve en Cordoba capital, y desde el Banco Nacion que esta en la plaza principal, en diagonal a la Catedral, salía una tremenda cola de planes sociales, que se extendia muchas cuadras, ocupando una vereda de la calle bancaria que nace allí.
Mientras no hay manos para la cosecha de aceitunas en La Rioja.
Sin exagerar, estimo que más o menos el 50% de la clase economicamente activa esta comprendida en estos subsidios, y por tanto, está estatalizada, como usted señala. Paralelamente, uno ve que Cuba trata de salir de su situación de atraso y estrechez liberando un millón de personas que ahora son empleados del estado en un plan cuatrienal (hasta 2015). Sin embargo, las actividades que libera son las relacionadas con el sector terciario: comercio y servicios. Y cuando hablamos de "comercio", nos referimos a puestos de comida ambulante que empiezan a competir con los restoranes del estado cubano. Y cuando hablamos de "servicios" hablamos de zapateros remendones y taxistas. Lo que permite pensar que la liberación de la mano de obra en Cuba será proporcional y conceptualmente similar a la experiencia de China, lo que refuerza el concepto. Las economías dirigidas van hacia un esquema liberando una pequeña proporción de gente para atender los sectores comercio y servicios. Y las economías occidentales, al contrario, "desmercantilizan" crecientes cantidades de personas, que pasan a depender de sistemas de subsidios estatales, sin contraprestación. Mareas de gente "socializadas" pero liberadas de la condena biblica del trabajo.
Lo cierto es que hay un modelo -yo coincido con usted en eso- y es de corte global. Aparece cuando, luego de la globalización, los poderosos del mundo se dan cuenta que el sistema no puede contener el crecimiento demografico y el fenomeno inmigratorio. Entonces otorgan a los estados, ya vaciados de mision politica, el papel de gestores de la pobreza. Por eso es que "el modelo" aplicado en la Argentina lejos está de ser rebelde y/o revolucionario. Siquiera minimamente contestatario. Es absolutamente funcional al plan que otros pergeñaron para Latinoamérica. Y lo mismo puede decirse de Venezuela, el gran leguaraz, que sin embargo sostiene todo un plan totalizador asistencial con el petroleo de explotacion y comercializacion concentradas.
Muy bueno su articulo, Ocam.
Sdos.

Manuel P.

Mensajero dijo...

Dado que este gobierno se considera de izquierda, resulta pertinente remitirme a Gordon Childe, arqueólogo marxista, y a su libro "Los orígenes de la civilización", para recordar que la economía se ha venido diversificando a partir de los excedentes de producción que conquistó la humanidad con cada una de sus revoluciones tecnólogicas, permitiendo el nacimiento de nuevas ocupaciones; y a propósito de sus dos últimos artículos exclamar:
¡Cuánto excedente somos capaces de producir para sostener semejante realidad!

Occam dijo...

Mensajero: ¡Exacto! Una deducción de suficiente evidencia como para sorprendernos aún más de la soberbia de estas peregrinas planificaciones. Lo mismo cabe decir de la irracionalidad e inviabilidad del consumismo, pero sin embargo, con el precipicio por certeza, aceleramos.

Un cordial saludo.

Marquitos dijo...

muchas gracias por estos interesantes articulos, pero leyendolos enseguida me vino una pregunta a la mente:

si bien entendi, y dicho superficialmente, el modelo socialista con concentracion de capital consiste en arrglar con cuatro o cinco que la junten con pala, para despues sacarles una parte on impuestos y repartirla entre los muertos de hambre.

supongo que en el medio existira entonces una clase intermedia, que vendria a ser la gente que es la que labura para generar la guita de los magnates.

pero en esa clase entran los que les pagan una miseria para hacer las chucherias para que consum el pobrerio? estos ultimos me parecen los pelotudos en esta historia y me pregunto por cuanto tiempo se sostiene un sistema semejante. la logica me dice en algun momento se deberian avivar todos, o por lo menos la mayoria... o donde pierdo el hilo?

curiosamente aca en europa vengo escuchando ideas parecidas a las que acabas de exponer, aunque aca lo utilizan mas como una solucion al problema del pueblo que labura al pedo, o mejor dicho, que laburan sin tener necesidad, ya que podrian vivir sin problemas de la caja de desempleo. suena algo asi como una nueva elite de gente que labura porque quiere y recibe privilegios (que todavia no me entere cuales serian) a cambio de subsidiar a la gilada que no tiene ganas de mover el orto.

Occam dijo...

Marquitos: Usted ha entendido bien el asunto. La tendencia, con la exigencia de más producción por la espiral de consumo, a mayor velocidad y menor costo, conduce inevitablemente en dos sentidos: el de la mano de obra esclava explotada en el Asia oriental y el de la automatización-maquinización.
Lo importante es que la mayor parte de la gente que (todavía) hoy trabaja, dejará de hacerlo en los años que vienen, o sus trabajos se verán reducidos en magnitud y en utilidad. A cambio, serán remunerados por el sistema para que sigan consumiendo. Pasarán a depender de los Estados, que a su vez dependerán de los grupos económicos súperconcentrados.
La única clase intermedia que se concibe ya no tiene que ver con la producción material, ni industrial ni agropecuaria, sino con las actividades en el sector terciario que sean funcionales al consumo. Léase, el comercio (aunque también va aceleradamente camino a la automatización: en Holanda, por ejemplo, ya no hay cajeras en los supermercados, sino que el cliente pasa la mercadería por una máquina escáner y paga pasando la tarjeta de crédito por una ranura), la logística (mientras los clarcks y las apiladoras necesiten operarios), el transporte (mientras sean necesarios camioneros o ferroviarios), y los productores de bienes intelectuales: asesores de márketing, financieros, impositivos, etc. También, por supuesto, los programadores y mantenedores de las máquinas; y la creciente burocracia para atender el crecientemente complicado sistema de prestaciones sociales, que en definitiva, ya es y seguirá siendo clientela del Estado.

Un cordial saludo, y gracias por su comentario, a la par que disculpas por la demora en contestar.