martes, 9 de diciembre de 2008

La herencia y el ambiente


Desde siempre nos enseñaron que había dos posiciones extremas (obviando el creacionismo bíblico) para explicar las adaptaciones evolutivas de las especies. La primera de ellas, cronológicamente hablando, es la lamarckiana (de Jean-Baptiste Lamarck), que postula dos tesis concurrentes: una sostiene la tendencia irrefrenable de la Naturaleza hacia una complejidad cada vez mayor; la otra, la adaptación progresiva de cada especie a su medio, a través de variaciones que se transmiten genéticamente.

La segunda de las teorías de la evolución, y hasta ahora tomada al pie de la letra y considerada pilar de la ciencia, es la darwiniana, que sostiene la evolución por selección natural. Es decir, dentro de una especie hay determinado número de individuos con determinadas mutaciones, que se develan exitosas una vez que esa especie es sometida a condiciones críticas de sobrevida. Por ejemplo, aquellos homínidos que hace algo más de cinco millones de años tenían cierta mutación (deformación) en sus caderas y en el ángulo de sus fémures hacia adentro que, al permitir juntar las rodillas, posibilitaban a la vez al espécimen el caminar erguido. Sometida toda la especie a condiciones excepcionales, a saber: la detracción de las selvas por efecto de un calentamiento global, que obligó a cierto número de primates a enfrentarse a la vida en la expansiva sabana, con pastos altos y mucho terreno que recorrer para encontrar alimento. Pues bien, aquéllos que podían caminar en dos patas podían atisbar a los depredadores (felinos) por encima de los pastos, y a su vez, podían recorrer mayores distancias por tierra. De tal forma, aquéllos que en la selva estaban en condiciones desventajosas, y probablemente hubieran fallecido antes, además de no resultar fácilmente elegidos por las hembras para dejar progenie, resultaron ante el cambio radical de condiciones de hábitat, los más exitosos, los más aptos, y proyectaron esta “adaptación anticipada” a toda la especie.

La versión darwiniana de la evolución, pues, no considera la existencia de adaptaciones al ambiente subsecuentes al cambio de condiciones, sino que toda adaptación (mutación) ya se encuentra presente en el individuo que luego se demostrará más apto y sobrevivirá.

De modo tal que, de no producirse las condiciones excepcionales que someten a la especie al embrollo crucial de la supervivencia, las mutaciones de los individuos permanecen por lo menos ocultas, si no son directamente factores que les juegan en contra en la competencia reproductiva. Eso por lo menos es lo que se pregona desde los círculos académicos, al punto de sostenerse que el ingreso de la especie humana en la cultura inhibe que prospere cualquier mutación evolutiva, y por tanto, se puede considerar a nuestra especie como última y físicamente estancada (sólo se producen cambios orgánicos ambientales genéticamente inviables, es decir, no hereditarios, por mejora de la alimentación, los antibióticos, etc.). Para ejemplo, podemos mencionar que tres de nuestros órganos considerados vestigiales (ya sabemos que el apéndice no lo es), la uña del dedo más chico del pie, el extremo inferior de la columna vertebral (el resabio del rabo) y las muelas de juicio, están en esa situación de aparente prescindencia por lo menos desde que el homo sapiens sapiens apareció en el mundo, hace unos 120.000 años según los hallazgos más recientes.

En fin, de todo esto podemos colegir que el darwinismo, contrariamente a la creencia general, que supone que es basamento de los mitos suprematistas raciales de las primeras cuatro décadas del siglo XX, ha sido en cambio decidido sustento ideológico de las doctrinas igualitaristas e individualistas en extremo. En efecto, una especie última, en estadio de estancamiento permanente, no puede evolucionar sino a través de la mejora de las condiciones ambientales, externas, y no lo hará incorporando nuevas armas al acervo genético, sino en beneficio de una sola generación de individuos. La misión de esos individuos será entonces la de asegurar la prosperidad del medio social para que su descendencia goce de las mismas favorables condiciones y alcance por ende el mismo grado de desarrollo. De tal forma, el hombre termina por desligarse enteramente de cualquier vínculo con la Naturaleza. Emancipación que es enajenación a la vez. Subjetivación a través de la apropiación del medio natural al servicio del hombre.

Un hombre solamente condicionado por el medio social, entonces, es un individuo absolutamente genérico y maleable, como una pieza de plastilina. Cualquier ser humano en cualquier tiempo y lugar desarrollará las mismas facultades y aficiones de acuerdo con esos condicionantes y beneficios del medio social y la cultura. Ésa resultaba hasta hace muy poco una verdad dogmática de carácter casi inobjetable (a riesgo de la airada censura y el ostracismo) en todas las usinas de opinión global.

Asimismo, la sociedad había venido a ocupar, hasta en lo fenomenológico, el lugar de la Naturaleza. Así, por ejemplo para el anarcoliberalismo, las migraciones masivas, el desarraigo de pueblos milenarios enteros, en procura de mejores condiciones socioeconómicas (occidentalmente hablando, claro) de subsistencia, respondían a leyes “sociales inmutables” (apréciese la contradictio in termini), según las cuales los migrantes, como guiados por una mano invisible, encaraban una gran marcha transhumante en busca de mejores pastos. Y las sociedades receptoras también debían aceptar estos movimientos, desde que, también naturalmente, habían generado excedentes no debidamente aprovechados, que por elemental solidaridad, debían ser compartidos con los recién llegados. De modo tal que el mundo se transformaba en una inmensa globósfera universalmente compartida, en la cual destacaban oasis de confort y bienestar en los cuales se acumularan los especímenes humanos, y zonas abandonadas, por socialmente desérticas o socialmente inhabitables, es decir, carentes de expectativas de progreso material en el corto plazo o abrumadas por los consabidos flagelos de la droga, la exclusión, la delincuencia, las enfermedades infecciosas, etc.

El primer golpe a esas premisas individualistas fue atestado por Konrad Lorenz (Consideraciones sobre la conducta animal y humana) al demostrar las tendencias naturalmente altruistas presentes en todas las especies. En efecto, si la supervivencia se convierte en un imperativo individual y egoísta, siempre hay no obstante una porción de individuos, no menor del 10%, dispuesta a sacrificarse por el éxito de la especie. Y no siempre los individuos que se sacrifican resultan ser los menos aptos, sino muchas veces todo lo contrario: los más aventajados físicamente son los encargados de la defensa colectiva y la expansión, a costa de su propia vida.

Sin embargo, esa constatación no amilanó a los sostenedores de posiciones cada vez más endebles, y por lo tanto, crecientemente custodiadas, y por ello, el 26 de junio de 2003 el presidente estadounidense Bill Clinton y el primer ministro británico Tony Blair anunciaron el éxito del Proyecto Genoma Humano, cuando en realidad la ciencia se enfrentaba a una más grande incertidumbre que antes del hallazgo. De eso, nada se habló, y por el contrario, se sostuvo que ese avance serviría para curar enfermedades autoinmunes, y los más agoreros avivaron los temores de la planificación genética anticipada, vislumbrados por Aldous Huxley en A Brave New World y por su adaptación cinematográfica libre, Gattaca.

Lo cierto es que para el inicio del Proyecto, en 1990, los investigadores esperaban encontrar en la conformación del hombre más de 100.000 genes. Cinco años después se conformaban con 60.000; poco después con 50.000, para finalmente cerrar el gran libro de la vida con entre 20.000 y 25.000 genes. ¡Mucho menos que, por ejemplo, gran cantidad de plantas! ¿Cómo podía ser que el último ser en aparecer en la Tierra, el compendio de toda la sabiduría de la Naturaleza, el más complejo de todos, fuera genéticamente tan simple?

Los pasos dados en consecuencia por la ciencia, y sus hallazgos más recientes, arrojan increíbles resultados. En efecto, se ha comprobado que ciertos genes tienen memoria, que saben si pertenecen a la madre o al padre. En ciertas alteraciones cromosómicas, la deficiencia en determinado par corresponde a diferentes enfermedades según si esos cromosomas sobrantes (trisomía), faltantes (monosomía) o incompletos (deleción) fueron o no fueron aportados por el progenitor masculino o el femenino. Concretamente, esa constatación se hace especialmente patente ante las siguientes aberraciones (así las llaman) cromosómicas:

- Síndrome de Prader-Willi (deleción del brazo largo del cromosoma 15q).

- Síndrome de Angelman (deleción del brazo largo del cromosoma 15q).

Como puede apreciarse, genéticamente el síndrome es el mismo. Sin embargo, la diferencia está dada tan sólo porque en el primer caso dicha deleción es aportada por el padre, y en el segundo, por la madre, si bien los resultados son harto disímiles. Lo interesante es que esas deficiencias cromosómicas se producen, mayormente, en el momento de la primera o segunda división del huevo, cuando ya toda la información genética de ambos padres está sumada. Sin embargo, cada cromosoma parece conservar la memoria de su procedencia.

Un segundo avance se produjo cuando se estableció que no todos los genes de la cadena están “encendidos” en cada individuo, sino que algunos se encuentran “apagados”. Ante lo incipiente de las investigaciones sobre la materia, se atribuye al azar parte de esa conformación particular, que en verdad, aumenta el peso relativo del imprintig (que hasta dicho hallazgo, estaba compuesto por el 0,1% de la carga génica, es decir, que en un 99,9% todos los seres humanos eran iguales).

Ahora bien, lo más trascendente de este segundo avance, resulta ser que, hasta donde se ha podido determinar, todos los condicionantes que deciden que determinados genes estén “encendidos” o “apagados” son de carácter ambiental.

Esta circunstancia resulta por lo demás digna del mayor asombro, pues involucra un cambio copernicano en el paradigma de la herencia. En efecto, si bien la carga genética resulta ser sustancialmente predecible y acotada a una gama más o menos modesta de variables, la conformación funcional final de la cadena es absolutamente compleja, puesto que depende de la forma en que éstos se encuentran transmitidos. Así, los progenitores que tienen determinado gen “apagado” lo transmitirán “apagado” a su descendencia. Y lo más asombroso: ocurre que es el ambiente el que determina que, durante la vida de los individuos, determinados genes se “enciendan” y otros se “apaguen”. En términos sencillos, podemos afirmar que se produce una adaptación intergenética de madre a hijo para evitar que la cabeza de éste se encaje durante el parto. Así, una madre con una deficiente conformación de sus caderas por faltante de nutrientes en alguna etapa previa de su vida, transmite genéticamente a su progenie el “mandato” de reducir en el estado fetal el tamaño de su cabeza.

Si bien por ahora los avances publicados se resumen a la transmisión genética de determinadas respuestas físicas a situaciones traumáticas (estrés, hambre, etc.), no puede descartarse de ninguna manera la transmisión genética también de las situaciones favorables. Hasta ahora, la ciencia ha podido remontarse en las comprobaciones hasta 3 ó 4 generaciones de ancestros.

Pero toda esta nueva óptica abre un panorama absolutamente nuevo respecto de las sorprendentemente exitosas adaptaciones al medio producidas por casi todas las culturas y pueblos tradicionales en cada lugar del planeta, y por qué no, respecto de los períodos de esplendor y decadencia de cada grupo humano. Se me ocurre pensar, por ejemplo, en esos adagios tan difundidos, como aquél que dice que el hombre de procedencia africana “lleva el ritmo en la sangre”, que el inglés “es guerrero por naturaleza”, etc. ¿Hasta qué punto vivirá en cada uno de nosotros “toda la línea de los ancestros”, como invocaban los viquingos? Difícil saberlo. En gran medida, el decurso de la vida del individuo se revela descubrimiento de sí mismo y de la madera que lo conforma. Los antiguos enfatizaban ese camino, en un autoexamen permanente.

Lo cierto es que la ciencia, lenta pero persistentemente, se va acercando con sus comprobaciones a la vieja sabiduría, que daba todo esto por descontado, y demuestra que, por más que determinados sistemas o concepciones cartesianas individualistas lo necesiten para sobrevivir y prevalecer en el mundo de las ideologías, los hombres no somos ni robots programables arbitrariamente ni informes maniquíes sin pasado y sin destino.

[Recomiendo, para profundizar en el tema, el programa televisivo El fantasma en tus genes (próxima emisión: Sábado 13 de diciembre, 19 hs.), en el Canal Encuentro. Sinopsis: “¿Que pasaría si nuestras características hereditarias no fuesen un simple producto de nuestro código genético? ¿Qué sucedería si la vida que tuvieron nuestros padres y abuelos nos afectara genéticamente? Hace unos 200 años, Jean-Baptiste Lamarck teorizó sobre estas ideas, pero el descubrimiento del ADN las desacreditó. Los científicos aceptaron que el cambio en los genes se produce al azar y accidentalmente, seleccionado por el ambiente y no afectado por él. Pero ahora un grupo de expertos se atreven a confrontar esta ortodoxia, hecho que permite que las ideas de Lamarck cobren vigencia nuevamente. ¿Podría ser que nuestro legado a las próximas generaciones sea más grande de lo que imaginamos?”].

22 comentarios:

Unknown dijo...

¡Que bueno que volvió Occam!
y con semejante artículo.
a lo mejor en la Naturaleza simple, sintético es más efectivo que sobrecargado.
Pero usted toca un tema muy querido por mí.
Y es la existencia de "algo" de mis ancestros cada vez que escucho una gaita , o una pandereitada. O hay que salir a defender al que no puede, o pelearse con el primo, razón ésta última, tipica de los pueblos celtas, pues sabemos que el peor enemigo es el primo, por eso nos ganaron los romanos.
Besos

Occam dijo...

Cerriwden: Muchísimas gracias por este recibimiento. La verdad, estuve atareadísimo, como suele ocurrir siempre a fin de año, pero también estuve mayormente sin internet, que volvía de a ratitos, y no daba ganas de nada, porque al tercer click ya se cortaba de vuelta, y todo el esfuerzo era inútil. No digo que ahora ande bárbaro (de hecho, acabo de reiniciar el servidor), pero acá estamos.
Y has dado en el clavo acerca de cuál era el asunto que perseguía este post. No somos seres desarraigados flotando sin tiempo y sin espacio. Somos el compendio y el resultado de todos nuestros ancestros que forjaron nuestro presente. Hay mucha manera de insultarlos. La peor de todas es ignorarlos u olvidarlos, y no solamente me refiero a las personas concretas, sino a toda la maravillosa creación de sus culturas vivas.
Y hablando de los romanos, justamente ellos mantenían encendida una llama, en una lámpara de aceite día y noche en el hogar, en señal de que los ancestros estaban con ellos siempre.
Besos.

OliverX dijo...

Excelente post mi estimado.
Estoy con prisa, a horas de un final. El título fue apasionante, no pude dejarlo pasar.
Más tarde, o quizás mañana, me explayo un poco más.
Cordiales saludos!

Occam dijo...

OliverX: Muchas gracias por pasar, mucha más merde para el final, y lo espero nuevamente.
Mis cordiales saludos.

Mensajero dijo...

Occam
Otro post suyo que despierta mi interés por estudiar temas ajenos a mi cotidianeidad.
Allá voy a leer un poco a los autores que menciona, y tomo nota del programa que recomienda....
Se lo extrañaba por aquí.
Una asociación borgiana citando de memoria: "si el cuerpo asimila carne bestial de ovejas ¿por qué no podría asimilar estados mentales?".
Otra asociación siguiendo el razonamiento del post y a modo de divertimento: me pregunto a propósito de que "el único heredero es el pueblo"; ¿será que el peronismo es hereditario?

piscuiza dijo...

Se ve que la pausa le sirvió para tomar aliento. El tema de su post es tan apasionante como controversial.
Si bien muchos de los avances científicos se hacen en beneficio de la humanidad y bla bla bla, a mi los resultados me parecen más bien bestiales.
En muchas ocasiones termino pensando que la naturaleza es sabia y que no debiéramos erigirnos en semidioses tratando de decidir sobre el curso de la vida.
Saludos

Occam dijo...

Mensajero: Muchas gracias por su comentario. Aquí estamos de vuelta, y espero que por un tiempito podremos mantener la constancia. Muy buena la frase de Borges que usted rescata. Somos lo que comemos... Hay que ver hasta qué punto esto es cierto. Me refiero a que cada reflexión individual se torna más fuerte y sus implicancias más perturbadoras cuando la dimensión de cada cosa se multiplica en el decurso de generaciones que coherentemente han construido un modo de vida.
Sobre el tema de si el peronismo es hereditario... puede ser. No es tan prolongada su vigencia como para establecerlo. Es más probable, desde ese punto de vista, la tenaz vigencia del mitrismo, o del radicalismo; aun la del comunismo. Lo que sí constituye un desafío es afirmar, desde esa óptica, la solidez de naciones tan jóvenes como la nuestra (pocos casos hay tan drásticos como el argentino, que cuantitativamente casi no tiene descendientes provenientes de una línea existente en 1810; ni siquiera en la mayor parte de nuestros "pueblos originarios", que cruzaron desde Chile).
Mi más cordial saludo.

Occam dijo...

Piscuiza: Muchas gracias por estar y hacer el aguante, pese al (¿forzado?) parate. Creo que lo que usted plantea es muy válido, aunque ya es algo tarde. Yo no reniego, empero, del espíritu prometeico de la ciencia. Lo que detesto son las manipulaciones y los falseamientos, por eso me pone optimista ver que, pese a todo, la neutralidad aún pugna por asomarse.
En fin, la observación que ha comenzado a fructificar -aunque todavía incipiente- permite retomar la línea de las generaciones con responsabilidad y con amor, a los ancestros y a los por venir, y terminar un poco con esta fragmentación alienante del hombre universal, egoísta y transitorio. Tal vez por aquí, antes que por otro lado, esté la llave de la inmortalidad.
Mi más cordial saludo.

Destouches dijo...

Occam:

Brillante post. Me pregunto si no puede hallarse una relación entre el motivo de este post y otro anterior suyo que hablaba sobre las distintas concepciones del tiempo y el mito del eterno retorno. En efecto, la idea de la transmisibilidad genética no sólo de caracteres, sino también de los actos -o de sus efectos- de los antepasados pone en entredicho la concepción de la irreversibilidad y novedad de la historia, propia de las teorías progresistas y lineales de la historia. Que todo acto del presente está destinado a repetirse indefinidamente en el futuro y se halla fuertemente determinado por los actos pasados. Es decir, que incluso la historia del hombre, el ámbito de la libertad, de lo nuevo e irrepetible según las vertientes iluministas y hegelianas, tiene aún (y siempre) mucho de Naturaleza, y por lo tanto de repetición cíclica y reversibilidad. Con lo que volvemos a los presocráticos. En manos del hombre moderno, esencialmente histórico y libre, se trata de una idea perturbadora, que carece de las notas tranquilizadoras que tuvo el mito del eterno retorno en sus orígenes, como repetición de los arquetipos y condigna huida de la presión de la historia. Sin embargo, quizá tenga todavía -como sospechó Nietzsche- una inusitada fuerza legislativa y permita recuperar para el hombre el peso de la responsabilidad en sus acciones (pues le permitiría recordar la función humana de regenerar y participar en la creación), algo firme entre tanto tembladeral.

PS: le hago llegar el saludo de los bloggeros reunidos el viernes, que me pidieron le transmita.

aquiles m. dijo...

Ya te lo he dicho, querido Occam, mi paso por tu blog es para buscar energía.
Lo estaba extrañando.
Me ha bajoneado mucho esta vez.
Nada me conduce hacia una pista cierta sobre el homo kirchneriensis.
Hablas de juntar las rodillas, caminar erguido, cambio radical.
Todo muy preocupante...
Ni en el Libro gordo de Petete hallo cómo tranquilizar a mis ansias sobre el cómo averiguar el origen de esta extraña especie que produce asolación por la pampa yerma...
Sus extrañas características, mezcla de anfibio y amago de bípedo, lo hace por unas veces erguirse y por otras reptar...
Las órdenes dadas por un sujeto de mirada extraviada produce estos efectos no contemplados en ningún tipo de catalogación, que cualquier científico desearía llevarse la cucarda al descularlo..
En fín..No hallo consuelo para mi ignorancia.
Tú me comprenderás. Lo sé.
Ya se me va a pasar..
Abrazos

Occam dijo...

Destouches: Nada que agregar a su comentario, que no es otra cosa que una interpretación coherente, y de eso después de todo se trata. Gracias a todos por sus saludos. Lamento no haber podido estar. El fin de año ha sido (es) abrumador.
Mis más cordiales saludos.

Occam dijo...

Estimado Aquiles: Es que tal vez estés buscando el concepto equivocado... ¿estás seguro de que el género es homo? ¿No será tal vez hyaena? En cuanto a los que se hincan, que están produciendo una involución respecto del caminar erguido, son especímenes muy frecuentes en estas pampas, y también están muy disipados por el Chaco austral, la precordillera y la meseta patagónica. Son ejemplares del infra-homo obsequaentis.
Mis más cordiales saludos.

Almafuerte dijo...

Nunca había oído acerca de los genes "apagados" y "encendidos".

Los padres además de condicionar nuestra psiquis además nos encienden y apagan genes?!? Para superar los problemas de encendido uno va a psicoterapia, pero ¿con los genes que hacemos?

Victor dijo...

Buen artículo, vuelvo mas tarde con mas tiempo y la mente despejada.

Mira este blog, es interesante: http://pablorpalenzuela.wordpress.com/

Saludos

Occam dijo...

Almafuerte: La totalidad de los genes que transmiten nuestros padres está sometida a un patrón, según el cual algunos genes están encendidos y otros apagados. Los padres transmiten ese patrón genético tal cual lo tienen ellos. Lo único que indica este descubrimiento es que el ambiente, que incide en ese patrón, puede modificarlo. Así, apreciamos, por ejemplo, que hay ciertas líneas de población que tienen mayor adaptación al alcohol que otras, de las que se dice que tienen "mala bebida", simplemente porque no están genéticamente adaptados por el decurso de siglos, milenios, conviviendo con ese hábito. Lo mismo puede decirse acerca de otras adaptaciones evolutivas, como las de grupos étnicos adaptados a vivir en el polo, etc.
No es para hacerse tanto problema. En todo caso, para mirar las cosas con mayor responsabilidad (la misma que se tiene por ejemplo en la crianza).
Saludos.

Occam dijo...

Víctor: Realmente muy interesante lo leído. Gracias por la recomendación.
Mi más cordial saludo.

Claude dijo...

Pensé —no sé si absurdamente— en esa frase de Sarmiento según la cual debajo del frac del argentino está el poncho (frase con la que no estoy de acuerdo, por supuesto, porque supone que existe algo colectivamente denominable como “argentino”, mientras yo sé que somos varias naciones aleatorias, y el “somos” que empleo es meramente geográfico, territorial).

Occam dijo...

Claude: Lo que pasa es que Sarmiento escribió en el siglo XIX, cuando la Argentina apenas si estaba orillando el millón de habitantes, y de ellos, había una enorme mayoría que tenía unos siglos de abolengo en estas tierras.
Ocurre que Argentina es un espacio (y un concepto) bastante escurridizo: en cuestión de una década o poco más, triplicó su población a través de la inmigración masiva y duplicó su territorio con la conquista del desierto. Como país joven y tan cambiante, fue difícil de predecirlo en el siglo XIX, y entiendo que aún hoy lo es.
Si José Antonio Primo de Rivera abogaba por la construcción de otra gran empresa colectiva para reedificar la hispanidad (que es un concepto da muchos siglos), ¿qué tendríamos que necesitar nosotros para ser "argentinos"?
Voluntarista al fin, supongo que alcanzaría por ahora con el "querer ser algo", para poder luego aplicar la máxima sanmartiniana: "serás lo que debas ser o no serás nada". Estimo que estamos muy cerca de la segunda opción de la disyuntiva, y por ello, sustancialmente, coincido con usted.
Mis cordiales saludos.

Monsieur Sandoz dijo...

Muy buen artículo Occam. Al leerlo recordé una frase del "Fausto" de Goethe que cita Freud en "Totem y Tabú", que dice algo así: "aquello que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo". Me parece que, tal vez, en esa línea esté planteado su comentario, ya que aquí se destaca el punto de responsabilidad sobre nuestros actos.
Y lo que resulta más interesante es que precisamente ese artículo de Freud habla sobre su idea de nacimiento de la cultura, a partir de que se devora al tótem (representación del padre).-Entiédase que simplifico un poco el concepto para no extenderme-. En fin, si después de todo somos lo que comemos...
Mis saludos

Occam dijo...

Monsieur Sandoz: Impecable su comentario. Hacia allí íbamos, percisamente, hacia la apropiación para la posesión de nuestro acervo. No hay ser tan infeliz como aquél que reniega de sus raíces, o las ignora, porque no puede elevarse al cielo en una estilizada copa, no da frutos y se seca y marchita.
Será por eso que los antiguos sacralizaban a los árboles.
Quien no ha asumido toda la línea que conforma su identidad y su presente no puede afrontar el futuro con más éxito que el que otorga la brevedad de la propia existencia. Y después los gusanos...
Por eso los romanos, de los que hablamos con tanta suficiencia y superación desde la ignorancia de los tiempos modernos, eran infinitamente superiores a nosotros.
Quizás la superioridad civilizatoria debería cotejarse en términos de tiempo y no de teléfonos celulares por habitante.
La fugacidad actual debería perturbarnos seriamente.
Mis más cordiales saludos.

Victor dijo...

Muy bueno.

Brevemente dos cosas.

El único mandato genético es la supervivencia de la especie (no necesariamente del individuo) Pero resulta que esto es una consecuencia, no una causa.

¿Que quiero decir? que generalmente invertimos el sentido de los hechos: las jirafas tienen el cuello largo porque las de cuello corto se murieron de hambre.

Espero que sume.

Saludos

Occam dijo...

Víctor: Así es, de acuerdo con la teoría de la supervivencia del más apto (la que estoy lejos de refutar, por supuesto). Lo que se agregaría, de acuerdo con las últimas investigaciones, es el componente epigenético de determinados caracteres adquiridos durante la vida de los individuos, y no previos a ellos.
Mis cordiales saludos.