miércoles, 14 de octubre de 2009

Slumdog Millonaire



Slumdog Millonaire. Gran película del implacable Danny Boyle (Trainspotting, 28 days later), con su humor corrosivo característicamente irlandés, que permite sortear con esa pizca de indolencia existencial frente a la inconmensurable magnitud paradojalmente insignificante del fenómeno de la vida, los más escabrosos y terribles escollos de la anécdota lúdica de nuestro paso por el mundo.

Y esos escollos pueden ser de imponente estatura en un país como la India, en el cual el régimen de castas ha determinado desde siempre que los chandalas (los descastados o viles, hijos de un matrimonio mixto, en el cual el padre fuera sudrâ, es decir, esclavo o siervo) sólo pudieran realizar los trabajos considerados impuros, no pudieran habitar en las ciudades, ni bañarse en los ríos, y no beber de otra agua que la de los charcos y sumideros. Un país en el cual todavía es preocupante el nivel de infanticidios de recién nacidos de sexo femenino, que pueden acarrear la ruina de las familias, por el costosísimo sistema de dotes que conlleva luego el tener que “ubicar” a la niña en un matrimonio.

En un contexto así, a nadie le correrá un escalofrío por la espalda al enterarse que la película del caso está basada en hechos reales. Ni siquiera cuando esos hechos conlleven prostitución infantil, violencia callejera, la industria del mendigaje, condiciones sanitarias inconcebibles, la provocación deliberada de una ceguera en un chico para que obtenga mayores limosnas, y todo otro tipo de sevicias y lacras sociales.

Y cuando hablo de nadie me refiero, lógicamente, a nadie por aquí, por la Argentina. ¿Quién no ha visto alguna vez a niños mendigos en el subte o en los andenes ferroviarios con alguna extremidad deformada por la temprana atadura de sogas para provocar esa invalidez, método atisbado en la famosa leyenda griega de Edipo (“tobillo”), o directamente con un miembro amputado? ¿Acaso no fue parte de la industria de los juicios contra el Estado la presentación de demandas de parte de abogados que representaban a indigentes que “se caían” del tren y perdían por ello piernas o brazos, y los millones que demandaba la reparación pecuniaria, máxime cuando la víctima era un niño con un “promisorio” y largísimo futuro por delante (léase, lucro cesante)?

¿Quién puede hacerse el zonzo ante la certeza de la prostitución infantil en torno a la Villa 21, atrás de la cancha de Huracán, en La Quemita, en las inmediaciones de Estación Buenos Aires, practicada por nenas y nenes de 10 años o menos, a cambio de $ 5 para comprar poxi o paco, y que encuentra en taxistas y camioneros a sus más fervorosos clientes?

¿Acaso puede uno escandalizarse por las pilas de basura, por las aguas servidas pestilentes, por los ríos empantanados de mugre y contaminación, cuando tiene el Riachuelo a 20 ó 40 cuadras de su casa?

¿Y queda todavía en algún porteño o habitante de las adyacencias algún atisbo de curiosidad o de sorpresa al contemplar los obsoletos trenes indios saturados de pasajeros, que viajan colgados de los pasamanos exteriores, entre los vagones, sobre el techo de las formaciones? La verdad a mí, la única sorpresa me la ocasionó la estación ferroviaria de Bombay, cuyos andenes estaban limpios, y sobre todo, sus solados impecables. Hasta un reloj antiguo muy bonito, de madera y vidrio, colgaba dando la hora puntualmente poco más alto que las cabezas de los peatones, y a nadie se le había ocurrido romperlo o robarlo.

Comparado con la estación Constitución, eso era Primer Mundo. O Segundo, a lo sumo. Y no es poco. Significa el nada despreciable detalle que puede ser el principio de una diferencia. El respeto y el orden.

Aun en una sociedad tan multitudinaria que es de difícil aprehensión mental (más de 27 veces los habitantes de la Argentina), aun partiendo desde el último de los subsuelos, con problemas gravísimos que atender, empezando precisamente por la superpoblación (y una superpoblación de pobres misérrimos), la India cuenta con esas dos armas: el respeto y el orden.

El respeto por las viejas, endebles, precarias cosas que componen el acervo público, que como en la película Made in Argentina de Juan José Jusid (refiriéndose al destartalado Peugeot 403), hay que cuidarlo “porque todavía tiene que durar unos años más”; el orden devenido de un sistema de vida tradicional que puede ser revisado, actualizado, morigerado, pero que no ha sido drásticamente puesto en crisis por el influjo foráneo de entelequias cientificistas generadoras de resentimientos, y de ficciones especulativas, y frustraciones ante la falta de concreción de los futuros dorados que esas entelequias prometen. Frustraciones que generan el peor de los desórdenes, que no es de naturaleza material sino espiritual: el descrédito generalizado en las normas, las instituciones, la autoridad, el destino común.



Así se encuentran en pomposa visita oficial, dos realidades que sólo en forma pasajera se asemejan. La de una nación pobre en ascenso y la de una nación rica en decadencia. La de una nación pobre cuyos nacionales han aprendido la humildad y el sacrificio a fuerza de privaciones y de rigores, y la de una nación rica cuyos habitantes no han aprendido nada, o es decir, han desaprendido las humildades y objetivos concretos y realistas que les trajeron sus abuelos empobrecidos por guerras, hambrunas y miserias desde Europa. Gente que valora todo lo poco que tiene, cada ápice que consigue, y gente que desprecia todo lo bastante que tiene y aspira a lo demasiado que nunca podrá tener, reclamando, invocando derechos ilusorios a un Estado que sólo ilusoriamente es rico y puede proveérselos, con altivez y urgencia, con desplazamiento de su responsabilidad individual. Con la prepotencia del servido, frente al agradecimiento del que sirve.

Slumdog Millonaire puede traducirse (libremente) como “muerto de hambre millonario”, o tal vez mejor, como “De muerto de hambre a millonario”. Es una película sobre el destino, y el destino es un factor cultural muy importante en la India. Pero también es una película sobre el aprendizaje que dan los golpes, que es quizás el aprendizaje más implacable y por tanto, más inolvidable. En cierta medida, es una película sobre la India, o puede serlo… el tiempo lo dirá.

Sobre la Argentina, en cambio, la película, hoy, es El Polaquito, de Juan Carlos Desanzo.

4 comentarios:

Almafuerte dijo...

La catarata de guarangada loca del día de ayer, los comentarios del día de hoy, todo corrobora su post.

Orden y respeto es fascismo. La bondad es fascismo. Querer vivir en paz y armonía en sociedad, y que el espacio público sea suyo es fascismo.

La frustración por el fracaso total de las políticas de los últimos 30 años se disimula así: aplaudiendo la carencia, exaltando la pobreza, reivindicando la guarangada y el barrabravismo como herramienta de lucha contra la opresión.

Si ud. escribe sin faltas de ortografía, es un fascista opresor. Si va a trabajar todos los días, si come en su mesa, si dice "gracias" y "buenos días", si manda a sus hijos a estudiar y se preocupa por vacunarlos, ojo. Sepa ud. que es un maldito bienpensante, culpable de la pobreza, de la miseria, del endeudamiento, del gatillo fácil y de la epidemia de dengue.

Mensajero dijo...

Si con "El Polaquito" ya tenemos nuestro Slumdog Millonaire, ahora falta alguien que filme nuestro "Chaiya chaiya" en el Roca:
http://www.youtube.com/watch?v=AOOlgbfFy3k

Occam dijo...

Almafuerte: Recordaba hoy día Jorge Asís en un artículo referido al fluctuante derrotero de Maradona, subtitulado "La succión compulsiva", en la parte en la que efectúa la aspectación de esa Rata de Metal, que es el Diego en la astrología china, que este es el año del Búfalo, lo que implica:

"Año serio. Orden y autoridad.
"Los desbordes de Maradona pasaron inadvertidos en el celebrado 2008. Sin embargo ya fastidiaban en el avance del 2009. Ocurre que el Búfalo pertenece a una identidad categórica más densa. Maciza, fundamentada. Seriamente aferrada al concepto del orden. De la sensatez y la autoridad, que nada tiene que ver con el rigor del autoritarismo. No se trata del ideal para transgredir.
"Si durante el año del Búfalo, por ejemplo, algún político se proyecta, a partir de proclamar, sin reparos, la necesidad del orden, de cierto concepto sólido de autoridad, es altamente probable que la sociedad lo acompañe. Aunque sea para degradarlo después. Por haberle proporcionado el orden que reclamaba, de manera siempre reprochable.
"La reflexión sirve para anticipar el análisis astrológico de la sociedad argentina".
"El Búfalo, junto al Gallo y la Serpiente, participa del Triángulo de la Ponderación. Se siente providencial. Condecorado por el sentido común. Por las fundamentaciones que demuestra.
"Es el caso de Palermo. Búfalo de Agua, de 1973. Palermo conecta perfectamente con Boca Juniors. Boca es Serpiente de Madera, de 1905.
"Del mismo modo, con Boca encaja perfectamente Bianchi, que es Búfalo de Tierra, de 1949. Sólo por desconocimiento básico en Boca pudieron haber desaprovechado a Bianchi, el Búfalo, en el año que le correspondía".

En fin, creo que está de acuerdo, desde una ciencia reñida con el racionalismo occidental, pero no por ello menos válida a los efectos, con lo que usted ha expuesto.

Mis cordiales saludos de Búfalo (en éste, nuestro año).

Occam dijo...

Mensajero: Puse a El Polaquito de ejemplo, porque además de la evidente similitud de situaciones de partida, a diferencia de la película sobre La India, la nuestra termina mal. Enfrentado a la mafia que maneja el mendigaje, pierde. No hay redención a través del sufrimiento ni un atisbo de esperanza.

Muy bueno el video que me recomendó. Típico de los largometrajes de Bollywood, que duran como 6 horas y están saturados de musicales.

Un abrazo.