jueves, 14 de octubre de 2010

"Peor es trabajar"



Escultura Canto al Trabajo (Paseo Colón e Independencia), de Rogelio Yrurtia. 14 personas arrastrando una pesada roca. Simboliza que la unión y el esfuerzo en el trabajo son capaces de superar las mayores dificultades.



A fines de los '80, principios de los '90, estaban los grasas que iban a las bailantas a escuchar las cumbias melódicas de ese entonces, y que conformaban un mundo periférico todavía muy plural. Cuando me refiero a pluralidad, hablo de la pluralidad etaria. En los galpones de un club de barrio, con una iluminación de bombitas de colores, que pronto fue dejando lugar a "efectos" un poco más jugados, como la bola de espejos, se sorteaba un Fitito '73 con la entrada y se tomaba mucha cerveza en vasos de plástico, en torno a mesas de plástico, mientras la monada mostraba su plasticidad para el baile y la franela en la pista. A esos bailongos iba toda la familia: la mamá gorda, el papá cansado, las nenas pintarrajeadas en minifaldas o pantalones blancos, y también los precoces nietitos, regalos tempranos de algunas de las nenas para que la mamá gorda renovara su vocación de mamá gorda por una generación más. A veces, si no había con quién dejarla, también se sumaba la abuela con su vestido floreado y su imponente y exánime busto... tan imponente como el de Lía Crucet, que hacía las delicias de chicos y grandes. Los chicos, evocando su reciente idílica etapa de mamíferos, los más grandes, soñando con flotar entre esas nubes de blandura sudorosa. Todo el bailongo, puliendo las baldosas negras de la cancha de básquet y de handball, reproducía una sana escena de casorio y de cumpleaños de 15, con éxitos innumerables de las 9 docenas de discos de los Wawancó y los Palmeras. Gente de trabajo, de trabajos pesados, o sucios, ingratos, de trabajos de mierda, con diversiones al alcance de su billetera, pero también al alcance de sus pretensiones, módicas y sencillas.


Entonces se empezaron a diferenciar los bailes, aunque en el interior eso llegó más tarde. Ya la vieja no acompañaba a sus hijas, y los jóvenes se congregaban en algunos clubes de barrio, mientras los viejos (los "treintones", los "cuarentones", como se les decía por entonces a los cincuentones y los sesentones) iban a otros clubes de barrio.


A fines de los '80 y principios de los '90 también estaban los chetos. Ésos iban a los boliches de calidad, que a las infaltables bolas de espejos sumaban la infalible luz negra en los lentos, los flashes que nos hacían ver a todos como en una secuencia de movimiento-cuadro-por-cuadro, las barredoras y otros artilugios giratorios parecidos a platos voladores. La pista, en un boliche bueno, siempre tenía que estar bien diferenciada del resto del piso, generalmente en desnivel, y por supuesto, se desaconsejaba que hubiera mesas, las que eran reemplazadas por sillones bajos propicios para el manoseo clandestino, cuya zona de emplazamiento se conocía como "reservados" (y que luego se propagó a la jerga cabaretera, aunque con un sentido más comercial -DRAE, XXIIª ed., 7ª acepción). Allí los chetos escuchaban la música de moda, y con intensa devoción y apasionamiento pasaban de ser fans de Depeche Mode a fans de Guns & Roses, a fans de Bob Marley, de Soda Stéreo, de Charly García, de los Redondos o de Los Pericos. Con la altísima volatilidad de las modas pasajeras, las habitaciones se transformaban en inmensas bateas de variadísimos géneros, con un solo disco por grupo, gastado durante un año a lo más, para no volverlo luego a escuchar en la puta vida, generalmente Greatest Hits o el que pegó en la radio. Los chetos se uniformaban: con la chomba Lacoste (fundamental el cocodrilo, si no, mejor que ni te pusieras una chomba), con los cardigans, con el suéter al cuello, con los zapatitos náuticos, con el jean de marca... cuando llegó el grunge, con camisa a cuadros escoceses, etc., etc. Claro, para estar al día, era muy difícil ver entre éstos a pibes laburantes. Eran todos estudiantes, hijos de papis que podían mantenerles tan exigente handicap.


A fines de los '80 y principios de los '90 también estaban los rolingas, una subcultura levemente marginal del conurbano y de los barrios de zona Sudoeste de la Capital, proveniente de gente de clase media y clase media baja, en general trabajadora, que recalaba en los lugares de rock, de Flores o de Bánfield. Por ese entonces casi todos llevaban el pelo largo, usaban camperas de jean llenas de prendedores y la inflatable tuquera colgada al cuello entre numerosos talismanes y el pañuelo grasoso. Fundamentales eran el porro y la birra, y también saber bailar rocanrol. Musicalmente eran definitivamente clásicos, reactivos a cualquier innovación y mucho más al empleo de tecnología o implementos que suplieran al clásico voz-guitarra-batería y bajo (que sólo admitía los "caños" en ocasiones). Salirse cuatro milímetros de un canon musical cuadradito y con canciones clonadas era "venderse", y en esa consideración no importaba la certeza de que los admirados Rolling Stones no eran más que una gigantesca máquina de producir dinero, sin pruritos para adaptarse a las contingencias de las modas para mantenerse en el candelero. Siendo una subcultura juvenil, sus exponentes eran trabajadores de mayor precariedad, generalmente lanzados al sector servicios (cadetes, mozos, comerciantes de almacén o de kiosco) o al sector industrial (aprendices en imprentas, en textiles, en talleres mecánicos).


A fines de los '80 y principios de los '90 también estaban los punks, los metaleros, y toda una movida más pesada y marginal, por la que sin embargo comenzaban a colarse los nuevos sonidos de la música alternativa. De lo más pesado y más marginal, destacaban los punks de cresta y los skinheads, todos del conurbano (aunque también había skinheads chetos de Belgrano, pero no ahondemos en las excepciones, porque nos distraeríamos del objeto principal), antisociales, quilomberos, destructores y agresivos, enfundados en pantalones chupines y borcegos de punta de acero, para hacer daño, para bancarse un pogo sanguinario y acercarse en medio de una maraña de empujones, trompadas y patadas al escenario para escupir bien en la jeta del cantante idolatrado. Los nombres de las bandas ya eran de por sí bastante explícitos: Rigidez Cadavérica, Conmoción Cerebral, División Autista, Meada Corrosiva, Flema, H.D.P. Y las letras también eran corrosivas, vinculadas al descontrol, al caos, y también a una pulsión de muerte o a imágenes de terror muchas veces divertidas, como puede verse en El Féretro o en Abre la Celda de Todos Tus Muertos, o en Cáncer de Flema: "Cuando ya se te va la vida / entrás en un sanatorio con ganas de morirte / sangran tu nariz y tu boca / provocan mucho asco / te dejan para la autopsia. / Cáncer, quiero, quiero cáncer / tengo, tengo cáncer / voy a morir de cáncer". Todos, unánime y enfáticamente, cantaban contra la policía, inspirados desde afuera por The Clash o por The Exploited y sus Cop Cars, o incluso por Titas y su Polícia (para quem precisa). Así Comando Suicida con Yuta, o Todos Tus Muertos con Gente que No, o los Defensa y Justicia de Varela con Ratis... y nos detendremos en esa pieza musical, porque es sugestiva para lo que exponemos: "Me levanto a la mañana, me voy a trabajar / jornada de trabajo, caos laboral / el sol calienta los cerebros y encima hay que aguantar / que vengan los ratis, a molestar. / ¡Allá vienen los ratis!".


Esa misma banda, abordando otro de los temas predilectos del palo, cual es la cultura cabaretera (como también Comando Suicida con Cabaret del Suburbio), cantaba en Fucky-Fucky: "Salimos del trabajo a las tres de la tarde / veintiocho grados de calor / tomamos cerveza en el camino / y nos vamos todos a la Isla Maciel".

Todos los grupos subculturales en que se dividía el divertimento nocturno (y también el diurno) tenían como rasgo común el de odiar a los chetos (aunque no por ello dejaban de odiarse entre ellos, ciertamente, y cuanto más afines, cuanto mayor la posibilidad de coincidir en el mismo espacio, como pasaba con punks y skinheads y trashers, eso era más marcado). La cuestión radicaba en que los chetos eran los mantenidos, los que no tenían que trabajar, como lo expresa Comando Suicida (skinheads) en Grito Proletario:

[Preámbulo relatado]
"Sonó el despertador.. ya son las 7.. afuera llueve y hace frío.. hoy no quiero ir a trabajar... pero si no voy.. no como. Mientras tanto yo sé que, mientras yo estoy entre esa lluvia y ese frío trabajando, muchos otros están en sus casas, con la mucama sirviendo el té, la hermana en la universidad con sus pensamientos psicobolches, el padre demoliberal burgués. Somos sus esclavos, nos explotan los que nunca trabajaron, los delincuentes de guante blanco, para ellos somos asesinos... somos basura... y nuestro único pecado es haber nacido pobres..."

[Canción]
"Estás todo el día, sentando en el bar
Por que sos un burgués y no trabajás

Te gastás todo el dinero que te da papá
Cerdo capitalista, qué asco que me das

"Puto mantenido Oi Oi Oi


"Miles de chicos tenemos que trabajar
Porque no somos de tu clase social

Vos sos un enfermo nene de mamá
Que estás todo el día sentado en el bar


"Cobarde mantenido Oi Oi Oi

"Yo no soy como vos yo no soy como vos

"Vos no tenés aguante
Vos sos un burgués vigilante".


La cisura entre los chetos y los demás se producía por el elemento trabajo. El joven que trabajaba no era cheto, era auténtico, era confiable, tenía códigos, se mantenía dentro de una lógica productiva; mientras que el que no trabajaba, era un mantenido, un indolente, un parásito, un burgués. No había posibilidad de negociación alguna entre los grupos sociales compelidos al trabajo (y trabajo era una palabra con una acepción predominantemente manual, física, y siempre asalariada), y aquellos otros con una posición económica más acomodada, que estudiaban sin trabajar, o que trabajaban de camisa y corbata de aprendices en un estudio, por ejemplo. Las especulaciones de los universitarios marxistas, tan preocupados por la condición de los proletarios, en largas discusiones de café, o en "comprometidas" manifestaciones en las calles de Barrio Norte, exasperaban, irritaban a los que trabajaban "de verdad".

Café de debate universitario-socialista.


Esa hermandad del trabajo era asimismo la que superaba las fuertes disensiones entre los subgrupos restantes, a través de un código de respeto. Recuerdo una vez, en la entonces Radio Alfa (106.9), periférica y marginal, en un horario encima más marginal aún, como a las 3 de la mañana, un reportaje al rústico cantante del grupo punk-cresta (hardcore-punk) de Aborto. El tema giraba en torno a la inminente visita a Buenos Aires, Federación Argentina de Box, del grupo británico GBH (ocasión en que la "cresta caravana" hizo estragos, dejando docenas de autos estacionados destruidos). Pero como suele suceder en toda conversación, abarcó otro tipo de asuntos, y terminó desembocando en la conocida "pica" entre los punks y los skinheads, y por supuesto, sufrió la defenestración de los segundos en la opinión del entrevistador, personificados en Comando Suicida. El cantante de Aborto entonces se sintió obligado a efectuar una salvedad, manifestando que a él le constaba que los pibes de Comando "trabajan", que son laburantes de verdad, que él lo había visto a Sergito varias veces en Tigre bien temprano llevando cajones de verduras...



Cuándo y por qué llegamos del "Barrio Obrero-Valentín Alsina" de 2 Minutos a la exaltación de la marginalidad delincuente como nuevo patrimonio subcultural, en el fenómeno de la cumbia villera y del hip hop villero, pero también en el del rock barrial, es una incógnita para mí, que sólo puede encontrar como punta de respuesta una modificación en el mensaje general de la cultura de consenso. Porque las únicas contraculturas que conozco son las realmente autónomas, por soberanía o por aislamiento (como los Amish de La Pampa). Pero las subculturas, como lo dice el prefijo, son subproductos de la cultura general o dominante. Subproductos adaptados a las necesidades o códigos de los grupos sociales, pero siempre funcionales a la cultura dominante, en cuanto se insertan e interactúan con ella.

Una pauta que permite identificar el patrón subcultural, ya la ha anticipado Edwin Sutherland con su teoría de las asociaciones diferenciales, particularmente, a partir de las técnicas de neutralización, que no son más que un esquema moral normativo paralelo de justificación de las conductas delictivas: la sociedad tiene la culpa, robo porque lo necesito, porque necesito algo más que el que lo posee, lo lastimo porque se lo merece, porque es un parásito, porque es rico... robo porque no hay trabajo, porque los trabajos que hay son una mierda, porque no soy un gil.

El trabajador pasó de ser un exponente de una suerte de nueva aristocracia protagonista de la Historia, austera, fuerte y respetable, como la había prefigurado Ernst Jünger, a ser un gil.

Proyecto de Monumento al Trabajador, 1951 (140 metros de altura). Luego del golpe de 1955, se lo descartó, y fue retomado en el gobierno de Isabel Perón, en el mismo lugar, como Altar de la Patria (también fallido).



Y como las subculturas desarrollan sus técnicas de neutralización de forma paralela, y no contradictoria, con el mensaje de la sociedad de consenso, resulta evidente que, también para ella, el trabajador resulta evidentemente un gil. Y en eso tiene mucho que ver la clase política con su actitud paternalista y de superioridad. Una clase política que les toca las cabezas cuando baja al conurbano para un acto en que graciosamente les regala unas casas de mierda, ubicadas en una zona de mierda, en calles de barro y abandono, bien lejos de sus mansiones y hábitos fastuosos de consumo (que además ni siquiera se preocupa en ocultar, sino que por el contrario exhibe como trofeos de conquista), para que viajen luego en unos trenes vergonzosos o en remises de la Edad Media, a romperse el lomo por un dinero que día a día vale menos.


Es sencillo: La clase política le ha perdido el respeto al trabajo, y por ende, al trabajador, al que considera un inferior, un pobre boludo que sólo sirve para votar cada dos años. Al que hay que acariciarle la cabeza, y darle un hueso de vez en cuando para que no joda y siga fiel moviedo la colita. En cambio el delincuente, si no es respetado, al menos es temido, lo que en sentido práctico, como diría el personaje de Chazz Palmintieri en Una Luz en el Infierno, incluso es preferible.

Y encima, ese delincuente es justificado, por un contradictorio mensaje emanado desde el poder, que mientras miente y miente abrumando de datos dibujados que hablan de un crecimiento chino y de una pobreza reducida a la insignificancia, argumenta la delincuentización social (que ya no es un fenómeno marginal sino general, en muchos lugares preponderante, y que implica que incluso el que trabaja está muchas veces al límite del descuidismo, de la estafa o del abuso de confianza) en carencias económicas, en la falta de oportunidades, en definitiva, en la necesidad; cuando resulta que claramente, hoy día en la Argentina, la delincuencia no es una necesidad, sino una preferencia, nacida de la más absoluta racionalidad.



14 comentarios:

RELATO DEL PRESENTE dijo...

Este es un post al que Mensajero le sacará mucho provecho, lo doy por sentado.

Yendo a la cuestión de fondo, creo que fue una cuestión gradual de aumento de la marginalidad (numerosa prole que nunca han visto a sus padres laburar) y una ausencia del Estado en la masificación del mensaje a través de la idiota costumbre de confundir la represión de la apología del delito, con la falta de libertad de expresión.

No todo es arte. No todo es libertad de expresión. Y hace años que el COMFER no ha aplicado una sóla multa a nadie. Hace años que ningún funcionario judicial inicia una causa de oficio contra aquellos que alegremente, un sábado a la tarde, en ese horario en que los infantes suelen mirar televisión -más aún en un día de lluvia- cantan alegremente loas santificadoras de la conducta marginal, del consumo de psicotrópicos destructivos, del quebrantamiento de la ley, del odio hacia todo aquel que se ve mejor y, fundamentalmente, de la chapa que te da ser buscado por la policía y tener unas altas llantas choreadas a algún pobre pelotudo, sin que nadie haga absolutamente nada.

Son varios los factores que han convergido en este desastre que tiende a aumentar. Mientras muchos hablan de la globalización de la marginalidad, yo sostengo que hemos producido -con una autenticidad que merece llevar el sello Industria Argentina- una nueva subclase, admirada como standar de vida al que aspirar, que denota una vida de lujos, pero en la villa y sin laburar. Como las tres cosas juntas, no combinan, es lógico el desenlace.

Abrazo.

PD: Alto post, güachín!

Occam dijo...

Relato: Voy a decir algo muy censurable (porque no crea que en esta sociedad tan "libre" no hay censura, ¿eh?): Cuando un padre le dice al hijo que comerse los mocos no está bien, y mucho menos en público, le está señalando una norma de conducta. La educación de un niño, compuesta de una serie de normas de conducta integradas por apercibimientos, por eslóganes, por órdenes, por castigos y sobre todo, por ejemplos, constituye un código de conducta que le señala a éste lo que está bien y lo que está mal... Lo que luego deviene en un principio político: Leo Strauss decía que la política no era otra cosa que el arte de "hacer el bien y evitar el mal". Para eso, claro, debe haber una manifestación estatal clara e inequívoca de qué es el bien y qué es el mal. Reñida con el relativismo progre moderno, cierto, pero imprescindible para la política, que no es utopía, no es huevada discursiva, sino que es realidad pura, porque incide en la realidad de seres reales y concretos.

Sin embargo, esa actitud educativa hacia las personas que uno más quiere en el mundo, que son los hijos, si es reproducida por el Estado, a la lupa de todos estos destructores perniciosos, es represión (y ya no nos pongamos a considerar que represión es un sustantivo, y que para ser valorada necesita de un adjetivo; para los perniciosos toda represión es mala, como toda propiedad era robo...). Será que el Estado ya no quiere a sus ciudadanos.

Un cordial saludo.

Occam dijo...

Completo:
En fin, se trata de la muerte del padre como figura. El padre cumple en la familia la función de la ley, para Lacan. Y muchos han previsto la muerte de la figura del padre, en manos del Estado que habría de reemplazarla (Bertrand Russell se me ocurre ahora). Lo que ocurre es que el Estado paternalista, encargado de formular la ley, de propagarla, de custodiarla y de sancionar con ella, el Estado positivista, también ha muerto, y ha dejado su lugar al Estado maternalista, más preocupado por ingresar en tu intimidad, en ver qué comés o cómo te abrigás, que en cómo te comportás y qué herramientas estás internalizando para, cuando seas grande, valerte por vos solito y ser una persona de bien. A la par que sumamente entrometido, un Estado blando y omnicomprensivo, sin juicios de valor, sin actitudes rectoras, que "entiende", busca justificar la transgresión, antes que disponer de lo necesario para que no se repita.

Por suerte, y desde distintas posiciones, incluso algunos tipos de bien que a veces se comen los versitos travestidos de la progresía gobernante, han encontrado que todo esto no está vinculado con la dialéctica de libro universitario holandés, sino que tiene que ver con una cuestión más profunda: la vuelta al sentido común, y la vuelta al orden. Acá va un ejemplo.

Mensajero dijo...

Siempre me sorprende su capacidad para transitar tan variados universos con tanta solvencia.
Muy importante su marcación respecto a la diferencia entre subcultura y contracultura.
Relato me sacó la ficha.
Mientras leía se me despertaban innumerables imágenes de aquellos tiempos.
La visita, cada vez que iba a Córdoba, a los cuartetazos, esas fiestas inefables habitadas por al menos tres mil personas en una comunión increíble de edades, culturas, borracheras, cumpleaños de quince, despedidas de soltero, baile y alegría.
El circuito nocturno "alternativo" de la movida porteña; esos primeros ochenta en los que nos espejamos en Madrid, con el Parakultural, el Einstein, Zero Bar, Prix D´ami, el Stud Free Pub.
La ronda disco por NYC, Bwana, Palladium, o las más trash: El Argentino, Ave Porco, Nave Jungla, Eldorado, Bolivia, ¡tantos!
Todo era entonces más amable.
Alguna vez conté que las primeras palabras que escuché de boca de Luca Prodan fueron una advertencia a los quince punks que estaban paraditos al lado del escenario (solían ser 16 pero uno se hizo evangelista): "- al primero que me escupa lo cago a trompadas".
Hasta mediados de los noventa fuimos capaces de exportar rock y pop, nuestras bandas fueron protagonistas en latinoamérica.
Pero nos fuimos cerrando y nos quedamos mirando el ombligo incapaces ya de seducir afuera con nuestras producciones.
Por mi trabajo me toca armar un evento con nuevas bandas juveniles (rockeras pero presentables) con buena convocatoria y algo de proyección internacional.
No hay. Y no es que deban gustarme a mí.
Entre los encumbrados Babasónicos y los modestos Infierno 18 hay muy poco.
Todo se degrada.
Todos se banaliza.
Como si la entropía, vaya a saber por qué extraño fenómeno, se acelerase en Argentina.
Un abrazo.

Mensajero dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Almafuerte dijo...

Soberbio post, anoche le dejé un comentario pero se colgó blogger y no salió.

Solo quería comentar algo sobre el asco que me inspiran los jovatos enriquecidos con contratos del estado y especímenes similares, que instalan en los más jóvenes la confusión perversa entre lo marginal y lo popular, entre clientelismo y trabajo, entre la degradación y el arte.

Un lindo recuerdo la radio Alfa, y porque no la Metro (la municipal de los 90) y la pionera de todas, la FMR.

Almafuerte dijo...

Mensajero, hace un rato ya que los demás países latinoamericanos nos tienen de consumidores de su cultura. No somos referentes, no estamos produciendo nada nuevo.

Nos damos cuenta nosotros por una cuestión generacional, en todo caso. En los últimos años, al ver aparecer en medios internacionales y nacionales a escritores, actores, músicos y hasta diseñadores de moda y modelos latinoamericanos, siempre me asalta la misma idea: "ahí tendríamos que estar nosotros". Una especie de nacionalismo cultural, resabio de lo que conocimos.

Quizás a los más jóvenes ya no les resulte raro consumir rock mexicano, música electrónica chilena, o ir a festivales con bandas locales que los imitan.

Occam dijo...

Mensajero: Evidentemente, Relato le sacó la ficha. Me alegra que este post le haya resultado evocativo. Perseguía también ese propósito.
En cuanto a la amplitud de mi universo (elogio grandioso de su parte, que atesoro con la mayor alegría), creo que sólo obedece a una tendencia irrefrenable a ver mundo, nacida de la curiosidad, que me ha llevado por tantos senderos, sobre todo en mi juventud, que permite que todas las referencias aquí volcadas provengan absolutamente de mi experiencia carnal y repetida, nunca siquiera ocasional. Amigo de un grupo de disc-jockeys que incluso fabricaban sus propios bafles y efectos de iluminación, y que se ganaban la vida pasando música en las bailantas, me he pasado noches y noches allí, aprovechando que esa amistad me proveía de bebidas gratuitas y simpatías femeninas.
Amigo de un rolinga de Mataderos, a su vez conectado con varios barras de San Lorenzo, he transitado por esas casonas recicladas que servían de ámbito para esa movida.
Amigo de un loco fenomenal, pintor y tallador, de zona Oeste, me metí hasta el caracú en toda la noche profundamente under, y discurrí por lugares insólitos, como Virna Lisi en Paso del Rey (para ver a Blancaflor, entre otros), cuyo escenario sólo se descubría atrás de un portón corredizo oculto al fondo de un bar al costado de la vieja ruta a Moreno, o por Arpegios, Die Schule, Cemento y varios de los lugares tan atractivos por usted nombrados, he conocido a muchos de esos personajes reventados personalmente. He asistido a los gérmenes de la ola alternativa argentina, cuando Peligrosos Gorriones todavía no había lanzado ni un demo y El Otro Yo vendía su Tracka Tracka de mano en mano, llevando los discos en una caja de alfajores Jorgito. Cuando Los Visitantes reaparecían en tugurios para 50 personas o menos, que hasta se animaban a bailar El Deseo de Evita como un tango, y el tango en esas épocas era casi mala palabra para el ambiente.

En fin, lamento coincidir en su apreciación acerca de la empatía acelerada en la cultura argentina (en realidad, para no ser injustos, en la cultura ciudadana). Se ha perdido el fuego creador, la rebeldía, la innovación, el riesgo.
Dos miércoles atrás, como ya podrá usted suponer, fui a ver a los Pixies en el Luna, y me sorprendió otra vez la prolijidad y disciplina con que la muchachada va a esos eventos. Es como si se hubieran invertido las tendencias conductuales, y los pibes de hoy son rebeldes en el colegio y ovejitas en los recitales.

Un abrazo.

Occam dijo...

Almafuerte: Muchas gracias por su comentario. Veo que a usted también le ha generado evocación este artículo. En fin, será que nos estamos haciendo viejos... Pero es muy acertada su percepción acerca de la latinoamericanización progresiva y en el peor de los sentidos, es decir, en un sentido centrípeto, de afuera hacia adentro; ya sin ser el faro cultural de América sino el "mercado" al que volcar sus productos, y que demuestra nuestro empobrecimiento y pérdida de originalidad. Ése es otro de los síntomas más demostrativos de la decadencia de un pueblo. Cuando pierde la desmesura y la confianza en sí mismo, el afán creador, y se vuelve imitador y consumidor de novedades exógenas. Debemos necesariamente recordar a los romanos, cuando empezaron a despreciar el latín y a adoptar el griego como su lengua culta, y a abandonar a sus dioses, afanosos de las novedades que venían de Oriente: Mitra, Isis, El Gabal, Cristo...
Con la música entiendo que nos pasa algo parecido a lo que nos ocurrió con la literatura y con la industria editorial, y hace poco, escuchando a la Presidenta en una de sus promiscuas alocuciones, no pude menos que volver a sonreírme, puesto que justamente se congratulaba de la potencia editorial argentina... Parece que todo lo que perdemos, en lo que nos fuimos volviendo estériles, es lo que luego el discurso oficial reproduce como logros. Diríamos casi que la mejor manera de entender la realidad es invertir el discurso: el Gobierno lo está diciendo todo, sólo que al revés...

Un cordial saludo.

Occam dijo...

Almafuerte: Otra cosita, que quizás le sea de utilidad. Le recomiendo sombrear todo lo que escribe y con el botón derecho ponerle "copiar", antes de darle click a "publicar". A mí me ha servido mucho, teniendo en cuenta la cantidad de veces que blogger se tilda luego de que uno le dio duro a las teclas.

Otro saludo cordial.

Destouches dijo...

Magnífico post. ¡Cuántos recuerdos! Esta evocación ha sido además excusa para una observación profunda y plenamente sugestiva: la decadencia de la figura del Trabajador. Este tipo humano aparece en el mundo titánico -es decir, aquél que sucede al retiro de los dioses (Nietzsche, Jünger)- como un nuevo instaurador de valores, ante el colapso de los valores precedentes apropiados y secularizados por la burguesía.
Sin embargo, su existencia ha sido efímera porque el capitalismo hegemónico y triunfante consiente un solo valor: el espíritu de lucro y el éxito económico. El bufón saltó por encima del titiritero (Así Habló Zaratustra, I, 6).

Occam dijo...

Destouches: Bien clarito usted, como siempre. Creo que el trabajo como fenómeno moderno, y su epónimo el trabajador, están vinculados con una visión solidaria y comunitaria. Es decir, el trabajo sólo puede ser concebido como una función social, que casualmente también aporta al provecho individual, y no al revés. El trabajo resulta socialmente útil. A través de él se generan riquezas que permiten pagar impuestos que permiten invertir en infraestructura, seguridad, salud y educación, en beneficio de la comunidad toda, principiando por el propio trabajador. El trabajador es así protagonista del bienestar general, y por ello la política vinculada con la justicia social se orienta hacia el que trabaja, y no hacia todos por el mero hecho de existir, que es una política no de justicia social sino de igualitarismo, que es injusticia social, en tanto se aprovecha del que se esfuerza y premia al que no lo hace. La traslación es evidente en el caso, por ejemplo, de las asignaciones familiares, que de ser un derecho laboral, se transformaron recientemente en un derecho universal.
De ahí la doble dimensión que en las sociedades fuertes guarda el trabajo: como derecho y como deber, y antes como deber que como derecho.
El individualismo mercantil, acertadamente señalado como el fenómeno cultural dominante del capitalismo, que pone al hombre con sus necesidades hedonistas, sus caprichos y sus deseos como uno de los polos dialécticos frente al mercado (y por tanto lo abandona a su suerte), no puede hacer otra cosa que socavar la cultura del trabajo, y travestir la figura, del trabajador, en consumidor. Del consumidor, al mercader no le importa de dónde saca la plata, sino que tenga plata para gastar. Por eso John Gray ha apreciado que el mercado de la droga, por ejemplo, y la cartelización en mafias jerarquizadas y oligopólicas, se mueve como pez en el agua en el sistema capitalista, por más que se gasten forunas en combartirlo, y no para de crecer a tasas chinas. De hecho, se trata del mercado que, objetivamente apreciado, resulta más promisorio para las inversiones... Y uno sabe que el dinero, además de no tener patria (o quizás por ello mismo) no tiene valores.

Un abrazo.

Almafuerte dijo...

No se si viene al caso, pero me gusta como Moris los vio venir a algunos con décadas de anticipación (o será que siempre estuvieron):

Todo empezo con el chiste que decía
"lo tuyo es mío y lo mío es mío"
no comprendiamos que eso sería
lo que algun dia nos heriría.
Eran los dias, los dias de oro
y el sol miraba sin preguntar.

Después crecimos y nos fuimos del barrio
Pato trabaja en una carnicería
tiempos aquellos de los rosedales,
novias de Flores, primeros cigarrillos,
nunca el colegio, siempre la vida,
y las mañanas del sol aquel.

Hemos crecido y visto el mundo en los diarios,
el comunismo resultó complicado
lo tuyo es mío y lo mío es mío
nos ha llevado a la indiferencia.
Tenés excusas: los otros tienen,
que te mantengan, para eso están.

Sos el burgués mas corrompido que existe
y te engañás pensando que sos un hippie,
vos explotás a todos, y no das nada
y eso es ser el peor capitalista
Cuando tenés, te haces el burro,
vivis de arriba, que asco me das.

Vos te reis del mundo y de las personas,
pero queres que el mundo te alimente
Otros te proporcionan lo necesario,
y vos seguís creyendo que es lo corriente.
Que inutil sos, que mantenido,
mirate un poco, bajá de ahi.

Siempre estás en artista y te hacés el genio,
cultivás tu aire ausente y despreocupado
porque te supergusta hacerte el raro,
y tu fama te tiene muy preocupado
te haces copar, como engañás,
sos de mentira, ya no servís

Pato trabaja en una carnicería.

Occam dijo...

Almafuerte: Atinada evocación, muy a propósito del contenido lírico de este post. Muchas gracias por la letra.