martes, 12 de octubre de 2010

Un poco de información



Ahora que Felipe Pigna arremete nuevamente con sus plagios e inexactitudes televisivas, y que a nuestra dirigencia (como a nuestros tacheros y personas en la cola del banco también, por cierto) le gusta tanto eso de las frases tan contundentes como poco meditadas del "dicen que dicen" y de los juicios de valor extemporáneos, voy a dejar, en este 12 de Octubre que, con esto de los feriados turísticos, pasa desapercibido (y quizás mejor así, a la luz de lo que hemos venido presenciando al respecto), algunas citas demasiado valiosas, no sólo por su profundidad, veracidad y elocuencia, sino por su casi absoluta indisponibilidad en los escaparates de librerías y bibliotecas. Espero que sean del agrado de los fieles lectores de este espacio tan marginal como irreductible.

1) El estado de guerra con el origen.



Hablábamos de las virtudes de la vejez en la maduración de las personas. Ciertamente, cuando las personas logran superar el escollo de la decrepitud, o saben manejar los tiempos “como un mariscal de campo” (diría Enrique Gómez Correa), producen por lo general su obra más sólida y más madura en el último tercio de sus vidas. Parece ser el caso de Juan Bautista Alberdi, que en sus últimos años de vida ha escrito Del Gobierno en Sud América, aparecido póstumamente en 1920, editado en Buenos Aires por La Facultad. De ese nonagenario volumen podemos destacar el siguiente extracto:

“La forma de gobierno de cada país deriva de su pasado, es un legado de su historia, se refiere a su complexión hereditaria. Pero se dice que la América es una tierra sin pasado. Esto no es exacto. Apellidarla «latina» es concederle un pasado. El pasado de un pueblo comienza, no desde el día en que se instala en un lugar distinto, sino desde que el pueblo empezó a existir como nación o raza con una individualidad propia y distinta, no importa en qué lugar. El pueblo que se traslada de un suelo a otro no pierde su pasado, como no pierde su nacionalidad el hombre que emigra de un suelo a otro; como no pierde su parentesco ni deja de ser de su familia el hijo que se emancipa de sus padres. Los antecedentes de sus padres no dejan de ser los suyos. Si fuese de otro modo, cada generación sería una especie de nación o raza distinta. El pueblo hispanoamericano tiene por pasado el pasado del Pueblo Español, del que ha sido parte accesoria e integrante desde la instalación de España en América, siglo XV, hasta 1810. Y como España es una monarquía que cuenta siglos de existencia continua, y jamás interrumpida, el pasado monarquista del pueblo que hoy constituye la América antes española cuenta muchos siglos más allá de la época de su establecimiento en América. Negar que la América tenga un pasado es presentar a sus pueblos como advenedizos en la familia de las naciones. Su «revolución» no ha sido un nacimiento propiamente hablando, sino una «reforma». Todo pueblo, como todo hombre, gana en tener un origen digno, conocido y civilizado. La posición más triste en que puede hallarse un pueblo o un hombre es el estado de guerra con su origen. Afear su cuna y sus padres es suicidarse moralmente: es acto de locura. Esto es lo que hace Sud América renegando de su origen español y europeo, y presentándose como pueblo de ayer y sin pasado. Todavía lo hace peor cuando queriendo darse un pasado se da por abuelos a los indios bárbaros de la América primitiva, lo cual es tan falso como ignominioso”. [El subrayado es nuestro]


2. Una democracia federal y austera.


Marcelino Menéndez y Pelayo, en un estudio crítico sobre Calderón de la Barca aparecido en su libro Estudios de Crítica Literaria (Madrid, 1884), nos dice respecto de la sociedad española de la época de la conquista:

“Si quisiéramos reducir a fórmula el estado social de España en el siglo XVI, diríamos que venía a constituir una especie de democracia frailuna. Ni aquí había monarquía propiamente poderosa por ser monarquía, ni aristocracia poderosa por ser aristocracia. Es más, la aristocracia, políticamente, estaba anulada desde que el cardenal Tavera la había arrojado de las Cortes de Toledo. ¡Providencial y ejemplar castigo de la mal segura fe y tornadiza lealtad con que la primera nobleza castellana sirvió, ya al Emperador, ya a las ciudades, en la guerra de los comuneros! Sólo quedaba, y omnipotente lo regía todo, el espíritu católico sostenido por los Reyes, y en virtud del cual los Reyes eran grandes… [Pero] decir que el régimen español de la Edad Media había sido anulado por la tiranía de los Reyes de Austria, fuera incurrir en lugares comunes, indignos ya hasta de refutación. El espíritu municipal, el amor a las antiguas y veneradas libertades, se conservaba tan vivo en España como en parte ninguna. Felipe II no tocó a los fueros de Aragón, en su parte sustancial, y los de Cataluña y Valencia se conservaron en todo su vigor hasta la Casa de Borbón, que fue quien verdaderamente mató las tradiciones forales, iniciando la unidad centralista a la francesa.



“Por todos los campos de batalla de Europa iba derramando su sangre una población aventurera en que apenas había término medio entre el caballero y el pícaro, ey en que a veces andaban juntas las dos cosas; una población sin clase media propiamente dicha, y sin aristocracia con representación e influjo en el Estado. La hidalguía en el siglo XVI, cuando no era heredada de los mayores, solía ganarse a punta de lanza, bien peleando contra turcos y franceses, bien conquistando en América o venciendo en los campos de Flandes; pero la aristocracia, excepción hecha de algunas, muy pocas familias, había perdido la autoridad, ya que no el prestigio. La nobleza de segunda clase solía ser pobre; abundaban hidalgos de aldea semejantes a Don Quijote, y caballeros pobres y buscones por el estilo del que retrata Calderón en El Alcalde de Zalamea, y labradores honrados, parecidos al admirable Pedro Crespo de la misma comedia. La hidalguía era patrimonio de todos. Había provincias en que nadie dejaba de creerse hidalgo… Hoy es el día en que los mismos salvajes de Arauco se llaman entre sí caballeros, cosa que aprendieron de nuestros caballerescos antepasados.

“La tercera parte de la población de España se componía de frailes y monjas. La Iglesia abría sus puertas a todo el mundo, y era fácil camino para llegar a las mayores dignidades del Estado. Esto acaba de completar el cuadro de lo que he llamado «democracia frailuna». No hay clases inferiores ni desheredadas; en general todos son pobres; pero en medio de eso reina una igualdad cristiana sui generis, que no tiene otro ejemplo en el mundo, y no carece de austero y varonil encanto. Por desgracia, mezclábase con tanta igualdad y pobreza no poca mala levadura de vicios que de la miseria nacen, y por eso advertí que algunas veces la distinción moral entre el caballero y el pícaro suele borrarse… No hay nada que deslinde las clases en este siglo, y hago observación porque luego hemos de verla prácticamente confirmada en el arte”.


3. La aristocracia del soldado.



El escritor vasco José María Salaverría, vivió algunos años en la Argentina, en donde colaboró con Caras y Caretas y con el diario La Nación, y respecto de cuya experiencia dejó un trazo no poco sugestivo en el siguiente extracto de La Afirmación Española (1917):

Viviendo en la Argentina, yo me acostumbré a sentir el fuerte hálito de aquellos pueblos afirmativos. Existe allí un optimismo intenso, frondoso, orquestal. Primeramente me pareció absurdo, demasiado oratorio, con exceso crédulo e infantil. Después abrí mi alma al respeto, y ahora estoy convencido de que los pueblos necesitan, si puede ser más que las personas, de los sagrados velos de la ilusión alentadora, y de una confianza ciega en la obra de su pasado y su porvenir...”

Claro está, de esa capacidad afirmativa, que iluminaba a una nación pujante como la del Centenario, en la que se incardinaban las visiones formidables del último Alberdi citado más arriba y del Yrigoyen del Día de la Raza, a esta vocación negativa nacida de un criticismo casi masoquista y siempre destructivo, que caracteriza a la nación disgregada y decadente del Bicentenario, media, por supuesto, un siglo nada menos. Pero es otra la cita que traeremos a esta memoria, y corresponde al ensayo Los Conquistadores, de 1923:

“Entre los reparos que la sordidez de los historiadores pone a la empresa de América, uno de los más socorridos es el de atribuir a los indios toda la indefensión y a los conquistadores toda la superioridad de armas y elementos combativos: cañones, arcabuces, caballería y demás formidable aparato militar. Si el lector no se previene contra la sugestión de una fácil literatura, creerá verdaderamente que los indígenas fueron en todas las regiones de América unos pobres salvajes indefensos, y que la civilización europea ha poseído siempre y en todas las ocasiones los mismos recursos de poder y fuerza que hoy admiramos. Por tanto, si el lector no se previene, y se deja seducir por la fantasía de un hábil historiador, pensará que los españoles de Cortés y de Pizarro acometían a los indios con grandes y numerosos cañones de tiro rápido, con nutridas descargas de fusilería y con fuertes escuadrones de húsares. En el siglo XVI existían, es verdad, grandes y poderosos ejércitos, con buenos parques de artillería y fuertes reservas. Pero después de tocar sus trompetas y mandar decir pregones, Hernán Cortés pudo reunir un ejército de 508 soldados; menos fortuna tuvo Francisco Pizarro, el cual, de su viaje a Extremadura y de su recluta a Tierra Firme, reunió, para conquistar el Perú, 164 hombres de guerra. También es cierto que en el siglo XVI había en Europa cañones y mosquetes. Pero los conquistadores no pudieron contratar baterías, regimientos de artilleros ni compañías de fusileros, sin duda porque en aquel tiempo costaban mucho tales artefactos y porque en América no abundaban todavía los elementos de guerra. De modo que Hernán Cortés sentíase muy alegre porque pudo reclutar tres artilleros (o sea hombres que entendían cosas de pólvora). Pizarro, siempre más modesto, hubo de contentarse con un artillero, Candía el cretense. Y cuando Cortés hizo el alarde de su tropa en la playa de Cozumel, halló que poseía 4 falconetes, 13 escopeteros y 32 ballesteros. Los falconetes eran pequeñas piezas de difícil y lento manejo que disparaban balas de piedra; las escopetas o mosquetes eran de corto alcance y sus disparos no podían repetirse mucho ni rápidamente. En cuanto a Pizarro, contó en su tropa 3 escopeteros y 20 ballesteros…



“Hernán Cortés se percata pronto de las condiciones especiales de aquella guerra contra los indios. Comprende que el interés de los españoles está en rematar cuanto antes las escaramuzas, por acometidas rápidas y audaces, antes de que la masa contraria logre envolverlos y abrumarlos como una nube densísima. No se trata allí de fuerzas semejantes, en número y armas de esgrima; hay una diferencia monstruosa que es necesario suplir con una táctica especial. Dice a sus soldados de infantería que omitan los tajos y cuchilladas, y a sus caballeros encarga que dirijan la lanza al rostro y renuncien a los botes. Llevando la lanza baja, como en la esgrima europea se usara con el intento de alzar del arzón al adversario, corríase el peligro de que los indios, formados en montón compacto, prendieran la lanza con las manos y la rompieran, como en efecto ocurrió en Tlascala. Eran un país y una guerra diferentes, que los conquistadores necesitaron aprender a costa de apuros. Así también el tajo y la cuchillada usábanse en los encuentros europeos entre ejércitos iguales o proporcionados; la cuchillada no compromete tanto al que la da, pues tiene la rodela para resguardarse; los duelos duraban mucho tiempo, en pleno combate, y una herida somera o la prisión daba fin a la pelea. Pero el español que caía en las manos de los indios, pronto iba a regar con su sangre los santuarios de los ídolos… Y era preciso romper aquellas masas de combatientes, que avanzaban como olas… Tirarse a fondo, embestir de punta, arrostrar la estocada directa, matar de un único golpe; esto lo imponía la necesidad de aquella guerra diferente. El soldado antiguo se dedicaba a las armas como un profesional. No se parecía al soldado recluta de hoy; era guerrero de oficio, y entraba en el oficio por virtud de una selección. Esta selección del hombre de armas antiguo, todavía se apuraba y refinaba más entre los conquistadores. Quien no tuviera el brazo duro y el ánimo templado podría quedarse en las poblaciones tranquilas… Francisco Pizarro exagera como nadie el método seleccionador. No obstante lo exiguo de su tropa, a pesar del precio que en una aventura como aquélla tenía el hombre, el capitán quiere que sus soldados no sean valores numéricos, sino positivas personalidades guerreras.

“Nosotros estamos habituados a la idea de multitud, mientras que en algunas épocas ha disfrutado el hombre solo una consideración que ciertamente nos extraña. El ejemplar del caudillo, del campeón, del héroe, es un concepto para nosotros bastante vago, casi inverosímil. Pero es verdad que en ciertos momentos, el profesional de las armas ha sido una persona temible, poderosísima y hasta invulnerable. El tipo de Aquiles, de Rolando y del Cid, no podemos achacarlo ligeramente a la hipérbole de los pueblos o de los poetas; ha existido de veras y lógicamente. Habituados nosotros a la ley democrática de la recluta, olvidamos que otras veces la recluta era de índole aristocrática y alcanzaba sólo a los aptos, a los mejores. Hoy todos tienen el derecho al empleo de soldado, siempre que dispongan de ciertas medidas o proporciones físicas: la resistencia corporal, el ánimo y el valor, se les suponen; y basta. Mientras que en otros tiempos no podía ser soldado quien quisiera. El peso de las armas era excesivo, y la esgrima obligaba a un largo aprendizaje. Hábil en saberse cubrir con el escudo, diestro en la espada, blandiendo con facilidad la pica y cubierto de oportunas defensas, aquel hombre de guerra era ciertamente poderoso…La fuerza, el ánimo resistente, el valor más sublime se muestra en aquellos hombres y en aquellos encuentros, donde las hazañas homéricas adquieren exacta realidad. Parece que por último hallan evidencia las enormidades de los libros de caballerías”.



No por nada ha dicho el inglés Hilaire Belloc, en su notable Richelieu (Ed. Juventud Argentina, Buenos Aires, 1939), que “En aquellos comienzos del siglo XVII, cuando sonaba la palabra soldado, inmediatamente se pensaba en un español”.


4. El matrimonio y la familia indianos.



Para cerrar esta somera aproximación, en la que hemos dejado la palabra a quienes indudablemente saben mucho más que nosotros, citaremos finalmente a nuestro decano historiador Ricardo Levene (quien fuera presidente de la Academia Nacional de Historia), a través de un fragmento de su obra Manual de Historia del Derecho Argentino, Ed. Kraft, Buenos Aires, 1952:

“Estaban en vigor para las Indias, como para España, los acuerdos del Concilio de Trento, que regulaban la celebración del matrimonio, pero son numerosas las disposiciones que diferencian notablemente la organización de la familia indiana de la castellana… Durante el gobierno de Obando en la Isla Española, unos trescientos castellanos vivían amancebados con mujeres del país. El gobernador fijó un plazo para que contrajeran matrimonio, so pena de perder los bienes que habían heredado de las indígenas. Por disposición de 1539, reiterada en 1551, se ordenaba que contrajesen matrimonio dentro del plazo de tres años a los que tuvieran indios encomendados. Como el objeto no era imponer apremio ni vejación, se encargaba al prelado de la Provincia se persuadiera y amonestara a que tomaran estado de matrimonio los encomenderos que no fuesen casados. En 1595 se consiguió especialmente que fueran echados del pueblo los españoles, mestizos, mulatos y zambaigos vagabundos, no casados. Por la Ley V, Título V, Libro IV de la Recopilación se mandaba al gobernador y prelados que los vecinos solteros sean persuadidos a casarse ‘porque es muy justo que todos vivan con buen ejemplo y crezcan las poblaciones’. A los casados se debía dar en Indias la tercera parte más en tierras que a los solteros. Pero en general, la libertad de matrimonio estaba asegurada por una serie de disposiciones legislativas… Desde 1503 se autorizaba el casamiento de cristianos con indias y de mujeres cristianas con indios. La prescripción de valor excepcional, por el espíritu igualitario que la alienta y el pensamiento social de la formación de nuevas sociedades, es la ley que aseguraba la libertad de los indios e indias de casarse ‘con quien quisieran’, así con indios como con naturales de los reinos peninsulares o españoles nacidos en Indias, ‘y que en esto no se les ponga impedimento’, debiendo procurar las Audiencias que así se guarde y cumpla (ley del 19 de octubre de 1514).

“En el Libro VI de la Recopilación de 1680 se consignan numerosas disposiciones organizando la familia indígena sobre el modelo de la familia española. Trátase de una materia de gran importancia. Por razones éticas y religiosas se debía proceder a ordenar la vida matrimonial de los indios, pero hubiese sido impolítico imponer a los hombres de aquellas razas los mismos moldes en que se había venido vaciando una civilización de siglos. De ahí los preceptos dictados para la conversión de los indios y el reconocimiento de la validez de las uniones de los indios en tiempos de infidelidad. Como eran numerosos los casos en que se encontraba a los indios casados con varias mujeres, el Pontífice resolvió que debía considerarse como legítima la mujer con la que primero hubiera tenido contacto carnal. Una vez elegida la que debía ser su única mujer, se consagraba el matrimonio y a las otras mujeres se les dotaba para que pudieran atender sus necesidades. Castigando la poligamia, mandaba la Ley IV, Título I del Libro citado, que si se averiguase que algún indio, siendo ya cristiano, se casó con otra mujer o la india con otro marido, viviendo los primeros, sean apartados y amonestados, y si amonestados dos veces no se apartasen y volvieran a cohabitar, se les penaría. Se prohibió el matrimonio por compra. Usaban los indios vender sus hijas a quien más les diese para casarse con ellas. En contra de este pernicioso abuso, que llevaba a los maridos a tratar a sus mujeres como a esclavas, ‘faltando el amor y lealtad del matrimonio’, se imponían penas a los que infringieran este mandato”.

10 comentarios:

goolian dijo...

Occam, sin ánimo de ofender me gustarìa acotar algunas cosas a su post.
Alberdi aparente menospreciar la presencia indìgena en Latinoamèrica, que habìa sido capaz de construir imperios como el azteca o el incaico. Uno más sanguinario y otro màs federado pero imperios al fin. Y se calcula que hacia 1525, Tenochtitlàn poseìa más poblaciòn que la inmensa mayorìa de las ciudades europeas de la època.
El paìs que descubriò América no era uno sino dos, Castilla y Aragòn, recientemente unidos por el matrimonio de los "sponsors" del genovès segùn algunos cripto judìo. Aragón habìa tenido en los siglos anteriores una formidable expansiòn mediterrànea con posesiones en el sur de Grecia, un subproducto de la IV cruzada.
Y Nápoles y Sicilia continuaron siendo parte de la corona durante bastante tiempo más.
Con dos idiomas distintos y un pasado aragonès más cercano al Languedoc (sueño que habìa muerto con Pedro I en Muret durante la cruzada albigense) me atrevo a decir que Aragòn no miraba precisamente hacia el Atlántico.
Pero Castilla bastanta más pobre comprendiò la oportunidad y le cayò un continente de regalo lo que posibilitò forjar un imperio.
Pero la poblaciòn de Latinoamérica no tiene SÒLO un pasado español sino tambièn indìgena. Tal vez no se vislumbre tanto en algunos barrios de la CABA pero basta alejarnos un poco del goliat porteño o incluso visitar otros paìses, Mexico por ejemplo para visualizar el profundo mestizaje de nuestro continente.

goolian dijo...

Pelayo habla de una cierta descentralizaciòn y contralor de la monarquìa española. Un episodio muy interesante que viene a cuento del tema y tambièn de la divisiòn del reino es el de los Comuneros de Castilla. Un movimiento que reinvindicaba a Juana "la loca", madre de Carlos I como verdadera reina de Castilla en vez del joven educado en Flandes.
Con respecto al enfrentamiento guerrero entre españoles y aborìgenes; es verdad que la diferencia numèrica era abrumadora y que la artillerìa era más bien escasa.
Pero hubo otros factores,como la disensiòn dentro del sanguinario imperio azteca, como los tlaxcaltecas que se aliaron rapidamente a los españoles y la cuestiòn religiosa donde un emperador pusilánime quiso ver en Cortès a la encarnaciòn de Quetzalcoatl, la serpiente emplumada una especie de parusìa mexicana, que el español supo aprovechar.
En el caso de Pizarro éste tuvo la suerte de llegar en medio de una guerra civil que dividìa el imperio y hubo tambièn una identificaciòn, si bien menor, con el dios barbado y blanco Viracocha.
Los aguerridos soldados españoles, los "tercios" dominaron Europa y America por lo menos hasta caer vencidos en Rocroi por la caballerìa francesa si mal no recuerdo en 1648.

De cualquier manera, la esclavizaciòn, violaciòn en masa, matanzas y destrucciòn de la cultura aborigen fueron desgraciadamente acontecimientos demasiado comunes durante los siglos de la conquista y colonia.

Destouches dijo...

En general, no tengo dudas de que la fábula del exterminio indígena fue forjada en los centros de poder anglosajones con evidentes propósitos. Se trata de minar la fuerza moral de enemigo para dominarlo más fácilmente.

La América hispana continúa siendo mayoritariamente indígena o mestiza, lo que testimonia la sustancial falsedad de la versión anglosajona (no tuvieron, ciertamente, la misma suerte los indios norteamericanos).

Por lo demás, está documentado que indios y negros americanos fueron los últimos en desertar la fidelidad a la Corona española. Seguramente esta actitud sería inexplicable si hubiera mediado el genocidio que interesadamente se propaga desde los centros de poder mundiales. Hace algunos post se trató en este mismo blog la cuestión de la absoluta falta de racismo que ha caracterizado al pueblo español y a su historia. Es prácticamente una excepción en el mundo. Allí se citan y mencionan obras históricas que pueden consultarse con provecho. Definitivamente, evidenciaron mayor racismo los clases criollas ilustradas y europeizantes, que dirigieron la revolución americana. Bolívar es quizá el ejemplo más contundente en este sentido. Tal es la triste verdad que subyace al origen de nuestras modernas naciones americanas. Claro está, es mucho más fácil echarle la culpa a los españoles.

Muy interesante post. Un abrazo.

Occam dijo...

Goolian: Es cierto lo que usted dice acerca de la entidad de los Estados prehispánicos en América. Además de la sorprendente ciudad de la laguna con sus "mezquitas" que tanto fascinó a Cortés, no podemos dejar de mencionar los caminos reales incas, que por montañas y cornisas, estaban soberbiamente construidos (si bien no aptos para la circulación de carros, pues no conocían la rueda) y con tambos cada pocos kilómetros para el descanso y aprovisionamiento de los chasquis.

"País" es una palabra bastante ambigua, desde que en principio refiere a un concepto geográfico que puede ir desde una unidad política (por ejemplo, una provincia) a una región topográfica o fitozoográfica (el país de las sombras largas, el país de los bisontes, etc.). En verdad, la unificación de España se produce por una alianza dinástica entre las coronas de Castilla y Aragón, que luego se consuma con el nieto de ese matrimonio, Carlos I de Austria.

Es bien cierto que la empresa americana fue castellana y no aragonesa, aunque la pretensión carolina fue universal, y ya no hizo distinciones entre el Mediterráneo, el Atlántico o el Pacífico.

Y por supuesto, no puedo más que coincidir con el sustrato mestizo de nuestra "raza" americana. Mestizo en la composición genética de la mayoría de nosotros, pero sobre todo, culturalmente mestizo, que nos hace únicos e irrepetibles. Ese mestizaje obedece a la visión española, que a su vez viene precedida de una fructífera experiencia durante los ocho siglos de convivencia con los moros y los judíos, que determinó que ya en Europa España fuera mestiza, mestizaje que luego prolongó y fomentó en América, al contrario de las corrientes colonizadoras anglosajona, holandesa y francesa, por ejemplo, que se limitaron a establecer factorías costeras, sin mayor contacto que el de naturaleza mercantil con el nativo (que era, por cierto, si tenía suerte, la mercancía, o el cazador de mercancías).

[Véase al respecto un post de hace poco tiempo, que cita a Lugones en El imperio jesuítico)].

Es por ello que urge reiterar el criterio: nosotros los americanos, como los peninsulares, somos hijos del Imperio Español de los Austria, situación que se fue debilitando paulatinamente con los borbones y su criterio centralista de Estado-nación. El Imperio Español fue esa unidad política superior que creó y propició esta América mestiza, al punto que el rey de España se invocaba también como Inca del Perú, por ejemplo, como una continuación en la sucesión monárquica original, y los conquistadores casaron en gran medida con la nobleza local.

Cuando uno va al Escorial, sin dudas, contempla las sepulturas de quienes fueron también nuestros reyes. Pero es incorrecto considerar que esta España es la madre patria. Es más bien una hija más de esa experiencia sociopolítica. En todo caso, la actual España es nuestra hermana...

Ese pueblo ya desaparecido, de aristócratas pobres, de tesoneros y valientes aventureros, enamorados de las justas y las historias épicas, mezcla de visigodos, romanos y semitas, fue el que, con su identidad de entonces, creó América, en la más soberbia y descomunal empresa que ha visto el mundo desde el Imperio Romano. De ese pueblo quizás tengamos más los americanos que los actuales españoles, un tema para desarrollar alguna vez en extenso...

Mi cordial saludo.

Occam dijo...

Destouches: Nada que agregar a su reflexión. La labor de las logias con epicentro en Londres y con principal dirigente en Miranda en la tarea de "emancipación" (que para el mundo de entonces, no era más que un cambio de dueño), que no sólo se proyectaban en la acción psicológica de los conspirados en América, sino también en decidida exageración de la predisposición criolla hacia la misma Albión, que motivó por ejemplo las dos invasiones inglesas en el Río de la Plata, convencidos como estaban los ingleses de que aquí estábamos todos impacientes por liberarnos del "yugo" hispano para pasar a su esfera de influencia, también están muy bien documentadas.

En fin, la leyenda negra, que reside en tratar con la sutileza moderna episodios propios del encuentro de civilizaciones hace 5 siglos, exagerando incidencias que rápidamente eran corregidas, una vez detectadas (como lo atestigua una frondosa legislación colonial: ¿sabía usted por ejemplo que, a diferencia del uso manchesteriano en el siglo XIX, la legislación laboral española para América del siglo XVI prohibía el trabajo de menores de 14 años y de mujeres embarazadas, y que se obligaba al encomendero a dar casa y comida, a tener médico en cada hacienda, y a pagar en dinero y no en especie los salarios, que se abonaban todos los días sábado?), es un claro ejemplo de que el colonialismo empieza por la colonización de las mentes y sigue por la de los espíritus, sin que entonces sea necesario colonizar los cuerpos.

Mi cordial saludo.

Occam dijo...

Goolian: El post anterior al que me refería es éste.

Adán Moreno dijo...

Muy interesante su post Occam.

Totalmente de acuerdo en que Hispanoamércia pertenece al mismo tronco cultural que España (así nos va en el presente), yo tampoco tomo a España como la madre patria (esa sería una posición inmerecida de subordinación), sino como países hermanos, con una misma base cultural, desde la herencia fenicia, cartaginesa, romana, musulmana y cristiana (como muy bien dice usted hasta la Monarquía de los Austrias, de la Monarquía de los Borbones sólo el primer siglo -hasta 1810-). A partir de principios del siglo XIX, estando España invadida por los franceses y con un Rey en el exilio, Hispanoamércia no quiso ser francesa y valientemente y con todo su derecho, fueron proclamando su independencia de España país a país.

Y si bien Carlos I de España y V de Alemania no fue el Rey que querían los españoles (ni yo tampoco) por considerarlo un Rey extranjero que venía con su séquito de Flandes y no gobernaba para el pueblo (de ahí las Guerras de las Germanías y las Comunidades, que ojalá hubiese perdido y hubiese reinado su madre Juana "La Loca" o su hermano Fernando I de Habsburgo, cuyo lema era "que se haga justicia aunque perezca el mundo"). Pienso que la Historia hubiera cambiado a mejor para España y para Hispanoamérica, pero esta ucronía es indemostrable. Su hijo Felipe II tampoco fue el mejor rey de España, aunque fue en su reinado cuando se decía aquello de "en las Españas no se pone el Sol", de tantas colonias que tenía España. Lo cierto es que si hubiésemos abrazado la Reforma Protestante en el Concilio de Trento, otro gallo nos cantaría, aunque eso sí, con un componente moral menos materialista y más humano que los ingleses y los holandeses.

Y es que Hispanoamérica no quiso otra cultura que no fuera la española (seguramente porque preferirían lo malo conocido que lo bueno por conocer), también los ingleses intentaron colonizar las Américas (españolas) allá por el año 1741, pero el bravo almirante español don Blas de Lezo, defendió heroicamente el sitio de Cartagena de Indias del ataque del almirante inglés Edward Vernon, un ataque anfibio sin precedentes hasta entonces, concretamente la segunda mayor flota de invasión reunida en la historia naval después de la armada aliada en el Desembarco de Normandía de 1944. De no haber sido por la férrea defensa que este bravo almirante conocido como "Medihombre", junto con un millar de soldados y 300 milicianos, Hispanoamérica hoy seria un país (o varios paises) muy parecido a EEUU, donde las tribus indígenas quedarían confinadas a pequeñas reservas indias, sin un legado histórico, una especie de zoo humano.

No le quepa duda mi admirado camarada Occam que en España no somos racistas, la religión Católica no nos lo permitía antes (los Reyes Católicos consideraron a los indígenas como súbditos, no como esclavos) y hoy en día si bien el Catolicismo ha perdido mucha importancia moral en nuestra sociedad, yo considero a mi país como una nación respetuosa con todas las culturas del planeta y en especial con Hispanoamérica por nuestros especiales vínculos históricos y de afecto mutuo. Sabido es que hay de todo lo mismo allá que acá como dicen ustedes.

Un saludo hermanos y camaradas.

Occam dijo...

Estimado Adán: Como bien usted intuye, no soy amigo de las ucronías, más que de la forma de divertimento intelectual. Pero nunca como especulación política, que siempre debe estar ligada con la realidad.

También es cierto que estamos juzgando quizás con demasiada liviandad una hegemonía imperial sobre el mundo, que se cargó sobre los hombros no sólo toda la conquista de América (y su defensa de poderosos enemigos) sino nada menos que las guerras civiles de religión en Europa y las guerras de civilización contra los turcos, sin por ello permitirse siquiera por un segundo descansar ante los arrebatos de sus vecinos los anglo-portugueses y los tenaces franceses de Francisco I (que por cierto, no tuvieron que abrazar el protestantismo para ser con el tiempo una gran nación). Una hegemonía que duró nada menos que dos siglos. Es decir, fue luego de la romana, la más larga que haya conocido Occidente. Carlomagno pudo sostener su imperio tan sólo durante su propio reinado, lo mismo que Napoleón o Justiniano. Los ingleses fueron los dueños del mundo, después de destronar a España, tan sólo por el siglo XIX, ya que a partir de la Primera Guerra Mundial, ceden su sitial a los EE.UU., y luego de la Segunda, directamente no les queda otra opción que rematar su imperio colonial en apresurada subasta.

Siempre que uno mira a la Historia, debe hacerlo con los ojos más predispuestos a anclarse en el objeto con una perspectiva respetuosa. Si consideramos cada experiencia desde el final de la historia (que conocemos de antemano) no podemos hablar más que de decadencia y de causas de la decadencia de un proyecto fallido. Sin embargo, si apreciamos la vida de un hombre con semejante rigor, encontraremos que ésta siempre es un proyecto fallido. La clave está en mirar los proyectos que fueron exitosos en su tiempo.

Aprender de la Historia (y aquí sí que creo que estoy siendo original) es aprender antes de los éxitos que de los fracasos. Porque los fracasos, por el sentido trágico de la existencia, son la regla, y los éxitos -como la vida- la excepción. Y entonces, los éxitos sostenidos siempre deben ser mirados al menos con respeto.

Bien cierto es que el Imperio de las Españas (como usted acertadamente señaló) se sustentó en una cohesión religiosa de hondo idealismo, sustentada en la mística del campeón y del adalid, que ya Cervantes prefiguró digna de un final trágico. Por esa visión, se dejó de lado la producción material. Una exitosa experiencia política y militar que no tuvo correlato mercantil.

El mundo que vino después evidentemente transformó todos los aspectos de la vida en ramas de la economía, y el éxito o fracaso de las experiencias políticas se mide en términos de crecimiento del PBI. No hay allí espíritu, ni cultura, ni visión. Pero esta nueva hegemonía, que pudo estar en las manos de los protestantes, como pronto estará en las manos de los chinos y sus periféricos, tiene una vida demadiado corta y ya evidencia síntomas de decadencia, como para ser siquiera equiparada con el período considerado previamente.

Claro está, yo no tengo una visión lineal de la Historia. No creo que ella obedezca a un determinismo ni teológico ni materialista, que señala un progreso indefinido, y que nos considera falsamente, a los hombres de ahora, como mejores que los de antaño.

Mi más cordial saludo.

Adán Moreno dijo...

Señor Occam, me quito el sombrero, es usted una eminencia, un placer seguir todos sus posts, se aprende una barbaridad con usted, más que en la universidad.
Otro gran intelectual argentino es don José Pablo Feinmann, aunque me temo que sus ideas no nos dejan a los españoles muy bien parados (tampoco a los norteamericanos y por supuesto a los ingleses ni agua). Saludos amigos.

Occam dijo...

Adán: Gracias otra vez por el inmerecido elogio. Aunque creo que debo hacer una salvedad respecto del común englobamiento de mi persona en el grupo "intelectuales" junto a J.P. Feinmannn. Creo que de él me distancian, como de la llamada "intelectualidad argentina", mejor denominada "intelligentzia", más cosas que las que pueden separarme de otras especies de la Naturaleza.

En verdad, y afortunadamente, no existe tal cosa como una intelectualidad argentina. Existen los autodenominados "intelectuales", que son los menos originales, más repetitivos y esquemáticos exponentes de dogmas y prejuicios caducos, y existen por otro lado grandes pensadores independientes y con una fuerte individualidad (como por lo demás corresponde a todo pensador respetable); por lo tanto, solitarios y hasta marginales.

De ellos puedo mencionar, aunque toda mención conlleva una injusticia, por lo que aclaro que dista de ser taxativa, y es hasta caprichosa, a Luis María Bandieri, a Vicente Massot, a Jorge Asís, a Rolando Hanglin, a Américo Rial, a Ricardo Romano, y un, por suerte, etcétera.

Mi cordial saludo.