miércoles, 24 de noviembre de 2010

Café con Le Bon en Brasilia


Un par de semanas atrás, cuando hube de viajar a Brasilia con motivo de la consagración de Dilma Rousseff en segunda vuelta, tomaba un café en el paquete bar de Vía W Dois Sul y 505 con mis entrañables amigos de hace casi 20 años, Moacyr Bandeira Benites y Nilmar Bridi da Costa Filho, y un recién conocido, Alexandre Moreira de Freitas, abogado tributarista él y asesor parlamentario, cuando este último, interesado en la siempre indescifrable y temible vecina República Argentina, me planteaba su asombro frente al renovado nivel de tolerancia de la sociedad argentina hacia los crecientes atropellos al único derecho básico que hoy día provoca rebelión, o sea, a la indemnidad del bolsillo.

Me decía, más o menos, que él podía entender que la sociedad no reaccionara frente al aumento de la delincuencia y de la violencia, de los muertos. Que en ese sentido, como había pasado en Brasil, los humanos se comportan como las ovejas, que se hacen las boludas mientras el lobo se está comiendo a una de ellas ahí a metros nomás del rebaño, y se felicitan de no ser ellas mismas las desafortunadas, mientras, suponía, creen y esperan que los lobos se extingan como los osos pandas, por simple desidia reproductiva, y así espontáneamente se solucione el problema para el futuro.



Me decía, también más o menos, que él podía entender que la sociedad tolerara el crecimiento de la marginalidad, del cirujeo, de la ocupación ilegal de los espacios públicos y privados, del favelaje, como también se había tolerado en Brasil, porque todos viven con culpa por lo que tienen, porque existe un bajo nivel sociocultural de expectativas, y un alto background de mortificación paleocristiana. Pero que sin embargo esas taras, tan retardatarias para la iniciativa privada, la autoestima y el orgullo ciudadano (y tan explotadas por los gobiernos), tampoco impelían a los hombres a indignarse activamente al ver el abandono y la desnutrición y muerte infantil con que una sociedad opulenta, cada vez más polarizada, somete a los niños, mientras los políticos pierden el pudor de mostrar sus fastos y los millones que han obtenido con el ejercicio de sus cargos públicos. “Es que una cosa es la culpa, patrimonio de los cobardes, y otra el orgullo, que es cosa de los valientes. Nadie que sienta culpa puede hacer nada bueno por el otro, de modo que las sociedades, nuestras sociedades, se estancan en una visión pobrerista que nunca dignifica… Tal vez seamos tan filhos da puta, que en definitivas necesitamos de tanto pobre miserable para sentirnos buenos, mirándolos con condescendencia o dándoles limosnas, o tolerando que el Estado arregle todo con asistencialismo. Y lo peor, es que a eso lo consideramos justicia social”.



Con los ojos brillantes por el efecto balsámico de la pinga dulzona que tomaba pura y al natural, en pequeños shots que se amontonaban sobre la coqueta mesa de madera y mármol, y que le había puesto la mente también particularmente brillante, y sobre todo, desinhibida para romper con la siempre lacónica cordialidad diplomática brasilera, prosiguió expansivo: “Puedo entender que los argentinos toleren que los traten mal sus gobernantes, o sea, sus empleados, los que viven de lo que el pueblo les paga”. Y allí mencionó entonces una cita de Gustave Le Bon, referida a las masas de hombres: “Siempre dispuestas a sublevarse contra una autoridad débil, se muestran serviles antes una autoridad fuerte”. Y enfatizó que las nuestras, siendo masas latinas, según el pensador bretón, eran de las más "femeninas", de las más centralistas, dispuestas a entregarlo todo a cualquier tiranuelo que pegara cuatro gritos. “Una masa latina –decía Le Bon–, por revolucionaria o conservadora que se la suponga, invariablemente apelará, para realizar sus exigencias, a la intervención del Estado. Es siempre centralista y más o menos cesarista. Una masa inglesa o americana, al contrario, no conoce al Estado y no se dirige más que a la iniciativa privada”.



Pero el reciente nuevo amigo brasilero seguía sin explicarse cómo los argentinos tolerábamos más o menos pacíficamente que nos tocaran lo único sagrado que teníamos: el bolsillo. Que de un PBI de más o menos 1,2 billón de pesos el Estado se llevara nada menos que unos 430.000 millones de pesos, un 36% más o menos de todo lo que el país produce… ¡Y el Estado no produce casi nada! ¿El servicio de agua (cada vez menos) potable? ¿El correo que nadie usa salvo el propio Estado? ¿Los esporádicos y siempre demorados vuelos de Aerolíneas? ¿Para esas ineficiencias, y para multitudinarios viajes a exóticos países, suntuosos hoteles, mansiones con jacuzzi hasta en el baño de servicio, millones de vagos subsidiados, y transferencias ominosas, y escasísima obra pública varias veces sobrevalorada? ¿Para eso toleran que los maten con impuestos? ¿Tener el segundo impuesto indirecto más alto del mundo, que es el primero si se lo amalgama con los ominosos ingresos brutos? ¿Tener a millones de trabajadores asalariados contratando contador para liquidar el impuesto ganancias? ¿Pagar ganancias que no se tienen porque el Estado abusivamente ignora el ajuste por inflación, desde hace 8 años?



El amigo Alexandre nos tenía en muy alta estima, y para hablar francamente, siempre había considerado que éramos unos porongas bárbaros, que nos habíamos arreglado airosamente para vivir trabajando poco, o para acomodar el cuero según las circunstancias. Por eso estaba tan sorprendido. No podía entender, desde el promisorio Brasil imperialista, creciendo implacable en el universo de los países industrializados con poderosas empresas y un fuerte capitalismo privado, abriéndose paso en el selecto grupo de la docena de potencias económicas mundiales, cómo nosotros los pistolas de la vida inteligente nos dejábamos esquilmar por semejante zángano improductivo y codicioso, que ni siquiera servía para darnos un espaldarazo financiero como su también imperialista BNDES…

No podía entender cómo nos dejamos arrebatar de esa manera, cómo pasó la participación del Estado respecto del Producto Bruto Nacional del 15% en 2000 al 36% en 2010, y que entonces el PBI per cápita, descontado lo que se lleva el Estado, pasara de US$ 7.220 a US$ 6.040, siendo que a su vez el deterioro del dólar implica que esos US$ 6.040 de 1998 valen en realidad unos US$ 4.500 en 2010. Es decir, no podía entender cómo toleramos pasivamente empobrecernos así. Que la remuneración bruta promedio de un trabajador en blanco en la Argentina ascienda a unos $ 575 mensuales de la década pasada, es decir, hablando de salario en mano, unos $ 400 de fines de la nefasta década de los ’90.

En fin, me llenó de números, que evidentemente conocía mejor que yo, aunque yo de eso algo conozco, pero evidentemente, la dirigencia brasilera nos pasa el trapito, para variar, y nos conoce a nosotros mejor que nosotros mismos (ni hablemos de lo poco que nosotros los conocemos a ellos).



Pero lo importante de la anécdota fue que, cuando regresé a Buenos Aires, me puse a releer el estupendo Psicología de las Masas de Gustave Le Bon, un libro que debiera ser de lectura obligatoria, sobre todo para entender a los populismos como éste que nos infecta de una anemia perniciosa desde hace años. Reflexiones sobre la naturaleza intrínseca de las masas, sobre la inidoneidad del número, sobre la muchedumbre como reducción de la capacidad del individuo a una mediocridad rayana con la imbecilia. Reflexiones como “Las decisiones de orden general tomadas por una asamblea de hombres distinguidos, pero de especialidades diferentes, no son sensiblemente superiores a las decisiones que pueda tomar una reunión de imbéciles. Solamente pueden asociar, en efecto, las cualidades mediocres que todo el mundo posee. Las masas acumulan no la inteligencia, sino la mediocridad”.



En fin, lo curioso es que, continuando con la lectura, unas páginas más adelante, encontré en el libro que el propio Moreira de Freitas me había refrescado, la respuesta a sus cuitas:

“La psicología de las masas muestra hasta qué punto es escasa la acción ejercida sobre su naturaleza impulsiva por las leyes y las instituciones, y cuánta es su incapacidad para tener cualquier género de opiniones, aparte de aquellas que les son sugeridas. No sería posible conducirlas a base de reglas derivadas de la pura equidad teórica. Tan sólo pueden seducirlas aquellas impresiones que se hacen surgir en su alma. Si un legislador desea, por ejemplo, establecer un nuevo impuesto, ¿deberá escoger aquel que es, en teoría, más justo? En modo alguno. El más injusto podrá ser prácticamente el mejor para las masas, si es el más invisible y el menos oneroso en apariencia. Así, un impuesto indirecto [v.gr., el IVA], aunque sea exorbitante, siempre será aceptado por la masa. Si grava, diariamente, objetos de consumo en fracciones de céntimo, no perturbará los hábitos de las masas y causará poca impresión [v.gr., la inflación]. Pero si se sustituye por un impuesto proporcional sobre los salarios u otros ingresos, a pagar en una sola vez, levantará unánimes protestas, aunque sea diez veces menos oneroso. Los céntimos invisibles de todos los días son sustituidos entonces, en efecto, por una suma total relativamente elevada y, en consecuencia, produce mayor impresión. Tan sólo pasaría inadvertida si hubiera sido apartada poco a poco, céntimo a céntimo; pero este procedimiento económico supone una dosis de previsión de la que son incapaces las masas”.



He aquí una explicación concisa y brillante de por qué las masas soportan pasivamente el más injusto y brutal de los impuestos, la inflación; mientras son remisas, volcánicas diría, a aceptar cualquier ajuste. En fin, una explicación sociológica un poco más allá, tendería a contrastar nuestra impresionante capacidad como argentinos de resaltar en lo individual, y nuestra absoluta estupidez e inoperancia para operar como colectivo.

Lo que es más grave, sospecho que el amigo Moreira de Freitas tenía la respuesta desde un principio, y quiso ver si nosotros, los argentinos, alcanzábamos a darnos cuenta solitos. Finalmente, por esa cortesía tan imperialmente brasilera, acabó por darme la pista, sin hacerme sentir sencillamente como un idiota más de aquella orilla del Plata.



21 comentarios:

RELATO DEL PRESENTE dijo...

La problemática tributaria es algo que escapa demasiado a la forma de vivir la política de hoy en día.

Esta militancia devaluada, en la cual la inmensa mayoría de los que tienen el tupé de venir a cuestionar la forma de pensar de quienes se han ilustrado, autodidácticamente o en casas de altos estudios, es un botón de muestra de lo que vivimos.

Somos todos unos desestabilizadores que no ve nada bueno en un gobierno que sabe repartir, que se acuerda de los pobres.

Pareciera ser que los únicos boludos que percibimos que ellos se hacen cada día más asquerosamente ricos, mientras nosotros vemos como cada día hay que laburar más y más para conservar un poder adquisitivo mediano.

Ya vendrán a cuestionarle aquellos que no entenderán qué se siente laburar desde el 1° de enero hasta el 17 de junio para pagar las obligaciones tributarias. Más de 6 meses para el Estado, socios 55% / 45% en el cual las ganancias se reparten 36% a 64%.

Definitivamente, no sabemos hacer negocios.

Excelente, como siempre.

Occam dijo...

Relato: Es otra cultura política, simplemente. En la antigua Argentina, quizás aquélla sobre la que le hablaron a usted sus padres, independientemente de consideraciones ideológicas, había un cierto respeto reverencial al Estado: preferir YPF a la hora de cargar nafta ("cómprele al país", aunque hubiera que hacer diez veces más cola que en Shell o Esso), cuidar los viejos pupitres en la escuela, en fin, no dañar los bienes del Estado, para que duraran.
Esa forma de ver las cosas se ve especialmente en Uruguay, en donde hay una fuerte cultura de Estado.

En la Argentina de la democracia (post 1983), en cambio, la nueva clase dirigente, sin cultura política (es decir, sin formación ni ideales precisos, con intereses en lugar de principios) pero con un fuerte instinto de lucro y supervivencia, con un gran oportunismo para ser ora radicales, ora peronistas, ora fachos, ora neosubversivos, ora mano dura, ora liberalismo total, etc., todo en el mismo cóctel acomodaticio y oportunista (del cual los Kirchner, como lo atisbó brillantemente el Colorado Ramos hace 16 años, al igual que los Manzano, los Nosiglia, etc. constituyen quizás los exponentes más extremos, que han pasado de la obsecuencia a los dictadores militares, al verticalismo de "Isabel conducción", a un filo-alfonsinismo del "tercer movimiento histórico", a un fuerte menemismo-cavallismo de "los mejores alumnos" para llegar, apenas porque vieron que era la agenda de los infames "medios de prensa" y su usina ideológica "progresista" a esta nueva impostura, mixtura berreta de populismo-sin-pueblo, intelectualismo de libro rancio y pocas luces, revanchismo mediocre y bajo, y mucha mucha acumulación de bienes crapulosa).

Para esta nueva clase oportunista, la llamada clase de los jóvenes profesionales sin ideales pero sí con objetivos crematísticos concretos, la política es la única forma de ascenso social, de cumplir con el sueño americano. A falta de una sana cultura empresaria, no es posible que en Argentina haya muchos Bill Gates o creadores de Facebook (incluso los que crean alguna buena página de Internet la venden antes de que valga un palo, y otro es el que la hace prosperar, generalmente un extranjero). Por el contrario, hay muchísimos políticos. Esa bendita "militancia" juvenil de la que justamente los "medios" se maravillan no es otra cosa que la difusión y popularización del modelo oportunista de agarrar todo lo que se pueda del Estado. Porque el Estado ha sido tomado por asalto.

Occam dijo...

No hay que confundirse, más allá de las cómodas etiquetas de "neoliberalismo" o de "nuevo modelo de crecimiento con inclusión", de lo que se trata es de exprimir en provecho propio la teta inagotable del Estado. Si estatizamos no es por alguna profunda cuestión estratégica vinculada con la soberanía, o cualquier otro verso. Es para tener más cargos que repartir entre familiares, amigos y miembros de la banda política. Es para tener más viajes en avión como Enarsa y sus valijas venezolanas, es para tener más autos con chofer, más computadoras, más departamentos de 400 m2 en Puerto Madero.

El Estado ha sido tomado por asalto, y en la avidez sin límites, en la imperiosa carrera por enriquecerse rápido para vivir dos o tres generaciones sin laburar, ese Estado, dedicado solamente a recaudar y sin otro fin que el de servir a la misma oligarquía que lo ha ocupado, de ahí en más procederá a crecer desmesuradamente, a hacerse invasivo de cualquier actividad lucrativa privada que vea en el horizonte, a quedarse con todo lo que valga la pena, sea soja, gas natural o zapatillas.

Nosotros, desde el estado llano, desde la sociedad civil, los que no participamos de la fiesta, lo único que podemos hacer es bajar la cabeza y doblegar los esfuerzos para mantener a los mantenidos... ¿O podemos hacer algo más? Ahí está el desafío. En el fondo, toda esclavitud es cómplice del amo.

Mi cordial saludo, y gracias por pasar. Quizás la próxima reunión del SUABA la debamos realizar en el Shopping Sul. Allí le presentaría a mis preclaros amigos del "gran país del Norte", nuestro rival histórico y natural, según Perón, que hoy día es nuestro patrón de medida, o sea, la evidencia más patente de nuestra pequeñez e insignificancia.

Mensajero dijo...

Al menos la pinga dulzona hizo el trago más llevadero.
A diferencia de nuestras oligarquías parasitarias y prebendarias del Estado, las élites brasileras son fuertemente productivas y orgullosas.
La masa será llevada hacia uno u otro lado dependiendo de la conducción.
Estos días estoy padeciendo Brasil, mi segunda patria, país que habité varios años en mi infancia y al que regreso cada vez que puedo.
Padezco el lugar de ser argentino dentro de una estructura regional.
Centralizábamos en otra época las decisiones, éramos el principal mercado de la región y profesionalmente llevábamos varios cuerpos de ventaja sobre el resto.
Ahora hemos sido reducidos al rol de factoría.
Somos baratos.
Los negocios se cocinan en Brasil o México.
Y ya Colombia asoma peligrosamente.
A pocas horas de Los Angeles y de MIami, disfrutando de una renovada alegría ciudadana, con costos similares a los nuestros, nos anuncian que deberemos encontrar mayores cualidades diferenciales para poder seguir siendo competitivos

María dijo...

Asumo que el Estado vuelve a estar en el centro de la escena. En realidad, nunca dejó de estarlo.. Sospecho –además- que una de las mayores dificultadas que se nos presenta a la hora iniciar una charla o un debate (casi siempre degenera en discusión) con un Kirchnerista tiene que ver justamente con el Estado. O mejor dicho, con la presencia y el rol del Estado. Se vuelve a la vieja y eterna discusión entre Estado o Mercado. Estatismo o Neoliberalismo. Welfare State o laissez faire. Es decir, modelos que nos han esquematizado lo suficientemente bien como para que veamos los procesos mucho mas simples y no andemos con tantos matices. Es decir, con tantas vueltas.

Es cierto que durante la década del 80’ y principios de los 90´, los sistemas políticos de América Latina sufrieron las graves consecuencias de varios procesos: la transición democrática, el declive de la matriz estado céntrica, la ingobernabilidad –derivada de la incapacidad de poner en practica reformas económicas de largo alcance- y un quiebre en los modelos tradicionales de representación.
También es cierto que a fines de los años 80’, la mayoría de los países de la región enfrentaba una crisis económica caracterizada por un déficit fiscal, de balanza de pagos y de endeudamiento externo. El consenso que comenzó a perfilarse- bajo los supuestos neoliberales- responsabilizaba al desarrollo orientado hacia el mercado interno y al Estado del desequilibrio macroeconómico por el cual estaban atravesando los países de la región. La urgencia y necesidad de un ajuste estructural orientado hacia el mercado, originada en el discurso de varios sectores internacionales y nacionales, desemboco en la aplicación de las medidas recomendadas por el “Washington consenseus”.
Cierto es también que la llegada del neoliberalismo al país abrió en las últimas dos décadas del siglo XX un nuevo tipo societal. El derrumbe del modelo de desarrollo hacia dentro, su reemplazo por un modelo que da prioridad al sector privado y al mercado y el intento de transformar al estado quitándole su rol protagónico y articulador son- todos ellos- fenómenos que han contribuido a un proceso de los que muchos dieron en llamar “descentramiento de la política”. Y ya desde finales de los 90’ muchos sectores venían pidiendo a gritos la intervención estatal o una vuelta al “Estado de Bienestar”. Acá estamos. No bajo un “Estado de bienestar” como se lo conoció duranre la primera mitad del siglo XX, por supuesto. Pero aquí estamos.

María dijo...
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Destouches dijo...

La verdad que es mucho lo que tenemos que aprender de los brasileños a juzgar por la sabiduría y profundidad exhibida por su amigo.

Definitivamente acierta en analizar la presión fiscal sobre la base de la participación de los ingresos tributarios en el PBI. Se trata de la única medición fiable y consistente. En este sentido, carece de significatividad alguna comparar por ejemplo, como se hace, las diferentes alícuotas del impuesto a la renta aplicadas en cada país, porque se trata de un solo tributo y no de todo el sistema tributario, sin contar con que en su liquidación intervienen factores incluso más importantes que la alícuota y que no se computan en la comparación (por ejemplo, deducciones admitidas, mínimos no imponibles, concepto de renta imponible). La medición empleada demuestra que la presión fiscal en nuestro país es una de las mayores del mundo (incluso considerando los países desarrollados). Por supuesto, los servicios que brinda el Estado argentino a su población se cuentan entre los más pobres del mundo. Una de las características más incontrovertibles del proceso político iniciado en 2003 radica precisamente en que logró llevar la presión fiscal a los niveles históricos más altos en nuestro país, sin consecuencias políticas catastróficas (en todo caso, si éstas existieron se debieron más a otro tipo de errores). En países con mayor cultura cívica un incremento tan brutal de los impuestos hubiera representado un suicidio político. No sucedió así en Argentina, quizá porque el universo de contribuyentes es mucho menor al de los habitantes en condiciones de estar económicamente activos. Un sólo ejemplo basta para ilustrar lo dicho: hace un par de años se discutió elevar el mínimo no imponible del impuesto a los bienes personales (un típico impuesto a la riqueza) porque había quedado desactualizado dada la devaluación de nuestro signo monetario. Por lo tanto, se lo elevó de $ 102.000 a $ 300.000, pero se eliminó el concepto de mínimo no imponible, de tal suerte que todo el patrimonio se encuentra gravado si supera los $ 300.000 (alrededor de USD 75.000, computando la totalidad de bienes de una persona, con el agregado altamente inicuo de que el marido debe computar los bienes gananciales al 100%). Además se incrementaron fuertemente las alícuotas. Como consecuencia de ello, lo que se planteó como una medida de alivio fiscal derivó en un brutal incremento del impuesto y su recaudación. Lo mismo sucede con los aportes y contribuciones (impuesto al trabajo), que el Estado está mucho más interesado en recaudar porque a partir de la nacionalización de los fondos de pensión se computan como ingresos fiscales corrientes. Poco cabe agregar respecto de las mal llamadas retenciones, un tributo que no aplica prácticamente ningún país porque afecta gravemente su competitividad.

En cuanto a las citas de la obra de Le Bon, no puedo más que suscribir cada una de sus palabras, de una exactitud y contundencia tales que eximen de mayores comentarios. Le Bon no sólo fue un sociólogo genial. También fue un visionario.

María dijo...

(sigo)
Sinceramente yo creo que el eje de la discusión no debiera pasar por ahí. Hundirnos en la disyuntiva entre dos modelos no hace más que viciar un debate que no conduce a nada. Porque el problema no radica en Estado o Mercado. Tampoco en Estado grande o Estado chico. Sospecho que no se manejan las variables de eficacia o eficiencia. Un Estado grande no hace a la eficacia o eficiencia. El Estado puede ser grande y totalmente ineficiente si existe una mala administración o derroche de recursos. Por otra parte, ninguna política pública está destinada a ser exitosa si el Estado es ineficiente e ineficaz. Menos aún si existe impunidad de por medio.
Asimismo, se sigue obviando el hecho de que se necesita una verdadera reforma del estado que contemple la reestructuración del sector público. Se sigue creyendo que el estado es como una entidad compacta al servicio de un proyecto que no varía.

Habría que reflexionar hasta que punto el estado puede ser la solución para el desarrollo y hasta dónde tirar para que no termine convirtiéndose en un obstáculo para el mismo.

Los Kirchnerista acorralan hablando sobre el neoliberalismo, el vil mercado, el ajuste y sobre lo valioso de este modelo que le devolvió al Estado el rol que le corresponde. En realidad, no es más que una repetición sin filtro de lo que dicen sus líderes. También nos chocamos con los más extremistas; repudian el imperialismo (yanki, sobre todo), las corporaciones económicas (no especifican cuales, claro), la oligarquía (“el campo”. El Sr. Urquía, bien gracias). Suponen que estamos en los años 50’, 60’, 70’. Por momentos se me hace que algunos están esperando el fin de la guerra fría y la caída del muro de Berlín. No sé, capaz piensan que levantando las banderas de ese nacionalismo trucho están luchando contra las amenazas de los grandes imperios (no les dijeron que los Estados Nacionales ya no son las únicas bolas de billar en el contexto internacional, no?).También tenemos que soportar los discursos sobre los crímenes de lesa humanidad y el derroche de acusaciones. Esas que finalmente terminan por complicar a quienes ellos defienden.
Si no apoyás el modelo (aún no sabemos cual) sos gorila, cipayo, facho, golpista, genocida y de DERECHA. Es que hoy está muy de moda ser de IZQUIERDA (o por lo menos aparentar serlo). Otra gran ensalada que se les genera en el arte de no saber distinguir ejes. Suponen que el eje democracia/autoritarismo es el mismo que el de izquierda/derecha.

En fin, cada vez que leo y escucho razonamientos como estos quedo desorientada. Más aún cuando provienen de personas que conozco; noto que han cambiado lo suficiente como para que casi le pierda un poco de respeto.


Occam, te felicito por tu blog. Gracias a la publicidad RDP hizo de tu entrada, llegué hasta acá. No pude chusmearlo, pero percibo que tenés notas sobre temas puntuales y específicos que escapan de lo abstracto. Para alguien como yo que no pertenece al mundo blogueril (o como lo llamen), seguramente se me haga más fácil meter bocado. Para la próxima, prometo no irme de terma como ahora.

Un gusto.
Saludos.

María dijo...

Occam, algo mal hice. Se ve que apreté dos veces el botòn y fueron dos comentarios iguales.
Si podés borrá el repetido.

Saludos.

@PaloMedrano dijo...

Excelente, Occam! El post es absolutamente brillante, aunque a la vez provoca una enorme tristeza, y obliga a lo mismo que se pregunta frecuentemente Vargas Llosa:

¡¿Como puede ser que gente como usted escriba en un blog, y gente como Cristina Elisabet Kirchner, Kunkel, Depetris, o Randazzo, tengan el poder que tienen?!

Es tan amplia, rica y poderosa la casta de parásitos que vive del Estado, y defiende a muerte sus privilegios, que sinceramente no veo como podría hacer este territorio (que alguna vez fue la Argentina) para desembarazarse de ellos y soñar con algún futuro.

Y en términos políticos, es imposible vencer con argumentos lógicos, a quién ofrece dinero contante y sonante, por más que ese show de dádivas genere y retroalimente la pobreza.

Si realmente quisiéramos a este país, hace rato deberíamos habernos baleado en un rincón...

Occam dijo...

Mensajero: Bien cierto, como nos tiene acostumbrado, todo lo que dice. Los argentinos seguimos viviendo de un prestigio ganado en el siglo XIX y gran parte del XX, pero que ahora nos queda gigante. No nos lo merecemos. Vivimos de Borges, de Favaloro, de Fangio, de Cossio, de Piazzolla, de Gardel, de Torre Nilson, de Perón y Evita, de Nimio de Anquín, de Werner Goldschmidt... Pero ninguno de nuestros contemporáneos, ninguno de nosotros, les llega a la suela de los zapatos.

Sin embargo, la farsa continuará aún por una década más o menos (ése es el changüí que yo creo que tenemos), hasta que todos los demás latinoamericanos se terminen de dar cuenta de que somos unos mediocres, unos chapuceros, y que nuestra soberbia acostumbrada, desde hace tiempo, está completamente vacía.

Un abrazo.

María dijo...

Al igual que Destouches, yo también suscribo con Le Bon. En alguna que otra oportunidad pude leer algunos párrafos de “Psicología de las masas”, no así la obra completa. Recuerdo haber leído sobre el comportamiento de las muchedumbres y las masas sometidas a una especie de irracionalidad en su accionar. Pero..¿Cómo salimos de esa?. A menos que nos transformemos en seres superiores sin apegarnos a nada, que demos a luz al Superhombre, como soñaba Nietzsche. Un poco optimista.

Occam dijo...

María Soledad: Créame que el gusto es absolutamente mío. Es bien cierto que su presentación en este espacio abarcó muchos temas (y en todos los enfoques por usted planteados coincido plenamente), pero eso es justamente lo que la hace eficaz para empezar a conocernos.

Yo en verdad soy, para el mundo blogueril, casi un sapo de otro pozo. Como apreciará si se pone a escarbar por estos tres años de actividad, no suelo sintonizar con los códigos de la moderna comunicación. Mis posts suelen ser largos, a veces larguísimos; pretendo, si no agotar, al menos profundizar bastante cada tema, y como le pasa también a usted, frecuentemente el entusiasmo me hace ir por las ramas, vincular cuestiones, acudir a la amada filosofía, o a la también amada sociología, etc.

En fin, hay que tener realmente ganas de leer, y de leer con detenimiento a veces (cosa poco frecuente en la Internet), para engancharse.

Pero bueno, es lo que hay. Lo que tengo para ofrecer. Es lo que auténticamente me sale y lo que me gusta escribir y compartir. Sé de antemano que sólo un puñado de valientes y fieles me seguirá leyendo con el paso del tiempo, y con ello me alcanza. Mejor poco pero bueno, que mucho pero vulgar.

Así que, como aprecio su profundidad y claridad, y un notable marco teórico, no puedo menos que formarme expectativas acerca de sus futuras participaciones, que estimo serán tan fecundas como su excelente comentario.

Mi más cordial saludo, y la invito a pasear un rato por todo lo publicado.

Occam dijo...

Destouches: Gracias por su impecable e ilustrado comentario. Me han pedido algunos lectores que aclare que la referencia al porcentaje del PBI que hizo Alexandre Moreira de Freitas está formulada exclusivamente respecto de la recaudación de impuestos nacionales que conforman el Presupuesto Nacional. Nada se computa respecto de los tributos provinciales (inmobiliario, ingresos brutos) o municipales (tasas varias), ni de los conceptos arancelarios y paraarancelarios (bromatológicos, de transporte, de inspección de contenedores, etc.), como tampoco los ingresos por aplicación de penalidades. Si los tomáramos en cuenta, la parte del león a enunciar sería escalofriante.

Un abrazo.

Occam dijo...

Palotes: Me siento honrado (injustamente, por cierto) por sus elogiosos conceptos. Que uno no tenga el poder de Kunkel o de Randazzo pasa sencillamente porque uno tiene autocrítica y responsabilidad, y conoce sus limitaciones, y trata de hacer las cosas de una manera seria, involucrándose sólo con aquello que en verdad conoce, rehuyendo a la improvisación todológica, al caradurismo y a los serpenteos cortesanos.

Igualmente, el tema está demasiado podrido como para corregirlo con un par de balas (o rejas, o una patada en el culo, simplemente, ya que en el llano se los comen los piejos) a puntuales personajes nefastos.

La red de dependencias generadas es tan amplia, el Estado banca a tanta pero tanta gente, es tan principalísimo inversor y actor social, que me temo que ninguno de los argentinos, en algún punto de la cadena, no termine involucrado con algún contrato o relación con el Estado.

De eso se trata el totalitarismo que desde los años '40 ciertos teóricos acusaban al Estado de Bienestar de generar por su propia naturaleza, y aun antes, tipos como Durkheim o Weber, habían visto claramente como un peligro para el individuo, dejado en soledad y desnudez frente al Leviathán, por la destrucción de los tejidos sociales intermedios.

Sin ir tan lejos, empero, uno a lo que apuesta es a un poco de mesura. Todo déficit en las cuentas públicas es malo, porque es deuda para el futuro. Pero lo que nadie dice es que todo superávit, sobre todo, los enormes y sostenidos superávits, evidencian que se está recaudando de más, que se le está cobrando a los ciudadanos más de lo necesario. Y esa es la situación que vivimos desde 2004.

Ahora bien, invito a cada uno a hacer un somero ejercicio mental, calculando cuántos impuestos paga por año, descontando de sus gastos corrientes el 21% (ingresos brutos es más difícil de calcular, pero como se aplica la alícuota del 3% a cada instancia de la cadena de producción-comercialización, y sobre el bruto y no el agregado, está más o menos, en promedio, en el 18% ó 21% también), y sumando el monotributo, ganancias, si está en relación de dependencia, los aportes previsionales... lo que tenga que sumar. Una vez hecho ese cálculo, estime entonces cada uno cuál es la participación del Estado en su vida y en su economía... quién es su verdadero jefe.

Un cordial saludo.

Occam dijo...

María Soledad: Le Bon describe el fenómeno de masas como algo inevitable, indetenible, inexorable e intrínseco a la modernidad, especialmente triunfante desde la Revolución Francesa, momento precisamente en que las masas irrumpieron con toda ferocidad, y un honesto tendero, junto a un pacífico verdulero, arrasaban con las Tullerías y linchaban a los nobles y sus familias.

Le Bon también dice -porque no es ningún gil- que el fenómeno de masas corresponde a las civilizaciones en decadencia. Se ha visto en la decadencia de la monarquía en la Roma primitiva, y mucho más patente, en la decadencia del Imperio. De tal forma, Le Bon está diciendo, como Ortega también, que la modernidad toda representa la instancia de decadencia de esta civilización, cuyo apogeo conoció con el Renacimiento, y a partir de entonces, "cuesta abajo en la rodada".

Por supuesto, en los tiempos de esplendor de las civilizaciones, las decisiones y la organización corresponden a las elites, que suelen ser aristocráticas (en el sentido aristotélico del término, es decir, objetivamente superiores, más allá de los artificios retóricos del igualitarismo). Todavía no terminan los estudiosos de ponerse de acuerdo si Maquiavelo, por ejemplo, se inspiró en Lorenzo el Magnífico, o lo hizo en Fernando el Católico. Eso es porque había en una misma época, la del Renacimiento, muchísimas personalidades sobresalientes, y grandes gobernantes, apoyados en sólidas y competentes burocracias.

Mis cordiales saludos nuevamente.

María dijo...

Occam, gracias por extender aquello sobre Le Bon. No sé si por capricho o cobardía casi siempre me he negado a leer la política interpretada desde la "psicología social".

Uhm, a ver si entiendo. El fenómeno de masas va de la mano con aquellos esquemas ideológicos avivados por el Renacimiento, punto de arranque del racionalismo y el capitalismo moderno que se consolidaron definitivamente con la Ilustración y el triunfo de las revoluciones del siglo XIX, dando así paso al mundo actual. Por lo poco que leí de Le Bon (por no decir nada) y la pista que me das al citar a Ortega, sería algo así como lo que este último entendía sobre las dos caras (contradictorias) de la modernidad. Por un lado, la idea de nivelación que iguala a todos los hombres que por el mero hecho de nacer son sujetos de derechos (cultura de los derechos humanos). La globalización y la urbanización (concertación de las masas). Pero por otro lado, el hombre moderno que está sujeto a toda posibilidad de retroceso,”barbarie”, decadencia.

En cuánto a lo que decís sobre Durkheim y Weber, es literalmente cierto. Sobre todo los aportes de este último. No se equivocó en sus estudios sobre las estructuras organizativas fuertemente burocráticas (el socialismo en Rusia más que alejar al estado terminó en una hiperburocratización). Verdaderas “Jaulas de Hierro” (estratificadas y jerarquizadas). La pirámide weberiana dominó extensas organizaciones hasta el último tercio del siglo XX, necesaria para el manejo de crecientes caudales de información. Incluso el Estado de Bienestar también adoptaría, más tarde, la forma de una pirámide.


Quizá para la pregunta de Juan:“¿Como puede ser que gente como usted escriba en un blog, y gente como Cristina Elisabet Kirchner, Kunkel, Depetris, o Randazzo, tengan el poder que tienen?!”, Max Weber nos puede dar una parte de la respuesta con esa distinción entre el hombre de ciencia (en este caso, Occam) y el hombre de acción. La ciencia debe servir al hombre de acción. El fin de ambos no es el mismo.

El político, según Weber, debía tener sentido de la responsabilidad y mesura. Un político sin ética de convicción y responsabilidad es sencillamente un oportunista y un vendedor de humo. Un claro ejemplo de esto, son quienes nos gobiernan.

Estuve dando algunas vueltas por tu blog y es tal como lo imaginé. Definitivamente eres un sapo de otro pozo para el mundo blogueril. Vuelvo a felicitarte y de seguro te estaré leyendo en breve.

Un gran saludo.

Occam dijo...

María Soledad: Otra vez excelente su comentario, con el que no puedo más que coincidir. Realmente una alegría contar desde ahora con usted para que enriquezca el intercambio y el debate.

Mi más cordial saludo.

@PaloMedrano dijo...

Estimado Occam, le mandé un mail. Lo vió??

Occam dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Occam dijo...

Amigo Juan de los Palotes: No lo vi el mail, pero ya le contesté (el mundo virtual es pletórico de conexiones misteriosas).

Un abrazo.