jueves, 2 de octubre de 2008

El Imperio como idea (2da Parte)

Tal cual la dinámica dialéctica planteada ayer con la propuesta de discusión acerca de El Imperio como idea, de los escasos pero sustanciosos comentarios recibidos he decidido ocupar esta segunda parte con algunas reflexiones de actualidad efectuadas por el pensador argentino Horacio Cagni en el Estudio Preliminar (datado en diciembre de 1994) a los Escritos de Política Mundial de Carl Schmitt (ISBN 987-95138-2-7, Buenos Aires, 1995), que creo que vienen muy a propósito del debate planteado, y al cual remito, en la lectura de la primera parte en el post inmediato anterior al presente.

Sucintamente, se aborda allí la cuestión de la viabilidad fáctica de un planteamiento como el efectuado. Más allá de las respuestas vertidas en esa ocasión, sirven los fragmentos que se transcriben a continuación como vertebradores de una interpretación de la realidad mundial más amplia y menos coyuntural que la que surge de los periódicos.

Como se aprecia, esas reflexiones tienen ya trece (13) años y monedas. En la actualidad, los procesos allí descriptos se han agudizado notablemente, con lo que por momentos parecerían demasiado cautelosas ante una realidad que se ha vuelto más evidente en el presente siglo XXI.

Asimismo, es importante destacar que el propio Schmitt se daba cuenta en los sesenta que la era del Estado como modelo de unidad política estaba terminado y, con ella, se destronaban cuatrocientos años de trabajo espiritual y de ciencia del Derecho político y del Derecho internacional (La noción de lo político, R.E.P. Nº 132, Madrid, 1963, p. 6). Se dio de lado con el Estado pero efectivamente no se le reemplazó por nada. Ya no hay unidad real dentro de la vieja carcaza del Estado, abrumadas las sociedades nacionales por los graves problemas de inmigración, la homogeneización cultural a través de los medios masivos de comunicación planetaria y las modas caprichosas y cambiantes. En el orden internacional, los grandes organismos, como las Naciones Unidas, tampoco demuestran tener unidad a la hora de enfrentar la conflictiva realidad. Por todos lados aparecen fuerzas de reacción, negadoras del proceso de globalización forzada, no obstante la evidente uniformidad económica y tecnológica que abarca casi todo el orbe.

Ernst Nolte

En definitiva, los acontecimientos vertiginosos de los últimos años no han hecho más que convalidar la vigencia de los grandes espacios de los que hablaba Schmitt. Al punto tal que especialistas como Ernst Nolte, Walter Lacqueur y Samuel Huntington, entre otros, ya preanuncian una era de conflictos entre civilizaciones, basados en un choque de culturas. Para el primero, el fin de la gran guerra civil mundial puede abrir el camino a múltiples y sangrientas guerras civiles localizadas. Tanto Lacqueur como Huntington encuentran, en sendos escritos de 1993, la posibilidad de futuros challengers —capaces de amenazar al Occidente y la paz del mundo entero—, especialmente la extrema derecha rusa y el Islam militante. Prueba irrefutable de que aún estamos lejos de un mundo unipolar y un “nuevo orden planetario”. De momento, pareciera que vivimos un período de transición signado por un mundo dinámico y bastante caótico, ni unipolar ni multipolar sino apolar, donde se estuvieran constituyendo una serie de grandes espacios.

Walter Lacqueur

En 1941 el Ministro de Asuntos Exteriores de los Estados Unidos, Henry Stimson, dijo que la Tierra era demasiado pequeña para dos sistemas contrapuestos, y Schmitt le contestó: la Tierra siempre será mayor que los EE.UU. y todavía hoy es suficiente para alojar a varios espacios grandes, en cuyo ámbito puedan defender su sustancia y peculiaridades históricas y espirituales. Más de medio siglo después, al Tierra demostró seguir siendo más grande que el Imperio Británico, que el III Reich, que el Sol Naciente, que la URSS y el oriente comunista, y mayor también que el occidente estadounidense y que cualquier otro poder. Mientras existan hombres existirá diversidad, siempre habrá pueblos capaces de cohabitar pacíficamente, aceptando quizá cierto grado de uniformidad tecnológica, pero sin resignarse a hacer concesiones de identidad ni de intereses. Todo aquel que pretenda un mundo unipolar homogéneo e indiferenciado encontrará resistencia. Quien pretenda el dominio del Nomos del planeta deberá recordar a Shakespeare: Míos serían los espacios infinitos… si no tuviera malos sueños. [Págs. 37-38]

La situación internacional actual vuelve a poner sobre el tapete la cuestión de la formación espiritual del mundo anglosajón, particularmente de los Estados Unidos —como gobierno antes que como nación—, fuente y modalidad de las mayores decisiones políticas de hoy. Aceptemos que esta espiritualidad deriva del puritanismo desviado. Preocupada por la consecución del éxito material, esta doctrina condujo a un pragmatismo utilitario, acompañado en la práctica de un determinismo moral formal. El veterotestamentarismo se convirtió no sólo en fuente religiosa sino en doctrina política que, unida a la teoría calvinista de la predestinación, renovó un determinismo moral de tipo maniqueo. Los fines materiales de cualquier acción se identificaron con la virtud, la política fue puesta al servicio de los negocios, y se justificó uso y abuso. [Pág. 35]

Todo esto nos retrotrae al tema de la justicia o injusticia del accionar de los actores políticos. La pretensión de una guerra justa exaspera la dicotomía entre valor y sin valor: la lógica de este pensar en valores convierte automáticamente al enemigo concreto en una lucha abstracta contra un sinvalor. El hombre actual está muy determinado por este razonamiento. El que representa el sinvalor no tiene ningún derecho frente al que detenta el valor, y todas las categorías del ius publicum internacional clásico naufragan frente a la lógica de un conflicto entre valor y sinvalor. Un bloqueo no significa matar de inanición y enfermedades a hombres, mujeres y niños, sino actuar sobre un sinvalor. Aquéllos que ven una guerra quirúrgica a través de las pantallas de televisión no asisten a un hecho donde muere gente concreta y se destruyen edificios, sino donde se ataca a un sinvalor. La Justicia —con mayúscula y no referida a algo o alguien en particular— no es un bien, es un Moloch.

Sería propio de una conducta irresponsable no derivar que semejante situación genera reacciones de signo semejante. A un control absoluto y punitivo de la vida de los pueblos le sucede como respuesta el terrorismo —dotado hoy día de modernos medios tecnológicos—, donde la línea amigo-enemigo se transforma en una división entre fiel e infiel, así como el resurgir violento de los elementos básicos que conforman una comunidad: pertenencia cultural y etnolingüística, religión y forma de vida. El Estado-nación clásico está terminado; han fenecido los nacionalismos, pero emergen con fuerza las nacionalidades y los regionalismos.

El extremo oriente encuentra su conformación en lo que más se asemeja al viejo proyecto japonés de la Gran Asia , el Islam —donde las fronteras nacionales coinciden con las de religión— está en un creciente proceso de fundamentalización. Rusia, siempre una gran potencia, es imprevisible. Europa asiste atónita a la guerra más cruenta en su territorio desde la Segunda Guerra Mundial, la lucha interétnica en los Balcanes. [Pág. 36]

De repente, el fin de bipolarismo pone a los países del Viejo Continente en un nivel protagónico para el cual no estaban suficientemente preparados. Significativamente, fue Alemania la primera que, con su reconocimiento de Croacia en 1991, inauguró esta nueva situación. Tanto los EE.UU. como gran parte de la CEE no querían ver el problema balcánico con ojos realistas; seguían aferrándose al sostenimiento de una Yugoslavia unida sin considerar que ésta era una ficción. Francia, Gran Bretaña y los EE.UU. asumieron un rol protagónico en la creación del Estado yugoslavo en la mesa de negociaciones de Versalles y el Trianón en 1919 y 1920. Aceptar el desmembramiento de Yugoslavia y la creación de pequeñas naciones significaba admitir que la nueva situación geopolítica europea echaba por tierra el orden de los vencedores de la Gran Guerra. Y, como inspirados por el ejemplo croataesloveno, otros países europeos comenzaron a acomodarse geopolíticamente, con el expreso o tácito apoyo germano, en la Mitteleuropa. (R. Checa y Eslovaquia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia, y recientemente, Kosovo). [Pág. 37]

5 comentarios:

Anónimo dijo...

haha.

Destouches dijo...

Occam:

Como dije, el tema se las trae. Como usted sabe, coincido con varios de estos planteamientos. Agrego que habitualmente se subestima la importancia que tuvo el curso y resultado de la primera guerra mundial en la historia subsiguiente.

Se trató de una guerra que se inició como cualquier otra conflagración convencional, sin que resultara evidente qué bando portaba la mayor parte de razón (si es que tal cosa existe en las guerras). Después de tres años de agotadores y, en general, infructuosos combates, la guerra se encaminaba a terminar en tablas, hasta que hizo su irrupción el imperialismo naciente (EE.UU.) y decidió la suerte a favor de los denominados aliados.

Sin motivos verdaderamente sólidos se impusieron condiciones a los vencidos totalmente desastrosas y leoninas, que llevaron a una renovada exaltación de los ánimos. Hoy en día nadie discute la responsabilidad que tuvo el Tratado de Versalles en el curso que tomó posteriormente la historia en grandes y orgullosos países como Alemania (sin que pretenda con esto disculpar o moriger las responsabilidades que les cupo a cada uno en esta historia y que la mayoría, más o menos, conocemos). Paralelamente se exaltaron los nacionalismos ficticios, mediante la creación artificial de nuevos Estados, cuya viabilidad y autonomía se demostró después bastante frágil.

En definitiva, fiel a la ideología anglosajona del "divide et impera" se liquidaron sumariamente los imperios centrales (en especial, el Austro - húngaro, que fue un verdadero ejemplo de pluralidad y convivencia pacífica entre diferentes nacionalidades) y se los sustituyó por estados fácilmente títeres o frágiles, que resultaron una tentación muy grande para las naciones más poderosas con ánimos expansionistas.

Como un ejercicio de historia contrafáctica, cabría plantearse si muchos de los desastres que jalonaron el siglo XX hubieran sucedido si esa bendita guerra terminaba sin vencedores, ni vencidos, como tantas otras.

Mensajero dijo...

Occam, sus posts me obligan a estudiar....
La lectura del presente ha derivado en un montón de otras lecturas.
Luego le cuento.
Un gran saludo.

Occam dijo...

Destouches: Brillante apreciación la suya. De hecho, resulta hoy opinión generalizada (sobre todo, a partir de Rebelión contra el Mundo Moderno) en los círculos de pensamiento que intentan rescatar la figura ordenadora del Imperio frente a la crisis del nacionalismo jacobino, el resurgimiento de los localismos y los fundamentalismos religiosos, la renuencia a la homogeneización globalizante, etc.

Tan profundas fueron las huellas de esa artificialmente desastrosa conclusión de la Gran Guerra, que incluso los "imperios" que surgieron de ella adquirieron ribetes jacobinos que dieron lugar a la consabida deformación en imperialismos. Me refiero a la URSS, los EE.UU. y el III Reich, como principales ejemplos, pero también esas huellas se propalaron a los imperios coloniales británico y francés, con las también consabidas consecuencias.

Mis cordiales saludos.

Occam dijo...

Mensajero: No sabe cuánto me alegra que todo este trabajo haya servido para motivarlo y enriquecerlo. Quedo entonces a la espera.
Un abrazo.