jueves, 13 de noviembre de 2008

Sinceridad (2)

A todos los Martin Eden que pugnan por el mundo, y a un Martin particular, por supuesto, que lucha todos los días contra las privaciones y la escasez -de tiempo, de sueño, de dinero-, por ser cada día mejor...





Del estupendo libro Martin Eden de Jack London (que yo tengo por Ed. Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1974), que ha sido calificado como “la más autobiográfica de las autobiografías noveladas”, y que relata las vicisitudes de un ex cowboy, ex hampón de suburbio, ex marinero, ex estibador y ex oficial de lavandería, para convertirse en uno de los mayores y más eruditos escritores norteamericanos de todos los tiempos, a través de una rígida disciplina y un afanoso empeño autodidacta –y de muchas penurias económicas y sociales, por supuesto-, se me ha ocurrido extraer algunos fragmentos que me resultan por demás interesantes.

Más allá del ejemplo de este self made man, que se reconstruyó con el único aliciente y alimento de su férrea voluntad (y de una buena contextura física, mental y espiritual, por supuesto), que por lo menos para mí resulta un motor de inspiración muy poderoso –a veces, una angustiante piedra en el zapato, deberé confesar, en aras de la sinceridad-, me parece que cada una de las reflexiones volcadas a continuación se las trae. Veamos:



De la literatura de moda:

Le pasmaba la enorme cantidad de material inánime que veía impreso. Ni luz, ni vida, ni color; todo faltaba. ¿Dónde ese soplo vital?; y se vendía a pesar de todo –a dos centavos la palabra- veinte dólares las dos mil-, según la tarifa impresa de aquel diario. Incontables cuentos, graciosa y artísticamente escritos, lo confesaba, pero sin vitalidad o realidad en su esencia. Era tan extraña la vida, y tan hermosa, preñada de infinidad de problemas, sueños, obras heroicas, y sin embargo esos cuentos no salían de los lugares comunes de la vida. Él sentía el palpitar vigoroso de lo más vital de la sangre, de las fiebres y sudores de la vida, de las rebeldías indómitas -¡en verdad que debieran ser éstos los temas dignos de escribirse! Quería exaltar a los paladines de empresas fallidas, a los enamorados frenéticos, a los titanes luchando entre la vida y la muerte, entre el terror y la tragedia, haciendo crujir la vida al impulso de su anhelo. No obstante, las novelas de las revistas parecían confabularse para ensalzar a los Mr. Butler, a los sórdidos cazadores de dólares, a los vulgares enredos entre hombres y mujeres vulgares (*). “¿Sería ello porque también eran vulgares los editores de las revistas? –se preguntaba-, ¿o les tendrían miedo a las cosas grandes de la vida… estos escritores y editores y lectores?”. (pp. 111-112)

(*) Ésta constaba de tres partes: 1) Una pareja de enamorados riñe y se separa; 2) por virtud de algún hecho o casualidad, vuelven a encontrarse; 3) marcha nupcial. La tercera parte era de magnitud fija, invariable, pero la primera y segunda podían variar ad infinitud. Así, la pareja podía separarse, ora por causa de un equívoco, ora por designio del destino, ora por obra de rivales celosos, ora por empecinamiento de los padres, ora por culpa de guardianes o tutores pérfidos, ora por parientes interesados, etcétera, etcétera; y en reencuentro podía producirse por alguna hazaña del amado, por algo similar de la joven, por algún cambio en el sentimiento de uno u otro de los enamorados, al serle arrancada una confesión al guardián ruin, al pariente interesado o al rival celoso, por confesión voluntaria de estos mismos, por el descubrimiento de algún secreto insospechado, porque él toma por asalto el corazón de la joven, por la larga y noble abnegación del amante, etcétera. (p. 239)



De las élites vacías y las convenciones de etiqueta:

Toda persona de “sociedad”, todos los círculos sociales… o, mejor dicho, casi todos los individuos y los círculos… imitan a sus mejores. Ahora, ¿quiénes son los mejores entre los mejores? Los holgones… los ociosos adinerados. Éstos ignoran, por regla general, las cosas que saben las personas útiles, las que hacen algo en este mundo. Escuchar a éstos hablar de ese algo útil que hacen, sería aburrirse, y de ahí que los ociosos hayan decretado que tales temas son tabúes, y que hablar de ello es descortesía. Y decretan asimismo respecto de lo que debe entrar a formar parte de una conversación, es decir, óperas recién estrenadas, las últimas novelas, naipes, billar, cocktails, automóviles, muestras equinas, la pesca de la trucha, caza mayor, yachting, y otras cosas por el estilo… y, acuérdate, éstas son las cosas que se saben al dedillo los holgones. Sin exagerar la verdad, ésos son, precisamente, los temas profesionales de los ociosos. Lo más curioso de todo es que sobran los inteligentes, y los que podrían llegar a inteligentes, que se dejan imponer esa servidumbre de los ociosos. (p. 229)


*****

Une idée qui n'est pas dangereuse ne mérite pas d'être appelée une idée.

Oscar Wilde


De los intelectuales y el terror a la verdad de la acción:

Quiero decir que se me ocurre un hombre que ha ido al fondo de las cosas, y está tan aterrado por lo que ha visto que quiere engañarse a sí mismo, haciéndose el que nunca vio aquello. Quizá no sea ésta la mejor manera de expresarme. Expongámoslo así: un hombre que ha encontrado el sendero que conduce al templo perdido, pero que no ha seguido ese sendero; que ha columbrado, a lo lejos, la presencia del templo y ha luchado después por convencerse de que aquélla era tan sólo espejismo del follaje. Y de esta otra manera: un hombre que habría podido hacer mucho, pero que no dio importancia a la acción, y que en todo momento, en lo más recóndito de su corazón, se arrepiente de no haberse decidido por la acción; que se ha reído para su coleto de las recompensas que la acción otorga, y, con todo, en un estrado aún más hondo de su ser íntimo, ha sentido la añoranza de la falta de galardones y de gozos propios de la acción. (p. 237)



De las águilas solitarias:

De esa soirée en casa de Ruth, Martin llevó consigo ideas confusas y sentimientos encontrados. Había alcanzado una meta, pero no veía el pro. Por otro lado, la satisfacción del éxito alcanzado lo halagaba. El ascenso le había sido más fácil de lo esperado. Era superior al hecho mismo de la ascensión, y (no afectaba la falsa modestia de ocultárselo a sí mismo) era superior a los seres entre quienes se hallaba compartiendo la cumbre… con excepción, se comprende, del profesor Caldwell. De la vida y de los libros sabía él más que cualquiera de ellos, y habría pagado por saber en qué recovecos ocultaban aquéllos su educación. No sabía que él estaba dotado de un vigor cerebral descomunal, ni sabía que aquellos que se dedicaban a sondear las honduras de las cosas y a pensar las últimas consecuencias, no abundaban en los salones de los Morses; ni soñaba, en fin, que tales gentes eran como solitarias águilas surcando el cielo azul a gran altura, lejos de la tierra y de los torpes enjambres de la vida gregaria. (pp. 237-238)


(12 enero 1876 - 22 noviembre 1916)

Un hombre que se hizo a sí mismo sólo pudo destruirse a sí mismo.




8 comentarios:

Almafuerte dijo...

hermoso texto (el suyo), que genera el impulso irresistible de salir ya mismo a buscar el libro.
En lo posible sin pasar por wikipedia antes ya que menciona el desenlace, que de todas formas estaba implícito aquí mismo, pero que bien podría haberlo olvidado durante la lectura de la novela...
No así el trasfondo del texto, no obstante el final de Jack London no está claro y aún es objeto de controversias, por lo que leí.

Occam dijo...

Almafuerte:
Muchas gracias por su comentario, y por su elogio. El libro, a mí, me atrapó, pero debo aclarar que yo soy un curioso especimen extractado de otra época (y dentro de mí mismo, incluso mis "épocas" conviven y dialogan demasiado), y no lo digo con jactancia, sino tal vez con tristeza.
Mi más cordial saludo, y un placer tenerla por acá.

Unknown dijo...

occam
usted es un alma noble
por ahi hay carteles que valoran la escritura, pero a mí me parece que lo que va formando esa escritura es lo que uno ha leído.
Lo admiro por eso.

Occam dijo...

Cerriwden: Usted me ha hecho el más bello elogio que pudiera imaginar, y del que lamento no ser merecedor, al menos todavía, aunque créame que intento seguir la vía del ascenso y de la superación, si bien la mayor parte de las veces fracaso...
En cuanto al pecado de la escritura, debo confesar allí también mi defecto, ya que tengo un par de libros publicados y algunos más en proceso de manchar el mundo con más palabras vanas (como la música del grillo que nos cuenta el gran Conrado Nalé Roxlo).
La saludo emocionado.

Monsieur Sandoz dijo...

Además de ser un notable analista político y un estudioso de la historia, usted tiene un excelente gusto literario. Aplaudo la inclusión de London a sus posts. Y aprovecho para recomendar otro libro de este gran autor: "El vagabundo (o peregrino -depende de la traducción-) de las estrellas".
La persona a quien usted se lo dedica se ha de sentir muy feliz con su homenaje.
Mis cordiales saludos.

Occam dijo...

Monsieur Sandoz: Muchas gracias por su elogioso comentario. Da la casualidad de que "El peregrino de las estrellas" (así se llama en mi versión) es mi libro preferido de Jack London, y de él rescato sobre todo el episodio del varego puesto al servicio de Roma en Palestina. Impecable. Gracias nuevamente por el elogio, y también por la evocación.
Un abrazo.

Destouches dijo...

Yo me hago eco de ese anónimo homenaje que no podría ser más merecido. Tengo en deuda la lectura de "Martin Eden" que tanto me recomendaron. Un abrazo.

Occam dijo...

Destouches: Muchas gracias por su comentario.
Un abrazo y no pierda más el tiempo, hombre.