En un principio, lo divino estaba en cada uno, y cada uno podía todo comprenderlo, todo realizarlo, con la absoluta naturalidad y destreza. En un principio, el principio fundamental e irrenunciable fue el fuego de la verdad.
En el Ulises de James Joyce, publicado en 1922, se narran las aventuras de un pequeño burgués irlandés por la ciudad de Dublín, transcurridas durante el día 16 de junio de 1904. El protagonista se llama Leopold Bloom, lo que ha motivado que los admiradores de Joyce celebraran en lo sucesivo esa fecha como "El día de Bloom" o Bloomsday, en un juego de palabras con la expresión inglesa Doomsday, "Día del Juicio".
Dietrich Schwanitz nos presenta una tan prieta como ilustrativa interpretación del libro (La Cultura. Todo lo que hay que saber, Punto de Lectura, Madrid, 2006, p. 37):
"El protagonista de la novela es judío, pero los episodios de aquel día siguen el modelo de la Odisea. De este modo Joyce quiere recordarnos que nuestra cultura es un país atravesado y bañado por dos ríos: uno de ellos nace en Israel, el otro en Grecia. Y los ríos son dos textos fundamentales que alimentan nuestra cultura con ricas historias.
"Pues, al fin y al cabo, una cultura es el conjunto de historias que da cohesión a una sociedad. Entre ellas están también los relatos sobre los propios orígenes, esto es, la biografía de una sociedad (la descripción de su vida), que le dice lo que es.
"Los dos textos fundamentales de la cultura europea son:
- la Biblia hebrea;
- la doble epopeya griega de la invasión de Troya -la Ilíada (en griego, Troya se dice Ilión)- y la Odisea, el viaje del astuto Ulises desde la destruida Troya hasta su casa, al encuentro de su esposa Penélope.
"El autor de estos dos poemas épicos es Homero; el de la Biblia, Dios. Ambos autores tienen rasgos mitológicos: Homero no podía ver; Dios no podía ser visto -estaba prohibido hacerse una imagen de él-".
La Grecia actual, que nada conserva ya de la Hélade que con el tiempo y la desacralización del mundo va absorbiéndose (saludablemente) en el mito, saliendo de la Historia, atraviesa una crisis típicamente moderna, con un impacto moral muy significativo sobre el resto de Europa.
El mundo hebreo conoció una crisis en el período comprendido entre los siglos VII y VI a.C., conmoción que afectó a tantas civilizaciones en esa época y que dio lugar a que Gore Vidal situara por entonces su imprescindible Creación, novela en la cual concurren cronológicamente grandes creadores de religiones (el Buda, como principio de reacción de la nobleza respecto de las tendencias panteístas del sustrato de los asura, un Zarathustra reformador, que reafirma el principio tradicional del Irán, aunque probablemente Zarathustra sea una figura antes que un personaje real, y puede atisbarse el primero de ellos como procedente de la boreal Ayrianem-vaejo, bajo el tipo del atharvan, "señor del fuego sagrado", "hombre de la ley primordial", Lao Tse y Confucio en China, ambos contemporáneos también en el siglo VI, etc.). La crisis referida está vinculada al decaimiento de la suerte militar de Israel, y en la interpretación de las derrotas y la decadencia como el castigo divino por un "pecado", lo que motivó una vocación de expiación que permitiera que Jehová (YHVH) volviese a asistir a su pueblo y devolverle la potencia (Jeremías y el segundo Isaías). Como nada de ello aconteció, al "profetismo" de los nebbin -que ya por entonces había reemplazado en un giro involutivo a la figura de un tipo más elevado del "vidente", roeh (Samuel, IX, 9)- le sucedió el mito apocalíptico-mesiánico en la visión fantástica de un Salvador que rescatará a Israel.
Iniciado entonces un proceso de disgregación, donde vino a menos el elemento viril del antiguo culto a Jehová y el ideal guerrero del Mesías (tomado de la figura heroica irania de Saoshianc, manifestación del "Dios de los Ejércitos"), todo aquello que provenía del componente tradicional se convirtió en un formalismo ritualista y se hizo más abstracto y desapegado de la vida. A todo ello, además, se agregan las ciencias sacerdotales del culto caldeo, lo que abona sucesivamente el pensamiento abstracto y también matemático en el hebraísmo, y sobre todo, en su aspecto esotérico.
La composición entre ese desapego, esa ritualización y ese proceso de progresiva abstracción, de ajenidad frente a realidades ya inasibles, da lugar a un tipo espiritual -profundamente arraigado en Occidente, como pone de resalto Joyce- que "para mantener firmes valores que no sabe realizar y que toman pues un carácter abstracto y utópico, se siente impaciente e insatisfecho frente a cualquier orden positivo existente y a cualquier forma de autoridad, de modo de ser un permanente fermento de agitación y de revolución" (G. Evola, Rivolta, II, VIII, b), característica que desde los primeros trasplantes en la Roma antigua es atisbada con sorpresa por Celso, luego con alarma por Juliano, y finalmente con dolor, salvando milagrosamente la cabeza, por Quinto Aurelio Símaco.
En cuanto a la línea helénica del acervo, debe ponerse de resalto que la Guerra de Troya significa nada menos que el final del Ciclo Heroico (aquél que Hesíodo interpoló entre el Ciclo de Bronce y la Edad Oscura o Ciclo de Hierro, que acontece luego del oscurecimiento de los dioses, como última reacción uránico-solar frente a la declinación que se aceleraba). Como final, puede entenderse tal vez también como culminación, como el día con mayor luz del sol es también el que señala que en adelante cada día será más corto. En el Ciclo Heroico, resaltan Heracles, Gilgamesh, Teseo, Belerofonte, Aquiles, Ajax, Rostam... Según Hesíodo, Zeus creó, entre razas cuyo destino era ya el de "apagarse sin gloria en el Hades", una estirpe mejor, la de los "héroes" que, al examinar el conjunto de los mitos helénicos y los de otras tradiciones, tiene profunda afinidad con la de los titanes: "son los audaces de una misma aventura trascendente, que a pesar de todo puede lograrse o abortar" (ibíd., II, VII). Después de todo, Prometeo es liberado por Heracles, en alianza con el propio Zeus, y en retribución señala al héroe la vía para alcanzar el fruto de la inmortalidad (el jardín de las Hespérides). Una vez que el héroe pretende llevarse el fruto para el beneficio de todos los humanos, Atenea -la sabiduría olímpica- lo obliga a volverlo a su lugar, evidenciando que aquella conquista está reservada a la estirpe a la cual corresponde y no debe ser profanada en servicio del ser humano, como pretendió antaño hacer Prometeo.
Es nuestro mundo entonces el resultado cruzado de una alienación (espíritu y materia, cuerpo y alma, poder y sacerdocio, etc.) que genera frustración en lo imperfecto, insatisfacción y angustia por lo inalcanzable por un lado, y el límite final puesto a los héroes, como última posibilidad de trascendencia, por el otro, que deja entonces como única alternativa la del engaño: Troya es conquistada con el engaño, Ulises sale de múltiples aprietos (y Penélope también) con el engaño...
Es claro, la insatisfacción, la consciencia de la propia impotencia, son vectores del mecanismo del engaño, pero del propio engaño.
7 comentarios:
Occam,
Confieso que no logré terminar la gran obra de Joyce.
Suelo responsabilizar a la traducción, aunque seguramente se deba a mis propias limitaciones.
Su texto me revela un sentido que se me escapaba en la inacabada lectura.
La caída desde los cielos a la dolorosa tierra.
El engaño como sostén de la cordura.
Dicen que la Verdad no debe ser revelada a los iniciados. Que no sobrevivirían a un encuentro cara a cara con la diosa.
Existir, con los ojos abiertos, puede llevar a la locura.
Pero cuando se ha sido alcanzado por Dionisios, no hay más remedio, ni mayor goce, que lanzarse decididamente a la aventura de la propia tragedia.
Yo no tengo el valor, ni la capacidad, de cabalgar como los titanes; sí puedo contemplar, maravillado y respetuoso, su imponente paso.
Saludos, este 16 de Junio.
Mensajero: Cada cual construye su camino, un poco deliberadamente, otro poco de maneras misteriosas. Seguramente usted ha vivido y está viviendo su propia Odisea, con independencia de cualquier libro o manual, que sólo es una referencia más, a veces determinante, otras apenas anecdótica, para encarar el viaje.
Hay que apuntar que no todas las iniciaciones son matriarcales, ni mucho menos. Junto a los ritos de Isis, Cibeles, Ishtar, también estuvo el culto al iránico Mithra, el gran vencedor, luego aliado, del Sol, el dominador del toro (de lo telúrico) y el patrono de la aventura. Juliano intuyó en el mitraísmo -del que era iniciado- la salida ascendente a la decadencia de la religión de los patres en Roma. Desgraciadamente, la salida fue descendente, lo que confirma una vez más el movimiento decadente que señalan las diversas tradiciones humanas.
Lo apolíneo y lo dionisíaco fueron complementarios y fueron uno en la Edad de Oro. El único que lo señaló con proyección para nuestro tiempo fue Nietzsche. Es lo que sugiere también el mito de los andróginos, tan poderosos en su esencia como para desafiar a los dioses, que determinaron que ellos los dividieran en hombre y mujer, para debilitarlos y confundirlos. Aun luego de esa alienación, en la Edad Heroica, Gilgamesh consigue el fruto de la juventud eterna del árbol de la vida, despreciando a la Diosa (aunque ayudado por la Virgen de los Mares), aunque luego fracasa en su intento de llevarlo a los hombres, porque es arrebatado por la serpiente -símbolo nuevamente del principio femenino-. Como aborta en su empresa, es héroe, pero no logra ser inmortal. El mito caldeo de Gilgamesh se transfigura claramente en el de Adán, aunque la caída de éste demuestra un cambio perturbador en la lectura bíblica: la transformación en pecado de lo que en el mito primordial aparece como una audacia heroica.
Es sugestivo, y debe entenderse como una clave de su vitalidad, que en el Islam Adán recupera el carácter de héroe, se soslaya el tema de su caída, y al "pecado original" se lo hace ver como una "ilusión diabólica" (talbis Iblis). De hecho, Iblis o Shaitan, nuestro Satán, cae en desgracia por su negación a prosternarse, junto a los otros ángeles, ante Adán.
La contemplación, como ya hemos hablado, es una de las vías de trascendencia, aunque ella debe ser reflexiva y verdaderamente interiorizada, vivida, para integrarse en la forma. Evidentemente, es la única que nos queda a nosotros, al menos para rehuir tenuemente del engaño, y acercarnos al código de la íntima verdad (que por cierto, no es la Verdad, para quien entiende).
Muchas gracias por su comentario. Si no le contesté el mismo 16, es porque anduve navegando por algunos mares plagados de sirenas. Con los brazos atados a la arboladura de las velas.
Mi cordial saludo.
Estimado:
Lo suyo es terriblemente cierto, por lo cruel.
Lo paradójico es que el "engaño" a veces puede ser útil, como el caso de Penélope, que consiguió esquivar a los "galanes".
Ulises no pudo engañar a su perro, que lo reconoció, después de tanto tiempo.
Mientras tanto, aquí, al sur de Bolivia, seguimos embelesados con los cantos de sirenas...
Se ha metido en honduras, apreciado Maestro...
Cómo hacemos, si el engaño forma parte de la verdad?
Abrazos!
La visión lacaniana:
En contraste con los ego-psicólogos angloamericanos de la época, Lacan considera al yo como algo constituido en el campo del "Otro", es decir, gracias al lazo social o vínculo. Lacan argumenta que pensar el yo como una fuerza coherente con control sobre la psique difiere de lo planteado por Freud. Para Lacan, el yo permanece en conflicto permanente, sólo soportable mediante el autoengaño.
Occam: un gran pensador argentino, patriota cabal y totalmente olvidado, añadía a la doble vertiente tan bien atisbada en Joyce, una tercera: la del "homo conditor", prototipo de la cultura romana.
Esto entronca con lo tratado en su artículo más reciente respecto del burgués moderno que abstrajo con tanto talento Sombart.
Felicitaciones sinceras por ambos
Flor de Ceibo: Muchas gracias por su amable comentario, y por su crucial aporte. Hemos hablado otras veces del homo conditor, aquél que recupera el fuego sagrado de la creación, de la fundación, de la organización, prototipo efectivamente del romano, y por tanto, navegando muy profundamente en nuestras profundas aguas que por veloces parecen superficiales (y sin embargo...). No hay que olvidar que el agua es el símbolo de la potencialidad, pero también de la indeterminación, del caos primordial. Como tal, al ser el agua fluyente, es corriente, y también se simboliza en la serpiente, y como la serpiente, tiene también el veneno (el devenir). Con lo que toda potencialidad (el caos), de la que se genera la individualidad, también importa un peligro mortal. Es la misma imagen del uróvoro, que se devora a sí mismo.
El olvido es evidencia... Aunque claro, está, no todos olvidamos, y alcanza eso solo, como sabían también los romanos, para mantener una llama encendida.
Un cordial saludo.
...y un clavel blanco.
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