martes, 19 de agosto de 2008

SALVAJIZACIÓN


Para analizar el fenómeno criminal, y más genéricamente, la violencia, se contraponen en la teoría dos díadas bastante marcadas, que por cierta renuencia a la apertura del debate, radicada en el discurso dominante y uniforme (de hecho, donde hay discurso, no hay diálogo), adquieren tópicos más o menos dogmáticos, como si se tratara de profesiones de fe. En realidad, a poco de andar, podemos categorizar a una de ellas de realista o naturalista, porque se acomoda más sensatamente a cuestiones fenomenológicas, mientras que a la otra se la puede calificar de idealista o finalista, porque, renegando de las evidencias de la realidad, intenta la construcción de una artificialidad divergente o utópica.

En esta ocasión, no nos detendremos demasiado en ellas, salvo en aquello que pueda servirnos a los efectos de este análisis, que intenta aproximarnos al fenómeno de la violencia desmesurada, emergente en sociedades laxas o decadentes, que han perdido el control territorial y el monopolio de la coerción legítima, como son los lamentables ejemplos de la mayor parte de las mediorientales, las africanas y las lationamericanas.

La mara "salvatrucha"


Sociedad Natural / Sociedad Artificial

La primera gran cisura, como lo ha evidenciado Julien Freund, el padre de la Polemología, en Sociología del Conflicto, se erige en las cosmovisiones de sociedad natural versus sociedad artificial. O más llanamente, en aquélla que postula que la sociabilidad del hombre es natural y espontánea, frente a la otra que postula que esa sociabilidad es producto de condiciones del medio, y por tanto, del interés de los individuos. La primera concebirá al hombre, entonces, como un ser eminentemente social, mientras que la segunda tendrá del hombre el concepto de un individuo aislado y en constante y exclusiva procura de la satisfacción de su interés personal.

De la primera serán Aristóteles, Durkheim, Weber, Simmel y Pareto sus principales exponentes. De la segunda, los contractualistas que veremos a continuación.


Buen Salvaje / Lobo del Hombre

La segunda gran dicotomía se da en el seno de la cosmovisión que entiende que la sociabilidad del hombre es artificial, motivada por algún interés contingente. Para los pensadores que imaginaron al hombre primitivo (o presocial) como un “buen salvaje” (Rousseau, Locke, Marx), siempre hay al inicio de los tiempos una suerte de estado edénico de existencia, un paraíso perdido, que suele caracterizarse como un comunismo idílico, en donde no existe la propiedad privada, y en el cual los individuos se desenvuelven con absoluta libertad. Diversos factores entonces acaecen para que el hombre pierda esa situación de feliz naturaleza y decida ceñirse a la sociedad, resignando porciones de libertad y de individualidad.

Tanto Locke como luego Marx, fuertemente inspirados en la lógica liberal, consideran que en determinado momento el crecimiento poblacional, y cierta mezquindad de algunos hombres más fuertes que otros, producen que éstos se apropien del goce de determinados bienes (fundamentalmente, la tierra), y excluyan del mismo a sus semejantes más débiles.

"Ya que me nombran en los discursos, también me sumo al proyecto Nac&Pop"

Se dirá entonces que el buen salvaje no lo es tanto… Y hay razón en ello. Para Locke resulta imperioso, para conservar el equilibrio y la armonía, que la sociedad obre como juez, como mediador a veces, otras como árbitro, de los conflictos que comienzan a suscitarse. Para Marx, el estado edénico original se pierde por negligencia o imprevisión, por falta de conciencia de algunos salvajes ante el avance de los otros que insistían en apropiarse de las cosas (ya para entonces, siempre dualista, el marxismo concebiría "buenos salvajes" -dominados- junto a "malos salvajes" -dominantes-). Entonces, luego del decurso de un largo proceso, que es la Historia, los desposeídos, finalmente formada su conciencia al respecto, obligarán a todos a respetar ese estado primitivo que es el comunismo, en el que toda propiedad es compartida, y se consolida finalmente la paz social. En una primera instancia, obviamente, los desposeídos deberán imponer sobre los poseedores una férrea dictadura, que los haga entrar en razones ("la dictadura del proletariado").

Rousseau entiende, en cambio, que la sociedad resulta en un progreso del hombre respecto de su estado de salvajismo, ya que el conjunto es más funcional en orden a la satisfacción del interés individual. Pero, como el “buen salvaje” precede temporal y conceptualmente a la sociedad, él será su libre y voluntario fundador, a través de la celebración de un contrato con sus pares, en el que queda claramente pactado qué porción de libertad es la que el individuo cede para que la sociedad funcione, libertad que lógicamente entonces siempre, en última instancia, le sigue perteneciendo.

Para el otro sector de ideas que adhiere al concepto de sociabilidad artificial, el hombre es un ser naturalmente violento y agresivo, propenso a atacar al prójimo, y despojarlo de todo lo que tiene, incluso de su propia vida. De forma tal, que la decisión del hombre primitivo de asociarse con otros hombres tiene por objeto, no resignar una libertad que en estado de salvajismo nunca estuvo asegurada, sino más bien crear una libertad a través de la vida social, entendiendo que fuera de la sociedad todo es anarquía, la ley del más fuerte. De tal forma, esta segunda línea de pensamiento, obviamente encabezada por Hobbes, tiende a ver “la mitad del vaso lleno”. O sea, que donde los cultores del buen salvaje ven porciones de libertad individual decomisadas por la sociedad, los sostenedores del “lobo del hombre” ven una sociedad fuerte, que otorga al individuo libertad que sin ella no tendría.


El problema en torno al salvajismo

Decíamos al principio que el dogmatismo del discurso dominante ha dado batalla para impedir que se profundizara sobre la verosimilitud de los puntos de partida. La filosofía de los siglos XVII al XIX ha sido enteramente especulativa. Era entonces tan válido preconcebir al hombre en estado de salvajismo con una naturaleza absolutamente pacífica como preconcebirlo como un ser agresivo e intratable.

En realidad, los pensadores de la época se manejaban con noticias que provenían de diversas partes del mundo, a medida que iban saliendo a la luz descubrimientos paleontológicos, o los exploradores y colonizadores avanzaban sobre zonas de la Tierra desconocidas.

Las concepciones del hombre en estado de naturaleza entonces dependían de si las noticias provenían del descubrimiento por un navegante de un paraíso salvaje en medio de la Polinesia, en donde los nativos tenían buenas maneras y una acendrada hospitalidad; o si provenían de las desgracias que pudieron aquejar a otro navegante que, desviado apenas unos grados en el derrotero, recababa en las inhóspitas selvas de Borneo, en donde los aborígenes acostumbran practicar el canibalismo, y desayunarse lo más a menudo que sea posible con un buen “chancho largo” (long pig), como le llaman a los descendientes de Adán por esos pagos. Sin ir más lejos, recuérdese el aciago destino del bueno de Magallanes, que podría haber terminado en una idílica felicidad como Tusitala, pero acabó por ser el comentario de una macabra sobremesa en Filipinas.

Jóvenes cebadas para ser comidas, en la isla Malaita, archipiélago de Salomón, 1903.

El mismo Lombroso (L'Uommo Delinquente, 1876) debió sucumbir a esa tentación, y enrolado en la teoría del salvajismo “malo”, especuló con que el delincuente portaba caracteres atávicos, como una suerte de retroceso biológico en la deriva evolutiva, que lo ubicaban como un salvaje en medio de la sociedad civilizada.

Delincuentes estudiados por Lombroso, a los cuales el criminólogo italiano les adjudicó caracteres atávicos.

Lo cierto –y lo imperdonable- es que hoy día, gracias a los avances de la paleontología y de la antropología social, sabemos fehacientemente dos cosas:

1) La primera, que es imposible desde todo punto de vista a lo largo de todo el proceso de hominización (incluidas aquellas especies o ramas fallidas), dar con algún estadio “presocial”. Desde los primeros especímenes del género homo, que ya rondan los 5 millones de años de antigüedad, que todo yacimiento paleontológico contiene, no sólo un nutrido grupo, sino los inequívocos signos de vida social, entendiendo por ésta, al menos, la división del trabajo y de las funciones comunitarias (recolección, caza, cría, cocina, etc.).

2) La segunda, que no es dable permear en una supuesta naturaleza humana presocial, primero, porque ella empíricamente nunca existió, y segundo, porque no puede escindirse, en el plano humano, a natura de cultura. En efecto, lo más lejos que se llegó en ese intento fue la teoría del incesto de Lévi-Strauss, que llegó a establecer el carácter dual, o si se quiere, ecléctico, del instituto, al constatar que la prohibición se encuentra presente en todo grupo humano a lo largo y ancho de la Tierra, y en todo momento, aun en períodos tan arcaicos en que era imposible que su establecimiento obedeciera a los temores de una descendencia degenerada, puesto que la experiencia no había avanzado tanto (y la comunicación tampoco) como para generar esa suerte de “observatorio intergeneracional”.

Claude Lévi-Strauss, de excursión antropológica.

Pero a la par de esta generalidad, que podría sugerir que tal prohibición tiene carácter estrictamente natural, el antropólogo tuvo ocasión de constatar que en cada tiempo y en cada lugar la figura adquirió ribetes particulares, vinculados con el capricho antes que con la necesidad, lo que le otorga un carácter eminentemente cultural. Por eso es que decimos que el incesto es el único caso de ambigüedad respecto del alcance de la naturaleza humana, que en todo lo demás, está implacablemente tamizada por el medio social, es decir, por la cultura.

Toda actividad humana, incluso aquéllas que conciernen a las necesidades fisiológicas más elementales, tiene significación cultural, y se rige por reglas convencionales: comer, tener sexo, dormir (se sabe p.e. que el ritmo circadiano humano excede de las 24 horas convencionalmente asignadas al día; de allí la propensión a “salirse de ritmo” y los diversos trastornos del sueño; pero además, resulta llamativo que la actividad humana sea preponderantemente diurna, cuando la mayor parte de los mamíferos superiores es noctámbula).

Por todo esto, no conduce a ninguna parte el sostener que el hombre fue, durante un inexistente “estado de naturaleza”, de tal o cual manera. Ahora bien, ello no puede disuadirnos de profundizar en las condiciones subyacentes de la especie, en su sustrato de animalidad. No se trata, como equivocadamente se sostuvo como profesión de fe en los ’60, de “sociologizar” al hombre, como un producto estrictamente condicionado por las externalidades del medio social.

Sencillamente, porque la sociedad nunca ha sido la misma, no se ha mantenido en absoluto invariable. Nietzsche, en Genealogía de la Moral, describe el largo proceso de domesticación del hombre, llevado a cabo por esa entidad superadora que es la sociedad. Como todo proceso de domesticación, reconoce en las primeras instancias reglas y comportamientos mucho más duros. El Código de Manú de la antigua India sería absolutamente lesivo a nuestra sensibilidad actual, sobre todo en las previsiones en cuanto a la cría de razas que el mismo contenía, y que se aplicaba por analogía tomada de las experiencias de domesticación de los animales.

Según el pensador alemán, el fin último perseguido por ese proceso es el propio de todo sistema de domesticación: el de crear –luego, estimular- la memoria. El animal salvaje tiende a olvidarse de todo asunto, aun de las lealtades que deberían seguir a gestos solidarios como salvarle la vida, apenas los instintos apremian. La domesticación conduce a generar un proceso mental automático previo al impulso del instinto, que se denomina memoria, y que en un desarrollo ulterior, permite, primero el entrenamiento, después la instrucción.

La memoria era el gran valor a perseguir en las sociedades arcaicas, y ello era así, puesto que permitía al hombre mantener su palabra empeñada, respetar los contratos, evitar dañar al vecino. La generación de la memoria reconoció mecanismos de domesticación al principio muy implacables, y luego atenuados durante el desarrollo civilizatorio. Por ello, las relaciones entre los hombres (contratos) y las relaciones de éstos con el Estado (leyes), estaban garantizadas. En tiempos muy antiguos, con partes del cuerpo o con seres queridos; incluso con la propia vida o la de hijos, esposa, etc. Más adelante pecuniariamente y con la libertad personal.

La pena, entonces, no tenía, según esta sabia lectura, un fin de castigo, sino que era la ejecución de un aval o garantía ante el incumplimiento de la palabra empeñada, y su eficiencia en el medio social conducía a reforzar el atributo de la memoria (en una primera instancia, a través del mismo cuerpo del infractor). Por ello mismo, el derecho penal no existía en su estricta naturaleza, sino que era parte del derecho privado. El Estado tan sólo ofrecía su ámbito y superioridad para que el damnificado pueda cobrarse de la garantía ofrecida. Y por ello mismo, la pena (o garantía) era esencialmente fungible, y otro miembro del clan del encartado podía sustituirla, en su cuerpo, o en cualquier otro bien que aceptara el demandante.

El gran etólogo que fue Lorenz (Consideraciones sobre la conducta animal y humana) viene a ratificar, mediante sesudos estudios que le valieron el Nobel en 1973, esa condición humana: la de animal doméstico. Lo curioso sería que el hombre entonces sería un animal domesticado por el propio hombre. Pero más propiamente, debemos decir que el hombre ha sido domesticado por la sociedad de la que naturalmente forma parte.

Konrad Lorenz

¿Puede, ante la constatación de la domesticidad del hombre, bucearse en su naturaleza salvaje? Entiendo que no, desde que el hombre existe a partir de la sociedad, y la sociedad ha ido domesticándose al mismo ritmo que sus miembros en el decurso de los milenios. Como no puede hablarse, con propiedad, de “sociedad salvaje”, porque es una contradictio in terminis, debemos reafirmar lo que venimos diciendo: no existe el “salvaje original”.

Ahora bien, ¿la domesticidad es un atributo definitivo, o puede perderse? Claramente puede perderse. Existen ejemplos comparados en todas las especies. Animales que han quedado sueltos, aislados, abandonados en el medio natural, y que al cabo de generaciones han recreado formas de salvajismo, que sin embargo difieren de las propias de la especie que jamás ha sido domesticada. En general, la diferencia más notoria se da en el caso de aquellas especies que, en estado salvaje, son eminentemente solitarias, como por ejemplo los felinos (aún de los leones, aunque sólo respecto de los machos), que luego de domesticadas, por accidente recuperan la condición de salvajismo, y que en tal caso se vuelven absolutamente gregarias, perdiendo los instintos de selección genética –y por tanto, la competencia entre machos- y aplicando toda la agresividad instintiva en la construcción de grupos compactos, similares a las manadas de lobos o las jaurías de perros salvajes.

El licantropismo como una metáfora de anticipación.

Se trataría entonces de un segundo salvajismo, que no puede considerarse, en estricto sentido, como natural. Podría aplicarse a esos casos un neologismo tal como “salvajización”, que evidentemente concierne a un tercer estado, diverso del salvajismo y de la domesticidad.

¿Es factible que el hombre, o ciertos grupos de hombres, puedan llegar a “salvajizarse”? La respuesta a eso la da la esencia misma del ser humano: un ser absolutamente maleable.

Los zombies: la metáfora actualizada.

16 comentarios:

Anónimo dijo...

Ojo, con los derechos de autor!
Publicar lo que por derecho corresponde a un autor determinado es un delito cuando se publican notas que tienen su correspondiente copyright "sin autorización", ni especificando a quién corresponde su autoría!

Mensajero dijo...

Reflexiones:
Para el civilizado integrado que obtiene algún beneficio de pertenecer a un grupo social "el malestar generado por la represión necesaria para vivir en la cultura", tiene su compensación.
Quién no obtiene esos beneficios no cuenta más que con sus propias pulsiones e instintos, que naturalmente, se imponen.
Así, para muchos, devenir salvaje podría considerarse una necesidad.
Pura especulación sin demasiado análisis.
Encima, suena psicoanalítico....

hacerse cargo!! dijo...

Lo felicito por este blog! mil gracias x su comentario, lo pondré como post.

Occam dijo...

Gracias, anónimo, por su advertencia. Por eso cuando transcribo cualquier texto que corresponda a un determinado autor, cito escrupulosamente la fuente. Puede verificarlo en todos los posts de este sitio.
Ahora bien, si se refiere al presente post, el mismo es de mi exclusiva autoría y responsabilidad, de la primera a la última letra, y el único que puede sertirse perjudicado con no citarme soy yo mismo, respecto de cierto libro que tengo por ahí publicado, y que aborda, entre otras, las mismas cuestiones, aunque, ciertamente, con distintas palabras y diversas conclusiones.
Igualmente, gracias por señalarlo.

Occam dijo...

Mensajero: Gracias por sus reflexiones. Ciertamente, los contractualistas tienen una visión utilitaria de la vida social, que asume que el individuo precede temporalmente a la sociedad y que ella es producto de una avenencia voluntaria, motivada en algún tipo de interés o beneficio perseguido.
En cambio, los teóricos de la sociedad natural consideran que la misma precede al individuo, y que a éste no le queda opción, independientemente de los beneficios que de ella obtenga.
La tesis aquí sugerida es que la baja del nivel de control social, o directamente la liberación de zonas al arbitrio exclusivo del individuo, puede conllevar un proceso hacia el salvajismo. No se trataría de una opción voluntaria del individuo, sino del mero abandono social de las reglas de domesticidad.
Claro está, esa domesticación o socialización se proyecta tanto en forma sincrónica como diacrónica. Es decir, se conforma pacientemente en el decurso del desarrollo social durante siglos, pero también es revalidada en cada generación con la acción de las instituciones sociales, empezando por la familia, siguiendo por las instituciones intermedias, y terminando con el Estado (que es el que conserva el poder sancionatorio último y más palmario).
Obviamente, no queda excluida la acción volitiva individual, sobre todo ante la constatación de que el sujeto busca frecuentemente inhibir los "lazos domesticantes" (que se plasman a nivel de la conciencia o del súper yo) mediante el uso de drogas o el desarrollo de "técnicas de neutralización", como son los mecanismos de justificación contraculturales: "él se lo merecía", "me provocó", "total a ellos les sobra", "yo lo necesitaba más que él", etc.

Muy cordiales saludos.

Occam dijo...

Hacerse cargo: Le agradezco mucho que pasara usted por aquí. Espero tenerlo por acá seguido. Sea usted bienvenido.

RELATO DEL PRESENTE dijo...

"el estado edénico original se pierde por negligencia o imprevisión, por falta de conciencia de algunos salvajes ante el avance de los otros que insistían en apropiarse de las cosas"

Ahora entiendo porque Cristina cita a Marx.

Siempre me representé al sujeto que infringe la ley como un enfermo social (por ende, todos nos engripamos de vez en cuando) y de hecho, en función de esto es que existe la justificación de la Libertad Condicional, mediante informe psiquiátrico que dice que el sujeto ya puede reinsertarse en la sociedad, más el certificado de buena conducta del SP.

Pero si el sujeto es un antisocial, que asegura que volvería a cometer todos los delitos que cometió y que en la carcel se comportó de la peor manera, no podrá acceder al beneficio de la Libertad Condicional, pero extinta la pena, saldrá como si nada a la calle.

Hace poco había llegado a la conclusión que el único método de poder frenar este tipo de desvaríos era sencillamente imponer una única pena: Privación de la Libertad por tiempo indeterminado, y que solamente los informes de resociabilización fueran tenidos en cuenta para largar al recluso.

Todavía me está corriendo el Penalista que escuchó mi barbaridad. Y reconozco que suena fulero y difícil de digerir. Pero no me diga que no es debatible.

Sólo que en este país, en el que se corrompe desde la maestra de Jardín Infantes hasta el Granadero de la Casa Rosada, implementar un sistema así, sería el acabose.

No muy lejos de lo que vemos.


Saludos.

Occam dijo...

Relato:
El tema de la resocialización es complicado. Están los famosos dichos de que intentar resocializar en la cárcel es como enseñar a nadar en un submarino. La resocialización, para mí, es un esbozo de la conciencia culpable que empieza a aquejar al Estado con la revolución burguesa (s. XIX) por ejercer el poder punitivo. Entonces a la pena se le busca una justificación, una utilidad para el condenado, al punto que Romagnossi llega a sostener que, por más grave que sea el delito, si se tiene certeza de que el imputado no reincidirá, no debe aplicársele pena.
En cuanto a los delitos que tienen un componente psicótico, psicopático o perverso, yo no estoy en desacuerdo con su psiquiatrización, y por tanto, con la solución que usted sugiere.
En cuanto al resto, entiendo que la pena debe volver a tener el carácter que siempre tuvo: el de castigo (ni prevención general, ni prevención especial, ni positiva ni negativa), o sea, el intento moral de restablecimiento del equilibrio roto por el delito. En tal sentido, la misma debe ser lo más parecida posible, en cuanto al bien que afecta y el tenor de su aplicación, al daño inflingido.
Eso, ni más ni menos, es lo que la sociedad está esperando.
Claro que es sólo una idea. No sea cosa que me digan que vengo del tiempo de las cabernas. Pero es esencialmente retributiva. Respeta fielmente los principios de proporcionalidad y de responsabilidad por las consecuencias de los propios actos.
Un cordial saludo, y gracias por su comentario.

Anónimo dijo...

"La civilización pierde toda fijeza y queda a merced de todos los azares. La plebe es reina y los bárbaros avanzan..."
"Pasar de la barbarie a la civilización persiguiendo un ensueño, despues declinar y morir cuando el ensueño ha perdido su consistencia; tal es el ciclo de vida de un pueblo."
GUSTAVO LE BON (Psicología de las Multitudes).

Las cosas que me hace recordar!!!
Muchas Gracias
Saludos

Occam dijo...

SG: Muchas gracias por su comentario. Una cita estupenda, y muy propicia, por cierto.
Empero, da un poquito de angustia atisbar que la decadencia acontece sobre tantos pueblos jóvenes que ni siquiera tuvieron la posibilidad de madurar. Pena, mejor diría, como la muerte prematura de una persona.
Esperemos que se trate sólo de un mal trance adolescente, aunque lo dudo.
Mi más cordial saludo.

Destouches dijo...

Occam:

Realmente muy interesante su tesis de la salvajización, el fenómeno inverso al que explica Nietzsche en Genealogía de la Moral. Realmente brillante y sólidamente argumentado.

Occam dijo...

Gracias, Destouches. No se trata, no vaya a creer, de una teoría monocausalista que intenta explicar todo el fenómeno criminal, sino sólo la violencia exacerbada, incomprensible, cruel, que se está viendo cada vez con mayor frecuencia, y que proviene en general de muchachos endrogados hasta la punta del pelo, que han perdido hasta el lenguaje, y que no conocen formas de socialización, sino tan sólo una relación individual con el dealer y con su dosis, y una relación casual y utilitaria con sus cómplices.
Más adelante hablaré del fenómeno de la feudalización o privatización territorial del poder, es decir, la ultimación del monopolio coercitivo del Estado. Se lo prometo.
Un abrazo, y gracias por pasar.

Monsieur Sandoz dijo...

Lo más grave del aumento vertiginoso de la violencia exacerbada y sin sentido, me parece que está en sus justificadores oficiales. Creo que hay que ir al punto de partida para solucionar en algo las cosas. Tal como usted bien expone, el discurso que parece haber triunfado es el del "buen salvaje", lo cual lleva a todos estos mentores de los 'derechos' a justificar todo tipo de tropelías. Por supuesto que, en situaciones como las que vive América Latina, por ejemplo, esto se les ha ido de las manos, y ya el discurso "comprensivista" no lo digiere nadie.
El hombre, por estructura (evito adrede decir "por naturaleza"), tiende a imaginar un paraíso perdido y a anhelarlo. Esto es la base de las religiones (al menos las monoteístas). Pero así ocurre también a nivel de la psiquis de cada individuo. Así como la sociedad añora un "paraíso perdido" en donde los hombres eran naturalamente buenos y compartían todo sin conflictos, el hombre boga siempre por un pasado que se perdió y en el cual seguramente debía de ser muy feliz. Lo interesante es que estas cuestiones, de carácter inconsciente claro está, quedan en el terreno de la fantasía, y permiten las sublimaciones artísticas y la formación reactiva de rasgos tales como la culpa, la vergüenza, los escrúpulos, etc., entre otras cosas. Cuando lo que tendría que quedar en el ámbito de las fantasías es plasmado de forma recurrente en la realidad, nos encontramos con la perversión. Por ello Freud decía que el hombre era un "perverso polimorfo". Todos tenemos estas desviaciones a lo natural, ya que lo natural en el hombre no existe. Sin embargo, lo interesante es que, para que haya sociedad, estas perversiones deben quedar en el ámbito de lo privado, y no hay nada más privado que las propias fantasías. Cuando un individuo vuelca esto hacia lo público, cuando se hace una exhibición grosera y grotesca de estas pulsiones, lo que se busca es molestar y angustiar al otro. Allí ya hablamos de un sujeto perverso. Pongamos un ejemplo burdo: uno puede tener muy guardado en una fantasía absolutamente reprimida que la madre es la mujer más deseable con la que acostarse, pero si de allí se pasa al acto, estamos en otro terreno. Me parece que la salvajización tiene que ver, precisamente, con la explosión de todas estas pulsiones desatadas y con una sociedad, que a través de sus órganos pertinentes, no las reprime. Es más, en algunos casos, las fomenta, como en sus bien citados ejemplos de "se lo merecía", "total a este le sobra", etc.
Tal vez me he puesto aún más psicoanalítico que Mensajero, pero espero haber contribuido al debate.
Mis saludos

Occam dijo...

Efectivamente, Monsieur Sandoz, su comentario es muy psicoanalítico, mientras que la orientación del presente análisis es más bien sociológica, lo que no implica necesariamente arribar a conclusiones disímiles.
Empero, en la hipótesis de "salvajización" (que no es retorno al salvajismo, puesto que no ha existido un salvajismo original), es difícil, diría imposible, hallar al sujeto, desde que no hay lenguaje, y por tanto, tampoco estructura.
En cuanto al perverso, por lo mismo que usted expuso, entiendo que es un producto (desviado, ciertamente) social. Me refiero a que ontológicamente sólo puede ser concebido en el medio social, considerando sus propias y acertadas observaciones: la perversión sólo puede existir ante la posibilidad -y el conocimiento de esa posibilidad por el sujeto- de represión.
Muchas gracias por su fecundo aporte al debate, y mis más cordiales saludos.

pau dijo...

Muy interesante síntesis. Me gustaría ver cómo leería estos conceptos en el contexto de la formación de la identidad ripoplatense a través del Facundo.
Saludos.

Occam dijo...

Pau:
El Facundo es una excelente obra literaria, escrita por una brillante pluma. Tan excelente como obra literaria, como falaz en su contenido, demostrando que en el arte del uso de las palabras, la belleza de la forma no garantiza la verosimilitud de lo expresado, y da lugar al tipo de mentira más insidiosa, la de la verba florida de los doctorcitos exiliados en Montevideo, que tanto daño han hecho a nuestra aciaga Patria rioplatense, llenándole la cabeza al ingenuo "espadón sin cabeza", que fue Lavalle según la definición de San Martín, y que lo llevara finalmente al suicidio en Jujuy.
Lamentablemente, los argentinos somos muy propensos a quedar cautivos de la forma y despreciar el contenido. El Facundo de Sarmiento es una distorsión lisa y llana, ad absurdum diría, mientras que el hombre de carne y hueso fue una persona asombrosamente culta.
Otros han sido los "salvages", y el gran esfuerzo puesto en reescribir la historia, en defenestrar todo lo valioso de nuestra civilización e identidad, demuestra el denuedo con que se impusieron el encubrir tamañas atrocidades.
Mi cordial saludo.