lunes, 1 de septiembre de 2008

CARLOS V, el tiempo y los idiomas

El Rey Carlos I de España, y Emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico, ha sido sin dudas uno de los grandes protagonistas de la historia de la humanidad, comenzando porque gobernó sobre una heredad en la que nunca se ponía el Sol, y porque, con la coherencia que signó toda su vida, decidió retirarse a esperar la muerte en la mayor circunspección y austeridad en Extremadura (muchos entenderán de qué hablo).


En una breve pero medulosa monografía Manuel Domínguez Merino (Carlos V. Breve anecdotario del Emperador, Mérida, 2000) nos lo describe: "El hombre que luchó con permanente constancia por transformar la Europa que había heredado de sus padres y abuelos en una nueva Europa soñada y unida, con visión modernísima, tan afín a la nuestra; viajero de todos los caminos, endurecido por todos los soles y todos los vientos, recorriendo sus extensos reinos para conocer a sus plurales vasallos; el apuesto galán de los salones europeos renacentistas, rodeado por nobles príncipes, caballeros y elegantes damas; mecenas de pintores, poetas y músicos; el hijo y padre de familia..."

Y más adelante nos recuerda el carácter protagónico de su reinado (luego del de Carlomagno, el más influyente a nivel mundial que el mundo occidental ha conocido): en la conquista de América, en Tordesillas, en la circunnavegación del mundo, en el Concilio de Trento, etc., etc.




"Yo he aprendido a manejar el tiempo como un mariscal de campo"

Con este fantástico verso de Enrique Gómez Correa me permitiré consignar la afición que tenía el Emperador por los relojes, con ribetes casi obsesivos. Así nos la describe nuevamente Domínguez Merino:

"Conocida es universalmente la afición del gran Emperador por los relojes. En su retiro de Yuste, durante los últimos días de su vida, logró reunir una gran colección de relojes de todo tipo y forma. Se entretenía en darles cuerda, arreglándolos, tratando de ponerlos de acuerdo para que marcharan al segundo y así pasaba muchos días, horas y más horas. Los había de todas clases, procedencias, formas, tamaños: grandes, pequeños, bastos, artísticos, de pesas, de espiral, de cuco... En sus numerosos viajes los relojeros alemanes pudieron proveerlo en abundancia.

"Pero le disgustaba no poder tenerlos perfectamente sincronizados y acordes. A pesar de su exquisito cuidado y del de su experto relojero, Juanelo Turriano, ya uno, ya otro o varios de ellos sonaban antes o después de lo deseado".


Un hombre que había aprendido a manejar el tiempo como un mariscal de campo, a ser el dueño del ritmo, como preludiara Régis Debray en la entrevista posteada en este sitio el 28 de agosto, al punto que prácticamente decidió decretar su propia muerte (con la abdicación y aislamiento voluntario al que se sometió en el Monasterio de Yuste 15 meses antes de que su hora finalmente sonara, y que quedó inmortalizada con la frase “¡Ya no franquearé otro puerto que el de la muerte!”), nunca pudo entender cómo esos ingenios de la mecánica no podían lograr la unidad de movimiento que logran los soldados en combate y los pueblos en los tiempos decisivos.

Dibujo de Enrique Gómez Correa, por René Magritte.


Los idiomas.

A continuación de una elocuente descripción sobre su ductilidad idiomática (que también transcribo), Domínguez Merino nos dice al respecto:

"Sabemos que Carlos V tenía gran capacidad para el aprendizaje de las lenguas vivas de su tiempo, pues hablaba correctamente español, francés, italiano, inglés, alemán y flamenco, y algo bastante de la lengua latina. Frecuentemente se le adulaba por lo que la facilidad lingüística representaba y cierta vez comentó festivamente:

"Pues sí, el español me sirve para gobernar las Españas y las Indias, para hablar con Dios y conmigo mismo; el inglés, para escribir a mi tía Catalina de Aragón, reina de Inglaterra; el italiano, para tratar con el Papa, sobre temas de religión y de estado; del flamenco me sirvo cuando converso con mis amigos; del alemán para discutir con los de Lutero, y del francés siempre que trato de traer a mandamiento a ese díscolo pariente mío que se llama Francisco I de Francia".

Sin dudas, una conclusión utilitaria para la cuestión. Otra frase del Emperador, en cambio, me ha fascinado, sobre todo porque proviene de un agudo genio político, y me la ha facilitado Juan Joaquín Marselle:

"Un hombre debe dominar cuatro idiomas: el francés para la diplomacia, el italiano para amar, el español para pelear y el alemán para domesticar a los caballos".

14 comentarios:

Yoni Bigud dijo...

Me gustó la frase final. Buen blog el suyo.

Un saludo,

Occam dijo...

Yoni bigud: Es usted muy amable. Muchas gracias por pasar y por su comentario. Sirva el presente como formal bienvenida.
Mis cordiales saludos.

Anónimo dijo...

Buena frase final. Quizá por herencia, siento cierta predisposición a las antiguas glorias hispanas: los tercios viejos de infantería, Flandes, El imperio donde no se pone el sol.

Tengo simpatía por ese período histórico, en el cual me hubiese gustado vivir.

Saluti,
Muñeco

PD: ahora va a aparecer algún progre a batir el parche conque esas son cosas de franquistas, que los imperios, que bla, bla, bla...

Mensajero dijo...

Será que alinear los espíritus es más simple que disciplinar los materiales?

Gabriela dijo...

Pero mire que astuto ese reicito....

Se nota que no jugaba a la pelota porque tendrìa que haber agregado el portugués a esa lista por eso del jogo bonito.

una chanza che... saludos!

Occam dijo...

Muñeco: Quizás por herencia, o por una cuestión del espíritu (Heine se consideraba ciudadano de Atenas), coincido con usted. Y los progres, si se refiere a esos homúnculos retardatarios y esquemáticos anclados -con suerte- en el mayo francés, me tienen sin cuidado.
Muy agradecido por su comentario.
Mis más cordiales saludos.

Occam dijo...

Mensajero: Para hombres como Carlos V, evidentemente así era.
Muchas gracias por su comentario, y un cordial saludo.

Occam dijo...

Gracias, Gabriela, por su comentario. No quiero ser cáustico, pero probablemente el rey hablara el portugués, aunque no se lo considerase en la época como un idioma sino como un dialecto (similar al tratamiento que se les daba al catalán o al gallego).
Mis más cordiales saludos.

piscuiza dijo...

Extraña manía la de querer domesticar relojes, pero a diferencia de los intentos de "disciplinar" pueblos, es bastante menos dañina.
Qué lindo sería si como el Rey, pudiésemos hablar todas las lenguas consideradas necesarias. El mito bíblico de la Torre de Babel refleja sin dudas mi anhelo de entenderme con cualquier habitante del mundo sin barreras idiomáticas. Como decía un viejo slogan: "Sería lindo, no?
Saludos

Forbidden Reloaded dijo...

Occam: el Austria este es un tipo que me cae bien. Alguien que dada la época, y para entenderlo hay que ubicarse en la cultura de su tiempo,pone a un montón de frailes a pensar sobre la salvación del alma de los "indios americanos" realmente se preocupaba por los subditos. Ni hablar de como le puso los puntos al "pavote Lutero" como decía Castellani. Un tipo que hablaba de "Reynos de Indias" en lugar de colonias y cuyos tercios viejos fueron la maquina militar mas eficiente de la época. En fin alguien que permitía a sus súbditos ponerse un libro en la cabeza y decir "acato pero no obedezco" está en las antípodas del pensamiento totalitario progre, disfrazado de concenso. Además es para mi un referente....

Cara al sol con la camisa nueva....

Saludos

Occam dijo...

Piscuiza: Créame que es un anhelo compartido. Aunque creo que su alcance y posibilidades son mucho mayores. El poder dominar todos los idiomas como el propio genera un ascendiente genuino y directo, ya que el influjo sobre los demás emerge de la palabra, que es la puerta de entrada al alma. Y la comprensión del otro también se agudiza, puesto que cada idioma determina la estructura mental de un pueblo y de sus individuos. Cómo se piensa, ya que se piensa en un idioma (por eso resalto el tema de que Carlos V, germanoparlante desde su infancia, "hablaba consigo mismo", es decir, pensaba, en castellano).
Mis cordiales saludos.

Occam dijo...

Forbidden: Usted ha dado en el clavo acerca de la trascendencia que Carlos V tiene sobre todos los que nacimos de este lado del charco.
Fue sin dudas él el padre de la gran decisión política que implicó el integrar los nuevos territorios al gran espacio que conformaba el Imperio, en forma de reinos y no de colonias o factorías costeras, como fue la usanza inglesa, portuguesa, francesa y holandesa. Respecto del estatus de las provincias de ultramar, equiparado al de las provincias peninsulares, hay un erudito trabajo del insospechable historiador Ricardo Levene (que, de la escuela liberal, fuera maestro de Perón), elocuentemente llamado Las indias no eran colonias. En la misma tesis se sitúa el excelente España invertebrada de Ortega y Gasset, que preludia que el movimiento centrífugo iniciado con los movimientos de emancipación de las provincias más distantes se iba a continuar con las peninsulares, y que hoy conocemos como "nacionalismo vasco", "nacionalismo catalán", etc.
Lamentablemente, la mezquindad de los últimos borbones impidió que esa gran empresa carolina se consumara, como hubiera ocurrido si España decidía, a la hora de la invasión napoleónica, trasladar su corte a América, como hizo Portugal, que por eso mantuvo incólume su territorio americano, y lo dotó de la herencia del poder imperial, mientras los hispanoamericanos nos balcanizamos en luchas intestinas y permanentes fraccionamientos, respecto de los cuales, la única tendencia opuesta fue la de Rosas en su aspiración de reconstrucción del Reino del Río de la Plata, que le valiera el mote de Gran Americano, y la admiración de pensadores tan distantes como Oswald Spengler.
En cuanto a la idea de Imperio como espacio para la tolerancia y la pluralidad entre los vasallos (y para preservación de las particularidades étnicas y culturales, que por algo vascos, catalanes, gallegos y extremeños han tirado todos por siglos para el mismo lado), como gran entidad federada, resulta menester hacer una breve aclaración: Se parece más a un imperio -con las salvedades y distancias del caso- la Unión Europea que los Estados Unidos. Es decir, el Imperio es una idea antitética a la de Estado-nación, que es una forma política que busca suprimir todas las diferencias, como lo ha hecho Francia con los occitanos, bretones y normandos. Equivocadamente nos venden que el Imperio es un Estado-nación muy grande y expansionista, y nada está más alejado de la idea de Imperio que ésa. Roma fue una nación cuando fue una ciudad, pero cuando fue un imperio fue gobernada por un español como Trajano, un ilirio como Diocleciano o un griego de Asia como Juliano.
Prometo hablar de la idea de imperio a partir de De Benoist, de la teoría de los grandes espacios (Grossraum) de Carl Schmitt, y de otras cuestiones vinculadas con el yugo y con las flechas.
Mis cordiales saludos, y gracias por pasar.

Stella dijo...

Occam, muy bueno el post! Me gusta la historia d ela edad moderna, será que me la llevé a diciembre y la tuve que estudiar mucho y así le tomé cariño.

Y la frase final me hizo recordar a un señor de la colectividad. De esos viejos medio locos, pero muy queribles que hay en todos lados.
Una vez me contaba que el sabía muchos idiomas: alemán, croata, italiano, inglés, español y francés! Y despues lo pensó mejor y me dijo "Ah, no!! francés todavía no!!"
ajajajaj

Un beso, y muy buena la nueva plantilla del blog! Hace mucho mas fácil la lectura! :)

Occam dijo...

Muchas gracias, Stella, por su comentario y por la anécdota.
Al cambiar la plantilla tuve en cuenta su sugerencia de un mes atrás. Ocurre que me había encariñado con la anterior, y por eso la hice durar un tiempo. Vamos a ver cuánto me dura ésta.
Un beso