jueves, 19 de noviembre de 2009

Movimiento Nacional / Categorías Internacionales

De los comentarios del post anterior, hubo uno de Almafuerte, que como dicen los jóvenes de hoy en día, “me hizo ruido”. O sea, me llamó la atención, me motivó a sacar del armario mi costado didáctico, intentar ordenar un poco las propias ideas (benéfica consecuencia de la interrelación dialéctica), y esbozar, en prieta e improvisada síntesis, el texto que ahora presento en forma de post.

A esta decisión, ayudó bastante la opinión de Destouches, la cual valoro especialmente, así que, tal cual anticipé en los comentarios de marras, ahora cumplo. También ayuda la víspera de un acontecimiento trascendente. Me refiero a la conmemoración, el día de mañana, 20 de noviembre, de la Soberanía Nacional. Término hoy día vaciado de sentido, vilipendiado por los internacionales que no dudan en engancharse como vagón de cola de cualquier tren externo que pase, a cambio de algunas valijas de petrodólares o de lo que sea (a veces a cambio de nada, por cholulos, nomás). Los internacionales que aplauden cualquier intromisión en nuestra jurisdicción penal, que por definición, es improrrogable, exclusiva e irrenunciable, a favor de intereses de afuera que no siempre son sanctos, pero que en todo caso, siempre son, precisamente, de afuera, o sea, ajenos a nosotros, por más que en los fines se compartan. Porque si compartimos con el vecino que la patrona necesita de atención, de un mimo, de una caricia, no por ello vamos a permitir que el vecino nos la manosee… ¿o sí? Los antinacionales que hacen abandono de sus hermanos, los condenan al desamparo, la marginalidad, la droga y el delito. La droga, precisamente, el nuevo imperialismo trasnacional, definitivamente afincada, promovida, protegida, y después protectora y promotora, y así el ciclo se retroalimenta. Los que estimulan el asentamiento indiscriminado y promiscuo de inmigrantes marginales, en detrimento de los propios nacionales que no tienen ni trabajo, para modificar la base electoral. Porque hay en todo ello un profundo egoísmo. El de juntar para uno, para después abandonar el barco destruido, como parásitos. Reñido hasta la exasperación con las muestras de noble sacrificio y valentía de Mancilla, Chilavert, Alzogaray, Brown, Palacios, Cortina, Thorne

En fin, que casi me voy de tema. Almafuerte escribió en el mentado comentario lo siguiente:

Estupenda nota. Deslumbrante el comienzo con la alusión al microclima ajeno a la sociedad.
Ahora bien, desde un lugar muy ajeno al peronismo y más que nada a la veneración de la abominable década del 70, pregunto: ¿tan difícil es definir el contenido ideológico de un partido? ¿tan difícil era decir claramente: "No, flaco, ESO NO ES PERONISMO, NO ME JODAN MAS"?
Cada vez que leo a los amables peronistas de Perón emocionarse con la extraordinaria visión política y estratégica del líder, no puedo dejar de pensar que por muy brillante que haya sido Perón como estratega, él es el responsable de esta debacle de identidad peronista que padecemos desde hace 40 años.
Más aún, no solo generó la confusión, sino que cuando percibió el desastre no supo enmendarlo. Y no es poca cosa, porque este conflicto de identidad del peronismo tal vez sea uno de los principales factores de nuestra actual decadencia.

La cuestión no es menor. Porque la crisis de identidad aludida tal vez no sea la del peronismo sino la de la Argentina toda. Porque como la identidad es también una decisión, tal vez el problema sea que la Argentina se decidió a no ser. Es decir, suprimió su voluntad de ser como nación y se limitó a emular, a traspolar, a diluirse en conceptos impuestos por otros, al punto que los otros son más importantes que los unos, que desfallecen y se diluyen irremediablemente en la otra orilla de la Laguna Estigia de la historia.

A continuación, la respuesta:



Qu’est-ce que c’est le péronisme ?

Es muy largo y complejo el tema para tratarlo en un comentario. Tan sólo me limitaré a decir que en la base doctrinaria del justicialismo, está el movimiento y no el partido (que es solamente una herramienta con fines electorales, que es una parte de la película; la otra, la única importante, es la de gobernar). Ello nos indica, por un lado, que el justicialismo es un sistema de gobierno, y no un partido político en el clásico sentido demoliberal del término. Como partido, se agota con la contienda electoral, y por ello el partido es una entelequia descartable cuando el justicialismo está en el gobierno.

Como movimiento, diseñado para gobernar (conducir), no puede por definición ser sectario o responder a los intereses de un grupo o facción, puesto que el gobierno debe comprender a la totalidad de los gobernados.

Como movimiento nacional (y ahí tiene usted una de las definiciones que reclama), tiene como clara meta para su acción los intereses nacionales.

Si hablamos de un partido “nacional” nos referimos a una capacidad de cobertura territorial en todos o la mayor parte de los distritos, de una maquinaria puesta al servicio de obtener representatividad nacional, y de acceder al gobierno nacional.

En cambio, al hablar de movimiento nacional (no olvidar que el nombre oficial es Movimiento Nacional Justicialista -MNJ-), se está hablando de una visión estratégica y una definida vocación política. Será entonces, en su carácter nacional, necesariamente tercerista, es decir, imposible de ser encuadrado (alineado) en el contexto de las grandes doctrinas internacionales (que desde 1945 y hasta 1991, guardaron la forma de imperialismos). Por derivación, se ganará como sus más fervientes, constantes y tenaces enemigos, a los internacionalismos (a los que el peronismo califica como “sinarquía”). La actitud de Braden, o la del Partido Comunista (embajada de la URSS en la Argentina), vienen a demostrarlo.

Como movimiento nacional, no admite entonces ningún tipo de dogmatismo, ni de sectarismo, puesto que su doctrina consiste justamente en la movilidad (de ahí, movimiento), acorde y sincronizada con la movilidad de los intereses tácticos de una Nación. En cuanto a los intereses estratégicos, ellos son menos movibles, y el justicialismo los ha definido sobre tres pilares: Independencia Económica (es decir, desarrollo autosostenible y capacidad para autoabastecerse; que deriva de las privaciones sufridas por efecto de la Segunda Guerra Mundial, durante y tras la cual faltaron neumáticos, gasolina, insumos industriales, etc.); Soberanía Política (vinculado con el no alineamiento, es a la Nación lo que la libertad es al individuo); y Justicia Social (como único camino a la unidad, que es el gran fin estratégico y el gran desafío que se le presenta a la Argentina desde sus inicios; no olvidemos que el lema de nuestro escudo patrio, desde 1813, es “en Unión y Libertad”, y que la unión ha sido el bien menos disfrutado por los argentinos en toda nuestra historia).

Para conseguir afianzar una senda dirigida hacia esos objetivos estratégicos, el dogmatismo (tara unánime de las ideologías del siglo XX) no sólo es inconveniente, sino que es directamente disfuncional. Atrapados en dogmas, en definiciones, en camisetas y en banderas (por eso la bandera del justicialismo es la bandera argentina), es imposible cumplir con los objetivos nacionales, y siempre se cumplirán los objetivos de un grupo o facción (como ocurre en los liberalismos y los socialismos). Y la consecución de los objetivos de un grupo o facción necesariamente implica la frustración de los objetivos de una Nación, en tanto superación de esas facciones a favor de la unidad.

Ésa es la doctrina, y es bien clarita. Perón, como profesor que era, siempre fue bien didáctico al respecto. Para combatir al sectarismo no se puede ser sectario y trazar una línea en el piso, sino que debe convocarse a todos a deponer sus dogmas e integrarse a la unidad que es la Nación. Gente cabal lo ha comprendido, y así buena parte de los comunistas del ‘40 se hicieron peronistas (v.gr., Borlenghi), y caminaron junto a radicales (Jauretche, Manzi), nacionalistas católicos, conservadores populares y hasta liberales. Deponiendo sus dogmas a favor de la unidad en pos de los objetivos supremos de la Nación.

La Nación es, como todo colectivo, una complejidad inmanente. Una Nación tiene aspectos socialistas, aspectos comunistas, aspectos liberales, aspectos conservadores. Pero es mucho más que esos aspectos o humores. Es una totalidad, o por lo menos, así lo entiende un movimiento nacional, que aloja a todos y en donde todos no sólo deben sino que primeramente pueden vivir en paz y en unidad.

Los dogmatismos aspiran a conseguir la paz imponiendo un grupo o facción sobre los demás, e imponiendo en consecuencia una praxis y una ideología en cada aspecto de la vida nacional. Logran así la paz de los sepulcros, y la unidad del único.

El peronismo es, doctrinariamente, lo opuesto.

Claro que ha quedado prisionero de las presiones de los internacionalismos operadas sobre las mentalidades de la gente, o de alguna gente, mejor dicho, para ser justos. Las presiones por definirse, por pronunciarse, por adquirir una ideología, por hacer flamear un dogma. Entonces, algunos de los mismos peronistas, cuando la acción de gobierno ya no podía soslayar las incertidumbres en esas definiciones internacionalistas, comenzaron a definirse: que si somos de derecha, o de izquierda, o de centro [Y fíjese usted, que muerto Perón, ese desvelo por definirse en términos internacionales continúa: Menem incorporó el PJ a la Democracia Cristiana, Duhalde lo sacó de allí, y dijo que el peronismo era de centro-izquierda; etc.]. Que si somos socialistas, o fascistas, o nacionalistas. Y cada uno fue en busca del oráculo, a ratificar en la opinión del General su propio punto de vista. Y volvían contentos cada uno con la frasecita que les venía mejor para lo que pensaban de antemano. Perón nunca quiso convencer a nadie de una idea. No era un profeta, ni un predicador de la buena nueva, ni un misionero ni un militante (suerte de beatitud ético-política setentista ahora remasterizada).

Siempre Perón les habló a todos los peronistas, y a todos los argentinos, desde los intereses estratégicos de la Nación. Siempre habló para los argentinos, y si identificó enemigos, no lo era por su carácter de antiperonistas sino de antiargentinos, en su concepto, claro está, de Nación.

Por todo ello, no se pudo durante sus 30 años de acción política, ni luego, durante sus 35 años de ausencia física, ni ahora se puede, ni mañana se podrá, establecer un dogma peronista en sentido partitocrático. Porque, como bien dijo Alejandro Tarruela, desde lo doctrinario Perón era crítico de la Revolución Francesa y de las consecuencias de división (principiando, por las izquierdas y derechas) que ella ocasionó en el tejido social. Y si me apura, era crítico del sistema de representación demoliberal burgués.

Cuando aceptó los innovadores principios de la acción política que se imponían en el mundo desde los procesos de descolonización, lo hizo estrictamente desde su costado práctico, como vías para acceder al poder. O sea, les dio el mismo lugar que le dio en su momento al Partido Laborista, y después, al Partido Justicialista. El carácter instrumental y menor de lo táctico.

Lo que ocurre es que grupos o facciones intentaron luego imponer sus intereses sectarios desde el gobierno. Eso motivó que Perón debiera intervenir, tuviera que volver a calzarse la banda presidencial, siendo ya octogenario, y tratar de encauzar y pacificar. Toda esa acción, en un hombre anciano y enfermo, no hizo más que precipitar su muerte. Creo que es injusto decir que Perón fue “incapaz” de controlar “lo que él mismo desató”.

Un hombre que, siendo militar, siempre deploró la violencia, y que encima tuvo escasos 6 ó 7 meses, en los cuales por ejemplo, desenmascaró a los infiltrados para que la sociedad pudiera verlos sin sus caretas, e hizo la reforma del Código Penal instituyendo condenas a las acciones terroristas, como lo fue la figura de la asociación ilícita (razón de la salida del justicialismo de muchos diputados de la “tendencia revolucionaria”), así como sancionó a los militares de ejército que negociaban con Montoneros su incorporación a las fuerzas nacionales en carácter de milicias (lo que ahora hizo Chávez).

Perón identificó a la juventud que vendría a operar el recambio generacional, y a ella le dio su testamento político. Esa juventud estaba encuadrada mayormente en Guardia de Hierro. En tanto, a los revoltosos que hablaban de “Patria socialista”, esos jóvenes a los que él confiaba “nacionalizar” como había hecho en el pasado con tantos comunistas por ejemplo, les confió inicialmente el Ministerio de Bienestar Social, “para que cambiaran fusiles por frazadas”, como alguien dijo por allí.

En fin, ya sabemos el resto de la historia.

El artículo aquí posteado no hace más que poner de resalto la tozudez de esos facciosos, y su fuerte convicción ideológico-dogmática, de corte internacionalista (además de su filiación a la OLAS, como el resto de las guerrillas castristas que operaron en Latinoamérica).

Pero no me parece que en ningún momento Perón no haya sido claro. Lo que ocurre es que, aquél que no persigue buenas intenciones, suele hacerse el otario cuando escucha cosas que no quiere oír. Pajarito Grabois, dirigente del FEN (Frente de Estudiantes Nacionales), de orientación marxista, cuando se unió a Guardia de Hierro hizo este comentario que creo que es bastante claro (cito de memoria, así que no es textual): Es incomprensible que, viniendo de afuera, vos te quieras plegar a un movimiento, y luego quieras que el movimiento haga lo que a vos te parece. Cuando uno se incorpora a cualquier institución, organización, movimiento, lo hace porque comulga con sus fines y sus sistemas. Nadie se une para poner todo patas para arriba. Ésa es la clave para definir el criterio de “infiltrado”, o “topo”, si queremos estar bien a la moda de la tan frecuente praxis marxista de la época.

Mis cordiales saludos, y perdón por la extensión e improvisación de estas líneas.


9 comentarios:

Almafuerte dijo...

Muchas gracias por las elaboradísimas respuestas del post anterior, y por éste. Evidentemente, cuando un tema apasiona no hay extensión que valga!

Tengo mis reparos con respecto al carácter movimientista totalizador del peronismo, y su imposibilidad de encuadre en las categorías de izquierda/derecha y el sistema demoliberal burgués. Estimo que acá estuvieron tratando de reinventar la rueda, siendo que estos sistemas han funcionado perfectamente en otros países. Y estos sistemas no impiden pensarse y definirse desde los intereses nacionales. Hay sobrados ejemplos.

Esta misma renuencia a encuadrarse en las definiciones tradicionales de izquierda o derecha, con todos los matices del caso, es tal vez la causa de la interminable lucha por la custodia y la patria potestad del partido. Y esa lucha nos costó años de vida y sangre a raudales, a esa lucha todavía la seguimos pagando todos.

La vocación por subir a todos al colectivo del peronismo pese a los abismos ideológicos entre unos y otros, inevitablemente iba a generar un desastre. Y ciertamente era la peor época para construir semejante movimiento, tomando en cuenta las tendencias extremas que se imponían en esos años, como ud. describe. Es cierto que Perón no tuvo la culpa de que se le haya atravesado la época de la violencia, pero tambien es cierto que la manejó mal, muy mal (al menos, visto desde acá. Con los diarios de ayer en la mano y la visión de los hechos consumados, lo acepto).

El movimiento será la base inmanente, pero los partidos políticos son el vehículo para poner en práctica las ideas y ejercer el gobierno. No son descartables. Y necesitan una identidad menos totalizadora y más específica: no un partido único, sino dos o tres partidos todos nacionales, todos dispuestos a defender los intereses del país, pero con distintas aproximaciones a los problemas. No es sano ni útil abrigar bajo el mismo partido a privatizadores a ultranza y a estatizadores seriales, por poner el ejemplo más cercano.

Podríamos quedarnos años hablando de ésto, por ej. yo sospecho que el movimiento indefectiblemente desemboca en una sociedad de corporaciones (sindicales, empresarias, jurídicas, etc.) al servicio del poder, que asfixian al individuo. Una sociedad con Dueños, sin biodiversidad cultural, política o económica. Pero nos vamos de tema.

Y volviendo a los 70. La aceptación del uso de la violencia como herramienta de la política es el peor crimen cometido contra nuestro país, no importa de qué signo. Y si bien acepto a partir de su generosa explicación que el peronismo no fue el único responsable, creo que la lucha interna antes descripta es la causa de que todavía estemos en pampa y la vía, mientras que otros países latinoamericanos que vivieron el mismo proceso superaron hace rato esa etapa.

Destouches dijo...

Imprescindible homenaje en una época en la que la soberanía nacional significa cada vez menos y es mezclada promiscuamente con los más variados tópicos que impone el bienpensantismo progre (como pudimos comprobar hace muy poco). Un gran abrazo.

Mensajero dijo...

A mí lo que me atrae del peronismo es precisamente su no encuadramiento en los ejes tradicionales.
Pero el mapa no es el territorio y medio siglo después, el movimiento debe ser juzgado por lo que realmente logró plasmar.
Por mi edad solo conocí el peronismo posterior a Perón (en el 74 era muy niño), y poco de lo expuesto puede reconocerse en lo que queda de él.
Su inexplicable vigencia, su exótica actualidad, a veces conspiran para reconocerle sus méritos históricos, cicatrizar heridas y poder avanzar.
Un abrazo.
.

Occam dijo...

Almafuerte:
Es evidente que, mientras no nos despojemos de animadversiones prerracionales, es imposible llegar a conclusiones racionales.
Lo cierto es que no se puede meter todo en una misma bolsa, sincrónica y diacrónicamente, y luego sacar de ella solamente lo que nos interesa para defender nuestra posición.
Puede ser cierto que en una partitocracia los partidos sean un fin en sí mismos. De hecho, el Partido Comunista lo fue, por encima de nacionalidades, particularidades o cualquier tipo de lealtad contingente. El partido unitario también, a la luz de sus alianzas con cualquier potencia extranjera e invitaciones a todas ellas para que invadan la Argentina (Inglaterra, Francia, Brasil, Paraguay desde Montevideo; Chile a través de la mediación de Sarmiento; Bolivia y Perú por los unitarios de Jujuy y Tucumán, etc).
Pero la partitocracia no está contemplada en la Constitución Nacional desde 1853 sino hasta 1994. Los partidos son fenómenos espontáneos, si se quiere exógenos, no contemplados en el sistema liberal decimonónico. Y su existencia no tiene por qué ser excluyente (hasta 1994, momento a partir del cual, paradójicamente, entran en decadencia para siempre y son reemplazados por las alianzas electorales y por las personalidades rutilantes).
Por otra parte, hay una confusión de épocas bastante gruesa. El peronismo nace al final de la Segunda Guerra Mundial, no en 1970 en el contexto de las guerras de liberación y el proceso de descolonización de Asia y África; o sea, que nace en un contexto de un mundo que recién se estaba planificando como bipolar, dividido en Yalta en dos grandes bloques de influencias, y toma como una misión impostergable mantener a la Argentina independiente de esas querellas que luego se trasladarían a casi todas las sociedades subdesarrolladas en forma de guerra civil, larvada o manifiesta.
Creo que es tan válido sostener, desde un antiperonismo acérrimo, el concepto de que la violencia en la Argentina, si no fue "creada" por el peronismo, sí fue, o propiciada, o por lo menos permitida, y que creció por su omisión (tesis de Goolian); como sostener, con un poco más de realismo, que el peronismo fue el auténtico "colchón" que evitó que la Argentina tuviera una guerra civil súper sanguinaria como la que tuvo España o la que tuvimos nosotros un siglo antes.
La cosa se había puesto peleaguda desde principios del siglo XX (porque durante el XIX Argentina se la pasó de guerra en guerra y no tuvo tiempo para el conflicto social), con Vassena, la Patagonia Rebelde, la Forestal... los asesinatos políticos, la violencia creciente y los sectores de desposeídos y obreros siendo progresivamente captados por las ideologías de raíz marxista que propugnaban destrucción total del viejo orden a través de guerra civil, y por supuesto, mucha más muerte.

Occam dijo...

Y a eso le respondían los sectores ultraconservadores, con represión policial o militar. El panorama a futuro era similar al del resto de Latinoamérica: una élite enclaustrada y fortificada, y una gran masa de población miserable, hundida en la vergüenza y la violencia (más o menos lo que ahora nos está llegando). El peronismo, que fue lo contrario del pobrerismo, generó una nueva clase social en la Argentina, mayoritaria, más mediana y pareja, a través del trabajo pero también de la disciplina social (influencia de la formación marcial de su líder). El decil que más ingresos tenía superaba en 12 veces al que menos tenía. Con Alfonsín, y luego con la crisis de 2001, esa relación subió por encima de las 50 veces, y ahora está holgadamente por encima de las 40 veces. Con Menem estuvo en las 23 veces, y fue la más baja luego del período peronista 1946-55.
De tal forma, Perón nacionalizó a las masas, el pecado que el marxismo nunca pudo perdonarle. Los transformó en argentinos, en gente de trabajo, de estudio, de orden, de principios y concepto de pertenencia. Porque ser humano es tener derecho pero también tener obligaciones. Se evitó la polarización social extrema que conduce a la guerra de clases, que es lo que el marxismo (por lo menos, el marxismo indecente por capcioso) propugna. Marx creía que la polarización se daría naturalmente. Que nada la podría impedir. Pero la realidad mostró que eso no era cierto. Que el obrero poco a poco iba progresando en el capitalismo, y se aburguesaba, perdía cualquier vocación combativa. Quería que sus hijos fueran a la universidad y progresaran. Entonces el marxismo que le siguió, al ver que su profeta estaba equivocado, hizo dos cosas: 1) estimuló al sindicalismo combativo, aislado de las nacionalidades y las sociedades de las que nacía, en unidades de combate organizadas (sindicalismo revolucionario); o bien 2) se alejó de la clase obrera por considerar que no era motor idóneo de la revolución, y se recostó en las elites de vanguardia (bolchevismo y susa derivados).
Acá todo ese proceso se mancó, y mientras el peronismo estuvo en el panorama, el proceso fue de pacificación y nivelación, similar al presente en las sociedades europeas. La represión, los asesinatos, fusilamientos "sobre el tambor", decomisos, persecuciones, listas negras, espionaje, etc., recomenzaron en 1955, y dieron excusa al nuevo marxismo tercermundista (que había reformulado otra vez la teoría de la polarización para la guerra social) para oponerle otra facción contendiente.

Voy cortando, porque tío blogger no me va a dejar publicar semejante choclo, pero más o menos creo que la idea se entiende, ¿no?

Mis cordiales saludos otra vez.

Occam dijo...

Destouches: Muchas gracias por su comentario. En verdad, la soberanía nacional se articula plenamente con los medicamentos genéricos, el software libre, la solidaridad con los presos de Guantánamo, el banco de células madre, el examen de ADN para obtener el ADNI celeste, y otras cuantas cosas que ya ni me acuerdo, pero que están ínsitas en la defensa de una democracia vacía de contenido (¿o era de un recipiente lleno de democracia? Ya me perdí, o no me acuerdo, pero que se articulaba, se articulaba).

Un abrazo.

Occam dijo...

Mensajero:

A mí me pasa lo mismo que a usted. Pero de lo que hablé, fue del peronismo con Perón. El otro es un fenómeno demasiado trucho, y demasiado complejo a la vez, como para abordarlo superficialmente, como acostumbra este blog pasatista.

Solamente diré que es un fenómeno de gobierno, y el único fenómeno que ha demostrado desde 1983 que puede gobernar (mal o bien, ése es otro cantar) la Argentina.

También tiene que ver en todo esto la decadencia brutal del otro partido de nuestro curioso bipartidismo tradicional, la UCR (que por supuesto, como un Behemot adecuado a su Leviathán, tampoco se definió nunca ideológicamente con claridad, y albergó en su seno desde ultraconservadores a revolucionarios, y fue la procedencia más mayoritaria del ERP, por ejemplo, principiando por la familia Santucho).

Un abrazo.

goolian dijo...

Occam, no me malinterprete, yo no postulo que el peronismo creó la violencia en la Argentina.
La violencia existe desde la colonia, como así también la tanatofilia recurrente en el cadáver de Lavalle, las manos de Perón o el cuerpo de Evita.
En el siglo XX la violencia y la represión ya estaban instaladas desde hacía rato y en gobiernos democráticos como el de Yrigoyen y de eso los anarquistas saben mucho.

Coincido con que el peronismo "creó" o posibilitó mejor dicho el surgimiento de una nueva clase social, basada en la idea del obrero o trabajador que progresa socialmente.
Y eso es un logro absoluto que sólo un obtuso gorila puede negar.

Yo lo que critico es que la estructura, la matriz del peronismo es verticalista y dio pie a ciertas particularidades nefastas, como el sindicalismo o el clientelismo.
O la enfermiza dependencia de una figura de líder, que se prolonga hasta el día de hoy.
También creo que muchos que hoy se dicen peronistas son ultraliberales que indignarían al Perón sostenedor de un proyecto nacionalista, como en su momento lo habrán indignado los montoneros marxistas.

Y mis aseveraciones de la complicidad/responsabilidad del Perón de la tercera presidencia en relación a la represión y la violencia generalizada, lo sigo manteniendo pero entiendo que es un tema sumamente escabroso, complejo y cuya verdad me temo que inalcanzable.

Occam dijo...

Goolian: No lo malinterpreto. Coincidimos con lo del verticalismo. Es más: para el peronismo, ésa es una característica definitoria, y no un mote crítico o peyorativo ("el que manda conduce y el que pierde obedece" es el discutible adagio que ha posibilitado el encumbramiento y la ridículamente larga duración de estos advenedizos).
Acerca de la necesidad de un líder, ciertamente no creo que sea una invención del peronismo, sino una característica, también definitoria, de la sociedad argentina. Hasta los liberales han sido personalistas. A las figuras de los caudillos federales se le oponían los caudillos unitarios, y una vez derrotado el federalismo para siempre, Mitre y Roca dirigieron los destinos colectivos, y luego Yrigoyen, y luego Justo. Incluso los radicales han caído en desgracia luego de la muerte de Balbín, sumidos en enormes contradicciones y escisiones, siempre, por supuesto, personalistas.

Perón trató de generar un esquema de sucesión estructurado en torno a la organización, que es la única que "vence al tiempo". Pero no le salió. La organización se demostró una caterva de perros y gatos, que aunque parecía que hiceran el amor, en realidad se estaban peleando o traicionando.

Culpa del propio general y su -sabia- teoría de la conducción. Al hombre (un líder siempre lo sabe, y el conocer a los hombres es su mayor talento) no se lo puede cambiar. Entonces, se lo va llevando. Se hace con tal sutileza, que el hombre parece que libremente va para donde él quiere, cuando en realidad va para donde el conductor ha determinado. El problema de esa certeza, es que, una vez muerto o ausente el líder, el hombre empieza a ir para donde verdaderamente él quiere, que suele ser para el lado de los tomates. Dirían los griegos: se devela su verdadera naturaleza. Por eso un mismo pueblo es glorioso y miserable con distintas conducciones.
Agréguele que ese hombre, moviéndose libremente, procura ahora seguir el derrotero del líder, como si el líder lo guiara metafísicamente. Pero, digo yo: ¿cómo alguien que fue conducido y nunca supo para dónde en realidad iba, puede ahora develar los derroteros finales que entonces le fueron vedados?

Perón siempre receló de los sindicatos, y sabiendo de su tendencia a aumentar la espiral de reivindicaciones hasta ser disfuncionales a la economía nacional, siempre los tuvo bastante cortitos. Los sindicatos se desmadraron aprovechando las debilidades de los gobiernos antipopulares que siguieron luego del 55. Allí pidieron y obtuvieron prácticamente de todo: cualquier auto de un sindicato estaba autorizado para llevar y usar la sirena, o sea, para atravesar la ciudad cuando se le cantara obviando los semáforos. Ni qué hablar de la hora matutina para el mate, el tiempo para cambiarse de ropa, régimen de licencias, indumentaria, etc., etc. Algo parecido a lo que hacen ahora los sindicatos poderosos. Se aprovechan.

Perón tampoco nunca tuvo una ANSeS, y siempre se opuso firmemente a que el sistema previsional estuviera en manos estatales. Tal como las obras sociales, que no son estatales, las cajas previsionales tampoco lo eran. La creación de la caja estatal es un invento de los "libertaduros" post-55.

Y hay mucho más para enumerar. Eso, sólo para ejemplificar qué lejos se está de un Perón esquivo a los etiquetamientos, bastante más amigo de los EE.UU. (eso sí: en condición de respeto recíproco, y no de imposición unilateral) que lo que nos quieren hacer creer. De un Perón pletórico de pragmatismo y sentido común. Mucho más liberal que lo que tratan de cristalizar los "intérpretes" triunfantes. Y mucho más socialista también.

Mis cordiales saludos.