lunes, 26 de julio de 2010

Pessoas

Hablamos tiempo atrás de los seudónimos como forma original y legítima de expresión de la personalidad (si detrás de cada seudónimo hay una obra coherente y sistemática que respalda la personalidad, de forma tal que lo único que queda en discusión es el nombre con que designar a esa personalidad).

En las sociedades modernas, donde los individuos se conectan a través de lazos funcionales, y no mecánicos como en las sociedades tradicionales, cada persona lo es en orden al entorno en que interactúa, es decir, transmite una imagen parcial de su complejidad, reducida a la estricta funcionalidad utilitaria de la relación específica. Así una persona, con su fabulosa gama de matices y de sucesiones, debe diseminarse en muchas personas, o perfiles parciales de persona, a medida que discurre transhumante por los diversos territorios de la vida social.

Puede ser un machista empedernido y grosero sexoadicto en el ámbito de la barra de muchachos que se junta semanalmente en el bar de siempre; y haber sido momentos antes un romántico caballero, gentil y permeable, con la dama a la que corteja; para ser tiempo después un circunspecto marido, ya no tan receptivo a las largas conversaciones, pero que conserva algún tipo de suavidad, vinculada al afecto sincero, al reconocimiento del compañerismo del camino que se recorre de a dos; y ser asimismo un chiquilín enfrascado en armar mecanos o construcciones con los rastis, para deslizar dentro y sobre ellas docenas de autitos de colección en un juego muy serio (como deben ser todos los juegos) con sus hijos, y un padre severo poniendo límites también; y un circunspecto profesional de discreta y formal conversación y hábitos espartanos en la oficina. Sobre todo, en una sociedad signada por lazos funcionales, la persona en cuestión estará definida ante todo por su profesión, y no es casual que sea lo primero que se pregunta a cada cual apenas se lo conoce en el ámbito más general de interacción. También estará definida por su lugar de origen, por su acervo cultural, y por qué no, por sus aficiones deportivas o sus tendencias políticas.

Plataia, de Marta Minujin.


Pero sea cual fuere el nivel ejercido, es seguro que sólo un núcleo muy limitado de personas, demasiado cercano a la cotidianeidad y la historia más prolongada del individuo, puede tener una somera idea acerca de la compleja totalidad que lo caracteriza como tal. Una compleja totalidad que por lo demás es mudable, difusa, oscilante anímica y emocionalmente, circunstancias que han llevado a Schopenhauer a intuir, en una clara baza a favor del nominalismo frente al universalismo reduccionista dominante, que no puede hablarse de "el" hombre siquiera respecto de uno mismo, que es antes bien una sucesión de hombres con un hilo conductor común, marcado por la historia, que no es muy diferente al hilo conductor que en las sociedades tradicionales vinculaba a ancestros con descendientes por la tradición.

El individuo, en tanto, se cuida por parcializar no sólo su curriculum y filiación en cada ámbito en el que penetra, sino también por escoger del abanico de sus habilidades, virtudes y vicios, aquellas piezas que resulten más potables a ese determinado ámbito. Y asimismo, se muestra alerta respecto de los demás individuos, en una actitud que Norbert Elias ha calificado de recelosa, intentando abarcar lo más posible con la escueta información que cada uno permite que el interlocutor posea de sí. Con esa mínima información, trabajando casi como en un aséptico laboratorio, se produce la construcción social de el otro.

Ello da lugar a que se sobrevalore la opinión de los terceros, como referencia que permita "completar la carpeta" que uno mismo viene armando del sujeto causante, y a que se dé demasiada importancia a opiniones parciales o pertenencias difusas o momentáneas a determinado colectivo. Si es gallina o bostero, peronista o gorila, argentino o chileno, mujeriego o pollerudo, ambicioso o conformista, zurdo o facho, etc. etc. etc.


Una vez determinadas dos o tres de las pertenencias difusas, ya el potencial agente de inteligencia (espía siempre está mejor dicho) que es cada uno con los demás en una sociedad determinada por los lazos segmentarios, o sea, en una sociedad recelosa del prójimo, sólo debe combinarse con un par de opiniones de los terceros a que echar mano, para elaborar el perfil que permita al mismo espía construir, en una segmentaria y utilitaria reciprocidad, su propia personalidad parcial, seleccionando aquello que puede ser afín al otro y soterrando lo que puede resultarle repulsivo, o viceversa, siempre de acuerdo con la intención perseguida en el intercambio.

Por ello es que ha ganado tanto protagonismo en las relaciones modernas, y más en aquellas sociedades donde el recelo es mayor, porque mayor es el nivel de conflictividad, de inestabilidad y de variabilidad, la atribución de valor o disvalor a las palabras que definen pertenencias comunitarias, intentando con ello cristalizar a las personas, hacerlas constantes y rígidas como las estatuas, indiferentes al paso del tiempo o a las variaciones sociales. Y consecuentemente, generar nuevos niveles de pertenencia/ajenidad, que tengan un carácter más estable que el acostumbrado (que el efectivamente presente en una sociedad plural).


Han señalado tanto Giovanni Sartori como John Gray la pluralidad social existente en las sociedades postindustriales occidentales, que acarrea un fluir constante de las pertenencias y un carácter efímero y coyuntural de los consensos, determinado por una confluencia de intereses también fugaces, en un marco mayor, un escenario condicionante, cual lo es, la pluralidad de valores inconmensurables entre sí. Es decir, de imposible medición, catalogación, clasificación cualitativa en función de su mérito. Las sociedades modernas se caracterizan precisamente por esa pluralidad. No les es accidental o patológica sino que les es definitoria. Porque a cada paso igualdad y libertad entrarán en conflicto, y los diversos conceptos de cada uno de esos bienes inmateriales entre sí, también. Igualdad y mérito, libertad y orden, por tanto, libertad y paz, igualdad y justicia, y por ende, justicia y paz, etc.

Vuelve a cobrar entonces trascendencia la noción de lo polemológico que formulara a principios de los '80 Julien Freund, y antes que él, fundamentalmente Lewis Coser (1954), y antes que ambos, por supuesto, Aristóteles, que atribuye carácter natural, funcional, intrínseco, al conflicto como forma de estructuración de la sociedad. Los lazos sociales siempre son conflictivos, y su hilo común, la materia prima que permite que la red tejida por esos lazos siga siendo red y no soga de una horca, por ejemplo, es lo que Max Weber llama Einverständnis, el sobreentendido en la aplicación de reglas básicas sobre las cuales se desarrollará cada relación social, y en consuencia, cada conflicto. Reglas básicas que constituyen una conexión oculta, un consenso provisional siempre, y que pueden ser equiparadas con las reglas del juego (por ello toda la teoría del conflicto está tan vinculada con la teoría de los juegos, y más luego, con la concepción lúdica de la existencia que formulara Nietzsche, entendiendo que toda existencia es naturalmente social).

Esas reglas básicas y provisorias indican, por ejemplo, ciertos hilos conductores del conflicto, como puede ser (de acuerdo a la época, el lugar y la sociedad de que se trate) la evitación de los golpes bajos, del ataque por la espalda o a traición, etc., que son los que posibilitan la vida social, que siempre es negociación y tensión, siempre es ejercicio de la voluntad de poder y resistencia a ese poder por otra voluntad dirigida en otro sentido... pero también de poder, evidencia a la que no pudo sustraerse por su honestidad siquiera Michel Foucault, y en plena efervescencia del Mayo francés. Volveré enseguida sobre este punto.

Fernando Pessoa

Fernando Pessoa fue un tipo muy singular. Quizás quien mejor ha entendido el juego de la vida social, y ha trasladado con enorme sinceridad y sensibilidad esa fragmentación del ser en segmentos disociados, en perfiles funcionales, a veces incluso contradictorios, a su propia creación, a la que por lo demás otorgó el carácter sublime de la existencia: "Viver não é necessário; o que é necessário é criar".

Así construyó toda su obra a través de heterónimos, e incluso publicó críticas de sus propias piezas firmadas por otros heterónimos. De ellos, los más conocidos son Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Bernardo Soares, lista a la que yo agregaría al sorprendente Alexander Search, que escribía en inglés, y muy bien por cierto, y con quien mantuvo una profusa correspondencia (es decir, por si no se entendió: se carteaba consigno mismo). Es que Pessoa era absolutamente bilingüe, y no sólo traducía y escribía en inglés sino que podía pensar complejamente en ese idioma. De hecho, la mayor parte de lo que se le publicó en vida fueron colecciones de poesía en inglés. Educado en un colegio británico de Durban (Sudáfrica), tradujo gran parte de la obra de Poe.

En El banquero anarquista, un manuscrito presumiblemente de 1914, Pessoa razona sobre las implicancias últimas de un grupo anarquista que dirige sus esfuerzos a la destrucción de la tiranía manifestada por las ficciones sociales, que crean desigualdades "antinaturales" -el anarquismo de principios de siglo entendía que las únicas desigualdades admisibles eran las determinadas por la Naturaleza, siendo que toda otra obedecía a una institución social, y toda institución social que creara desigualdades era injusta y debía ser destruida para conseguir la libertad del hombre-. Nos dice su personaje:

"En el grupo de propaganda, no éramos muchos; éramos unos cuarenta, salvo error, se daba este caso: se engendraba tiranía. [...] De la siguiente manera... Unos mandaban en otros y nos llevaban por donde querían; unos se imponían a otros y nos obligaban a ser lo que ellos querían; unos arrastraban a otros por mañas y por artes a donde ellos querían. No digo que hiciesen esto en cosas graves; además, no había allí cosas graves en las que hacerlo. Pero el hecho es que esto ocurría siempre y todos los días, y ocurría no sólo en asuntos relacionados con la propaganda, sino fuera de ellos, en asuntos vulgares de la vida. Unos iban insensiblemente para jefes, otros insensiblemente para subordinados. Unos eran jefes por imposición; otros eran jefes por astucia. Esto se veía hasta en el hecho más simple. Por ejemplo: dos de los muchachos iban juntos por una calle adelante; llegaban al fin de la calle, y uno tenía que irse a la derecha y el otro a la izquierda; a cada uno le convenía irse hacia un lado. Pero el que se iba a la izquierda le decía al otro: "Vente por aquí conmigo"; el otro respondía, y era verdad: "Hombre, no puedo; tengo que ir por allí" por esta o aquella razón... Pero al final, contra su voluntad y su conveniencia, allá se iba con el otro hacia la izquierda... Esto ocurría una vez por persuasión, otra por simple insistencia, una tercera por otro motivo cualquiera, y así sucesivamente... Es decir, nunca por una razón lógica; había siempre en esta imposición y en esta subordinación algo de espontáneo, como instintivo... Y como en este caso tan simple, en todos los demás; desde los menos a los más importantes.
[...]

"Fíjese bien que esto ocurría en un grupo pequeño, en un grupo sin influencia ni importancia, en un grupo al que no le estaba confiada la solución de ninguna cuestión grave o la decisión sobre ningún asunto de peso. Y fíjese que ocurría en un grupo de gente que se había unido especialmente para hacer lo que pudiese por el anarquismo, es decir, para combatir, en la medida de lo posible, las ficciones sociales, y crear, en la medida de lo posible, la libertad futura.
[...]

Anarcokupas en Barcelona


"Un grupo pequeño, de gente sincera (¡le aseguro que era sincera!), establecido y unido expresamente para trabajar por la causa de la libertad, había conseguido, al cabo de unos meses, solamente una cosa positiva y concreta: engrendrar entre ellos tiranía. Y fíjese qué tiranía... No era una tiranía derivada de la acción de las ficciones sociales, que, aunque lamentablemente, sería disculpable hasta cierto punto, aunque menos en nosotros, que combatíamos esas ficciones, que en otras personas; pero, en fin, vivíamos en medio de una sociedad basada en esas ficciones y no era enteramente culpa nuestra si no podíamos escapar completamente a su acción. Pero no era eso. Los que mandaban en los demás, o los llevaban a donde querían, no lo hacían por la fuerza del dinero, o de la posición social, o de cualquier autoridad de naturaleza ficticia, que se atribuyesen; lo hacían por algún impulso del tipo que fuera ajeno a las ficciones sociales. Quiero decir, esa tiranía era, con relación a las ficciones sociales, una nueva tiranía. Y era una tiranía ejercida sobre gente esencialmente oprimida ya por las ficciones sociales. Una tiranía, además, ejercida entre ellos por gente cuya sincera intención no era sino destruir la tiranía y crear libertad.

"Ahora aplique usted el caso a un grupo mucho mayor, mucho más influyente, que trata ya de cuestiones importantes y de decisiones de carácter fundamental. Ponga ese grupo encaminando sus esfuerzos, como el nuestro, a la formación de una sociedad libre. Y ahora dígame si a través de ese cargamento de tiranías entrecruzadas entrevé usted alguna sociedad futura que se parezca a una sociedad libre o a una humanidad digna de sí misma...
[...]

"Es curioso, ¿no? Y vea que hay puntos secundarios también muy curiosos... Por ejemplo: la tiranía del auxilio. [...] Había entre nosotros quien, en vez de mandar en los demás, en vez de imponerse a los demás, los auxiliaba en todo cuanto podía. Parece lo contrario, ¿no es cierto? Pues vea que es lo mismo. Es la misma nueva tiranía. La misma manera de ir contra los principios anarquistas.
[...]

"Auxiliar a alguien, amigo mío, es tomar a alguien por incapaz; si ese alguien no es incapaz, es o hacerlo tal, o suponerlo tal, y esto es, en el primer caso, una tiranía, y en el segundo, un desprecio. En un caso se cercena la libertad de otro; en el otro caso se parte, por lo menos inconscientemente, del principio de que el otro es despreciable e indigno o incapaz de libertad".


(Fernando Pessoa, El banquero anarquista y otros cuentos de raciocinio, Alianza Editorial, Madrid, 2008 -trad.: Miguel Ángel Viqueira-, pp. 31-35).



13 comentarios:

goolian dijo...

muy interesante su post, occam.
Con respecto a los distintos heterónimos o personalidades que la sociedad nos obliga a adoptar, prefiero la metáfora teatral. Son todos personajes de teatro que uno debe representar más o menos bien para poder funcionar dentro del entramado social.
Cuidando siempre que la máscara no se haga carne y terminar siendo el abogado de la película de Burman "Derecho de familia" que dormía con traje y le ponía sacos y corbatas a la fiesta del jardín de infantes de su hijo.
Me parece que unos meses de unas buenas clases de teatro, con un profesor intenso alla Briski, ayudan mucho a construir una personalidad y a entender cómo correr y descorrer a voluntad el velo de la realidad.
Con respecto a Pessoa, es por supuesto un genio coincido plenamente con su pensamiento anarquista. El discurso de poder, la imposición brutal de la desigualdad y la violencia de cualquier tipo son inherentes a la naturaleza humana y se encuentran en grupos humanos de todo número, color y olor.
El psicoanalista Winifred Bion explica que dentro de la teoría de grupos existen ideas básicas. Una es la de ataque y fuga, siempre un grupo ataca a alguien exógeno y después huye. Otra idea es el mesianismo, los grupos esperan muchas veces la ayuda trascendente del afuera.
Si pensamos que las sociedades, como los individuos; pueden tener enfermedades mentales, y yo lo creo así; los textos de Bion adquieren una profundidad política insospechada.
saludos

Occam dijo...

Goolian: Muchas gracias por su también muy interesante comentario. La fragmentación del individuo en función de los lazos funcionales segmentarios propios de una sociedad con alta movilidad social y geográfica e importante nivel de volatilidad como lo es aquella devenida de la industrialización, ya fue atisbada con solidez por Durkheim en La División del Trabajo Social. A esa fragmentación utilitaria debe sumarse otra de carácter valorativo, que surge de la intensa etapa de domesticación a que fue el individuo sometido para adaptarse a la nueva lógica mercantil, reforzando hasta el máximo la llamada "coraza de las emociones", como la denominan Elias y Dunning. Esa coraza lleva a que el individuo deba mesurarse y comportarse diferenciadamente también en los ámbitos propios de su vida privada: amistades, familia, pareja, vecinos, etc. Y todas esas fragmentaciones asimismo se combinan en múltiples variantes de acuerdo con la pluralidad de valores en juego en una sociedad postindustrial occidental moderna, para permitir a la persona adaptarse exitosamente a un doble nivel de imposiciones axiológicas. Quizás el teatro sea una adecuada terapia para tanta fragmentación, pero tal vez haya que empezar a entender al individuo propio de este contexto (o sea, entendernos a nosotros mismos), ya no como unidades, sino como multiplicidades fragmentadas, en todo caso federadas a través de alguna potencia superior. Jünger la llamó "estilo". También se la puede llamar voluntad de poder. Lo que es cierto es que su ausencia (más común de lo que se sospecha) amaga con desintegrar al individuo como una entidad autónoma, transformándolo en un amorfo todoterreno, con enorme capacidad adaptativa pero ninguna particularidad identitaria... Quizás sea después de todo una característica humana. Así como hemos perdido los instintos, tal vez perdamos en algún tiempo la personalidad.

Occam dijo...

En cuanto a Pessoa, creo que tal vez se confunda (lo cual por otro lado no sería raro, siendo que Pessoa fue pessoas, por cierto) al poeta con el banquero anarquista, que resulta en el cuento su interlocutor. Lo que ocurre es que en un magistral ejercicio de la deducción lógico-silogística, en el cuento se termina por llevar el anarquismo, entendido en su mayor pureza libertaria, hacia el anarcoliberalismo individualista más feroz, en donde no se repara en medios para la emancipación individual, entendiendo que, si cada uno hace su parte, la sociedad toda se emancipará espontáneamente, como partículas que se mueven todas en una misma dirección, sin ser ellas mismas dirigidas.

Respecto de la psicología de los grupos (la sociología de la tribus, diría Maffesoli), es evidente que en ella juegan factores considerados atávicos por el progresismo, y en consecuencia "reaccionarios", siendo que por lo demás se demuestran absolutamente postmodernos, tal vez evidenciando una relación-tensión dialéctica en las tendencias del hombre y de la historia soslayada: escepticismo-misticismo, individualismo-colectivismo, mercantilismo-paladinismo, egoísmo-altruismo, utilitarismo-idealismo romántico, etc.

Muchas gracias otra vez, y un cordial saludo.

Occam dijo...

Me he encontrado recién con este texto de Mensajero: Hablo solo por cortesía.
¿Por qué tendría que molestar a alguien con mis discursos?
Confunde usted locura con respeto.

...que retrata elegantemente una aspiración que sobrevuela este post. Repecto de lo transcripto he comentado, y quiero compartirlo también aquí:
Dolorosamente cierto. El terror sin color ni camiseta, el terror al pensamiento peligroso, ordena una nueva forma de tiranía que lamentablemente se nos ha hecho carne. De la dominación de los cuerpos a la dominación de los espíritus, diría Foucault. Estamos todo el tiempo pensando cien veces antes de hablar, antes de decir, y antes de decir también, como prólogo forzoso, pedimos disculpas, y cuando decimos, naufragamos necesariamente en el cenagal de los eufemismos y del pensamiento dubitativo, circular, suave y melindroso.
¿Dónde habrá quedado ese ritual de sinceridad que cultivaban los antiguos persas, que se ponían unos pedos monumentales con vino para hablar a calzón quitado?
Muy bueno otra vez. Usted demuestra cada día que no es necesario llenar páginas para decir lo importante (autocrítica).

Mensajero dijo...

Occam, muchas gracias por la cita.
Su post completa una simpática serie de sincronicidades.
Acababa de leer este post sobre identidad virtual: http://cippodromo.blogspot.com/2010/07/soy-un-varitech-un-snarck-un-zulu-una.html
El individuo hedonista de hoy cree ser cada vez más auténtico, único y original.
A la vez, como si naciera de un repollo a un mundo sin historia reclama su derecho a la utopía y sobrevaloriza el éxito personal como si no estuviera irremediablemente ligado a los logros de generaciones anteriores.
(no existiría Microsoft si no se hubieran desarrollado previamente semiconductores).
Respecto a las máscaras, a la identidad fragmentada, Goolian alerta sobre un peligro que triunfa ya a gran escala: comprar lo que vendemos.
Un gran saludo.

RELATO DEL PRESENTE dijo...

Interesante y más que ilustrativo. Tomando un poco los heterónimos, creo también que es una cuestión de evolución del individuo a través de la vida. Uno va buscando diferentes roles, tratando de construir su propia personalidad. Todos y cada uno de nosotros, no dejamos de ser un collage de hecho con pedacitos de personalidades ajenas, disfraces eventuales y roles impuestos. Todo ellos nos termina convirtiendo en algo único e irrepetible. Los problemáticos, en todo caso, son aquellos que en vez de construir su propia personalidad, adoptan la de otro íntegramente. De modo obvio, nunca podrán ser igual, el otro es original.

En cuanto al banquero anarquista, gracias por transcribirlo. Es tan gracioso ver las imposiciones e incoherencias de la gente que tiene la solución mágica e instantánea para los problemas de la sociedad que cada vez que leo algo al respecto, se me dibuja una sonrisa imediatamente.

Si junto los dos párrafos, me encuentro con un curioso ejemplar, muy en boga ultimamente, de un ser ¿Social? al que ya nos acostumbramos. El arribista de la última hora que en vez de construir su propia historia, copia la vida de aquellos quienes tampoco han construído nada de cero, sino que han interpretado lo que les convino para poder llevar adelante sus ambiciones.

Un abrazo!

Occam dijo...

Mensajero: Habrá de disculparme otra vez el elogio, pero otra vez es agudo su comentario, con el que coincido absolutamente.
Parte todo, creo yo, de la concepción lineal de la historia, como un decurso preestablecido y unidireccional en el cual el pasado es pisado, y el futuro no existe aún, de modo tal que el hombre vive sólo en el presente. Una concepción esférica de la historia, tridimensional, en cambio, como la que se esboza en el Zarathustra, sostiene que el pasado y el futuro coexisten en el hombre presente, y se actualizan permanentemente con cada decisión del presente.

Mis cordiales saludos.

Occam dijo...

Relato: El hombre, como único animal indeterminado, signado por la neotenia, una suerte de juvenilidad permanente, siempre está aprendiendo y siempre está formándose. El hombre da forma al mundo (una forma que el mundo no tiene), y se da forma a sí mismo. Por ello mismo, la vida para el hombre es siempre antes un deber que un derecho. Un deber para consigo mismo en primer lugar. El goce se encuentra entonces en la satisfacción del deber cumplido, de la meta alcanzada. Lo interesante no es la presa, sino la cacería. El hedonismo imperante, en cambio, ha puesto el placer como meta, y por eso se ubica en el plano de los derechos de generación espontánea, cuando todos sabemos que los derechos son la contracara dialéctica de los deberes, como el placer lo es del sacrificio.
El hombre que decide asumir su responsabilidad y darse forma debe empezar por establecer su propia ley de existencia, su propósito y su forma (para darse forma hay que establecer una forma perviamente, una aspiración vital), y serle fiel hasta el final. A esa ley, o sea, a esa forma, es a lo que se llama estilo. Decía Confucio que la sobriedad sin modales da un palurdo, y los modales sin sobriedad dan un soberbio, mientras que la sobriedad con modales dan una persona de calidad. Ése puede ser entonces el hilo conductor de la fragmentación y de la sucesión de formas provisorias que nos habita.

Mi cordial saludo.

Destouches dijo...

Interesantísimos el post y los comentarios.

El yo como sujectum es una creación metafísica, aunque no una creación de ningún filósofo en particular (ni siquiera de Descartes, el primero que lo enunció en forma explícita: "ego cogito, ergo sum"). Esto lo demuestra Heidegger. La metafísica occidental puede reducirse a la historia del subjectum, del que en un determinado momento toma posesión el hombre. Ese repliegue de la metafísica en el hombre (es decir, un ente entre otros) es calificado por Heidegger como el "olvido del ser". Y éste es el verdadero sustrato del nihilismo, de manera que toda metafísica desemboca en el nihilismo. Finalmente, el nihilismo es el olvido del ser, antes que la desvalorización de los valores occidentales (como lo concibió Nietzsche, quien fue el primero en captar el fenómeno, pero no acertó con sus causas), los cuales son más o menos variables a lo largo de la historia y, en lugar de desaparecer, reaparecen bajo nuevas formas y expresiones secularizadas. Lógicamente, de la idea del hombre como subjectum representante y volitivo surge la de personalidad unitaria y, finalmente, la psicología como ámbito autónomo de conocimiento.

Me interesó también especialmente un comentario sobre el aspecto tiránico de la corrección política. No hay dudas de que aquí se gesta y desarrolla un fenomenal trabajo de normalización y control social. Es significativo que quienes más lo ejercen y practican sean los que con mayor virulencia impugnan a las religiones. Compiten por la hegemonía en el control social. Ayer leía la columna de Hanglin en La Nación sobre los circos populares y la prohibición del uso de animales; creo que es un buen ejemplo de este proceso. También es ilustrativo leer a Chesterton para observar hasta qué punto la prédica progresista y racionalista (fundamento del discurso políticamente correcto) se ha ensañado particularmente con la cultura popular, frecuentemente tildada de atrasada, reaccionaria, atávica. La prohibición de las corridas de toros en Cataluña tiene la misma impronta. Significativamente, siempre se trata de prohibir, regular, tabicar...

Occam dijo...

Destouches: Brillante comentario. A las prohibiciones de los "libertarios", cada vez más invasivas y pretenciosas, habría que agregar los "espacios reservados", de carácter evidentemente segregacionista y con connotaciones discriminantes. No sólo aludimos a los cupos de empleo que se establecen para propender a la "igualdad de oportunidades" a expensas del mérito, el esfuerzo e incluso la necesidad. Me refería hoy un conocido que en el campeonato de fútbol gay se permite que cada equipo tenga una cuota de heterosexuales, pero que la dirigencia había sancionado a un equipo que había incluido un jugador del cual se sospechaba que no era homosexual sino bisexual, violando el cupo permitido.

Un cordial saludo.

Destouches dijo...

Jaja. Pobre: lo deben haber enganchado justo con una mina.

Pere Salinas dijo...

Me gustaría invitarte a ver 2 libros de artista que realicé en homenaje a Pessoa:

http://www.peresalinas.com/libros-artista/PEQUE%D1OS/2009.htm

En este otro enlace podrás ver una selección de collages que titulé "Contra Pessoa"


http://www.youtube.com/watch?v=cnbnSHBlyyM

Un cordial saludo.
Pere

Occam dijo...

Pues es realmente muy bueno tu trabajo, Pere. El Libro de Notas me gustó muy especialmente.

Un cordial saludo, y gracias por hacérmelo conocer.