Se me ha preguntado acerca de la trascendencia de

Sin embargo, pese a los ejemplos de integridad más allá de banderías y animadversiones contingentes (Martiniano Chilavert ha sido citado y homenajeado en el artículo precedente), muchos de los actuales lectores deben todavía esforzarse por tolerar a un personaje que, por la insistente campaña escolar de difamación e injuria, no pueden “pasar”, y al que profesan una manifiesta antipatía más allá de cualquier argumento o razón. Es decir, nuevamente —y siempre— los argentinos ponemos el foco en el gobierno de turno antes que en el interés superior de
Para ser consecuentes entonces, con las unánimes críticas que comienzan a aflorar sobre la conducta de los buques extranjeros que extraen nuestra agua de nuestros ríos, o las maniobras militares de potencias extranjeras en esos mismos ríos, conviene un poco remontarnos a la raíz del problema, porque el asunto no se terminó en Obligado ni en Quebracho, sino casi seis años después en Caseros.
A tal efecto, nos remitiremos al Manual de Zonceras Argentinas de Arturo Jauretche, en su edición de Corregidor, Bs. As., 2003, pp. 64-66, que con el ingenio y agudeza característicos, nos explica:

(Zoncera Nº 8)
“La libre navegación de los ríos”
Esta es una zoncera por inversión del concepto que complementa y concurre a la política de reducción del espacio.
Funciona como si se asentara en los libros colocando en el Debe lo que corresponde al Haber, y en el Haber lo que es del Debe.
Es la primera zoncera que descubrí en las entretelas de mi pensamiento y con ello quiero demostrar una vez más que “anche ìo sonno pittore”, es decir zonzo, por lo que me las sigo buscando mientras lo invito a usted a la misma tarea.
En la escuela primaria no era de los peores alumnos y contaba con cierta facilidad de palabra, motivos por los que frecuentemente fui orador de los festejos patrios. En uno de esos había bajado ya de la tarima, pero no de la vanidad provocada por los aplausos y felicitaciones, cuando mi satisfacción empezó a ser corroída por un gusanillo.
Entre las muchas glorias argentinas que había enumerado estaba esta de la libre navegación de los ríos, y en ella empezó a comer el tal gusanito.
El muy canalla —tal lo creí entonces— me planteó su interrogante, tal vez aprovechando lo vermiforme del signo:
—“¿De quién libertamos los ríos?”.
Y en seguida, como yo quedaba perplejo, agregó la respuesta:
—“De nosotros mismos. ¡Je, je, je!” —agregó burlonamente.
—“¿De manera que los ríos los libertamos de nuestro propio dominio?” —pensé yo de inmediato, ya puesto en el disparadero por el gusano. Y continué—: “Pero entonces, si no eran ajenos sino nuestros, y los libertamos nosotros mismos, ¿se trata sencillamente de que los perdimos?”.
Busqué entonces algunos datos y resultó que era así: la libertad de los ríos nos había sido impuesta después de una larga lucha en la que intervinieron Francia, Inglaterra y el Imperio de los Braganzas. Y en lo que no se había podido imponer por las armas en Obligado, en Martín García, en Tonelero, por los imperios más poderosos de la tierra, fue concedido —como parte del precio por la ayuda extranjera— por los libertadores argentinos que aliados con el Brasil vencieron en el campo de Caseros y en los tratados subsiguientes.
Entonces me pregunté qué habrían hecho los norteamericanos si alguien les hubiera impuesto liberar el Mississipi. Y los ingleses de haberle ocurrido eso con el Támesis. O los alemanes en el caso con el Elba. O los franceses con el Ródano. Y ahora pienso en Egipto con el Nilo, y así, hasta no acabar.
Se me ocurre que hablarían de la pérdida del dominio de sus ríos y que lógicamente en lugar, como nosotros, de convertir en triunfo esa liberación y darse corte con ella, habríanse dolido de esa derrota y hecho bandera del deber patriótico de retomar su dominio.
Los mismos brasileños que tanto hicieron por la “libertad” de nuestros ríos, tienen una tesis distinta cuando se trata de los ríos de ellos, aun cuando esos ríos sean el acceso marítimo a otros países. En el caso del Amazonas, sostienen la tesis inversa a la que sostuvieron en el Plata y mantienen celosamente su dominio porque entienden que “su navegación es cosa que rige el que controla su cauce inferior”.
Y esto no significa obstaculizar la navegación de los que están en el curso superior. Pero se trata de conceder a los que están en el curso superior ventajas lógicas, convenidas, producto del acuerdo entre los ribereños, cosa muy distinta a la renuncia de la soberanía como en el caso de la proclamada libre navegación, “urbi et orbi”, que es la pérdida del dominio de cada uno en la parte que le corresponde. Con lo que se ve que la mentida “libertad” que significa nuestra pérdida no es siquiera la determinada por el común uso y vecindad, sino una disposición en beneficio de las banderas imperiales ultramarinas y en perjuicio de la formación de una propia creación náutica.
También para eso se impuso al Paraguay la libre navegación después de la guerra de
La libre navegación de los ríos fue una derrota argentina que nos presentan… ¡como una victoria! Y encima nos enseñan a babearnos de satisfacción y darnos corte, como vencedores, allí, justamente donde fuimos derrotados.
¿Comprenderéis ahora por qué se oculta
¿Será porque la victoria no da derechos?
A) Florencio Varela en su viaje a Inglaterra en 1843 llevó las instrucciones de
B) En el Tratado con el Brasil del 9 de mayo de 1851, firmado por Urquiza al aliarse con aquél, se dice (Art. 18): “…la navegación fluvial se declara libre”.

C) Conforme al convenio así firmado, después de Caseros se dicta el decreto del 3 de octubre de 1852: “La navegación de los ríos Paraná y Uruguay será permitida a todo buque mercante, cualquiera sea su nacionalidad, procedencia o tonelaje… lo mismo que la entrada inofensiva de los buques de guerra extranjeros…”
D) Tratado de paz Paraguayo-Brasileño (Arts. 7º y 8º): “El Paraguay concede la libre navegación de las aguas de su jurisdicción a todos los buques del mundo sin limitación en el tiempo. Se excluye expresamente de estas reglas la navegación de los ríos brasileños y su comercio de cabotaje”.