miércoles, 27 de abril de 2011

Arte y propaganda

Hemos hablado en otra ocasión del compromiso revolucionario volcado como imperativo de partido a la actividad artística, y sus lamentables resultados en términos estéticos, e incluso en cuanto a la riqueza, consistencia, complejidad y finura del contenido.


No era ése ciertamente el caso del famoso Guernica de Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno Crispín Crispiniano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso (más conocido, simplemente por Pablo Picasso: "si yo me llamara así, pintaría como Picasso", decía con picardía el agudo Salvador Dalí... picardía que no por ingeniosa puede leerse como peyorativa, porque, al igual que nosotros, guardaba un genuino respeto y admiración por el pintor malagueño). En efecto, siendo ese enorme lienzo con propósitos murales una obra propagandística, una suerte de afiche único y exclusivo, detenta, al contrario de la enormidad de casos que corroboran la inconveniencia de su utilización como vehículo de propaganda, una cualidad inigualable, una factura equilibrada y proporcionada, una dinámica interna verdaderamente rítmica y un incomparable uso de los grises, de las luces y de las sombras, reconcilia la innovación con la mejor tradición negra española, con la tauromaquia, con los penitentes, con Goya y con Velázquez. Nada menos.


Esa característica excepcional del Guernica, como una exótica pieza en la que, finalmente, podían convivir y alimentarse mutuamente el arte y el compromiso, es quizás lo que despierta en la obra mayor interés. No creo que solamente de nuestra parte. Creo que todo el mundo ha quedado realmente fascinado porque una pintura con bajada de línea e intencionalidad políticas pudiera llegar a semejante grado de excelsitud... Y en ese "todo el mundo" anteponemos sobre todo a aquéllos que han hecho de la obra maestra un símbolo y una bandera. Después de todo, habiendo tantas y tantas producciones pictóricas generadas por el imperativo de la lid política de los titanes totales del siglo XX, sólo ella convoca a multitudes, en el recinto especialmente emplazado para su exhibición, en el Museo Reina Sofía de Madrid. Multitudes que, por lo general, pasan displicentes frente a los coloridos afiches de brazos levantados, puños cerrados, fusiles y bayonetas caladas, saludos "agarrándose el cuerno" y estrellas rojas que cuelgan de las paredes de los salones contiguos.

Sin embargo, el periódico Levante-El Mercantil Valenciano, consignaba en la página 20 de su edición del Jueves 4 de septiembre de 1997, la siguiente nota, que reproduzco en imagen, y que debe ser ampliada para su lectura (cliquear sobre la imagen):

Cliquear sobre la imagen para leer la nota.


Un 27 de abril como hoy, pero de 1937, se producía el bombardeo de la ciudad vasca de Guernica, cuyas circunstancias, propagandísticamente noveladas en un escenario bucólico, y sus consecuencias, propagandísticamente amplificadas, son tomadas como inspiración y motivo (formales, como hemos visto) de la obra de arte que se expuso con ese nombre en la Exposición Internacional de París de 1937, en el stand de la II República Española.

Si bien fue publicitada por el gobierno republicano como una auténtica masacre contra la población civil, destinada a minar la moral combatiente, lo cierto es que los más modernos y exhaustivos estudios precisan la cifra de muertos en 126, menos del uno por mil (1 ‰) de la población presente en ese momento en la localidad (unos 5.000 habitantes más un gran número de tropas que iba en camino de Bilbao para su defensa): Vicente del Palacio y José Ángel Etxaniz, historiadores de la Asociación Gernikazarra, Diario El Correo, 27-04-2008; y Jesús Salas Larrazábal, la opinión más autorizada e irrefutada sobre la materia, que sin embargo atribuye a esa cifra "de máxima" de 126 víctimas fatales la probabilidad de que esté engordada con un par de decenas de decesos no atribuibles al bombardeo. Los importantes daños materiales (el 71% de los edificios destruido por el fuego durante la noche), en cambio, son menos atribuibles a los aciertos de la aviación germana (una hora luego del ataque sólo el 18% de la villa estaba en llamas) que a la inoperancia de los bomberos de Bilbao, que tardaron varias horas en recorrer los 30 km que los separaban de la zona de catástrofe, y estuvieron presentes sólo por un rato, retirándose sugestivamente cuando la mayoría de lo que estaba incendiándose seguía ardiendo.

Al respecto, consigna Pío Moa que, al revés de las demás estafas históricas de propaganda, ésta tuvo su origen en la derecha conservadora británica, preocupada por azuzar a la opinión pública inglesa en contra de las tendencias pacifistas de los laboristas, y atribuyendo (atinadamente) a Alemania el carácter de peligro principal para Inglaterra. Un indicio claro de ese origen sobre la cuestión lo aporta el corresponsal británico C. L. Steer, que además de exagerar notablemente el episodio e inventarse unos cuantos cientos de muertos de más en la publicación del diario conservador The Times, "negó la participación de aviones italianos, que sí intervinieron en Guernica, y, mintiendo deliberadamente, atribuyó a los alemanes el bombardeo de Durango, de autoría italiana y que causó más víctimas" [Un mes antes, casi 300 muertos]. Por ese entonces, mientras el conservadurismo británico tenía una recelosa actitud hacia Alemania, en cambio miraba con simpatía hacia la Italia fascista.

Sea como fuere, el número y el mito suelen ser dos componentes esenciales de la propaganda de guerra, y suelen inflarse sincronizadamente. Así las víctimas, sucesivamente, pasaron a ser 850, luego 1.500... e incluso 3.000, si atendiéramos la proclama inflamada de los nacionalistas vascos.

También explica Salas Larrazábal que "irónicamente, en Guernica se fabricaban bombas incendiarias del mismo tipo que las que la destruyeron [y que contribuyeron también a amplificar el incendio]. Había tres cuarteles de gudaris, uno por batallón; y existían siete refugios antiaéreos, prueba en sí misma del reconocimiento de Guernica por parte de los defensores de su carácter militar... Guernica era objetivo militar" (Ed. Rialp, Madrid, 1987). También en el artículo pertinente de Wikipedia puede leerse que "(Guernica) de hecho constituía un objetivo militar vital en ese momento (cortar la retirada y aprovisionamiento de las tropas del frente popular en la campaña de Vizcaya). Sin embargo, gracias a la calificación como 'ataque a la población civil', la repercusión internacional que alcanzó este bombardeo, unida a su utilización propagandística, ha hecho que sea una masacre mundialmente conocida y considerada como un icono antibélico".


Sólo comprendiendo ahora el verdadero sentido del cuadro, como una escena de tauromaquia pintada en virtud de un encargo hecho en México en 1935, luego adornada y matizada con los propósitos propagandísticos que la hora y la filiación política le exigían al pintor en 1937, puede entenderse en su verdadera dimensión, la siguiente frase, formulada con una cándida intención exaltatoria y apologética:

"Cuando Picasso comienza a pintar, de su cabeza y de su mano van a surgir en tropel cientos de ideas, de sentimientos, su propia historia, sus tradiciones, sus mitos y sus temas preferidos. Lo más chocante del cuadro es que Guernica no muestra la guerra, sólo el nombre puede asociarse a un hecho de la guerra de España. No representa un bombardeo, ni hay armas convencionales, no hay soldados, no hay vencidos ni vencedores. Hay un toro cuyo rostro representa las facciones de Picasso, un caballo herido por una lanza, la cabeza y los brazos de un hombre con una espada rota, una madre con su hijo muerto, una mujer corriendo, otra mujer en llamas y una tercera que alumbra la escena desde una ventana. ¿Como, entonces, puede tener esa extraordinaria potencia? ¿Cómo es capaz de recordar en toda su magnitud el drama? Este es uno de los misterios más sugestivos del cuadro".



El misterio, como vimos, se ha develado. Y mientras, nosotros desvelados (aunque no tanto) seguimos esperando las excepciones que confirmen la regla (aunque no tanto)...

Uno de los chistes gráficos más graciosos que conozco (de Joaquín Lavado, "Quino")
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lunes, 18 de abril de 2011

¿Homoizquierda?

MATRIMONIO (IGUALITARIO) POR INTERÉS.



Parece hoy día patrimonio indiscutible de la izquierda la cuestión del reconocimiento de los derechos de los homosexuales en la sociedad civil. Se produce a partir de ello una curiosa yuxtaposición de posiciones políticas, que deriva frecuentemente en que personas que se asumen homosexuales terminen por simpatizar con posiciones o actores políticos reconocidos como de izquierda, y que militantes de izquierda terminen por enarbolar las reivindicaciones de gays y lesbianas como banderas propias, como parte natural de su plataforma y su praxis políticas. Esa sintonía no resulta de la casualidad. Es más, bien podría sostenerse, ateniéndose uno a la historia y a los textos sagrados de la izquierda como basamento sólido, exactamente lo contrario. Podría además recordarse que la liberación de esas minorías oprimidas estuvo íntimamente emparentada con la caída de los “socialismos reales” en el mundo. La cuestión es antes bien estratégica, y la estrategia no es trazada por las agrupaciones de gays, lesbianas, etc., sino por la izquierda que necesita nutrirse de sujetos activos, ante la despolitización y desmovilización verificadas en los tiempos del sincretismo globalizador que siguió al desmoronamiento del Este.

En el recomendable libro de Jorge Lanata Muertos de Amor (Alfaguara, Buenos Aires, 2007), que trata sobre la curiosa experiencia del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), una suerte de vanguardia que debía preparar el campo en el Noroeste argentino para el arribo del Che Guevara, que se instaló en la selva salteña con una intención foquista en 1963-64, y que fue desarticulada sin presentar combate, habiendo arrojado al cabo sólo un saldo de muertos producto de ajusticiamientos por aplicación de la disciplina revolucionaria entre sus propios cuadros (en general, imputados del delito de flojera y falta de espíritu revolucionario), puede leerse al respecto:

“Los putos no podían entrar en el EGP. El Reglamento lo llamaba ‘delito contra natura’, y se sancionaba con la pena de muerte. Ni los putos ni los adictos, ni los que cagaban a la mujer con una doble vida. El Hombre Nuevo no podría nacer de los vicios del Hombre Viejo: los putos eran traicioneros, y los drogadictos tipos demasiado susceptibles de hablar bajo presión. Según Hermes, el Che mismo les había advertido cuidarse de las minas, ideales para infiltrarse entre la gente. Las órdenes eran claras: si llegábamos a cruzarnos mujeres entre la población debíamos presentar elevada moral, ética intachable y un respeto puritano”. (Pág. 71)



En los primeros tiempos de la revolución soviética, es decir, fundamentalmente durante la década de 1920, el nuevo Estado socialista se abstuvo de inmiscuirse en las relaciones privadas, siguiendo el principio de desligamiento político de la moralidad burguesa. Georgui Chicherin, conocida abiertamente su condición homosexual, fue Comisario del Pueblo para las Relaciones Exteriores desde 1918 hasta 1930. Algunos homosexuales declarados, como la poetisa Sophia Parnok (censurada a partir de 1928), Nikolai Klyuev y Mikhail Kuzmin (amante de Chicherin), tuvieron un papel relevante en la cultura soviética de esos años. Sin embargo, cualquier debate sobre el tema fue progresivamente dejado de lado en las usinas estatales y paraestatales que controlaban la opinión pública, y en el ámbito de la cultura la temática vinculada con el asunto quedó silenciosamente soslayada.



En el ámbito científico, en cambio, comenzaban a adquirir carácter predominante las posiciones cientificistas propias del marxismo. Así, ya en 1923 el Dr. Izrael Gelman consignaba: “La ciencia ha establecido ahora con una precisión que no deja dudas [que la homosexualidad] no es mala voluntad o crimen, sino enfermedad... El mundo de un homosexual masculino o femenino está pervertido, es ajeno a la atracción sexual normal que existe en una persona normal”.

En 1933 se declaró desde el gobierno de la Unión Soviética que el intercurso anal entre hombres pasaría a ser delito. De inmediato, los códigos penales de todas las repúblicas socialistas bajo la unión receptaron la innovación. Según el Artículo 121 del Código Penal de la Federación Rusa de 1934, las relaciones sexuales entre hombres eran punibles con una reclusión de 5 años que, en caso de haberse consumado el hecho mediando fuerza, amenaza, abuso de superioridad, o con un menor, el período de privación de la libertad podría extenderse hasta los 8 años.

Quienes teorizaban la homosexualidad como instrumento de lucha contra el viejo orden familiar burgués, pasaron a ser considerados sostenedores de una desviación doctrinaria y considerados enemigos del pueblo, a sueldo de los fascistas, que tenían por fin propagar la teoría contrarrevolucionaria a favor de la extinción de la familia y el desorden sexual en la URSS.

En 1936 el diario Pravda apuntaba que “el matrimonio es el asunto más serio de la vida”, mientras se construía una fundamentación literal-biográfica que demostraba que Marx y Engels estaban a favor de la familia nuclear.



En una entrevista realizada por Lee Lookwood en 1965, Fidel Castro declaraba: “…Nunca hemos creído que un homosexual pueda personificar las condiciones y requisitos de conducta que nos permita considerarlo un verdadero revolucionario, un verdadero comunista. Una desviación de esa naturaleza choca con el concepto que tenemos de lo que debe ser un militante comunista”. Para ese entonces, ya habían pasado tres años desde “la Noche de las 3 P”, en la que fueron duramente reprimidos, detenidos y desaparecidos prostitutas, proxenetas y “pájaros”.

El Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura de Cuba, en 1971, expresaba entre sus conclusiones finales: “…No es permisible que por medio de la calidad artística reconocidos homosexuales ganen influencias que incidan en la formación de nuestra juventud (…) Se sugiere el estudio para la aplicación de las medidas que permitan la ubicación en otros organismos, de aquellos que, siendo homosexuales, no deben tener relación directa en la formación de nuestra juventud desde una actividad artística o cultural. Se debe evitar que ostenten una representación artística de nuestro país en el extranjero personas cuya moral no responda al prestigio de nuestra revolución”.

En 1978 se realizó una nueva razzia de homosexuales y “otros elementos antisociales” en ciertas áreas de La Habana, a efectos de que éstos no deambularan y perturbasen el Festival Internacional de la Juventud y de los Estudiantes.

En mayo de 1980 se verificó el éxodo del Mariel, por el cual alrededor de 125.000 cubanos abandonaron la isla con destino a EE.UU. En esa ocasión se presionó fuertemente a homosexuales, presos comunes y lúmpenes, para que abandonasen el paraíso socialista y fueran a “contaminar” al vecino gigante capitalista.

Todos estos episodios, y algunos más que reflejan la brutalidad del régimen hacia los homosexuales, están narrados en la película biográfica sobre la vida del escritor Reinaldo Arenas, protagonizada por Javier Bardem (Antes que anochezca, 2000; también está relacionada con el tema la premiada Fresa y Chocolate, 1994).



Inclusive, ya en 1988 la Ley 62, por la que se aprobaba un nuevo Código Penal en Cuba, preveía en su Artículo 303, titulado “Escándalo público” que “Se sanciona con privación de libertad de tres meses a un año o multa de cien a trescientas cuotas al que: a) importune a otro con requerimientos homosexuales…”.


***

Sin embargo, con el desmoronamiento del comunismo, la doctrina revolucionaria sale a buscar nuevos actores que reemplacen el papel protagónico y motor del proletariado (y en su caso, del campesinado) en el impulso de la revolución. Se detecta entonces en las minorías activas un instrumento de combate, como a principios del siglo pasado se detectó en el mismo papel a los sindicatos.

Los más “moderados”, es decir, los que plantean la conquista cultural como prerrequisito de la política, y que se autoinvocan como gramscianos, encuentran en este aspecto en Ernesto Laclau a un inspirador. El pensador argentino radicado en Inglaterra concibe a las minorías étnicas, religiosas y sexuales como los auténticos motores de una “revolución populista”: La diferencia y los particularismos son el punto de partida necesario, pero a partir de él es posible abrir la ruta hacia una relativa universalización de valores que pueda ser la base para una hegemonía popular. Esta universalización y su carácter abierto condenan por cierto a toda identidad a una hibridización (sic) inevitable, pero hibridización (sic) no significa necesariamente declinación a través de una pérdida de identidad”. Este último aserto no se expande en ningún momento precisamente de lo asertivo, una característica frecuente en el pensamiento de la izquierda, tanto la antigua como la moderna, aunque más notable en este caso. La idea-deseo de que la hibridación no acabe con la identidad sólo es respaldada, como era de esperarse, con un “argumento ad hominem preventivo”: ni se te ocurra opinar lo contrario, porque de inmediato serás tachado de rancio conservador. En estos términos lo advierte el pensador: “Sólo una identidad conservadora, cerrada en sí misma, puede experimentar a la hibridización (sic) como una pérdida”. [Todo ello, en Sujeto de la política, política del sujeto, pág. 13].

Pero bueno, a riesgo de ser tachados de conservadores cerrados en nosotros mismos, no hemos podido resistir a la tentación de subrayar esta constante, que a veces, si no estuviera respaldada por la prepotencia de la hora que vivimos, resultaría no sólo risueña, sino sobre todo, jocosa.



Otro sector, que podríamos calificar como de mayor “pureza” revolucionaria, ha consignado respecto del “sujeto homosexual” como motor revolucionario (Wood y otro, Marxismo, Socialismo y las Políticas sobre los Gays y las Lesbianas, en La Alternativa Naranja, 1991):

“La lucha de liberación de gays y lesbianas tiene el potencial de convertirse en una fuerza significativa en la lucha que se está desarrollando para transformar el capitalismo en comunismo. Los sectores más avanzados, los más radicales, del movimiento de liberación de gays y lesbianas representan la vanguardia potencial de la lucha para la emancipación sexual en la transición socialista del capitalismo al comunismo.

[…]
“La precondición teórica necesaria para esta transformación de la liberación de los gays y lesbianas radicales es el desarrollo de un entendimiento profundo de las conexiones entre homofobia, heterosexualidad y capitalismo. Sólo identificando las relaciones entre la opresión de los homosexuales en la sociedad capitalista y el modo capitalista de producción es posible entender:
“1. Por qué la homosexualidad posee una seria amenaza a la reproducción y mantenimiento del capitalismo, por lo que una aceptación y tolerancia de la homosexualidad es imposible dentro del capitalismo.
“2. Por qué las bases para construir una sociedad en la que la sexualidad es libre sólo se pueden lograr aboliendo el capitalismo y desarrollando el comunismo.

“Para apoyar estas afirmaciones, necesitamos lograr los siguientes tres objetivos:

“1. Explicar que la homofobia es algo esencial de la heterosexualidad, la heterosexualidad es una condición superestructural para la reproducción y mantenimiento del sexismo patriarcal, y la importancia de la heterosexualidad y el sexismo patriarcal en la reproducción y mantenimiento de las relaciones de producción del capitalismo.
“2. Contribuir al desarrollo de una teoría marxista de la homosexualidad que sitúa a la liberación de gays y lesbianas en el contexto de la lucha para crear una atmósfera de libertad que aún se asienta en la mera necesidad y demostrar por qué es necesario unir la lucha de liberación de gays y lesbianas a la lucha por el socialismo y el comunismo.
“3. Argumentar que la total libertad de gays y lesbianas para tener relaciones sexuales puede y debe funcionar como una medida del grado en el que el sexo ha sido abolido como una categoría socialmente significativa (sustituyendo a una división sexual del trabajo) y que los seres humanos han progresado hacia la creación de una sociedad (comunista) verdaderamente libre”.


Más allá de lo tortuoso y repetitivo del estilo, está claro que el marxismo, desde su caída en desgracia como opción de poder concreta, ha mudado en su estrategia de disciplina social, desde el puritano moralista que sustentaba al Hombre Nuevo (desapegado de los “vicios” del Hombre Viejo), hacia una búsqueda de afinidad con las reivindicaciones libertarias de ciertas minorías socialmente activas. En verdad, para no incurrir en los vicios de redacción que tanto nos molestan, y hablar clarito: por una nueva clientela de la que explotar su compromiso activista, hacia los propios fines revolucionarios, en procura de una sinergia entre conceptos (para nosotros, no demasiado coincidentes) de “liberaciones”.



Es que, para hablar de “liberación”, primero deberemos ponernos de acuerdo en el concepto de libertad, y no hay dos hombres que en la historia del pensamiento (¡y en la de la intuición y el sentimiento también!) se hayan puesto jamás de acuerdo en ese sentido.

Para cerrar este artículo, conviene no extraviarse en pantomimas que simulan evoluciones lineales, “progresos”, y regresar a las fuentes.

En unas carta remitida a Engels el 17 de diciembre de 1869 Marx le escribe: Strohn va a regresar a Bradford y quiere que le devuelvas el Urnings, o como quiera que se llame el libro del pederasta”. Engels había comentado el libro de Karl Heinrich Ulrichs, en una carta dirigida a Marx el 22 de junio de 1869, en estos términos:

“El Urnings que me mandaste es una cosa muy curiosa. Éstas son revelaciones extremadamente antinaturales. Los pederastas están comenzando a contarse y están dándose cuenta de que son un poder en este estado. Sólo les faltaba organización, pero según esta fuente aparentemente ésta ya existe en secreto. Y como tienen hombres tan importantes en los viejos partidos, e incluso en los nuevos, desde Rosing a Schweitzer, no pueden menos que triunfar… ‘Guerre aux cons, paix aus trous-de cul’ será el slogan ahora [traducido por los editores de las Obras Completas de Marx-Engels como ‘Guerra a las vulvas, paz a los anos’]. Es una suerte que nosotros, personalmente, seamos demasiado viejos para temerle a que, cuando este partido gane, tengamos que pagar un tributo físico a los vencedores. ¡Pero y la generación más joven! A propósito, sólo en Alemania puede suceder que un hombre como éste pueda venir y convertir esa basura en una teoría y ofrecer la invitación introite [de entrar], etc. ... Si Schweitzer es útil para algo es para sacarle a este honorable hombre los detalles de otros pederastas en puestos claves, lo cual ciertamente no le sería difícil puesto que son hermanos de alma”.

viernes, 15 de abril de 2011

Alguien alguna vez en alguna parte



Complemento del post anterior.

Alguien me ha sugerido la necesidad de complementar y profundizar la línea esbozada en el post anterior. Vamos a ver si esta vez tenemos suerte. Juega de nuestra parte la inminencia del fin de semana, que permite un mayor detenimiento en la lectura. Y nos obliga sobre todo la proximidad, a dos semanas y monedas, del Día del Trabajo. Mucho se dirá al respecto, mucho se moverá con diversos propósitos con ocasión de esa fecha. Ésta es nuestra perturbadora contribución.




Hoy estuve de excursión laboral por una localidad del segundo cordón del Conurbano. Parece mentira cómo todos los centros de esas localidades se parecen tanto, con la calle comercial, angosta y saturada de vehículos circulando a paso de hombre y de vehículos estacionados paragolpe con paragolpe contra ambas aceras. Esas veredas cubiertas por un movimiento constante de hormigas, entorpecido por las columnas de los toldos y por algunos puestos ambulantes montados sobre caballetes, ofreciendo relojes Rolez y anteojos Raiband. Sobre el cielo se recortan, como un mosaico de Mondrian, los carteles que contienen pomposas marcas, franquicias de cadenas de electrodomésticos o marcas ignotas –seguramente, locales- pero con apariencia, tanto fonética como estilística, con pomposas marcas. De esos centros comerciales de frenética actividad las estaciones ferroviarias siempre están cerca. Antes de meterse en el pasaje subterráneo que pasa la vía para el otro lado, una inmensa batea con cientos de títulos en DVD, la música al mango de un extraño aunque se ve que difundido reguetón-cumbia-hip-hop, unos muñecos inflables espantosamente chillones y algo deformados de Backyardigans y héroes de dibujito japoneses. Al lado del vendedor, hablando un poco a los gritos por el estruendo musical, un policía presencia la oferta de productos truchos, y ambos hombres se acompañan para sobrellevar la monotonía de la rutina.

Cada lugar y cada momento se combinan de formas diversas para componer un cuadro que cambia con las horas y con las personas. Hay paisajes de tango, hay paisajes de blues, hay paisajes de bolero, hay paisajes de milonga surera… En este lugar y a la mañana, acercándonos al mediodía, el paisaje era de reguetón-cumbia-hip-hop, con teclados electrónicas y voces distorsionadas hacia los agudos, con otras distorsiones provenientes de parlantes saturados… bien podría ser un paisaje de música de calesita.

En fin, no voy a detenerme en una descripción que supongo bien conocida por la leal concurrencia. Simplemente apuntaré un detalle que, en un paisaje ya conocido, y ciertamente invariable en la variación de colores y de modas, una suerte de coral que siempre es el mismo y siempre es diferente, ha llamado mi atención. No porque no pueda explicarlo, sino más bien por lo contrario. No porque en sí mismo genere sorpresa, sino porque genera desasosiego. En medio de esa calle comercial tan típica, está situada una sucursal del Banco Nación, también más o menos típica. Lo que llama la atención es la cola escalofriantemente multitudinaria que sale de la entidad bancaria y se prolonga, ocupando todo el ancho de la vereda, 50 metros hacia la esquina, y luego cien metros más dando la vuelta por la calle lateral, hasta perderse por la otra esquina. Una cola que es la misma en su densidad y longitud a las 11 de la mañana, a las 12 del mediodía, a la 1 de la tarde… Una cola que es la misma, y sin embargo, siempre es diferente, como el río heraclíteo, porque la clientela se renueva, y el ritmo de atención evidencia incluso alguna celeridad. En esa cola conviven transitoriamente algunas personas mayores, otras ancianas (que son empero el grupo etario minoritario), mucha gente de mediana edad, muchos jóvenes. Los jóvenes, todos con gorrita blanca y pantalones de gimnasia abuchonados, charlan animadamente con las jóvenes, de pantalón de jean ajustado, cinturón de tachas y chaleco o campera corta, estilo “inflado”, de color blanco también. Si uno no supiera de qué se trata, y viniera evolucionando por las terrazas y las nubes en una máquina del tiempo hasta aterrizar en el medio de la calle comercial, diría que se trata de las “blancas palomitas” de Jacinta Pichimahuida, aggiornadas al siglo XXI. Muchas madres, pocos chicos, lo que resulta razonable después de todo, ya que la espera nunca es grata, ni siquiera para entrar al cine. También algunos cuantos señores de treinta-cuarenta y pico. Los hay incluso de saco y corbata, de trajes algo vetustos y mucho más baqueteados, con preponderancia de los tonos marrones. Y de las camisas amarillas. Seguramente gestores…

Es 15 de abril, o sea, la mitad exacta del mes. Para alguien cuya única relación con el Estado es la impositiva, es decir, que pone pero no accede a ningún beneficio de esas arcas, la fecha resulta un día como cualquier otro. Viernes, encima. Tentación de rajarse temprano y comenzar el fin de semana medio día antes, como hacen los europeos. Sin embargo, oculta un significado especial para un conglomerado importantísimo de personas en esa y en tantísimas otras localidades del conurbano. Alguien no lo sabe, pero cae de maduro, es fácil de inferir hasta para un distraído. Alguien invirtió dos horas y media de su mañana para llegarse hasta allí e invertirá otras dos horas y media de su tarde para volverse, luego de haber acometido algunas diligencias impuestas por su trabajo. Ciertamente, para alguien el programa no resultaba grato, ni siquiera cuando se comprometió, una semana atrás (pensando que el haber demorado 7 días la travesía era algo parecido a haber eludido el compromiso… una ilusión tan frecuente y leve como la vida misma). Sobre todo porque alguien, al perderse 5 horas in transitu, se perdía también 5 horas de trabajo. Y, créanme, alguien está lejos de ser un workoholic (al menos, en estos días).

Pero esas 5 horas de trabajo efectivo aportarían sustentabilidad al fin de semana de alguien, como para otros (como alguien ahora comprobaba) esa sustentabilidad la aporta exactamente la actitud contraria: la de perderse las horas de la mañana, y tal vez algunas horas de la tarde, en una cola que reportará a esos otros los mismos beneficios que las horas de trabajo efectivo hubiera aportado a alguien.

En fin, parece complicado, pero es bien sencillo. Lo que a alguien le despierta curiosidad, por su anticuada formación familiar, y hasta educativa, es que ese modelo funcione (y ahora comienza a entenderse el post anterior, espero). Que perder el tiempo funcione, reporte alguna utilidad. Y repito –y también remito al post anterior- que cuando hablo de perder el tiempo no hablo del ocio, al que yo atribuyo innumerables y valiosísimas cualidades. Hablo del no-ocio, y del no-trabajo. De ese limbo de negatividad y de negación que se compone tan sólo de perder el tiempo; o sea, del derroche absurdo del bien más preciado que se le otorga a una criatura mortal al nacer. El único bien auténticamente escaso, irrecuperable, que se pierde desde que se recibe, y que uno debe administrar con sapiencia y responsabilidad, si quiere, simplemente, que la aventura de vivir (esa aventura tan prestigiada por la sensiblería pero tan despreciada por la moderna cosmovisión), al final, haya valido la pena.

Para que perder el tiempo depare alguna utilidad (¡quién no habrá soñado desde chico con que le pagarían por hacer una cola en el banco! La utopía se ha cumplido, y ya sabemos quién va a beneficiarse de su propaganda), alguien debe pagar la fiesta. Es decir, sabemos que la paga el Estado, que lo hace mayormente desde los recursos que la ANSeS “administra” para los jubilados de hoy y de mañana. Pero también sabemos que el Estado no produce nada, salvo déficits y gastos. Y cuando se pone a producir, mejor agarrarse la cabeza, como en el caso del Correo, que pierde centenares de millones de pesos al año mientras la escasa correspondencia que sigue circulando por sus carriles llega siempre abierta y depredada (un poco más de socialismo real para nostálgicos). O como en el caso de Aerolíneas, que le sale a cada argentino que eventualmente usa su servicio alguna vez en toda su vida al menos un millar de pesos al año.

No voy a caer en la perorata del contribuyente, aunque mucha justicia tendría que enfoque la cuestión desde ese lado, sobre todo, no porque el contribuyente pague mucho, sino porque paga siempre de más. No sólo paga fortunas por todo lo que consume, por la aplicación de los impuestos indirectos de naturaleza regresiva (por si no se entiende: anti-redistributivos… no se deje engañar, señora), antipolítica que se beneficia de la inflación. Sino porque paga educación que luego debe procurarse en establecimientos privados porque los públicos están en las más patéticas condiciones de abandono (antes espiritual y académico que edilicio).

Y paga salud que luego debe recobrar a través de sistemas de medicina prepaga, también privados. Y paga transporte público, al que no sólo no puede subirse, sino que justifica que adicionalmente le apliquen “medidas disuasorias” a la movilidad privada, restándole espacio para la circulación, aumentándole los impuestos al combustible, los costos de estacionamiento, las patentes, los seguros.

Y paga deporte que luego tiene que ver con pésima calidad de dirección y precarias coberturas, con patéticos relatores y peores comentaristas baja-línea política, mientras lo saturan con martilleante propaganda estalinista del estilo de 1984 (al libro de Orwell, me refiero), debiendo a cambio privarse de ir a la cancha y llevar a sus pibes como hacía su viejo con él mismo y que fuera la experiencia que evoca cada vez que desempolva del último cajón la camiseta que ya no puede ponerse, si es que valora mínimamente su integridad física. Y de tal forma, no yendo ya a la cancha, y cortando también la cuota social por un espectáculo que ya no disfruta, tampoco contribuye con las arcas del club, que debe depender cada vez más del trajinar mendicante en los pasillos de la política.

Y paga seguridad de la que mejor ni hablar, mientras blinda puertas, enreja ventanas, pone alarmas, paga una garita de vigilancia en la cuadra, cambia el auto por algún cascajo modelo noventa y pico para no llamar la atención…

No voy entonces a caer en la tentación de hablar del contribuyente medio, que es el argentino medio, el que yuga todos los días y se lamenta cuando pierde 5 horas de trabajo que son 5 horas de efectivo, pero se lamenta más cuando los precios dispersos de los supermercados crean una sensación realmente apremiante en su billetera.

Voy a hablar más macro, desde un horizonte sistémico. De dónde viene la plata, el excedente que permite sostener a tanta gente perdiendo el tiempo.

Todos sabemos que proviene, principalmente, de los commodities que produce la Argentina y cuyo precio ha crecido impetuoso por demandas internacionales de alimento. Esas demandas internacionales demandan materias primas. Ni se nos ocurra elaborar algo más que aceite, porque de ello se encargan las industrias de los países compradores, y si no nos gusta, comprarán a Brasil, o a EE.UU. También ha crecido la producción, es evidente. Cuando un producto vale mucho, se lo producirá hasta en las macetas. Ese producto, de cultivo latifundista por su propia naturaleza, demanda el trabajo de una sola persona para atender varios miles de hectáreas (a diferencia de la carne, que ya no deja tanto, y por eso se ha achicado la cabaña, pero que emplea a muchas familias por campo). Y la mayor parte de los millones de hectáreas puestos a producir ese monocultivo está concentrada en pocas manos, mientras los productores menores también siembran del oro verde, para ver si pueden pelecharla.

Pero aun más concentrado está el mercado de la intermediación, el bendito “sector exportador”, que es el verdadero fijador de precios internos. Hablamos de media docena de gigantes, todos de extranjera titularidad.

A ese complejo (y a otros menos importantes, pero con funcionamientos idénticos) el Estado le aplica impuestos, a los que no les dice impuestos, pero ése es otro cantar… Como la base imponible está expresada en moneda extranjera, esos ingresos del Estado son en moneda fuerte, lo que le permite al Estado emitir ingentes cantidades de circulante para el mercado interno, que a su vez deprecian el valor real de la moneda local, con lo que diluyen los beneficios sociales que ostentosamente otorga como generosas dádivas humanitarias. Y así se van pedaleando las degenerativas condiciones de viabilidad a futuro. Alguien lo pagará mañana.

En ningún momento, entre tanto bicicletear, el Estado detuvo su pedaleo para levantar la cabeza y planificar mínimamente los próximos 3 ó 4 kilómetros de viaje. Como si se tratara de un emirato emplazado sobre un gigantesco mar de petróleo.

Si a eso le sumamos el deterioro progresivo de la clase media (en inquietante y acelerado proceso de proletarización, al punto de que hoy la mayoría de los analistas coincide en que “clase media” es antes bien un autoconcepto psicológico-cultural de pertenencia, que una entidad o un estrato socioeconómico), parecería que, efectivamente, se está aplicando a nuestro país, un modelo.

Un modelo en el que el Estado distribuye sobre una masa humana cuantitativa y cualitativamente cada vez más dependiente, aquellos excedentes devenidos de actividades híperconcentradas en las manos de un puñado de poderosos, que exige para la prosecución de sus actividades en el país de una regulación laxa (si es posible, incluso inexistente), de la prescindencia de mano de obra y de un mediano control social, que asegure que esas actividades no son perturbadas. Desde esa dimensión es más fácil atisbar el descalabro medular, la amenaza profunda y estructural, que produjo al modelo el conflicto nacional y social de 2008, y que lo llevó a mesurar los embates que, igualmente, se siguen produciendo con menor tenor, mayor dispersión y planos de actividad menos sensibles.

Todavía ese modelo no ha podido encontrar una forma de concentrar y simplificar la matriz del transporte de cargas. Y ello explica el peso y capacidad obstructiva que conserva esa actividad, la única que tiene todavía entidad de actor sociopolítico trascendente.        

jueves, 14 de abril de 2011

Un modelo así


Dicen algunos que, a mediados de los ’80 ciertos cenáculos influyentes de ambos lados de la Cortina de Hierro, conjuntamente con representantes del poder financiero internacional, comenzaron a plantearse, en un tono estrictamente confidencial y secreto, el escenario de un nuevo orden planetario. A tal efecto, el nuevo esquema de dominación-administración del orbe preveía un orden económico capitalista súper concentrado en megamonopolios privados que garantizaran la inversión y un orden social de corte socialista, que había probado mayor eficacia en términos de sumisión y control. Esa amalgama resultó casualmente coincidente con la evolución mundial verificada con posterioridad a la caída del comunismo en Europa del Este. Lejos de resultar (justificadamente) defenestrado como cruel totalitarismo asesino y aniquilador de los espíritus, a excepción de los países que acababan de salir de la pesadilla y que no querían saber más acerca de cualquier cosa de color rojo, el comunismo fue presentado a Occidente como el bálsamo moral que reconforta como guía axiológica, como “utopía” o faro del humanismo, que orienta y corrige los desbordes del capitalismo globalizado. La intelectualidad de izquierda, sobre todo la proveniente del comunismo, perdió de pronto la vergüenza por su pasado turbio y pasó a monopolizar las usinas oficiales, paraoficiales y mayoritarias de la opinión mediática. Sobre todo, recuperando los antiguos vicios (no sólo estalinistas, como tantas veces hemos visto y vemos), a pontificar y ejercer el control de la opinión general, a censurar y perseguir, a señalar a los peligrosos y a aislar su mensaje, y de ser posible, a aislar personal y profesionalmente a los enemigos señalados, condenándolos a un definitivo ostracismo.

La declinación del comunismo, su claudicación frente a Occidente, no implicó de manera alguna la occidentalización de la barbarie tártara (Thomas Mann dixit). Si algo se perdió luego de 1991 fue cualquier ilusa aspiración al liberalismo social, es decir, el desvelo del individuo por asegurar su libertad de acción y su intimidad.

La intimidad fue suprimida de plano del nuevo orden social, no sólo como valor sino como realidad. Desde lo valorativo, es mal vista cualquier actitud que sugiera reserva, porque la reserva es apreciada como inautenticidad, como solapamiento. También es mal vista cualquier actitud que sugiera recato, porque el recato es apreciado como cobardía, como falta de sinceridad o como claudicación burguesa a las imposiciones sociales. Desde lo real, se promueve tanto desde lo tecnológico como desde lo social (planos que tienden a identificarse) una suerte de promiscuidad del vínculo. Los “amigos” se multiplican hasta diluirse el concepto en una indeterminación cercana a la generalidad. Es decir, la amistad se hace pública, y por tanto deja de ser amistad, que por definición siempre es íntima y privada. Con esa publicización de la personalidad, el individuo deja de actuar particularizadamente respecto de sus semejantes para actuar públicamente respecto, precisamente, de un público indeterminado. Se publican las fotos de los hijos, los acontecimientos cotidianos, las pequeñas anécdotas, los más nimios desvelos. Se comunica todo, se exterioriza todo. Se produce una reversión del proceso espiritual, por naturaleza, reflexivo e introspectivo. De tal forma, empobrecido el espíritu por la hiperactividad de la exteriorización hacia un público genérico, finalmente se empobrece el mensaje. La gente comunica y comunica, se hace pública hasta en sus facetas más triviales (o sobre todo en sus facetas más triviales). Y luego finalmente no comunica nada relevante, porque nada relevante produce desde su interior. Los mensajes tienden entonces a uniformizarse, a achatarse y mediocrizarse. La diversidad es lo que se pierde. La igualdad de autómatas desangelados, de tiernos espectros sin consciencia es lo que se consigue. Un control social definitivamente propio de la experiencia socialista. Perdida la intimidad, se pierde la libertad, porque nadie es dueño de lo que no posee, y la libertad sólo puede ser si hay un ámbito personal e íntimo, espiritual y privado, para su desarrollo.

El modelo capitalista monopólico súperconcentrado, por otra parte, nos permite asistir a una economía mundial que emplea entre el 14% y el 10% de la mano de obra disponible. Circunstancia que, combinada con la carrera tecnológica hacia la automatización y la maquinización, implica una tendencia hacia un progresivo decrecimiento de esa participación. En Perros de Paja John Gray llega a pronosticar para los tiempos que corren que, de encontrarse empleada la totalidad de la población económicamente activa, cada trabajador necesitaría laborar por tan sólo 30 minutos diarios. La ecuación del desarrollo conduce a desembarazar al hombre de esa “condena bíblica” que es el trabajo. Ahora bien, ¿qué le depara un mundo sin dioses, sin mitos, sin fantasías, sin desafíos, sin misterios y sin deberes, al hombre? ¿No es acaso el hombre una función de la deidad, un hacedor y perpetuador (un eterno repetidor) de mitos, una imaginación fantástica, el permanente retador de la autoridad de los dioses y del poder de la Naturaleza, un misterio en su propia esencia, para sí, para los demás y para su propio proceso cognoscitivo, una criatura del deber en tanto consciente y libremente electora? ¿Qué queda entonces del hombre, después del huracán del humanismo? ¿Tan sólo una corteza muerta, de raíces podridas, una fisiología animal y una conducta borreguil siquiera soliviantadas por el hálito del instinto? No son tiempos éstos propensos a la filosofía, menos aun a la metafísica, paisajes conocidos en la antigüedad a través del camino del ocio. Y el ocio es malo, ha sido declarado proscripto por el mundo del negocio, de la negación del ocio. ¿Cómo puede ocuparse al hombre en un mundo en el cual el trabajo es una condena progresivamente suprimida, y donde el ocio es un pecado mayúsculo? ¿Estará entonces el hombre frente a un destino de Sísifo, como le anticipara Camus?



Por lo pronto, tenemos ya a un hombre muy ocupado, pero en creciente tendencia al no-trabajo (que no es ocio, insisto). Un hombre que debe hacer muchos trámites, contestar muchos correos electrónicos, mantenerse permanentemente actualizado con las novedades tecnológicas, con las modas, con los hábitos de consumo, con los viajes y los compromisos de una agenda repleta de contactos y de reclamos. Supongo que un hombre tan ocupado no tiene demasiado tiempo para perder trabajando… mucho menos pensando. En un contexto así, para Gray (op. cit.) la droga es un camino plausible. Pocas cosas mantienen al hombre tan ocupado como la droga. Cuando no está allá alto, está muy bajo y ansioso y preocupado por conseguirla. Pero siempre en movimiento. En el movimiento inútil e insensato de la existencia más llana e intrascendente. La metáfora del Hades que figuraron los griegos. O la del Hell de los viquingos. Vagando los espíritus en círculos y en silencios, en oscuridades crecientes progresivamente atenuándose hasta finalmente diluirse, sin ruidos y sin pompas. Para Gray también, curiosamente el negocio de la droga es el más crudamente capitalista de todos. Hípercapitalista, súpermoderno, no se constriñe a las regulaciones estatales, tiende naturalmente a la concentración, tiene mercados cautivos, crece hasta abarcarlo todo.

Un modelo así dice que el consumo debe ser generalizado pero la producción debe ser concentrada. En tales circunstancias, se alcanzan las antípodas del pensamiento de Thorstein Veblen. El economista norteamericano clasificaba el mundo entre productores (los que trabajan) y parásitos (los que no trabajan). Pero en un modelo así el que produce es el parásito y los que consumen no trabajan. La negación del trabajo, luego de la negación del ocio, implica la muerte del último paradigma clásico, y tal vez la muerte del último de los dioses, si escuchamos tenuemente a Jünger… En un modelo así el Estado se debe transformar en el gran dador, en el único dador de dinero para el consumo. A tal efecto, recabará recursos, por medios fiscales, de los productores capitalistas concentrados, y los distribuirá entre los súbditos para que ellos consuman lo que ya no producen. Se consuma definitivamente el divorcio entre producción y consumo. Si en las economías tradicionales cada uno consumía lo que producía, y en las economías liberales ya el individuo producía dinero con su trabajo para consumir lo que otros producían, en un modelo así el individuo no trabaja y por tanto no produce dinero. Solamente consume. Y lo primero que consume con vehemencia es, tristemente, un modelo así.


miércoles, 13 de abril de 2011

Meritocracia póstuma

Algunos criterios para una aproximación objetiva.




Se habla últimamente del mausoleo que Austral Construcciones, empresa que debe su fulgurante presente (y el de su titular, ex empleado del Banco de la Provincia de Santa Cruz devenido en sólido magnate) a los incontables "dedazos" del capitalismo de amigos propiciado precisamente por el homenajeado, erigirá a un lado del cementerio de Río Gallegos para albergar a la polémica figura de un ex presidente de la Nación cuyo mérito relevante –si es que así puede llamárselo- es haberse muerto relativamente joven; y sobre todo, en momentos en los cuales su familia directa (nepotismo que ha excedido incluso las previsiones de una Constitución decimonónica y que nosotros, tan modernos y tan corderos, supimos soportar) maneja incontables fondos públicos y toda la parafernalia de la comunicación massmediática como para intentar la canonización cívica, el bronce que le ha sido esquivo en la Argentina a los verdaderos próceres… Talante que suele servir de certero indicador de los méritos de los hombres.

Uno piensa enseguida en los tres más grandes argentinos del siglo XIX, para empezar: San Martín, Artigas y Rosas. Todos muertos en el exilio, todos habiendo acumulado enemigos acérrimos dispuestos a defenestrar no sólo sus últimos años de vida, sino también su memoria.

Se lamenta el correo electrónico que circula difundiendo el escándalo, que San Martín, Belgrano y otros próceres verdaderos no gocen de semejante recinto faraónico para albergar sus huesos. Nosotros, por el contrario, nos felicitamos de que así sea. Porque, sencillamente, si ningún prócer verdadero ha sido reconocido con tamaño fasto, una de las características de su valía está (tal vez incluso inconscientemente establecida) en esa humildad póstuma. Incluso, en la Argentina paradójica, en el escarnio póstumo. Dejemos entonces a nuestros muertos (o sea, los que son patrimonio de todos los argentinos como hermanos en un destino) descansen en paz. Allí donde se encuentran. Allí donde los han colocado quienes nos precedieron, y que en gran medida con mezquindad y ceguera, quisieron hacer de ellos precoz ceniza y de su recuerdo el polvo del viento. Porque "La principal razón contemporánea para condenar a los grandes hombres es que la condenación de las grandes figuras absuelve y agranda a las pequeñas", reflexionó Sarmiento acerca de ciertas falsificaciones e injusticias históricas que forjaron nuestra historia oficial. Lo cierto es que ya está. Ya están todos en sus frías y silenciosas moradas finales. Sin mayor pompa, sin mayor estrépito barroco. Y lo más importante: conceptualmente, tal vez ontológicamente, las grandes figuras se atisban en la condena que de ellas hacen las pequeñas. En esa falta de reconocimiento.

Gobernar es una tarea ingrata. Implica tomar diez decisiones impopulares, antipáticas, por cada una que pudiere ser aplaudida. Como el padre que dice “no” decenas de veces por día a cambio de contados “sí”, en la conciencia del deber para con sus hijos. Eso diferencia a los grandes gobernantes de los demagogos (a los que eufemísticamente llamamos “populistas” cuando dan al pueblo vino, ocio y limosna en lugar de educación y trabajo, que siempre son ingratos deberes antes que programados derechos). Por ello es frecuente encontrar, a la hora de la muerte, elogiados demagogos y condenados gobernantes. No hay parámetro humano (menos en las sociedades de masas) para la mensura de la grandeza.

Dejo, finalmente, para ilustrar estas someras reflexiones, propaladas sin tiempo y sin aliento, algunas fotos de las ostentosas criptas de los capos de la narcomafia de Sinaloa.