Reza la ley de creación de la Gendarmería Nacional (Nº 12.367, del 28 de julio de 1938), que la misión de ese cuerpo sería la de "contribuir decididamente a mantener la identidad nacional en áreas limítrofes, a preservar el territorio nacional y la intagibilidad del límite internacional".
La razón de ser de su creación estuvo vinculada a una necesidad pública: la de garantizar la seguridad de los colonos y pobladores de las regiones alejadas, lo que llevó a que el cuerpo se asentara en los territorios nacionales de entonces, como resguardo fronterizo.
Por esos tiempos, el Estado Nacional tenía una política migratoria. Tanto respecto de las migraciones internas como de las inmigraciones de ultramar y limítrofes. La consigna pretendía poblar el extenso territorio de la República, generar colonias agrícolas, fomentar el establecimiento, crecimiento y consolidación de nuevas ciudades, propender a la descentralización y distribución demográfica, y aprovechar el trabajo de los recién llegados para enriquecer las tierras que se les confiaban para su cultura.
Ayer debimos presenciar la reasignación de tareas a 6.000 gendarmes, que pasarán a reforzar al ya nutrido número que está patrullando en el Gran Buenos Aires, intentando dar un poco de seguridad a una tierra de nadie, asolada por la droga y la delincuencia violenta y sin códigos, con facilidades para la movilidad, una población aterrorizada y paralizada, y numerosos eficaces refugios en las siempre crecientes e impenetrables villas.
Ya en el pasado reciente asistimos a la conformación de un cordón de control de parte de los gendarmes sobre el complejo conocido como Fuerte Apache, y también a las agresiones de que fueron objeto de parte de los grupos de criminales que allí se aguantan, con balaceras todas las noches y el saldo de un gendarme muerto (29 Octubre 2008), y su presunto asesino, un delincuente de 18 años que integraba una de las 30 bandas armadas que habitan el complejo.
Que no hay voluntad de ir hasta el hueso es una situación demasiado conocida para todos, y toda una fracción de la sociedad que vive de negocios paralelos y clandestinos, como los talleres textiles, las ferias textiles, los desarmaderos de autos, las cocinas de drogas, los prostíbulos y la trata de esclavas, el juego, tanto el ilegal como el crecientemente legalizado, vehículo favorito del sistema para el blanqueo de dinero, etc., está demasiado imbricada en los intereses del poder (véase cómo se financian las campañas electorales de los actuales gobernantes, y los compromisos que condicionan las ulteriores gestiones), como para que nos quedemos seguros de que el estado de cosas delincuencial y marginal va a seguir su cáustico decurso a expensas de una sociedad desarmada y corderil, sitiada desde los hechos por la delincuencia y desde el discurso oficial por un lavado de cerebros machacón y perverso que conduce a la resignación y la auto-mortificación.
Los gendarmes reasignados tienen ahora una misión edulcorada y casi simbólica: la de generar una ilusión de control sobre un territorio cada día más perdido. En definitivas, la de establecerse sobre las nuevas fronteras. No hay ni intenciones ni determinación como para penetrar los territorios sustraídos del control estatal, y ello evidencia que la labor de la Gendarmería será la misma que primitivamente tenía en las zonas de frontera.
De tal forma, creo que queda claro que lo único que aquí ha ocurrido es que las fronteras se han corrido. Un país indefenso, por el obrar destructivo de la misma ministra que ahora pasa a cumplir su propia e inconfesable misión de destrucción en el área de las fuerzas de seguridad, sin política migratoria y unilateralmente claudicante, que no aplica siquiera el más elemental principio de reciprocidad en el trato inmigratorio, sin política en ningún sentido en definitivas, ha cedido su soberanía (que no es otra cosa que el ejercicio efectivo de una potestad exclusiva y excluyente en el ámbito territorial) a un vacío que pronto va a ser llenado. Después de todo, ya empieza cualquiera a animarse, principiando, naturalmente, por las bandas armadas de los caciquejos militares que, desde la época de L'homme à cheval del genial Pierre Drieu La Rochelle, conforman ese complejo mosaico de warlords que es el Ejército Boliviano, y que comenzaron con sus incursiones clandestinas sobre nuestro Noroeste, cual fieles discípulos del más grande Mariscal Santa Cruz, y por qué no, de los Carabineros corre-mojones de nuestra peculiar guerra fría por los límites de los Andes del Sud, Laguna del Desierto y los Hielos Continentales en las décadas pasadas.
De tal forma, entiendo yo, la misión que he transcripto al principio continúa invariable. Lo que cambió, claramente, es el contexto político argentino, sumido en la más atroz declinación y claudicación, que en su expresión territorial, se plasma en esta nueva frontera, que enmarca un exiguo terruño, el hinterland saturado y contaminado de la ciudad de Buenos Aires.
Dos asuntos para dejar enunciados:
- La reversibilidad de la conflictividad social. Hobbes, que no era ningún sonso, ya había visto la cuestión hace 359 años: para segurar la paz interior es importante que los Estados tengan una clara política exterior, con objetivos y estrategia. Que se comporten entre sí como los Leviathanes que esencialmente son (mal que les pese a los pacifistas). La claudicación en la política exterior, o mejor aun, su lisa y llana ausencia, conduce a una reconducción de la conflictividad hacia el interior de las sociedades. Por eso es que gente más preclara manifestaba la necesidad para las naciones de tener empresas colectivas que superen las pequeñas diferencias de facción. En nuestro contexto contemporáneo, huelga decirlo, ahondar las diferencias de facción y fomentar la conflictividad interna son las formas perversas de realizar política que han signado toda la etapa. Lo difícil es la paz, lo difícil es la unidad. Lo fácil es atizar cualquier rencor, cualquier odio, cualquier resentimiento. Lo venimos presenciando.
Otras colonias como la que está en decidido rumbo de consolidarse la Argentina, de las que pueden mencionarse Panamá o Costa Rica, también han desarmado sus fuerzas armadas, considerándolas un gasto fútil, para conservar solamente fuerzas de seguridad y gendarmerías, que más allá de resultar expresión de la reversibilidad de los conflictos al interior de sus respectivas fronteras, terminan trabajando el doble o el triple que antes, enfrentando maras y narcos, afrontando el desafío de las nuevas fronteras interiores...
- Un poco de geopolítica. Todo el proceso de independencia de América, incluido el de América del Norte, estuvo marcado por la influencia de las diferentes ciudades sobre extensas áreas, que dieron lugar luego a la fragmentación en naciones. La independencia de las colonias americanas estuvo signada por intereses de las respectivas burguesías, o sea, intereses urbanos. La fuerza hegemónica de las grandes ciudades sobre sus territorios inmediatos determinó la conformación de las actuales repúblicas: el Virreinato de Nueva Granada, que Bolívar soñaba con mantener unido, se desmembró de acuerdo con las influencias respectivas de Caracas, Bogotá y Quito (esta última, luego sometida a una no siempre sana competencia interna con Guayaquil). Buenos Aires se expandió lo más que pudo, y aportó lo más grueso de las tropas al efecto, mientras que Asunción por ejemplo, pudo mantenerse independiente, sobre todo, a partir de Caseros y la entronización del proyecto unitario, que buscaba desprenderse de eventuales ciudades competidoras (a las que hay que incluir Montevideo, explícitamente excluida de las Provincias Unidas ya en 1813). San Pablo y Río de Janeiro representaron otro caso similar, cuya fragmentación pudo evitarse por la continuidad del poder imperial, y en épocas republicanas, por la solución intermedia, la creación de un tercero incluido, a la manera de Montreal y Toronto, de Sidney y Melbourne, etc.
En fin, el tránsito del Estado-nación hacia las ciudades-Estado ha sido pronosticado por diversos autores, de los cuales recuerdo a Robert Kaplan y su El retorno de la antigüedad. En ese proceso, no existiendo otras grandes ciudades que puedan ejercer influencia en el área que ocupa la Argentina, y asistiendo al claro proceso de detracción evidenciado, es probable que Buenos Aires y el país que encabeza pase todo a orbitar, en un futuro no muy lejano, de centros de poder más consolidados y eficaces. El que claramente surge con voluntad hegemónica sobre la región, y se manifiesta con creciente imperio (en el más puro sentido del término, véase El Imperio Romano de Pierre Grimal) sobre el Oriente boliviano, el Paraguay y el Uruguay, es el paulista. Aunque tampoco hay que despreciar la consolidación de Santiago, por ahora limitado naturalmente por la cordillera, y culturalmente, por cierto aislacionismo continental.
Dejemos los temas así planteados, y recordemos, una vez más, porque es demasiado explicativo, el texto de la ley de creación de la Gendarmería Nacional en cuanto hace a su misión y razón de ser:
"Contribuir decididamente a mantener la identidad nacional en áreas limítrofes, a preservar el territorio nacional y la intagibilidad del límite internacional"
La razón de ser de su creación estuvo vinculada a una necesidad pública: la de garantizar la seguridad de los colonos y pobladores de las regiones alejadas, lo que llevó a que el cuerpo se asentara en los territorios nacionales de entonces, como resguardo fronterizo.
Por esos tiempos, el Estado Nacional tenía una política migratoria. Tanto respecto de las migraciones internas como de las inmigraciones de ultramar y limítrofes. La consigna pretendía poblar el extenso territorio de la República, generar colonias agrícolas, fomentar el establecimiento, crecimiento y consolidación de nuevas ciudades, propender a la descentralización y distribución demográfica, y aprovechar el trabajo de los recién llegados para enriquecer las tierras que se les confiaban para su cultura.
Ayer debimos presenciar la reasignación de tareas a 6.000 gendarmes, que pasarán a reforzar al ya nutrido número que está patrullando en el Gran Buenos Aires, intentando dar un poco de seguridad a una tierra de nadie, asolada por la droga y la delincuencia violenta y sin códigos, con facilidades para la movilidad, una población aterrorizada y paralizada, y numerosos eficaces refugios en las siempre crecientes e impenetrables villas.
Ya en el pasado reciente asistimos a la conformación de un cordón de control de parte de los gendarmes sobre el complejo conocido como Fuerte Apache, y también a las agresiones de que fueron objeto de parte de los grupos de criminales que allí se aguantan, con balaceras todas las noches y el saldo de un gendarme muerto (29 Octubre 2008), y su presunto asesino, un delincuente de 18 años que integraba una de las 30 bandas armadas que habitan el complejo.
Cabo Omar Roberto Centeno, salteño, 28 años, casado, dos hijos (de un año y de un mes al momento de ser asesinado). Fuente: Gendarmería Nacional.
Que no hay voluntad de ir hasta el hueso es una situación demasiado conocida para todos, y toda una fracción de la sociedad que vive de negocios paralelos y clandestinos, como los talleres textiles, las ferias textiles, los desarmaderos de autos, las cocinas de drogas, los prostíbulos y la trata de esclavas, el juego, tanto el ilegal como el crecientemente legalizado, vehículo favorito del sistema para el blanqueo de dinero, etc., está demasiado imbricada en los intereses del poder (véase cómo se financian las campañas electorales de los actuales gobernantes, y los compromisos que condicionan las ulteriores gestiones), como para que nos quedemos seguros de que el estado de cosas delincuencial y marginal va a seguir su cáustico decurso a expensas de una sociedad desarmada y corderil, sitiada desde los hechos por la delincuencia y desde el discurso oficial por un lavado de cerebros machacón y perverso que conduce a la resignación y la auto-mortificación.
Los gendarmes reasignados tienen ahora una misión edulcorada y casi simbólica: la de generar una ilusión de control sobre un territorio cada día más perdido. En definitivas, la de establecerse sobre las nuevas fronteras. No hay ni intenciones ni determinación como para penetrar los territorios sustraídos del control estatal, y ello evidencia que la labor de la Gendarmería será la misma que primitivamente tenía en las zonas de frontera.
De tal forma, creo que queda claro que lo único que aquí ha ocurrido es que las fronteras se han corrido. Un país indefenso, por el obrar destructivo de la misma ministra que ahora pasa a cumplir su propia e inconfesable misión de destrucción en el área de las fuerzas de seguridad, sin política migratoria y unilateralmente claudicante, que no aplica siquiera el más elemental principio de reciprocidad en el trato inmigratorio, sin política en ningún sentido en definitivas, ha cedido su soberanía (que no es otra cosa que el ejercicio efectivo de una potestad exclusiva y excluyente en el ámbito territorial) a un vacío que pronto va a ser llenado. Después de todo, ya empieza cualquiera a animarse, principiando, naturalmente, por las bandas armadas de los caciquejos militares que, desde la época de L'homme à cheval del genial Pierre Drieu La Rochelle, conforman ese complejo mosaico de warlords que es el Ejército Boliviano, y que comenzaron con sus incursiones clandestinas sobre nuestro Noroeste, cual fieles discípulos del más grande Mariscal Santa Cruz, y por qué no, de los Carabineros corre-mojones de nuestra peculiar guerra fría por los límites de los Andes del Sud, Laguna del Desierto y los Hielos Continentales en las décadas pasadas.
De tal forma, entiendo yo, la misión que he transcripto al principio continúa invariable. Lo que cambió, claramente, es el contexto político argentino, sumido en la más atroz declinación y claudicación, que en su expresión territorial, se plasma en esta nueva frontera, que enmarca un exiguo terruño, el hinterland saturado y contaminado de la ciudad de Buenos Aires.
Dos asuntos para dejar enunciados:
- La reversibilidad de la conflictividad social. Hobbes, que no era ningún sonso, ya había visto la cuestión hace 359 años: para segurar la paz interior es importante que los Estados tengan una clara política exterior, con objetivos y estrategia. Que se comporten entre sí como los Leviathanes que esencialmente son (mal que les pese a los pacifistas). La claudicación en la política exterior, o mejor aun, su lisa y llana ausencia, conduce a una reconducción de la conflictividad hacia el interior de las sociedades. Por eso es que gente más preclara manifestaba la necesidad para las naciones de tener empresas colectivas que superen las pequeñas diferencias de facción. En nuestro contexto contemporáneo, huelga decirlo, ahondar las diferencias de facción y fomentar la conflictividad interna son las formas perversas de realizar política que han signado toda la etapa. Lo difícil es la paz, lo difícil es la unidad. Lo fácil es atizar cualquier rencor, cualquier odio, cualquier resentimiento. Lo venimos presenciando.
Otras colonias como la que está en decidido rumbo de consolidarse la Argentina, de las que pueden mencionarse Panamá o Costa Rica, también han desarmado sus fuerzas armadas, considerándolas un gasto fútil, para conservar solamente fuerzas de seguridad y gendarmerías, que más allá de resultar expresión de la reversibilidad de los conflictos al interior de sus respectivas fronteras, terminan trabajando el doble o el triple que antes, enfrentando maras y narcos, afrontando el desafío de las nuevas fronteras interiores...
- Un poco de geopolítica. Todo el proceso de independencia de América, incluido el de América del Norte, estuvo marcado por la influencia de las diferentes ciudades sobre extensas áreas, que dieron lugar luego a la fragmentación en naciones. La independencia de las colonias americanas estuvo signada por intereses de las respectivas burguesías, o sea, intereses urbanos. La fuerza hegemónica de las grandes ciudades sobre sus territorios inmediatos determinó la conformación de las actuales repúblicas: el Virreinato de Nueva Granada, que Bolívar soñaba con mantener unido, se desmembró de acuerdo con las influencias respectivas de Caracas, Bogotá y Quito (esta última, luego sometida a una no siempre sana competencia interna con Guayaquil). Buenos Aires se expandió lo más que pudo, y aportó lo más grueso de las tropas al efecto, mientras que Asunción por ejemplo, pudo mantenerse independiente, sobre todo, a partir de Caseros y la entronización del proyecto unitario, que buscaba desprenderse de eventuales ciudades competidoras (a las que hay que incluir Montevideo, explícitamente excluida de las Provincias Unidas ya en 1813). San Pablo y Río de Janeiro representaron otro caso similar, cuya fragmentación pudo evitarse por la continuidad del poder imperial, y en épocas republicanas, por la solución intermedia, la creación de un tercero incluido, a la manera de Montreal y Toronto, de Sidney y Melbourne, etc.
En fin, el tránsito del Estado-nación hacia las ciudades-Estado ha sido pronosticado por diversos autores, de los cuales recuerdo a Robert Kaplan y su El retorno de la antigüedad. En ese proceso, no existiendo otras grandes ciudades que puedan ejercer influencia en el área que ocupa la Argentina, y asistiendo al claro proceso de detracción evidenciado, es probable que Buenos Aires y el país que encabeza pase todo a orbitar, en un futuro no muy lejano, de centros de poder más consolidados y eficaces. El que claramente surge con voluntad hegemónica sobre la región, y se manifiesta con creciente imperio (en el más puro sentido del término, véase El Imperio Romano de Pierre Grimal) sobre el Oriente boliviano, el Paraguay y el Uruguay, es el paulista. Aunque tampoco hay que despreciar la consolidación de Santiago, por ahora limitado naturalmente por la cordillera, y culturalmente, por cierto aislacionismo continental.
Dejemos los temas así planteados, y recordemos, una vez más, porque es demasiado explicativo, el texto de la ley de creación de la Gendarmería Nacional en cuanto hace a su misión y razón de ser:
"Contribuir decididamente a mantener la identidad nacional en áreas limítrofes, a preservar el territorio nacional y la intagibilidad del límite internacional"