Es el subtítulo de este blog aquella frase atribuida a Thomas Hobbes que reza homo homini lupus, "el hombre es lobo del hombre", y que en verdad procede de Tito Marcio Plauto, que en su obra Asinaria afirma Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit ("Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro").
Quizás por ello Juan Domingo Perón, en su obra La Comunidad Organizada. Esbozo Filosófico, rescata una frase de Johan Gottlieb Fichte que reza: "El grado supremo sólo llega a lograrse, cuando sobre este ciego deseo de poder y sobre la arbitrariedad del individuo se sobrepone en uno la voluntad de libertad, de soberanía del hombre, la voluntad racional. El hombre no es una personalidad libre hasta que aprende a respetar al prójimo".
El hombre que respeta, que reconce al otro, entonces, es el hombre, y puede como tal construir una comunidad, superarse en un destino trascendente y perdurable. El hombre se reconoce en tanto ser ético, y lo es así en cuanto cumple con la virtud socrática de la realización perfecta de la vida. "Esto es: comprensión de la propia personalidad y del medio circundante que define sus relaciones y sus obligaciones privadas y públicas. Virtuoso para Sócrates era el obrero que entiende en su trabajo, por oposición al demagogo o a la masa inconsciente. Virtuoso era el sabedor de que el trabajo jamás deshonra, frente al ocioso y el politiquero" (La Comunidad Organizada, Cap. VII).
El hombre ético es entonces aquél que hace lo que hay que hacer, lo que, de acuerdo a su posición y circunstancias, juzga como recto a su esencia y su destino. Para ello, claro está, el hombre debe primeramente, conocerse a sí mismo, y según mi modesto aporte, quizás construirse a sí mismo, edificar su estilo, porque el estilo hace al hombre. No es libre aquél que no puede someterse a sí mismo. Es claro, como decía Perón, que el otro aspecto concierne a la "comprensión del medio circundante" porque, como sostiene De Benoist, es evidente que "el hombre no nace como una página en blanco", sino que es el producto de una comunidad, una cultura, un terruño y una historia determinadas.
El hombre se encuentra entonces, para la consecución de su libertad, impuesto de un doble orden de implicancias. Al ser un ser ético, es decir, ser fiel a sí mismo, es en tal sentido, un ser también fiel al medio al que pertenece, a los condicionamientos de su forma de ser y sentir, y fiel a su propia personalidad, es decir, a su voluntad. Es por ello que la voluntad es el correlato imprescindible de la libertad, como la responsabilidad lo es de los derechos:
“En varias ocasiones ha sido comparado el hombre al centauro, medio hombre, medio bruto, víctima de deseos opuestos y enemigos; mirando al cielo y galopando a la vez entre nubes de polvo. “La evolución del pensamiento humano recuerda también la imagen del centauro: sometido a altísimas tensiones ideales en largos períodos de su historia, condenado a profundas oscuridades en otros, esclavo de sordos apetitos materiales a menudo. La crisis de nuestro tiempo es materialista. Hay demasiados deseos insatisfechos, porque la primera luz de la cultura moderna se ha esparcido sobre los derechos y no sobre las obligaciones; ha descubierto que lo bueno es poseer mejor, que el buen uso que se ha de dar a lo poseído o a las propias facultades.
“Ni la justicia social ni la libertad, motores de nuestro tiempo, son comprensibles en una comunidad montada sobre seres insectificados, a menos que a modo de dolorosa solución el ideal se concentre en el mecanismo omnipotente del Estado. Nuestra comunidad, a la que debemos aspirar, es aquella donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto en que exista una alegría de ser, fundada en la persuasión de la dignidad propia. Una comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no sólo su presencia muda y temerosa".
De esa consideración, que nace del autoconocimiento y del conocimiento del medio circundante a través de la cultura y la educación, de la realización de la libertad por el triple juego de respetos hacia uno mismo, hacia el otro y hacia la comunidad, nace la idea de la comunidad organizada, como un destino colectivo nacido de la optimización de las facultades y voluntades individuales:
“Libre no es un obrar según la propia gana, sino una elección entre varias posibilidades profundamente conocidas. Y tal vez, en consecuencia, observaremos que la promulgación jubilosa de ese estado de libertad no fue precedida por el dispositivo social, que no disminuyó las desigualdades en los medios de lucha y defensa ni, mucho menos, por la acción cultural necesaria para que las posibilidades selectivas inherentes a todo acto verdaderamente libre pudiesen ser objeto de conciencia”. (Cap. XI).
De tal modo, queda claro en el pensamiento de Perón, que para él el ejercicio de la libertad está condicionado por la capacidad de pensar y de decidir, y por tanto, por la voluntad racional, como decía Fichte. Sólo podrá haber comunidad organizada, y por tanto, consecución de la felicidad, en tanto haya ciudadanos libres, y la libertad sólo puede existir con el fortalecimiento de la personalidad a través de la cultura y la voluntad, que produzca individualidades poderosas y seguras de sí, responsables consigo mismas y con el prójimo.
“La aspiración de progreso social ni tiene que ver con su bulliciosa explotación proselitista, ni puede producirse rebajando o envileciendo los tipos humanos. La humanidad necesita fe en sus destinos y acción, y posee la clarividencia suficiente para entrever que el tránsito del yo al nosotros, no se opera meteóricamente como un exterminio de las individualidades, sino como una reafirmación de éstas en su función colectiva. El fenómeno, así, es ordenado y lo sitúa en el tiempo una revolución necesaria que tiene más fisonomía de Edad que de Motín”. (Cap. XIII).
A) Contra el fenómeno colectivizante de los totalitarismos de Estado (“Pero semejante desviación no es consecuencia del auge de los ideales colectivos. Que el individuo acepte pacíficamente su eliminación como un sacrificio en aras de la comunidad no redunda en beneficio de ésta. Una suma de ceros es cero siempre; una jerarquización estructurada sobre la abdicación personal es productiva sólo para aquellas formas de vida en que se producen asociados el materialismo más intolerante, la deificación del Estado, el Estado Mito y una secreta e inconfesada vocación de despotismo", Cap. XVII); y
B) Contra el fenómeno alienante y disgregador del individuo aislado, celularmente cautivo de sus estrictas necesidades y sus deseos materiales ("Algo falla en la naturaleza cuando es posible concebir, como Hobbes en el Leviathan, al Homo homini lupus, el estado del hombre contra el hombre, todos contra todos, y la existencia como un palenque donde la hombría puede identificarse con las proezas del ave rapaz. Hobbes pertenece a ese momento en que las luces socráticas y la esperanza evangélica empiezan a desvanecerse ante los fríos resplandores de la Razón, que a su vez no tardará en abrazar el materialismo. Cuando Marx nos dice que de las relaciones económicas depende la estructura social y su división en clases y que por consiguiente la Historia de la humanidad es tan sólo historia de las luchas de clases, empezamos a divisar con claridad, en sus efectos, el panorama del Leviatán. No existe posibilidad de virtud, ni siquiera asomo de dignidad individual, donde se proclama el estado de necesidad de esa lucha que es, por esencia, abierta disociación de los elementos naturales de
C) Se opone la visión que sostiene que:
“Lo que caracteriza a las comunidades sanas y vigorosas es el grado de sus individualidades y el sentido con que se disponen a engendrar en lo colectivo. A este sentido de comunidad se llega desde abajo, no desde arriba; se alcanza por el equilibrio, no por
Lo que permite concluir en la necesidad de reencontrar la armonía, frente al doble proceso impulsado por la modernidad, hacia el lobo y hacia el insecto. Esa armonía aparece en la figura del centauro: