Por deporte.
Hace tiempo que me acostumbré a no hacer alharaca de los resultados competitivos. Ni de los deportivos, ni mucho menos de los políticos, área de la vida social de tanta susceptibilidad, que los franceses aconsejan –junto con la religión- excluirlos de las charlas en la mesa.
Y conste que, para andar pavoneándome por ahí, motivos no me faltaron. Más en lo deportivo, ciertamente, que en lo político. Pero, a diferencia de Mr. Groncho, en mi relativamente corta experiencia democrática, ésta es la tercera vez que mis preferencias coinciden con los resultados finales de la contienda electoral. Cuarta, podríamos incluso considerarla, si tenemos en cuenta que uno tiene preferencias aun cuando no vota, a los dieciséis años, por ejemplo.
En fin, menos debemos incluso solazarnos, si consideramos que, en primer lugar, el voto masivo que se impuso por sobre la inmensa y bien aceitada maquinaria del oficialismo (que ni siquiera hesitó ante la veda electoral, y siguió haciendo campaña con la excusa de “
Porque deportivamente (y no me refiero a la caballerosidad, ciertamente, sino a la forma de competición más desapasionada y artera que por ejemplo tiñó la relación entre Olimpíadas y regímenes políticos, sobre todo, durante

Nada debe leerse superficialmente en el análisis de las conductas de cierto tipo de personas, cuya conformación mental obliga a comportarse de acuerdo con patrones de comportamiento bastante rígidos y predeterminados, que ofician de estructuradores de una personalidad en crisis, de una mente desnuda de los límites de lo corporal, y por tanto, invadida por lo real. Entonces, para detener esa invasión del mundo, esa objetivación del individuo; para contener a la locura, el individuo debe recurrir a la conformación de una topología alternativa, constituida por un cuerpo “artificial”: un cuerpo de normas de conducta, de rutinas, de patrones de comportamiento.
Entre los patrones de lo deportivo, entonces, no puede leerse de forma casual el emparentamiento (más que infrecuente, rarísimo) entre la campaña política y la campaña deportiva de cierto club de fútbol, que épicamente salió de una situación difícil, y que fue premiado con unos cuantos televisores por la hazaña.
Esa “deportivación” de la política, entonces, conducía rectamente a un mensaje muy claro: Esta vez no estamos para campeones. Pero nuestro triunfo va a ser otro: saldremos de la promoción. Dejaremos a los demás en esa angustiante situación.
Tan paralelo es el paralelismo, que incluso para evitar la promoción pugnaban por ese entonces tres equipos: Rácing, Gimnasia y Central, como pugnaban tres fuerzas por obtener la primera minoría en provincia de Buenos Aires: FPV, PRO, ACyS.

El campeonato quedaba muy lejos. Era utópico concebir que el oficialismo, luego de los “desastres seriales” (copyright: Jorge Asís) sucedidos desde el affaire 125, pudiera siquiera asomarse a los míticos 45 puntos que le hubieran permitido mantener el quórum propio en Diputados y en Senadores.
Era hilarante incluso la hipótesis que le permitiera al oficialismo conservar algunas cuantas posiciones a nivel provincial en provincias que fueran vejadas durante 2008, o algunas posiciones a nivel municipal en ciudades cuya clase media se encuentra en oposición casi personal frente a tantas agresiones y menosprecios.
En fin, ya que hablamos de conservar lo que va quedando, como la arena que se escurre entre los dedos, no podemos dejar de referirnos al mensaje que el más testimonial de los testimoniales, el actual gobernador-que-aún-no-se-decide (aunque su jefe aparentemente ya decidió por él, o al menos así se preocupó porque todos lo supiéramos), nos hizo llegar machaconamente, todos los días, durante el último mes de la campaña: “elija seguro; elija lo conocido”. En otras palabras, elija los que están, los que vienen estando desde hace tiempo. El paroxismo del mensaje conservador.
Es que al oficialismo se lo comió en gran medida su propio discurso. Si llegó y se quedó a través de la novedad (el gran desconocido, “el viento fresco que venía del Sur”, como lo apodó quien lo apadrinó, y que luego debió soportar que la entonces primera dama lo llamara “El Padrino”, pero por la obra de Mario Puzzo); si fue reelecto a través de un cambio de carucha por careta (y de una falsa promesa de retirarse a descansar como león en invierno); ahora le faltó piolín, porque aparecieron de nuevo las mismas caras, caretas y caruchas.
Y en la sociedad del espectáculo, la sociedad que se espectaculariza sin fundamento y sin profundidad, se cansa también muy rápido. Máxime cuando esa ausencia de novedad va acompañada de una persistencia de viejos vicios (la desinformación, la intimidación, la vocinglería, la tilinguería ideológica rancia). Era hora de que apareciera la renovación, el trasvasamiento generacional. De que los viejos gladiadores, tracios y reciarios, pasaran sus redes y tridentes, sus espadas cortas y sus escudos palangana a los jóvenes militantes de base. Esos abnegados y desinteresados seguidores que bailaron cumbia hasta la madrugada del lunes.
Si la investidura del poder providencial supo pasar de marido a mujer, era el momento de que la misma se prorrogara de madre a hijos. No de que volviera al marido. De que la llama que envuelve a las seriales Evitas (como a los seriales Chaplines y los seriales Elvis) pasara de Virginia Inocenti a Dolores Fonzi. No que volviera hasta la ajada Nacha Guevara. Porque, entérense. La parte más encantadora (en el sentido lato) del mito está en la muerte joven, no en el pelo rubio con rodete.

Entonces sí, tal vez, quizás al menos desde lo especulativo, se entiende: en 1974, “si Evita viviera, sería montonera”. Pero si en ese momento Evita hubiera estado viva, habría tenido 55 años. Y quién sabe cómo hubiera pensado Evita a los 55 años. Tanta validez tiene ese axioma contrafáctico como aquel otro que pudiera mentar en 2009: “si Evita viviera sería kirchnerista”. Con 90 años, y las arterias del cerebro un poco endurecidas, tan vez hasta eso pudiera ser cierto. Como irónicamente decían en los ’70 los Guardianes, “si Jesús viviera, sería jesuita”…
Pero la única verdad es la realidad, y ninguno de esos axiomas pasa de la categoría de falacia, como no se sostiene el “peronismo” del oficialismo más allá del vuelo de una gallina.
Pero bueno, nos hemos ido un poco de tema. Retomemos con la cuestión del deporte (aunque el deporte también es bastante necrófilo, por cierto).

Entonces, astutamente, el gran estratega y conductor, se abroqueló allí donde se sabía fuerte. En los cantones de miseria organizada que constituyen casi todo el conurbano bonaerense. Poniendo como mascarón de proa de esa módica gesta a partidos determinados artificialmente como José C. Paz, un lugar donde no hay industrias, donde prácticamente no hay actividad económica, y cuyos habitantes tienen dos grandes áreas de ocupación: el empleo público y los planes sociales.

Y la contienda se planteó bien deportivamente: ante una derrota generalizada en términos de capacidad de generar voluntad legislativa propia, y por tanto de prescindir de la negociación y del control de los actos del Ejecutivo, el estratega (muy astuto y eficaz a la hora de plantear los términos de la discusión y elegir napoleónicamente el escenario de sus batallas) planteó las elecciones 2009 con un solo objetivo, el de ganar en Buenos Aires
Pero claro, volviendo a los patrones de conducta y de pensamiento, la humildad y la autocrítica no forman parte de la estructura del comportamiento de cierto tipo de personas. Entonces el triunfo y la derrota sólo pueden ser medidos en forma relativa, dialéctica, en relación con un enemigo carnal y determinado. No hay autosuperación, y ése es quizás el más ostensible de los defectos de este “modelo”: todos sabemos que llegó a nosotros por la decisión desatinada de otro “gran estratega”, y que alcanzó el segundo lugar por aparato y por casualidad; que –como dijimos- se determinó como la alternativa excluyente en una sociedad ávida de novedades, que optó entonces por el ilustre desconocido.
Sabemos todos también que “el modelo” fue la continuación de las políticas aplicadas por el mismo equipo económico desde junio de 2002, y que consistió básicamente en la depauperación de los sectores asalariados (sobre todo, los correspondientes al sector público, con lo que en realidad significó un inmenso ajuste; como he leído por ahí alguna vez, la sociedad argentina es adicta a la inflación: no tolera un recorte salarial del 10% en un contexto de estabilidad, pero aplaude una devaluación que reduce su capacidad adquisitiva en un 60% de un plumazo) y en aprovechar el creciente precio de los commodities a nivel mundial, acompañado por una restricción natural (por el tipo de cambio elevado) a las importaciones. De tal forma, se restringió la inversión en bienes de capital, se detuvo el proceso de modernización tecnológica, pero se puso en marcha todo el stock industrial ocioso, aun en contra del natural proceso de obsolescencia-renovación que debe regir en toda economía competitiva. Ése es el modelo. Un modelo que puede resumirse en dos etapas: 1) Dólar alto/muy alto; 2) Exportación (en dólares, con fuertes retenciones) de soja y petróleo.
También la sociedad hace tiempo que está esperando la renovación, la novedad, la iniciativa, la creatividad, al nivel de “el modelo”. Que no todo se agote en una obra pública que, encima, es “testimonial”. Que se termine con los planes sociales y que haya una verdadera política de contención social, lo que implica, necesariamente, mayor control, educación, cultura de trabajo, supervisión y disciplina. Cuestiones incómodas y “antipopulares”, pero necesarias, puesto que la autoridad, entiéndase de una vez, nunca puede residir en dar buenas noticias y ocultar las malas, hasta distorsionando mediciones científicas para ello.
Por el contrario, la autoridad –a diferencia de la prepotencia vociferadora- se sostiene en la legitimidad para obrar sobre la inercia de la realidad, cuestión que siempre genera conflictos. Y la autoridad, que es el factor supremo que un pueblo debe sostener para evitar la anarquía, es la capacidad de desanudar los conflictos de la forma más armónica posible, a la par que avanzar en la transformación de los procesos sociales.

Un “modelo” que se sostiene en:
1) Aumentar las dádivas conocidas como planes sociales establecidas ya en épocas de De
2) Permitir que la marginalidad le maneje la estrategia de crecimiento territorial, a través de la tolerancia a todo tipo de asentamiento, ocupación ilegal y precariedad urbana.
3) Abandonar toda función de monitoreo de qué es lo que hacen los beneficiarios de “planes” con el dinero que se les da, de prevención sanitaria a través del ingreso a los hogares desfavorecidos, a efectos de constatar condiciones higiénicas, alimentarias, educativas, sobre todo de los menores.
4) Abandonar las funciones exclusivas y excluyentes de garantizar la seguridad de los bienes y de las personas (monopolio de la coerción legítima), conteniendo a los agentes estatales en su auténtica función prevencional (activa, con iniciativa, atacando al delito en lugar de protegiéndose de las balas de los delincuentes) por los pruritos setentistas absurdos.
5) Tolerar y hasta promover la informalidad organizada, y por tanto, el surgimiento de tantas mafias, que estructuran ya un principio de organización social paralela (ferias de productos truchos o robados, en todo caso, al margen de cualquier regulación y pago de impuestos; vehículos de transporte de pasajeros destartalados e ilegales; tolerancia al bandolerismo, a los diversos tráficos ilegales, a la opacidad en el origen del dinero).
Etcétera, etcétera. Todo ello, antes bien, parecen ser cuestiones producto de la inacción que de la iniciativa transformadora. Productos de una inercia bastante predecible. Cualquier persona, situada en el año 2001, hubiera pronosticado una realidad social futura, a 2009, similar a la que en verdad se dio. La política, precisamente, existe para obrar contra la inercia. Salvo que la inercia tenga un sentido positivo, claro está. La política que obra contra la inercia positiva es nefasta por acción. Y la política que no obra contra la inercia negativa es nefasta por omisión.

Conclusiones.
1) Como primera conclusión, entonces, bastante evidente (aunque no tanto para un oficialismo que sostiene la lógica de culpabilizar al enemigo), podemos decir que el gobierno fue derrotado por sí mismo. Por su incapacidad para operar sobre la realidad, para frenar la inercia negativa hacia la marginalidad, la depauperación, la concentración económica, la delincuencia creciente, la violencia social. Por su incapacidad de hacer Política.
Nunca estuvo tan clara, máxime ante un innegable talento táctico para la gambeta electoralista, la manipulación y la estratagema como el del gran líder y conductor, la diferencia entre Política y politiquería de puntero de barrio. Es más. Más que diferencia, a estas alturas sería conveniente hablar del divorcio entre una cosa y la otra.
Tal vez porque la sociedad esperaba ese divorcio, al menos político, en una fantasía que representaba a

Es claro, lo que ampara a los “buenos por conocer” es la ignorancia general acerca de sus historiales. Es que
2) Como segunda conclusión, el electorado se manifestó por una opción negativa: evitar que cierto personaje, a quien se quiere pasar a retiro, se saliera con la suya y ganara. El mayor mérito del candidato que le ganó, entonces, estuvo en posicionarse como el mejor rival, como el único capaz de destronarlo, concentrando así las preferencias mayoritarias de ese voto negativo. En su eterna funcionalidad involuntaria y paradojal al gobierno, la señora Carrió, desvelada por la pérdida del cetro de “líder de la oposición” que nunca fue, se pasó la campaña obrando en contra del otro opositor más que en contra del oficialismo, que era el discurso que, en estas legislativas de 2009, evidentemente mejor cerraba. De tal forma, también contribuyó a posicionar al opositor más convocante en el lugar privilegiado y único de challenger, como hizo el mismo gobierno, a través de la orquestación machacante y sistemática de una campaña de afiches, declaraciones y citaciones judiciales trasnochadas y poco serias, solamente en contra de un único candidato. A ese candidato, entonces, le hicieron la campaña tanto el gobierno como el Acuerdo Cívico y Radical.

Para quienes aún no están convencidos del cariz negativo que tuvo el voto, transcribo la opinión de un peronista como Domingo Arcomano, que representa la opinión de gran parte de los peronistas que votaron el pasado domingo 28 en provincia “en contra de”, y que hizo pública en un texto del 25 de junio titulado ¡Argentinos! Un esfuerzo más… (El Escarmiento, Vol. 13): “Nuestro voto responsable en los distritos debe restarle votos y cerrarle el paso a los candidatos del ‘kirchnerismo’, pero sin falsas expectativas. Se trata solamente del primer paso. A partir del día 29, hay que ir por la mugre política, aunque tengamos que empaparnos de ella el día 28: Los De Narváez, los Solá, los Sabatella, los ‘felpudos’ provinciales y municipales. No se trata de mucha meditación, se trata de dejar de fumar y combatir el cáncer. O perder la batalla de Ayacucho”.
3) Como tercera conclusión, tenemos que decir que, después de todo, no fue para tanto, y así ratificar el título de este post. No hay que esforzar la memoria demasiado para darse cuenta de que Néstor Kirchner distaba años luz de ser un rival electoral invencible.
De hecho, por el contrario, Néstor Kirchner jamás ganó, como candidato, ninguna elección para cargos nacionales.
En marzo de 2003, gozando del apoyo del aceitado aparato del conurbano bonaerense, perdió y salió segundo por casi la misma diferencia que el pasado domingo. Con una decena menos. Pero respecto de todo el país: 24,45 del Frente por
También perdió, entonces, por poquito. Lástima que en estas legislativa no hubiera ballotage. Otra vez Néstor se quedó con las ganas de la revancha. Aunque claro, esta vez, el resultado adverso lo hubiera expuesto irremisiblemente. Porque el 70% del electorado bonaerense no lo quiere. Eso creo que quedó bien claro.
La que sí rendía bien era Cristina. Ganó en 2005, ganó en 2007. Tal vez ella debió haber ido, encabezando en la provincia, como candidata a diputada testimonial.

Hoy recordamos: Deportivo Testimonial. Ese año salió segundo. Perdió el campeonato por muy poquito. Jugaba un 2-3-5. Muy agresivo. Muy años '40.
En fin, que todo testimonio es la “Prueba, justificación y comprobación de la certeza o verdad de algo” (DRAE, 3ª acep.). Y estas elecciones que acaban de suceder acaban también de testimoniar el fin de algo, y el principio de otra cosa. De nosotros dependerá la atribución de contenido, la conformación programática y cualitativa de un nuevo escenario. Verdaderamente nacional. Verdaderamente argentino. Verdaderamente nuestro.