miércoles, 1 de octubre de 2008

El Imperio como idea (1ra Parte)

El tema de este post deviene, más que necesario, obligatorio para quien suscribe, que ya viene amagando recurrentemente con ocuparse del mismo. Sin ir más lejos, en cuatro ocasiones sólo en el mes de septiembre.

El 27 de septiembre, 16 hs., en un comentario al post “Nos cortaron las piernas” (http://corraldelobos.blogspot.com/2008/09/nos-cortaron-las-piernas.html), dije lo siguiente:

Respecto del peronismo como jacobinismo, yo disiento, esencialmente porque el ideario de Perón era antiliberal, prohispánico, más cercano a la idea del imperio que a la del Estado-nación. Ya he abordado sucintamente esa cuestión en algún comentario al post sobre Carlos V. La retomaré próximamente. El imperio es una forma política superior señalada por una unidad de destino, "por una empresa colectiva que supere todas las diferencias", como diría un español cobardemente asesinado.
El Estado-nación es una entidad política material, no espiritual, geográfica e históricamente determinada, que tiende por su propia esencia a la homogeneidad.

Sacro Imperio Romano Germánico (en diversos colores).

Asimismo, el 19 de septiembre, en un comentario de alrededor de las 13 hs. al post sobre Bolivia (http://corraldelobos.blogspot.com/2008/09/bolivia.html) anticipé:

Siempre las unidades políticas superiores logran eso: la superación de las pequeñas mezquindades y el logro de la armonía a través de un destino más alto, de empresas colectivas más ambiciosas. Los Estados-nación, al escueto modelo de algunos europeos, en cambio, van a poner sobre el tapete las más absurdas discordias, y se va a acotar el vuelo de un pueblo (que siempre quiere ser del del cóndor o el del águila) al de una gallina.
La balcanización de la heredad americana siempre fue el proyecto de las diplomacias que por ese entonces competían con España, fundamentalmente Portugal e Inglaterra, que paralelamente sostuvieron sus grandes espacios políticos.

El imperio romano bajo Trajano.

Unos días antes, el 11 de septiembre, cerca de las 14 hs., en otro comentario, esa vez al post sobre el Acuerdo entre Italia y Libia (http://corraldelobos.blogspot.com/2008/09/un-ejemplo.html), se sostuvo la diferencia entre el concepto étnico de nacionalidad y el concepto político de nación, y se abordó, también tangencialmente, el de imperio como unidad política:

Existe sin dudas una nacionalidad europea (si prefieren llamarla "supranacionalidad" está bien, no tengo problemas con las definiciones), nacida de una voluntad política común que discurre a lo largo de los siglos, desde Roma hasta la UE, pasando por el Sacro Imperio Romano Germánico de Carlomagno, por el Imperio de Carlos V, e incluso por el de Napoléon. Ello no impide la consideración a los particularismos regionales ni a las nacionalidades. Es más: esa misma consideración ya existía en el Imperio Romano, y ya entonces los españoles no eran similares a los helénicos.
El Estado-nación fue una creación liberal, que aspiró a sustituir el sistema monárquico (que no era nacionalista sino dinástico, y contaba por tanto con vasallos de muy diverso origen) por un Estado legislador neutral, que necesitaba consolidar en lo social, materializar, la igualdad teórica de la Declaración de los Derechos del Hombre. Cierto es que no por casualidad todo ello procede de Francia, que desde los Capetos, y la "monarquización" de los feudos dispersos, fue el modelo precursor del Estado-nación con la "monarquía en un solo país", y ya entonces se persiguieron tenazmente las diferencias. Occitanos y bretones (ni hablar de los vascos, a los que no se les reconoce nada en Francia) pueden dar cuenta de ello.


Finalmente, aunque en realidad nos estamos remontando en el tiempo, en un comentario del 2 de septiembre, cerca del mediodía, al post sobre Carlos V (http://corraldelobos.blogspot.com/2008/09/el-rey-carlos-i-de-espaa-y-emperador.html) quedó otra vez formulada la promesa. Y digo otra vez, y no por vez primera, ya que si revisamos posts todavía anteriores encontraremos otras alusiones al mismo principio. Los términos usados en esa ocasión fueron los siguientes:

En cuanto a la idea de Imperio como espacio para la tolerancia y la pluralidad entre los vasallos (y para preservación de las particularidades étnicas y culturales, que por algo vascos, catalanes, gallegos y extremeños han tirado todos por siglos para el mismo lado), como gran entidad federada, resulta menester hacer una breve aclaración: Se parece más a un imperio -con las salvedades y distancias del caso- la Unión Europea que los Estados Unidos. Es decir, el Imperio es una idea antitética a la de Estado-nación, que es una forma política que busca suprimir todas las diferencias, como lo ha hecho Francia con los occitanos, bretones y normandos. Equivocadamente nos venden que el Imperio es un Estado-nación muy grande y expansionista, y nada está más alejado de la idea de Imperio que ésa. Roma fue una nación cuando fue una ciudad, pero cuando fue un imperio fue gobernada por un español como Trajano, un ilirio como Diocleciano o un griego de Asia como Juliano.
Prometo hablar de la idea de imperio a partir de De Benoist, de la teoría de los grandes espacios (Grossraum) de Carl Schmitt, y de otras cuestiones vinculadas con el yugo y con las flechas.

Carlomagno.


Supongo, entonces, que es hora de que me deje de rodeos y de promesas, que de tan repetidas, parecen electoralistas, y me dedique de lleno a la cuestión. La misma promete ser demasiado ardua para ser abordada por completo en el sucinto espacio de un post, pero me conformaré con que quede debidamente planteada, para su enriquecimiento ulterior. El mecanismo que he elegido para su abordaje es ya usual en El Corral de los Lobos, y consiste en la recurrencia —nada original, por cierto; pero no por ello menos eficaz— a voces más autorizadas que la mía. Allá vamos, entonces.

La primera cita que resulta obligada (principiando porque así fue prometida) es a La idea de imperio, de Alain de Benoist, procedente de las Actas del XXIV Coloquio de GRECE, París, 1991, págs. 55/73:

En primer lugar, se elige el método de la comparación con el concepto de nación para hallar la definición de Imperio. Ello así, porque

…deberá recordarse que el Imperio, como la ciudad o la nación, es una forma de unidad política y no, como la monarquía o la república, una forma de gobierno. Esto significa que el Imperio es a priori compatible con formas de gobierno asaz diferentes. El artículo 1º de la Constitución de Weimar afirmaba, así, que el Reich alemán es una república

¿Qué es lo que distingue fundamentalmente al Imperio de la nación?

1) Ante todo, que el Imperio no es principalmente un territorio, sino esencialmente una idea o un principio. El orden político, en efecto, está determinado no por factores materiales o por la posesión de una extensión geográfica, sino por una idea espiritual o jurídica. Sería a este respecto un grave error imaginarse que el Imperio difiere de la nación sobre todo por la talla, que es de alguna suerte una nación más grande que las otras. Ciertamente, por definición, un Imperio abarca una gran superficie. Pero esto no es lo esencial. Lo esencial reside en el hecho que el emperador debe su poder a que encarna algo que excede la simple posesión. En tanto que dominus mundi, es el señor de príncipes y reyes, es decir que reina sobre los soberanos, no sobre los territorios, y representa una potencia trascendente de la comunidad cuya dirección tiene. Como escribe Julius Évola, el Imperio no debe ser confundido con los reinos y naciones que lo componen, ya que es algo cualitativamente diferente, anterior y superior, en su principio, a cada uno de ellos.

Évola recuerda igualmente que la antigua noción romana de imperium, antes que expresar un sistema de hegemonía territorial supranacional, designa la pura potencia del mando, la fuerza casi mística de la auctoritas. Se trata de una distinción corriente en la Edad Media, entre la noción de auctoritas, superioridad moral y espiritual, y potestas, simple poder público político ejercido por medios legales. Tanto en el imperio medieval como en el Sacro Imperio, esta distinción sustenta la disociación entre la autoridad y la función imperiales, y la autoridad que ostenta el emperador como soberano de un pueblo particular. Carlomagno, por ejemplo, es por una parte emperador y, por la otra, rey de los Lombardos y de los Francos. Desde entonces, la obediencia al emperador no es sumisión a un pueblo o un país particular. Del mismo modo, en el imperio austro húngaro, la fidelidad a la dinastía Haubsburgo constituye el lazo fundamental entre los pueblos y la clave del patriotismo (Jean Béranger); y la equipara a los lazos de carácter nacional o confesional.

Béranger

[…] La declinación del Imperio al filo de los siglos es, desde entonces, la declinación del papel central jugado por su principio y, correlativamente, su derivación hacia una definición puramente territorial. El Imperio romano germánico no es ya más el mismo cuando trata, en Italia como en Alemania, de ligarse a su arraigamiento en un territorio privilegiado. Esta idea, notémoslo, está todavía ausente en el pensamiento de Dante, para quien el emperador no es germánico ni itálico sino romano, en el sentido espiritual, es decir sucesor de César y de Augusto. El Imperio, en otros términos, no puede transformarse en gran nación sin decaer, por la sencilla razón que, según el principio que lo anima, ninguna nación puede asumir y ejercer una función dirigente superior si no se eleva por encima de sus compromisos e intereses particulares. El Imperio en el sentido verdadero, concluye Évola, no puede existir sino animado por un fervor espiritual (…) Si éste falta, no habrá más que una creación forzada por la violencia —el imperialismo—, simple estructura mecánica y sin alma.

La nación encuentra su origen en la pretensión del reinado de atribuirse las prerrogativas imperiales refiriéndolas, no ya a un principio, sino a un territorio. […] Afirmándose emperador en su reino (rex imperator in regno suo), el rey opone de hecho su soberanía territorial a la soberanía espiritual del Imperio, en otros términos, su potencia puramente temporal al poder espiritual imperial.

[…] Lo que sigue es conocido. En Francia, la nación se emplaza bajo el doble signo del absolutismo centralizador y de la ascensión de las clases burguesas. El papel fundamental en este proceso corresponde al Estado: cuando Luis XIV dice El Estado soy yo, considera sobre todo, por ello, que no hay nada superior al Estado. En Francia, es el Estado quien crea a la nación, la cual produce a su turno el pueblo francés, mientras que, en la época moderna, en los países de tradición imperial, será por el contrario el pueblo quien creará a la nación, la cual se dará un Estado [v.gr., Alemania, Italia]. Los dos procesos de construcción histórica están pues enteramente opuestos, y esta oposición encuentra su explicación en la diferencia entre la nación y el Imperio.

El imperio austro húngaro.


2) Pero la oposición entre principio espiritual y poder temporal no es la única que debe tenerse en cuenta. Otra diferencia esencial radica en la manera en que el Imperio y la nación conciben la unidad política.

La unidad del Imperio no es una unidad mecánica, sino una unidad compuesta, orgánica, que excede a los Estados. En la medida misma en que encarna un principio, el Imperio no concibe unidad sino a nivel del mismo. Mientras que la nación engendra su propia cultura o se apoya en ella para formarse, él engloba varias culturas. Mientras que la nación busca hacer corresponder al pueblo y al Estado, él asocia pueblos diferentes. En otros términos, el principio mismo del Imperio atiende a conciliar lo uno y lo múltiple, lo particular y lo universal. Su ley general es la de la autonomía y el respeto a la diversidad. El Imperio atiende a unificar a un nivel superior, sin suprimir la diversidad de las culturas, de las etnias y de los pueblos. Es un todo donde las partes son más autónomas cuanto lo que las une es más sólido. Las partes que lo constituyen subsisten como partes orgánicas diferenciadas. El Imperio se apoya por ello más en los pueblos que en el Estado; busca asociarlos a una comunidad de destino sin reducirlos a lo idéntico. Es la imagen clásica de la universitas, por oposición a la societas unitaria y centralizada del reinado nacional.

Julius Évola definía al Imperio como una organización supranacional tal que la unidad no actúa en el sentido de una destrucción y una nivelación de la multiplicidad étnica y cultural que engloba. El principio imperial, agregaba, es el que permite remontar la multiplicidad de los diversos elementos hasta un principio a la vez superior y anterior a su diferenciación, la cual procede únicamente de la realidad sensible. Se trata, entonces, no de abolir la diferencia sino de integrarla.

Évola.


[…] En el lenguaje moderno, se diría que se caracteriza por un federalismo marcado, que permite principalmente respetar las minorías. Recordemos por otra parte que el imperio austro húngaro funcionó con eficacia durante varios siglos (1273-1918), mientras que la adición de las minorías formaba la mayor parte de su población (60% del total) y que asoció perfectamente a italianos y rumanos, a judíos, serbios, rutenos, alemanes, polacos, checos, croatas y húngaros. Jean Béranger, que ha escrito su historia, nota a este propósito que los Habsburgo han sido siempre indiferentes al concepto de Estado-nación hasta tal punto que este Imperio, fundado por la casa de Austria, se rehusó durante siglos a la creación de una nación austríaca, la que no tomó cuerpor verdaderamente sino en el siglo XX.

Lo que caracteriza, al contrario, al reinado nacional es su irresistible tendencia a la centralización y a la homogeneización.

[Continuará]

6 comentarios:

Gabriela dijo...

estimado Occam, le juro que trato de elevar la idea de Imperio a un plano real y se me complica muchísimo.

Por otra parte y totalmente fuera de contexto.. ¿Me puede explicar qué carajos simboliza la Caperucita Roja de la barra de la derecha? Y no me venga con que esto es el corral de los lobos y todo eso... porque Scarlett en ese escote alimenta sòlo ratones.

Mensajero dijo...

Su post me hizo pensar en una película que me gusta mucho: El Último Samurai (no la de Cruise, la de Jim Jarmush digo).
Allí se juntan dos especies en extinción: un mafioso con códigos a la antígua, y un samurai.
Y eligen la extinción con honor antes que una adaptación traidora de sus principios.
Y esto porque parece ser que la idea de imperio es irrecuperable ya en nuestro mundo atomizado por la globalización (¿tal vez por eso Alain de Benoist haya sido tan crítico con ese proceso?).
Apelando (alegremente a la lígera igual que ellos) a mis admirados socios de La Curiosa Sociedad de los Carnotistas, y aplicando improcedentemente -como ellos- el segundo principio de la termodinámico para explicar lo que sea, supongo que la sociedad, como el universo, se dirige inevitablemente hacia el desorden, alejándose así de la posibilidad de cohesión que requiere un orden imperial acorde con lo expuesto en el post.
Pero por otra parte, como buen nostálgico, no se me escapa el hecho de lo caro que le ha salido al planeta, el triunfo de la burguesía.
Cordiales saludos.

Occam dijo...

Gabriela:

Empiezo por el final. La caperucita roja es Mónica Bellusci, y su objeto es meramente alusivo al lugar, o sea, aunque no quiera que me vaya con eso, al corral de lobos. Paralelamente, es link hacia uno de los artículos que más me gustan de este blog, como el resto de las fotos de la columna de la derecha.

En cuanto al principio, la idea de Imperio implica una concepción auténticamente revolucionaria, en el pantanal éste en que nos ha dejado la evolución reciente, o sea, la salida de la bipolaridad para entrar en una transición "apolar", como se tratará próximamente, en la cual el Estado-nación ha muerto, pero nada se ha postulado como ordenador de una sociedad que tiende cada vez más hacia el caos.

La idea de Imperio se acerca a la concepción de los grandes espacios en los que, países con comunión de origen y aspiraciones de destino también compartidas, se asocian, pero reconociendo una entidad espiritualmente superior. En verdad, como toda unidad política, sólo se verá materializada en tanto esa unidad evite la intromisión de otras potencias en el espacio de su dominio, es decir, por oposición.

Una de las claves de la revolución burguesa radicó en hacer tabula rasa sobre todo otro concepto diverso de aquél al que convenía a sus principios. Es por eso que el hombre moderno está cautivo de categorías mentales de las que no puede deshacerse, simplemente porque ya no puede imaginar otras alternativas.

En fin, a lo largo de una profundización mayor, espero se atisbe con mayor claridad el sentido profundo del concepto, el cual, lógicamente, debe ir acompañado por un cambio espiritual del hombre.

Mis cordiales saludos, y gracias por el comentario.

Occam dijo...

Mensajero: No sea tampoco tan escéptico, hombre. En el momento de la decadencia del Bajo Imperio Romano, los hombres tendían a pensar que se venía el fin del mundo. De allí que haya prendido tanto el cristianismo primitivo, con su promesa de juicio final y vida eterna a la vuelta de la esquina (ojo, que a los primeros cristianos nadie les decía que deberían esperar más de 2 milenios para la segunda venida de Cristo).

Esta época que corre, si seguimos a Ortega y Gasset, se parece bastante a aquélla. Sólo que en el desconcierto, en vez de poner los porotos en el más allá, en general el hombre tiende a ponerlos en el más acá: a vivir que son dos días, pensar poco, gastar y viajar mucho, y tratar de hacer de esta vida el periplo más largo y placentero posible. ¿Lo que dejamos para las generaciones venideras? Ni nos importa.

Sin embargo, efectivamente, luego de la caída del Imperio Romano de Occidente se terminó un mundo. La población se redujo drásticamente, la esperanza de vida bajó de 75 años a 29, la gente se hizo analfabeta, perdió comunicación con sus semejantes, se aisló en aldeas, etc. Pero que se terminara un mundo no quiere decir que se terminara EL mundo. Tres siglos después de esa catástrofe, en 785, el Papa León XIII muda su capital de Constantinopla al reino de los Francos, y en el 800 coloca en Roma la corona imperial sobre la testa de Carlomagno, dando nacimiento a un nuevo Imperio, el cual, con sus altibajos, se prolongaría hasta la caída de Austria-Hungría, en 1918.

El nuevo orden mundial nace en 1789, se comienza a consolidar con la Revolución liberal de 1848, y recién adquiere la hegemonía mundial con la caída de cuatro de los imperios: el mencionado, el prusiano, el ruso y el otomano. El imperio nipón caerá con las bombas atómicas en 1945.

Creo que no es tanto tiempo como para que se hable de situaciones terminales, menos aun en este maremagno de incertidumbres y desmanejos, en el cual gigantescos espacios socioculturales se están recortando en el mapa, coincidentes en muchos casos con las viejas fronteras nacionales, pero que aún no han hallado un principio de ordenación supremo.

Creo yo que a un principio de unidad política tan recurrente, que recién con la guerra fría ha degenerado en imperialismo, o sea, en "nacionalización" del Imperio, pero que resulta tan antiguo -o joven- como la humanidad misma no puede ponérsele el sello de vencimiento por puro voluntarismo.

No me gusta a mí hablar de deseos o programas, sino de realidades que se atisban a la vuelta de la esquina (realpolitik vs. utopistas), y que vieron claramente recortadas en nuestro (entonces) promisorio horizonte latinoamericano San Martín, Bolívar, Belgrano o Rosas.

La película de Jim Jarmush a la que usted alude es "El camino del samurai", excelente.

Mi más cordial saludo.

Destouches dijo...

Occam:

Verdaderamente este post se las trae. Los extractos que incluyó y sus propios comentarios son excelentes. En cuanto tenga un rato de tiempo, opino algo un poco más sustancioso.

Occam dijo...

Gracias, Destouches, por su comentario. Estamos deseosos de su siempre sabio aporte.
Mis cordiales saludos.