En las sociedades modernas, donde los individuos se conectan a través de lazos funcionales, y no mecánicos como en las sociedades tradicionales, cada persona lo es en orden al entorno en que interactúa, es decir, transmite una imagen parcial de su complejidad, reducida a la estricta funcionalidad utilitaria de la relación específica. Así una persona, con su fabulosa gama de matices y de sucesiones, debe diseminarse en muchas personas, o perfiles parciales de persona, a medida que discurre transhumante por los diversos territorios de la vida social.
Puede ser un machista empedernido y grosero sexoadicto en el ámbito de la barra de muchachos que se junta semanalmente en el bar de siempre; y haber sido momentos antes un romántico caballero, gentil y permeable, con la dama a la que corteja; para ser tiempo después un circunspecto marido, ya no tan receptivo a las largas conversaciones, pero que conserva algún tipo de suavidad, vinculada al afecto sincero, al reconocimiento del compañerismo del camino que se recorre de a dos; y ser asimismo un chiquilín enfrascado en armar mecanos o construcciones con los rastis, para deslizar dentro y sobre ellas docenas de autitos de colección en un juego muy serio (como deben ser todos los juegos) con sus hijos, y un padre severo poniendo límites también; y un circunspecto profesional de discreta y formal conversación y hábitos espartanos en la oficina. Sobre todo, en una sociedad signada por lazos funcionales, la persona en cuestión estará definida ante todo por su profesión, y no es casual que sea lo primero que se pregunta a cada cual apenas se lo conoce en el ámbito más general de interacción. También estará definida por su lugar de origen, por su acervo cultural, y por qué no, por sus aficiones deportivas o sus tendencias políticas.
Pero sea cual fuere el nivel ejercido, es seguro que sólo un núcleo muy limitado de personas, demasiado cercano a la cotidianeidad y la historia más prolongada del individuo, puede tener una somera idea acerca de la compleja totalidad que lo caracteriza como tal. Una compleja totalidad que por lo demás es mudable, difusa, oscilante anímica y emocionalmente, circunstancias que han llevado a Schopenhauer a intuir, en una clara baza a favor del nominalismo frente al universalismo reduccionista dominante, que no puede hablarse de "el" hombre siquiera respecto de uno mismo, que es antes bien una sucesión de hombres con un hilo conductor común, marcado por la historia, que no es muy diferente al hilo conductor que en las sociedades tradicionales vinculaba a ancestros con descendientes por la tradición.
El individuo, en tanto, se cuida por parcializar no sólo su curriculum y filiación en cada ámbito en el que penetra, sino también por escoger del abanico de sus habilidades, virtudes y vicios, aquellas piezas que resulten más potables a ese determinado ámbito. Y asimismo, se muestra alerta respecto de los demás individuos, en una actitud que Norbert Elias ha calificado de recelosa, intentando abarcar lo más posible con la escueta información que cada uno permite que el interlocutor posea de sí. Con esa mínima información, trabajando casi como en un aséptico laboratorio, se produce la construcción social de el otro.
Ello da lugar a que se sobrevalore la opinión de los terceros, como referencia que permita "completar la carpeta" que uno mismo viene armando del sujeto causante, y a que se dé demasiada importancia a opiniones parciales o pertenencias difusas o momentáneas a determinado colectivo. Si es gallina o bostero, peronista o gorila, argentino o chileno, mujeriego o pollerudo, ambicioso o conformista, zurdo o facho, etc. etc. etc.
Una vez determinadas dos o tres de las pertenencias difusas, ya el potencial agente de inteligencia (espía siempre está mejor dicho) que es cada uno con los demás en una sociedad determinada por los lazos segmentarios, o sea, en una sociedad recelosa del prójimo, sólo debe combinarse con un par de opiniones de los terceros a que echar mano, para elaborar el perfil que permita al mismo espía construir, en una segmentaria y utilitaria reciprocidad, su propia personalidad parcial, seleccionando aquello que puede ser afín al otro y soterrando lo que puede resultarle repulsivo, o viceversa, siempre de acuerdo con la intención perseguida en el intercambio.
Por ello es que ha ganado tanto protagonismo en las relaciones modernas, y más en aquellas sociedades donde el recelo es mayor, porque mayor es el nivel de conflictividad, de inestabilidad y de variabilidad, la atribución de valor o disvalor a las palabras que definen pertenencias comunitarias, intentando con ello cristalizar a las personas, hacerlas constantes y rígidas como las estatuas, indiferentes al paso del tiempo o a las variaciones sociales. Y consecuentemente, generar nuevos niveles de pertenencia/ajenidad, que tengan un carácter más estable que el acostumbrado (que el efectivamente presente en una sociedad plural).
Han señalado tanto Giovanni Sartori como John Gray la pluralidad social existente en las sociedades postindustriales occidentales, que acarrea un fluir constante de las pertenencias y un carácter efímero y coyuntural de los consensos, determinado por una confluencia de intereses también fugaces, en un marco mayor, un escenario condicionante, cual lo es, la pluralidad de valores inconmensurables entre sí. Es decir, de imposible medición, catalogación, clasificación cualitativa en función de su mérito. Las sociedades modernas se caracterizan precisamente por esa pluralidad. No les es accidental o patológica sino que les es definitoria. Porque a cada paso igualdad y libertad entrarán en conflicto, y los diversos conceptos de cada uno de esos bienes inmateriales entre sí, también. Igualdad y mérito, libertad y orden, por tanto, libertad y paz, igualdad y justicia, y por ende, justicia y paz, etc.
Vuelve a cobrar entonces trascendencia la noción de lo polemológico que formulara a principios de los '80 Julien Freund, y antes que él, fundamentalmente Lewis Coser (1954), y antes que ambos, por supuesto, Aristóteles, que atribuye carácter natural, funcional, intrínseco, al conflicto como forma de estructuración de la sociedad. Los lazos sociales siempre son conflictivos, y su hilo común, la materia prima que permite que la red tejida por esos lazos siga siendo red y no soga de una horca, por ejemplo, es lo que Max Weber llama Einverständnis, el sobreentendido en la aplicación de reglas básicas sobre las cuales se desarrollará cada relación social, y en consuencia, cada conflicto. Reglas básicas que constituyen una conexión oculta, un consenso provisional siempre, y que pueden ser equiparadas con las reglas del juego (por ello toda la teoría del conflicto está tan vinculada con la teoría de los juegos, y más luego, con la concepción lúdica de la existencia que formulara Nietzsche, entendiendo que toda existencia es naturalmente social).
Esas reglas básicas y provisorias indican, por ejemplo, ciertos hilos conductores del conflicto, como puede ser (de acuerdo a la época, el lugar y la sociedad de que se trate) la evitación de los golpes bajos, del ataque por la espalda o a traición, etc., que son los que posibilitan la vida social, que siempre es negociación y tensión, siempre es ejercicio de la voluntad de poder y resistencia a ese poder por otra voluntad dirigida en otro sentido... pero también de poder, evidencia a la que no pudo sustraerse por su honestidad siquiera Michel Foucault, y en plena efervescencia del Mayo francés. Volveré enseguida sobre este punto.
Fernando Pessoa fue un tipo muy singular. Quizás quien mejor ha entendido el juego de la vida social, y ha trasladado con enorme sinceridad y sensibilidad esa fragmentación del ser en segmentos disociados, en perfiles funcionales, a veces incluso contradictorios, a su propia creación, a la que por lo demás otorgó el carácter sublime de la existencia: "Viver não é necessário; o que é necessário é criar".
Así construyó toda su obra a través de heterónimos, e incluso publicó críticas de sus propias piezas firmadas por otros heterónimos. De ellos, los más conocidos son Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Bernardo Soares, lista a la que yo agregaría al sorprendente Alexander Search, que escribía en inglés, y muy bien por cierto, y con quien mantuvo una profusa correspondencia (es decir, por si no se entendió: se carteaba consigno mismo). Es que Pessoa era absolutamente bilingüe, y no sólo traducía y escribía en inglés sino que podía pensar complejamente en ese idioma. De hecho, la mayor parte de lo que se le publicó en vida fueron colecciones de poesía en inglés. Educado en un colegio británico de Durban (Sudáfrica), tradujo gran parte de la obra de Poe.
En El banquero anarquista, un manuscrito presumiblemente de 1914, Pessoa razona sobre las implicancias últimas de un grupo anarquista que dirige sus esfuerzos a la destrucción de la tiranía manifestada por las ficciones sociales, que crean desigualdades "antinaturales" -el anarquismo de principios de siglo entendía que las únicas desigualdades admisibles eran las determinadas por la Naturaleza, siendo que toda otra obedecía a una institución social, y toda institución social que creara desigualdades era injusta y debía ser destruida para conseguir la libertad del hombre-. Nos dice su personaje:
[...]
"Fíjese bien que esto ocurría en un grupo pequeño, en un grupo sin influencia ni importancia, en un grupo al que no le estaba confiada la solución de ninguna cuestión grave o la decisión sobre ningún asunto de peso. Y fíjese que ocurría en un grupo de gente que se había unido especialmente para hacer lo que pudiese por el anarquismo, es decir, para combatir, en la medida de lo posible, las ficciones sociales, y crear, en la medida de lo posible, la libertad futura.
[...]
"Un grupo pequeño, de gente sincera (¡le aseguro que era sincera!), establecido y unido expresamente para trabajar por la causa de la libertad, había conseguido, al cabo de unos meses, solamente una cosa positiva y concreta:
"Ahora aplique usted el caso a un grupo mucho mayor, mucho más influyente, que trata ya de cuestiones importantes y de decisiones de carácter fundamental. Ponga ese grupo encaminando sus esfuerzos, como el nuestro, a la formación de una sociedad libre. Y ahora dígame si a través de ese cargamento de tiranías entrecruzadas entrevé usted alguna sociedad futura que se parezca a una sociedad libre o a una humanidad digna de sí misma...
[...]
"Es curioso, ¿no? Y vea que hay puntos secundarios también muy curiosos... Por ejemplo: la tiranía del auxilio. [...] Había entre nosotros quien, en vez de mandar en los demás, en vez de imponerse a los demás, los auxiliaba en todo cuanto podía. Parece lo contrario, ¿no es cierto? Pues vea que es lo mismo. Es la misma nueva tiranía. La misma manera de ir contra los principios anarquistas.
[...]
"Auxiliar a alguien, amigo mío, es tomar a alguien por incapaz; si ese alguien no es incapaz, es o hacerlo tal, o suponerlo tal, y esto es, en el primer caso, una tiranía, y en el segundo, un desprecio. En un caso se cercena la libertad de otro; en el otro caso se parte, por lo menos inconscientemente, del principio de que el otro es despreciable e indigno o incapaz de libertad".