No hay nada que hacerle. Somos incorregibles. Nada pasa en la Argentina para que tengamos que rasgarnos las vestiduras al "descubrir" (como si se tratara de algo clandestino) un programa de policía infantil en la provincia de Chubut, que como ocurre en tantas otras provincias de la Argentina, en algunos casos desde hace 20 años (aclaremos: siempre en democracia) viene aplicándose como forma de inculcar valores ciudadanos y actitud de servicio en los jóvenes, sobre todo, aquéllos procedentes de estratos sociales más desfavorecidos.
Nos muestra, la incurable mediocridad periodística y su claque de autómatas inerciales, a unos pibes haciendo ejercicio, tomando distancia, o marchando. Algo así como lo que hacíamos en el colegio cuando nos preparábamos para un desfile patrio (uy, qué dije), o lo que nos enseñaban cuando fuimos chicos y tuvimos la suerte de practicar algún arte marcial: disciplina, respeto, autocontrol, espíritu solidario, sacrificio.
Para Julio Bazán, triste personejo vocero del Clarín que siempre escupe hacia arriba y que va a terminar tapado por la misma mierda que prodiga generosamente como verdad sacrosanta; para ese oscuro cronista que gusta del efectismo, la distorsión y la interpretación libre -generalmente, capciosa- de las más nimias actitudes humanas, se trataba poco menos que de la Hitlerjugend... Que "ante el pasado reciente (?????) uno se pregunta si no les estarán uniformando el alma" o alguna sandez muy parecida, que tocan en una banda vestidos de uniforme, que "tienen pistolas de madera"...
¿Acaso ignoramos todos, somos tan cabeza de tacho, como para omitir el hecho de que la mayor parte de la población de las provincias vive en la pobreza, y que la principal fuente de empleo son los Estados provinciales? ¿Acaso no es saludable que, dentro de esa tristísima coyuntura en la que la mayor parte de nuestra economía funciona a partir del sector público, o sea de lo que saca de un sector privado siempre decreciente, por lo menos los empleados públicos del mañana se preparen para servir y no para ser ñoquis o asesores de algún legislador, o cebamates de algún cacique electoral?
Porque ser policía, acá en la capital, y mucho más aún en el interior, es un gesto de sacrificio y de servicio cada vez más incomprensible, a la luz de los sueldos simbólicos, las limitaciones en equipamiento básico y las exposiciones a una muerte o una herida casi seguras, por imperio de un desorden que hace tiempo que, por hacerse de omisiones, de complicidades y de mentalidades corrosivas, le da la espalda al sentir, al querer y al sufrir populares, y es por lo tanto profundamente antidemocrático. Antidemocrático como el abandono, la chorro-simpatía, el cobijo a las mafias que financian campañas, la impunidad y la "sensación de inseguridad", o sea, el desprecio a un pueblo que teme cada vez más. Y que llora muertes, impiedades, violaciones y robos todos los días.
Entonces ser policía sólo puede obedecer a dos causas efectivas: o bien un ilegal ánimo de lucro, a través de prohijar las mismas conductas que debería combatir, y usufrutuar de ellas; o bien un espíritu de servicio genuino, generado por una casi ingenua vocación... Una vocación infantil, diríamos. Como el amor a la patria, la consideración de la bandera, la admiración a los próceres, el afán de justicia. Como el secreto anhelo que embarga a casi todos los chicos por ser valientes y justicieros, por hacer algo grande, importante y sincero por los demás.
Eso resulta "terrible", "preocupante", merecedor de apremiantes pedidos de explicación, y también de soberanas chicanas de los políticos, que "no sabían nada de lo que pasaba", "que tomarán medidas para que no vuelva a ocurrir", y blablá.
Seguramente ya nuestro aciago destino, nuestra indeclinable decadencia, no tenga tiempo para oír verdades. Porque las verdades suelen ser incómodas para la somnolencia opiácea en que estamos flotando. Pero por las dudas, y aun pese a ello, no está de más recordar los tres pilares de los Estados modernos que señala Max Weber. Los tres incómodos, a veces detestables. Los tres imprescindibles para la supervivencia de nuestro modo de vida: la burocracia, la policía y los impuestos.
Si falta uno de ellos, sencillamente el Estado se derrumba. Y no importa que a todos nos moleste hacer trámites, respetar las normas de conducta y pagar impuestos. Por eso un Estado está en fase de descomposición definitiva cuando omite los procedimientos, cuando prima el amiguismo y la incompetencia en la selección de los cuadros técnicos de su administración pública, cuando deja de cobrar impuestos, y cuando mina sistemáticamente la autoridad de su propia policía, cuando recela de sus agentes, cuando destruye la moral de sus hombres.
Claro que a no preocuparse. Que el Estado burgués desaparezca no quiere decir que se termine el mundo. Siempre toda sociedad tiende al orden, y lo busca afanosamente, con desesperación, en los momentos más álgidos de la anarquía. Siempre habrá por tanto un orden de reemplazo. Los dañinos que minan el Estado burgués piensan en el Estado socialista (que es el eufemismo con que se conocen las dictaduras de partido o de facción). Pero claro, siempre hay otras alternativas a la mano, a veces en yuxtaposición o convivencia: los señores feudales que ofrezcan protección, o las mafias y hermandades criminales, o los déspotas tiránicos, y por qué no, el colonialismo de alguna potencia.
Nosotros, sigamos fumando el paco de la indolencia, que para eso servimos, y escuchando, complacientes, a veces deleitados, músicas con letras como ésta:
"Tu vieja te dice que estás tomando /Nos muestra, la incurable mediocridad periodística y su claque de autómatas inerciales, a unos pibes haciendo ejercicio, tomando distancia, o marchando. Algo así como lo que hacíamos en el colegio cuando nos preparábamos para un desfile patrio (uy, qué dije), o lo que nos enseñaban cuando fuimos chicos y tuvimos la suerte de practicar algún arte marcial: disciplina, respeto, autocontrol, espíritu solidario, sacrificio.
Para Julio Bazán, triste personejo vocero del Clarín que siempre escupe hacia arriba y que va a terminar tapado por la misma mierda que prodiga generosamente como verdad sacrosanta; para ese oscuro cronista que gusta del efectismo, la distorsión y la interpretación libre -generalmente, capciosa- de las más nimias actitudes humanas, se trataba poco menos que de la Hitlerjugend... Que "ante el pasado reciente (?????) uno se pregunta si no les estarán uniformando el alma" o alguna sandez muy parecida, que tocan en una banda vestidos de uniforme, que "tienen pistolas de madera"...
¿Acaso ignoramos todos, somos tan cabeza de tacho, como para omitir el hecho de que la mayor parte de la población de las provincias vive en la pobreza, y que la principal fuente de empleo son los Estados provinciales? ¿Acaso no es saludable que, dentro de esa tristísima coyuntura en la que la mayor parte de nuestra economía funciona a partir del sector público, o sea de lo que saca de un sector privado siempre decreciente, por lo menos los empleados públicos del mañana se preparen para servir y no para ser ñoquis o asesores de algún legislador, o cebamates de algún cacique electoral?
Porque ser policía, acá en la capital, y mucho más aún en el interior, es un gesto de sacrificio y de servicio cada vez más incomprensible, a la luz de los sueldos simbólicos, las limitaciones en equipamiento básico y las exposiciones a una muerte o una herida casi seguras, por imperio de un desorden que hace tiempo que, por hacerse de omisiones, de complicidades y de mentalidades corrosivas, le da la espalda al sentir, al querer y al sufrir populares, y es por lo tanto profundamente antidemocrático. Antidemocrático como el abandono, la chorro-simpatía, el cobijo a las mafias que financian campañas, la impunidad y la "sensación de inseguridad", o sea, el desprecio a un pueblo que teme cada vez más. Y que llora muertes, impiedades, violaciones y robos todos los días.
Entonces ser policía sólo puede obedecer a dos causas efectivas: o bien un ilegal ánimo de lucro, a través de prohijar las mismas conductas que debería combatir, y usufrutuar de ellas; o bien un espíritu de servicio genuino, generado por una casi ingenua vocación... Una vocación infantil, diríamos. Como el amor a la patria, la consideración de la bandera, la admiración a los próceres, el afán de justicia. Como el secreto anhelo que embarga a casi todos los chicos por ser valientes y justicieros, por hacer algo grande, importante y sincero por los demás.
Eso resulta "terrible", "preocupante", merecedor de apremiantes pedidos de explicación, y también de soberanas chicanas de los políticos, que "no sabían nada de lo que pasaba", "que tomarán medidas para que no vuelva a ocurrir", y blablá.
Seguramente ya nuestro aciago destino, nuestra indeclinable decadencia, no tenga tiempo para oír verdades. Porque las verdades suelen ser incómodas para la somnolencia opiácea en que estamos flotando. Pero por las dudas, y aun pese a ello, no está de más recordar los tres pilares de los Estados modernos que señala Max Weber. Los tres incómodos, a veces detestables. Los tres imprescindibles para la supervivencia de nuestro modo de vida: la burocracia, la policía y los impuestos.
Si falta uno de ellos, sencillamente el Estado se derrumba. Y no importa que a todos nos moleste hacer trámites, respetar las normas de conducta y pagar impuestos. Por eso un Estado está en fase de descomposición definitiva cuando omite los procedimientos, cuando prima el amiguismo y la incompetencia en la selección de los cuadros técnicos de su administración pública, cuando deja de cobrar impuestos, y cuando mina sistemáticamente la autoridad de su propia policía, cuando recela de sus agentes, cuando destruye la moral de sus hombres.
Claro que a no preocuparse. Que el Estado burgués desaparezca no quiere decir que se termine el mundo. Siempre toda sociedad tiende al orden, y lo busca afanosamente, con desesperación, en los momentos más álgidos de la anarquía. Siempre habrá por tanto un orden de reemplazo. Los dañinos que minan el Estado burgués piensan en el Estado socialista (que es el eufemismo con que se conocen las dictaduras de partido o de facción). Pero claro, siempre hay otras alternativas a la mano, a veces en yuxtaposición o convivencia: los señores feudales que ofrezcan protección, o las mafias y hermandades criminales, o los déspotas tiránicos, y por qué no, el colonialismo de alguna potencia.
Nosotros, sigamos fumando el paco de la indolencia, que para eso servimos, y escuchando, complacientes, a veces deleitados, músicas con letras como ésta:
ay que mal te está pegando /
estás muy zarpado re loco todo el día /
andás duro por la vida /
"Tu vieja ya sabe que andás por la noche /
con los pibes en la esquina /
mangueando y robando monedas pa comprarte /
vino tinto, coca y birra y yerba pa fumar /
“Vieja tengo desecha la nariz /
tengo arruinado los pulmones /
pero re loco soy feliz /
vieja sé que me voy a morir /
pero no voy a rescatarme /
porque re loco soy feliz /
porque re loco soy feliz”.
8 comentarios:
Los padres de los chicos están a favor de esta iniciativa del padre Mari. ¿Bazán está por encima de los padres de los chicos para decidir qué es bueno y qué es malo para sus hijos? Que se ubique.
Estimado Claude: Muy venerable me parece su aspiración, aunque temo que caiga en saco roto. Bazán no se va a ubicar porque vive de eso. Es la diferencia (lamentablemente perdida) entre un agitador y un periodista.
Lo más triste es que haya tanto mediocre que se haga eco de tantas pelotudeces e insidias pedorras de consorcio.
Un cordial saludo.
No podes haber sintetizado mejor mi opinión respecto de esta tremenda pelotudez...
Y justamente, cuando empezaron las estupidas críticas me vinieron a la mente, las canciones de cumbia y regeton.
Pero es una cuestión cultural... Hasta que no dejemos de tener el pensamiento automático, de que la cana esta para matarnos en vez de para protegernos; vamos a seguir viendo este tipo de tonterias...
Muy bueno!
CGL: Muchas gracias por su comentario. Como sociedad adolescente que somos, afirmamos una libertad que no tenemos, y que cada vez se restringe más, por imperio de un afán de vulnerar límites, de recelar de todo control (principalmente, del que proviene de uno mismo). Ocurre que uno va a cualquier país ordenado y maduro, y allí a la policía se la respeta y hay efectiva presencia policial en todos lados. Y uno puede entonces caminar por la calle a la 1 de la mañana, tomar un helado, juntarse con amigos en una plaza, sin miedo, sin riesgo. Esos países gozan de una libertad ciudadana que nosotros vamos perdiendo cada vez más, a la par que nos solazamos en proclamas libertarias vacías, y en rebeldías de la edad del pavo.
Un cordial saludo.
Impecable. Poco para agregar. Uno asiste diariamente con estupor a esta generalización en la sociedad de una forma de pensamiento entrópico, autodestructivo. Esta ideología es común al gobierno, a la oposición y a los grandes medios. Una prueba más de que la lucha que se ha declarado gira en torno de los intereses y no de los principios. Un abrazo.
Destouches: Una apreciación perturbadora, siendo que, si no hay nada más desasosegante para el futuro de una sociedad que el pensamiento único, qué puede decirse de un pulso reflejo, que ni siquiera es pensamiento, sino sólo pacatería actitudinal y el unánime balido de los corderos... además retrasado, por lo menos a 1968. Clarín sólo representa la medianía dentro de la medianía de la "opinión pública" (o mejor: la opinión oligárquiza, puesto que, como creo que queda claro, nunca estuvo esa opinión más divorciada del sentir del pueblo). Ayer en CQC, como era de esperar, volvieron a la carga con el tema, si bien, justo es decirlo, con mayor prudencia, aclarando por ejemplo que los padres están pugnando porque el programa esqueleño no se detenga y que sus hijos puedan seguir gozando de sus beneficios tan cuestionados desde 2.000 km de distancia y la nube de pedos de nuestros opinólogos copetudos de panza llena. Sin embargo, por detrás de ello, subyace siempre ese tufillo a "mal artificial a suprimir" en una sociedad utópica, que es la visión irenista de la senilitud del paraíso perdido, aquella misma que sostiene, sin mayor fundamento que la ideología, que el delito es un fenómeno artificial causado por la desigualdad y la lucha de clases.
En fin, detrás de tanto agudo "pistola", que cree descubrir por un sagaz proceso lógico en cada fenómeno social "el germen del autoritarismo", hay un triste pusilánime cargado de fantasías, ciego voluntariamente a la realidad, como en el pasado se estuvo ciego frente a un mundo real, reino del pecado.
Un cordial saludo.
No leí nada del caso pero intuyo que el programa no sería de mi agrado.
¡Cómo cuesta aceptar que alguien desee fervientemente aquello que detestamos!
Bazán y la denunciología.
Nada para ofrecer.
Llega, destruye y vuelve a casa.
Ninguna alternativa. Muy cómodo.
De acuerdo, es tu trabajo Julito, todos tenemos que llevar plata a casa y cada uno conoce las posibilidades de su estómago. Pero...
Yo trato de ser moderado a la hora de juzgar el trabajo de otro.
En la oficina, en la puerta de acceso a mi sector, un cartel ochentoso le recuerda a los visitantes: "los críticos cacarean y nosotros ponemos los huevos".
Mensajero: Muy cierto. La cuestión reside en la tolerancia, en la pluralidad, en aceptar que el otro puede pensar distinto, y hacer distinto, sin ser por eso un demonio o un indeseable.
El mundo progresista es terriblemente pacato y pecaminoso, lo que deriva en un creciente prohibicionismo, en una tendencia al anatema y la descalificación absoluta, decididamente monoteísta.
Tipos como Giovanni Sartori, o John Gray se harían un picnic. Claro que ni uno ni el otro son argentinos, ni podrían serlo en las actuales circunstancias.
Como vengo diciendo desde hace tiempo, Borges o Marechal o Lugones o Denevi o Bioy o Sábato o Gombrowicz no fueron casualidades nacidas de una iluminación divina. Hubo en la Argentina un pluralismo y una apertura en el terreno de las ideas, que progresivamente cayeron en el ocaso del pensamiento único, la mediocridad y el despotismo.
En ese retraso y opacidad culturales está más la clave de nuestra decadencia que en las cuestiones económicas de todos los días.
Un cordial saludo.
Publicar un comentario