El 9 de agosto Jorge Asís explicaba a su tío Plinio qué eran las PASO, con estos términos: "Las elecciones más irracionales de la historia. Son como las reales. Pero al mismo tiempo son falsas. Elecciones, digamos, amistosas. Como los partidos de fútbol del verano. No están en juego los tres puntos. Tan caras, en realidad, como innecesarias. Es una suerte de entrenamiento con público obligado a presenciarlo. Sirven para saber cómo están parados los candidatos que ya fueron arbitrariamente elegidos. En el fondo, las elecciones amistosas, 'primarias y obligatorias', simultáneas del 14 de agosto, no tienen el menor sentido".
Luego del aplastante triunfo de ayer del oficialismo, en realidad, las que parecen no tener "el menor sentido", las que resultarán "tan caras como innecesarias", las que serán "irracionales", serán las formales y protocolares del 23 de octubre.
Ello así, habida cuenta de una participación de electores muy alta, superior al 75% del padrón. Si se imagina que esa participación puede aun subir en la próxima elección, digamos, hasta el 81% que se registró en 1983, cuando la población venía ansiosa por votar, en lugar de estar alguito harta de perderse 4 domingos en 3 meses, como en el presente 2011, se agregarían en octubre 1.600.000 electores. Suponiendo que todos ellos escojan una opción diversa de la oficialista, aun así ésta se situaría en el 45% exigido por la Constitución para ganar en primera vuelta. De modo que esos más de 10 millones de votos obtenidos por el FPV le garantizan una victoria inconmovible en cualquier escenario.
Hemos escuchado hasta el hartazgo, de parte de la nueva casta de los encuestólogos, que se viene haciendo una panzada con tantas vueltas y contravueltas electorales, que estas primarias serían "una gran encuesta nacional". Sus resultados, en efecto, deben ser entonces empleados con sentido estadístico.
El peronismo.
Teniendo en cuenta una tasa de mortalidad promedio del 7,5 por mil anual, quedarían aproximadamente 4.740.000 peronistas de los 6 millones que votaron por el PJ en 1983 (y que puede ser considerado el piso histórico del justicialismo). 4.210.000 fueron los votantes que eligieron a candidatos peronistas en las primarias del día de ayer, lo que puede entenderse como que la mayor parte del peronismo histórico quedó abarcado entre las alianzas contingentemente denominadas Compromiso Federal y Frente Popular. Considerando que ese número representa el 20% de los votos positivos de 2011, concluimos en que la fuerza electoral del peronismo ha quedado reducida exactamente a la mitad, en el transcurso de los 28 años de la presente democracia. La renovación generacional, en cambio, se ha volcado por la opción populista encarnada en el FPV, pero que básicamente engloba a la mayor parte del espectro político contemporáneo.
El populismo.
Ese planteo populista, de carácter esencialmente difuso (ya que naturalmente, va orientando las políticas concretas de acuerdo con dos principios complementarios: las necesidades detectadas por las encuestas y las necesidades generadas por el discurso), resulta, bajo el influjo del "rating minuto a minuto", la forma moderna de gestionar, condicionada por las circunstancias. De tal forma, todo el espectro político termina por coincidir en casi todos los puntos programáticos y, ante la eventualidad de una resistencia popular a alguna medida (en general, la historia señala que las medidas que generan esas resistencias son fiscales), surgirá una disidencia también populista coincidente.
Veamos algunos ejemplos:
1) De la segunda hipótesis, claramente, el asunto ése de la Resolución 125, que puso al FPV al borde del abismo, del que sólo pudo levantarse por la increíble estolidez y la carencia llamativa de voluntad de poder de todo el resto del espectro político. En realidad, si el campo no hubiera pataleado, absolutamente ningún político hubiese manifestado su disenso con el incremento del impuesto a las exportaciones del 35% móvil. Las únicas voces que escuché oportunamente (o sea, cuando la medida fue dictada, y no 2 meses después, cuando los tractores salieron a la ruta) provinieron de autoridades jurídicas en materia tributaria o constitucional, y como de costumbre, limitadas a sus estrictos cenáculos doctrinarios.
2) De la primera, o sea, de la tendencia natural de todo el espectro político a coincidir en todo y tan sólo diferenciarse, a veces, en la forma (mayor transparencia, control de la corrupción, normatización por ley, etc.), podemos ejemplificar con Aerolíneas. El Secretario de Estado más impresentable, tanto desde lo moral como desde lo técnico, propuso y defendió sin entusiasmo la estatización de una empresa aérea que hasta entonces estaba en manos de una empresa española. Sólo un puñado de aviones (entre media y una docena), 6 mil empleados y una deuda multimillonaria era lo que se pretendía estatizar, ya que las rutas pertenecen al Estado. Todo el mundo parlamentario concediendo en que era fundamental tener una línea aérea estatal (además de LADE, naturalmente), y divergiendo en punto al asuntito ése de la deuda. Una minucia en verdad, ya que el problema fundamental de esa visión radica en el déficit operativo cotidiano y en el despropósito de gastar fortunas en eso.
En un país muy dilatado como Argentina, la opción de transporte de pasajeros se divide entre los peligrosos micros (que cada día tienen mayores inconvenientes de movilidad, por la saturación del tránsito y por los cortes de rutas) y los improbables aviones (que vuelan cuando las cenizas y las huelgas lo permiten, a un precio del pasaje extremadamente caro, y con elevadísimos subsidios del Estado, a la par que disponen de una oferta de servicios francamente insuficiente). Ni entremos a considerar el impacto ambiental del avión, el factor más contaminante de todos los que nos ha regalado la modernidad.
En fin, Aerolíneas insume al Estado no menos de $ 3.000 millones al año de déficit operativo, al que hay que sumar los elevadísimos costos de inversión en aeronaves y su mantenimiento, aeropuertos, radares, etc. El presupuesto operativo, nada más, equivale a la construcción de 1.250 km anuales de vías dobles nuevas, con rieles de acero nuevos, durmientes de cemento biblocks nuevos, balasto nuevo, plataformas nuevas, incluso nuevos tendidos que eviten pasar por el centro de los poblados, o que eviten las zonas intrusadas por villas miseria. Con vías absolutamente nuevas, los trenes de pasajeros pueden desarrollar su potencialidad, por más que sean comparativamente obsoletos respecto de casi todo el resto del mundo. Digamos que cualquiera de nuestras vetustas formaciones ferroviarias diesel podría desarrollar una velocidad crucero de 90 km/h constantes, y garantizar así 8 horas de viaje totales para llegar a Córdoba, por ejemplo, contando asimismo con elementos de confort como camarotes, cine y restaurante.
Pero si encima se decidiere hacer una inversión en equipamiento diésel de altas prestaciones de últimos modelo y tecnología, hay que considerar que el costo de cada formación es aproximadamente la mitad que el de un avión de pasajeros de cabotaje, con el aditamento de que su capacidad de transporte quintuplica la de éste. Para ser concretos, la inversión ferroviaria total de un proyecto Buenos Aires - Rosario - Córdoba, sin Tren Bala, asciende a 10 meses de los costos operativos de Aerolíneas. En estos últimos 4 años, el sistema ferroviario argentino podría haber contado, tan sólo con asignar a ese fin los millones que se pierden por el tubo del gasto operativo aéreo, con 5.000 km de vías nuevas aptas para transitar a la mayor velocidad por fuera de los ejidos de las poblaciones intermedias, y que de tal forma conectara, por ejemplo: Neuquén-Bahía Blanca-Buenos Aires-Rosario-Santa Fe-Córdoba-Tucumán-Salta, y también Buenos Aires-Córdoba-Mendoza y Buenos Aires-Mar del Plata.
Con esos destinos conectados, 18 millones de habitantes hubieran quedado de inmediato conectados, y otros 18 millones a una distancia menor a los 300 km de cada nodo terminal o intermedio. Durante 2012, podrían ponerse en marcha, asimismo, los tramos Bahía Blanca-Puerto Madryn y Santa Fe-Formosa.
El ritmo de los trabajos depende de la mano de obra involucrada, ya que el trabajo de vías sigue comportando el empleo de enormes números de recursos humanos sin calificación, algo que realmente sobra en este "modelo de inclusión con matriz diversificada".
Lo malo de esta opción es que los trabajos de vías dejan un margen exiguo de rentabilidad, siempre, claro está, que se utilicen parámetros universales en la cotización de los componentes (que por supuesto, existen, aunque en Argentina somos renuentes a aplicarlos). Ése, el de la rentabilidad racional, es ciertamente un parámetro reñido con el modelo populista. Quizás por ello tengamos que soportar los dos extremos más patéticos y deprimentes del discurso: el nostalgioso y museológico de Pino Solanas y el faraónico, suntuario y estratosférico del Tren Bala.
Mencionando el ejemplo de Pino Solanas, encontramos otro exponente del populismo, que intuye necesidades y apetencias diversas en la misma población a la que se intenta seducir. Si el populismo oficialista apunta al turismo, el populismo solanista apunta a revitalizar la actividad de los pueblitos de la campiña, por los que ya no pasa el tren. Claro que a esos pueblitos les pasó Internet y la televisión, y la muchachada que migra a estudiar a las ciudades difícilmente regresa. Ése es un factor que el cineasta en blanco y negro parece no considerar. Tampoco debe considerar, seguramente, que hoy en día casi todo el mundo tiene automóvil o camioneta propios, y que un tren que pare en cada pueblito (distantes en promedio, en la Pampa Húmeda, 8 km entre sí) demoraría una vida de Argumedo o de Solanas en recorrer un trayecto que en auto insume 4 ó 5 horas.
Lo mencionamos, para mostrar que los objetivos del populismo pueden ser tan divergentes como las intuiciones de los políticos acerca de qué cositas que a ellos les gustan (o que a ellos les "venden" ingeniosos empresarios) son más "populares" o impactan mejor en la opinión pública.
Resulta a las claras el camino metodológico opuesto al de un proyecto meditado, trabajado con tesón y con sustancia técnica, a partir de la detección fidedigna de una utilidad pública estratégica. El asunto entonces está, como suele suceder, en la calidad de la pregunta a formularse. Ella no es "¿Estatizamos Aerolíneas?", "¿Compramos trenes usados?", "¿Volvemos a crear Ferrocarriles Argentinos?" sino "¿Qué forma de movilidad resulta más económica en términos de inversión/usuarios beneficiados, su construcción y operación genera más fuentes de trabajo; y a su vez es más segura, ambientalmente menos gravosa, y relativamente más cómoda y más rápida, y siempre en consideración de nuestra particularidad demográfica y geográfica?"
Creo que a partir de las ejemplificaciones formuladas respecto del populismo, podemos abarcar en ese espacio a casi todo el espectro político, a excepción del exitoso caso de San Luis, y tal vez, de ciertas elucubraciones realizadas en el seno del Movimiento Productivo Argentino, referenciándose en el ejemplo brasilero (repito, tal vez).
El radicalismo.
Es difícil mensurar el caudal histórico de un partido centenario, tan propenso a las fragmentaciones (yrigoyenistas y antipersonalistas, UCR Intransigente y UCR del Pueblo, etc.) y que ha sufrido los vaivenes de fenómenos no calculados que le han restado clientela, así como de otros que luego le han sumado, aunque sea, provisionalmente.
Si en 1928 Yrigoyen accedía a su segundo mandato con más del 57% de los votos, en 1937 Alvear perdía frente a la Concordancia con el 40%. En 1951, último momento en que estuvo unificada, la UCR se acercó al 32%. En 1958 la UCRP (balbinista) quedaba en segundo lugar, atrás de Frondizi, con el 29%; y en 1963 ganaba, aprovechándose de la proscripción del peronismo, con el 27%. Si en esa ocasión, se sumaban los votos de la UCRP y de la UCRI, el total de votos radicales ascendía al 44,6% de los sufragios positivos. En tanto, en 1973, Balbín obtuvo, frente a Perón, el 24%. Si consideramos que los votos de la Alianza Popular Revolucionaria (integrada protagónicamente por el Partido Intransigente, heredero de la UCRI), de la elección inmediata anterior (frente a Cámpora, 11-3-73) son en su mayoría radicales, y los sumamos al resultado de la UCR balbinista, obtenemos aproximadamente un 30% de los votos positivos de 1973.
Desde que está el peronismo en el mapa, entonces, y entendiendo que tanto Alfonsín como De La Rúa se aprovecharon fundamentalmente del voto independiente, el caudal electoral histórico promedio de la UCR se aproxima al 30%.
En las elecciones de ayer el radicalismo obtuvo el 12,17%. Si a ello le sumamos los votos de la Coalición Cívica y la mitad de los del Frente Amplio Progresista de Binner, llegamos también al 20%. Es absolutamente lógico inferir que el 10% del total (una tercera parte de los radicales históricos) se ha volcado también por la opción del oficialismo populista.
No more, please.
No hace falta detenerse en los errores de la oposición, en los egos irreductibles, los excesivos personalismos, la tendencia patológica a la fragmentación, la discordia y las antipatías personales antes que las "diferencias ideológicas" (what is this?), la incapacidad de estructurar organizaciones y procesos de selección de candidatos dentro de esas organizaciones (y quien no puede organizar desde el llano, difícil que pueda contribuir a ordenar mínimamente el desorden general de una Argentina parchada de subsidios, prebendas, cuotapartes, donaciones, cooperativas, etc.). Si el "límite" de Binner no hubiera sido De Narváez, igualmente esa opción no habría superado el 20% (porque algunos "progresistas" habrían migrado para el oficialismo o para Proyecto Sur o la Izquierda). Si Rodríguez Saa y Duhalde no se hubieran peleado, y De Narváez no hubiera sido tan atolondrado y ansioso, el peronismo no habría igualmente obtenido más del 21% (sumando al FP y el CF la diferencia de votos de más que FDN sacó en la PBA respecto de Ricardo Alfonsín).
Así entonces, teniendo en cuenta que Binner está exultante con su 10%, y soñará durante 2 años con ser el nuevo emergente político (como alguna vez fue la Ucedé, y luego Carrió); teniendo en cuenta que, fiel a su vocación colaboradora con el oficialismo, ya anticipó que no participará de ningún armado plural de oposición, está claro que no hay siquiera la más mínima posibilidad de que se dé en octubre otro resultado que la elección directa en primera vuelta de la actual mandataria.
Y siempre, para enriquecer la perspectiva, teniendo en cuenta el poderoso y aceitado aparato electoral del FPV, el manejo discrecional del Correo y de los medios de comunicación y el abanico de triquiñuelas y manganetas à la carte, hay que considerar que para ganarle, hay que hacerlo por revolcón. Como los boxeadores que van a retar a un campeón yanqui por el título del mundo a los EE.UU. Tienen que ganar por K.O. Si llegan a las tarjetas, por más que al morocho de Harlem le hayan pegado una paliza, se van perdidosos.
En 1973 Balbín reconoció su derrota y renunció a participar del balotaje frente a Cámpora, teniendo en cuenta el exiguo margen que le faltaba a éste para el 50%. De tal forma, preservó el erario público (las elecciones son costosísimas) y ahorró al ciudadano también el engorro de tener que volver otro domingo a cumplir una obligación cívica formal y superflua.
Una actitud semejante reclamamos semanas atrás al sociólogo melancólico de Flacso, Daniel Filmus, frente a una diferencia irreversible de 20 puntos, con Macri a 2,7% de la mayoría absoluta. Lamentablemente, a ello DF respondió con su latiguillo de "no somos una fuerza testimonial sino una opción de poder", y se dispuso a pasar vergüenza nuevamente, así como a fastidiar a todos los porteños y dilapidar fondos que seguramente tienen mayor utilidad en cosas concretas, techos de escuelas por ejemplo.
Consecuentes con esa visión, sostenemos desde este espacio la necesidad de proceder a un verdadero acto de generosidad cívica, y omitir los comicios de octubre, reconociendo lo antes posible el triunfo del oficialismo, y disponiendo en consecuencia la reasunción, a partir del 10 de diciembre, de la Presidenta para un nuevo período.
Es lo menos que podemos hacer para cumplir con la Constitución Nacional. ¿Por qué?, se preguntará usted, lector.
Pues bien, vea. La Constitución Nacional contempla, a partir de 1994, en el capítulo dedicado a los Nuevos Derechos y Garantías, formas de democracia semidirecta en los artículos 39 y 40. En particular, este último prescribe: "El Congreso, a iniciativa de la Cámara de Diputados, podrá someter a consulta popular un proyecto de ley. La ley de convocatoria no podrá ser vetada. El voto afirmativo del proyecto por el pueblo de la Nación lo convertirá en ley y su promulgación será automática.
"El Congreso o el (la) presidente(a) de la Nación, dentro de sus respectivas competencias, podrán convocar a consulta popular no vinculante. En este caso el voto no será obligatorio".
En el término de un mes algunos ciudadanos hemos ido a votar tres veces, a razón de 3 domingos sobre 6. Ni qué hablar de los desdichados a los que les tocó ser autoridades de mesa, y clavarse el día entero allí dentro, mirando una pared y regados por la luz de fluorescentes.
Hemos sido consolados por los diversos opinólogos mediáticos ponderando la bendición que representa para todos el constante ejercicio de la democracia, que hubo generaciones que casi no votaron nunca, etc. etc.
Ahora bien, yo creo que dista mucho de satisfacer los supremos principios de la democracia (que, recordemos, antes que un sistema formal de representación, es una filosofía política que sostiene la soberanía del pueblo como fuente de verdad) el hecho de ir cada dos por tres a votar por alguno de los consabidos candidatos designados a dedo del staff estable.
Antes bien, me parece que los esfuerzos de organización y económicos puestos en tantos comicios podrían reconducirse a poner en práctica finalmente, luego de 17 años, esas formas de democracia semidirecta. Y someter al pueblo la consulta de aquellas normas que luego son dictadas en el nombre del pueblo, y con aspiraciones populistas. Si tan populistas somos, qué mejor que consultar al pueblo acerca de la estatización del agua y las cloacas, la estatización del correo, la estatización de Aerolíneas, la estatización del fútbol, la estatización de los aportes jubilatorios privados, la ley de medios y la mejor forma como pueden invertirse fondos públicos en diarios y televisión, la necesidad de tener uno o varios canales estatales, y en su caso, los criterios para seleccionar artistas, periodistas, conductores y contenidos; los impuestos que deben cobrarse a los sectores exportadores, los subsidios al transporte, la asignación universal por hijo, las leyes que involucran a la familia y a la salud, las medidas de seguridad, el traspaso de la policía federal a jurisdicción local, los criterios de empleo de las otras fuerzas de seguridad, la forma de controlar el desempeño de los jueces y la composición del Consejo de la Magistratura...
Realmente, entiendo y confío, los ciudadanos nos sentiríamos verdaderamente honrados y protagonistas de nuestro destino teniendo injerencia directa en esas decisiones cruciales que nos afectan en forma directa y definitiva.
No diré, como Fito Páez, que la expresión del 50% de mis compatriotas en las urnas el día de ayer "me da asco". Pero sólo concederé a esa expresión el criterio validador de una gestión de gobierno que reclama el oficialismo, cuando el oficialismo comience a creer en el pueblo, y le dé al pueblo el lugar que a éste corresponde constitucionalmente.
Do ut des, facio ut facias.
7 comentarios:
La verdad que concuerdo, a menos que se descubra el mayor fraude electoral de todos los tiempos, las elecciones de octubre, no tienen sentido.
Pasaporte para todos.
Occam:
Tan largo y erudito desarrollo conduce a una única y ominosa conclusión: la carencia entre nosotros de un partido conservador. El peronismo clásico -que terminó absorbiendo y metabolizando a éste allá a fines de los '40- ha periclitado. Sus restos -bajo la etiqueta que fuere-y los del radicalismo han devenido en sendos populismos desaforados, sin contrabalanceo alguno. Un país que carece de una fuerza política conservadora está indefectiblemente condenado al fracaso perpetuo, a un eterno retorno al mismo error continuamente repetido.
Otro dato no menos ominoso de este observador ya con demasiada memoria: todas los pucherazos (Yrigoyen díxit: "plebiscitaciones") del siglo XX concluyeron en espantos dolorosísimos y de largo restablecimiento: el propio "Peludo" mentado; Perón en 1952 y, sobre todo, 1973; Alfonsín en 1983; Méndez en 1995... Horresco referens.
Un dato pintoresco para concluir: no deja de ser sarcástico que quien pretendía polarizar los votos de la "derecha" (en la Argentina no existe una derecha)rotulara a su artificio "Frente Popular"... que fue la denominación indefectible de la más feroz izquierda democrática (España, 1936; Francia, 1938). Tal vez exista, después de todo, una inefable justicia histórica.
Saludos
Gammexane: Lo que sí tiene sentido es la urgente implantación de la consulta popular. Habiendo casi 2 celulares per cápita, y redes sociales y tantos medios electrónicos, no se entiende cómo la casta política persiste en su aislamiento y endogamia, y los argumentos que emplea para rechazar tales posibilidades. Por ejemplo, cuando la discusión por la reforma del matrimonio civil, se negó drásticamente desde todos los sectores de la política formal la posibilidad de la consulta popular, porque se sostuvo que el pueblo es naturalmente prejuicioso y conservador, y que medidas en que las mayorías predominen conspiran contra los derechos de las minorías. Ese mismo pueblo, inmaduro y conservador, necia mayoría que niega a las minorías, es luego la fuente de toda razón y justicia... Ahora bien, según la conferencia de prensa presidencial de ayer, ese mismo pueblo al que tanto recelo los políticos tienen, prístinamente acaba de aprobar ex post, y a libro cerrado, toda una gestión, que por ejemplo se atribuye casi en exclusividad el impulso de la mentada ley.
Así las cosas, y más allá de que la democracia representativa planteada en el siglo XIX está sustentada en imposibilidades fácticas, en tiempos de las diligencias cuando ni los telegramas existían, lo cierto es que no se aprecian ya argumentos razonables para negar a la ciudadanía su derecho democrático a la participación legislativa, constitucionalmente plasmado.
Un cordial saludo.
Flor de Ceibo: Recuerdo que Disraeli decía del buen gobierno algo así como "conservador para cuidar todo lo bueno, y radical para remover todo lo malo". Remite a la imagen del barco de vapor de río, con las ruedas de paletas a sus costados. Hace tiempo que una de las paletas, la conservadora, ha dejado de funcionar, mientras que la otra opera con un brío duplicado. Ese barco, por lo tanto, no puede más que girar en redondo.
El conservadorismo fue durante los años '20 una fuerza popular con fuerte arraigo en la clase trabajadora (Barceló y su hegemonía en la zona Sur del Gran Buenos Aires). De hecho, el cantor más popular, Carlos Gardel, era un notorio conservador. Hoy día se aprecian resabios de ese conservadorismo popular (boinas rojas) en algunas provincias, bajo el sello del peronismo o del para-peronismo. Sin embargo, todo indica que aún esos bolsones están llamados a desaparecer por la fuerza abrumadora y ávida del centralismo.
Un cordial saludo.
Muy bueno el artículo. Pierre Rosanvallon hace notar la decadencia de la democracia indirecta y su forma participativa por excelencia, el voto, en las modernas sociedades tecnificadas. Observa este teórico que cada vez existe menor identificación entre el ejercicio del derecho de voto y los mecanismos de manifestación y expresión populares (en especial, a partir de la irrupción de las modernas técnicas de comunicación). Es decir, hay un divorcio cada vez más conciente entre la importancia del voto y la importancia de los problemas. Como correlato de ello, el voto cada vez expresa menos de una persona y sus ideas. Simétricamente, el potencial destinatario del voto se construye de manera absolutamente consistente con la superficialidad e indiferencia del votante. El votante percibe que la solución de sus problemas, sus canales de expresión y sus formas de influir sobre la realidad poco o nada tienen que ver con el voto. La democracia moderna se caracteriza por un notable vaciamiento de su mecanismo formal por antonomasia, lo que refuerza el carácter meramente formal del sistema (es decir, que sólo intenta justificarse formalmente).
Quizá una forma de revalorizar ese instrumento sobre el que pivota todo el sistema político consista en dar operatividad a diversas formas de consulta popular para la decisión de cuestiones trascendentes, como usted plantea. Claro que eso se opone a los intereses de las distintas oligarquías que ejercen el poder en las modernas sociedades capitalistas.
Destocuhes: Brillante su comentario. Nada que agregar a tanta claridad. Tan sólo puntualizar que Rosanvallon representa una forma de izquierda que lamentablemente nosotros jamás llegaremos a conocer.
Un abrazo.
Hay una regla de la política que indica que los procesos políticos duran lo que tienen que durar. En Argentina, esa regla debería modificarse ligeramente para señalar que duran algo más. Por ese motivo, nuestros políticos se retiran de la arena política sumidos en un desprestigio inmenso y a lo más que pueden aspirar es a conservar la libertad ambulatoria. Comparar, por ejemplo, con el caso de Lula en Brasil, Uribe en Colombia o Bachelet en Chile (por no mencionar a los países desarrollados).
Publicar un comentario