viernes, 2 de septiembre de 2011

Tricolore

الحرية ، المساواة ، الإخاء


“Libertad, igualdad, fraternidad (o la muerte)” fue el lema de los revolucionarios franceses de 1789, y luego pasó a un discreto olvido, por su marcada reminiscencia al Terror. Volvió a cundir con las revoluciones liberales de 1830 y 1848, y actualmente es el lema oficial de la República Francesa. Alguien lo asoció a los colores de la bandera francesa, que casualmente son 3, como los principios abstractos invocados en el lema. ¿La libertad es azul, como el océano, que evoca con su amplitud ese afán de irrestricción e incondicionalidad? ¿La igualdad es blanca, como la muerte, del no color que todo lo comprende y asimila, de la luz cegadora que elimina en su ímpetu los detalles y difumina las identidades? ¿La fraternidad es roja, porque roja es la sangre de toda una humanidad a la que se pretende hermanar a partir de su común pertenencia biológica? Sin embargo, la bandera revolucionaria de Francia tenía el rojo al asta, como las actuales banderas de las provincias de Santa Fe y de Córdoba. Fue recién en 1794 que el triunfo interno, en el seno de los revolucionarios, de la Derecha sobre la Izquierda determinó que el azul fuera a ocupar el distinguido sitial junto al asta. Simbológicamente, ésa era la forma de distinguirse entre la Droit (feuillants y girondinos) y la Gauche (jacobinos y cordeliers), las dos facciones demoliberales de la Asamblea.



Entonces, genéticamente, cabe reformular: ¿La libertad es roja, por la sangre derramada para conseguirla, sustrayéndose de “las cadenas de la monarquía”? ¿Y la fraternidad es azul, color de la lealtad y de la franqueza, los dos atributos de la amistad?

En verdad, la bandera francesa es una amalgama entre la bandera de París (dividida verticalmente en dos campos iguales, uno azul y otro rojo) y la bandera tradicional francesa (blanca con flores de lis doradas; el blanco, color de la virginidad de María y color de Juana de Arco, es adoptado como el color del Reino de Francia desde el siglo XVII). De modo tal, que el azul y el rojo simbolizan al centralismo unitario (que es una característica organizativa típicamente burguesa, por sus principios de administración y de dominación territorial; y típicamente jacobina, por sus principios igualitarios de corte racionalista y nacionalista, que niegan cualquier identidad regional), y el blanco simboliza a la tradición, o si se quiere, al principio de continuidad del Estado más allá de las características políticas de los regímenes de gobierno. Su creación se atribuye al Marqués de Lafayette, héroe de la Independencia de los EE.UU. y general del ejército revolucionario francés y –cómo no- jefe de la Guardia Nacional de París.

Curiosamente, el lema “libertad, igualdad, fraternidad” es también el oficial en la República de Haití (una ex colonia francesa bajo el régimen del esclavismo, que se emancipó en un tortuoso proceso que fue de 1791 a 1804); y los colores del Estado insular americano coinciden con la conformación de la bandera de Francia: el paño dividido horizontalmente en dos campos iguales, el superior azul, el inferior rojo, y un cuadrado en el medio de color blanco, con escudo a la moda (de una palmera coronada con gorro frigio salen banderas rojiazules para los costados, y delante de ellas, dos cañones y sus balas, hachas, anclas, trompetas y cadenas, y por detrás de las banderas, bayonetas). Difícil es ciertamente, asegurar la consecución de conceptos abstractos. Más difícil es asegurar la consecución simultánea de esos conceptos, cuando en alguna medida resultan contrapuestos. Demasiado se ha hablado de la tensión insoluble entre igualdad y libertad. Lo cierto es que en Haití, país flagelado por la guerra civil entre bandas armadas, por el hambre y la depredación ecológica, falta tanto de lo uno como de los otros, aunque ciertamente si algo se ha conseguido en mayor medida, es la igualdad: la igualdad en la miseria y la igualdad de los sepulcros.



En tanto, en la bandera francesa la igualdad progresivamente deja de reflejarse en la disposición de los colores. La bandera naval tiene una proporción 30:33:37, azul-blanco-rojo respectivamente. Ello así, porque a la distancia todo lo que está colocado junto al mástil tiene mayor visibilidad que el batiente. De tal forma, la disposición asimétrica y progresiva tiende a equilibrar el efecto visual. Por lo mismo, el sol de la bandera argentina estuvo situado en varios períodos del siglo XIX, y en numerosos diseños, más cerca del asta, y no al centro como en la actualidad. Asimismo, hay una nueva bandera, en la cual la franja central blanca se ha reducido considerablemente, acercando mucho el rojo al azul, y que se emplea en los mensajes oficiales televisivos. Su argumento reside en que, como bandera de ceremonia que descansa sin ondear, el único color que se ve de la cintura para arriba del orador, es el azul, y ello conduce a confusión con la bandera supranacional de la Unión Europea, también de uso obligatorio en esos eventos televisados.



El 28 de agosto pasado apareció publicado un artículo, que se ha difundido por diversas redes de información, que da cuenta de que ya, a estas tempranas alturas (los cálculos que en su momento fueron tachados de “alarmistas” advertían sobre la certeza de esta ocurrencia recién para 2025), el Islam es la religión más practicada en Francia. Reproducimos a continuación la nota:

El arzobispo emérito de Smirne, Giuseppe Germano Bernardini, narra la conversación que tuvo con un líder islámico: “Gracias a vuestras leyes democráticas, os invadiremos. Gracias a nuestras leyes religiosas, os dominaremos”.

El Hudson Institute publica un informe en el que asegura que el Islam es la religión que más se practica en Francia. En el país galo se construyen más y con más frecuencia mezquitas islámicas que iglesias católicas, y hay más practicantes musulmanes que católicos.



Actualmente, están en construcción alrededor de 150 nuevas mezquitas en Francia, que acoge a la mayor comunidad islámica de Europa. Los proyectos se encuentran en diferentes estadios de ejecución, según Mohamed Moussaoui, presidente del Consejo Musulmán francés, que proporcionó estos datos en una entrevista con la Radio RTL el 2 de agosto pasado.

La cantidad total de mezquitas en Francia ya se ha duplicado, superando las dos mil en los últimos diez años, según una investigación titulada: Construir mezquitas: El gobierno del islam en Francia y en Holanda. El líder islámico francés más conocido, Dalil Boubakeur, rector de la Gran Mezquita de París, recientemente hipotetizaba que, para satisfacer la creciente demanda, la cantidad total de mezquitas deberá (nuevamente) duplicarse hasta llegar a cuatro mil.

Por el contrario, la Iglesia católica ha construido en Francia sólo veinte nuevas iglesias en los últimos diez años, y ha cerrado formalmente más de sesenta, muchas de las cuales podrían convertirse en mezquitas, según una investigación llevada a cabo por el periódico católico francés La Croix.

Si bien el 64% de la población francesa (41,6 millones de personas sobre 65 millones de habitantes) se define católica, sólo el 4,5 % (aproximadamente 1.900.000 personas) es católica practicante, según el Instituto Francés de la Opinión Pública (IFOP).

Siempre en el campo de las comparaciones, el 75% (4,5 millones) de los alrededor de 6 millones de musulmanes norteafricanos y subsaharianos en Francia se identifica como “creyente”, y el 41% (aproximadamente 2,5 millones) sostiene ser “practicante”, según un informe sobre el islam en Francia publicado por el IFOP el 1 de agosto pasado. La investigación afirma que más del 70% de los musulmanes franceses dice cumplir con el Ramadán en el 2011.

Reuniendo estos elementos, estos datos proporcionan una evidencia empírica de la tesis según la cual el islam se encuentra en vías de superar al catolicismo como religión dominante en Francia. Desde el momento en que los números crecen, los musulmanes en Francia se están volviendo más audaces que antes. Un caso a modo de ejemplo: grupos musulmanes en Francia están pidiendo a la Iglesia católica el permiso para utilizar sus iglesias vacías como instrumento para resolver los problemas de tránsito provocados por los miles de musulmanes que rezan en las calles.



En un comunicado del 11 de marzo pasado, dirigido a la Iglesia de Francia, la Federación Nacional de la Gran Mezquita de París, el Consejo de Musulmanes Democráticos de Francia y un grupo islámico llamado Collectif Banlieues Respect pidieron a la Iglesia católica, con espíritu de solidaridad interreligiosa, que permitiera que las iglesias vacías fueran utilizadas por los musulmanes para la oración del viernes, de modo que “no se vean obligados a rezar en la calle” o “sean tenidos como rehenes por los políticos”.

Cada viernes, miles de musulmanes en París y en otras ciudades francesas bloquean calles y aceras (y, como consecuencia, bloquean el comercio local y dejan atrapados a los residentes no islámicos en las casas y en las oficinas) para ubicar a los fieles que no logran entrar en la mezquita para la oración del viernes.



Algunas mezquitas han comenzado a transmitir sermones y cantos de Allahu Akbar en las calles. Estos inconvenientes han provocado ira y reacciones contrarias, pero a pesar de muchas quejas oficiales, las autoridades no han intervenido hasta ahora, por temor a generar incidentes. La cuestión de las oraciones callejeras alcanzó el lugar de prioridad de la agenda política francesa cuando, en diciembre del 2010, Marine Le Pen, la nueva líder carismática del Frente Nacional, las denunció como “una ocupación sin soldados ni tanques de guerra”.

Durante una reunión en la ciudad de Lyon, Le Pen comparó las oraciones islámicas callejeras con la ocupación nazi. Dijo: “Para aquellos que aman hablar tanto de la Segunda Guerra Mundial, podemos también hablar de este problema [las oraciones islámicas callejeras], porque se trata de una ocupación de territorio. Es una ocupación de secciones de territorio, de distritos en los cuales la ley religiosa entra en vigor. Es una ocupación. Naturalmente, no hay tanques de guerra ni soldados, pero no por eso deja de ser una ocupación que pesa fuertemente sobre los residentes”.



La cuestión de las oraciones islámicas callejeras, publica La Stampa, —y la cuestión más amplia del rol del islam en la sociedad francesa— se ha convertido en un problema de primer orden, en vista de las elecciones presidenciales del 2012. Según un sondeo del IFOP, el 40% de los franceses está de acuerdo con Le Pen en el hecho de que las oraciones callejeras parecen una ocupación. Otro sondeo publicado por Le Parisien demuestra que los votantes ven a Le Pen, que sostiene que Francia ha sido invadida por los musulmanes y traicionada por sus élites, como la mejor candidata para enfrentarse al problema de la inmigración musulmana.

El presidente francés Nicolas Sarkozy, cuya popularidad era en julio del 25% —la cifra más baja registrada para un presidente saliente un año antes de las elecciones presidenciales—, parece, según TNS-Sofres, decidido a no dejarse superar por Le Pen en esta batalla. Recientemente, declaró que las oraciones callejeras son “inaceptables”, y que las calles no pueden convertirse en “una extensión de la mezquita”. Y advirtió que este fenómeno puede minar la tradición laica de Francia de separación entre Estado y religión.



El ministro del Interior, Claude Guéant, dijo a los musulmanes de París, el 8 de agosto, que en lugar de orar en las calles pueden utilizar un cuartel en desuso. “El orar en las calles no es algo aceptable, debe terminar”.

Algunas declaraciones de líderes musulmanes no parecen destinadas a adormecer las preocupaciones de los franceses (y no sólo de los franceses). El primer ministro turco, Tayyp Erdogan, por ejemplo, dio a entender que la construcción de las mezquitas y la inmigración forman parte de una estrategia de islamización de Europa. Y repitió públicamente las palabras de una poesía turca, escrita en 1912, por el poeta nacionalista turco Ziya Gökalp: “Las mezquitas son nuestros cuarteles, los alminares, nuestras bayonetas, y los fieles, nuestros soldados”.



Propicia es para epilogar esta entrega la reflexión que el gran pensador rumano con larga residencia en Francia, E.M. Cioran, hiciera hace ya 32 años en Desgarradura (Gallimard, 1979; en español, Tercer Mundo en coed. Montesinos, 1989, pp. 12-15):



Una noche en el metro miré atentamente a mi alrededor: todos procedíamos de otro lugar… Entre nosotros, dos o tres figuras de aquí, siluetas azoradas que daban la impresión de pedir perdón por su presencia. El mismo espectáculo en Londres.

Las migraciones no se realizan ya por desplazamientos compactos sino por infiltraciones sucesivas entre los “indígenas”, demasiado exangües y distinguidos para rebajarse a la idea de un “territorio”. Tras mil años de vigilancia, las puertas se abren… Si se piensa en la larga rivalidad que existió entre franceses e ingleses, y franceses y alemanes después, se diría que todos ellos, debilitándose recíprocamente, no tenían más objetivo que precipitar la hora de su hundimiento común para que otros especímenes de humanidad tomaran el relevo. La nueva Völkerwanderung, al igual que la antigua, suscitará una confusión étnica cuyas fases no pueden preverse con claridad. Ante cataduras tan dispares, la idea de una comunidad mínimamente homogénea resulta inconcebible. La posibilidad misma de una multitud tan heteróclita sugiere que en el espacio que ésta ocupe, no existía ya entre los autóctonos, el deseo de salvaguardar ni siquiera una sombra de identidad. Del millón de habitantes que tenía Roma en el siglo III de nuestra era, sólo sesenta mil eran latinos de origen. Cuando un pueblo realiza la idea histórica que tenía la misión de encarnar, se queda sin motivos para preservar sus diferencias, para cuidar su singularidad, para salvaguardar sus rasgos en medio de un caos de rostros.

Después de haber dominado los dos hemisferios, los occidentales se están convirtiendo en el hazmerreír del mundo: espectros sutiles y ultrarrefinados, condenados a una condición de parias, de esclavos claudicantes y lábiles, a la que quizás escapen los rusos, esos últimos blancos. Ellos poseen aún orgullo, el motor, la causa de la historia. Cuando una nación deja de poseerlo y de creerse la razón o la excusa del universo sae excluye a sí misma del porvenir: ha comprendido al fin –por suerte o por desgracia, según la óptica de cada uno. Y si esto desespera al ambicioso, fascina en cambio al meditativo ligeramente depravado. Sólo las naciones peligrosamente avanzadas merecen hoy nuestro interés, sobre todo cuando mantenemos relaciones poco claras con el Tiempo y giramos en torno a Clío por necesidad de castigo, de flagelación. Todos trabajamos contra nuestros propios intereses: no somos conscientes de ello mientras actuamos, pero si analizamos cualquier época advertiremos que nos agitamos y nos sacrificamos siempre por un enemigo virtual o declarado: los protagonistas de la Revolución por Bonaparte, Bonaparte por los Borbones, los Borbones por los Orleáns… Tal vez la historia sólo debiera inspirarnos sarcasmo, quizás no posea objeto… Aunque sí, lo posee, y más de uno incluso, lo que sucede es que los alcanza al revés. El fenómeno es universalmente verificable. Realizamos lo contrario de lo que perseguimos, avanzamos en contra de la hermosa mentira que nos propusimos; de ahí el interés de las biografías, el menos molesto de los géneros dudosos. La voluntad nunca ha servido a nadie: lo más discutible de cuanto producimos es lo que más apreciamos y aquello por lo que nos infligimos mayores privaciones; esto es tan cierto de un escritor como de un conquistador, de cualquiera en realidad. El final de un individuo invita a tantas reflexiones como el final de un imperio o del propio ser humano, tan orgulloso de haber accedido a la posición vertical y tan temeroso de perderla, de volver a su apariencia primitiva y de terminar su carrera como la había empezado: encorvado y velludo. Sobre cada ser pesa la amenaza de un retroceso hacia su punto de partida (como para ilustrar la inutilidad de su recorrido, de todo recorrido) y quien consigue librarse de ella da la impresión de escamotear un deber, de negarse a jugar el juego inventándose un modo de degradarse demasiado paradójico.


6 comentarios:

goolian dijo...

Lo que cuenta Cioran de la antigua Roma es verdad. Si tenemos en cuenta que en el bajo imperio ciudades tan alejadas de Italia como Tréveris o Sirmium eran capitales militares o la gran cantidad de emperadores extranjeros, por ejemplo de origen hispano vemos que lo latino es un concepto diluido. En la historia china, por ejemplo pasa lo mismo, la ultima gran dinastía, la Ming era de origen manchú, considerados unos barbaros extranjeros unos pocos siglos antes.
Lo permitía a esas sociedades continuar era la asimilacion cultural de los inmigrantes que lograba que las fronteras del Rin fueran defendidas por legionarios romanos rubios y de ojos celestes descendientes de tirbus belgas y galas contra germanos muy parecidos.
Lo que sucede en la europa actual es que la asimilación cultural no existe porque el inmigrante está "blindado" por su religión. El islam es una religión más primitiva y retrógada aún que el propio catolicismo y la mutación a Eurabia es un ejemplo más del sinsentido de los fanatismos religiosos y las creencias religiosas.

Occam dijo...

Goolian: Tanto Roma como China no se consideraron un "modelo" de civilización, sino la civilización misma, lo que permitía una imposición natural de las pautas organizativas, sin que ello implicara una uniformización; sino por el contrario, en un esquema de total tolerancia en que la única imposición estaba vinculada con lo que Fanon ha llamado "el velo político-administrativo". Es claro, ambas civilizaciones se estructuraron políticamente como imperios, y no como Estados-nación, creación tardía de origen burgués.

Como civilización, Roma a su vez se consideraba como la heredera legítima y exclusiva del helenismo (que en la Grecia ya decadente posterior a Alejandro, se había orientalizado y degenerado).

Pero en esa sociedad diversa y tolerante, pletórica de cultos públicos y privados, de filosofías y de misterios y un enorme sincretismo religioso, una acometida inmigratoria tan desmesurada, sobre todo originaria también de Medio Oriente, con su característico profetismo mesiánico y soteriológico, determinó la muerte definitiva e irreparable, en un lapso de menos de 2 siglos, de un mundo que se creía eterno.

Un cordial saludo.

goolian dijo...

La inmigración oriental a la que se refiere es el cristianismo ?

Occam dijo...

Goolian: El cristianismo no es una inmigración, sino una religión. Como tal, fue construida por capas sucesivas de sincretismo, a partir de una secta, una herejía judaica. Ya por entonces, gran parte del judaísmo estaba iniciando campañas proselitistas, que se intensificaron con la diáspora que se produjo después de la desafortunada destrucción de Jerusalem por Tito. El cristianismo primitivo, del primer siglo, predicaba en las sinagogas y buscaba ganar espacio dentro del mundo judío, pero asimismo, y ello fue lo novedoso, demostró una gran capacidad de adaptación digamos, ecuménica, aceptando a todo tipo de feligreses, e incorporando un poco de aquí, un poco de allá. Si la destrucción de Jerusalem es presentada por los cristianos, hacia el interior del mundo judío, como el cumplimiento de una profecía apocalíptica de Cristo, referida sólo al pueblo elegido; por los mismos cristianos el hecho será minimizado "para afuera" del mundo judío con respecto a un verdadero apocalipsis, un total colapso civilizatorio, con respecto a todo el mundo conocido (y por el cual los cristianos harán mucho más que sólo esperar...). A partir de esa formulación, en el Evangelio de Juan (s. II, a 100 años aprox. de la muerte de Cristo), el cristianismo comienza un periplo ecuménico decidida y progresivamente alejado del judaísmo, nutriéndose en cambio de todo lo que resultara valioso a su crecimiento. Así la eucaristía toma la forma de uno de los ritos iniciáticos eleusinos (el vino y la tortilla de trigo), y la Trinidad aparece replicando el tradicional principio trinitario de la cosmogonía indoeuropea (Varuna-Mitra-Indra; Odín-Tyr-Thor; Rómulo-Numa-Tulo Hostilio; etc. -V. G.Dumézil, El destino del guerrero): soberanía, derecho, potencia guerrera. Así como incluso, la progresiva jerarquización de María, obedece al segundo principio trinitario (el funcional): 1) poder y derecho, 2) guerra, heroísmo y triunfo, 3) abundancia y fecundidad. Y en tal sentido, la Virgen es transcripción fiel de las deidades matriarcales prearias, luego incorporadas en las sucesivas síntesis históricas a los panteones paganos. Mientras que el Espíritu Santo se diluye en ese esquema más mediato en torno al Dios-padre dentro de la primera función, y cobra fuerza como figura heroica la de Cristo dentro de la segunda. (En ese proceso, se evidencian las variadas segregaciones, sea a partir de la querella del filioque, sea a través del gnosticismo, etc.).

Occam dijo...

Pero bueno, nos hemos ido un poco lejos. Volviendo a su pregunta, es evidente entonces que el cristianismo no llegó con los inmigrantes, al menos, no con los del siglo I. Sí halló en los inmigrantes, fundamentalmente de origen asiático, el caldo de cultivo para su expansión, al cual ayudó también significativamente la organización dual de la familia romana (nana, pedagogo, hermano de leche, que por lo general, eran esclavos -V. P.Aries, G. Duby- y mayormente de origen griego, tierra que fue progresivamente orientalizándose, desde Anatolia para el Oeste; justamente en Grecia fueron las predicaciones paulinas). No me detendré demasiado en la caracterización de esa inmigración apabullante, que para el siglo II ya comienza a perfilar lo que Cioran advierte de la Roma imperial de la decadencia. En su Discurso Verdadero de ese segundo siglo Celso nos dice: "Hay una raza nueva de hombres, nacidos ayer, sin patria ni tradiciones, unidos contra todas las instituciones religiosas y civiles, perseguidos por la justicia, universalmente marcados de infamia, pero que se glorían de la execración común. (...) Vemos, efectivamente, en las casas privadas a cardadores, zapateros y bataneros, a la gente, en fin, más inculta y rústica, que delante de los señores de casa, hombres provectos y discretos, no se atreven a abrir la boca; pero apenas toman aparte a los niños, y con ellos a ciertas mujercillas sin seso, ¡hay que ver la de cosas maravillosas que sueltan!". De todo ello hemos hablado con algo de detalle acá.

En cuanto a los galos de Occidente que usted menciona, que fueron de paso el núcleo que determinó los sucesivos triunfos de Juliano hasta el trono del mundo, hay que mencionar que ellos, como la gran mayoría de los soldados, adscribían al mitraísmo, según J.Évola, el último gran intento de resistencia del mundo traidicional que se moría.

Un cordial saludo.

Silber dijo...

Occam, un aporte a su último comentario:

Elena, madre de Constantino Magno, que influyó decididamente en su conversión al cristianismo y en la afirmación de ese culto como religión oficial, fue una sirvienta nacida en Bitinia (Anatolia-Asia), que desde su lugar de concubina, supo ganarse el corazón de Constancio Cloro y colocar a su vástago en el poder imperial.

Salud!