jueves, 29 de diciembre de 2011

Karma


Tanto se habla del karma, que uno se ve necesitado de hacer un aporte testimonial, que radicará en una anécdota pequeña, nimia, pero que resalta por su ejemplaridad, la que por otra parte resulta adunada por el funcionamiento casi mecánico del sistema de balance universal: inmediato, inevitable, proporcional, cuando no simétrico.

Resulta que en la noche de ayer, casi 22 horas, voy con mi hermano a hacer una compra de emergencia al supermercado chino más cercano. Se hacía necesario agregar dos vinos espumantes (que si son de Champagne, se llaman “champagnes”, y si son de España se les dice “cavas”) a los que se enfriaban ya en la heladera, habida cuenta que a las razones de siempre para brindar se sumaba que mi hermano había ganado un concurso muy importante en el sistema de salud pública, obteniendo al efecto puntaje perfecto en el examen. Pavada de hermano tiene uno por ahí, y henchido de orgullo de primogénito bajé de las estanterías las dos más primorosas: un brut rosé y un brut nature.

Nos dirigimos a la única caja que estaba abierta, en donde, mientras una persona descargaba sus productos, otra (un señor con un cochecito con un niño) esperaba su turno, y dos pibes más atrás también. O sea, había tres compradores adelante.

En un momento, al señor con el cochecito que estaba en segundo lugar, se le sumó una señora algo nerviosa hablando fuerte, lamentándose de que la fiambrería ya hubiera cerrado, y trayendo una canasta de plástico llena de productos alimenticios con apariencia de ésos que son “para salir del paso”.



De inmediato, la otra empleada china que estaba acomodando las verduras, para apresurar el ritmo de atención, y habida cuenta de la hora de cierre, procedió a abrir una segunda caja. Los muchachos que estaban en tercer lugar, a continuación del matrimonio de la señora nerviosa, se fueron hacia esa nueva boca de atención, con los dos o tres artículos que tenían en la mano (a las 22 hs., generalmente todos van al mercadito chino a comprar un par de cositas que necesitan, con lo que el asunto se hace bastante rápido).

Mientras en una caja la china de las verduras atendía a los muchachos, en la otra (la primigenia) se demoraba el proceso de cobro por motivos desconocidos. Supongo que quien estaba comprando tuvo la ocurrencia de pagar con tarjeta de débito. La señora nerviosa comenzó a apretarse contra la señora que presumiblemente pagó con tarjeta de débito, para mostrarle su apuro con el aliento en la nuca, mientras comenzaba a descargar sus comestibles sobre el mostrador de la caja.

En tanto, los muchachos, habiendo terminado con su menester, se alejaban de la segunda caja, que quedaba despejada. Al percibir esa situación, yo miré a la señora nerviosa que me precedía y que se encontraba enfrascada en presionar a la señora de la tarjeta de débito para que finiquite su parsimoniosa compra y, esperando todavía algunos segundos, me dirigí a la caja que había quedado vacía. De repente, una voz chillona y subida de tono me paró en seco:

—¡A dónde vas! Yo estaba primero.

—Usted —yo no tuteo a la gente que no conozco— está esperando en la otra caja…

—No, yo estoy esperando para ambas cajas. La cola es como una y griega. La primera que se desocupa es para el que está esperando primero.

—Así que la cola es una y griega… Primera vez que lo escucho en un supermercado.

—Sí, la cola es una y griega, y vos sos un irrespetuoso.

—Bueno, no sea peleadora. De todos modos, la iba a dejar pasar si me lo pedía.

—Yo no soy peleadora, y no te voy a pedir nada si yo estoy primera, ¡estúpido!

Dicho esto, impetuosa agarró la canasta y sus comestibles apoyados en la primera caja y cruzó el pasillo hacia la segunda caja de la china verdulera, mientras el marido que asía el cochecito miraba el techo con esa expresión inanimada y silenciosamente sufriente de los santos de las iglesias.

Poco tiempo después, la señora de la tarjeta terminó de firmar el papelito y se retiró, dejando la caja original disponible. Yo me adelanté, todavía masticando el insulto, porque por más que ya he ingresando a una senda metafísico-aristocrática algo zen en mis propósitos, sigo conservando un acendrado orgullo occidental-competitivo, que instintivamente me compele a apropiarme de la última palabra. Pero me sofrené, conté hasta diez, y con la mejor sonrisa me dirigí a la empleada china, para que me cobrara mis dos botellas de espumante y cinco botellas de agua mineral que también llevaba aprovechando la compañía de mi hermano.



No miré hacia atrás, pero intuí alguna mirada de soslayo de la nerviosa compradora de la caja vecina. Advertí por unos segundos un denodado afán de su parte por despachar primero su trámite y salir antes que yo del mercadito. Tal vez sólo impresión personal. Pero lo cierto es que en ese momento pude ver que a la derecha de mi mano derecha había una bolsa con ciruelas, una caja de puré de tomate y algún producto comestible más, que en el empecinamiento agresivo por cruzarse de caja, dejó allí olvidados.

La china que a mí me atendía, y que evidencia una inmigración muy reciente, le advirtió a su compañera, la verdulera, en chino, de esa circunstancia. Y la verdulera intentó en vano detenerla a la señora nerviosa, cuando en un veloz movimiento de mawashi-geri (o tal vez de unsu, para entendidos), recibía su vuelto y con el marido sufriente y el cochecito a cuestas, en un santiamén daba la vuelta y escapaba rauda por la puerta de calle.



Pensé por un segundo, para fortalecer mi propio karma, en salir a la calle y advertirle del olvido, que probablemente sería crucial para la preparación de su cena tan tardía como improvisada. Pero, después de todo, un occidental que se sumerge en una cascada metafísica de budismo zen sigue siendo, aun mojado por fuera, un occidental porteño y jodido. Así que terminé de realizar mi compra, lentamente salí en compañía de mi querido hermano por la puerta, miré hacia ambos lados de la cuadra para constatar que la señora nerviosa y su séquito ya no tuvieran oportunidad de regresar, y mientras detrás de nosotros las persianas metálicas empezaban a bajar, me invadió ese beneplácito ligeramente maligno, marcadamente occidental, típicamente porteño, ciertamente jodido, del que todos nos avergonzamos cuando hablamos del karma.



8 comentarios:

choripanboy dijo...

Buena vivencia,pelo apleciado y honolable Occam,usted pelder opoltunidad de hacel lo colecto,kalma de polteños,mayolmente ignolantes de la ley de causa y efecto...
(un 54% lo confilma!)

Occam dijo...

Estimado amigo: ¿Usted piensa que no hice lo correcto? En verdad, es difícil decir qué es lo correcto. Si le contestaba a la señora nerviosa me ponía a su altura, y agrandaba un incidente trivial, que podía arruinarme el próximo festejo. Si salía a la vereda, la corría y le avisaba que se había olvidado algunos productos, podía llegar a asustarse, saltar a la calle y que la pisara un colectivo. En todo caso, era hacer mucho más que lo correcto, y el abuso es tan malo como la escasez.
Yo creo que hice lo correcto, sin duda. El tema no es ése, sino el íntimo pudor que me causa el haberme regocijado con el funcionamiento preciso y automático del balance universal.

Un abrazo.

destouches dijo...

Muy buena anécdota. No hay dudas que la vieja recibió su merecido. Como usted señala, un ejemplo muy elocuente del equilibrio universal.

Occam dijo...

Destouches: Lo de vieja es una cruel inferencia de su parte. Tenga en cuenta que tenía un nene chiquito. Yo soy malo calculando edades, pero estimo que tendría entre 35 y 40 años, cuestión que torna más inexcusable tanta tensión y disconformismo existencial. Pero en fin, hay gente que anda como loca en estos tiempos, puteando a diestra y siniestra, abriéndose paso a los codazos, y luego accede a la "espiritualidad" leyendo los fascículos de Claudio María Domínguez en la revista Gente.
Un cordial saludo.

Leandro dijo...

Estimado Occam, no puedo evitar una amplia sonrisa ante su beneplácito, si ya no por la desgracia ajena, bien por el riguroso mecanismo que la ha causado.

Ande Ud. con cuidado, que muchos se verán tentados de tildarlo de alma liberal, por andar confiando en la mano invisible del mercado de karma para obtener su pequeña revancha.

Por otro lado, por ahí Ud. marca que es difícil saber qué es lo correcto; tan difícil como conocer qué es el merecimiento. Pequeño olvido de Platón, al definir Justicia como el que cada quien tenga lo que se le debe, pero obviar explicar su versión de cómo se mide esto último, a menos que consideremos como tal el análisis de sangre en busca de metales preciosos.

Y si así fuera, a la señora apurada del súper chino habría que buscarla para avisarle que bien puede ser que el saturnismo complique su existencia, digo, como para sumar unos puntitos de karma, uno nunca sabe cuántos va a necesitar a favor en lo inmediato.

Saludos cordiales y que tenga, con sus lectores, un muy buen año.

Mensajero dijo...

Abandonarse a la argentinidad es un placer que solo podemos permitirnos -la nobleza exige que apenas sea de vez en cuando- los argentinos.
Salud.

Occam dijo...

Leandro: Por el contrario, en el mercado de karma debe ser en el único en que la mano invisible funciona implacable. En el mercado económico, en cambio, siempre se termina en las excusas: que hay monopolios, u oligopolios, o monopsonios, o que hay Estado, o que hay muchas monedas, etc. Ni qué hablar del tránsito (y el mercado de los automóviles), en donde el egoísmo individual acredita que es marcadamente nocivo para el conjunto...

La definición de Platón que usted apunta, que nos ha llegado a través de Ulpiano, siempre tiene problemas semánticos en las traducciones: ¿Lo que se le debe? ¿Lo que le pertenece por derecho? Últimamente, es lo que cada uno quiere, y se ha puesto el deseo en el centro del escenario jurídico y la consagración (imaginativa) de nuevos derechos. Eso hace un poco más difícil acomodar el conflicto de intereses ante valores de igual jerarquía, porque todo vale lo mismo en el relativismo del mundo del deseo, según apunta con preclaridad John Gray en "Las dos caras del Liberalismo".

Muchas gracias por su comentario, por pasar a visitar y por su saludo, al que correspondo con mis mejores deseos. Un cordial saludo.

Occam dijo...

Mensajero: No crea, no crea. Como debemos recelar de nuestro complejo de superioridad, también debemos hacerlo con nuestra tendencia al masoquismo culposo.

Un abrazo.