Hace un par de posts atrás consigné una visión absolutamente pesimista del tan manoseado Libertador Bolívar sobre el futuro de Latinoamérica. Sin embargo, debemos como hombres de bien, y en aras de la esperanza, reconocer las poquitas cosas positivas que a veces pasan.
La reciente liberación de Ingrid Betancourt, 3 ciudadanos norteamericanos y 11 militares colombianos que estaban secuestrados por las FARC demuestra que otro planteo a los problemas latinoamericanos es posible. Que no todo debe reducirse a un populismo berreta con milicias y conchabados reclutados de la extrema pobreza e ignorancia para generar fuerzas de choque civiles que repriman todo atisbo de oposición y consoliden democracias meramente formales. Conchabos nacidos de cuantiosas billeteras públicas surgidas de una extrema presión fiscal aplicada justamente sobre los sectores a reprimir.
El modelo populista de izquierda que tiende a imponerse en las repúblicas más pobres de Latinoamérica, y por supuesto, se extiende a nuestra Argentina dependiente, ha demostrado que no tiene soluciones, y que en aras de proclamas ideológicas, es inclusive propenso a pactar y proteger a la narcoguerrilla que tanto dolor causa en su país vecino.
Un modelo cuyo éxito sostiene en la privilegiada cotización de sus commodities. Allá en el Norte estatizados; acá en el Sur, estatizada su rentabilidad. Un modelo que amplía la brecha entre pobres y ricos porque necesita a los ricos para sus negocios y a los pobres para los actos, las elecciones y la presión política. Un modelo de políticos empresarios, que acumulan fortunas personales incalculables mientras generan odio y violencia de cara a sus propias sociedades. Que aíslan a sus sociedades del mundo y promueven con el ejemplo la más honda decadencia moral y cultural.
Esos modelos, que no son capaces de asegurar la mínima seguridad a sus propias poblaciones, que son testigos mudos de las escaladas de violencia, miran para afuera cada vez que necesitan distraer la atención de todos para que las fichas sigan cayendo en el reloj del taxi político, sin hacer absolutamente nada. Modelos que permiten que crezcan las violaciones a niveles increíbles, que por un par de zapatillas se asesine, que secuestren y desaparezcan testigos protegidos, que acribillen a balazos a periodistas opositores. Modelos que miran escandalizados por sobre la medianera del vecino, que tratan de sacar rédito político haciendo turismo en la selva colombiana o en la glamorosa París.
Hoy ha triunfado un gobierno bastante más serio, que tiene una imagen positiva abrumadoramente superior que la del resto de los mandatarios sudamericanos, que ha ganado elecciones por un porcentaje de votos astronómico, pero que al no ser extravagante no concita la atención permanente de los medios de comunicación. Un gobierno que no habla y proclama por cadena nacional día por medio, ni lanza eternas peroratas para competir con la elocuencia aburridora de su admirado Fidel Castro. Hoy ese gobierno ha ganado con coherencia y eficacia, algo que lamentablemente no abunda por estos lares.
Ha ganado apostando a la fórmula más elemental y más racional. Apostando a fortificar el poder de acción de sus fuerzas legales y a atacar frontalmente los problemas, sin demagogia, mientras desde este lado del mundo estamos acostumbrados, y asistimos mudos, a una doble contradicción nunca puesta de manifiesto: a) estamos muy bien, crecimos muchísimo, todo el mundo está contento; b) el delito, que no para de crecer exponencialmente, obedece a causas sociales. Así que crucémonos los brazos, y veamos si con más dádivas logramos que paren de robar.
Y justamente lo ha hecho un día como hoy, en que todos los refulgentes líderes de Costa Pobre, con sus uniformes bermellones, llenos de medallas doradas, con sus trajecitos de confección y sus joyas encandilantes, se solazan en discursos floridos de naderías, se autocomplacen de su verba inflamada y del empleo de vocablos propios de sus especialidades profesionales. Y mientras con tanta verborragia comandantes y princesas coherentizadas celebran sus jaculatorias sinalagmáticas, Colombia le demuestra al mundo que se pueden hacer las cosas como la gente, y que mientras toda Lationamérica construye su relato cada vez más macondiano, y articula su demencia en forma de epopeya revolucionaria, en la tierra del Gabo justamente, hay gente trabajando y produciendo resultados.
¿qué es la vida?
Hace 5 años
4 comentarios:
Que lastima que Oliver Stone ahora va a tener que pagar derechos y filmar ficción. Y por ahí Ridley Scott le gana de mano.
Ahhh sigo con mi campaña
DEJEN AL GRONCHO EN PAZ
Perfecto. Pero... ¿Cómo se hace para conseguir un Uribe que quiera venir para el Sur?
¿Cuantos gobiernos de merdus hay que soportar hasta que venga uno de esos?
y la pregunta del millòn.... ?Cuànto podremos soportar nosotros hasta que venga uno de esos....?
saludos!
Uribe me parece a mí que tiene una virtud del carácter: es callado, austero, sabe jugar al póker. Y una virtud política: está convencido de sus determinaciones, confía en sí mismo (ver Conducción Política, un par de posts atrás, aunque no guste la palabra conducción ni conductor, es el tipo de estadista al que la teoría política vertida en ese libro apuntaba, sin coloraciones ni ideologías).
Y tiene además un terrible instinto y sentido de la realidad: sabe elegir las cartas correctas, de entre toda la baraja que se le ofrece, al margen de las presiones mediocres de una intelectualidad mediocre y sectores de presión disgregantes.
Con eso nomás alcanza. Aunque es bastante, mucho más de lo que hay disponible en nuestro escenario local, que se ha ido degradando implacablemente.
Lamentablemente, un político de estas características, que puede erigirse en estadista, aparece raramente en los países latinoamericanos, y menos veces aún es valorado o su obra continúa hacia algún lado, con lo que estamos siempre volviendo a empezar. Dentro de esa realidad, la necesidad de este perfil de hombres se torna permanente, y allí está la debilidad política de nuestras sociedades, y la propensión a los demagogos y dictadorzuelos.
Obviamente, desde la alta teleología, uno debería tender a prescindir de conducciones personalistas, y el sistema debería manejarse a control remoto. Pero ocurre que eso no ocurre, no es real, en nuestra Latinoamérica tan real. Con lo que la única esperanza la tienen aquellos países que aprovechan su momento para consolidar una institucionalidad, un sistema de sucesión y de estabilidad más o menos definitivo.
El gran desafío de Uribe, ahora, conduce en ese sentido. A no caer preso de tentaciones personalistas, y asegurar una sucesión idónea y a la altura de las circunstancias.
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